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obra
Los especialistas consideran que esta escena fue concebida por Masaccio y ejecutada por su ayudante Andrea di Giusto. La preocupación por la perspectiva tomada de Brunelleschi está presente en esta composición, desarrollada en el interior de un templo cuya cúpula recuerda a la de Santa María de las Flores de Florencia. Las figuras, que ocupan la mayor parte de la superficie, carecen de la monumentalidad exhibida por Masaccio en la capilla Brancacci, demostrándose claramente la teoría de la colaboración del ayudante.
contexto
El panorama político latinoamericano de la época estuvo dominado mayoritariamente por la presencia de liberales y conservadores. La participación política estaba restringida a un grupo limitado de los habitantes del país, que eran los que tomaban las principales decisiones. Los partidos políticos, como agrupaciones organizadas y burocratizadas prácticamente no existían, y con el tiempo las organizaciones políticas tendían a convertirse en maquinarias destinadas únicamente a ganar las elecciones. De modo, que se activaban en las cercanías de los comicios y luego pasaban por un período de aletargamiento. Por ello la actividad política solía realizarse en los salones sociales, en los clubes y en las tertulias donde coincidían los miembros de la oligarquía. Las relaciones personales y familiares eran fundamentales, al igual que los lazos regionales y las redes informales, y solían estar por encima de las diferencias ideológicas. Las características de unos y otros también variaban de país a país, dependiendo en gran medida de su composición social: importancia de las comunidades indígenas, existencia de grupos de artesanos urbanos, peso de los campesinos, etc. Al ser muy tenues las diferencias entre liberales y conservadores, era más importante la adscripción partidaria, basada en lealtades personales, que la ideológica. Esto no significa que no exista una línea de pensamiento liberal y otra conservador desde el principio de la vida republicana, pero éstas no siempre se reflejaban de un modo homogéneo en la actividad política y partidaria.Entre 1820 y 1845 buena parte de los políticos latinoamericanos seguían en materia económica al liberalismo manchesteriano. De ellos saldrían posteriormente los liberales y los conservadores. Estas diferencias se observan en Chile, donde se enfrentaban los pelucones o estanqueros (conservadores) con los pipiolos (liberales y federalistas). La coherencia ideológica era difícil de encontrar en unos y otros, no sólo en temas estrictamente políticos, sino también en materia doctrinaria. Muchos de los liberales económicos no tuvieron reparos en levantar banderas proteccionistas cuando la situación del comercio exterior así lo requirió, caso de Lucas Alamán en México, o de Alejandro Osorio en Colombia. Desde mediados del siglo en adelante los liberales latinoamericanos renovaron su fe librecambista ante el incremento de las exportaciones, con algunas excepciones, como el proteccionismo mexicano.Hasta los años cuarenta, el conservadurismo actuó sin una doctrina demasiado elaborada y al, basar su práctica política en el ejercicio del poder tampoco la necesitaban demasiado. Este hecho dificulta definir a los distintos regímenes como conservadores, ya que las opciones que se presentan son muy amplias. De este modo, podrían señalarse como conservadores a regímenes tan diversos como el de Diego Portales, en Chile; el de Páez, en Venezuela o el de Rosas en el Río de la Plata.En ciertos casos, y desde mediados de siglo, los liberales comenzaron a contar con el respaldo del emergente grupo de los artesanos urbanos, de importancia considerable en Colombia, y en menor medida en México, Chile y Perú. En Venezuela, la protesta liberal, difundida en Caracas por los periodistas Tomás Lander y Antonio Leocadio Guzmán, antiguo colaborador de Páez, aumentó de tono en 1846 y, a diferencia de otros países, no se limitó a las ciudades, dados los apuros de los campesinos por la evolución de los precios del café y el encarecimiento del crédito. Un tema conflictivo era el destino de los ingresos fiscales, dedicados al pago de la deuda externa, mientras la oposición liberal reclamaba más inversiones en obras públicas. La conflictividad aumentó y en 1848 el general José Tadeo Monagas, presidente con el apoyo de Páez desde el año anterior, se volvió contra su protector para acabar con la república conservadora e iniciar el período de la oligarquía liberal.En 1858, ante el aumento de la corrupción, el desorden y la conflictividad de la época de los Monagas, la alianza de liberales y conservadores desplazó al clan gobernante y puso fin a la oligarquía liberal. Se volvió a plantear la carrera por el poder entre azules (conservadores) y amarillos (liberales), que acabó en una nueva guerra civil, la Guerra Federal, entre 1859 y 1863. En 1861 Páez retornó a la vida política para encabezar la resistencia azul, pero pese a su gobierno dictatorial no logró imponer sus puntos de vista. La falta de acuerdo entre las facciones oligárquicas propició la revolución amarilla, liderada por Antonio Leocadio Guzmán, que supo canalizar el descontento popular. El régimen liberal promulgó en 1864 una nueva Constitución. Se trataba de un corpus democrático y federalista, que instauraba el sufragio universal masculino. Se emprendieron numerosas reformas, como la modernización de los transportes, la codificación y reforma del derecho privado, la introducción del matrimonio y los cementerios civiles, la supresión de las órdenes religiosas y la potenciación de la enseñanza primaria.A partir de mediados de siglo los conservadores también comenzaron a tener una mayor coherencia doctrinaria. En este sentido es muy interesante rastrear la evolución del mexicano Alamán que comenzó a elaborar en los años cuarenta, bajo el influjo de Edmund Burke, un discurso mucho más trabajado desde el punto de vista doctrinario, en el que la autoridad y la defensa de la tradición pasaron a ocupar un lugar central. Hubo otros autores, como el cura peruano Bartolomé Herrera, que basaron su discurso en el tradicionalismo y el escolasticismo español y como, según él, la soberanía provenía de la razón divina, la Iglesia y su defensa se convirtieron en pilares del sistema. Después de las revoluciones europeas de 1848 muchos liberales moderados evolucionaron hacia el conservadurismo, como reacción a los planteamientos radicales que los revolucionarios habían esgrimido y ante el temor a que esas ideas se trasplantaran a América.Pese a las coincidencias políticas de las elites, la principal línea de fractura pasaba por las posiciones a asumir frente a la Iglesia católica. Desde mediados de siglo la cuestión religiosa se convirtió en un problema político importante en países como México, Colombia, Chile o Perú, donde los sectores más liberales comenzaron a abogar por la separación entre la Iglesia y el Estado. Por el contrario, los conservadores veían en la iglesia católica la principal baza para defender el orden social. Sin embargo, las medidas desamortizadoras adoptadas en numerosos países respondían básicamente a motivaciones fiscales, ante los apuros que pasaba la Hacienda pública, más que a los enfrentamientos en torno a la religión.Uno de los líderes conservadores que adoptó en el gobierno una postura más militante en defensa del catolicismo fue el ecuatoriano Gabriel García Moreno, que gobernó autoritariamente entre 1860 y 1875. Consagró el país al Sagrado Corazón, permitió el retorno de los jesuitas y en 1863 firmó un concordato con el Vaticano, muy favorable para la Iglesia. Su obsesión por la religión no le impidió pacificar el país, ni impulsar la educación primaria, ni introducir el sufragio universal en 1861, lo que le granjeó cierta impopularidad entre el clero pese a su posicionamiento ideológico. En 1865 finalizó su mandato, pero las inequívocas muestras de ineficiencia de sus sucesores facilitaron su retorno en 1869, cuando se hizo proclamar Jefe Supremo. Sus arbitrariedades aumentaron el tono de las protestas populares y en 1875 murió asesinado.En Colombia, el conservador Ospina fue elegido presidente en 1857. Ospina veía a la religión como una fuerza de movilización política y una de sus primeras medidas fue permitir el retorno de los jesuitas al país (los conservadores ya lo habían hecho en 1844, pero los liberales los expulsaron nuevamente en 1850). El convencimiento de los liberales de que los conservadores no respetaban el federalismo condujo a una guerra civil, ganada por los primeros, que en 1861 llevaron al poder a Tomás Cipriano de Mosquera, antiguo líder conservador convertido al liberalismo. Una de las primeras medidas del nuevo gobierno fue la nueva expulsión de los jesuitas junto con las restantes órdenes religiosas, la supresión de conventos y monasterios y la desamortización de todas sus propiedades.
Personaje
Religioso
Político
A mediados del siglo IV sucedió en el papado a San Julio I, donde permaneció hasta el año de su muerte. Liberio requirió la presencia de San Atanasio en Roma para que diera cuentas de algunas de las acusaciones que se le imputaban, pero no acudió y dictó su exilio. Poco tiempo después se levantó la excomunión y Liberio se negó a castigarle de nuevo. Esta decisión provocó su expulsión del papado. Finalmente se vio obligado a excomulgar a San Atanasio para volver al solio pontificio y facilitar el triunfo de la doctrina arriana. En la línea de sucesión le siguió San Damaso.
obra
El 28 de julio de 1830 los revolucionarios liberales franceses derrocaban al rey Carlos X y provocaban la coronación de Luis Felipe de Orleans, el llamado Rey Burgués. Este episodio será el protagonista del cuadro más famoso de Delacroix, la Libertad guiando al pueblo, obra con cierta dosis de alegoría que recoge un hecho contemporáneo. La mujer que representa a la Libertad aparece con el torso desnudo, porta en su mano derecha la bandera tricolor y en la izquierda un rifle. Le acompañan miembros de las diferentes clases sociales - un obrero con una espada, un burgués con sombrero de copa portando una escopeta, un adolescente con dos pistolas, etc. - para manifestar que en el proceso revolucionario ha existido amplia participación. A los pies de la Libertad, un moribundo la mira fijamente para señalar que ha merecido la pena luchar. Con esta obra, Delacroix pone de manifiesto su ideología y su faceta de pintor de su tiempo. La composición se inscribe en una pirámide cuya base son los cadáveres que han caído en la lucha contra la tiranía, cadáveres iluminados para acentuar su importancia. La vorágine de la batalla se manifiesta en la polvareda que difumina los contornos e impide contemplar con claridad el grupo de figuras que se sitúa tras la Libertad. Los escorzos y el movimiento de la imagen vuelven a recordar el Barroco, igual que en la Matanza de Quíos o la Muerte de Sardanápalo. Fue presentado al Salón de 1831 y adquirido por Luis Felipe para el Museo Real.
contexto
La resistencia libia se inicia con la conquista italiana de 1911-1912, resurge en 1915, 1919, 1922 y se termina con la ofensiva italiana de 1923-1925 y 1927-1931, por medio del aniquilamiento de la guerrilla de Omar Mujtar. Los italianos se muestran especialmente brutales -matanzas, campos de concentración, deportaciones-; colonos metropolitanos invaden las mejores tierras (34). Todo esto no fomenta precisamente la buena disposición de los libios hacia sus ocupantes -en 1939, además, la colonia es convetida en provincia, pero el status real de los libios apenas mejora. La guerra viene a cambiar la situación y las perspectivas de la resistencia libia. Ya en las Conferencias de Alejandria -octubre de 1939- y El Cairo -agosto de 1940-, antes de la entrada en guerra de Italia, los exiliados y emigrados plantean el problema de la liberación y se ponen de acuerdo sobre la persona del jefe de la Senussiya, Sayéd Idrís, para encabezar la resistencia, pero no sobre la actitud a adoptar: unos prefieren esperar, otros recibir garantías británicas antes de actuar y otros, iniciar ya algún tipo de acción. Idrís toma contacto con los británicos y acepta formar unidades -Lybian Arab Force- y guerrillas en el Dchebél Ajdar. La primera luchará junto a los aliados. Las unidades libias del Ejército italiano están descontentas, y algunas de ellas desertarán cuando se inicien las operaciones italianas contra los británicos -en septiembre de 1940- y, posteriormente, pasándose a la guerrilla o a los británicos. En la retaguardia italiana operarán saboteadores e informadores, que son fusilados cuando caen en manos del ocupante. En 1942, Idrís exige de los británicos garantías de que Cirenaica, la base de su poder, recobrará la independencia después de la guerra; los nacionalistas insisten en que afecte también a Tripolitania. Tras varias ofensivas y contraofensivas de germano-italianos y aliados, estos últimos, tras su victoria en El Alemein a fines de 1942, ocupan la capital de Libia, Trípoli, en enero de 1943. Los británicos establecen una administración provisional, mientras que los franceses hacen otro tanto en el sur del país, pero no se habla de autodeterminación. En 1944 los nacionalistas no ligados a Idrís se oponen a una independencia que no prevea la unión entre ambas partes de la ex colonia italiana, y desean instaurar un régimen republicano, lo que los enfrenta a los británicos que, además, aspiraban, como Francia, a apropiarse de algunas porciones del territorio. Finalmente, tras una larga ocupación británica, Libia alcanzará la independencia en 1951, bajo la monarquía de Idrís, pero unificada. La resistencia somalí se inicia también con la ocupación colonial italiana y termina en 1920 con la derrota de los seguidores de Mohámed Andullah Hasán, y en 1926 con la ocupación de los últimos sultanatos independientes. Tras la guerra de Etiopía Italia engloba a este país, a Eritrea y a la Somalia italiana en un único conjunto, y decide separar el Ogadén de Etiopía e incluirlo en Somalia. Durante la Segunda Guerra Mundial los italianos ocupan la Somalia británica, que incluyen también en su Somalia, y penetran en el norte de Kenya, habitado en parte por somalíes. Todo esto parece satisfacer en gran medida las reivindicaciones de los pansomalistas, que aspiran a reunir en un único Estado a todos los territorios habitados por somalíes (35), aunque, por el momento sea bajo la dominación de una potencia exterior. Con todo, los nacionalistas somalíes también quieren que los italianos se vayan y la represión cae sobre la Gran Liga Somalí; su dirigente H. Mohámmed Huseín tuvo que exiliarse. La contraofensiva aliada en África Oriental pone fin a la presencia italiana en 1941 y los británicos establecen una administración provisional sobre los territorios italianos. Los somalíes se encuentran a disgusto bajo los británicos, que, obviamente, han separado de nuevo el Ogadén, la Somalia británica y el norte de Kenya de la Gran Somalia. La resistencia se dirige así sobre todo contra los británicos. En 1943 se funda la Liga de la Juventud Somalí, nacionalista y pansomalista, cuyo principal dirigente será, desde 1944, Abdullahi Issa, ex funcionario con los italianos. Pero los más directos colaboradores de éstos, como Aden Abdullah Osman, opuesto a los nacionalistas en su día, se muestran ahora también antibritánicos. A la administración de guerra seguirá, tras gran actividad diplomática, un fideicomiso italiano hasta 1960. La resistencia en Etiopía comienza con la ocupación italiana de 1936. La capitulación del Haile Selassie no significa sin más el fin de la lucha: la pacificación será ardua y larga para los invasores. Ya en el mismo 1936 aparece una guerrilla dirigida por Abebé Aregái y otros, en la región de Didu, donde se instaura un Gobierno rebelde. Otros focos guerrilleros aparecen en otras regiones. La guerrilla lanza ataques a ferrocarrilles y puestos militares, llevando a cabo acciones de sabotaje y propaganda entre las poblaciones, e incluso llega a atacar la propia Addis Abeba -julio y agosto de 1936-, lo que desencadena una feroz represión italiana, que no tiene comparación con la aún más feroz de febrero de 1937, tras el atentado contra el general Graziani perpetrado por dos eritreos: el Ejército y colonos italianos fanatizados matarán a 3.000 -otros señalan a 7.000- etíopes. En 1939 el Negus, en el exilio, ofreció a los aliados su colaboración contra los italianos, pero aquéllos, que habían reconocido la conquista italiana en 1938, y para no incomodar al entonces aún no beligerante Mussolini, ignoraron la oferta. Cuando Italia entró en guerra, la cosa cambió. Los británicos prometieron apoyar a Haile Selassie, quien, al parecer, ya no era ese molesto hombrecillo; llegaron a un acuerdo con él y establecieron contactos con las guerrillas del interior. Ras Burrú será el delegado del emperador ante los británicos y aliados, que, sin embargo, rechazaron una alianza formal. Cuando los británicos lanzan su contraofensiva contra el África Oriental Italiana, en ella participan en gran número los guerrilleros etíopes, que a veces pretendían continuar las operaciones por su cuenta, sin contar con los aliados. Paralelamente, miles de etíopes enrolados por los italianos -a excepción de eritreos y somalíes- desertaron y se pasaron a la guerrilla. A los etíopes no se les permitió entrar en Addis Abeba, y ni siquiera al mismo emperador: los británicos querían disminuir el papel de las fuerzas etíopes y, por solidaridad racial con los italianos, temían las represalias etíopes contra éstos. Además, deseaban también reducir el papel político del Negus: los aliados dudaban, todavía en 1941, si restituir la independencia a Etiopía, y había proyectos de reparto del país entre las potencias aliadas. Haile Selassie pudo entrar finalmente en su capital el 5 de mayo de 1941, pero los británicos habían instaurado una administración militar -OETA, Occupied Enemy Territory Administration- que era el único Gobierno admitido y las decisiones del Negus eran ignoradas, como afirma J. H. Spencer en "Ethiopia, the Horn of Africa and US. Policy", la OETA suponía un verdadero protectorado sobre Abisinia, que los británicos esperaban hacer permanente. El emperador fue forzado a aceptar consejeros británicos, a no adoptar ninguna medida sin previo acuerdo con el OETA, y los extranjeros -léase blancos- quedaban bajo jurisdicción de tribunales británicos. Sólo en 1944, tras muchas protestas del Negus -y de los norteamericanos- comenzaron a permitir la existencia de la administración nacional, sin incluir a Eritrea ni el Ogadén por el momento.