El día 1 la avalancha alemana se abate por tierra y aire sobre Polonia. Mientras, el pueblo alemán, que todavía piensa en las vacaciones, manifiesta su interés mediano por el ataque y se muestra como "ausente". Para los polacos las vacaciones terminan de golpe. Aunque ante la invasión y los primeros bombardeos no han reaccionado con temor, sino con curiosidad y nerviosismo. Los polacos no temen al invasor, piensan que van a detenerlo y a invadir la propia Alemania. "Dentro de una semana en Berlín", rezan algunas pintadas en las calles de Varsovia. Y pese a lo que ocurre ya desde las primeras horas, más de un político o un militar opinan lo mismo. Los alemanes preparan para la invasión a 1.800.000 soldados, 11.000 cañones, 2.800 carros de combate, 2.000 aviones -en este momento es comandante en jefe de los ejércitos de tierra W. Von Brauchitsch-. Penetran en Polonia 40 divisiones de infantería, 14 mecanizadas (6 acorazadas), 4 ligeras y 4 motorizadas (10). Polonia puede oponerle casi un millón de hombres, 4.500 cañones, 700 carros de combate y 400 aviones: 30 divisiones de infantería, 2 de montaña, 4 de caballería etc., mandadas por el mariscal Rydz-Smigly. El soldado alemán habitualmente obediente y disciplinado, goza de una instrucción muy buena y dispone de una oficialidad competente en la que confía y con la que se compenetra, y de un material cuya calidad es casi siempre aceptable o buena. Cuando los alemanes penetran en Polonia, van a hacerlo de la manera clásica, formando dos grupos que, partiendo del norte y del sureste cojan en medio a los polacos. Pero la novedad (la Blitzkrieg) consiste en la utilización de la aviación y los carros en función estratégica. Aquella y éstos no se subordinan al lento avance de la infantería, sino que, actuando autónomamente, penetran lo más profundamente que pueden en territorio enemigo, tratan de controlar el cielo, destruyendo la mayor cantidad posible de material enemigo, y así ocurrirá. Empleo parecido tendrán lo carros -que operarán masivamente o en cuerpos autónomos de ruptura, y no de simple apoyo a la infantería-. Enorme importancia tendrá la propaganda y la radio que emitirá como radio polaca, creando confusión y desmoralización. Como es habitual en ellos, los alemanes buscarán en sus ataques la superioridad numérica y de material: la relación de fuerzas entre Polonia y Alemania al estallido de la guerra se calcula ( según E. Duraczynski), que para la infantería, "era de 1:1,5; en la artillería, de 1:2,8; en la artillería antitanque, 1:5,2; en carros de combate, 1:5,3". En los combates que efectivamente se desarrollaron, la proporción, por una serie de razones, fue aún menor: "En la infantería, de 1:2,2; en la artillería, 1:4,3; en la artillería antitanque, 1:7,6; en los carros, 1:8,2. El soldado polaco presentaba una instrucción sólo mediana. Los mandos confiaban en la cantidad más que en la calidad. Su moral, en 1939, era más aceptable, pero excesiva la seguridad en sí mismos. Un ulterior "handicap" será la tardía e incompleta movilización en el momento del estallido de la guerra. Rydz-Smigly es el responsable del mal concebido plan polaco, que va a facilitar las cosas al enemigo: concentra gran parte del ejército (más de un tercio) en el Corredor, con riesgo de ser atacado desde la Prusia oriental alemana; otra gran parte la concentra entre Lodz y Varsovia, en el centro, bajo el mando del propio Rydz-Smigly. Al mismo tiempo, trata de defender todas las fronteras de un país llano, sin obstáculos naturales y pocas carreteras, e incluso cree que va a resistir y a contraatacar. El ejército polaco -para Battaglia, Liddell Hart y otros- debería haber formado, "clásicamente", una línea defensiva sólida en el interior, sobre el Vístula y el San (aunque así se habrían abandonado las regiones industriales del oeste), y desde ella lanzar contraataques contra los puntos débiles del enemigo. Esta ubicación inadecuada le va a impedir oponerse eficazmente a los alemanes y moverse con facilidad para evitar ser embolsado o rebasado. Desde el primer día (para la descripción de las operaciones seguiremos en buena parte a Liddell Hart), en el norte, los ejércitos III y IV de Von Bock penetran hacia el sur desde Prusia oriental y hacia el este por el Corredor respectivamente, para unirse luego, rebasado el enemigo. El peso principal lo llevan los ejércitos de Rundstedt, en el sur y el sureste, los más numerosos y potentes, por sus divisiones acorazadas: el VIII, el X y el XIV. El VIII se dirige hacia Lodz, para aislar a los polacos en Poznan; el XIV se dirige hacia Cracovia, rodeando el flanco enemigo de los Cárpatos y haciendo que los carros de Kleist lo empujen hacia las montañas, y el X va a soportar la acción decisiva, con sus carros, en la parte central del sur. El día 3 el IV ejército corta en dos el Corredor y alcanza el curso inferior del Vístula: aquí la resistencia polaca es mayor y se hace famosa la heroica brigada de caballería "Pomporska". Y el III va hacia el río Narew. En el sur, el X llega al río Warta, en dirección norte, y empuja al otro lado a los polacos. Más al sur, el XIV ocupaba Cracovia y los polacos se retiran hasta los ríos Dunajec y Nida, hacia el este. Berlín ignora el ultimátum aliado: a las 12,00 h. del día 3, Gran Bretaña, a las 17,00 h. Francia se consideran en estado de guerra con Alemania. Mientras se producen manifestaciones antialemanas y en favor de la intervención de ambos países. Pero los aliados no tienen prisa en moverse. El día 4 el general británico Ironside y el general Gamelin se muestran de acuerdo: "Inglaterra -dice Ironside- se está preparando para un larga guerra (...), por ello sus principios y planes deben tener en cuenta las necesidades de la guerra como un todo y no según las distintas campañas (como la de Polonia)." Así Francia, lentísimamente, por el anticuado sistema de reemplazos en vigor, pero también para no irritar a Hitler, va a ir movilizando 120 divisiones. Las fuerzas armadas francesas, cuyo comandante en jefe es el veterano y anciano general Gamelin, son en 1939 más poderosas que las alemanas y gozan de gran prestigio, por lo que se comprende mal su pasividad. En Francia y también en Gran Bretaña se había producido cierta desilusión ante la mediocre resistencia del Ejército polaco tras sus bravatas, del que se esperaba, sin razón, más. Aunque también los polacos habían esperado más de sus aliados, y el historiador francés Latreille se pregunta si la pasividad era fruto del temor francés o de la imposibilidad práctica de hacer algo rápidamente. Mientras, los alemanes seguían penetrando en Polonia, sin que se constatase un plan eficaz polaco para hacer algo más que choques frontales, algún contraataque desesperado pero descoordinado, y retiradas continuas para evitar ser embolsados, y todo ello sin éxito. El día 4 había terminado la batalla por el Corredor con la derrota polaca. Ese mismo día, en el sur, el X ejército alemán llegaba a Pilica, ya a 80 km. de la frontera; el Gobierno polaco abandonaba Varsovia y se refugiaba en Lublin. El 6, en el sur, los alemanes rebasaban Lodz y entraban en el Kielce. El "muro" alemán avanzaba en toda su longitud y los polacos comenzaban a ver resquebrajar sus líneas, atacando sólo esporádicamente, y el 7 se producían ya repliegues desordenados. El 8 una división acorazada del X ejército alemán alcanzaba Varsovia, defendida por el general polaco Rommel, que lograba resistir, y el 16 rechazaba una conminación a la rendición. El 9, en el sur, divisiones ligeras llegaban al Vístula, entre Varsovia y Sandomierz, y se dirigían hacia el norte; el XIV rebasaba la fortaleza de Przemysl, cruzaba el río Dunajec y tocaba el río San. En el norte, las divisiones acorazadas de Guderian del III ejército forzaban el río Narev y atacaban la línea defensiva del río Bug más allá de Varsovia, completándose así el cerco de los polacos en la zona Vístula-Varsovia. La rapidez del avance y las repetidas derrotas polacas acabaron produciendo cierta confusión en el Alto Mando alemán: éste pensaba que los polacos ya se habían retirado detrás del Vístula y que era conveniente que el X ejército lo cruzase entre Varsovia y Sandomierz para cortar la retirada polaca hacia el sudeste. Pero Rundstedt estimó que el enemigo todavía no se estaba retirando, por lo que hizo desviar al X ejército a Reichenau hacia el norte con el fin de bloquear a los polacos a lo largo del río Bzura, en las proximidades de Kutno, al occidente de Varsovia. El Alto Mando aceptó esta estimación, que resultó acertada, pues el grueso de las fuerzas polacas quedaron bloqueadas, sin posibilidad de recibir ayuda o recursos, hostilizados por el sur y por detrás por los ejércitos VIII y IV. Sus desesperados contraataques resultaron vanos y sólo una pequeña porción de los polacos escaparon al cerco y se refugiaron en Varsovia, que aún resistía. El 10, el mariscal Rydz-Smigly ordenó la retirada general hacia el sudeste, para acortar el frente, y dio el mando de la operación al general Sosnowski. Pero ya era tarde: los alemanes habían penetrado profundamente, cruzado el Vístula, el Bug y el San. En el centro, los carros de Guderian alcanzaban Brest Litovsk, y los de Kleist, en el sur, llegaban a Lvov (día 12), agotados y con escaso combustible. Pero los desmoralizados polacos no supieron sacar provecho de la contingencia. Para mediados de mes los ejércitos polacos habían sido ya derrotados. La incompetencia de los oficiales y la relativa impreparación de la tropa les habían impedido resistir ni siquiera un mes entero. Dentro del semicaos general, había habido, con todo, batallas difíciles para los alemanes, como las ya mencionadas del Corredor y la de Bzura-Kutno (días 9-17), como los combates de Brzesc, Zabinka y Kobryn (día 15) - en esta última se distinguió el general polaco Franciszek Kleeberg-; había habido episodios de heroísmo, como en Westerplatte (Danzig), en Gdynia, en Radom, etc. El día 17 el presidente polaco Moscicki y su gobierno huyen a Rumania, y lo mismo hace el comandante en jefe Rydz-Smygly: la fuga de las autoridades acentúa la desmoralización de la tropa y del país. Pero no todo ha terminado. El mismo día 17 los soviéticos ordenan al ejército que pase la frontera para "proteger la vida y los bienes de la población de Ucrania y Bielorrusia occidentales" y horas después invaden Polonia por el este, sin encontrar resistencia apreciable. Los soviéticos piensan anexionarse el este polaco, pero también están desconcertados y atemorizados ante las fulminantes victorias alemanas y pretenden mantener alejados de sus propias fronteras a los vencedores de Polonia (Calvocoressi). Soviéticos y alemanes fijan su "frontera" en el centro-este de Polonia, sobre una línea que va de Prusia oriental a los Cárpatos orientales, pasando por Brest Litovsk y Przemysl. Con todo, en determinados puntos, los polacos seguían resistiendo, como en Varsovia, cuyo asedio termina sólo el 28 (en el curso del cual murieron 16.000 soldados y 20.00 civiles); como en Tomaszow, hasta el 27. El canto de cisne polaco, la última batalla de entidad, fue la de Kock (días 2-5 de octubre), en la que el general Kleeberg puso en dificultades a los alemanes, y en la que se empleó una vez más la caballería para atacar a los carros. Asimismo, algunas guerrillas, muy exiguas, tuvieron cierta actividad durante el invierno. ¿Y los aliados de Polonia? Francia había situado a 70 divisiones y 3.000 carros de combate en la frontera frente a 26 divisiones alemanas, incompletas y casi sin carros (de las que sólo 14 eran suficientemente operativas). Los franceses deberían haber atacado al tercer día de la movilización, es decir, el día 4 de septiembre, y lanzar el decimoquinto día una ofensiva general. Tras algún inocuo lanzamiento de octavillas sobre las líneas alemanas, la "ofensiva" francesa del general Georges se limitó a cruzar la frontera del Sarre (día 6), ocupar unas 20 pequeñas localidades abandonadas por los alemanes sin resistencia, y el 12 detenerse, controlando en total una faja de 25 km. de longitud y 8 de anchura. Para colmo, cuando a fines de septiembre los alemanes trasladan algunas divisiones a la frontera con Francia, los franceses se retiran sin combatir. Gamelin no se había empleado a fondo, su "fina táctica" -como se la llamó- no había conducido a nada; su pretexto fue que los polacos "no estaban dando garantías suficientes de resistencia". Tampoco se entregaron a Polonia los aviones y otro material que había pedido y que le habían prometido. Los franceses, que entre septiembre y octubre tuvieron unas 1.800 bajas, resultaron totalmente inoperantes, sin que la pasividad se vea justificada del todo por la lentitud de la movilización o la solo relativa abundancia de material, pues como dirá De Gaulle "Todas las fuerzas alemanas estaban en el Vístula y nosotros no hicimos nada". Y el propio Churchill criticó la inactividad francesa, pese a su superioridad local y general, durante está "dróle de guerre" o "Sitzkrieg" (guerra sentada, como la llamaron los alemanes). Pero los británicos estuvieron totalmente ausentes, cínicamente, y sólo en octubre comenzaron a enviar a Francia algunas unidades, cuando ya la campaña de Polonia había concluido. Sólo el 9 de diciembre tuvieron los británicos su primer muerto...
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Los principales partidos republicanos, en el período que estamos considerando, fueron el progresista de Manuel Ruiz Zorrilla y el federal de Francisco Pi y Margall; además estaban el partido posibilista de Emilio Castelar, que se disolvió a comienzos de los años 90, y el centralista de Nicolás Salmerón, surgido en las mismas fechas. El partido progresista era el único que confiaba en el recurso al Ejército para alcanzar el poder, procedimiento que los demás rechazaban al contar exclusivamente con medios civiles y democráticos (no obstante, entre las masas republicanas, especialmente entre los federales, pervivió durante largo tiempo la esperanza en una sublevación popular semejante a las fracasadas del sexenio); el partido federal era el único que defendía el principio que les daba nombre como piedra angular de la organización del Estado, frente a los otros partidos, defensores de la República unitaria; el partido posibilista era el más conservador, al acentuar la necesidad de orden y autoridad en la sociedad española; en el partido centralista era especialmente abundante la presencia de intelectuales vinculados a la Institución Libre de Enseñanza. Ninguno de ellos se cuestionaba los fundamentos del orden económico. Frente al problema social proponían diversas medidas reformistas como el fomento del cooperativismo, la constitución de jurados mixtos, la concesión de créditos baratos a los campesinos o el reparto de algunas tierras, y, en algunos casos, medidas intervencionistas por parte del Estado, como la reducción por ley de la jornada de trabajo o la reglamentación de las condiciones en que éste se realizaba. Todos eran partidos interclasistas; sin embargo, en el posibilista era mayor la presencia de elementos de las clases medias acomodadas e, incluso, de la elite comercial y financiera, mientras que el partido federal era el que contaba con mayor arraigo entre las clases populares. Su implantación fue fundamentalmente urbana; investigaciones recientes de ámbito geográfico restringido señalan la presencia de organizaciones republicanas en numerosos núcleos rurales pero, por lo que sabemos hasta ahora -salvo en algunas comarcas de Cataluña, donde tuvieron un amplio protagonismo en las luchas campesinas de los años 90- esta presencia rural fue muy minoritaria. También recientemente se ha destacado -frente a la corriente predominante en años anteriores, que tendía a subrayar la disociación entre obrerismo y republicanismo, tras el fin de la I Internacional, identificando al movimiento obrero con el anarquismo y el socialismo marxista, exclusivamente- que el republicanismo y, en especial, el republicanismo federal continuó constituyendo un marco básico de referencia política para los sectores obreros y populares, como ha escrito Pere Gabriel, durante las primeras décadas de la Restauración. La organización de los partidos republicanos era variada y compleja, a medio camino entre los partidos de notables y los partidos de masas. Como en aquellos, el comité era su base fundamental. En los partidos más elitistas -el posibilista y el centralista- la organización quedaba reducida a estos comités, generalmente muy personalizados, que sólo desplegaban alguna actividad con motivo de las elecciones o de las conmemoraciones, en especial, la del 11 de febrero. Pero los partidos con mayor implantación popular -el progresista y el federal- disponían de otros moldes como los subcomités o las juntas de barrio, en los que trataban de integrar a sus componentes, y promovieron iniciativas como Ateneos populares o Cooperativas para intensificar la vida societaria. Un elemento importante en la organización republicana eran los Casinos, bien de un solo partido o de todos ellos -en función, sobre todo, de la importancia de la localidad- sostenidos gracias a las aportaciones de algunos socios con buena posición económica, en los que además de la lógica vida social y de esparcimiento, se leía y comentaba la prensa del partido. La prensa fue, probablemente, el medio más importante de presencia republicana en la sociedad. La influencia de los diarios madrileños El Globo, La Justicia, El País, o El Nuevo Régimen, del barcelonés La Publicidad, y de los diarios republicanos que con regularidad se publicaban en las principales ciudades del país -además de otras numerosísimas publicaciones de ámbito restringido y existencia precaria- fue extraordinaria en la fijación de los criterios propios de los partidos y en la formación de la opinión pública. En cuanto a su evolución, la llamada al poder del partido fusionista, en 1881, fue el gran revulsivo de la vida política. Suponía, por parte de la monarquía, una verdadera voluntad de integración de todos los que estuvieran dispuestos a aceptar la Constitución de 1876, cualquiera que fuese su pasado y sus antecedentes revolucionarios. Lo más importante de la actividad republicana pasó a desempeñarse, a partir de entonces, no en los cuarteles sino en los comités, los casinos y las redacciones de los periódicos. Incluso los más alejados de la política oficial consideraron que se daban las condiciones mínimas para reemprender la actividad: Pi y Margall realizó una amplia campaña de propaganda por todo el país y, en 1882, tuvo lugar la I Asamblea Federal. Otros -los antiguos radicales, integrados en el partido progresista- fueron más lejos y abjuraron de su condición de republicanos; en febrero de 1873 habían aceptado la República como un hecho consumado, y en 1881 hicieron lo mismo con la Monarquía. Moret, que de hecho no había participado en las instituciones republicanas, fue el primero en dar el paso; poco más tarde le seguirían Martos y el resto de los notables radicales que se unieron a la Izquierda Dinástica, promovida por el general Serrano. En 1885 todos ellos formarían, junto con los fusionistas de Sagasta, el partido liberal de la monarquía. En las elecciones de 1893, los republicanos, unidos, consiguieron la mayor de sus victorias morales de la década, al obtener 45 diputados, aunque 13 de ellos eran posibilistas, en una relativa indeterminación entre el partido liberal y la militancia republicana. Lo más destacado es que triunfaron -consiguieron la mayoría- en Madrid, Barcelona y Valencia, las principales ciudades del país, además de la minoría en las circunscripciones de Oviedo, Tarragona, Murcia, Cartagena, Málaga, Cádiz, Granada, Sevilla, Badajoz, Valladolid, León, Zaragoza y Huesca, y el único diputado por Bilbao. Era lo más a que podían aspirar en el marco legal vigente. Con un 11 por ciento de los diputados, su labor siguió siendo puramente testimonial. Por otra parte, sus propias divisiones y enfrentamientos anularon pronto la relativa fuerza que en aquella ocasión habían alcanzado. Una cuestión relevante que han puesto de manifiesto los recientes análisis de la vida política local durante la Restauración es que una buena parte de los éxitos electorales conseguidos por los republicanos lo fueron gracias al apoyo oficial, o al recurso a los métodos caciquiles. Esto hace que se pueda matizar, al menos, la caracterización que hace Joaquín Romero Maura de los líderes republicanos como "caballeros andantes de las sagradas libertades modernas. Catones insulsos pero edificantes, tutores de la integridad moral y política de la nación, que vivían poseídos del papel que les había correspondido jugar, conciencia sin mancha de una nación pecadora". La sola identificación con la democracia -en un país cuyo comportamiento político estaba profundamente viciado por influencias personales, fraude, presión gubernamental, violencia física o dinero- daba siempre un significado moralizador al discurso republicano. Muchos republicanos eran, además, personalmente íntegros -y aquí cabe recordar el ideal humano de la Institución Libre de Enseñanza, hecho de coherencia personal, sinceridad, trabajo, amor a la naturaleza..., que no era exclusivo de los republicanos, pero que estaba tan extendido entre ellos-. Sin embargo, en la práctica, se terminó imponiendo, en muchos casos, la corrupción que dominaba el ambiente político. La proximidad al poder sirve también para desmentir la idea de que la debilidad republicana estuvo causada, sobre todo, por la represión gubernamental, como se desprende de las afirmaciones de Miguel Martínez Cuadrado. La realidad de la vida política de la Restauración no se entiende si pretende explicarse como el enfrentamiento entre el espíritu republicano de las masas y la represión gubernamental, ni en los ámbitos rurales ni en los urbanos. En la inmensa mayoría de aquellos, la mayor parte del país, predominaba la pasividad y la indiferencia hacia la política -por las razones que fuera-, y el principal factor explicativo de los resultados electorales no era la acción gubernamental represiva, sino una red de influencias y relaciones personales, íntimamente conectada con la acción gubernamental administrativa. Para estar presentes en estas zonas rurales, los republicanos se adaptaron al sistema y montaron sus propias máquinas caciquiles. En las ciudades, las cosas eran diferentes: allí sí había, en general, una importante opinión republicana, y se ejerció una fuerte represión hasta 1881, pero después de esa fecha, sólo fue practicada en los años 90, de forma mucho menor, localizada e indirecta, en relación, sobre todo, con la persecución de las actividades terroristas. En algunas ciudades medias, la legislación electoral de 1878 y 1890 era gravemente lesiva para el electorado urbano. Pero después de la aprobación del sufragio universal, toda la acción gubernativa era incapaz de impedir el triunfo de los republicanos en ciudades como Madrid, Barcelona o Valencia, siempre que éstos se presentaran unidos y con los candidatos adecuados. Una tercera y última consecuencia es que quizás los republicanos pagaron un precio excesivamente alto por su moderación y colaboración con el sistema: su inutilización como oposición política verdadera. La táctica que adoptaron, de denuncia y al mismo tiempo de colaboración, no resultó políticamente eficaz: gracias a las concesiones que hicieron, lograron algunas actas más de concejales y de diputados provinciales y nacionales, pero se terminaron enajenando a parte de su propio electorado y perdieron legitimidad en sus alegatos contra un sistema en el que muchos de ellos se habían instalado.
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Al ser un fenómeno de raíz religiosa y eclesiástica, es decir, pan-europeo, la cruzada produjo consecuencias variadas e importantes más allá del ámbito de Tierra Santa. Algunas de ellas fueron duraderas e influyeron en aspectos muy diversos durante siglos. La fiscalidad pontificia, tomando como argumento la necesidad de financiar expediciones y ayudas, aumentó su peso y extensión en todo Occidente, mientras que el otorgamiento de indulgencia a los que participaran o ayudaran a iniciativas declaradas cruzada derivó, muchas veces, hacia el abuso. El desarrollo del antijudaísmo encontró en aquel ambiente un caldo de cultivo muy apropiado. La apelación a la cruzada se hizo frecuentemente con finalidades distintas a las propias de sus orígenes, o para ámbitos que no tenían que ver con Tierra Santa, como las guerras contra los musulmanes en España, contra los paganos en el Báltico o contra los herejes en el sur de Francia. Y, en fin, el desarrollo enorme de las órdenes militares, creadas en principio para contribuir a la defensa del Levante latino, y su difusión en otros territorios, generó situaciones políticas que, en un principio, no se habían previsto. Las órdenes militares estaban sujetas directamente a la jurisdicción pontificia y se regían por una regla monástica, que solía ser la benedictina, en lo que era compatible con la finalidad de la orden, que fue la guerra contra los infieles en defensa de los Santos Lugares o de otros territorios de la cristiandad, y con la condición de sus miembros, seglares y caballeros o escuderos. Sin embargo, la Orden de San Juan del Hospital había nacido antes, en torno a 1048, cuando unos mercaderes de Amalfi fundaron en Jerusalén un hospital bajo la advocación de San Juan el Limosnero, patriarca de Alejandria. La cruzada impulsó a los hospitalarios a defender y proteger a los peregrinos, y con ello a adoptar una organización militar entre 1120 y 1160, siendo maestre Raimundo de Puy: el proceso estaba concluido en 1154, cuando la orden era ya una "Militia Christi" y recibió nuevos privilegios de Adriano IV. Pero sus funciones asistenciales siguieron teniendo gran importancia, a ellas se destinó la renta de muchas donaciones recibidas en toda Europa y, sin duda, fue el aspecto que inspiró a otras órdenes que tomaron a los sanjuanistas como modelo: la de los Antonistas en Viena, a finales del siglo XI, y las del Espíritu Santo y San Lázaro de Jerusalén, más adelante. La Orden del Templo careció de aquella faceta asistencial pues nació como una agrupación de caballeros, en Jerusalén, promovida por Godofredo de Saint-Omer y Hugo de Payens en 1118. Tras el reconocimiento de Honorio III en 1127, contó con el apoyo y propaganda que de ella hizo Bernardo de Claraval, que la dotó de una regla adaptada de la benedictina y alabó sus fines en el conocido "De laude novae militiae". El prestigio de los templarios, como el de los hospitalarios, fue inmenso entre reyes y magnates, y su patrimonio alcanzó grandes dimensiones tanto en Europa como en Tierra Santa, donde eran poderes independientes de hecho, con perjuicio en ocasiones pare la política seguida por el rey de Jerusalén. En su momento de mayor expansión, el Templo contó con 15.000 a 20.000 miembros, entre caballeros, escuderos y clérigos, repartidos en doce provincias en Europa y cinco en Levante, con unas 800.000 libras tornesas de renta anual. Inevitablemente, el enriquecimiento y el poder produjeron cierto declive de los ideales primitivos en beneficio de los políticos. Cada orden tenía a su frente un Gran Maestre, con su Consejo, oficiales cortesanos y, para las ocasiones prescritas por la regla, un Capítulo General de los principales cargos. Las propiedades y rentas estaban divididas, dentro de cada reino, en prioratos, y estos a su vez en bailías y encomiendas. Bajo el mando y responsabilidad de priores, bailíos y comendadores vivían el resto de los miembros de la orden, obligados a la regla y a vestir diversos signos externos de identificación: los hospitalarios portaban hábito negro y cruz blanca -llamada después de Malta- y los templarios hábito blanco o negro con cruz roja. La pérdida de Tierra Santa produjo a las órdenes una grave crisis de supervivencia. Los proyectos de fundir al Hospital y al Templo en una no se realizaron. Los hospitalarios tenían mayor capacidad de adaptación por la importancia de sus funciones asistenciales y porque se hicieron cargo de la defensa de la isla de Rodas, punto avanzado y estratégico que conquistaron a Bizancio en 1310. Los Templarios, en cambio, no contaban con aquellos argumentos y, además, su actividad financiera los había involucrado en la vida política de alqunos reinos, en especial Inglaterra y Francia, lo que, al cabo, fue la causa de su ruina: el rey francés Felipe IV hizo procesar desde 1307 al Gran Maestre, Jacques de Molay, y a sus principales colaboradores, que murieron condenados después de padecer acusaciones y calumnias cuyo resultado fue una sentencia inicua. Pero el papa Clemente V se plegó a los deseos de Felipe IV el mal momento sufrido por el Papado durante la querella entre Bonifacio VIII y el rey estaba reciente y disolvió la orden en 1312: sus bienes pasaron a la del Hospital o a otras órdenes militares pero en Francia aquello ocurrió después de varios años de administración directa por los agentes regios, a beneficio de la corona. Las acciones militares de los hospitalarios continuaron durante la Edad Media tardía, apoyados en sus grandes recursos y en las ayudas pontificias, francesas y catalano-aragonesas principalmente. La toma de Esmirna en 1344 y su defensa hasta 1402 bloqueó algunos aspectos de la expansión turca en Asia Menor; intervinieron en la expedición contra Alejandría en 1365 y en la batalla de Nicópolis, en 1397. Durante el siglo XV resistieron con éxito los asedios a Rodas de los mamelucos egipcios en 1440 y 1444 y de los turcos otomanos en 1480; al cabo, la isla caería en manos de estos últimos en 1522 y los hospitalarios se replegaron a Malta, de cuya defensa se hicieron cargo durante varios siglos. En otros ámbitos de expansión de la Cristiandad occidental surgieron también órdenes militares, amparadas igualmente por la idea de cruzada aunque en la práctica sus finalidades e intereses no eran los mismos que se habían manifestado en Tierra Santa. Los Caballeros Teutónicos tienen su origen en la segunda cruzada, y actúan en Levante hasta finales del siglo XIII, pero las empresas contra los paganos de Prusia desplazaron totalmente su atención y su futuro a las fronteras nororientales del Imperio, donde se hicieron con un enorme dominio señorial, y absorbieron a otra orden militar, la de los Caballeros Portaespadas, pare completer, a principios del siglo XIII, la conquista de Livonia y Estonia. La necesidad de organizar mejor la lucha contra los musulmanes provocó la aparición de cofradías y órdenes militares en la España cristiana desde el segundo cuarto del siglo XII. Templarios y hospitalarios tuvieron fuerte presencia e importantes señoríos en la Corona de Aragón, pero mucho menos en Castilla: tras la disolución de los primeros en 1312, sus bienes sirvieron para fundar la Orden de Montesa en Aragón y la de Cristo en Portugal, mientras que pasaban a órdenes militares del país y a nobles seglares en Castilla. Por su parte, la presencia en la península de los Caballeros Teutónicos en el siglo XIII tuvo una importancia simbólica y escasa. El fenómeno singular más importante ocurrió en los reinos de León y Castilla, donde hubo órdenes militares autóctonas que tuvieron gran desarrollo: Calatrava en Castilla desde 1157, Alcántara en León y Santiago en ambos reinos desde 1175, aproximadamente. Lo mismo sucedió en Portugal, con la Orden de Avis. La colaboración de todas ellas en la fase final y decisiva de las guerras contra los musulmanes fue muy importante y produjo, entre otros efectos, la formación de vastos conjuntos señoriales que convirtieron a las órdenes en piezas importantes del tablero político de los reinos peninsulares durante los últimos tiempos medievales .
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Una de las características importantes del mundo cristiano es la presencia de grupos compuestos por individuos que consagran su vida a la religión, asumiendo voluntariamente determinadas privaciones o sacrificios en nombre de la fe. Estos grupos, conocidos como órdenes religiosas, tienen su origen en san Antonio Abad, a quien tradicionalmente se considera el fundador de la vida monástica. San Antonio Abad vivió entre los siglos II y III d.C., dedicando gran parte de su vida a la oración en medio del desierto egipcio. Por un efecto de imitación, muchos otros siguieron su ejemplo, bien viviendo como ermitaños, bien fundando en compañía de otros fieles nuevas comunidades religiosas, gobernados por un abad o abadesa. El auge de este tipo de actitudes y comunidades se vio fomentado por la propia religión cristiana, que considera el sacrificio y la entrega a Dios mediante el alejamiento de la vida mundana, vista como un foco de pecado, como una forma de vida virtuosa y un acercamiento al Paraíso. Así, quienes renunciaron a sus bienes y oficios para entrar en estas comunidades fueron observados como un modelo de virtud a imitar por el resto de la población. Pronto, ante el auge de estas comunidades monacales o monasterios, se vio la necesidad de dictar "reglas" estrictas para organizar la convivencia y fijar la manera en que debía ser realizado el servicio a Dios y a la comunidad. En uno de los primeros monasterios, la abadía de Montecassino (Italia), san Benito de Nursia (480-550 d.C.) estableció una "regla" para regular la vida espiritual y administrativa de los miembros de la congregación. Esta "regla", que rige la vida de las comunidades benedictinas hasta hoy en día, sirvió de punto de partida para la adopción de otras posteriores que han regulado la vida de los monasterios durante muchos siglos. En resumidas cuentas, los miembros de las comunidades religiosas hacen voto de castidad y obediencia, siendo su obligación rezar y cantar los Oficios Divinos. Las distintas "reglas" regulan también aspectos como los tiempos de trabajo, oración, descanso o lectura. Desde finales del siglo IV, el ideal de vida ascético promovió la multiplicación de numerosas fundaciones, con el objetivo de difundir la vida espiritual entre las poblaciones rurales. Los monasterios tuvieron un gran desarrollo durante la Edad Media, convirtiéndose en un aspecto clave de la política de colonización de nuevas tierras. Las comunidades poseían grandes extensiones de terreno y numerosos sirvientes. Buena parte de la vida económica, social y cultural de las gentes medievales se articulaba en torno al monasterio, organizado siempre siguiendo un modelo ideal. El edificio principal del monasterio era la iglesia, más o menos grandes dependiendo de las posibilidades de la comunidad. El claustro, con jardín y fuente, era el centro de la vida monástica y el lugar donde meditaban y encontraban algo de esparcimiento. En los scriptoria, los monjes amanuenses se dedicaron a copiar textos, lo que permitió en gran medida la transmisión del saber de la antigüedad greco-romana, que, de otra forma, se hubiera perdido. Cocina, dormitorios, refectorios y sala capitular completaban las dependencias del monasterio. Autosuficientes, los monasterios disponían de huertos y granjas. Para trabajar en ellos, contaban con el servicio de campesinos dependientes, pues los monasterios actuaban como grandes propietarios o señores. Simultáneamente, los monjes actuaban en oficios varios, como sastres, zapateros, tejedores, carpinteros o albañiles. Ora et labora, el oficio manual se consideraba tan importante como el ejercicio del espíritu.
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Fruto de dilatados y difíciles encuentros diplomáticos, en febrero de 1763 se concertaron los acuerdos que pusieron fin a la Guerra de los Siete Años. El 10 de febrero concluyó el Tratado de París entre Gran Bretaña, Francia, España y Portugal, donde destacaban los siguientes puntos: - Gran Bretaña conseguía en América toda Canadá, las islas y costa en el golfo y río San Lorenzo, el territorio al este del Mississippi, Florida, la bahía de Pensacola y las islas antillanas de Dominica, Granada, Las Granadillas, San Vicente y Tobago. En África obtenía el río Senegal, con los fuertes y factorías de San Luis de Podor y Galam. En la India no había precisiones territoriales, pero se reconocía a los protegidos británicos como soberanos del Dekan y Carnatic, con lo que se ponían las bases de su futura expansión. En Europa recibió la isla de Menorca. - Francia renunciaba a todas sus reclamaciones sobre Nueva Escocia y conservaba las islas de San Pedro y Miquelon, junto con los derechos pesqueros de Terranova. Recuperó la isla senegalesa de Gorea, las islas antillanas de Guadalupe, Martinica y Santa Lucía y cinco factorías en la India, las poseídas en 1748, con la condición de no fortificarlas, situadas en Bengala, Costa de Coromandel y Costa Malabar. En Europa le fue devuelta Belle-Isle, prometía la desmantelación de Dunkerque y se retiraba de Hesse, Brunswick y Hannover, aliados de Gran Bretaña. - Portugal conservó la colonia de Sacramento. - España recobró Cuba y Filipinas y obtenía la Luisiana occidental, compensación francesa por la pérdida de Florida. No pocas consecuencias se derivaron del tratado. En primer lugar, Gran Bretaña fue la indiscutible vencedora y confirmaba la consideración de potencia gracias a sus posesiones ultramarinas, si bien los ingleses pensaban que se hubieran podido obtener más ventajas si no se hubiesen atendido las demandas internacionales. En segundo lugar, Francia fue la gran derrotada y contemplaba su declive marítimo y colonial, aunque conservaba enclaves comerciales esenciales. Evidentemente, las cláusulas económicas tuvieron mayor consideración que las dedicadas a las pérdidas territoriales; de ahí que Choiseul atendiese de forma especial al ejército y la armada y orientase las relaciones exteriores a consolidar la alianza con España. En tercer lugar, se ratificaban los puntos básicos del Tratado de Aquisgrán. En cuarto lugar, España no quedó completamente aniquilada y vislumbraba una aproximación a Francia con el fin de detentar el protagonismo colonial frente a Londres. En quinto lugar, el tratado era la evidencia de que Prusia había vencido a los Habsburgo. Augusto III fue aceptado como mediador en las conversaciones del resto de los beligerantes, y el 15 de febrero de 1763 se firmó el Tratado de Hubertsburgo entre Austria, Prusia y Sajonia. Significaba la vuelta a la situación existente en 1748. Cabe destacar: - Prusia retenía definitivamente Silesia y Glatz. - Federico II prometía el voto a José Habsburgo en la elección imperial. - Augusto III recuperaba Sajonia. - María Teresa admitía la evacuación francesa de Cleves, Gerder y Mörs, territorios renanos de Federico II. La Guerra de los Siete Años despertó rencores y apenas significó modificaciones territoriales, ya que unas paces aisladas no podían concluir definitivamente una guerra de coalición, a pesar de la evidente influencia en el campo de las relaciones internacionales. Gran Bretaña aparecía ahora como la nación hegemónica, sobre todo en los mares. Rusia, no incluida en los tratados por la retirada del conflicto, consagró su posición en los foros diplomáticos. Austria y Prusia fueron defraudadas y se consideraron peones de las potencias mayores, en especial Gran Bretaña. Federico II reafirmó su potencia militar, lo que supuso unas malas relaciones con el resto de los países ante el temor de nuevos conflictos. Francia conservó cierta preeminencia, pero su posición había quedado relegada con respecto al Reino Unido y sin posibilidades de recuperación por la desidia real y los problemas interiores, en especial los financieros. España sólo despertaba preocupación en Londres por el Pacto de Familia, ya que el peligro Borbón no había desaparecido para Gran Bretaña. Por último, el compromiso anglo-francés de no prestar ayuda a sus aliados europeos, les alejó de las disputas continentales y la dirección de la diplomacia pasó a Austria, Rusia y Prusia. No se esperaba un largo período de paz. Pronto, la política europea estuvo mediatizada por cuatro problemas fundamentales: la rivalidad anglo-francesa en Ultramar, la situación polaca, las disputas alemanas y los problemas orientales. La conexión de todos ellos hizo bascular el centro de interés internacional hacia el Este. Las potencias occidentales dejaron de dirigir los acontecimientos continentales y los Estados orientales no intervinieron en las colonias.
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Ha llegado el momento de contemplar dos grupos de testimonios que nos permiten examinar la unificación de Egipto de un modo dramático, monumental pese a lo reducido de su tamaño, y ya casi histórico, pues en estos documentos se ve clara la intención -la conciencia histórica, pudiéramos decir- de dejar memoria clara de hechos muy concretos, de personalidades muy definidas, e incluso de nombres legibles. Se trata de las paletas y las mazas votivas. En ellas, por primera vez, procura el egipcio que lo entendamos con signos que para él eran palabras, no figuras ni historietas gráficas como en otras formas rudimentarias dé transmisión del lenguaje. Por la semejanza que guardan con las paletas de Negade, los ejemplares más antiguos de la nueva serie han de ser el de Manchester y el de Gerzeh. El primero lleva una escena en relieve: tres avestruces a los que se acerca un cazador con máscara de avestruz. Ya hemos topado con estos disfraces de los cazadores a propósito de la cola de perro como ornamento del faraón. La paleta pertenece, por tanto, al mundo mágico de la caza, como la paleta de Oxford, en que el hombre se iguala al animal no sólo para arrimarse a él, sino para asumir sus facultades específicas. La paleta de Gerzeh ostenta un bucráneo visto de frente y orlado de estrellas como si fuese el símbolo de una constelación. Es posible que se trate de la divisa de un rey, como el toro bicéfalo de la paleta de la caza del león, o de un numen protector del mismo como las cabezas de Hathor en el ático de la paleta de Narmer. El segundo grupo de paletas lleva una cazoleta circular en el centro de su cara principal para diluir en ella los cosméticos, y una serie de figuras por las dos caras. Sólo la paleta de la cacería del león se aparta de esta norma general al estar decorada por una sola cara, y quizá sea por ello la más antigua del grupo. En esta paleta una multitud de figuras exalta al jefe ideal entre los cazadores nómadas, el grupo humano más influyente en el concepto de la realeza egipcia según lo antes apuntado. Arriba de todo están su tienda de esteras y su enseña, un toro de dos cabezas. Por el centro corren animales de la estepa, perseguidos por perros. En los extremos hay tres leones, el más importante de ellos -arriba, en el centro- parece el foco de atención de una partida de caza cuyos componentes son portadores de toda suerte de armas: arcos, lanzas, hachas, mazas, bumeranes, cuchillos, cuerdas, etc. Dada la identidad de la indumentaria de todos los cazadores, con sus largas trenzas y sus colas de perro, es lícito preguntarse si la entera serie no estará compuesta por las actitudes y armas de un mismo personaje que se repetiría diecinueve veces. Desde luego, el que está cabeza abajo delante del león no es un caído en la lucha, sino el triunfador que exterioriza su júbilo después de realizada su hazaña. La paleta de Oxford y la de las jirafas pertenecen igualmente al ciclo de la caza en la estepa. Prevalecen en ellas sobre los demás motivos los cánidos del reborde, que no sabemos si son perros domésticos, salvajes o incluso esa especie de lobo fantaseado que más tarde sería la encarnación de Seth. También en las dos paletas se ve un monstruo de largo cuello serpentiforme, parecido a un dinosaurio, que en el arte sumerio y en la paleta de Narmer (aquí para formar la cazoleta central) entrelaza su cuello con el de un semejante. En medio de la fauna de la estepa y de la sabana, animadamente representada, la paleta de Oxford encierra dos motivos singulares: primero, un león con cabeza y alas de águila -las alas representadas como un peine del revés- que debe ser considerado como uno de los prototipos del grifo clásico; en segundo término es de destacar también la presencia de un cazador que, disfrazado de perro, se introduce entre los animales salvajes tocando la flauta. Otra paleta de esta serie, donde dos jirafas flanquean una palmera en el reverso como en el ejemplar del Louvre, aporta la novedad de convertir la escena de caza en símbolo de una victoria militar. El león no es aquí, sin embargo, la víctima de la cacería, sino la encarnación del poder de un rey que aplasta al enemigo en batalla campal; los cuervos y los buitres que escoltan al vencedor se están cebando ya de los despojos de los vencidos. Aunque a la paleta le falta cerca de la mitad, se colige muy bien que nos encontramos ante el monumento de un rey, pues a la izquierda de la cazoleta se ven dos estandartes reales coronados por halcones conduciendo a dos prisioneros maniatados a presencia del monarca. Quizá el rey en persona -no ya como león- se encontrase al otro lado de la cazoleta, vestido de un largo albornoz o faldón bordado, que recuerda al del hombre con vestido de red de la protohistoria sumeria. Muchos sellos cilíndricos de tiempos de Uruk lo representan como aquí, dando castigo a enemigos de fuera o a rebeldes, inconformistas y herejes de dentro. Esta paleta señala, pues, la transición a un tercer grupo en el que la caza ha perdido su interés como acción heroica y numinosa. La guerra y la administración de justicia serán ahora exaltadas preferentemente. Prescindiendo de uno o dos fragmentos poco expresivos, empecemos por el de llamada paleta del toro bravo (Louvre) que representa por ambas caras a un faraón como un toro que cornea a un enemigo de aspecto asiático caído a sus pies. Debajo de este grupo simbólico se ven otros motivos: los dominios o las conquistas del toro bravo están representados por ciudades de almenadas murallas, designadas por sus correspondientes emblemas: un león, un pájaro y seguramente otras más que han desaparecido. Por el lado contrario, los cinco estandartes del faraón, todos ellos provistos de un brazo humano, sujetan una cuerda que seguramente apresaba a los enemigos del monarca. Si bien el sentido de esta paleta, aun en su estado fragmentario, resulta comprensible, en ningún signo se atisba la escritura. Para llegar a ésta será preciso examinar otros dos monumentos, pertenecientes al primer rey de nombre conocido en la historia. El nombre de este personaje tenía las mismas consonantes que la palabra egipcia correspondiente a escorpión; así lo escribía él y así se le viene llamando. Aparte la maza que enseguida veremos, se le atribuye, con bastantes probabilidades de acierto, el fragmento de una paleta interesantísima del Museo de El Cairo. Uno de los lados de esta paleta está dividido en registros horizontales, cubiertos de plantas y de animales que recuerdan a la parte baja del vaso de Uruk: arriba, una hilera de bueyes; después, una de asnos; seguidamente, una de cameros, y por último, una plantación de frutales y una maza de mango ondulado que en la escritura había de ser el jeroglífico de Libia. En el lado opuesto, por debajo de un listel sobre el que caminan hombres de los que sólo quedan unos pies, se ve la muralla almenada que es el signo de la ciudad, repetida siete veces y encerrando otros tantos signos diferentes: escarabajo, dos hombres luchando, garza real, lechuza, arbusto, estera y signo de ka. Sobre los signos de ciudad se encuentran o se encontraban otros -perro de Seth (?), Horus, estandartes de la escolta de Horus, que anuncian la proximidad del faraón, escorpión y león-, todos ellos provistos de una azada que lo mismo puede significar labrar en sentido pacífico, como ocurre en la maza del mismo Rey Escorpión, a quien vemos con ella en las manos, que minar los cimientos, demoler, significado que en el presente caso ha de tener, pues su filo penetra en las murallas y ha hecho ya rodar por tierra hacia dentro varias de sus almenas. Pese a todo, no se puede dar de este conjunto de signos una interpretación absolutamente segura. Parece que no hay que leerlo en el sentido de que siete ciudades fueron destruidas por otros tantos númenes, sino que una sola ciudad fue asolada por el faraón a quien todos los signos se refieren, e incluso uno de los cuales -abajo en el centro, entre los estandartes y el león- da su nombre: Escorpión. El escorpión se encuentra sobre el recinto de la estera que en la escritura posterior representa el sonido P-B, inicial de Buto, la capital del Delta. Como Buto era la ciudad de los espíritus, los kas, de los escarabajos, de los arbustos y de las garzas reales (todos ellos bien acreditados como emblemas suyos en tiempos posteriores) se cree que los restantes símbolos también le corresponden y que el Rey Escorpión conmemora aquí únicamente su conquista. De igual modo, en el lado contrario, deja constancia probable del éxito de una expedición a Libia que le proporcionó mucho ganado como botín. Lástima que la parte superior de esta paleta se haya perdido, pues seguramente nos diría mucho más, y más claro, que su extremo inferior. En desquite, tenemos del mismo Rey Escorpión parte de una maza conmemorativa que aporta bastantes novedades, entre ellas la del nombre escrito en una posición plenamente legible. El faraón aparece de pie, de perfil, con la azada en la mano, iniciando la faena de la siembra en cumplimiento de uno de sus cometidos rituales; ante él se inclina el portador del cesto de las semillas, detrás del cual se ve una espiga simbólica sostenida por los brazos de alguien. La operación se realiza al borde del Nilo o de uno de sus canales, cuyos ramales, representados a vista de pájaro, delimitan islotes poblados de gente ocupada en labores agrícolas. El faraón se cubre ya con la corona del Alto Egipto; de su cinturón pende a sus espaldas la cola de perro. Le siguen dos portadores de abanicos de palma y le preceden, en un registro alto y a menor escala, los portaestandartes de la escolta de Horus. El escorpión del nombre y la roseta que apunta al de Horus (su valor fonético es hrr.t) se encuentran a la altura de la cabeza del faraón como rotulándolo Horus Escorpión. En el otro hemisferio de la maza estaba el faraón entronizado, contemplando a unas bailarinas y a unas mujeres sentadas en sillas de manos escoltadas por un soldado, espada en mano. Las varias matas de papiros que se ven a espaldas de estas figuras indican que el acto tenía por escenario el Bajo Egipto. Arriba de todo corre un friso de estandartes de los que penden inertes avefrías colgadas por el cuello, símbolo de la población del Delta subyugada. Como puede observarse, el nombre de faraón no se encuentra dentro de una cartela. Tampoco ocurre esto en los vasos dedicados por él en Hierakónpolis, aunque uno de ellos superpone al escorpión el halcón de Horus, y por debajo de ambos, cuantas veces se repiten alrededor del vaso, reaparece el avefría en un registro inferior. Entre las varias novedades implantadas por el Rey Escorpión descuella la estatura sobrehumana con que se hace representar en relación a sus acompañantes, el uso de la corona blanca, que lo caracteriza como soberano del Alto Egipto y el realce adquirido por su nombre personal escrito con signos jeroglíficos y no por medio de un símbolo de este es el rey como antes lo hacían el león y el toro. En seguida veremos como a la corona blanca, o Hedyet, se le suma la corona roja, o Deshert, del Bajo Egipto, y cómo ambas llegan a fundirse en la doble o Sekhemti, cuando el faraón comparezca como rey de las dos mitades del país. Pronto también, el faraón asumirá tres de los cinco grandes nombres tradicionales. El más importante será el de Horus, escrito dentro de una cartela rectangular (serekh) que representa a la Gran Casa (el palacio real); sobre la cartela se posará el halcón de Horus, dios de todo Egipto con quien el faraón se identifica en vida. En segundo lugar, el nombre nebti, el de las dos señoras, así llamado porque comienza con el buitre de Neith, diosa del Alto Egipto. Este nombre designa al faraón como fuerza unificadora de las dos mitades del país. El tercer nombre, asumido por el soberano cuando sube al trono, es el de nesu-bit, el que pertenece a la juncia y a la abeja, símbolos del Alto y Bajo Egipto, respectivamente. Colocados sobre la cartela del faraón correspondiente, estos signos significan Rey del Alto y Bajo Egipto... Este será el nombre más frecuente en los monumentos arquitectónicos.
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La ciudad de Las Palmas fue fundada el 24 de julio de 1478 por Juan Rejón, conquistador que estableció un campamento militar en el margen derecho del barranco de Guiniguada, desde el que dirigió la toma del resto de la isla por orden de los Reyes Católicos. Este primer lugar de asentamiento dio origen al barrio de Vegueta, el más antiguo. Desde este núcleo la ciudad comenzó a extenderse, al tiempo que se expandía la colonización cristiana de la isla, con la introducción del cultivo de la caña y la fabricación de azúcar. En 1485 Las Palmas recibió el título de villa El peligro de ataques piratas, como los sufridos a cargo de Van der Does, Hawkyns y Drake, hizo que la villa se mantuviera dentro de los límites de las murallas durante varios siglos. A mediados del XIX, la ciudad se extendió en dirección a la bahía de La Isleta, que cuenta actualmente con el Puerto de la Luz. Su construcción, que comenzó en 1883, marca el inicio de la modernización de la ciudad, reformando por completo el entramado urbano. Las Palmas de Gran Canaria es una ciudad que cuenta con un rico patrimonio histórico-artístico. Destaca su catedral, cuya construcción se inició en el año 1500 dirigida por Diego Alonso Montuade. También son notables el Museo Diocesano de Arte Sacro, la Casa Regental, el Palacio Episcopal y la Casa Consistorial. Otras construcciones religiosas son la iglesia de Santo Domingo, del siglo XVI, la iglesia de San Francisco, del XVII y la ermita de San Antonio Abad, del XV pero reconstruida en el XVII. Las Palmas participó en el viaje de descubrimiento americano, pues en ella hizo escala Colón. Actualmente se conserva el edificio en el que se alojó, ahora Casa Museo de Cristóbal Colón, manteniéndose la planta, el pozo y una portada, muy retocada, de cantería gótica amarilla.