El círculo meridional comprende Andalucía y parte de Murcia y Albacete, llegando a introducirse también en la Meseta sur. Se caracteriza, en líneas generales, por una marcada simplicidad decorativa, que le lleva a preferir las decoraciones geométricas, a base de simples líneas y bandas monocromas paralelas que alternan con circunferencias o semicircunferencias concéntricas, líneas onduladas verticales, redes de rombos, etc. No obstante, en algunos lugares han aparecido cerámicas polícromas decoradas con plantas y animales, que posiblemente haya que fechar en época orientalizante, en cuya tradición encajan plenamente. Más hacia el este, en la región conocida como Bastetania, encontramos también recipientes, principalmente ánforas, con una rica decoración polícroma, aunque limitada exclusivamente a motivos geométricos y vegetales. El origen de esta cerámica ibérica decorada con bandas y líneas paralelas se encuentra en los precedentes fenicios y púnicos, origen al que también es adscribible la otra gran variante decorativa cerámica del mediodía peninsular: el barniz -o engobe- rojo, directo sucesor de la cerámica de barniz rojo fenicia. La cerámica decorada con motivos geométricos es bastante frecuente en Andalucía. Los motivos más antiguos, directamente derivados de los prototipos fenicios, presentan bandas anchas y estrechas alternantes, o mejor dicho, bandas anchas y grupos de líneas estrechas que constituyen los motivos de separación entre aquellas; con el paso del tiempo, bandas de semicircunferencias y circunferencias concéntricas sustituyen a éstas o rellenan los espacios intermedios. Las formas más antiguas son simples, principalmente vasos bicónicos. A lo largo del siglo IV se produce la llegada masiva de materiales de origen griego; el repertorio de formas se complica, con la inclusión de imitaciones de formas áticas: cráteras en sus distintas formas, esquifos, copas, etc. Las figuras pintadas de la cerámica griega atrajeron poderosamente la atención de los iberos, que sin embargo se sintieron muy a gusto con ellas y nunca trataron de imitarlas, al menos en estas regiones meridionales. Sí que imitaron, en cambio, la calidad de sus barnices y acabados, produciendo recipientes cerámicos de alta calidad, con engobes negros y castaños, combinados por regla general sobre fondos blancos, también engobados. La cerámica de barniz rojo es directa descendiente de la fenicia de igual nombre, aunque existen sustanciales diferencias; mientras que en el original púnico el color rojo se produce por medio de un auténtico engobe, esto es, por inmersión del vaso en una barbotina de arcilla semilíquida, que proporciona un acabado final en forma de película de un cierto grosor, que puede saltar y desprenderse de la superficie como lo hace hoy una capa de pintura mal adherida, la versión ibérica corresponde a una tenue capa de pintura aplicada con brocha, de acabado mucho más imperfecto y de espesor apenas perceptible. Más hacia el este, en la región de la Bastetania, las cerámicas ibéricas se complican, y junto a algunas que presentan las características ya indicadas, nos encontramos con otras en las que predomina la policromía. Ejemplos de estas cerámicas se conocen, por ejemplo, en Baza y Galera, siempre en el marco de tumbas ricas. Las urnas de Baza, que aparecieron en la misma tumba que la célebre Dama, son de distinta forma y decoración. Algunas, que son de cuerpo globular en su parte superior y troncocónico en la inferior, con ancho cuello troncocónico de paredes ligeramente curvas, presentan una decoración polícroma en colores castaño, anaranjado, azules, blancos y negros, que alternan los motivos geométricos complejos (esvásticas incompletas) con los vegetales; en varios casos encontramos una flor -cuadripétala en una ocasión, octopétala en otra- situada en el centro del cuerpo del vaso, rodeada por motivos geométricos o vegetales. Una decoración diferente en cuanto a la forma, pero bastante similar en cuanto al fondo, la presentan ánforas ovoidales de la misma procedencia, que muestran, sobre un fondo de engobe blanco, restos de una banda oscura que rodea el cuello y de la que descienden otras bandas verticales que encierran una guirnalda polícroma de tres hojas. Estas cerámicas, por tantas características anómalas, han sido estudiadas por F. Presedo en el contexto de la Dama de Baza, llegando a la conclusión de que son ánforas de producción local, puesto que su arcilla y textura son en esencia idénticas a la de las demás cerámicas del yacimiento, en tanto que los pigmentos y los colores empleados en su decoración están relacionados con los que adornan a la propia escultura; para la inspiración de algunos motivos -rosetas, esvásticas, guirnaldas-, Presedo cree ver en cambio una directa derivación de los modelos griegos de la cerámica de figuras rojas, aunque no se trata de una imitación servil, sino de una adaptación realizada ex profeso por los iberos de Baza, los bastetanos, según se conocen a través de las fuentes literarias. Conocemos restos de decoraciones similares, aunque no idénticas, en la necrópolis de Galera. Es probable que haya que ver en ellas imitaciones de otras artes, posiblemente decoraciones parietales, que, por desgracia, han desaparecido por completo. Tan sólo tenemos constancia de su existencia a través de noticias y dibujos esquemáticos de algunas de las tumbas de Galera antes mencionadas, que se conservaban bastante bien en el momento de su descubrimiento, pero que fueron destruidas por los expoliadores y buscadores de tesoros, antes de que pudieran ser vistas por los arqueólogos. Según las noticias, existían incluso grandes composiciones murales con escenas de caza y de guerra, y también composiciones con decoraciones geométricas y vegetales. Es posible que el aspecto general de estas tumbas fuese similar al de algunas de las tumbas etruscas actualmente conservadas.
Busqueda de contenidos
contexto
Al norte de Alicante, la cerámica ibérica cambia de aspecto, como es lógico suponer si tenemos en cuenta que entramos en una región diferente, la Edetania. Las diferentes variantes cerámicas de decoración geométrica (líneas, bandas, rombos, circunferencias y semicircunferencias, etc.) son bastante similares a las de la región más meridional, y en último término, a las de todo el ámbito ibérico. Algo similar ocurre con las decoraciones de tipo vegetal, con los cambios correspondientes. En lo que concierne a la decoración figurada, en cambio, la situación cambia considerablemente. En el ámbito del País Valenciano, desaparece por completo ese mundo de figuras fantásticas que hemos encontrado en la cerámica de Elche-Archena, salvo excepciones muy puntuales, como pueden ser algunos vasos del yacimiento de Los Villares, y en su lugar se impone un estilo mucho más abierto y menos denso de contenido, que ha recibido el apelativo de estilo narrativo -también denominado de Oliva-Liria, por los yacimientos más importantes donde aparece esta decoración- frente al de estilo simbólico del anterior. La cerámica de Oliva-Liria se caracteriza, como hemos indicado, por una mayor espontaneidad y realismo que la de Elche; desaparecen los monstruos y los héroes que luchan contra ellos, en su lugar la cerámica se puebla de gentes que cantan, bailan, cazan o hacen la guerra. Todo ello ante un fondo también abigarrado, con multitud de adornos y motivos complementarios geométricos y vegetales, algunos de ellos similares a los de Elche, otros -los más- exclusivos. Y también abundan los rótulos identificativos y explicatorios, escritos en ibérico, aunque por desgracia para nosotros no resulten de especial interés, ya que aún no podemos comprender la lengua ibérica; parece evidente, no obstante, que algunos de estos letreros deben hacer referencia a las actividades allí representadas, y es posible también que a sus pintores y alfareros, como ocurría con la cerámica griega. Algunas de estas escenas pueden tener también un contenido simbólico que hoy por hoy nos resulta imposible de aprehender. Las decoraciones cerámicas de Elche-Archena y Oliva-Liria son, grosso modo, contemporáneas, pues a juzgar por los materiales proporcionados por la excavación de la ciudad de San Miguel de Liria, epónima de este tipo de decoración, su abandono y destrucción debió tener lugar en las primeras décadas del siglo I a. C., momento en que aún se encontraba en uso esta cerámica. Su difusión, al igual que ocurre con la de Elche-Archena, supera los límites de Liria y la encontramos, entre otros lugares, en Oliva, al sur de la provincia de Valencia, y, con testimonios más escasos, en yacimientos meridionales, como La Serreta de Alcoy, y también septentrionales, como algunos de los de Teruel. Dentro de su relativa uniformidad, la cerámica del estilo Oliva-Liria presenta numerosas variaciones, tanto en forma como en motivos decorativos y en decoración. Así, por ejemplo, un vaso de Oliva, bastante incompleto, muestra dos frisos de guerreros vestidos con faldellín corto y botas, armados con lanza y escudo, de pie, dentro de un entramado de líneas verticales y horizontales que vienen a constituir como especie de casillas donde se ubica cada uno de los guerreros; parece que éstos eran en realidad motivos complementarios de una gran escena de lucha que ocupaba el centro de cada una de las caras principales, algo no muy frecuente en este tipo de cerámica, que prefiere por lo general el friso corrido, donde poder explayar mejor su complejidad narrativa, decorativa y ornamental. Estas escenas bélicas son muy frecuentes en los distintos vasos ibéricos, ya sea como monomaquias, ya sea como combates en los que intervienen más personajes. En algunos casos, como en otro vaso de San Miguel de Liria, estos guerreros alternan con músicos tocados con un gorro alto que tañen o tocan distintos elementos musicales, todo ello ante un fondo abigarrado de motivos geométricos y vegetales. En todos estos vasos, las figuras alternan las tintas planas -lo que en terminología arqueológica se conoce como silueta- y los contornos, sin que pueda decirse que una u otra solución responda a motivos concretos; en ocasiones, el pecho de los guerreros aparece como transparente, marcado por una simple línea de contorno y decorado en su interior con trazos más o menos complejos, en lo que podríamos interpretar como el esbozo de un peto o coraza, pero a veces vemos igual solución en el cuello de los caballos, que difícilmente podría llevar una armadura similar; además, en ocasiones el cuerpo del caballo aparece como perforado, con el fin de hacerlo transparente y de que el espectador pueda observar completamente la pierna que, en buena lógica, debería quedar oculta por el cuerpo del caballo; estos guerreros se convierten a veces en cazadores que persiguen a ciervos, toros y carniceros que en algunos casos pueden recordar a los de la cerámica de Elche, aunque desprovistos de buena parte de su fiereza; todos ellos se representan ante un paisaje de motivos vegetales y florales, entre los que en alguna ocasión vemos surgir arbustos, posiblemente granados. Mención especial merecen tres vasos de San Miguel de Liria conservados en el Museo de Prehistoria de Valencia. El primero de ellos es el denominado Vaso de los Guerreros, que muestra un grupo de cuatro guerreros a pie, enfrentados a un grupo enemigo más poderoso, compuesto por dos infantes, que son los que abren la marcha, y seis jinetes que caminan detrás. Los del grupo de cuatro, armados con jabalina y escudo, aparecen en escorzo, dando la impresión de que han sido sorprendidos en su camino y se vuelven presurosos para aprestarse a la defensa; para ello embrazan el escudo y blanden su lanza, prestos a defenderse del ataque lanzado por los dos infantes del grupo perseguidor, que blanden la jabalina en su mano derecha y la temible falcata en la izquierda; los jinetes que les acompañan tienen el cuerpo echado hacia atrás, como si estuvieran frenando la carrera de sus corceles, carecen de escudo y blanden la lanza en su mano derecha. El fondo, como es normal, se encuentra cubierto de motivos geométricos y vegetales, entre ellos las típicas hojas acorazonadas horizontales. Todos los individuos llevan un vestido corto, con mangas, de tipo militar, terminado en flecos, y con el pecho decorado con algo similar a escamas, que recuerda, salvando las distancias, una cota de malla. Otro vaso de la misma procedencia es el de los guerreros a pie que se enfrentan en combate singular, el uno armado con jabalina y escudo, el otro con falcata y escudo, y ambos vestidos de la manera que antes hemos comentado, aunque sin la decoración en el pecho. Tras ellos, sendos músicos, uno, vestido con sagum y capucha, toca el doble aulós; otro, enfundado en un largo vestido con pantalones, una gigantesca trompeta. Tras ellos, caballos, jinetes y guerreros en actitud de caminar. El tercer vaso difiere de los anteriores, puesto que no presenta motivos guerreros, sino una escena central en la que un hombre, auxiliado por otros situados tras él, hace frente a un toro; la decoración se completa con una cacería de jabalíes y una escena de lucha. Otro vaso, también de San Miguel de Liria, nos ofrece, por el contrario, una procesión de danzantes encabezada por una pareja de músicos -él toca el aulós simple; ella, el doble-, seguidos por tres hombres vestidos a la usanza de los guerreros, aunque aquí la decoración de la cota de malla ha sido sustituida por unas bandas cruzadas ante el pecho; por último, cuatro mujeres vestidas como la flautista, con un traje largo, ligeramente acampanado, con su borde inferior decorado con ajedrezados, y el pelo recogido en una redecilla o gorro. La cerámica de la costa oriental al norte del País Valenciano presenta algunas características dignas de destacar; las decoraciones más corrientes son las de tipo geométrico, en tanto que la vegetal es relativamente frecuente y la figurada se convierte en algo excepcional. Así, conocemos recipientes con decoraciones de hojas acorazonadas que recuerdan la de los estilos de Eiche y, sobre todo, de Liria, palmas, etc. Cuando se encuentran decoraciones figuradas, éstas se reducen a animales, principalmente aves, como muestran los recipientes de diverso tipo (crátera, cálato del Tossal de les Tenalles de Sidamunt, en Lérida; se trata del mismo pájaro, muy esquemático, con las alas y cola apenas esbozados, pico abierto y patas formadas por dos trazos simples en forma de T. La forma más excepcional es el llamado, por el nombre de su antiguo propietario, Vaso Cazurro, que muestra a dos hombres desnudos, cubiertos con un faldellín, que lanza en mano persiguen a un grupo de animales; el suelo está representado por una línea de postas, lo que no deja de ser un fenómeno curioso, ya que este motivo no parece el más indicado para dar idea de un suelo en tierra firme, que es sin embargo sobre el que corren los personajes; sobre él aparece uno de los pocos árboles que conocemos en la cerámica ibérica. La técnica es bastante torpe, las figuras están representadas en silueta, aunque su actitud está bastante bien conseguida; no parece adscribible a ninguno de los grupos que hemos estudiado con anterioridad; si acaso, podría relacionarse con los monumentos más simples de las cerámicas del estilo de Oliva-Liria. Hay que destacar, sin embargo, un tipo cerámico peculiar de Cataluña y muy característico: la cerámica con pintura blanca que abunda sobre todo en el área indiketa (Ullastret y área circundante de Ampurias); se trata de una cerámica peculiar, de superficie de color oscuro, que ha sustituido la pintura de color rojizo, propia de la cerámica ibérica, por otra blanca, y que domina totalmente en esta área a lo largo de los siglos IV y III a. C., momento en el que comienza a coexistir con la ibérica tradicional.
contexto
Como el judaísmo, el islam hace una diferencia entre alimentos cuya ingestión es permitida (halal) y otros que son prohibidos (haram). Igual que en tantas otras cuestiones, la fuente principal de esta disposisicón es el Corán, que estipula como alimentos impuros la carroña, la sangre y el cerdo. Además, la legislación islámica ha ido incorporando otras materias, como animales carnívoros (perros, felinos, etc.), aves de presa, animales acuáticos desprovistos de escamas (mariscos, etc.) y otros muchos como reptiles, insectos, etc., en un largo y heterogéneo listado que varía en función de la escuela jurídica de que se trate. Impuros e ilícitos son no sólo la ingestión de estos alimentos, sino también su tratamiento, manipulado y el alimentarse de sus derivados, como leche, huevos, etc. Otras prescripciones alimentarias alcanzan también a los animales que sí pueden ser consumidos, aunque esto debe hacerse de una forma determinada. Los animales considerados lícitos deben ser sacrificados conforme a un ritual específico lo que, de no ser así, convierte su ingestión en ilícita. En el matadero, el matarife debe pronunciar el nombre de Dios cuando sacrifica al animal, que debe estar orientado hacia La Meca, al tiempo que pone un pie sobre él. La res debe ser degollada y se debe dejar desangrar en su totalidad. Este procedimiento no se lleva a cabo en la pesca, y puede ser más corto en el caso de la caza, en el caso de que la pieza cobrada aún permanezca con vida. La ingestión de otros productos no es objeto de restricciones, aunque sí de recomendaciones. Se aconseja a los fieles, siguiendo una tradición que señala que disgustaban al Profeta, que no coman ajo, cebolla o puerro antes de dirigirse a la mezquita para realizar la oración colectiva. Incluso, la mujer sólo puede consumirlos si es con permiso del marido.
contexto
Pese a su enorme éxito entre la clientela romana, lo cierto es que el neoaticismo dejaba pocas posibilidades a un artista creador. Por ello no hay que extrañarse de la supervivencia, sobre todo en el Egeo oriental, pero también en otros lugares, y hasta con clientela en Roma, de las corrientes realistas del Alto Helenismo. El hecho es, por lo demás, perfectamente lógico si recordamos que la inclusión de Pérgamo y Rodas en el ámbito romano no supuso grandes traumas ni variaciones económicas y sociales a corto plazo. Si el realismo dominaba en ambas regiones hacia el 150 a. C., no tenía por qué desaparecer de la noche a la mañana. Precisamente a mediados del siglo II a. C. suele fijarse una de las obras máximas de este estilo, con su puesto de honor en el Museo Nacional de Atenas: nos referimos al Jinete niño hallado en el mar junto al cabo Artemision. Se ignora el taller del que pudo salir tal maravilla de dinamismo, pero resulta difícil de olvidar este pequeño que, pese a su aspecto enjuto y feúcho, aparece dramáticamente engrandecido por su propio entusiasmo, por su vitalidad intensa y por la tensión crispada de su cara. A distancia de muchos siglos, suscita en nosotros la infinita simpatía de ese otro niño feo y realista que es el Muchacho cojo de Ribera. Sin embargo, poco a poco se advierte que el realismo puro empieza a decaer. Acaso se empezaron a ver sus límites cuando ciertos artistas lo llevaron a sus actitudes extremas, convirtiéndolo en una reproducción casi fotográfica de la realidad: es por ejemplo lo que intuimos en ciertas esculturas de ancianos pescadores o campesinos, donde el interés del artista parece agotarse en el virtuosismo de lo pintoresco: casi parecen figuras de un belén napolitano del siglo XVIII. Esto limitará, pero no llegará a suprimir tan fértil tendencia artística. Sobre todo en el campo del retrato, la veremos mantenerse en vigor hasta enlazar y fundirse en pleno siglo I a. C. con la retratística romana de fines de la República. Basta recordar algunas cabezas del Museo de Atenas, o la bella efigie en bronce de un muchacho que se conserva en el museo de Hiraclion, con sus facciones duras y un poco brutales, para damos cuenta de que el realismo puro tenía aún algo que decir. Sin embargo, lo cierto es que los artistas más afectos al principio de la descripción, de la representación de lo que se ve, procuran sazonar su estilo con una cierta dosis de retórica, añadiendo en ocasiones, tanto a los retratos como a las esculturas en general, una expresividad de carácter psicológico. Ejemplo típico de esto sería la conocida Cabeza de Delos, donde el personaje representado nos quiere evocar, por encima de las calidades sutiles de sus onduladas y minuciosas facciones, la agitación intelectual de su espíritu, casi propia de un poeta inspirado. Fuera del campo del retrato, este renovado gusto por lo expresivo, por lo barroco en suma, servirá para fundir y reforzar las dos grandes tendencias del Helenismo Pleno -la pergaménica y la rodia- y elaborar así un estilo vigoroso y sugestivo a la vez. Lo que se intenta ahora es reintroducir formas realistas en estructuras potentes, y, en muchos casos, exagerar tanto estas estructuras como el análisis anatómico. En cierto modo, se le infunde al barroco del Altar de Zeus la inmediatez realista del Fauno Barberini, y se añaden incluso musculaturas forzadas, que ya no son las de simples atletas, sino las de aficionados al culturismo. Con todos estos elementos, lo que se obtiene es un lenguaje de efecto abrumador, que entra por los ojos desde la primera mirada, y por ello muy apropiado a grandes conjuntos de aspecto monumental, magníficamente decorativos. Las figuras, casi siempre agitadas, recibirán formas abiertas, como queriendo abarcar el aire que las rodea, y atraerán inmediatamente el entusiasmo o la compasión de quien las contemple.
contexto
Amplios sectores de la población de las provincias occidentales no debían mantener condiciones económicas aceptables, a pesar de las medidas tomadas por Adriano. No hubo medidas proteccionistas bajo Antonino; así, cada día más, los pequeños campesinos venden sus tierras a los grandes propietarios. De ese modo, comienza a formarse lentamente el régimen de villas rústicas, residencia del dueño y centro de un gran fundo; por el momento, los grandes propietarios siguen vinculados a la vida urbana. Las dificultades económicas afectan menos a los campesinos que pueden producir excedentes destinados a la Annona. Las provincias orientales, en cambio, manifiestan los efectos favorables de la política de los emperadores anteriores. El pequeño y mediano campesino encuentran condiciones de vida aceptables por las amplias posibilidades de consumo de las ciudades, que disponen de una nutrida población dedicada a actividades artesanales y comerciales. La mayor división social del trabajo, base del éxito económico de Oriente, mantiene un ritmo continuo de crecimiento que potencia el peso de la parte oriental del Imperio. La importancia del volumen comercial con el Lejano Oriente puede ayuda a explicar las embajadas de la India y de Bactriana para venir a presentar sus respetos ante el emperador de Roma. La era de paz abierta con Adriano continuó. Sólo dos frentes demostraron una mayor inestabilidad. En Britania, se luchó de nuevo contra los brigantes (139-142), muchos de los cuales terminaron siendo deportados a Germania consiguiendo Roma ampliar su dominio sobre la isla y llevando el limes hasta los caledonios. La situación de Mauritania fue mucho más tensa. Tribus bereberes del desierto asolaron ambas provincias mauritanas. La inestabilidad se mantuvo entre los años 144-152. Roma se vio obligada a trasladar tropas de la frontera renana y danubiana para reforzar a la legión VII Gemina de Hispania, incapaz de controlar por sí misma la situación. Operaciones combinadas por mar y tierra terminaron con la expulsión de las tribus al sur de la frontera romana.
contexto
La línea iniciada por Trajano se fortalece con Adriano: las provincias orientales quedan equiparadas en su atención a las occidentales. El propio emperador deja constancia con su presencia del carácter de su política universalista. Los viajes de Adriano son una muestra del interés del emperador por conocer de cerca los problemas de las provincias y darles soluciones reales sobre el terreno. Gran parte de los años de gobierno, Adriano estuvo ausente de Roma. Y muchas de las medidas tomadas sobre las provincias se relacionan con los años en que el emperador permaneció en ellas. El primer viaje (121-126) lo destinó a poner en orden las cuestiones de Occidente: Galia y Germania (año 121), Britania, Hispania y Mauritania (año 122) para terminar en Grecia (años 123-125). Esos simples datos, a los que hay que añadir otros posteriores, son por sí mismos indicativos de su amor por el mundo griego. Después de una corta estancia en Roma (años 126-127), su segunda etapa de viajes (años 128-134) tuvo un prólogo en Africa (año 128) para completarse con estancias en Grecia, con preferencia en Atenas, a la que dedicó especial atención, y en el resto del Imperio oriental (Antioquía, Jerusalén, Egipto y ciudades de Asia Menor). Adriano, fascinado por la cultura griega, intentó revitalizar el esplendor de la antigua Atenas y de las grandes ciudades y centros de culto minorasiáticos (Mileto, Efeso...). La atención a las provincias se manifestó en distintos frentes. Para facilitar el acceso a la ciudadanía romana de provinciales, concedió el ius Latii maius, en virtud del cual no sólo los magistrados sino el conjunto de los miembros de las curias accedían a la ciudadanía romana. Su política provincial atendió igualmente a la mejora de las condiciones económicas. Su lex Hadriana de rudibus agris, de aplicación general en el Imperio, concedía exenciones fiscales a quienes pusieran en explotación tierras abandonadas o demostrasen que hacían algún tipo de inversión destinada a elevar los resultados productivos (así, arrancar cepas o árboles viejos para plantar nuevos). Y sobre determinados bienes necesarios para la alimentación de Roma o del ejército, comprometió al Estado con obligaciones de adquirir una parte de los mismos. Tales ventas obligadas al Estado, calificadas de intervencionistas, ofrecían un amparo al productor al saber que tenía vendida de antemano parte de su cosecha. Los estudiosos de las ánforas del Monte Testaccio de Roma comprueban que, a partir de Adriano, se incrementa la presencia de recipientes de la Tripolitania, además de los de la Bética y de Africa. El estímulo al incremento de la producción agraria fue paralelo al demostrado en relación con la minería. En la reglamentación de explotación minera, conocida por las planchas de bronce halladas en el Alentejo, Portugal, la lex metalli Vipascensis, se advierte igualmente el deseo imperial de obtener el máximo rendimiento posible de las minas, para lo que se facilita la participación de particulares en régimen de arrendamiento de pozos. No es nuevo el intento por conseguir un gran desarrollo urbanístico de las ciudades provinciales, con el fin de que reflejaran el esplendor de la cultura romana con sus edificios públicos (templos, teatros, anfiteatros, acueductos...). En algunos casos, el propio emperador asume la responsabilidad de vigilar esta tarea. Así, Gerasa (en Jordania,cerca de Ammán) debe a Adriano la mayor parte de sus construcciones monumentales (murallas, foro elíptico, templo de Zeus). La atención de Adriano por Atenas fue excepcional. Dispuesto a hacer de ella la capital cultural y religiosa de los griegos, la convirtió en el centro de la confederación helénica. La construcción en la misma de grandes templos como el Panhelenion y el Olimpeion, así como el haberse hecho iniciar en los misterios de Eleusis, son testimonios claros de esta preferencia. Revitalizó el culto a los Doce Dioses (los seis dioses y diosas más importantes de la religión greco-romana) y vinculó el culto imperial al de esos santuarios. Por más que el culto a todos los dioses en un solo santuario tenía precedentes ya desde el siglo II a.C., la intervención de Adriano potenció esa idea. No debe ser casual que el culto a dioses panteos llegue a Occidente en época de Adriano, a juzgar por los datos que tenemos. En la reconstrucción del Panteón de Roma construido por Agripa, el general de Augusto, Adriano volvía a insistir en el culto de todos los dioses en un solo templo, al que se asociaba además el culto imperial con la presencia de la estatua del emperador. Como manifestación del universalismo del Imperio, aun manteniendo una política religiosa básicamente tradicional, hizo un reconocimiento expreso de dioses venerados en santuarios no romanos: la Artemis Efesia, el Apolo Dídimo de Mileto, el Hércules Gaditano y otros dioses fueron reconocidos como capaces de recibir herencias, lo que equivalía a una aceptación de tradiciones locales que Roma no había aceptado para sus propios dioses (Ulp. Regl., 22,6). El reconocimiento de estos dioses extranjeros tiene una confirmación clara en las monedas de acuñación imperial donde fueron representados. A raíz de su estancia en Egipto, donde murió su favorito Antinoo, al que divinizó, quedó impresionado por la pujanza del culto alejandrino de Isis y Serapis. Y aunque Adriano no hiciera una expresa campaña propagandística de estos cultos (se limitó, como en otros casos, a emitir moneda con representación de esos dioses), la realidad fue que su aparición en las monedas imperiales coincide con el inicio de su gran difusión incluso por el occidente del Imperio. Un caso particular vino planteado por los judíos. De nuevo volvieron a aparecer bandas armadas que hostigaban sistemáticamente a las tropas romanas. La respuesta de Adriano fue la de reprimir militarmente a los rebeldes y la de tomar decisiones que demostraran que Roma no se dejaría intimidar. La ciudad de Jerusalén fue convertida en colonia con el nombre de Aelia Capitolina y en el lugar del Templo fue erigido otro consagrado a Zeus Júpiter (129). Aun así, la guerrilla judía continuó y llegó a adueñarse de Jerusalén (132); el 134, recuperada la ciudad por Roma y terminada la revuelta, el nombre de Judea fue borrado y su territorio se añadió a la provincia de Siria.
contexto
En este siglo las provincias balcánicas y danubianas sometidas al Imperio viven una situación de inestabilidad, fundamentalmente por dos razones: por un lado, los desastres militares del ejército otomano ante sus vecinos harán constantes rectificaciones de fronteras entre las potencias europeas y las zonas dominadas revelándose así la impotencia del Estado turco para hacer frente a la nueva situación. En segundo lugar, y como consecuencia de lo anterior, la pérdida de prestigio del poder central generó condiciones de anarquía local que motivaron descontentos locales, a veces con connotaciones autonomistas o independentistas, y el aumento creciente de atribuciones, incluso en el terreno fiscal, de las autoridades locales. Esta doble combinación crea un verdadero círculo vicioso, pues sin prestigio y sin dinero la Administración central no podía disponer de una fuerza de seguridad que mantuviera el orden, y sin ésta tampoco podía lograr la obediencia debida ni el cobro de los impuestos. Las guerras con Europa tuvieron, pues, determinadas consecuencias; regiones que, por su lejanía, habían quedado un poco marginadas del poderío turco ahora se liberan de su dominación; otras áreas van a ser escenario permanente de conflictos, como los países rumanos, el Peloponeso, Serbia y Bosnia-Herzegovina, dejando a su paso una estela de destrucción, masacres, migraciones de población y desolación general; otras zonas no fueron teatro de operaciones pero, indirectamente, sufrirán también las secuelas de la guerra: agravamiento de las cargas fiscales, reclutamientos permanentes, saqueos y alza de precios; en definitiva, la guerra es un detonante que constituye el motor de la evolución histórica en estos territorios. Por otra parte, el reforzamiento de las autonomías locales trajo consigo un aumento de la presión fiscal pues muchos impuestos extraordinarios acabaron siendo ordinarios; en muchas ocasiones, el clero ortodoxo pasó de tener funciones estrictamente religiosas a otras políticas, convirtiéndose en recaudadores de impuestos o en representantes de su comunidad ante las autoridades turcas. El conjunto de las provincias, con una diversidad enorme, se caracterizaba por una economía primitiva y rudimentaria, viviendo fundamentalmente de la agricultura, donde la unidad básica de la producción agrícola era la tenencia campesina o tchift; desde el siglo XVI se había iniciado un proceso de concentración de tierras en manos de notables locales que originaron grandes patrimonios familiares dando paso a un régimen de explotación parecido a la servidumbre, siendo los pagos todavía en especie. El campesinado había visto empeorar su situación, el hambre, la desesperación y la pobreza era corriente entre ellos; su expulsión de las tierras que trabajaban les conducía al pillaje y al saqueo por lo que el bandolerismo constituyó otro factor de problemas durante todo el período. No obstante, la producción agrícola tuvo una producción en aumento debido al crecimiento del comercio turco con toda Europa y convertirse el Imperio en zona productora de alimentos y de materias textiles. Esto trajo consigo una sobreexplotación campesina por los propietarios de tierras y la prosperidad a mercaderes y transportistas. 1. Los griegos habitaban sobre todo en el Peloponeso, Tesalia y los territorios insulares, llegando a ocupar la mejor posición de todos los pueblos sometidos al Imperio, incluso sus comerciantes eran vitales para la economía otomana. Siempre gozaron de una cierta autonomía, a cambio del puntual pago de los impuestos, y en la centuria que nos ocupa mejoraron notablemente su situación. En el Peloponeso, tras la expulsión de Venecia en 1715, fue donde más se desarrolló este sistema de autogobierno; cada ciudad tenía un Consejo de notables, con tareas políticas, y algunos de sus miembros formaban parte del Senado Peloponeso donde se discutían las cuestiones administrativas y fiscales que atañían a la provincia. Dos senadores, junto con delegados del sultán, formaban el Consejo de gobernación, y, además, otros dos representantes provinciales tenían derecho a representación directa ante el sultán en Estambul. También en las se desarrolló un potente sistema de gobierno local que trataba directamente con la Administración central y que asumió la recaudación de impuestos y el mantenimiento del orden. Estos gobiernos locales fueron fundamentales para mantener viva la cultura griega así como el Derecho (romano) común, y no supuso, hasta 1760, ningún problema real al dominio otomano. A partir de los años sesenta agentes rusos son enviados sistemáticamente para estimular revueltas y conatos independentistas. Comenzó así una revuelta en 1769 que resultó un verdadero desastre pues la ayuda rusa llegó tarde y de manera insuficiente. No obstante, los tratados establecidos entre Rusia y Turquía años después les favoreció dejándoles libertad para emigrar y contando la religión cristiana con una mayor protección. 2. Los albaneses, uno de los pueblos menos desarrollados de los Balcanes, tenían puntos de similitud con los griegos pero también diferentes. La dominación musulmana provocó muchas conversiones en él y, poco a poco, el país quedó dividido entre un Norte católico y un Sur musulmán, estando los primeros obligados al pago de onerosos impuestos, por lo que siempre buscaron la protección de los Habsburgo. Los musulmanes, en cambio, tenían una posición privilegiada, podían servir al Estado como burócratas o ingresar en el cuerpo de jenízaros e incluso proporcionaron visires al gobierno imperial. Los ghegs poblaban las zonas montañosas y vivían organizados tribalmente, el clan seguía siendo la unidad social básica y escapaban muchas veces a la autoridad otomana dada su inaccesibilidad. Los tosks vivían en las ciudades, muchos practicaban la religión ortodoxa y sus familias inician vinculaciones con la Administración central. Albania no fue teatro de operaciones de guerra en esta centuria, por lo que no sufrió sus consecuencias devastadoras, y tampoco se alteró demasiado la relación establecida entre el poder central y sus poblaciones. 3. Los montenegrinos vivían en una zona alejada de los centros de decisión del Imperio, conquistada por los turcos en 1499, pero dada la lejanía nunca fueron dominados sistemáticamente, incluso el sistema timar no se había impuesto sobre ellos. Era un territorio muy primitivo con una economía poco desarrollada, con un pueblo atrasado, organizado en clanes tribales, dispersos sobre todo por las áreas montañosas, y que a comienzos del siglo XIX no superaban las 120.000 personas. Practicaban la religión ortodoxa, cuyo centro de irradiación lo constituía el monasterio Cetinje, y su jerarquía eclesiástica desempeñaba también las funciones políticas y administrativas. Hasta el siglo XVIII no había dado demasiados problemas al sultán pero en esta centuria las relaciones se irán deteriorando hasta desembocar en franca rebeldía; de hecho, fue la actitud de sus obispos iniciando una política de relaciones exteriores con las naciones vecinas y enemigas de Turquía (Venecia, Rusia y Austria) lo que les convirtió en un foco de resistencia importantísimo. Con Venecia fue el obispo Danilo (1696-1737) quien propició un acercamiento que desembocó en ayuda a la república durante la guerra turcovéneta de 1714-1718; a pesar del envío de un gobernador por el Dux, las buenas relaciones no se prolongaron y, finalmente, Danilo se vuelve a los rusos, que convertirán a Montenegro en una especie de protectorado. Vasilije Petrovic (1737-1782) se mantiene en la misma línea hasta que en los años sesenta surgen malentendidos entre rusos y montenegrinos por la aparición de un líder local que se hacía pasar por Pedro III, dándose un distanciamiento entre ellos a pesar de la insistente petición de ayuda por parte del obispo; en esa línea Rusia llegó a pactar con Austria la no intervención en los Balcanes. Esa pérdida del apoyo austro-ruso fue aprovechada por los turcos, que acometen una política agresiva sobre ellos para recuperar la influencia perdida; la ocasión se torna favorable al Imperio cuando en los años ochenta el principal problema que tienen que afrontar los montenegrinos es la política expansionista iniciada por los albaneses. En esta tesitura, la ayuda otomana y su oferta de mediación, sirvió para someterlos de nuevo bajo su control. 4. Bosnia-Herzegovina vio cómo tras la invasión turca muchos de sus habitantes se habían convertido de buen grado al Islam por lo que el sultanato siempre encontró aquí un amplio respaldo que le llevó a desarrollar una política muy ventajosa para los pro-musulmanes. Sus fronteras habían sido delimitadas en el Tratado de Carlowitz (1699) no sufriendo alteraciones significativas en toda la centuria. Su sociedad presentaba una conformación tripartita donde el elemento principal eran los musulmanes (33 por 100 de la población), seguidos de los ortodoxos (43 por 100) y en menor medida de los católicos (20 por 100). Sus ciudades más importantes eran Sarajevo (la antigua capital), Mostar y Travnik, que en 1703 asume la nueva capitalidad. Aunque nunca llegó a ser teatro de operaciones sufrió las consecuencias indirectas de la guerra contra austriacos, rusos y venecianos que originaron levas forzosas, epidemias, ruinas de los campos y devastación en general. El visir Alí Pasha Hekim Oglu (1735-1740) dirigió una política afortunada, asistido por un Consejo de notables locales y asegurando el control para la Sublime Puerta. Tras el Tratado de Belgrado (1739) y la desaparición del anterior político las provincias fueron organizadas en capitanías y los capitanes investidos de atribuciones militares y fiscales además de controlar las comunicaciones. Esto generó una cierta anarquía, ya que conforme los capitanes acrecentaban su poder, lo hacían en perjuicio del visir y por lo tanto de Estambul. Para acabar con ello fue enviado Mehmed Pachá Kukavika que pacificó la provincia y la sometió totalmente hacia 1756. Por último, cuando en 1788 estalló una nueva guerra entre Turquía y Austria, ésta invitó a los bosnios a levantarse contra los turcos pero los musulmanes se opusieron encarnizadamente y desplegaron una tenaz resistencia. No obstante, fueron derrotados y, en la Paz de Sistova, este territorio pasaría a Austria. 5. Los serbios habían podido escapar a la dominación musulmana y desarrollaron una sociedad y un Estado bastante independiente donde todos eran hombres libres (inexistencia de servidumbre) dedicados mayoritariamente a la agricultura. Su unidad política básica era el distrito, órgano que agrupaba a representantes de las ciudades con un jefe de distrito a su frente; éste lo representaba ante las autoridades otomanas y recaudaba los impuestos pertinentes. Practicaban la religión católica y la ortodoxa, y desde principios del siglo XVIII las tierras serbias estaban bajo la jurisdicción del patriarca de Pec, dependiente, a su vez, del patriarca de Constantinopla. Fue la Iglesia ortodoxa quien desarrolló el nacionalismo serbio sentando las bases de su independencia. En el Tratado de Passarowitz (1718) perdió territorios a favor de Austria pero fueron recuperados en 1739. Entonces se estableció una nueva línea fronteriza con los austriacos que perduraría hasta el siglo XIX, a pesar de que todas las guerras austro-turcas del período supusieron invasiones y apelaciones a la rebelión contra los musulmanes. 6. Hungría y Transilvania formaban parte de las zonas más alejadas y disputadas del Imperio. En el Tratado de Carlowitz la Hungría turca y sus mercados meridionales entre los ríos Drave y Save pasan al dominio habsburgués; sólo quedaba para Turquía el Banato de Tamesvar, que sería perdido poco después. Para Transilvania y sus vaivodas, este tratado supuso la inserción en la Corona austriaca aunque quedaba en una cierta situación de independencia a cambio del pago de tributos. Años más tarde, en la Paz de Passarowitz (1718), Austria completó su dominación en ambas zonas, pero cuando intentó ampliar su dominio hacia Yugoslavia tuvo que replegarse y abandonar sus sueños expansionistas. 7. Los países rumanos -Moldavia y Valaquia- eran también territorios autónomos dentro del Imperio otomano pero sometidos a vasallaje, lo que implicaba satisfacer tributos regularmente y, a veces, aportaciones humanas para el ejército. Tenía una sociedad desarrollada, con una nobleza poderosa e influyente donde destacaba sobre todo el grupo de los boyardos; los miembros del clero poseían también importantes privilegios, siendo propietarios de vastas extensiones de terreno; el campesinado estaba sometido al régimen de servidumbre y los lazos de vasallaje serían reforzados en la segunda mitad de la centuria. Al frente de cada país estaban los vaivodas, intermediarios entre el Imperio turco y su pueblo, pertenecientes a la nobleza local. La acción desplegada por los pueblos vecinos, especialmente Rusia y Austria, animándoles a la rebelión hizo que, intermitentemente, aparecieran movimientos independentistas que, a la larga, no obtuvieron ningún resultado, pues Turquía siguió ostentando su soberanía sobre ellos. Ya a fines del siglo XVII el vaivoda de Valaquia estableció una alianza con los Habsburgo (1688), a la que se sumaría dos años después Moldavia. Esta política de independencia respecto a Turquía fue reforzada hacia 1709-1710 con sendos pactos con Rusia, pero la derrota obtenida por ésta en la guerra de 1710-1711 trastocó los planes rumanos y el poder otomano se desplegó de nuevo sobre ellos con redoblada fuerza. Hacia 1716 el griego Nicolás Mavrocordato es nombrado vaivoda de Valaquia y Moldavia, desplazando a los nobles locales de este puesto. Con él comienza una época, llamada del Fanariato (término tomado del barrio griego de las afueras de Estambul, Phanar), donde se advierte una helenización del mundo rumano y una creciente influencia de los griegos (constante, por otro lado, desde el siglo XVI) junto con una dominación otomana sistemática que llevó a los países rumanos a la plena integración en el cuadro imperial turco; esto supuso la adopción de las costumbres otomanas y la inserción de la economía rumana en la economía del Imperio, reduciéndose muchas de las transacciones mercantiles existentes hasta el momento con la Europa central y oriental. Su sucesor, Constantin Mavrocordato, desplegó una acción reformadora a mediados de la centuria (1739-1749) que sentó las bases de un nuevo Estado. Primeramente transformó a la nobleza hereditaria en una nobleza de servicio, haciendo depender sus privilegios y exenciones fiscales de su dedicación al Estado, y su fidelidad generalmente se recompensaba con nombramientos en la Administración central o local. En relación con el campesinado intentó una política liberadora, y así se abolió la servidumbre en Valaquia (1746) y Moldavia (1749); las corveas y diezmos en el futuro serían regulados por el Estado y se les restituyó derechos arrebatados por los boyardos; por último, intentó una reorganización de los impuestos según criterios más racionales y universales. La guerra ruso-turca de 1768-1774 transformó estos países en escenario bélico, llegando a ocupar los rusos Bucarest y Jassy; no obstante esas victorias, la Paz de Kutchuk devolvió estos territorios a Turquía aunque ésta se comprometía a tolerar la religión de los ortodoxos y a mantener consulados de Rusia en las ciudades importantes, así como a traspasar la soberanía de la Bukovina moldava a Austria. 8. Los territorios ribereños del mar Negro a lo largo del siglo XVIII serán constantemente objeto de litigio entre el Imperio otomano y la política expansionista rusa. Ya el Tratado de Constantinopla (1700) y las negociaciones turco-rusas sobre delimitación de sus fronteras establecieron el fin de la soberanía turca sobre el litoral septentrional del mar de Azov; de esta manera un vasto espacio entre los ríos Bug y Dnieper se encontraría a disposición de Rusia. Aunque en el Tratado del Prut (1711) Rusia fue forzada a retirarse de esos territorios, la Paz de Belgrado (1739) modeló de nuevo el mapa fronterizo entre ambas según las líneas trazadas en 1700. Sin embargo, la gran derrota, militar y psicológica del Imperio turco en esta zona, porque además implicaba la pérdida de una población islámica significativa, fue con el Tratado de Kutchuk (1774); aunque se garantizaba al sultán la recuperación de sus posiciones entre el bajo Danubio y el bajo Dniester, tendría que ceder Azov y su territorio colindante así como algunas ciudades situadas al sudeste de Crimea, que eran vitales para el Imperio por asegurar las comunicaciones entre los mares Azov y Negro. Por otra parte, el sultán tendría que reconocer la independencia de las poblaciones tártaras de Crimea y de las estepas. De este modo Crimea quedaría como el único territorio que permanecía bajo la soberanía de un príncipe musulmán, elegido khan.
contexto
La capitalidad de cada provincia se encontraba allí donde estuviera el gobernador de la misma; dada la movilidad de las tropas empleadas en la anexión de nuevos territorios, en aplacar revueltas locales o simplemente en tomar medidas orientadas a la reorganización de los territorios conquistados, cada gobernador se desplazaba a lugares muy diversos de su provincia. Ahora bien, en momentos de menor actividad, cada gobernador disponía de una sede estable. En la Citerior, comenzó siéndolo Emporion (Ampurias) para, poco después, heredar tal privilegio la ciudad de Tarraco (Tarragona), que seguiría conservando tal carácter de capitalidad en época imperial. Carthago Nova (Cartagena) sirvió de capital en las fases iniciales; tan pronto estuvo plenamente pacificado el valle del Guadalquivir y fue preciso organizar la defensa frente a las incursiones lusitanas, Corduba (Córdoba), fundada el 152 a.C. por Claudio Marcelo, ejerció de capital durante el resto del período republicano; pasaría a ser la capital de la Betica surgida después de la reorganización de Augusto que condujo a la división en dos provincias de la Ulterior; la otra sería la Lusitania con capital en Emerita Augusta (Mérida), ciudad fundada por Augusto. Los límites interprovinciales no fueron muy rígidos y tenían en cuenta las agrupaciones de pueblos prerromanos por más que tales límites se puedan situar en una línea de separación imaginaría que iba desde cerca de Cartagena hacia el Noroeste. Antes de la reorganización llevada a cabo por Augusto, los territorios galaicos de brácaros y lucenses se habían sumado a la Ulterior. Ello indica que se tendía a agregar a una u otra provincia los nuevos territorios más próximos a la misma. Por otra parte, hubo muchas ocasiones que exigieron la colaboración entre los dos gobernadores provinciales o simplemente, por razones estratégicas, era preciso pasar con las tropas de una por el territorio de la otra provincia, lo que conducía a intervenciones de uno de ellos en la provincia del otro.
contexto
Los Flavios comprendieron el error de los anteriores emperadores, para quienes las provincias nunca fueron el eje central de sus preocupaciones salvo cuando debían pagar impuestos o aportar ingresos al Tesoro. Claudio había ya tenido intuiciones clarividentes. Pero el viraje flavio reside en mantener una atención continuada y coherente destinada a la equiparación progresiva de las provincias a Italia. Las provincias de Hispania reciben ahora un claro reconocimiento aunque la atención del poder central se orientó al conjunto de los territorios del Imperio. Suetonio (Vesp., VIII) define así la intervención de Vespasiano en Oriente: "Redujo a régimen provincial a Acaya, Licia, Rodas, Bizancio y Samos, privándolos de libertad, así como a Tracia-Cilicia y Comagene, hasta entonces sometidas a reyes. En Capadocia asentó legiones... y nombró a un consular en lugar de a un caballero como gobernador". Este testimonio debe ser ampliado con las noticias sobre la reorganización de Egipto para garantizar la llegada regular del trigo enviado a Roma así como con otras medidas tendentes a asegurar la pacificación y buena administración del oriente del Imperio. Vespasiano no pretendía justificar su poder recurriendo a modelos helenísticos, aunque algunas ciudades griegas y la propia Alejandría lo hubieran deseado; creían así poder obtener del emperador algunos privilegios. Para Oriente, Vespasiano reservó las medidas fiscales y económicas que permitieron un progresivo y continuado crecimiento económico; sus frutos políticos se comienzan a recoger durante los Antoninos. Pero aunque tal política fuera buena para Oriente, no era popular y se encuentran varias noticias de una renovación del sentimiento antirromano en ciudades como Éfeso, Pérgamo o Alejandrfa. La decidida ruptura con el monopolio de los privilegios ciudadanos de Italia se comprende de modo palpable en la concesión de Vespasiano a Hispania del ius Latii. El significado de esta concesión ha sido -y sigue siendo- muy discutido. Para algunos, sólo las ciudades peregrinas del Sur y Este peninsulares, más unas pocas del interior, pasaron a ser municipios flavios. Otros interpretan que todas las ciudades de Hispania adquirieron ahora la categoría municipal. Una tercera vía explicativa, con la que coincidimos, sostiene que hubo muchas ciudades que accedieron a la municipalidad, incluso en el interior y en el noroeste de la Península, pero que la concesión de privilegios municipales se aplicó selectivamente de modo que algunas ciudades siguieron siendo peregrinas. La concesión del estatuto de municipio latino convertía en latina a una gran parte de la población libre de las ciudades. Pero producía además un segundo efecto: la concesión de la ciudadanía romana per honorem. Los miembros de las oligarquías locales que accedieran al desempeño de magistraturas (per honorem) en un municipio latino pasaban a ser ciudadanos romanos, ellos más todos los que se hallaran bajo su patria potestad (mujer, hijos...). Dado el carácter anual del desempeño de las magistraturas y la necesaria ocupación de las mismas por personas distintas, se podía esperar que, en unos años, los componentes de las oligarquías locales pasaran a tener el derecho de ciudadanía romana. Cada nuevo municipio se organizaba a semejanza de los municipios de Italia. Todos contaban con una ley que reglamentaba su funcionamiento. De algunos de ellos nos consta que esa ley fue grabada en planchas de bronce para ser expuestas en lugares públicos de modo que fuera accesible su lectura. Hasta hace poco, conocíamos partes importantes de la ley del municipio flavio de Malaca (Málaga) y de Salpensa (cerca de Utrera, provincia de Sevilla). En la última década, fue descubierta la ley del municipio flavio de Irni (también de la provincia de Sevilla), un texto más extenso que los anteriores, a los que además completa. Y recientemente se ha podido precisar que también eran fragmentos de leyes municipales flavias otros conocidos de antiguo y mal identificados (Basilipo, Corticata); siguen apareciendo fragmentos de leyes municipales flavias: así los de Ostippo. La comprobación actual de que contamos con testimonios de más de ocho leyes municipales flavias permite advertir la extensión de esta práctica de grabar las leyes en bronce, generalizada al menos en el Sur peninsular. El ius Latii de Vespasiano puso así las bases estatutarias para la integración en la ciudadanía romana de grandes masas de la población hispana y posibilitó que muchas ciudades abandonaran el uso del derecho local tradicional para reglamentar su vida conforme a las exigencias del derecho romano. Las planchas de bronce con los textos de leyes flavias fueron grabadas bajo el gobierno de Domiciano. El dato es ilustrativo de la continuidad política de una medida tomada por su padre, Vespasiano. Un segundo factor como es la confirmación de restos de planchas de leyes flavias fuera de Hispania, así en Lauriacum (territorio de la actual Austria), indica que la política municipal y de ciudadanía de los Flavios no se circunscribió al ámbito de la Península Ibérica; allí donde se produjo la intervención de Roma, el territorio fue reorganizado y aparecieron nuevas ciudades o se consolidaron las existentes. Bajo los Flavios adquirió una organización completa el culto al emperador. Desde ellos, en Hispania, se constata la existencia de un culto en cada capital de provincia (Emerita, Corduba, Tarraco) así como un culto de los conventos jurídicos del Noroeste donde no se practicaba el culto dado por ciudades que sería, en cambio, habitual en las zonas del Sur y Este intensamente romanizadas. Al cuidado de cada templo había un sacerdote con el nombre de flamen y el culto sobre un ara era atendido por un sacerdos. El culto imperial sirvió de cohesión ideológica para el imperio y, a la vez, fue un instrumento para la promoción de las oligarquías urbanas; se conocen varios casos de sacerdotes del culto en el nivel municipal, que desempeñaron después la misma función en los cultos provinciales para terminar accediendo al rango de caballeros. Y a partir de los Flavios, comienzan a ser habituales las asociaciones religiosas de libertos dedicadas prioritariamente al culto imperial, VI viri augustales; éstos encontraron en estas asociaciones un medio idóneo para integrarse en las oligarquías urbanas.
contexto
Para las Provincias Unidas, el siglo XVIII representa un período de retroceso y significativa decadencia en todos los sentidos; su economía abandonó el dinamismo que le había caracterizado en la centuria anterior y de esta manera la producción agraria e industrial en el interior del país se fue estancando, al tiempo que perdía sus puestos influyentes en los mercados internacionales ante la pujanza de nuevos países. A nivel político, los principios básicos de la república se vieron alterados al restablecerse el Estatuderato, ahora con carácter hereditario, lo que sembrará nuevos elementos de discordia entre los grupos políticos -conservadores y renovadores- a los que hay que sumar la influencia de la Ilustración y, más tarde, el impacto de la revolución francesa. Por otra parte, su política exterior estuvo mediatizada por la alianza inglesa que le arrastró a conflictos internacionales hasta los años ochenta en que se llega al enfrentamiento entre ambas. Frente a la historiografía tradicional, los historiadores actuales hacen hincapié en las propias estructuras internas, en su anquilosamiento y en su firme resistencia al cambio, y en la ausencia de innovaciones profundas para explicarse la decadencia del país. De hecho, la instauración del Estatuderato fue respaldado por muchos grupos con la esperanza de que este poder fuerte asumiera la reforma, pero pronto se desilusionaron al ver cómo el estatúder pactaba con los antiguos poderes establecidos. El otro momento de crisis, que pudo traer consigo el cambio, se dio en los años ochenta, protagonizado por el Movimiento Patriota en el marco de la guerra anglo-holandesa, pero la interferencia extranjera frustró los resultados. En resumen, las instituciones holandesas y los grupos gobernantes -oligarquías municipales, aristocracia urbana y corporaciones patricias- sacrificaron las reformas para mantener sus privilegios, y en este sentido tan conservador fue el estatúder como lo fueron los regentes, su enemigo natural. En esta centuria la economía apenas podía mantener sus niveles de producción, los costes se dispararon, los rendimientos eran menores y los márgenes de beneficio se resintieron. Los productos holandeses dejaron de ser tan competitivos en los mercados internacionales y sus barcos no dominaban los mares como antes. La población apenas creció y las bases sociales permanecieron inalterables. La vieja diferencia entre las provincias marítimas -Holanda, Zelanda- caracterizadas por el predominio del comercio y la industria, con una gran proyección exterior, y las provincias extremas -Overijssel, Gelderland-, agrarias y orientadas al Continente, no sólo no desapareció sino que a menudo se acrecentó, contribuyendo al deterioro de la situación. Se ha constatado que el retroceso del comercio holandés en la madera del Báltico alcanzó cotas importantes en 1730 y 1780. Las manufacturas relacionadas con esa madera se vinieron abajo y la industria textil de Leyden casi desapareció. La ganadería vacuna sufrió un duro golpe, resintiéndose de la pérdida de tierras dedicadas a pasto y del desarrollo de la peste, lo que se tradujo en una reducción de la cabaña en un 70 por 100. Los prestamistas individuales dieron paso al predominio de grandes compañías financieras y la creación de bancos, pero todas esas transformaciones trajeron consigo un elevado coste social. Guillermo III (1650-1702) fue el primer Orange que logró acaparar en sus manos el cargo de estatúder de las distintas provincias, otorgándole un rango nacional y propiciando así la segunda fase del Estatuderato en la cual se reforzaron ampliamente las prerrogativas de esta institución, al asumir la defensa de toda la Unión. Su elección como rey de Inglaterra en 1689 y su muerte en 1702 significa la desaparición del sistema y la vuelta al predominio de los Estados Generales.