Busqueda de contenidos
contexto
La doctrina militar soviética postulaba la probabilidad de una nueva guerra mundial, larga y dura, en la que seguramente la Unión Soviética tendría que vérselas contra una coalición de países imperialistas. Se suponía además que los combates se desarrollarían en territorio enemigo. Con la llegada de Hitler al poder, pensó el Kremlin que la guerra con Alemania sería inevitable, de ahí la política de apaciguamiento y pactos de amistad con el dictador nazi, a fin de ganar tiempo y desarrollar la industria militar. Lo que nunca pensó Stalin es que Hitler atacaría por sorpresa en junio de 1941. No faltaron, sin embargo, militares de prestigio que anunciaron, ya a partir de 1936, que los alemanes atacarían por sorpresa a la URSS. El mariscal M. N. Tukhatchevski, extraordinario soldado y sagaz teórico, manifestó en la segunda sesión del Comité central ejecutivo de la URSS que Alemania se preparaba para ello. Las advertencias del veterano mariscal no sólo no fueron tomadas en consideración, sino que sería la primera víctima de las purgas que diezmaron los mandos del Ejército Rojo. La represión alcanzó igualmente a muchos oficiales que se encontraban en España durante la guerra civil apoyando a los ejércitos republicanos. El general Gorev, comandante de tanquistas y al que dos días antes el presidente de la Unión Soviética Kalinin había condecorado con la Orden de Lenin en una ceremonia especial celebrada en el Kremlin, fue detenido y ejecutado sin juicio previo. Al estallar la guerra, sólo un 7 por 100 de los oficiales poseían un diploma de estudios militares superiores y un 37 por 100 no habían terminado los estudios militares secundarios. Y en el verano de 1941 aproximadamente un 75 por 100 de los oficiales y un 70 por 100 de los comisarios políticos desempeñaban sus funciones sólo desde hacía un año, escribe el historiador soviético Alexander Nekritch, especialista en temas militares.
contexto
Los niños persas abrían los ojos a la luz brillante de la Parsua, una alta meseta entrecruzada de montes y rodeada por los brazos de los Zagros. Sus tribus, localizadas por los textos asirios del siglo IX en la región de Kermansah, habían llegado hasta allí en una fecha que ignoramos. Pero allí por fin y con su rey Kuras -Ciro I- entraron en la historia. En aquella gran meseta cruzada por el río Kur, antigua tierra de Ansan, las distintas tribus de Pasargadas, Marapios, Maspios y muchas más, vivían en buena vecindad. Seca y calurosa, en las alturas aún se veían bosques y, más arriba, los pastos de verano. Porque muchos eran pastores. Pero pronto también agricultores y artesanos, bañados todos por la luminosa luz y el azul limpio del cielo de la Parsua. Por fuerza, esa luz radiante y el fuego habían de ser valores venerados. Aunque las gentes de la Parsua tenían en torno a sí todos los materiales precisos para desarrollar un arte -canteras en los montes, madera, suficientes arcillas y barros para los ladrillos y adobes-, pese a que las viejas pistas -que desde el Irán interior y por la región de los Pasargadas cruzaban el corazón de la Parsua, para subir a la Susiana o el Luristán-, les podían llegar materias lujosas e influencias, y aunque ante sus ojos tenían a la vieja Ansan, todo llevaría a suponer que como dice H. Frankfort, los persas ignoraban el arte monumental, antes de que su rey Ciro II conquistara el trono de Babilonia. Pero si entre las tiendas de los pastores y las columnas de Pasargada no había nada, ¿de dónde vendrían el arte y los artistas persas, puesto que sus obras están ahí? Dice A. Godard que en Pasargada, el primer conjunto palatino citado en una historia del arte persa, el palacio de Ciro presenta un perfecto cuidado, elegancia y finura, cualidades siempre presentes en el arte persa. Pero que pese a la tentación de atribuírselas desde su origen, lo cierto es que no hay -termina el autor- generación espontánea posible. Tiene que haber habido intentos anteriores, tanteos, experiencias. Por otra parte, suele decirse que la civilización persa es una civilización de síntesis. Pero cuando Ciro construyó su palacio, entre 559 y 550 a. C., aunque en Pasargada trabajaran canteros sardos según ciertas marcas halladas en las piedras, ni Lidia ni la Jonia eran todavía posesión persa. Es decir, todavía Ciro no contaba con los recursos ni los medios que Darío movilizaría en el célebre documento de Susa, traducido por F. Vallat. Pero sí contaba con artesanos experimentados de su propia nación. R. Ghirshman atribuye a los primeros monarcas persas ciertas terrazas construidas con piedras en parte ciclópeas. Los lugares de Masjid-i Sulaiman y Bard-i Nishandeh guardarían los restos de esas grandes plataformas, dotadas de escalinatas, con fachadas de entrantes y salientes, y sobre las cuales parecen haberse levantado algunos edificios. Según él, deberían remontarse al siglo VII a. C. D. T. Stronach, sin embargo, las baja al siglo V. En cualquier caso, creo que la inspiración hay que buscarla en las grandes plataformas de adobe de los palacios asirios que aquí, por lógica, se hicieron en la abundante piedra del lugar pobremente trabajada y asentada en seco, recogiéndose igualmente la sabiduría de los urartios y su preferencia por la columna y la piedra. Querría pensar pues que el arte persa -como dice R. Ghirshman-, entierra sus raíces primeras en la experiencia asiria y urartia, acaso la segunda especialmente tamizada y mejorada -¿por qué no?-, por los medos. En los primeros edificios debieron irse formando los maestros primeros, los artesanos eficaces por los que A. Godard se pregunta, capaces de aprovechar y dirigir en un conjunto homogéneo y único, afín a la propia idiosincrasia persa, a los artistas y canteros que Darío I dice haber traído de todos los confines de su imperio. H. Frankfort se asombraba de que los persas, explotando la variedad artística y las tradiciones de los pueblos sometidos, produjeran un arte original y coherente, dotado de una unidad que jamás alcanzaría otra tierra de influencias dispares: Fenicia. Pero yo creo que si bien es cierto que Persia, por ser un imperio inmenso, podía disponer y dispuso de los mejores materiales y artesanos, también lo es que el espíritu estético del artista persa era único, sin precedentes, y que sus proyectos, sus volúmenes y sus métodos se mantuvieron desde el principio al fin. Porque fue él, el maestro de la Parsua, el que dirigió y organizó los grandes proyectos y el que -por qué no decirlo también-, asimiló las influencias y las enseñanzas de los extranjeros, como las del escultor Teléfanos de Focea, que trabajó para Darío y Jerjes. Porque sólo aquél, el maestro persa, podía aprender sin perder la esencia de lo propio, de su espíritu nacional. El persa, como el medo, amaba los objetos bellamente trabajados. Incluso suntuosos. Las alfombras, las colgaduras, las armas, los arneses iniciaron entonces una gloriosa tradición que aún hoy se mantiene. Pero también bebía en su pasado. El decorativismo les atraía sobremanera. Tanto que en cuanto estuvieron en situación de hacerlo lo pasaron a la arquitectura y el relieve. Y en su arte mayor dejarán la impronta de su carácter. Frente a la vivacidad griega la rectitud, el rigor -que al menos y en principio, también era moral con la dualidad bien y mal, verdad y mentira-, la severidad grandiosa manifestada en la rigidez de sus relieves. Rigidez que no es impericia, sino sentido nacional y estético de la representación honrada. La situación social de artistas y artesanos no nos es bien conocida, puesto que incluso la sociedad persa nos resulta difícil de percibir, pese a los soberbios estudios de M. A. Dandamaev. Como dice P. Briant, la sociedad que describió Heródoto no era la de los tiempos de Ciro. Y los clanes y las tribus -siempre fuertes-, perdieron importancia con el crecimiento del poder real. ¿Cómo afectó esta evolución a la condición del artesano y el artista? Todavía es pronto para saberlo. Pero eran libres, como libres tenían que ser los artesanos que Darío vinculó a su palacio de Susa -si hay medos entre ellos-, y altamente estimados si merecieron ser recordados -porque eran los mejores de todos los pueblos sin duda- en el ya citado documento del palacio de Susa: los babilonios hicieron adobes y ladrillos, jonios y sardos labraron la piedra, medos y egipcios el oro, además de decorar los muros. Y todos ellos, dirigidos sin duda por maestros persas y trabajando a la vez que muchos otros artesanos de la misma nación, interpretaron el mundo religioso de los iranios. Algún documento ha guardado memoria de cierto artista. Entre los numerosos textos escritos hallados en Persépolis, que se remontan a la época de Darío I, una carta firmada por Arsama, sátrapa de Egipto, demanda que a su escultor Hanzani y a su familia se le proporcionen provisiones y materiales para realizar una estatua ecuestre. Se diría que el escultor vivía protegido por su señor, que estimaba o deseaba sus obras. Pero no sabemos mucho más. La religión del Irán medo-persa es mucho más compleja de lo que cabe deducir de algunos manuales. Tampoco sabemos si el mensaje de Zoroastro, difundido originalmente en el Irán del nordeste y en torno al 1000, como piensa R. N. Frye, era asumido por todos los iranios y de qué forma. Cierto que Ahura Mazda -invocado por Darío con fervor-, era el eje de los valores de un pueblo que creía en espíritus malignos y otros dioses como Mithra o Anahita. Pues en el Irán aqueménida se mezclaron tres corrientes: las creencias generales iranias heredadas de los antepasados indo-iranios, el mensaje zoroástrico transferido mezclado con lo anterior y las religiones de los pueblos sometidos de Oriente Próximo. Y ello porque los monarcas aqueménidas -que no parecen zoroástricos-, gustaron de respetar la religión de los demás pueblos. Y si Ciro restaura Babilonia y sus cultos, en Persépolis se darían raciones para que ciertos sacerdotes realizaran ofrendas a Mithra, Humban -dios elamita-, un río y una montaña por ejemplo. La tolerancia no quedó empañada, evidentemente, porque Jerjes arrasara Babilonia y Borsippa. Pero sí acaso, como apunta R. N. Frye, por el mago Gaumata, el usurpador. No obstante, los magos terminarían asociándose con la adoración de Ahura Mazda y, como dice M. Schwartz, llegarían a decir que Zoroastro había sido uno de ellos. Los servicios de los artistas, sin embargo, no fueron muy requeridos por el mundo religioso. Altares y torres del fuego medo-persas o tumbas excavadas en la roca eran los únicos encargos ligados a las creencias. Pero Ahura Mazda tuvo que ser plasmado en la arquitectura monumental como un disco alado, esto es, con una iconografía prestada. Pues, ¿cómo representar al fuego, brillante y luminoso, material o inmaterial a la vez? Más que en cualquier otra cultura, el artista persa estuvo libre de sometimientos al mundo religioso. Y no podía ser de otro modo, en ese mundo que heredaba, en cierta forma, un mensaje de luz.
contexto
Los juegos carecen ya de todo sentido religioso: convertidos en simple motivo de diversión, pueden darse por las más diversas razones. Lo más normal es que se ofrezcan para realzar un acontecimiento: así, parece que era relativamente común que un magnate celebrase juegos circenses o teatrales cuando inauguraba y donaba a los poderes públicos ciudadanos un monumento, cualquiera que fuese su entidad. En muchas ocasiones, se trataba de una estatua, pero valían otros objetos o edificios. Vemos, por ejemplo, cómo en Aurgi (Jaén) cierto personaje "donó un reloj a sus expensas, junto con juegos circenses y representaciones teatrales"; en Oretum (Granátula), es un puente el que sirve como ocasión para unos juegos circenses, y el mismo tipo de juegos acompaña la donación de unas termas en Tagili (Tíjola); en cuanto a la inscripción de Canama (Villanueva del Río), sabemos por ella que cierto duunviro, excediéndose de sus funciones, pagó unos juegos escénicos y un banquete al inaugurar unos pórticos de mármol que donaba a la ciudad. Otro motivo importante para ofrecer juegos es el acceso a un sacerdocio local o provincial. En este caso, no se trataba de un gesto de generosidad puramente espontáneo, puesto que el agraciado tenía la obligación de hacer donaciones y pagar festejos, pero lo cierto es que a menudo sobrepasaba los límites normales, pasando a ser considerado un verdadero benefactor. En Balsa (Tavira), un liberto ofrece, al acceder a ese sacerdocio del culto imperial que es el sevirato, una carrera de barcas (debía de ser el deporte local por excelencia) y un combate de púgiles; en Astigi (Ecija), es una mujer quien festeja su título de "sacerdotisa de las divinas Augustas en la colonia", y en Corduba hallamos un caso excepcional: el de un personaje que, tras una brillante carrera sacerdotal, alcanza el puesto de lamen de la provincia Bética; para conmemorarlo, ofrece unas estatuas, dedicándolas con juegos circenses y, además, da unas representaciones teatrales y un combate gladiatorio. Es una de las escasísimas ocasiones en que podemos hablar con seguridad de un espectáculo de gladiadores en manos de un particular; desde principios del Imperio, sólo el munus oficial y escasos sacerdocios podían permitirse dar este tipo de juegos. Finalmente, podían servir de ocasión a juegos privados algunos acontecimientos fúnebres, sea en el caso de quienes legaban bienes con este fin concreto -como vemos en Mago (Mahón) y en Barcino-, sea en el de gentes que querían recordar a algún difunto -en Murgi (Campo de Dalias), por ejemplo-. Sin embargo, la vieja costumbre republicana de celebrar combates gladiatorios fúnebres desaparece por completo a principios del Imperio. En ocasiones, la celebración de unos juegos lujosos y brillantes provoca un inmediato agradecimiento público: en Lucurgentum (Morón) se le conceden los honores de decurión a un simple liberto porque, además de ofrecer otras dádivas, ha "costeado representaciones teatrales durante cuatro días", y acontecimientos de esta índole podemos hallar en dos epígrafes de Castulo; uno de ellos es tan representativo de este intercambio honorífico a la par que interesado de donaciones y prebendas, que no nos resistimos a transcribir el texto entero: "A Q. Torius Culleo, procurador de Augusto en la provincia Bética, porque reconstruyó los muros, arruinados por la vejez, dio suelo para edificar un baño, fortificó el camino que, a través del Saltus Castulonensis, lleva a Almadén, destruido por fuertes aguaceros, puso junto al teatro estatuas de Venus Genetrix y de Cupido, y perdonó la deuda pública, de 100.000 sestercios, añadiendo, además, un banquete para el pueblo. Los habitantes de Castulo dedicaron (esta estatua), celebrando juegos circenses de dos días de duración" (CIL, II, 3270; trad. de P. Piernavieja). Mas habrá quien piense, con razón, que en tantas inscripciones laudatorias se olvida siempre un dato esencial para nosotros: en realidad, ¿qué era lo que se veía en el espectáculo?, ¿qué le gustaba contemplar al público cuando, gratis casi siempre, acudía a los munera oficiales o a los juegos privados? Damos por sabidos, en sus líneas generales, el desarrollo de una carrera de carros o el de un cambate de gladiadores, pero ¿cabe matizar algo sobre los gustos hispanorromanos, aunque sea en algún aspecto parcial? El campo más confuso y peor conocido es, hoy por hoy, el de las representaciones escénicas. Y ocurre así porque los escasos elementos de juicio con que contamos son, además, contradictorios. Por una parte, la Península Ibérica contiene un respetable conjunto de edificios teatrales mejor o peor conservados. Pero, paradójicamente, la documentación iconográfica y literaria resulta raquítica. Un par de mosaicos (uno en Córdoba y otro en Ampurias) podrían acaso sugerir un cierto conocimiento en Hispania de la comedia de tipo helenístico, ilustrada en Roma por Plauto y Terencio; y la terra sigitlata hispánica muestra un cierto número de máscaras, que supondrían alguna familiaridad con la comedia y la tragedia. Pero, como argumento en contra, tenemos un interesante pasaje de Filóstrato (h. 200 d.C.), en su "Vida de Apolonio de Tiana": según nos relata esta biografía novelada, Apolonio, contemporáneo de Nerón, recorre el mundo y, de este modo, llega a la Bética; se trata de una región totalmente inculta, según el autor, y bastaría para demostrarlo la siguiente anécdota, localizada en Ipola (probablemente Hispalis, Sevilla): "Un actor de tragedia de los que no se aventuraban a competir con Nerón, recorría las ciudades de occidente por ganarse la vida, y practicando su arte se granjeaba la estimación de los menos bárbaros, primero, por el simple hecho de llegar junto a hombres que nunca habían oído una tragedia y, además, porque aseguraba que reproducía escrupulosamente los cantos de Nerón. Llegado, pues, a Ipola, les pareció temible, incluso el tiempo en el que aún guardaba silencio en escena; al verlo aquellos hombres dando grandes pasos, con la boca tan abierta, subido en coturnos tan altos y con una indumentaria prodigiosa, no las tenían todas consigo. Pero cuando, alzando la voz, comenzó a hablar en tono grandilocuente, los más se dieron a la fuga, como si les hubiera gritado un demon. De este jaez y tan anticuadas eran las costumbres de los bárbaros de allí" (V, 9; trad. de A. Bernabé). Aun encajando con humor el irónico rapapolvo del griego culto a los pobres pueblos romanizados de occidente, sigue quedando en pie el problema. Sin duda la tragedia era un género que, en época imperial, apenas tenía aceptación fuera de las regiones helenizantes y de los sectores más letrados de la ciudad de Roma; pero, entonces, ¿en qué consistían los juegos escénicos?
contexto
Si la relación Irak-Al Qaeda no existió, si las resoluciones de la ONU obligan caprichosamente, si Bagdad fue pasando por el aro de las inspecciones, si no existió amenaza para la paz mundial, si sus violaciones de los derechos humanos sólo se invocaron cuando se le consideraba enemigo, podrá concluirse que era legítimo hacerse cuanto fuera posible por debilitar el poder del dictador, por extremar las inspecciones, por implicar a fuerzas internacionales que impidieran sus fechorías... Búsquense todas las fórmulas que pudiesen neutralizar a Saddam como tirano, salvo la guerra, que quizás eliminara al monstruo, pero que habría de causar millares de víctimas inocentes. Si eso no se entiende, si lo perentorio era promover una guerra que determinara la ocupación del país por fuerzas occidentales y la reordenación regional según el dictado de los vencedores, sólo cabe concluir que existieron otros motivos menos confesables. Para Noam Chomsky, la causa determinante de la Guerra de Iraq no fue la defensa del derecho internacional o la oposición a la agresividad de Saddam. La razón es que, terminada la Guerra del Golfo, "Estados Unidos se encontraba en una posición perfecta para imponer su programa de rechazo y extender ampliamente la Doctrina Monroe (La de América, para los americanos). Fue nuestra manera de decir: "Miren, éste es nuestro territorio y aquí haremos lo que nos venga en gana" o, como de hecho, dijo George Bush (padre): Lo que decimos, sucede". Para que eso se cumpla, era preciso eliminar a Saddam e imponer un régimen manejable. Pero las razones, de peso diferente, son múltiples: - Históricas. El presidente Bush Jr quiso reparar la chapuza que su padre dejó en Irak, en 1991. La resistencia iraquí a cumplir las resoluciones "impuestas por papá", constituyeron un motivo de irritación permanente, sobre todo porque fueron unidas a la universal denuncia de las calamidades que las sanciones estaban causando a la población civil. - Estratégico-ideológicas. Washington se encontraba incómodo en Riad: las raíces de Al Qaeda, la nacionalidad de buena parte de sus terroristas, su dinero y su ideología wahabí proceden de Arabia. En EE.UU. existen decenas de demandas contra personas físicas o jurídicas saudíes por los atentados del 11 de Septiembre. Las inversiones saudíes en EE UU, que superaron los 500.000 millones de dólares, están escapando a la carrera. Ya fue sido anunciado el interés de Riad por la evacuación de las tropas norteamericanas de su territorio... Hoy se vigila Irak desde Arabia; mañana se podría observar desde Irak todo el integrismo islámico: el wahabismo del Sur y el chiísmo del Este, el sufismo del Cáucaso. -Estratégico es, también, el posicionamiento norteamericano en Asia central y en el Cáucaso, donde ya preparó bases antes de la campaña de Afganistán. Hoy existe presencia militar de EE.UU en Uzbekistán, Tayikistán, Kirguizistán, Afganistán, Georgia... Irak es una posible base mucho mejor situada para observar y controlar, incluso militarmente, esa región, por cierto rica en agua. - Petrolíferas. No se quiera admitir, pero ese interés mercantilístico ha estado claro desde los años veinte y hoy, más: The Washington Post, observó: "El derrocamiento de Saddam Hussein sería como el maná para las compañías petrolíferas norteamericanas, proscritas desde hace mucho tiempo en Irak, y sería el final de los acuerdos entre Bagdad y Rusia, Francia, y otros países, Italia entre ellos, para el disfrute de sus recursos". Una poderosísima razón para la guerra era la explotación de los grandes yacimientos iraquíes: "el derrocamiento de Saddam traerá beneficios", confesó el vicepresidente Dick Cheney. Pero, también, la vigilancia de sus vecinos; de las conducciones de petróleo y de gas existentes o futuras y del lugar estratégico para controlarlas. En un gran círculo de 1.650 kilómetros de radio, con epicentro en Bagdad, se encuentra el 90% de las reservas de crudo conocidas. Existen petroleras norteamericanas o participadas en toda Asia Central. La última importante es la Azerbaijan International Operating Company -con una inversión de 8.000 millones de dólares- que extraerá más de cien mil millones de barriles de petróleo en los próximos treinta años. Estamos ante el gran juego del siglo XXI. Washington dispone de poder para imponer sus intereses. James Wolsey, ex director de la CIA, lo declaraba sin rubor: "Los países que tienen derecho al veto en la ONU han firmado ya contratos sobre el petróleo iraquí. Hay que decir que si nos apoyan, haremos lo imposible para que el nuevo Gobierno y nuestras compañías colaboren con ellos. En caso contrario, no". - Políticas. Una guerra fácil que vacíe los arsenales anticuados y deje sitio para las nuevas armas, contratadas con los monstruosos presupuestos militares aprobado por el presidente Bush, era garantía de optimismo económico, inversiones, trabajo y desarrollo... Y, de paso, una advertencia universal: no se ataca impunemente al Imperio. Scott Ritter fue inspector de la ONU durante ocho años. Irak le rechazó, tildándole de servir a la CIA. Washington, que le tuvo por héroe, ahora le acusa de ser un agente de Saddam Hussein. El cambio obedeció a que Ritter, patriota y pacifista, no veía razones para la guerra. Para él, en declaraciones a Julio A. Parrado: "Tiene el objetivo de poner en marcha políticas internacionales y nacionales que provocaran una perpetua situación de conflicto. Ahí está, por ejemplo, el concepto de seguridad interior. Los estadounidenses se levantan cada mañana con el anuncio de su Gobierno de que viven bajo un estado de amenaza perpetuo (...) En el exterior Bush certificó en septiembre pasado la estrategia de la supremacía militar de Estados Unidos. Es decir, el imperialismo. Una guerra contra Irak representa la aplicación de una política de dominio imperial de la tierra". (El Mundo, 3-2-2003).
contexto
Aunque cultivaron con acierto todas y cada una de las disciplinas, los artistas urartios alcanzaron sus mejores resultados en la arquitectura, práctica a la que Thomas B. Forbes ha dedicado una interesante monografía que necesariamente citaré con reiteración. Los maestros de obra y artesanos urartios actuaban siempre dentro de una planificación que suponemos real. La elección de puntos elevados y con excelentes vistas obedecía a la función defensiva y de control de la mayoría de los edificios públicos. Si sobrepusiéramos un mapa arqueo-toponímico sobre otro topográfico, comprobaríamos que las ciudades, fortalezas, castillos y puntos defensivos forman una red que asegura firmemente todo el país. Una red que obedece a un plan riguroso. Lo mismo que si consideramos un asentamiento cualquiera, Teisebani, Çavustepe o Bastam, por citar todas las áreas, comprobamos que un trazado ortogónico se impuso a una geografía agreste, adaptando si era preciso las irregularidades insalvables. En el capítulo de materiales, la arquitectura urartia utilizó profusamente la piedra, el adobe y la madera. La piedra más usada es la local, especialmente la andesita. Pero a veces y con destino a fines especiales, como bloques de inscripciones, se importaban piedras singulares; la arenisca roja y la toba. Esta última, procedente del monte Ararat, se emplearía hasta en la lejana Bastam. Otro elemento de construcción era el adobe, sobre el que se han realizado algunos estudios a cargo, fundamentalmente, de K. L. Oganesian. Los maestros urartios fabricaban adobes muy variados, de formas cuadrangulares, rectangulares y distintas medidas, con los que construían muros de 1,70 hasta 12 metros de anchura. La madera, en fin, profusamente utilizada en palacios y edificios públicos como soporte recto y como base de los pisos altos y tejados, era de pino, álamo, haya, fresno y roble. Para el trabajo de la piedra, los maestros requerían cinceles de muy distintos tipos, abrasivos y mazos bien documentados. Con ellos se consiguieron bloques bien emparejados -un carácter muy peculiar de la arquitectura urartia-, con ajustes perfectos que no precisaron el uso de grapas metálicas. Dice Th B. Forbes que la mayoría de las fortificaciones urartias levantadas en las crestas de las montañas, eran de tres tipos: grandes fortalezas con palacios, sin palacio como centros regionales, y pequeños fuertes en las rutas de comunicación y puertos de montaña. Las murallas, construidas en adobe con revoco, se asentaban sobre un zócalo de piedra de basalto, caliza o andesita en el lienzo visto, con relleno de piedra menuda. El zócalo, de unos 3 a 4 metros de anchura y 1 metro de altura, apoyaba directamente sobre la roca base en la que a veces se hacían unos surcos o peldaños de apoyo. La fachada aparecía rota por torres y contrafuertes, coronado todo por un parapeto almenado. Tal vez el relieve de Dúr Sarrukin sea una buena imagen de las fortificaciones urartias. Th. B. Forbes recuerda que Sargón, en el relato de VIII Campaña, da unos datos que sugieren murallas de 4 metros de anchura y de unos 16 de altura, que situados en un pico montañoso nos daría idea del formidable aspecto y capacidad del sistema defensivo del reino. Uno de los conjuntos fortificados mejor estudiados ha sido Teisebani, en la antigua URSS, muy cerca de Erevan, bien conocida gracias al trabajo de B. Piotrovskii y K. S. Oganesian. Fundada por Rusa II (685-639) como capital administrativa, constaba de ciudadela y una ciudad de 30 a 40 hectáreas, cuyo recinto de protección nunca se terminó. Debió de destruirse hacia el 590 a. C., cuando los medos, apoyados por tribus escitas, decidieron extender su Imperio. El zócalo de Teisebani tiene dos metros de altura y tres y medio de grosor. El resto era de adobe. La planta presenta un trazado sorprendente; al oeste, un gran patio al que se accede por una puerta poderosamente fortificada y una poterna. El gran edificio opuesto, en piedra hasta dos metros, era en realidad, según Piotrovski, una plataforma -que debía tener una rampa de adobe-, con salas de habitación y almacenes a los que se accedía desde arriba. Las que sirvieron realmente de base estaban rellenas de cascajo. Otro lugar sorprendente es Çavustepe, al sureste del lago Van, edificada por Sarduri II (764-735). Lo irregular del relieve obligó allí a cortar la roca para asegurar el asiento de muros y edificios. De trazado alargado, la planta presentaba una ciudadela inferior y otra superior encima. Abajo, un palacio con espacio central de pilastras y un pasaje de unos 70 metros, en adobe, que le unía con un templo de aspecto característico. Arriba, un conjunto de templos. En la misma Turquía, la célebre Van Kalesi, la antigua Tuspa, todavía no ha sido excavada; pero sus muros, aprovechados y reconstruidos en otras épocas, aún se yerguen impresionantes. Por fin, en el territorio iranio, el profesor W. Kleiss trabaja en la fortaleza de Bastam, fundada por Rusa II según inscripción hallada in situ. Se trata de un complejo de 850 por 400 metros, formado por tres ciudadelas en realidad, superior, media e inferior que, sin embargo, fueron pronto destruidas y nunca reocupadas. Sus sistemas de puertas fortificadas, sus distintos lienzos a diferentes alturas y la perfección de sus drenajes la hacen, sin duda, el mayor centro urartio del Irán. En la arquitectura palatina, los maestros de Urartu usaron técnicas semejantes: zócalos de piedra y muros de adobe. Los pavimentos solían hacerse de arcilla, cubiertos con esteras de cañas y juncos. En los pisos superiores se utilizaban las vigas de madera cubiertas por capas de esteras, ramitas y arcilla. Por supuesto, los palacios presentan plantas cuidadas, con salas de columnas o pilares de dos o más filas, como en Altintepe II. En su interior se decoraban con relieves en piedra, piedras incrustadas y pinturas murales, más difundidas, y que según Th. B. Forbes -siguiendo a Th. Özgüç-, podrían haber tenido la misma función decorativa que los ortostatos en Siria y Asiria. Como ejemplos podrían considerarse el de Armavir, con varias salas de pilares, Bastam, Altintepe y otros. En la arquitectura religiosa el modelo más típico es un templo cuadrado, con una sola cella y una entrada, dotado de gruesos muros de adobe sobre zócalo de piedra muy bien cortada. El interior se decoraba con pinturas y recibía la luz de la misma puerta, lámparas y, tal vez, ventanas. El templo de Altintepe es el ejemplo clásico de arquitectura religiosa urartia. En un patio de 27 por 27 metros, con un pórtico con columnas de 4,50 metros de alto que creaba un pasillo pavimentado con losas, se levantaba la cella de 5,20 metros de lado, con muros de 4,35 de grosor. El zócalo de andesita se cuenta entre los mejores trabajos de los canteros urartios. Dentro, los muros de adobe estuvieron pintados con motivos geométricos en rojo, blanco, negro, azul y marrón. Este tipo de templo tendría una clara influencia positiva en la arquitectura religiosa aqueménida, aunque ésta prefiriera la piedra sobre el adobe. Capítulo de la arquitectura religiosa es también la funeraria, en la que Urartu se distinguió. Por supuesto, lo que más llama la atención en una historia del arte son las tumbas excavadas en la roca, puesto que las sencillas de cremación, en urnas y aprovechando huecos entre las rocas, no tienen un significado estético. Las primeras son de tipos muy diversos pero, en general, contamos con una plataforma de entrada que llevaba a una o varias salas rectangulares o cuadradas. La semejanza entre esta disposición y la posterior utilizada por los aqueménidas, creo que no necesita demostración. Los interiores -recuerda Th. B. Forbes- están bien acabados, con elementos estructurales en relieve sugiriendo las vigas. Los ejemplos más famosos están en Van Kalessi, en la cara sur de la roca. Y la más importante de ellas, acaso la tumba del rey Argisti I, cuyos anales aparecen grabados en la fachada, tiene una cámara principal de 10,50 por 6 metros y 3,50 de altura, con 10 nichos y 4 salas menores también con nichos. La arquitectura doméstica, en fin, se construía también en adobe sobre zócalo de piedra. K. L. Oganesian, gracias a su estudio sobre el conjunto de Teisebani, propone tres tipos de casas con patio y habitaciones. Naturalmente, los artistas y artesanos de Urartu tuvieron también talleres dedicados a la pintura, la escultura, el metal, el marfil, la madera, las piedras duras, la cerámica y muchas otras actividades prácticas y suntuarias. La pintura por ejemplo, la conocemos sobre todo por lo encontrado en la antigua Erebuni, cuyos edificios públicos se decoraban en su interior con temas geométricos, botánicos y antropomórficos. Un muro presentaba un programa decorativo completo que, como señala M. N. Van Loon, recuerda en todo a las pinturas del palacio de Assur-nasir-apli II en Kalhu. En general, la pintura de templos y palacios recuerda a la asiria. El historiador holandés concluye, con razón, que sólo en los detalles ornamentales y en las convenciones de representación resurgen los rasgos puramente urartios. En cerámica destaca la roja pulimentada y los rhyta en forma de bota, de los que Teisebani dio curiosos ejemplares. La escultura y el relieve no han dejado tampoco numerosos ejemplos. Sólo es famoso el relieve de Adilcevaz, esculpido en bloques que debieron figurar en la ciudadela, flanqueando una entrada. Se trataba de dos dioses de pie sobre sendos animales simbólicos. El más completo, Haldi, sin barba y con la túnica abierta, se levanta sobre un toro. A los lados, probablemente, árboles de vida que parecen espadas o puntas de lanza, la misma que remata el templo de Musasir en los relieves sargónidas. En marfil, hueso y madera, los artesanos urartios realizaron obras de interés, de las que también han llegado escasas muestras hasta nosotros. En Teisebani aparecen tarros de perfume y peines, colgantes, mangos de cuchillos y adornos en hueso, cuerno y marfil. En Toprak-Kalesi y Altintepe se han hallado interesantes leones de marfil que presentan una personalidad más acusada que los trabajos de pintura o relieve. Pero en fin, donde los artistas de Urartu dejaron una obra abundante y sólida fue en el trabajo del metal. Cascos, escudos, armas, arneses de caballo, estatuillas, cinturones y grandes recipientes, los famosos calderos de bronce con prótomos de toro o animales fantásticos. Tan importante es la artesanía del bronce que, como dice M. N. Van Loon, por sí sola es una fuente primaria para el conocimiento del arte urartio. Las estatuillas, por ejemplo, de dioses en pie o sentados, o de toros y genios alados, con rostros y detalles incrustados, presentan rasgos de inconfundible sabor urartio. Los calderos con trípode, visibles en los relieves asirios de Dúr Sarrukin, usados para agua o vino y aparecidos en palacios, templos y tumbas, se convirtieron en apreciado botín de las fuerzas asirias. Su gran tamaño de hasta 1,68 metros de diámetro; habla de la capacidad técnica de los artesanos. Las armas, arneses y cinturones, tan numerosos, nos remiten a una sociedad guerrera por excelencia. Piezas excepcionales son los escudos de bronce hallados en Teisebani, dedicados al dios Haldi por Argisti I y Sarduri I. Los escudos presentan cenefas concéntricas de toros, leones, elementos ornamentales y, en el exterior, una larga inscripción dedicatoria. Los cinturones de placas de bronce fueron muy populares. En su decoración los urartios tomaron pronto temas cuya procedencia sería ciscaucásica pero, por lo común, mantienen los mismos motivos que en el resto de su arte.
obra
Tras la complicada estancia de Gauguin en Arles junto a Van Gogh y un breve tránsito por París - donde realizó el retrato de La familia Schuffenecker - Paul se instala una vez más en Bretaña, en esta ocasión en Le Pouldu ya que Pont-Aven era demasiado turístico. Además, en Le Pouldu podía encontrar lo rudo, lo esencial, lo primitivo, cuestiones fundamentales que el artista estaba buscando en aquellos momentos. En esta escena, Gauguin presenta a los personajes con sus típicos trajes bretones en el momento de recogida de las algas, haciendo de esta manera un canto al trabajo. Los rostros de las figuras reflejan el primitivismo que tanto interesa al artista, dando la impresión de ser máscaras antiguas. Las tonalidades empleadas son claras, jugando con azules y amarillos para otorgar un efecto de paz y tranquilidad en el ambiente. La perspectiva tiene un importante papel al colocar a las figuras en profundidad, siguiendo una definida diagonal; también se interesa por la línea del horizonte que sirve de punto de fuga.
contexto
De 1945 a 1948 se imprimió al Gobierno de Japón un movimiento fuertemente reformista. Se trataba de democratizar el régimen político de un Japón sometido prácticamente desde largo tiempo a la dictadura militar y social. El SCAP se esforzó en que el Gobierno nipón adoptara y que aplicara estas reformas, con el fin de que no parecieran impuestas por la autoridad exterior. De hecho, hubo constantemente en Tokio un Gobierno japonés, aunque subordinado a la autoridad del SCAP, y desde septiembre de 1945 los partidos políticos reanudaron sus actividades; la derecha integró el Partido Liberal y el Progresista, y la izquierda democrática organizó el Partido Socialista, mientras los comunistas reorganizaron su propio partido. En estas condiciones, se modificó la Constitución Meiji. En febrero de 1946, los funcionarios de la ocupación presentaron un proyecto que fue aprobado por el comandante supremo y por el emperador. En abril de 1946 se eligió una nueva Dieta de acuerdo con una ley electoral enmendada que aplicó el sufragio universal, votando el 72 por 100 del electorado; esta Dieta aprobó el nuevo texto de la Constitución. Promulgada en noviembre de 1946, entró en vigor en mayo de 1947. Las formas fueron respetadas, sin que hubiera ruptura de continuidad con la Constitución Meiji, ya que las modificaciones fueron presentadas como enmiendas a esta última, aunque habían sido impuestas por las autoridades de ocupación y aportaban transformaciones fundamentales a la vida política japonesa. La Constitución proclama que el poder soberano reside en el pueblo, y el emperador permanece a la cabeza del Estado, pero en virtud de la voluntad del pueblo, y su persona no es sagrada. Por el artículo 9, el Estado japonés renuncia a la guerra y al empleo de la fuerza, y se prohíbe el mantenimiento de las fuerzas de tierra, mar y aire, así como de todo potencial bélico. Las libertades de pensamiento, reunión, asociación, expresión, prensa, residencia y enseñanza eran formalmente garantizadas, y quedaba instituido el sufragio universal. La Dieta es el órgano supremo del poder del Estado y está compuesta por una Cámara de Representantes y una Cámara de Consejeros; la Cámara Baja es suprema y puede derribar al Gobierno. El primer ministro debe ser designado por el Parlamento, y los miembros del Gobierno han de pertenecer a la mayoría parlamentaria. Se instituye una Corte Suprema, encargada de verificar la constitucionalidad de todas las leyes, y se da relieve al poder judicial. Los derechos de la policía fueron muy estrictamente limitados. Además de dar una estructura más democrática al Gobierno central, la ocupación realiza también reformas en la Administración local: el gobierno de las prefecturas y otros cargos locales se hacen electivos y el poder legislativo de los gobiernos locales goza de una autoridad más amplia. Junto a las medidas políticas son fundamentales los cambios introducidos por las reformas sociales. Estas se orientan a hacer desaparecer las secuelas del régimen anterior: liberación de todos los presos políticos y supresión de todas las organizaciones terroristas, militaristas y ultranacionalistas, con depuraciones sociales. Seguidamente se establece sobre nuevas bases la vida social y educativa de Japón: igualdad entre hombres y mujeres en todos los aspectos, reformas en la enseñanza y en algunos sectores religiosos, como el sintoísmo, y también reformas de carácter sindical. En cuanto a la vida cotidiana del pueblo japonés, son tiempos muy duros; unido a las consecuencias de la guerra influyen las malas cosechas; el SCAP salva al país del hambre con los suministros de cereales, pero la escasez persiste durante algunos años y aparece el mercado negro. Este sombrío panorama comienza a despejarse desde 1947, gracias a las mejoras americanas, en especial en los sectores económicos y en el dominio industrial. Las reformas económicas son de variado tipo y persiguen tres fines: acabar con los grandes monopolios, reformar la propiedad agraria y desarrollar el movimiento sindical. Ante todo, el SCAP emprendió el desmantelamiento de los Zaibatsu con dos leyes de 1946 y 1947 prohibiendo la acumulación de puestos directivos y las prácticas tendentes a los monopolios y la concentración de capitales, para proteger la libertad de empresa y de comercio, No obstante es un mito que la ocupación destrozara los Zaibatsu japoneses. La reforma agraria se aprobó por una ley de la Dieta en octubre de 1946, con el fin de acabar con la explotación indirecta de la tierra, transformando todo el sistema de arrendamientos y propiedad de la misma; gracias a esta reforma los dos tercios de los campesinos japoneses llegaron a ser propietarios de sus tierras, y el 90 por 100 de las mismas se encontraba en manos de quienes las cultivaban. La reforma sindical implicaba el restablecimiento de las organizaciones obreras prohibidas durante la guerra. Entre diciembre de 1945 y marzo de 1946 se aprobó y aplicó una ley sindical que dio existencia legal a los sindicatos obreros y aseguró el derecho de realizar alianzas entre las organizaciones gremiales, así como el derecho a la huelga. Los sindicatos crecieron rápidamente agrupados en dos grandes federaciones, sus asociados aumentaron en gran número. La aplicación de la reforma agraria, la reconstrucción y las cargas sociales afectaron a las finanzas públicas; la política financiera adoptada en estos años supuso una transformación económica a la que sucedió, a partir de 1948, una nueva política y actitud de Estados Unidos hacia Japón. Los autores son unánimes al señalar el cambio producido en esa fecha. Lequiller habla del "giro de 1947" registrado en la política americana en Japón, debido a la degradación de las relaciones entre Moscú y Washington, con incidentes como el bloqueo de Berlín, y a los sucesos de China, donde las victorias de Mao sobre el Kuomintang llevaron a los americanos a considerar desde otra perspectiva la situación de Japón, que podía ser una importante base militar y convertirse su industria en una valiosa ayuda. El primer signó del cambio operado se observó en mayo de 1947 en un discurso de Dean Acheson, subsecretario de Estado, en el que hablaba de convertir a Japón en el taller de Asia; en la primavera de 1948, una serie de informes de diversas misiones norteamericanas a Japón patrocinaban el establecimiento de una fuerte industria nipona y se pronunciaban en contra del traslado de la maquinaria. Las autoridades de ocupación comenzaron a interesarse más activamente en la política económica del país. En 1949 se instituyó un programa de austeridad, bajo la dirección de J. M. Dodge, destinado a la recuperación de la economía. Como las autoridades americanas deseaban volver a poner en marcha la industria japonesa, abandonaron la lucha contra los Zaibatsu (en los que ahora veían los instrumentos eficaces de recuperación económica) y a interrumpir las entregas de material japonés a título de reparaciones de guerra. Exigieron entonces del Gobierno japonés medidas de saneamiento económico y financiero que permitieron que la producción saliera de su estancamiento; gradualmente el abastecimiento fue más abundante y el mercado negro fue desapareciendo. Es igualmente un mito que sólo con el estallido de la guerra de Corea Estados Unidos decidiera dar marcha atrás en su política de ocupación, para comenzar a montar una industria japonesa. El cambio se inició ya en mayo de 1946, y se continuó durante 1948 y 1949. La guerra de Corea fue importante como factor acelerador del proceso, al promover la militarización de la industria japonesa, pero es evidente que la promoción norteamericana del capitalismo nipón fue anterior a junio de 1950 e iba dirigida contra el socialismo asiático. El conflicto coreano reafirmó la posición de Japón como aliado contrarrevolucionario de Estados Unidos en Asia Oriental. Para M. Moreau, el cambio norteamericano respecto a Japón obedece a varias causas: el resurgimiento de la producción industrial, debido a las enormes tareas de reconstrucción; la concesión norteamericana de importantes créditos a Japón, destinados a reconstruir las industrias pacíficas y a satisfacer sus necesidades. Decisiva también fue la guerra de Corea, que estalló, como se ha indicado, en junio de 1950. Las operaciones militares después de la retirada de los coreanos del sur, en el verano de 1950, obligaron a Estados Unidos a utilizar a Japón al máximo, tanto desde el punto de vista económico como estratégico, lo que tuvo unas inmediatas y trascendentes consecuencias tanto económicas como políticas. Las principales consecuencias en el plano económico fueron, entre noviembre y diciembre de 1950, la supresión de las limitaciones a la actividad industrial, la autorización para reagrupar las pequeñas empresas y la adaptación por el Gobierno japonés de su política comercial a la de Estados Unidos y los países occidentales. Y en el plano político-diplomático, el 8 de septiembre de 1951 se firmó el tratado de paz de San Francisco, por el que Estados Unidos y sus aliados normalizaron sus relaciones con Japón. Este tratado fue firmado entre Japón y cuarenta y ocho naciones; tres países de los que concurrieron a la conferencia de paz -URSS, Checoslovaquia y Polonia- se negaron a suscribirlo, India y Birmania no asistieron y concertaron tratados particulares. El tratado, en gran parte de origen norteamericano, fue un acto de reconciliación, según Tiedemann. Los japoneses, que aceptaron los cambios territoriales realizados por los aliados, permitieron la tutela norteamericana sobre Okinawa y las islas Bonin. El mismo día en que se firmó el tratado de paz, Estado Unidos y Japón establecieron otro de seguridad que autorizaba a los norteamericanos a situar tropas en Japón, y se obligaba a defenderlo. En octubre de 1951, la Dieta japonesa ratificó los tratados de paz y de seguridad y el 28 de abril de 1952, con el fin de la ocupación la evacuación del archipiélago -con excepción de la prefectura de Kagoshima, donde Estados Unidos mantiene una base militar, las islas Ryu-Kyu, cuya situación queda indeterminada-, Japón recobró plenamente su soberanía e independencia.
contexto
Francisco Franco era consciente de que se encontraba ante la coyuntura más crítica en la historia del Régimen y de que tendría que llevar a cabo ciertos cambios para sobrevivir en el mundo de la posguerra de la Europa occidental socialdemócrata. No hay pruebas para creer que contemplara la idea de abandonar el poder y si lo hizo, el final de Mussolini y las purgas que se hicieron en Francia y los Países Bajos le harían cambiar de opinión. El caudillaje, una vez que lo había puesto en marcha, era una empresa a seguir hasta la muerte. Como le dijo a uno de sus generales: "Yo no haré la tontería de Primo de Rivera. Yo no dimito; de aquí al cementerio" (citado en Alfredo Kindelán, La verdad de mis relaciones con Franco, Barcelona, 1981, 187). En la primavera de 1945 Franco ya había diseñado con bastante detalle sus futuras acciones. Habría que introducir nuevas leyes fundamentales para dar al Régimen un contenido jurídico más objetivo y proveerlo de algunas garantías civiles básicas. Se haría un esfuerzo importante para atraer a nuevos políticos católicos y para intensificar la imagen católica del Régimen para ganar el apoyo del Vaticano y reducir la hostilidad de las demás democracias. La Falange perdería protagonismo, pero sin desaparecer del todo ya que todavía tenía utilidad. No se permitirían otras organizaciones políticas, aunque se relajaría la censura hasta cierto punto. Se promulgó una ley de Gobierno municipal y se hizo un plebiscito para legitimar el Régimen como una monarquía bajo la regencia de Franco. La idea era crear una especie de versión española del viejo ideal alemán del Reichstaat, el Estado autoritario administrativo basado en la ley. Este concepto, que había impresionado a los teóricos de derechas de la generación anterior, tenía poco o nada que ver con un gobierno constitucional. Aunós, el Ministro de Justicia, había empezado a hacer un borrador para una nueva superestructura legal en 1943, y le apoyó Lequerica, que había pedido a Franco que tomara medidas. El proyecto para las garantías civiles al principio se le asignó a Arrese, pero después sé pasó al Instituto de Estudios Políticos cuyo Director, Fernando María Castiella, había nombrado el propio Arrese. Castiella era un joven político y teórico de la derecha de preguerra y más tarde neofalangista y coautor de las -hoy día vergonzosas- Reivindicaciones de España. Pero era flexible y tenía una imaginación relativa. Con la ayuda de varios intelectuales del Instituto elaboró un nuevo fuero para los ciudadanos españoles al que se opusieron firmemente Arrese y algunos de los falangistas más duros, pero Franco lo aceptó. El Fuero de los Españoles -en el título se utilizaba el lenguaje tradicional tan querido por el Régimen- se promulgó el 17 de julio de 1945. Se basaba, en parte, en la Constitución de 1876, pero pretendía resumir los derechos históricos de la ley tradicional española y garantizaba muchas de las libertades civiles comunes en el mundo occidental, como la libertad de residencia y correspondencia y el derecho a no ser detenido durante más de 72 horas sin una vista preliminar ante un juez. Al parecer, Castiella fue quien añadió el artículo 12, en el que se especificaba el derecho de todos los españoles a expresar sus ideas libremente mientras no atacaran los principios fundamentales del Estado y el 16, en el que se declaraba que los españoles eran libres de reunirse y asociarse si sus objetivos eran legales. Esto preocupaba a Arrese, pero la libertad que otorgaban estas secciones se recortaba en el artículo 33, que especificaba que ninguno de los derechos garantizados por el Fuero podía aprovecharse para atacar la unidad espiritual, nacional y social del país, y el artículo 25 permitía que el Gobierno suspendiera temporalmente estas libertades en caso de emergencia. La promulgación del Fuero coincidió con cambios sustanciales en el gabinete al día siguiente -18 de julio-. Las características más destacadas eran la pérdida relativa de importancia de la Falange y el nombramiento de Alberto Martín Artajo, un civil católico y moderado, como Ministro de Asuntos Exteriores. Hasta entonces había sido Presidente de la Junta Nacional de Acción Católica y sería la pieza clave en una maniobra gubernamental para reforzar el catolicismo del Régimen y ofrecer una nueva imagen al mundo. Los cambios en el Gobierno fueron precedidos por una nueva Ley de Educación Primaria, que subordinaba oficialmente toda la educación primaria a las normas católicas. Al leal Arrese se le destituyó del cargo, aunque había logrado domesticar a la FET y modificar su fascismo; así que su Secretaría General quedó vacante. Sin embargo, el falangista Girón -cuya demagogia era bastante útil- siguió como Ministro de Trabajo y estaría en este puesto un total de 16 años -hasta 1957- lo que le convertía en el Ministro de Franco que más duró en el cargo después de Carrero Blanco. Al carlista Esteban Bilbao le sustituyó como Ministro de Justicia el antiguo Secretario General de la FET, Fernández Cuesta y a Miguel Primo de Rivera, un falangista del círculo de Arrese, Carlos Rein Segura, en el Ministerio de Agricultura. El Ministro de Gobernación, Blas Pérez, siguió en el cargo, así como el Ministro de Educación, Ibáñez Martín, que era un católico de derechas y muy cercano a Franco. A Juan Antonio Suanzes, amigo de la infancia de Franco y Presidente del INI, ya se le había nombrado Ministro de Comercio e Industria en la reordenación parcial del Gobierno que había tenido lugar en 1944. Aunque algunos ministros se sentían cercanos a la monarquía y dos de ellos se consideraban políticos católicos, éste era un gabinete formado fundamentalmente por leales de Franco, quien tenía todas las razones para pensar que ninguno de ellos le traería problemas. La excepción a esto podía haber sido Artajo, quien había expresado sus dudas de colaborar con el Régimen a varios católicos destacados desde el Primado para abajo. La mayoría, aunque no todos, le animaron a formar parte del Gobierno para llevar a cabo una reforma institucional. Se dice que él informó a los miembros de Acción Católica de que habría una transformación de envergadura en un periodo de cuatro meses, y parece que el 28 de agosto le dijo al nuevo embajador americano que Franco ya debía haberse dado cuenta que pronto tendría que renunciar. Obviamente, Franco no pensaba en nada semejante y, de hecho, Martín Artajo se estaba imaginando que el sistema de Franco iba a transformarse rápidamente en una monarquía católica y corporativa, semiautoritaria, quizá no muy diferente de las reformas que estaba llevando a cabo Salazar en Portugal. En las reuniones con su gabinete de septiembre y octubre, Franco parecía estar de acuerdo con algunas de las sugerencias de Martín Artajo frente a la resistencia que oponían Girón y Rein Segura. Se discutieron unas reformas limitadas, como una amnistía por los crímenes cometidos durante la Guerra Civil, la reforma electoral de las Cortes, una relajación de la censura y una ley de referéndums. Había momentos en los que Franco parecía creer en un sistema más cercano al sistema constitucional; por ejemplo, cuando comentó que la catástrofe de la Alemania nazi había sido motivado por la decisión de un solo hombre, o cuando aseguró que existía ese mismo peligro para las monarquías que podían sufrir el peligro de desviación del rey por mirarse sólo al espejo (según las notas que tomó Martín Artajo en las reuniones del gabinete citado en J. Tussell, Franco y los católicos, Madrid, 1984, 103). Sin embargo, los cambios que se realizaron en los meses siguientes se hicieron muy lentamente, fueron mínimos y en algunos aspectos, cosmética pura. El consejero más influyente que insistía en que se hicieran los cambios posibles era Carrero Blanco. En un memorándum decía que por encima de todo el Régimen debía confiar en el orden, la unidad y aguantar, y así se hizo. El 12 de octubre la nueva legislación se mandó a las Cortes, donde se suavizarían algo los términos como reuniones, asociaciones y garantías civiles individuales de acuerdo con el Fuero de los Españoles. Se anunció que se celebrarían elecciones municipales en marzo. Los miembros de los ayuntamientos se elegirían por un procedimiento indirecto -un tercio por los cabeza de familia, otro tercio por los sindicatos, y el tercio restante por aquellos que habían salido elegidos por los dos canales mencionados aunque el Gobierno seguiría nombrando los alcaldes a dedo. El 20 de octubre, se anunció una amnistía para los prisioneros que estuvieran haciendo tiempo por crímenes cometidos en la Guerra Civil y dos días después salió una nueva Ley del Referéndum en la que se dictaba qué cuestiones de trascendencia nacional se someterían a un referéndum popular a la discreción del Gobierno. La Falange no se disolvería, pero se le restaría importancia. Una semana después del cambio en el gabinete, la Vicesecretaría de Educación Popular, que era donde se controlaba la censura, se retiró de la FET y se colocó bajo el ministerio de Educación, que se había convertido en un feudo católico. El brazo en alto o saludo romano, declarado saludo nacional en abril de 1937, se abolió oficialmente el 11 de septiembre de 1945, sin tener en cuenta las objeciones de los ministros falangistas que quedaban. La burocracia de la FET se dejó bajo la administración del Vicesecretario, Rodrigo Vivar Téllez, un ex juez de reconocida honestidad. Vivar Téllez no era un fascista y no entendía por qué se quería mantener la organización del Movimiento. Franco, sin embargo, tenía muy claro el valor que tenía. En una conversación anterior con Martín Artajo, había observado que la Falange era importante para mantener el espíritu y los ideales del Movimiento de 1936 y en la creación de opinión pública. Como organización de masas, tenía potencial para atraer a toda clase de gente y era la que preparaba el apoyo popular del Régimen, que Franco aseguraba ver en sus viajes. También proporcionó el contenido y los cuadros administrativos de la política social del Régimen y sirvió como baluarte contra la subversión, ya que después de 1945 los falangistas no tuvieron otra alternativa que volver al Régimen. Por fin, el Caudillo observó con cierto cinismo, que funcionaba como una especie de varilla de castigo y se les inculpa de los errores del gobierno, quitándole la presión a éste, según Javier Tusell. Franco declaró que era una especie de instrumento de unificación nacional, más que un partido. No había que prestar mucha atención a las actividades clandestinas de un puñado de activistas resentidos por la pérdida de protagonismo. Mientras tanto el camisa vieja, Luis González Vicen -jefe del grupo de jóvenes Guardias de Franco- estaba maquinando una maniobra muy diferente para la que había iniciado negociaciones ese verano en Madrid con el nuevo Secretario General clandestino de la CNT, José Leiva. Su objetivo era conseguir el apoyo de la oposición anarcosindicalista para crear un sindicalismo más fuerte, más numeroso y más popular, y rescatar así la Falange. Franco terminó rechazando las exigencias de la CNT y las negociaciones se rompieron al año siguiente. Se reanudó la persecución de la organización anarquista y de sus líderes. La construcción de lo que se ha llamado un constitucionalismo cosmético se completó por el momento, mediante la publicación de una nueva ley electoral el 12 de marzo de 1946. No incluía grandes cambios. Se mantenía el principio de las elecciones corporativas indirectas y controladas, pero admitía representación en los ayuntamientos y una participación sindical más activa. Ninguna de estas reformas suponía un cambio fundamental en el Régimen, pero sí significaba la creación de una fachada de nuevas leyes y garantías de las que se podía echar mano en términos de representación política y derechos civiles, aunque la realidad fuera otra muy diferente. Es decir, que la nueva meta era presentar el Régimen como un sistema de gobierno cuyo poder ejecutivo estaba limitado por el legislativo, lo que era cierto en la forma, pero engañoso en cuanto a la estructura política. Incluso antes de la muerte de Hitler, un ensayista de Arriba declaró el 12 de abril de 1945, "España tiene un modelo de democracia susceptible de desenvolvimientos amplios, sin desnaturalizarse. Un modo original. Uno más entre la veintena de tipos de democracia que ha registrado la Historia y han elucubrado los proyectistas políticos hasta nuestros azarosos días". El 14 de mayo de 1946 Franco insistiría sobre este aspecto: "El primer error que se comete consiste en querer presentar a nuestro Régimen como un régimen de dictadura, pretendiendo con ello asignar a la magistratura que ejerce facultades extraordinarias y despóticas, cuando... el poder judicial es desempeñado por unos magistrados y jueces de carrera... Jamás, en la vida de la nación, se ha movido la justicia en un área de mayor independencia" (citado en A. de Miguel, La herencia del franquismo, Madrid, 1976, 29). Diez meses después informó a un corresponsal, "Yo no soy, como fuera se cree, dueño de lo que quiero; necesito, como todos los Gobiernos del mundo, la asistencia y acuerdo de mi Gobierno"; y una vez más, definió el Régimen como una democracia popular orgánica (Arriba, 6 marzo 1947), y repitió el eslogan acuñado en 1944 que se seguiría empleando con muchas variaciones durante las tres décadas siguientes.
contexto
En este contexto, las bases del nuevo sistema administrativo de las provincias hispanas fueron creadas durante el principado de Augusto (31 a.C.-14 d.C.) y afectan a la ordenación territorial; al organigrama administrativo y su materialización en los correspondientes magistrados, y al sistema impositivo. En el plano territorial, la reorganización administrativa afecta a la totalidad del territorio peninsular, completamente anexionado tras las victorias obtenidas en la guerra contra cántabros y astures. El punto de partida estaba constituido por el ordenamiento administrativo existente, que articulaba el territorio conquistado en dos provincias, denominadas Ulterior y Citerior en función de su proximidad o lejanía de Italia. Sobre el mismo se proyectan otros factores, de los que unos son específicos de la realidad histórica y geográfica hispana, mientras que otros expresan los nuevos equilibrios sociopolíticos con los que se funda el Principado. El condicionante hispano lo constituye la heterogeneidad histórica existente en la organización de los distintos pueblos que habitan la Península. La conciencia de esta diversidad se proyecta en la visión que de Hispania poseen determinados geógrafos de época augústea, como el griego Estrabón, que en el libro III de su Geografía claramente contrapone una realidad civilizada propia de la Hispania meridional y más específicamente del curso medio del Betis habitada por los turdetanos, donde impera la ciudad, y el mundo de los pueblos del norte de la Península, donde domina la barbarie, en clara consonancia con el carácter montañoso del espacio que habitan. Sobre esta diversidad histórica, donde se ha proyectado el fenómeno romanizador previo que se desarrolla en las zonas meridionales y levantinas de manera inmediata a la conquista, incentivando los procesos urbanos generados por la colonización griega y fenicio-púnica, actúan los nuevos equilibrios sociopolíticos presentes en la articulación del principado. En él se yuxtaponen las prerrogativas en el plano territorial y en el control de recursos de princeps y la subsistencia del antiguo sistema provincial propio de la desaparecida República que sobrevive en las prerrogativas que se le adscriben en el plano administrativo al senado romano. La reorganización del territorio hispano se realiza en el 27 a.C., año en el que se institucionaliza el nuevo sistema político surgido de las guerras civiles; concretamente, según la información que nos proporciona Casio Dión, en este año se produce la subdivisión de todas las provincias que conforman el imperio en senatoriales e imperiales en función de que se encontrasen pacificadas y, en consecuencia, fueran inermes, o no pacificadas, lo que comportaba la presencia de los correspondientes contingentes legionarios. Las primeras quedaron bajo jurisdicción administrativa del senado y fueron gobernadas por un procónsul elegido por este último, mientras que las restantes fueron consideradas como provincias imperiales y serán administradas por un legado designado por el emperador.