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Pero quizá sean las representaciones de Cristo y de la Virgen las que mejor reflejen el arte indiscutible de este artífice, bautizado desde antiguo con el apelativo de "dios de la madera". Uno de los temas de mayor raigambre en el arte andaluz es sin duda el del Crucificado, y de él nos dejó Montañés magníficos ejemplos. Entre 1602 y 1603 se fecha la imagen del Cristo del Auxilio de la iglesia de la Merced de Lima, considerada como el precedente inmediato de su pieza más señera, el Cristo de la Clemencia. Esta obra le fue encargada por el arcediano Mateo Vázquez de Leca en 1603 con destino a su oratorio particular, que luego donaría a la Cartuja de las Cuevas, pasando finalmente a la Catedral, donde se le venera en la Sacristía de los Cálices, nombre por el que también se designa a esta talla. Tanto el cliente como el artista dejaron constancia documental de que la imagen debía ajustarse no sólo a las reglas del arte, sino que también habría de responder a un determinado mensaje religioso, de ahí que se muestre vivo, con la cabeza inclinada hacia la derecha, de modo que casi pudiera establecerse un diálogo entre Cristo y el fiel que se acercase a contemplarlo. Iconográficamente se ajusta a la preceptiva derivada de las revelaciones místicas de Santa Brígida, que luego recogerá Francisco Pacheco en su famoso tratado; por eso nos lo presenta sujeto a la cruz con cuatro clavos, con dramatismo contenido y bellísimo estudio anatómico que avalan con rotundidad su extraordinario dominio de las gubias y el perfecto equilibrio entre naturalismo y belleza idealizada que define su obra. A partir de este modelo surgirán otros, como el que se venera actualmente en la Catedral de Lima, que se fecha en 1607, y el llamado Cristo de los Desamparados del convento sevillano del Angel (1617), que presenta una reelaboración del tema, por cuanto aparece sujeto con tres clavos, lo que acentúa la composición triangular y la delgadez, al tiempo que se intensifica el análisis anatómico. Con carácter procesional realiza Martínez Montañés la talla del Nazareno de la Cofradía de Pasión, radicada en la iglesia del Salvador de Sevilla, definida por Bernales Ballesteros como la más serena representación de Nazareno en el arte hispánico; su ejecución se fija entre 1610-1615 y según testimonios del erudito Antonio Palomino, el propio artista solía seguir por las calles el recorrido procesional de la imagen, asombrado por el verismo logrado en ella. Aunque vestida con túnica de rico tejido, es pieza de talla completa, que muestra a Cristo inclinado por el peso de la cruz, movimiento que se compensa con el adelantamiento y la flexión de la pierna izquierda. La fuerza expresiva se concentra en cabeza y manos, ofreciendo a quien lo contemple un rostro de triste y serena belleza, imbuida de clasicismo. Frente a las versiones iconográficas del Cristo adulto crea también Montañés otra de Jesús Niño, de extraordinario éxito entre la clientela, que motivará el vaciado en plomo del modelo, con la consiguiente repetición del mismo, marcando el camino a seguir en la realización de esta iconografía por artistas posteriores; no obstante conviene indicar que no es creación original del maestro, papel que corresponde a Jerónimo Hernández, que había plasmado una bella versión del Niño desnudo a fines de la centuria anterior. El Niño Jesús de la Sacramental del Sagrario, realizado entre 1606-7, se muestra erguido sobre un cojín, ofreciéndonos su bello desnudo infantil de perfecta anatomía, generalmente velado por vestiduras de ricas telas, animado por elegante contraposto, con rostro delicado de serena mirada que se enmarca por una cabellera de rizos profundos que conforman sobre la frente un peculiar copete, común a otras figuras del maestro. Las imágenes mariológicas de Martínez Montañés son también creaciones destacadas. Aunque fueron concebidas para formar parte de retablos, creemos más ilustrativo el analizarlas conjuntamente según su iconografía. En una ciudad como Sevilla, inmersa en la polémica suscitada por la doctrina acerca de la Concepción Inmaculada de María, era de todo punto lógico que el artista recibiera encargos al respecto y, como era de esperar en persona de tan profunda formación y arraigadas creencias, que a través de éstos diera forma plástica a la creencia popular, ratificada en 1661 por el Breve pontificio de Alejandro VII. También aquí Martínez Montañés se ajusta a las opiniones que luego dejará Pacheco por escrito, cuyo punto de partida se halla en la visión narrada por Juan en el Apocalipsis; de ahí que se nos presente a María como joven de aspecto grave y concentrado, envuelta en ropajes de amplios pliegues que dotan a la figura de prestancia y empaque; va alzada sobre peana de nubes y querubines, con la luna en cuarto, y su cabeza se adorna con corona de doce estrellas. La Inmaculada de la parroquia de El Pedroso, localidad de la sierra norte de Sevilla, es la primera versión del tema, fechable en 1606. Partiendo de la descripción apocalíptica y de la versión que del tema hiciera el escultor Jerónimo Hernández para la parroquial sevillana de San Andrés, Martínez Montañés la concibe ataviada con túnica que le cubre los pies, arropada con el manto que se recoge bajo los brazos en artificiosa disposición; la cabellera pende sobre la espalda dejando solamente un mechón delantero para acentuar la leve inclinación de la cabeza. Años después volverá a plasmar esta iconografía con ligeras variantes formales, especialmente en la disposición de las manos y del manto, en las ya citadas imágenes del convento de Santa Clara, de hacia 1625, y de la catedral hispalense (1628), esta última la mejor de las tres, la imagen catedralicia es grave, solemne, delicadísima de facciones, de actitud recatada, patente en la mirada y en la elegante disposición de las manos, que apenas se rozan en la punta de los dedos; un suave contraposto anima la figura que se envuelve en amplio manto de caídas verticales cruzado diagonalmente, que tuvo bella labor policroma realizada por el pintor Francisco Pacheco, retocada luego en el siglo XVIII. Por lo que se refiere a la Virgen Madre, además de las que aparecen en los relieves con temática de la Infancia de Cristo, realizó también el maestro algunas tallas exentas; en uno y otro caso la concibe llena de empaque expresado a través de la amplia volumetría que se acentúa por los pliegues del ropaje; cuando es de bulto redondo la muestra erguida, portando al Niño sobre el brazo izquierdo, generalmente con la cabeza descubierta; por su parte, el Niño es fornido, de aspecto rollizo, con cabellos cortos y rizados, vestido con túnica corta que deja libres las piernas, el cuello y la parte de los hombros. Son exponentes de lo que comentamos la Virgen con el Niño del monasterio de San Isidoro del Campo (1609-10), la Virgen de la Cinta de la catedral de Huelva, considerada de hacia 1606-09, y la ya mencionada del ático del retablo del Evangelista del convento sevillano de San Leandro. Hay que reseñar por último que el maestro realizó al menos tres obras de carácter profano: las esculturas que aparecen flanqueando el retablo mayor del monasterio de Santiponce, que representan a don Alonso Pérez de Guzmán y a su esposa, doña María Coronel, y el busto en barro del rey Felipe IV que habría de servir, de modelo al italiano Pietro Tacca para realizar la estatua ecuestre del monarca que hoy se alza junto al Palacio Real de Madrid.
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Para judíos, como para musulmanes, la figura humana no debe ser representada. En la Biblia ya se señala: "No hará para ti imagen de escultura ni figura alguna". Así, la prohibición ha sido seguida mayoritariamente, especialmente en lo que respecta a la escultura. En cuanto a la pintura, la tendencia es a restringir en todo lo posible la representación de figuras humanas, sobre todo en un contexto religioso. Y esta norma atiende con mayor rigor a las representaciones de Dios y a la veneración de imágenes. La presencia de Dios en una escena bíblica puede indicarse en ocasiones como una mano que desciende del cielo, un motivo que ya aparece desde hace mucho tiempo. A pesar de esta prescripción existen ejemplos de representación humana. La sinagoga de Dura, una de las más antiguas que han sobrevivido, presenta pinturas murales con motivos humanos. Sin embargo, en algún momento esta práctica debió desaparecer, siendo muy raro que se dé en sinagogas medievales y modernas. Raras son también las ilustraciones de la Biblia y libros de oración, aunque existen excepciones como el Haggadah de Pascua y son muchos los manuscritos medievales y renacentistas iluminados. No obstante, incluso en los casos en los que se toleró la figuración en un contexto religioso, se tiende a eliminar tanto figuras como rostros humanos.
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La llegada de la República en febrero de 1873 no representó un viraje sustancial en el transcurrir del Sexenio democrático, ni un punto de inflexión que cambiara el orden y las piezas del rompecabezas histórico español. Fue la salida lógica de un proceso democrático, de frágiles bases de sustentación, que se encontraba en un callejón sin salida. Había más de continuismo que de ruptura, más de reformismo que de radicalización revolucionaria, más de solución de urgencia, por exclusión de otras, que de proyecto alternativo global. Ni aún hubo una sola República; de hecho durante meses existió una secuencia de varias repúblicas, en sus contenidos y en sus estrategias, de características distintas y, a veces, opuestas entre sí. Los dirigentes republicanos aportaban refresco intelectual, humanismo, una fervorosa defensa de los principios democráticos, y una creencia, no sin fundamentos utópicos, en el hombre como ser social, blanco de la educación y protagonista de una sociedad civil capaz de decidir sobre su propio destino. La República surgió como la única fórmula que aún no se había ensayado para llevar hasta sus últimas consecuencias los postulados de septiembre de 1868. Los republicanos tenían ahora la oportunidad no ya de democratizar, sino de republicanizar la sociedad española en todos sus ámbitos. Pero en la praxis política los republicanos tuvieron que hacer frente a su propia heterogeneidad. La República podía ser concebida, y de hecho lo era, desde distintos puntos de vista, lo cual generaba distintas repúblicas, formas de gobierno diferentes cuyo único punto en común, a veces, era la denominación que recibía. Cada una de estas concepciones fue recogida y practicada por un sector del republicanismo español, dando lugar a cinco tipos de república que se sucedieron hasta enero de 1874, muchas veces yuxtapuestas: la indefinida, la federal, la social, la cantonal y la república del orden. Así, la República nació como indefinida en febrero de 1873, fruto de un pacto con los radicales, que habían antepuesto la preservación de los principios democráticos a la forma de Estado. Fue un continuismo de la situación anterior, a la espera de una definición más precisa del régimen. Las disputas entre los dos aliados accidentales, que sin embargo estaban más próximos de lo que creían en el terreno ideológico, hicieron crisis, desde el mismo mes de febrero y hasta abril, para inclinarse la balanza hacia el terreno de los republicanos. A principios de junio una nueva República, esta vez definida como federal, cumplía las expectativas de parte de sus dirigentes: la federación desde arriba con basamento legal. Su orientación era de signo reformista. Era la presidencia de Pi y Margall. Sin embargo, en el mes de julio, se pusieron en marcha otras dos repúblicas, o formas de entender la República, a menudo mezcladas entre sí. Frente a la República oficial, los intransigentes ensayaron, a través de la vía insurreccional contra el propio Gobierno republicano, el establecimiento de la "federación desde abajo". Era la República cantonal. Pero también emergía de nuevo la cuestión social, que no aparecía colmada por el reformismo republicano; la conflictividad social en las ciudades y en el campo se derivaba de una percepción distinta: la República como emblema del igualitarismo social, la República social. Ambas visiones, alternativas a la trayectoria de la República federal oficial, y a menudo confundidas, corrieron paralelas a ella en el verano de 1873, provocando una reorientación del régimen. Nacía así la quinta versión, la República del orden, adivinada por la presidencia de Salmerón desde julio de 1873, pero inequívocamente conservadora, quizás en los límites de la dictadura presidencialista con la presidencia de Castelar hasta enero de 1874. De esta manera, el golpe de Pavía de enero de 1874 no trajo consigo ninguna ruptura con respecto a la orientación castelarina, más bien intentó evitar una nueva desviación radicalizada, implícita en el debate parlamentario cerrado violentamente la noche del golpe militar.
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Con las guerras de mediados de siglo es perceptible en Alemania un abandono de la galomanía en favor de las manifestaciones alemanas. Desde 1770 podemos afirmar que el Aufklürung comienza a ser sustituido por el Sturm und Drang. Pero hasta esas fechas la situación era muy diferente.A pesar de sus fracasos políticos, la Francia del siglo XVIII se convierte en el centro internacional de la moda y el gusto. En parte por los vínculos familiares de los Borbones (Madrid, Nápoles, Parma) y en parte por el fenómeno generalizado en toda Europa de amor a lo francés. Federico de Prusia adora la pintura de Watteau y es amigo de Voltaire. Catalina la Grande de Rusia se cartea con Diderot.Hemos de aceptar, pues, como premisa, que todo soberano y todo príncipe, eclesiástico o no, pretende tomar como modelo la corte de París. Ahora bien, la cuestión se presenta más complicada cuando pasamos a estudiar las realizaciones prácticas de aquellos deseos. Se copia el arte francés, pero no sólo el contemporáneo. Cuando en su lugar de origen la monumentalidad de Versalles ha pasado de moda, en el extranjero se intenta imitar en los grandes palacios, al tiempo que se multiplican los pequeños pabellones, éstos sí de moda entre la sociedad francesa. Los nombres con que se les bautiza no necesitan hablar de su procedencia: Bagatelle, Sanssouci, Favorite, Ermitage, Monrepos y tantos otros, recuerdos de las maisons de plaisance y folies de los alrededores de París.Otra fuente y no menos esencial de arquitectura palaciega es el barroco imperial austríaco, no olvidemos la dependencia de todos estos pequeños príncipes de la corte vienesa. Austria también había dirigido sus miradas al arte francés, pero transformándolo gracias a la profunda influencia de lo italiano.En consecuencia, aparece durante el siglo XVIII en Alemania un buen número de residencias principescas en las que se aplican fórmulas muy variadas, mezclando el arte francés de distintas épocas, el arte italiano, directa o indirectamente a través de Austria, y las tradiciones locales junto con el gusto personal del cliente.La renovación del Edicto de Nantes provocó la salida de artistas protestantes que se refugiaron en Alemania. Así vemos a un alumno de François Blondel, Jean de François Bodt, trabajando en el Arsenal de Berlín, a Philippe de La Chaise, iniciador del palacio de Potsdam, o a Paul du Ry, que en el primer decenio del XVIII construye en Kassel una Orangerie, que recuerda el Trianon de Versalles. Pero la expansión del arte francés se debe sobre todo a los grandes arquitectos como Robert de Cotte o Boffrand que envían desde París planos y a sus ayudantes, quienes marchaban encantados pues les permitía jugar en la pequeña corte alemana el papel que sus maestros tenían en Francia. Además, a lo largo del siglo fueron muy numerosos los príncipes, nobles y prelados que visitaron la capital francesa, alargando algunos incluso su estancia durante varios años.Ya desde fines del siglo XVII se realizan operaciones urbanísticas tendentes a alejar la Corte de la capital, repitiendo el prototipo de París y Versalles, por ejemplo, Berlín y Charlottenburg, Munich y Nymphenburg, Stuttgart y Ludwigsburg, Manheim y Schwetzingen. Pero otras veces se limitan a la reestructuración del viejo palacio o a la creación de otro nuevo dentro del núcleo urbano.El elector palatino decide en 1720 abandonar Heidelberg para instalarse en Manheim. Se reorganiza la ciudad en damero, dividida en 136 manzanas señaladas por letras y cifras y encarga un nuevo palacio, en el que trabajan La Fosse y Froimont, de estilo francés pero que en su interior Alessandro Galli Bibiena aporta la influencia italiana.El duque Eberhard Ludwig funda en 1709 Ludwigsburg, cerca de Stuttgart, y construye un enorme palacio a imitación de Versalles. A mediados de siglo encarga en esta misma ciudad al alumno de François Blondel, el italiano Leopoldo Retti, el Neue Schloss, pero al final acude al francés La Guêpière para que lo termine. También es éste autor de otras residencias para el duque como Monrepos y La Solitude.Gran interés tiene la fundación en 1715 de la ciudad de Karlsruhe por el margrave Karl Wilhelm de Baden Durlach. Tal vez él mismo diseñó la planta, aunque su realización fue obra del ingeniero militar Jakob Friedrich von Betzendorff. De la torre del palacio situada en el centro irradian 32 calles. La planta dibuja un círculo del que una cuarta parte se dedica a la ciudad, mientras que las tres cuartas partes restantes se dejan a la naturaleza. Un eje longitudinal enlaza la iglesia con el ingreso principal del palacio, mientras que el transversal viene señalado por dos grandes fuentes. Como afirma Norberg-Schulz, frente a la ciudad ideal renacentista como organismo homogéneo, distribuido uniformemente con respecto a un centro, Karlsruhe podría servir de ejemplo de la ciudad ideal barroca con un punto focal en donde se encuentran ciudad y campo, en un mundo abierto.
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Se aborda en este capítulo la resistencia en Europa. Dos trabajos componen este panorama: un recorrido -forzosamente sucinto- por todos los países y un caso especial, Yugoslavia, que probablemente ostenta con todo derecho el título de haber expulsado a los alemanes con las propias y únicas fuerzas guerrilleras. Otro maquis fundamental es el francés -con gran participación de republicanos españoles-, pero se trató aparte junto con el Régimen de Vichy. El tema de la resistencia revistió importancia fundamental en la guerra. Alemania empleó auténticos ejércitos para combatir a las guerrillas en Yugoslavia y la URSS y luego en Francia y en Italia. Los maquis destruyeron millares de toneladas de armas, municiones, pertrechos etc., entorpecieron las comunicaciones, volando -en un cálculo moderado- más de 30.000 trenes y mataron a millares de soldados del Eje . ...Y si importancia tuvo en la guerra, fue fundamental en la posguerra para determinar el tipo de gobierno que tuvieron los países liberados de la presencia germano-italiana.
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El 27 de noviembre, Frank Knox, secretario norteamericano de Estado para la Marina, cursaba el siguiente texto a sus subordinados: "Este telegrama debe considerarse como un aviso de guerra. Las negociaciones con el Japón para estabilizar la situación en el Pacifico han cesado; hay que prepararse a una agresión japonesa en los próximos dias". Ese crucial 27 de noviembre Washington envía mensajes a Hawai, advirtiendo más concretamente sobre la posibilidad de un ataque japonés contra diversos puntos, pero nada se dice sobre las islas, a las que se advierte, sin embargo, de la posibilidad de sabotaje. Sus jefes -contraalmirantes Kimmel y mayor-general Short- tampoco hicieron nada de especial ante la recepción de diversos mensajes captados a los japoneses antes del fatídico día 7, al no mencionarse Pearl Harbor... Tal era la confianza respecto a la base de las Hawai en Washington. Al serles comunicado el golpe japonés del 7 de diciembre, creyeron que se trataba de un error de transmisión y que realmente se quería decir las Filipinas o Singapur. Las hipótesis británicas estaban tan alejadas de la realidad como las norteamericanas: en Londres suponían que, de llegar el ataque, la primera embestida japonesa sería contra la península en Kra, que une Thailandia y Birmania, a 6.500 millas de Pearl Harbor (16). Se ha dicho que ningún fenómeno internacional ha sido tan cuidadosamente examinado respecto al impacto del comportamiento organizativo como lo fue el ataque a Pearl Harbor (17). Las investigaciones fueron llevadas a cabo, algunas descuidadamente (18), porque, en plenas hostilidades no podía descubrirse la posesión de la clave japonesa, pero también es verdad que por meticulosamente que se lean, en ninguna se explica el estado de tranquilidad en que vivía la base norteamericana más importante del Pacífico cuando se esperaba el estallido de la guerra en cualquier momento (19). La primera investigación comenzó en el mismo mes del ataque, pero la más sonada fue la realizada por una comisión colectiva del Congreso y de la que salieron 39 volúmenes en julio de 1946, y con resultados tales que un historiador, Jean Bernier, puntualizó que "Poncio Pilato y Perogrullo juntos no lo habrían hecho mejor. El secreto de Pearl Harbor pasaba de un oscuro grupito (turf) político al refrigerador de la Historia" (20). Aparecieron también libros revisionistas. Uno de sus críticos admite que no es difícil estar de acuerdo con alguno de tales autores, pero precisa que se "debe ser muy cuidadoso en añadir que Pearl Harbor fue esencialmente un error militar; y que no ha habido una prueba clara todavía de que el trágico desastre (fuera) una cuestión de planificación militar" (21). En efecto, si el presidente norteamericano hubiese sido capaz de tan horrible gambito, habría tenido que requerir la connivencia de los secretarios de Estado, de la Guerra, y de la Armada (los dos últimos republicanos), de los jefes de Estado Mayor del Ejército, de operaciones Navales, de Planes de Guerra de la Armada y del Servicio de Inteligencia de la Armada, así como de muchos subordinados suyos (22). Una reconocida estudiosa del siniestro caso enumera una serie de causas por las que la información falló en su alerta, partiendo de la base de que es mucho más fácil después del acontecimiento separar las señales relevantes de las irrelevantes. Ocurrido el suceso, una señal queda clara como el cristal. No se previó lo de Pearl Harbor "no por falta de materiales relevantes, sino por una plétora de irrelevantes" (23). Un autor sintetizaría estas causas en cuatro factores que explicarían la subestimación de la amenaza: 1) "Las estructuras y proclividades burocráticas causan descentralización, inercia y rivalidad". 2) La información es ambigua y contradictoria, sujeta a interpretación alternativa en parte porque el oponente practica el engaño (...). 3) Las personas de los servicios de inteligencia están muy poco inclinadas a hacer una firme predicción de un curso de acción que podría ser revertido (...) 4) Puesto que la percepción de la amenaza implica inferencias de información usualmente fragmentaria y ambigua, las expectaciones y creencias predeterminadas permiten a las personas sostener la interpretación que les conviene" (24), punto este último que sería el de mayor peso. Ni el presidente de USA, ni nadie de su inmediato entorno, ni, como suele ocurrir, el cabo de guardia fueron fusilados. Todos fueron honrados, aunque pudiera parecer que no lo fueran. De los siete aviadores que despegaron para defenderse del ataque japonés, derribando 12 aviones, sobrevivió únicamente un tal teniente Welsh; su turno le llegaría dos años después, justo tres días antes de que el Congreso le concediera la Medalla de Honor por su acción en Pearl Harbor, medalla denegada previamente por haber despegado "sin permiso" en tan tremenda jornada (25). El reglamento es el reglamento.
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La figura extenuada sobre la que se arrojan los vampiros es indudablemente España, siendo los repugnantes animales los políticos que acompañaron a Fernando VII en su regreso al trono, quienes acabaron por dejar al país saqueado y esquilmado.
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La Primera Guerra Mundial había sido, sin duda, una guerra total, en el sentido de que todos los recursos fueron movilizados para la obtención de la victoria, pero la Segunda lo fue mucho más todavía, en el sentido de que las vidas privadas se vieron afectadas de una manera absoluta por ella. Un factor decisivo en la determinación del resultado de la guerra fue, por tanto, el grado de movilización de la retaguardia y éste dependió, en buena medida, del estado de ánimo de los que no estaban en primera línea de combate. En la retaguardia se produjeron, en fin, modificaciones en las formas de vida colectiva y en los modos de dirigir la política, que tuvieron repercusión sobre los acontecimientos militares o sobre la configuración de las realidades institucionales, una vez concluida la guerra. Como resulta necesario referirse, por lo menos de forma somera, a la retaguardia y cada país vivió la experiencia de la guerra de una manera muy peculiar, lo vamos a hacer agrupando a los principales beligerantes de acuerdo con el bando en que combatieron, lo que, por otro lado, coincide con su significación política. Alemania vivió de una forma aparentemente confortable toda la primera parte de la guerra. A diferencia de lo sucedido en 1914, las raciones alimenticias fueron abundantes, como si los dirigentes políticos temieran que una situación problemática pudiera tener idénticos resultados que en 1918. No se movilizó a la mujer para las tareas productivas, en parte por cuestiones de principio pero también por la ausencia de perentoria necesidad. Speer, el ministro dedicado a la producción de guerra, cuenta en sus Memorias que la invasión de Rusia sirvió para que las clases altas del III Reich multiplicaran su servicio doméstico importando criadas ucranianas. Esta anécdota tiene en realidad más importancia de lo que puede parecer porque, en general, Alemania trasladó gran parte de su esfuerzo de guerra al trabajo forzado de personas de otra nacionalidad o raza. Tras esta apariencia, había realidades siniestras que eran padecidas no sólo por quienes eran considerados racialmente inferiores o por los vencidos, sino también por los propios alemanes. Nada más comenzada la guerra, se empezó a convertir en realidad la eutanasia que, desde siempre, estaba implícita en el ideario racista nazi. La confrontación bélica, inherente al pensamiento de Hitler, tuvo como consecuencia la exacerbación del totalitarismo y, por lo tanto, la marginación y trituración de cualquier competidor al poder del Estado. En las grandiosas planificaciones arquitectónicas que, en plena guerra, se hicieron y con las que Hitler quería remozar las ciudades alemanas después de la victoria final, no había lugar, por ejemplo, para los templos. La dictadura, por otro lado, multiplicó sus perversiones. Bajo la apariencia de una concentración de poder, en la práctica funcionaba como una especie de solapamiento perpetuo entre diversos feudos, con el resultado de la anarquía. Aislado, dubitativo y en ocasiones histérico, Hitler se convirtió en prisionero del círculo cada vez más pequeño que le rodeaba, en el que jugó un papel creciente Martin Bormann. Sus órdenes en teoría no admitían réplica, pero con frecuencia ni siquiera llegaban a ser tomadas en consideración por los responsables de ponerlas en práctica. Si en un principio consiguió mantener la disciplina, cuando empezaron a producirse derrotas en el frente oriental las autoridades subordinadas incumplieron las órdenes de autoinmolación que el Führer quiso imponerles. Un importante interrogante acerca del III Reich durante la guerra reside en la aparente inexistencia de oposición interna. Hay que tener en cuenta, sin embargo, la dura represión que la llegada del nazismo impuso, así como el severo régimen del frente, que pudo suponer unas 15.000 muertes por razones disciplinarias, impuestas por la justicia militar. En realidad, existió una oposición, principalmente relacionada con círculos conservadores y religiosos, que en un principio habían colaborado con Hitler, desempeñaban tareas importantes en el Ejército o la Administración y acabaron conspirando contra el régimen. Hasta una quincena de intentos de asesinato del Führer fueron planeados por sus opositores, pero este mismo hecho testimonia la debilidad de la conspiración, porque presuponía que nada podía hacerse mientras él estuviera vivo. De todos modos, la intentona efectivamente realizada "Operación Walkiria", en julio de 1944, testimonia que la red había penetrado capilarmente en toda la estructura del régimen y que incluso era mayoritaria en algunos ámbitos. 7.000 personas fueron ejecutadas como consecuencia de la represión posterior a la intentona. Una Alemania que practicó, al menos, un cierto nazismo pasivo olvidó, en la posguerra inmediata, a estos opositores que tienen, sin embargo, el mérito de haber fundamentado su actitud en unos principios morales y en el repudio de la persecución antisemita. Las otras dos grandes potencias del Eje vivieron los comienzos de la guerra con la impresión de que no era necesario proceder a una movilización total de sus recursos. En Japón, esta conciencia se vio fomentada por el hecho de que el país tenía una tradición victoriosa en sus conflictos pasados y una tecnología militar avanzada en muchos terrenos. Por ello, tuvo una repercusión muy negativa el hecho de que los norteamericanos fueran capaces de bombardear el archipiélago. En la fase final de la guerra, el apego a tradiciones militares ancestrales hubiera podido favorecer una resistencia a ultranza que los norteamericanos temieron y que les llevó a decidir el uso de la bomba atómica contra el adversario. Pero, en Japón, el partido favorable al imperialismo agresivo nunca tuvo la hegemonía absoluta. El emperador, de esta manera, pudo contribuir a la petición de paz, aunque años atrás, él mismo no había puesto obstáculo alguno al desencadenamiento de la guerra. Italia tampoco sintió ninguna necesidad de imponer grandes sacrificios movilizadores en el momento de entrar en la guerra, pero su actitud fue mucho más inconsciente y escasamente previsora. En 1940, el régimen era en general aceptado pasivamente, de modo que la coerción sólo era episódica. Tan sólo 1.200 de los 21.500 oficiales italianos pertenecían al partido, lo que indica la insuficiencia de un poder político que, sin embargo, en su momento había inventado el término "totalitario". Mussolini hubiera deseado en 1940 una guerra un poco más larga, para aprovechar mejor sus posibilidades de cara a la paz. La "guerra paralela" que intentó llevar le condenó a la condición de lastre de Hitler y redujo cada vez más su capacidad de acción. Ni siquiera cuando las cosas empezaron a ponerse difíciles para él, fue capaz de otra cosa que de hacer gestos, como enviar a sus ministros a los puestos de combate. Dentro del partido se apoyó en los más jóvenes, pero no dio el paso hacia un mayor totalitarismo y fueron los cuadros más antiguos quienes acabaron con él, en el verano de 1943. Por su parte, las democracias vivieron el conflicto bélico sin modificar el funcionamiento de sus instituciones. En Gran Bretaña y los Estados Unidos fue posible ir a la huelga en plena guerra y, por si fuera poco, se celebraron elecciones al mismo tiempo que se combatía en el frente. La prensa debatió sobre materias estratégicas y los dirigentes políticos recibieron críticas o fueron preguntados sobre materias muy delicadas. Pero, como contrapartida, también actuó la propaganda como medio de comprometer a la población en la tarea bélica. En este sentido, jugó un papel decisivo el uso de la radio por parte de los dirigentes. También la radio fue el instrumento decisivo para que el ciudadano conociera las alternativas de las operaciones llevadas a cabo. Gran Bretaña, como sabemos, se movilizó en 1940 y lo hizo a conciencia. Fue ella quien soportó las peores condiciones bélicas durante los años centrales del conflicto: padeció las nuevas armas alemanas y muy severas privaciones en el abastecimiento alimenticio y de ropa. Sin embargo, no se manifestaron problemas de disgregación interna. El buen ánimo y la sensación de participar en una tarea colectiva, a pesar de que los comunistas hasta el verano de 1941 acentuaron las dificultades, se hicieron manifiestos, por ejemplo, en la disminución de las tasas de suicidio. En las elecciones parciales, los dos grandes partidos aceptaron no presentarse contra aquel que tuviera en sus manos el distrito disputado, pero a menudo aparecieron candidatos independientes. Los dos partidos tuvieron un comportamiento leal entre sí, a pesar del escaso aprecio que sus dirigentes mantenían entre ellos. La guerra, de todos modos, tuvo consecuencias políticas destinadas a aflorar en el futuro. Los sindicatos crecieron y, sobre todo, surgió la sensación de que la guerra debía tener consecuencias sociales importantes a medio plazo. A fines de 1942, el informe del liberal Beveridge, acerca de la posible configuración de un sistema de seguridad social "desde la cuna a la sepultura", obtuvo el apoyo de todos los partidos, de la inmensa mayoría de la población e incluso del Consejo de las Iglesias. Había, pues, un consenso respecto a que, en el futuro, sería preciso llegar a él pero, de momento, las medidas que se tomaron fueron el producto de decisiones ocasionales y expeditivas más que de un programa articulado. El mismo Churchill, considerado como un excelente estadista de guerra, acabó por ser juzgado persona inapropiada para enfrentarse con los retos de la paz. Para el Imperio británico, el principal de ellos fue la disgregación de sus colonias. Si Canadá o Australia anudaron lazos más estrechos con la metrópoli por la sensación de tener una tarea común, en muchas colonias la guerra supuso la quiebra del vínculo colonial. En Egipto, por ejemplo, el rey Faruk y dos jóvenes oficiales de futuro político muy próspero -Nasser y Sadat- manifestaron veleidades germanófilas, en las que todavía fue más beligerante el gran Mufti de Jerusalén, la suprema autoridad musulmana en Palestina. Esta germanofilia era puro anticolonialismo, como acabaría por demostrarse al final de la guerra. En Sudáfrica los "afrikaaners", de origen holandés, fueron germanófilos e, inmediatamente después del armisticio, se harían con el poder político. En Estados Unidos, la guerra produjo algunos cambios importantes. En el terreno político, 110.000 japoneses de origen, que en su mayor parte eran norteamericanos de nacimiento, perdieron sus trabajos, propiedades y negocios y fueron internados en campos de concentración, a pesar de que nunca hubo peligro real de que se produjera un desembarco en la costa Oeste. Pero si esto denotaba una actitud racista, de la que hay muchas pruebas, la condición de la población negra mejoraría gracias a su participación en las tareas bélicas. La costa del Pacífico se benefició del desplazamiento de la industria hacia allí por motivos bélicos. También en este caso hubo la conciencia de que la guerra implicaba de forma necesaria una cierta reforma social. La Declaración de Derechos del Soldado preveía estos cambios para la posguerra y por medio de ayudas directas. Aunque temió, probablemente en exceso, la penetración germanófila en América Latina, la política de Roosevelt no sólo no estuvo en ningún momento dirigida a mantener el colonialismo sino que, por el contrario, su contenido fue por completo contrario a él, siendo ésta una discrepancia profunda respecto a Churchill. La URSS, en fin, consiguió una movilización general contra el invasor que fue en gran medida la consecuencia de considerar que los alemanes eran aún peores que el régimen comunista. Existieron procedimientos expeditivos para eliminar la discrepancia, como destacamentos destinados a evitar que se produjera la desbandada de las tropas propias y el desplazamiento de pueblos enteros que no volverían a su lugar de origen hasta en los años sesenta o incluso los noventa, cuando en realidad no habían sido, en absoluto, culpables de traición. Pero la conversión del conflicto en la "Gran Guerra Patriótica" jugó también un papel de primera importancia en la agrupación de esfuerzos destinados a conseguir el triunfo bélico. La guerra mundial constituyó, en definitiva, para la Unión Soviética, una esperanza y fue un motivo de orgullo, derivación directa de los grandes sufrimientos padecidos durante ella.
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Aunque se ha indicado que el aristotelismo tuvo también su papel en la Florencia del fin de siglo -Lorenzo hizo traducir también a Aristóteles-, en la corte de Lorenzo fue la filosofía neoplatónica la que creó todo un entramado de claves que nos permiten entender alguna de las obras de arte producidas en esa corte. La Academia neoplatónica, reunida en torno a Marsilio Ficino, tuvo su sede en la villa Careggi. Sobre la relación de esta Academia con los artistas no hay constancia documental, salvo en el caso de Pollaiuolo, pero se puede suponer que muchos otros también se relacionaron con ella y conocieron su filosofía, pues así lo muestran sus obras. Es significativo el interés de Ficino por vincular la figura de un Alberti, ya anciano, con la Academia. Ficino escribió que Alberti era uno de sus íntimos amigos, con quien compartía e intercambiaba ideas e investigaciones. También Landino, otro de los miembros de la Academia, lo elogió en sus escritos y no hay que olvidar que el "De re aedificatoria" de Alberti se publicó en Florencia, en 1485, con un prefacio de Poliziano. Ficino escribió la "Theologia platónica" desde 1474, aunque no se publicó hasta 1492. Pico della Mirandola escribió en 1486 "De dignitate hominis". Ambos conciben una religión universal de carácter humanista. Las reuniones en la villa Careggi estaban presididas por un busto de Platón y el 7 de noviembre conmemoraban todos los años el "Banquete", pues los platónicos y, luego, los neoplatónicos de la época helenística, también lo habían celebrado. Se leía el "Banquete" de Platón -que fue una de las obras de más éxito en el Renacimiento- y se comentaba. La fama de esta Academia hizo que fuera visitada por humanistas de Oxford, París o Colonia y sus ideas se proyectaron en otras cortes. La conjunción entre mundo antiguo y cristianismo, lograda por los neoplatónicos, explica, precisamente en este siglo, el éxito de esta filosofía. Para Ficino el amor es un circuito espiritual que recorre el universo, es desiderio di bellezza y esa belleza existe bajo dos formas, simbolizadas por dos Venus, la Venus celeste y la Venus terrenal. Ese poder del amor, encarnado en la figura de Venus, es lo que relaciona al hombre con la divinidad. Según la filosofía neoplatónica, al hombre se le presentarían dos caminos en su vida: el de la vida contemplativa, regida por Saturno y por la Venus celeste, y el de la vida activa, regida por Júpiter y por la Venus terrenal. Uno se asocia a la vida en el campo (por ejemplo en una villa como la misma de la Academia) y el otro a la vida en la ciudad, pero ambos llevan por igual a la salvación del alma. La melancolía presente en la vida contemplativa impregnó muchas obras de la corte de los Médici que parecen querer recuperar con nostalgia una Antigüedad perdida.
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Si bien la Teoría de la Relatividad de Einstein eliminó algunos de los presupuestos epistemológicos básicos de la física clásica, como el espacio y el tiempo absolutos, sobre los que se asentaba la representación moderna del Universo, no puso en cuestión la representación determinista de la Naturaleza, característica de la época Moderna. Dicha representación se asentaba en la validez universal del principio de causalidad clásico, cuyas premisas no quedaban afectadas por la revolución relativista. Lo que salvaguardaba la vigencia del criterio de realidad dominante en la física moderna, mediante el cual era posible aprehender la naturaleza de los procesos físicos sin interferencias del observador, postulado básico de la teoría del conocimiento desarrollada en la época Moderna.Sin embargo, este pilar fundamental del Saber moderno pronto se vería afectado por una profunda crisis, como consecuencia del desarrollo de la Mecánica Cuántica. El inicio de esta fractura epistemológica se sitúa en la introducción del "cuanto de acción" por Max Planck en 1900, resultado de su investigación sobre el problema de la radiación del "cuerpo negro". Con ello introdujo el "cuanto de energía" como una realidad física, al subdividir el continuo de energía en elementos de tamaño finito, asignándoles un valor constante y proporcional a su frecuencia. Un paso que rompía radicalmente con la física del siglo XIX, al introducir la discontinuidad en la emisión y absorción de energía, hecho del que no se percató el propio Planck cuando estableció su teoría de la radiación del cuerpo negro, y que tardaría en reconocer cerca de diez años por la repugnancia epistemológica que ello le producía.La fórmula de Planck por la que se establecía una igualdad entre la energía concebida como discontinua y la energía considerada continua, en función del carácter ondulatorio de la frecuencia, resultaba completamente extraña para los físicos de la época. Sólo Einstein comprendería el problema en toda su magnitud, al postular en 1905 la existencia de partículas de luz -fotones-, y con ello establecer el carácter corpuscular y ondulatorio de la luz. Una posición que gozó de la animadversión del resto de los físicos, entre ellos el propio Planck, que atrapados por la teoría ondulatoria de la luz, dominante desde la segunda mitad del siglo XIX, no podían concebir un comportamiento a primera vista tan contrario a los postulados de la física. Tan sólo en 1922, con la introducción del efecto Compton y el desarrollo de la Mecánica Cuántica a partir de 1926-1927, la solución propuesta por Einstein se abrió camino.Fue Ehrenfest el primero en señalar que la teoría de Planck constituía una ruptura con la teoría clásica, al limitar la energía de cada modo de vibración a múltiplos enteros del elemento de energía establecido por la realidad física del cuanto de acción, señalando que la cuestión fundamental de la teoría de Planck radicaba en el tratamiento probabilístico del campo. A conclusiones similares, pero por caminos distintos, llegó Einstein en las mismas fechas, al defender que durante la absorción y la emisión la energía de un resonador cambia discontinuamente en un múltiplo entero.La teoría de Einstein sobre los calores específicos planteaba la imposibilidad de reducir la discontinuidad a la interacción entre materia y radiación, ni siquiera era posible reducirla a una teoría de los electrones mejorada. La teoría de Einstein era una teoría mecánico-estadística, independiente de consideraciones electromagnéticas, que exigía cuantizar la energía no sólo de los iones sino también de los átomos neutros. La aplicación de la mecánica clásica a cualquier proceso atómico era puesta en cuestión y con ella la totalidad de la teoría cinética. La discontinuidad aparecía así como un fenómeno de una gran generalidad y de profundas consecuencias físicas, que planteaba la reformulación sobre bases nuevas de la teoría cinética de la materia.El siguiente gran paso no se produjo hasta 1913, cuando Niels Bohr aplicó la distribución cuántica de la energía para explicar el comportamiento de los electrones en el seno de la estructura atómica. Bohr resolvió así las dificultades del modelo atómico de Rutherford, al explicar por qué el átomo no emite radiación de forma continua y los electrones no se precipitan sobre el núcleo permaneciendo en órbitas estacionarias. Sin embargo, el modelo atómico de Bohr no estaba exento de dificultades teóricas, debidas a la introducción del cuanto de acción para explicar las transiciones energéticas del electrón. Ello implicaba que las transiciones entre los diferentes estados energéticos del átomo se producían mediante saltos cuánticos, algo que resultaba absolutamente incompatible con la teoría clásica que postulaba transiciones continuas de un estado de energía a otro. La dificultad se veía agravada por el recurso en la misma teoría a los principios de la mecánica y el electromagnetismo clásicos, para definir la carga y la masa del electrón y del núcleo. La utilización dentro del mismo modelo atómico de dos teorías, la clásica y la cuántica, incompatibles entre sí, generaba enormes problemas teóricos, que no fueron resueltos hasta la aparición de la Mecánica Cuántica en 1926-1927.Los experimentos de Frank y Hertz de 1914 demostraron que la cuantización de los niveles de energía de los átomos constituía una propiedad de la materia muy general, incompatible con la teoría corpuscular clásica de la materia, pues para esta última la energía en un sistema de corpúsculos clásicos es una magnitud continua.La publicación de un artículo de Heisenberg en 1925 representó un salto cualitativo en la resolución de los problemas que aquejaban a la teoría cuántica del átomo de Bohr, al proponer la necesidad de abandonar el concepto clásico de órbita electrónica e introducir un nuevo formalismo matemático, que sería desarrollado inmediatamente por Max Born y Pascual Jordan, consistente en la aplicación de la matemática de matrices. Nacía así la mecánica matricial, sobre la que se fundaría la Mecánica Cuántica. Paralelamente, Dirac llegó a resultados similares en Cambridge.Por las mismas fechas, 1924-1926, se desarrolló la Mecánica Ondulatoria por De Broglie y Schrödinger. De Broglie generalizó la dualidad onda-corpúsculo de la luz, establecida por Einstein en 1905 para el caso del electrón, señalando que esta dualidad se encontraba íntimamente asociada a la existencia misma del cuanto de acción. Se trataba, en definitiva, de asociar al movimiento de todo corpúsculo la propagación de una onda, ligando las magnitudes características de la onda a las magnitudes dinámicas del corpúsculo, mediante relaciones en las que intervenía la constante de Planck.Esta nueva mecánica ondulatoria fue desarrollada por Schrödinger en los primeros meses de 1926. En ella señaló que los estados estacionarios de los sistemas atómicos podían representarse por las soluciones propias de una ecuación de ondas, cuyo formalismo matemático encontraba fundamento en la solución de Hamilton respecto de la analogía formal existente entre los sistemas mecánicos y ópticos.La situación no podía dejar de ser más confusa. Por una parte, el desarrollo de la nueva mecánica matricial ofrecía una teoría que resolvía matemáticamente los problemas que habían aquejado a la primera teoría cuántica, sobre la base de la consideración corpuscular del electrón, obviando su posible comportamiento ondulatorio. Por otra parte, la mecánica ondulatoria de Schrödinger se basaba en el comportamiento ondulatorio del electrón y obviaba el posible carácter corpuscular del electrón. Dos teorías que en principio parecían radicalmente contradictorias, sin embargo, alcanzaban resultados similares.La situación se complicó aún más por la interpretación clásica que Schrödinger hizo de la ecuación de ondas, que perseguía eliminar los saltos cuánticos y la discontinuidad de los procesos atómicos, sobre la base de interpretar la función de ondas de su ecuación desde la perspectiva de la teoría clásica de la radiación electromagnética. En otras palabras, interpretó la teoría cuántica como una simple teoría clásica de ondas, en la que era negada categóricamente la existencia de niveles discretos de energía. La interpretación clásica de Schrödinger encontró una gran audiencia entre los físicos, pues eliminaba el contrasentido de los saltos cuánticos que amenazaba a todo el edificio de la física clásica. Dicha interpretación fue contestada por Niels Bohr, Werner Heisenberg y Max Born.Fue Max Born quien resolvió la polémica y clarificó la situación, mediante su interpretación estadística de la ecuación de ondas de Schrödinger, al poner de manifiesto el carácter equivalente de la mecánica matricial y la mecánica ondulatoria; debido a que la ecuación de ondas, por su carácter complejo, exigía una interpretación probabilística de la localización en el espacio de la partícula asociada. Born sostenía que en los procesos individuales no es posible determinar con exactitud el estado de la partícula, sino que sólo puede establecerse la probabilidad del estado de la partícula, como consecuencia de la existencia del cuanto de acción. De esta manera, la función de la ecuación de ondas debía ser interpretada como la probabilidad de encontrar al electrón en el espacio de configuración determinado por el cuadrado de la función de ondas, no siendo posible una determinación exacta de la posición del electrón. En otras palabras, Born demostró que la ecuación de ondas de Schrödinger sólo podía ser interpretada de una forma probabilística.La interpretación probabilista de la mecánica cuántica realizada por Max Born, completada por la teoría de la transformación de Dirac y Jordan, constituyó un avance sustancial en la comprensión del significado de la nueva mecánica cuántica, al establecer el carácter físico de la probabilidad cuántica, hecho que constituía una profunda fractura con los fundamentos epistemológicos de la física clásica, por cuanto establece que tanto la localización espacial del electrón como los estados estacionarios del átomo sólo pueden ser determinados probabilísticamente.La aparición en 1927 del artículo de Heisenberg en el que introducía las "relaciones de incertidumbre" como un principio físico fundamental, al postular que no es posible conocer simultáneamente la posición y el impulso de una partícula, no hizo sino profundizar dicha fractura epistemológica, al romper radicalmente con la antigua pretensión de la Física Moderna de alcanzar, mediante el conocimiento completo de todos los fenómenos físicos del Universo en un instante dado, la determinación absoluta hacia el pasado y hacia el futuro del Universo, en función de la validez universal del principio de causalidad estricto, origen y fundamento de la representación determinista de la Modernidad. El artículo de Heisenberg apuntaba directamente al corazón de la vieja gran aspiración de la Física Moderna, al sostener la imposibilidad física del conocer simultáneamente con exactitud determinista la posición y el impulso de cualquier clase de partícula elemental. Según las relaciones de incertidumbre, el producto de las incertidumbres de la localización y de la cantidad de movimiento no puede ser más pequeño que el cuanto de acción de Planck, constituyendo éste un límite físico infranqueable.Para poder apreciar el papel que desempeñó el principio de incertidumbre en la renuncia del principio de causalidad estricto, conviene recordar que en la mecánica clásica son justamente los valores iniciales y los ritmos iniciales de cambio de todas las variables mecánicas -que definen el estado de un sistema dado- los que determinan los movimientos futuros del sistema en cuestión. Sin embargo, de acuerdo con el principio de incertidumbre, existe una limitación fundamental, derivada de las mismas leyes de la naturaleza en el nivel cuántico, consecuencia de la existencia del cuanto de acción, que hace imposible la predicción determinista del comportamiento de los procesos físicos cuánticos, debido a su naturaleza esencialmente probabilística.La ruptura epistemológica con la física clásica se torna evidente si consideramos que ésta asocia a los sistemas físicos, cuya evolución desea describir, un cierto número de magnitudes o de variables dinámicas. Estas variables dinámicas poseen todas ellas, en cada instante, un valor determinado, a través de los cuales queda definido el estado dinámico del sistema en ese instante. Por otra parte, se admite, en la física clásica, que la evolución del sistema físico a lo largo del tiempo está totalmente determinada cuando se conoce su estado en un momento inicial dado.El "principio de incertidumbre" se constituye en un principio físico fundamental que rige para el conjunto de los fenómenos, y que no es posible soslayar en los niveles de magnitudes en los que el cuanto de acción no es despreciable. El principio de incertidumbre se extiende, como principio físico fundamental, al conjunto de las relaciones físicas de las magnitudes cuánticas, y no sólo a las relaciones de incertidumbre de posición e impulso. Las consecuencias epistemológicas de las relaciones de incertidumbre alcanzaban de lleno al centro mismo de lo que había sido la Física desde los tiempos de Newton; es decir, cuestionan la capacidad de la Física para establecer leyes de la Naturaleza que determinen con absoluta precisión su funcionamiento como si de un mecanismo de relojería se tratara.Ello provocó una fuerte polémica entre los defensores y detractores de la mecánica cuántica, centrada en el alcance de las consecuencias epistemológicas y la interpretación que debía realizarse de la nueva teoría cuántica. Polémica cuyos rescoldos todavía no se han apagado en la actualidad, si consideramos las posturas mantenidas por el neodeterminista Bunge o el realista clásico Popper, por citar sólo dos casos. La fractura era tan radical que tanto Planck como Einstein se negaron hasta su muerte a aceptar los resultados de la mecánica cuántica, al considerar que significaba el fin de la física como teoría comprensiva de la Naturaleza. En el caso de Einstein, éste mantuvo una prolongada y famosa polémica con Niels Bohr iniciada en la V Conferencia Solvay, celebrada en Bruselas en octubre de 1927, y continuada hasta su fallecimiento en 1955. De dicha polémica Einstein salió derrotado pero no vencido, y aunque terminó aceptando a su pesar la validez del formalismo de la mecánica cuántica, no cejó en su intento de demostrar que la interpretación de dicho formalismo no era correcta.Einstein, en una carta dirigida a Max Born en 1926, explicitaba su repugnancia a las consecuencias de la mecánica cuántica: "la mecánica cuántica es algo muy serio. Pero una voz interior me dice que de todos modos no es ese el camino. La teoría dice mucho, pero en realidad no nos acerca gran cosa al secreto del Viejo. En todo caso estoy convencido de que El no juega a los dados". En 1957 De Broglie expresaba con claridad la validez de las consecuencias que Einstein rechazaba: "Mientras que en la física clásica era posible describir el curso de los sucesos naturales como una evolución conforme a la causalidad, dentro del marco del espacio y del tiempo (o espacio-tiempo relativista), presentando así modelos claros y precisos a la imaginación del físico, en cambio, en la actualidad la física cuántica impide cualquier representación de este tipo y, en rigor, la hace completamente imposible. Sólo permite teorías basadas en fórmulas puramente abstractas, desvirtuando la idea de una evolución causal de los fenómenos atómicos y corpusculares; únicamente suministra leyes de probabilidad considerando que estas leyes de probabilidad son de carácter primario y constituyen la esencia de la realidad cognoscible; y no permiten que sean explicadas como consecuencia de una evolución causal que se produjera a un nivel aún más profundo del mundo físico".La relatividad general y la mecánica cuántica son las dos grandes teorías sobre las que se basa la actual representación del Universo. Un universo dinámico y en expansión, que encuentra sus orígenes en el big-bang. Las observaciones astronómicas realizadas hasta la fecha han confirmado las previsiones teóricas de la cosmología contemporánea. Pero, además, la relatividad general y la mecánica cuántica no sólo han destruido los fundamentos sobre los cuales descansaban los pilares básicos de la racionalidad occidental en la época moderna y nos permiten explicar la estructura del Universo, sino que también se han constituido en el núcleo central de los desarrollos de la ciencia del siglo XX. La formulación de la ecuación de Einstein por la que la energía y la materia están directamente ligadas (E = mc2) fue el fundamento teórico para el desarrollo de la física nuclear, que ha dado lugar a las bombas atómicas, pero también a las centrales nucleares o la medicina nuclear.