La lengua griega se integra en el grupo de las lenguas indoeuropeas. Su alfabeto es de origen semítico, concretamente fenicio, aunque desconozcamos la fecha exacta de su utilización. Cada una de las diferentes polis que integraban la Hélade tenía su propia lengua, si bien podemos agruparlas en cuatro grandes grupos: el dialecto jónico-ático, el dórico, el eólico y el aqueo. El ático se convertirá en el dialecto más empleado por los grandes literatos y en época de Alejandro se puede considerar como el embrión de la lengua griega. Como es lógico pensar, no se ha conservado más que una pequeña parte de obras literarias, estableciendo los especialistas una división en diferentes periodos para conocer mejor la producción. Entre los siglos X-VI a. C. nos encontramos con la época arcaica; los siglos V y IV abarcan la fase clásica mientras que la alejandrina se desarrolla entre los siglos III y I a. C. De la época arcaica apenas quedan manifestaciones, aunque existiría una lírica primitiva donde se cantaban los momentos de tristeza y los de alegría, bien colectivamente o de manera más intimista. Homero es el literato más famoso de este momento, considerado el autor de dos de las obras más importantes de la Literatura Universal: la Iliada y la Odisea. Hesiodo es el máximo representante de la escuela doria, más pedagógica. Se considera el autor de Los trabajos y los días y La Teogonía, donde narra el origen del mundo. Esopo sería el continuador de esta escuela moralista, autor de unas 400 fábulas finalizadas con moraleja. La lírica toma cada vez más importancia a partir del siglo VII a. C. destacando figuras como el ateniense Solón, de cuya obra elegante y moralizadora nos han quedado algunas muestras. Arquíloco sería el representante de la poesía satírica mientras que la poetisa Safo es la máxima exponente de la escuela de Lesbos, caracterizada por la simplicidad. La poesía bucólica está representada por Teócrito de Siracusa, autor de los Idilios. Píndaro será el mejor poeta de la lírica dórica, a pesar de que no conservamos muchos ejemplos de su arte, siendo lo más importante los Epicinios. La fase clásica será la de mayor esplendor, desarrollándose los dos grandes géneros dramáticos: la tragedia y la comedia. La tragedia es la forma literaria que deriva del culto dionisiaco, constituida en un primer momento por el coro y un contestador, tratándose de un teatro político ya que el estado paga a los autores y controla las obras. La primera tragedia documentada se atribuye a un tal Tespis, poeta del siglo VI que reorganizó las representaciones en honor a Dionisos. Esquilo, Sofocles y Eurípides serán los mejores autores de tragedias, mostrándonos al ser humano en su momento más intenso, enfrentándose con su Destino. Esquilo es considerado el verdadero creador de la tragedia al introducir un segundo actor y reducir el coro, dotando a sus obras de un significativo contenido heroico y religioso. Sus obras más importantes son Los persas, especie de drama histórico, Los siete contra Tebas donde nos cuenta la guerra provocada por la rivalidad de dos hermanos, y La Orestiada. Sofocles aportará a la tragedia griega su forma clásica, más humanizada, al introducir un tercer actor y reforzar el coro, aunque disminuya su importancia, desarrollando el drama a través de la psicología individual como se pone de manifiesto en las 123 obras que compuso entre las que destacan Antígona, Edipo Rey, Electra o Filoctetes. Eurípides intentará poner de manifiesto la desilusión del héroe, a través de recursos psicológicos y naturalistas, mostrando pasiones y sentimientos, anticipándose al drama burgués al centrar la acción en la vida cotidiana como podemos apreciar en Medea, Hipólito o Las Troyanas. La comedia será elevada a género literario por un tal Epicarno de Siracusa. Su objetivo será hacer que el público tome conciencia de los problemas que le invaden a través del humor. La sátira política alcanzará su mayor desarrollo en esta época, siendo Cratino de Atenas uno de sus principales promotores. Aristófanes nos presenta los problemas de la ciudad y diferentes cuestiones de carácter social en sus obras más famosas: La asamblea de las mujeres, Las avispas o Las nubes. Meandro de Atenas se convertirá en el mejor representante de la comedia "nueva" caracterizada por su tono menos satírico e incluso apolítico como se manifiesta en El misántropo o La bella de los rizos cortados, obras donde se nos presentan cuadros de costumbres. En época clásica tenemos las primeras muestras historiográficas de importancia con Herodoto de Halicanarso, Tucídides y Jenofonte. Herodoto es considerado por Cicerón el "padre de la Historia". Su espíritu viajero le llevó a diversos países, dejando constancia escrita de lo que observó. Su obra principal lleva el título de Histories apodeixis y está dividida en nueve libros donde narra el enfrentamiento entre persas y griegos. Su profunda religiosidad le lleva a considerar que los dioses han determinado el proceso histórico. Tucídides es considerado el creador de la narración histórica objetiva al eliminar los elementos míticos o legendarios. Los acontecimientos históricos están determinados por factores geográficos, políticos y humanos modificables, no por la decisión de los dioses como se pone de manifiesto en su obra Historias de la guerra del Peloponeso. Jenofonte narra en su Anábasis, con un estilo fácil, las campañas de la lucha de Ciro el Joven con su hermano Artajerjes y la retirada de los mercenarios griegos al servicio de los persas. El periodo alejandrino trae consigo la aparición de dos importantes focos literarios, producto de la desmembración del Imperio de Alejandro: Pérgamo y Alejandría. En la lírica encontramos a Calímaco de Cirene, Teócrito de Siracusa y Apolonio de Rodas, autor de Los Argonaúticas, donde intenta resucitar la poesía épica aunque con escaso éxito. En el ámbito teatral, Herondas de Siracusa nos presenta asuntos de costumbres de manera irónica, poniendo de manifiesto la crisis que vivía el teatro convencional.
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La introducción del alfabeto en Roma se produce en tiempos de la monarquía gracias a los griegos de la Italia meridional. Desde ese momento podemos hablar de la existencia de una literatura primitiva, aunque no tengamos testimonios. Quizá los primeros restos escritos sean las anotaciones sagradas, los anales, los elogios o la literatura diplomática y legal de la que Roma cuenta con un amplio número de ejemplos -las XII Tablas o diferentes tratados-. Entre los primeros literatos encontramos a Apio Claudio, primer historiador romano que dio forma literaria a sus discursos. También es el autor de un tratado jurídico, de una serie de versos con cierto aire pedagógico y elaboró una reforma ortográfica que implicó el cambio de la letra "s" por la "r". En la época de las grandes conquistas se manifiesta en la literatura romana -y en el conjunto de la vida- la influencia griega, motivada por el estrecho contacto de Roma con las ciudades helénicas a través de relaciones militares, económicas o diplomáticas. Los saqueos de ciudades como Siracusa y Corinto llenaron las calles y las casas romanas de arte griego, al tiempo que un buen número de griegos llegaron a Roma como esclavos o diplomáticos. La elite cultural griega desembarcó en la península Itálica para formar a una amplia generación de hombres y mujeres romanos. Esta helenización se manifiesta con fuerza desde el siglo II a.C., cuando la mayoría de la aristocracia romana hablaba en griego. Esta influencia cultural motivará la diferenciación de los géneros literarios. El primer poeta romano es Livio Andrónico (284-204 a.C.), griego de Tarento que fue hecho esclavo hasta su liberación por su amo, quien le dio el nombre de su estirpe. Dedicado a la enseñanza, ante la falta de libros para enseñar el latín decidió traducir la "Odisea", convirtiéndose en el principal texto escolar hasta la época de Augusto. Con motivo de los ludi Romani del año 240 a.C. Andrónico escribió una tragedia y una comedia, introduciendo el teatro griego en Roma. Su fuente de inspiración serían Eurípides y Meandro, aunque los versos de Andrónico no dejen de ser bastante malos, según la crítica. En el año 207 a.C. el Estado le encargó un himno en honor de Juno que sigue la línea de las piezas teatrales. La importancia de Andrónico radica en que estableció las bases para el desarrollo de una literatura romana original. Entre sus principales representantes encontramos a Cneo Nevio (270-200 a.C.) adaptador de tragedias y comedias griegas y creador del drama histórico romano -praetexta- y de las primeras comedias, basadas aún en las griegas. Quinto Ennio manifiesta una importante influencia griega, como se aprecia en las reformas en la métrica que realizó, introduciendo el hexámetro griego. Ennio escribió adaptaciones de comedias griegas y sus tragedias están inspiradas directamente en Eurípides, siendo muy apreciadas por la sociedad culta. También se dedicó a la sátira a través de las fábulas, leyendas o parodias. Plauto (hacia 254-184 a.C.) será el creador de la comedia romana. Entre su dilatada producción -la leyenda le atribuye más de 130 obras- se han conservado 20 comedias completas, en las que adapta el modelo extranjero a las condiciones específicas de la vida romana, apareciendo personajes característicos como la brillante cortesana, el hábil ladrón o el locuaz cocinero. Su lenguaje es muy rico, introduciendo elementos populares -incluso insultos- al habla culta para otorgar así ciertas dosis de humorismo a sus obras, lo que le convierte en uno de los más importantes dramaturgos de la antigüedad. Terencio (195-159) nos ha dejado sólo seis obras, en las que adapta la comedia griega de una manera muy sutil, con un idioma elegante, personajes más estudiados y psicologías matizadas, alejándose de la chabacanería de Plauto. La gran prosa de la época de las conquistas está encabezada por Catón, autor de innumerables discursos de los que nos han llegado fragmentos de unos 80. Sus obras están caracterizadas por su agudeza, imaginación y expresividad, recurriendo a dichos populares para acercar el discurso al pueblo. También conservamos íntegramente "De agricultura", trabajo en el que Catón hace referencia a la economía agrícola, la vida doméstica, recetas medicinales o preparación de comidas. Aunque pueda resultar paradójico, la cultura romana alcanzará su máximo esplendor en la época de las guerras civiles y en el principado de Augusto. La encendida defensa de las ideas de cada uno de los grupos políticos llevará al desarrollo de la oratoria, donde los Gracos alcanzarán un elevado grado. Tras ellos encontramos a Lucio L. Craso (140-91), quien tuvo la oportunidad de recibir formación de los grandes oradores atenienses, brindando su oratoria a la causa senatorial. Hortensio (114-50) recogió su testigo hasta que fue superado por Cicerón, momento en el que la oratoria romana alcanza su apogeo. Los maestros romanos y atenienses formaron a este genio de la palabra, de amplio vocabulario en el que incluía metáforas, parangones o sinónimos, utilizando la ironía e incluso la violencia dialéctica como ningún otro. Si durante el siglo II a.C. encontramos las primeras muestras de poesía satírica; será en los últimos años de esa centuria cuando dé sus mejores frutos Cayo Lucilio (180-100), testigo de la decadencia de su ciudad, que fue recogida en una treintena de libros satíricos de los que nos quedan unos 80 fragmentos. En ellos se aprecia el empleo de un lenguaje fácil, popular, que permitió una mayor difusión de sus escritos. La lírica se va a desarrollar en Roma en el siglo I a.C. cuando un grupo de jóvenes pondrá empeño en reformar la lengua lírica latina, adaptándose a la métrica griega. El más importante de este grupo será Cátulo (87-54 a.C.) en cuya obra podemos encontrar obras cargadas de sentimiento con versos eruditos o poemas políticos. Sus versos amorosos están dedicados a Clodia, por la que sentía un atormentado y ardiente amor, narrando las diferentes etapas de su pasión. El teatro alcanzó su máximo esplendor en época de los Graco, momento heroico que bien recoge Lucio Acio (170-85 a.C.) en sus numerosas tragedias, en las que imitaba a los griegos Esquilo y Sófocles. El testigo de la tragedia fue recogido por la comedia llamada "atelana" o "mimo", donde se ofrecían más posibilidades para el autor y el actor, participando incluso mujeres en los papeles femeninos, algo del todo inusual. La vida cotidiana era el tema preferido de estas obras, aunque también encontramos asuntos mitológicos o de aventuras. El esquema no era muy tenido en cuenta, ya que se permitía y favorecía la improvisación e incluso la participación del público. La paz que trajo el gobierno de Augusto fomentará el desarrollo cultural, especialmente gracias a dos personajes que patrocinaron a los literatos y artistas: Cayo C. Mecenas y Mesala. El primero se considera el creador de una corte literaria en la que se reunían Virgilio, Propercio y Horacio, entre otros, intentando dirigir las obras de los maestros hacia la posición más favorable al emperador. El más importante poeta de esta época es, sin duda, Virgilio, el autor de las "Bucólicas" -canciones pastorales idílicas-, las "Geórgicas" -obra propagandística en la que se canta la economía agraria- y "La Eneida" -donde narra las aventuras del héroe mitológico Eneas, inspirándose en las obras de Homero, cargando la obra de elementos políticos pare enaltecer al pueblo romano y la estirpe del emperador-. Horacio (65-8 a.C.) nos ofrece una visión más calmada y equilibrada del mundo, invitándonos a disfrutar de la felicidad. Su poesía está llena de elegantes imágenes, diversos metros y variados temas. Conocemos 103 odas en las que alcanza la perfección lírica y nos transmite su pensamiento, que se recoge en la expresión "Carpe diem". Con las "Epístolas" inaugura un nuevo género poético, exponiendo las ideas estéticas griegas basándose en Aristóteles. El tercer gran maestro de esta generación es Ovidio (43 a.C.- 17 d.C.). Desde joven sintió atracción por la poesía, realizando un amplia producción que se divide en tres etapas: juventud -con obras eróticas en las que puede alcanzar la pornografía, como en los "Amores" o "El arte de amar"-, madurez -con las obras festivas como "Los fastos", en la que se dedica a recoger los orígenes de las principales fiestas del calendario romano, o su principal poema, "La metamorfosis" donde narra las transformaciones de dioses, hombres y objetos-; y decadencia -motivada por el exilio a la actual Constanza donde escribe "Los tristes" y las "Cartas del Ponto"-. En los siglos I y II de nuestra era la literatura romana presenta un curioso contraste entre evolución y anquilosamiento. Mientras algunos géneros avanzan vertiginosamente otros se anclan en el pasado, como la epopeya y la tragedia. Entre las grandes figuras de este periodo destaca Marco A. Lucano (39-65), de quien sólo nos ha llegado "La guerra civil", obra en la que narra el enfrentamiento entre César y Pompeyo, utilizando hexámetros y un estilo rebuscado, refinado, pero algo frío. El "Satiricón" será una de las mejores obras de este momento. Posiblemente fue escrito por Petronio y los escasos fragmentos que se conservan nos transmiten una imagen despiadada de la vida cotidiana de su tiempo, presentándonos a diversos personajes de manera naturalista, estereotipada, grotesca o fantástica. Su estilo expresivo recoge los distintos lenguajes de los protagonistas. Ese aire satírico también se manifiesta en buena parte de Marco V. Marcial (41-102) cuyos versos envenenados están dirigidos a tipos específicos de la población: ladrones, esposas infieles, taberneros, ancianos ricos y sin descendencia, etc. Esta sátira superficial, que no penetra en los sentimientos, será superada por Juvenal, convirtiéndole en un poeta cáustico que ridiculiza los vicios de su tiempo. Sin embargo no aporta ningún elemento alternativo, sólo se dedica a la crítica. Apuleyo, autor de "El asno de oro", también se encuentra en la nómina de los satíricos. Bajo el aspecto de una novela de aventuras, tomando como modelo una fábula griega, Apuleyo enseña los aspectos negativos de la vida y del ser humano, mostrándonos un completo cuadro de las provincias romanas durante el siglo II con los abusos de los administradores, la dureza de los esclavos o la ruina de los pequeños agricultores. Luciano de Samosata será el último poeta satírico, dirigiendo sus envenenados dardos a las religiones de la época, empezando por los dioses del Olimpo y acabando con los cristianos. También satiriza sobre las novelas de aventuras o la historiografía. El llamado "renacimiento griego", que se produce en el siglo II debido a la política helénica de los emperadores, inaugurada por Nerón, nos trae a grandes maestros entre los que destaca Plutarco, eminente historiador y genial literato. Conservamos una serie de obras morales donde manifiesta su filosofía ecléctica. El teatro serio de la época republicana acabó dando paso a lo que podemos denominar comedia. El drama grave deja de ser interpretado y pasa a ser leído por las clases más cultas. Séneca se convertirá en el mejor representante del drama literario. Nos ha dejado ocho obras ("Medea", "Agamennon" o "Phaedra") inspiradas en la tragedia griega, en las que nos presenta a sus personajes condenados a terribles sufrimientos y desesperados, sin encontrar ninguna esperanza. Su estilo sencillo cae en ocasiones en la monotonía.
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La lengua griega se integra en el grupo de las lenguas indoeuropeas. Su alfabeto es de origen semítico, concretamente fenicio, aunque desconozcamos la fecha exacta de su utilización. Cada una de las diferentes poleis que integraban la Hélade tenía su propia lengua, si bien podemos agruparlas en cuatro grandes grupos: el dialecto jónico-ático, el dórico, el eólico y el aqueo. El ático se convertirá en el dialecto más empleado por los grandes literatos y en época de Alejandro se puede considerar como el embrión de la lengua griega. Como es lógico pensar, no se ha conservado más que una pequeña parte de obras literarias, estableciendo los especialistas una división en diferentes periodos para conocer mejor la producción. Entre los siglos X-VI a. C. nos encontramos con la época arcaica; los siglos V y IV abarcan la fase clásica mientras que la alejandrina se desarrolla entre los siglos III y I a. C. De la época arcaica apenas quedan manifestaciones, aunque existiría una lírica primitiva donde se cantaban los momentos de tristeza y los de alegría, bien colectivamente o de manera más intimista. Homero es el literato más famoso de este momento, considerado el autor de dos de las obras más importantes de la Literatura Universal: la Iliada y la Odisea. Hesiodo es el máximo representante de la escuela doria, más pedagógica. Se considera el autor de Los trabajos y los días y La Teogonía, donde narra el origen del mundo. Esopo sería el continuador de esta escuela moralista, autor de unas 400 fábulas finalizadas con moraleja. La lírica toma cada vez más importancia a partir del siglo VII a.C., destacando figuras como el ateniense Solón, de cuya obra elegante y moralizadora nos han quedado algunas muestras. Arquíloco sería el representante de la poesía satírica, mientras que la poetisa Safo es el máximo exponente de la escuela de Lesbos, caracterizada por la simplicidad. La poesía bucólica está representada por Teócrito de Siracusa, autor de los Idilios. Píndaro será el mejor poeta de la lírica dórica, a pesar de que no conservamos muchos ejemplos de su arte, siendo lo más importante los Epicinios. La fase clásica será la de mayor esplendor, desarrollándose los dos grandes géneros dramáticos: la tragedia y la comedia. La tragedia es la forma literaria que deriva del culto dionisíaco, constituida en un primer momento por el coro y un contestador, tratándose de un teatro político, ya que el estado paga a los autores y controla las obras. La primera tragedia documentada se atribuye a un tal Tespis, poeta del siglo VI que reorganizó las representaciones en honor a Dionisos. Esquilo, Sófocles y Eurípides serán los mejores autores de tragedias, mostrándonos al ser humano en su momento más intenso, enfrentándose con su Destino. Esquilo es considerado el verdadero creador de la tragedia, al introducir un segundo actor y reducir el coro, dotando a sus obras de un significativo contenido heroico y religioso. Sus obras más importantes son Los persas, especie de drama histórico, Los siete contra Tebas, donde nos cuenta la guerra provocada por la rivalidad de dos hermanos, y La Orestiada. Sofocles aportará a la tragedia griega su forma clásica, más humanizada, al introducir un tercer actor y reforzar el coro, aunque disminuya su importancia, desarrollando el drama a través de la psicología individual, como se pone de manifiesto en las 123 obras que compuso, entre las que destacan Antígona, Edipo Rey, Electra o Filoctetes. Eurípides intentará poner de manifiesto la desilusión del héroe, a través de recursos psicológicos y naturalistas, mostrando pasiones y sentimientos, anticipándose al drama burgués al centrar la acción en la vida cotidiana como podemos apreciar en Medea, Hipólito o Las Troyanas. La comedia será elevada a género literario por un tal Epicarno de Siracusa. Su objetivo será hacer que el público tome conciencia de los problemas que le invaden a través del humor. La sátira política alcanzará su mayor desarrollo en esta época, siendo Cratino de Atenas uno de sus principales promotores. Aristófanes nos presenta los problemas de la ciudad y diferentes cuestiones de carácter social en sus obras más famosas: La asamblea de las mujeres, Las avispas o Las nubes. Meandro de Atenas se convertirá en el mejor representante de la comedia "nueva", caracterizada por su tono menos satírico e incluso apolítico, como se manifiesta en El misántropo o La bella de los rizos cortados, obras donde se nos presentan cuadros de costumbres. En época clásica tenemos las primeras muestras historiográficas de importancia con Herodoto de Halicanarso, Tucídides y Jenofonte. Herodoto es considerado por Cicerón el "padre de la Historia". Su espíritu viajero le llevó a diversos países, dejando constancia escrita de lo que observó. Su obra principal lleva el título de Histories apodeixis y está dividida en nueve libros, en los que narra el enfrentamiento entre persas y griegos. Su profunda religiosidad le lleva a considerar que los dioses han determinado el proceso histórico. Tucídides es considerado el creador de la narración histórica objetiva, al eliminar los elementos míticos o legendarios. Los acontecimientos históricos están determinados por factores geográficos, políticos y humanos modificables, no por la decisión de los dioses, como se pone de manifiesto en su obra Historias de la guerra del Peloponeso. Jenofonte narra en su Anábasis, con un estilo fácil, las campañas de la lucha de Ciro el Joven con su hermano Artajerjes y la retirada de los mercenarios griegos al servicio de los persas. El periodo alejandrino trae consigo la aparición de dos importantes focos literarios, producto de la desmembración del Imperio de Alejandro: Pérgamo y Alejandría. En la lírica encontramos a Calímaco de Cirene, Teócrito de Siracusa y Apolonio de Rodas, autor de Los Argonaúticas, donde intenta resucitar la poesía épica aunque con escaso éxito. En el ámbito teatral, Herondas de Siracusa nos presenta asuntos de costumbres de manera irónica, poniendo de manifiesto la crisis que vivía el teatro convencional.
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Cuando se produjeron las grandes invasiones de principios del siglo V en el Occidente romano hacía ya tiempo que el Cristianismo y la Iglesia habían dejado de ser ideología e institución hostiles al orden establecido del Imperio. Para aquel entonces Cristianismo e Iglesia habían ganado la batalla en un Imperio que se confesaba tanto cristiano como romano. El grupo hegemónico de la nobleza occidental que se escondía tras la dinastía de Valentiniano-Teodosio se había decidido radicalmente por el Cristianismo, en su versión nicena, como bandera ideológica de su legitimidad. Ciertamente, las invasiones bárbaras y los horrores del saqueo de la Urbe pudieron hacer renacer las esperanzas en algunos nostálgicos intelectuales paganos, tras el desastre de la batalla del Frígido de 394. Pero pronto éstas se desvanecerían con la recuperación de Honorio merced a los éxitos militares de Constancio, ayudado también por federados bárbaros. Para entonces la intelectualidad cristiana había encontrado ya los medios de comprender en la obra providencial de Dios el mismo hecho de las invasiones y asentamiento de los bárbaros. Por un lado éstos podían ser las consecuencias de un iudicium Dei por causa de los pecados de los romanos, y en especial de sus gobernantes. Además, los bárbaros habían sido desde remotos tiempos vistos con ojos benévolos, como el buen salvaje incontaminado por los crímenes de la civilización. Y así, a mediados del siglo V, Salviano de Marsella podría explicar las terribles invasiones de la Galia y de las Españas como un beneficio para muchos provinciales, que optaban por los bárbaros en pos de la libertad y de la virtud de una vida primigenia. Pero por otro lado las mismas penetraciones bárbaras estaban permitiendo la conversión al Cristianismo de anteriores pueblos gentiles. Siguiendo con la hipostación creada por Rufino de Aquileya, al traducir al latín la "Historia eclesiástica" de Eusebio de Cesarea, la conversión cristiana constituía ahora el auténtico test del carácter civilizado o no de un pueblo o una persona, de forma tal que la antigua ekoumene grecorromana se trasmutaba en otra cristiana, y los antiguos cives romani en otros christiani... Algunos años después Agustín de Hipona en su "Civitas Dei", zanjaría la antañona cuestión de la aeternitas Romae en el sentido de que dicha Roma no debería identificarse con el Imperio terrenal, sino con la Roma celestial que no era otra cosa que la Iglesia, o congregación de los fieles en el Cuerpo místico de Cristo. Si desde mediados del siglo V los intelectuales del Occidente tenían ya el bagaje conceptual y doctrinal para explicar en términos cristianos la compleja historia contemporánea, la misma desaparición del poder imperial y su sustitución por los nuevos Reinos romano-germánicos, hacía ya tiempo también que las aristocracias occidentales venían empleando conceptos y formas cristianas para explicar sus relaciones de poder y de dominación política. Por un lado la nueva religión de Estado se acomodó a la ideología secular dominante, abandonando para grupos marginales y heréticos (donatistas, etc.) ciertas tendencias favorables a una vuelta a una supuesta Iglesia apostólica, más o menos igualitarista, escasamente clerical y expectante de un cercano Reino cristiano destructor del Estado opresor romano. Pero, por otro lado, la paulatina desaparición del Imperio trajo consigo la imposibilidad para dichas aristocracias occidentales de obtener puestos de poder en provincias o en la Administración central, mediante su influencia en la Corte de Ravena. Además, las invasiones, la fragmentación política subsiguiente del Occidente, habían destruido los patrimonios transregionales y transprovinciales, y a la misma "Reichsadel" que sustentaban. En consecuencia, las apetencias de poder y protagonismo político de dichas aristocracias se contrajeron a horizontes regionales y locales, con una clara tendencia a residenciar en los viejos núcleos urbanos, pues ofrecían poderosas defensas y la posibilidad de continuar con un cierto tenor de vida civilizada. Durante los primeros tiempos de los nuevos Estados romano-germanos el acceso a los puestos de gobierno de los mismos no siempre fue fácil para esos mismos aristócratas. Por un lado el número de oportunidades era menor, al tener que compartir el poder con miembros de la nobleza bárbara. Y por otro a muchos aristócratas provinciales, orgullosos de la superioridad de su civitas romana, de su cultura literaria cristiana, les repugnaba esa misma participación, tal y como en la segunda mitad del siglo V señalaría el culto senador galo Sidonio Apolinar. En tal situación la entrada masiva de tales aristocracias en la jerarquía eclesiástica -episcopal o monástica- parecía la única salida digna y auténtica salvaguardadora de su propia identidad cultural y de su predominio socioeconómico en el seno de sus comunidades. Además, el patrimonio eclesiástico no había dejado de crecer, con frecuencia como consecuencia de las donaciones de esa misma aristocracia laica. Además se encontraba exento de los peligros de fragmentación en virtud de las leyes de la herencia, y de los de confiscación por motivos de la lábil política contemporánea. Nada extraña que en los siglos V y VI en Occidente se constituyesen auténticas dinastías episcopales y la patrimonialización familiar de algunas sedes episcopales. Tan sólo la vieja gran aristocracia senatorial con asiento en la ciudad de Roma se mantuvo durante bastante tiempo fuera de esta tentación, consciente de su orgullo de estirpe; aunque sin duda dominaría episcopados y hasta el Papado a través de clientes y protegidos suyos. Sin duda que para aquellos tiempos la Iglesia occidental tenía una ideología por completo adaptada al tradicional lenguaje del poder en el ámbito local. Para ello fue fundamental que la jerarquía eclesiástica lograse ver reconocido su total monopolio sobre el control de la Ciencia revelada, acabando con el elemento perturbador que en el siglo IV había supuesto la presencia de otras personas a las que la comunidad también prestaba tal capacidad de control: desde magos y médicos a doctores laicos de las Escrituras. Especialmente peligrosos estos últimos por pertenecer también a la misma nobleza senatorial o local. La solución del conflicto priscilianista, y su condena como herejía, a fines del siglo IV había venido a solucionar tales incoherencias y a eliminar dichos puntos de fricción. Mientras que por otro lado la figura y la obra de Martín de Tours en las Galias de finales del siglo IV habían venido también a eliminar incoherencias entre los diversos poderes eclesiásticos, -obispos y monjes, laicos y clérigos- a crear una nueva relación campo-ciudad y fundamentar sobre bases cristianas las tradicionales dependencias y jerarquías sociales. Esta solución se asentó en la afirmación de la superioridad indiscutible de la primacía episcopal, como intermediario fundamental entre la comunidad terrenal y la celestial, compuesta por los santos. Carácter intermediador que se explicitaba en tres fenómenos: a) su capacidad exorcista, obligando a los demonios a rebelarse, lo que hacía de los obispos similares a Dios; b) la custodia de las reliquias de los santos, y c) la dirección de la ceremonia colectiva de la misa y demás rituales litúrgicos mediante los cuales se producía una sincronía entre el tiempo terrestre y el celestial. Desde los tiempos de Martín de Tours el control de las reliquias, la construcción de basílicas y oratorios sobre las tumbas de los mártires y santos locales, considerados patronos de la comunidad, se habían constituido en palancas de poder y prestigio personal del obispo introductor del culto, y un medio para perpetuar la función episcopal en el seno de una misma familia o linaje aristocrático. Los santos y el culto de las reliquias con sus basílicas y altares eran los puentes entre el cielo y la tierra, cuyos tiempos se sincronizaban con la liturgia. Por eso el interés de las diversas iglesias por unificar sus usos litúrgicos, y muy en especial la fijación de la axial fecha de la Pascua. La misa, además de un reflejo de la jornada celestial, era el momento propicio para entrar en comunión con los patronos celestiales de cada comunidad. La misa, controlada por el obispo en su catedral y por el presbítero en las restantes basílicas, jugaba un papel primordial en pro de la cohesión entre los miembros de la comunidad cristiana. Pues el único colectivo social que se diferenciaba en las ceremonias litúrgicas y en el supremo momento de la comunión era el estamento clerical, que realzaba así su supremacía social. Por ello se explica el interés de algunos de los nuevos soberanos germánicos en mantener su fe arriana. Más que una cuestión dogmática era una cuestión de control político y social, de legitimar una supremacía contestada por muchos, en especial por la arrogante aristocracia provincial. Pues en las Iglesias arrianas germanas los obispos eran nombrados directamente por el rey, y éste recibía antes que nadie, y en una ceremonia diversa, la comunión. La defensa de la ortodoxia del Arrianismo era también una defensa de la rectitud de sus gobernantes, de la misma justicia providencial de su nuevo poder político sobre la antigua del Imperio romano. Pero en esta época el Cristianismo había venido a reinterpretar las nuevas relaciones campo-ciudad. La cristianización de los campos y campesinos de Occidente siguió las pautas creadas por Martín de Tours en el siglo IV para las tierras centrales de las Galias. Así pues se trató de un Cristianismo que había sabido desviar en su favor las tradiciones y referencias espaciales y temporales de la antiquísima religiosidad campesina: solapamiento de festividades cristianas con otras paganas fundamentales del ciclo agrícola, y advocación de anteriores lugares de culto a los santos y mártires. Lo que en bastantes casos no va más allá de una superficial apariencia cristiana de anteriores prácticas mágicas y fetichistas. Sólo en la medida en que dichas prácticas se pretendiesen seguir realizando al margen de los representantes de la jerarquía eclesiástica, y con una apariencia en exceso pagana -aspecto lascivo de ciertas fiestas que eran continuación de ritos de fecundidad, o continuidad de espacios y objetos religiosos sin la presencia de un recinto cristiano- ésta tenía que denunciarlo y pedir al brazo secular su erradicación. Y éste seria el sentido de más de un escrito de la época sobre la cristianización campesina, como el famoso "De correctione rusticorum" de Martín de Dumio en la Galicia de la segunda mitad del siglo VI. Dichas prácticas paganas además de como superstición eran visionadas como manifestaciones del poder del Diablo. Al arrogarse el clero el monopolio del exorcismo la misma presencia de tales prácticas se convertía en un elemento mas del lenguaje cristiano del poder y la dominación, estando la misma Iglesia, más o menos inconscientemente, interesada en su mantenimiento. El hecho de que algunos señores laicos -como denunciará el XII Concilio de Toledo del 681- estuvieran interesados en defender esas prácticas de sus campesinos, habla también de un conflicto entre nobleza laica y jerarquía eclesiástica por controlar ese lenguaje de dominación que era la religión. En un plano más material dicho conflicto también se daría entre basílicas urbanas, controladas totalmente por el obispo, y las rurales y monasterios de fundación privada, cuyos fundadores pretendieron seguir ejerciendo un derecho de control sobre las rentas derivados de su patrimonio, o del diezmo eclesiástico, y de su gobierno. También en este caso la obra de Martín de Tours había señalado una vía de solución, propugnando la figura del monje obispo. Cosa que por motivos diversos también sería una situación normal en la Iglesia irlandesa y en el movimiento monástico que se dio en el noroeste hispano en la segunda mitad del siglo VII por obra de Fructuoso de Braga.
acepcion
Muy extendido en Africa, Asia sudoriental, mares del sur y Sudamérica. Se trata de una forma de transmisión de noticias mediante el golpeo de tambores diferenciados según la altura de tono y ritmo.
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Los principios de igualdad y liberalidad que la Revolución pretendió introducir, los aires nuevos que se quería que barrieran con las rigideces y convencionalismos del pasado, tuvieron su reflejo también en el ámbito del lenguaje.Si el nuevo Estado pretende invadir la escena privada e íntima de los individuos para poder contrarrestar así las fuerzas contrarrevolucionarias, ancladas en la tradición, por el contrario del ámbito interior también salieron formas y modos que invadieron lo público. Dotado de un valor que trasciende lo meramente simbólico, el uso del "tu" se hizo extendido, reflejando así la igualdad que se quería presidiera las relaciones entre los individuos. Incluso, siguiendo una vez más el trabajo de Hunt sobre la vida privada durante la Revolución francesa, publicado en el volumen dirigido por Ariès y Duby la "Historia de la vida privada", se llegaron a producir iniciativas políticas para legislar sobre la cuestión, reflejando una vez más el interés del Estado republicano por regular y organizar hasta los aspectos más particulares de la vida cotidiana.Frente a la exquisitez y exceso de corrección formal que presidían el lenguaje de la aristocracia en el Antiguo Régimen, ahora tenidos por reaccionarios, se generaliza también el uso de un lenguaje popular, plagado de vulgarismos, palabras soeces y hasta insultos. Estos modos tuvieron especial éxito en ciertos medios periodísticos, panfletos y discursos políticos. La campaña propagandística desatada contra María Antonieta, esposa de Luis XVI, incluyó epítetos descarnados, vulgaridades, todo tipo de insultos y alusiones sexuales de toda índole, queriendo personalizar en ella todo lo contrario de lo que debería ser un modelo de mujer revolucionaria.La tradición centralizadora de Francia tuvo también su particular efecto durante la Revolución. El nuevo Estado republicano consideró contrarrevolucionario el uso de dialectos locales, por lo que promovió e impuso el uso exclusivo del francés como lengua nacional.
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Desde su emergencia a la Historia, África se nos presenta poblada por gentes cuyas lenguas y hablas suelen integrarse en tres grandes grupos. Por un lado, las llamadas lenguas carrito-semíticas; por otro, las lenguas negroafricanas y, finalmente, un tercero, hoy muy reducido, el de las llamadas lenguas khoisanidas. A estos tres grupos podríamos sumar el de los malgaches, de Madagascar, de clara influencia indonésica. El primer grupo integra a su vez tres familias que son denominadas respectivamente semítica, beréber y kuchita. La primera afecta principalmente a todo el África septentrional, desde Marruecos hasta Egipto, pero también Etiopía y Eritrea, ámbitos éstos en los que conviven con lenguas del grupo kuchita. Por su parte, el grupo beréber se manifiesta sobre todo en la llamada África Menor y en el Sahara, e incluye entre sus más arcaicas manifestaciones el tifinagh y el guanche, es decir, el de los aborígenes de las islas Canarias. El grupo kuchita, también denominado camítico, abarca un área geográfica que va desde el Nilo Medio al mar Rojo y parte del país etíope y Somalia, así como otros enclaves repartidos en diversas zonas sudanesas del Oeste (sur del Sahara). Por lo que se refiere a las lenguas negro-africanas, se diferencian varios grupos. Ante todo, el habla un tanto imprecisamente llamada sudanesa. Su área coincide a grandes rasgos con la geográfica del África tradicionalmente conocida como occidental, precisándose sus límites de la siguiente forma: su frontera sur, corriendo a lo largo de la costa, a partir del río Senegal, en el golfo de Biafra, y que a su vez constituye el límite de los que en Camarones fueron al Camerún inglés y el Camerún francés. Esta línea se prolonga al interior en dirección este y luego sudeste, hasta llegar al río Ubanghi. Continúa paralela a este río, aunque algo más al sur de su curso llegando al Alto Nilo, asciende hacia el norte con éste y se separan luego hacia el oeste, tras subir también hacia el norte en el Sudán central (Uadai, Dafur, etc.); discurre después por el Chad y, tocando el recodo del Níger, continúa en dirección occidental hasta la costa senegalesa. Los africanistas no han conseguido probar la existencia de un tronco común y, por otro lado, dentro del conglomerado sudanés han advertido diversos grupos: así el nigrítico mande, el semibantú y el sudanés del interior. Para diversos autores, las poblaciones asentadas en la mitad sur del Sudán oriental pertenecen a otro grupo lingüístico distinto del sudanés, el nilótico, que se caracteriza por agrupar una serie de lenguas que parecen participar de características camíticas por un fenómeno de vecindad. Por otro lado, se presentan grupos nilóticos mezclados entre las poblaciones semíticas y camíticas del África del noreste (Abisinia occidental), Uganda e, incluso, Kenya, donde se han detectado islotes de estas tribus. La línea señalada como límite meridional de las lenguas sudanesas nilóticas y, en general, de las carrito-semíticas, nos sirve de frontera norte de las lenguas bantúes, que vienen a constituir un tronco de clara unidad. Hoy los etnolingüistas han llegado a reconstruir con técnicas de laboratorio la lengua madre -primer bantú- que dio origen a todas ellas hasta llegar a ocupar toda la mitad sur de África, con excepción de los islotes constituidos por las lenguas khoisánidas. Aun cuando se ha hecho tópico hablar de un grupo camito-semita, es obvio que en el África negra sólo se manifiestan lenguas semíticas en la región abisinia o etíope y ello desde tiempos antiguos son utilizados incluso en literatura escrita, pese a la influencia camita. A su vez, el árabe se ha propagado a las ciudades de la costa oriental y a diversas zonas islámicas del centro y oeste sudanés. Están también otros grupos, mejor o peor clasificados, como las lenguas de los negritos. Hay que señalar que los pigmeos no están suficientemente estudiados desde una perspectiva lingüística. En los últimos lustros se han perdido así muchos dialectos, más al adoptar los pigmeos la lengua bantú de su entorno, aunque haya grupos que conserven su lengua vernácula. Por lo que se refiere a las lenguas khoisánidas, cabe señalar que tanto el habla hotentote como la bosquimana son aglutinantes. No obstante, se dan muy claros caracteres diferenciales, independientemente de sus respectivas formas sintácticas y la existencia de los llamados "clicks" entre los bosquimanos. Con respecto al hotentote, algunos estudiosos lo consideran derivado del camítico y otros emparentado al koi-san o khoisánida, con el que pudo constituir un tronco común. Actualmente en el África negra conviven con las lenguas vernáculas el inglés y francés, lo que lleva a la creación de aberrantes neologismos que incluso se producen con la introducción de la informática en la educación de las nacionalidades políticas surgidas con la descolonización.
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Los africanos hablan más de 1.600 lenguas y pertenecen a otros tantos grupos étnicos. La principal familia de lenguas es la afroasiática, que se distribuye por los países del norte y el Africa oriental. Junto con ésta, la familia más extendida es la Nigero-congoleña, que ocupa prácticamente el resto del continente. Las lenguas de la familia Nilo-sahariana se extienden por algunas regiones del interior. Mucha menor distribución tiene, finalmente, las lenguas de las familias Khoisan, Indoeuropea y Austronesia. Todavía más complejo es el mapa de las religiones. Los comerciantes árabes implantaron el islam en el norte, excepto en Etiopía, sede de una antigua rama del cristianismo. En el sur, el animismo -expresado en multitud de religiones indígenas-, convive en muchos países con la fe cristiana, que fue introducida por los misioneros europeos.