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El 17 de julio de 1936 se produjo el levantamiento de la guarnición militar de Melilla contra el gobierno republicano, siguiéndole poco después la de Ceuta. Un día más tarde, los generales Goded en Baleares y Franco en Canarias se suman al golpe de estado. Éste, el día 19 se trasladó a Marruecos para tomar el mando del ejército. A partir del 18 de julio la sublevación se extendió a la Península. En Navarra, la rebelión lanzó a la calle a las masas de carlistas y Mola, su principal ideólogo, no tuvo dificultades especiales para obtener la victoria. En Castilla la Vieja, los sublevados se pronunciaron sin problemas en Segovia y Avila, resultando algo más difícil tomar Burgos, Valladolid y Salamanca. En Andalucía la sublevación encontró mayores dificultades. Sevilla fue conquistada por Queipo de Llano con muy pocos elementos, aunque hasta el día 22 no consiguió dominar los barrios proletarios, con ayuda de tropas venidas de Marruecos. La caída de Sevilla produjo, a su vez, la sublevación en Huelva. En Cádiz, Granada y Córdoba también se rebelaron las guarniciones pero, como en Sevilla, la resistencia de los barrios obreros no desapareció hasta que llegó el apoyo del Ejército de Africa. En las grandes ciudades, como Madrid, Barcelona, Valencia y Bilbao la conspiración hubo de enfrentarse con autoridades y población decididas a resistir, fracasando la sublevación. Las Baleares, con la excepción de Menorca, se rebelaron y las resistencias resultaron fácilmente dominadas. En el País Vasco, la sublevación fue apoyada masivamente en Alava; no ocurrió lo mismo en Guipúzcoa y Vizcaya. Dentro de Asturias, Oviedo se sumó a la sublevación, no así Gijón. En Galicia triunfó la rebelión, aunque algo tardíamente, pese a la oposición de las autoridades militares y la resistencia en determinadas poblaciones como Vigo y Tuy. En Aragón, el general Cabanellas sumó Zaragoza a la sublevación. En Valencia, pese a las dudas iniciales, la guarnición se decantó del lado del gobierno republicano. Tampoco triunfaron los sublevados en la importante base naval de Cartagena. En Extremadura, Cáceres se sumó a la sublevación, mientras la guarnición de Badajoz se opuso a ella. En suma, durante unos cuantos días de julio acabaron de dibujarse dos Españas sobre el mapa. Hubo contactos entre sublevados y dirigentes del Frente Popular, pero los acontecimientos acabaron demostrando que, a la altura del 19 de julio, el fracaso del pronunciamiento y el de los intentos de llegar a un acuerdo hacían inevitable la guerra civil.
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A mediados de julio de 1936 tomó cuerpo una doble conspiración, civil y militar, contra el gobierno republicano del Frente Popular. La primera respondía al deseo de reponer en el trono a Alfonso XIII o bien al eterno candidato carlista, Alfonso Carlos de Borbón; la segunda, perseguía el propósito de restaurar un orden social que se estimaba deteriorado. Muy pronto el elemento militar, con Mola como director, se situó al frente de la conspiración. En ella estaban también generales como Sanjurjo, que moriría más tarde, Franco, Yagüe, Fanjul, Orgaz o Varela. Después se sumaron otros como Queipo de Llano, López Ochoa o Cabanellas. El día 14 de julio Mola había impartido la última orden para el golpe, que debería iniciarse tres días después. Para el éxito del mismo fue fundamental el papel jugado por un avión, el Dragon Rapide, alquilado por elementos monárquicos. El aparato, un De Havilland DH 89, salió el día 11 de julio de Croydon, Inglaterra, y tras varias escalas, llegó a Tenerife en secreto tres días más tarde. Según lo planeado por Mola, la misión del Dragon Rapide era trasladar en secreto a Franco, Capitán General de Canarias, al protectorado español de Marruecos, donde se pondría al frente del ejército una vez comenzado el golpe. Éste se inició el 17 de julio, cuando las tropas africanas de Marruecos se sublevaron. Extendida por la península, la rebelión triunfa en ciudades como Sevilla, Cádiz, Córdoba, Cáceres, Pamplona, Burgos, Valladolid o Zaragoza. Fracasa, sin embargo, en Madrid, Barcelona, Valencia y Bilbao. En la madrugada del 18, el general Franco se pronunciaba contra el Gobierno de la República en Canarias y a lo largo de ese día se fueron sumando otras guarniciones comprometidas. A las 14,33 horas del 18 de julio Franco partió en el Dragon Rapide con destino a Marruecos. Tras hacer escala en Agadir y Casablanca, el 19 de julio llega a Tetuán. Puesto al frente del Ejército de Africa, el 5 de agosto de 1936 pasa a la Península con un fuerte contingente militar. La República de abril, y con ella la España posible que alentaban los reformadores republicanos, había desaparecido en los cálidos días del verano de 1936.
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A lo largo de toda la historia de los godos, la sucesión al trono es un problema que va surgiendo constantemente, aunque durante prácticamente toda su existencia el nombramiento de un nuevo rey se llevó a cabo dentro de un clan. La elección centrada en un único linaje facilitaba la sucesión hereditaria, pero además proporcionaba una mayor perdurabilidad. Si bien esta sucesión fue perpetuándose cada vez más, también es cierto que todo monarca debía ser aclamado y aceptado por la aristocracia gentilicia goda. Así, los amalos ostentaron las jefaturas militares de los godos. Posteriormente los ostrogodos fundamentaron su realeza en el linaje de los amalos, siendo el primer rey Ermenerico. En cuanto a los visigodos, su primer rey Alarico I estableció la sucesión en el linaje de los baltos, que estuvo en el poder hasta la muerte de Amalarico, quien estaba a la vez emparentado con los amalos por vía materna. La realeza visigoda de la época de las invasiones y los pactos romanos era de carácter mixto, aunaba la monarquía de tipo tradicional, la de las grandes familias, con la de carácter militar, la de los duces, elegidos por su capacidad militar. De sus funciones judiciales, a la vez que militares, dan cuenta las fuentes cuando les califican de iudices. Hay que tener en cuenta, por otra parte, que aun conservando su carácter germánico, los reyes que establecían pactos con los romanos reconocían por medio de éstos la superioridad del Imperio, pero, a su vez, éste les confirmaba como la suprema autoridad dentro de su pueblo y, además, les otorgaba el título de magistri militiae, es decir, un alto cargo dentro de la administración imperial romana. Es evidente que este cargo les confería cierta autoridad sobre la población de origen romano donde se habían asentado. Por otra parte, los visigodos se encontraron con una administración territorial del Imperio que seguía funcionando y, aunque se mantuvieran los séquitos visigodos, cargos militares y sistemas originales de su organización, es indudable que la coexistencia y convivencia con cargos romanos, tanto militares como civiles, provocaría que, poco a poco, se fuese dando paso a una progresiva mezcla y cierto desdibujamiento de los límites diferenciados de funciones. La sucesión dinástica real empezó siendo efectiva con la creación del reino de Tolosa y uno de sus más grandes representantes, Teodorico I; pero todavía no se contemplaba la posibilidad de la sucesión hereditaria, e incluso la ostentación del poder podía venir dada por el apoyo de las clientelas. Estas habían ido fortaleciendo cada vez más su poder, como elemento esencial de consolidación de la monarquía, pero la pérdida del reino visigodo tolosano y las tierras posibilitaron a la aristocracia gentilicia luchar por el poder e intentar romper la línea sucesoria de los baltos. La regulación de la sucesión al trono no quedó establecida hasta la celebración del IV Concilio de Toledo del año 633, puesto que, al no existir una herencia dentro del mismo linaje desde la muerte de Amalarico, las asociaciones al trono se habían ido multiplicando. Toda asociación real eliminaba de principio una posible sucesión al trono por aclamación o por elección, que aun habiéndose perpetuado el linaje de los baltos, siempre se había producido de este modo. La clara intención de conservar el trono dentro de una misma familia la encontramos con Liuva I, que asoció a su hermano Leovigildo. El mismo hecho se repite con Leovigildo, que asoció al trono a sus hijos Hermenegildo y Recaredo. También Suintila asoció a Ricimiro antes del IV Concilio, y con posterioridad a la celebración de éste, las usurpaciones y las asociaciones al trono se repitieron con Chindasvinto y Recesvinto, y con Egica y Witiza. El IV Concilio de Toledo estableció las bases para la regulación electiva del nuevo monarca y procurarle la necesaria legitimidad. De hecho, la importancia política de este Concilio fue decisiva, se buscaba la mayor fortaleza de la monarquía por parte del rey, y también de la Iglesia; pero, a la vez, la nobleza consiguió la formulación precisa de una monarquía de carácter electivo y no hereditario; se logró mayor intervención y poder eclesiástico al legitimar por la unción de manos del obispo a los reyes y, con ello, la sacralización del poder, la igualación entre el estamento nobiliario y el clero y la obligación de fidelidad de los súbditos al rey. Además de las garantías procesales en los juicios reales y una dura política antijudaica, según hemos indicado. El largo texto del canon 75 hace hincapié en todos los aspectos de la sucesión pero también en los de la forma de gobernar que debiere tener un monarca. Probablemente, Isidoro de Sevilla, que presidía el concilio, quiso plasmar su concepción filosófico-horaciana de lo que él entendía por ejercicio del poder y que en muy pocas ocasiones coincidía con la realidad: "Rex eris si recte facias, si non facias non eris" (rey serás si obras con rectitud, si no obras así, no lo serás). El carácter legítimo del nuevo monarca sólo podía respaldarse en sus atribuciones sagradas, es decir, en la unción real. El caso de Witiza es el más paradigmático puesto que fue ungido en vida de su propio padre, lo cual presupone la sacralización de su persona, estableciéndose una monarquía hereditario-patrimonial posible gracias a un sistema electivo sacralizado por la unción. El otro ejemplo, que había precedido al de Witiza, fue el de Wamba. El intervencionismo cada vez más claro de la Iglesia y la nobleza en los asuntos de Estado, durante el siglo VII, muestra que si bien el rey podía ser elegido y ungido por estos grupos sociales dominantes, también es cierto que podía ser depuesto por estos mismos grupos. El canon 75 del IV Concilio de Toledo es muy relevante a este respecto: "...que nadie prepare la muerte de los reyes, sino que muerto pacíficamente el rey, la nobleza de todo el pueblo, en unión de los obispos, designarán de común acuerdo al sucesor en el trono..." Al mismo tiempo la legislación conciliar establece que todo nuevo monarca debía ser entronizado en la capital del reino o bien en el lugar donde había muerto su predecesor, pero la ceremonia no podía celebrarse si no estaban presentes las altas jerarquías sociales y eclesiásticas. De este modo quedó establecido en el canon 10 del VIII Concilio de Toledo, celebrado en el año 653: "...De ahora en adelante, pues, de tal modo serán designados los reyes para ocupar el trono regio, que sea en la ciudad real, sea en el lugar donde el rey haya muerto, será elegido con el voto de los obispos y de los más nobles de palacio, y no fuera, por la conspiración de pocos, o por el tumulto sedicioso de los pueblos rústicos". Se reafirma así el poder aristocrático y episcopal en la sucesión al trono. El aulae regalis officium o palatinum officium (Aula Regia o Palatina) estaba integrada por una serie de nobles o palatinos y gardingos al servicio directo del rey y órgano central del gobierno. Estos individuos vivían en la corte o en propiedades cedidas por ella, jugaron un papel importante durante el siglo VII, puesto que formaban parte del séquito que acompañaba al monarca a la reunión conciliar y además firmaban las actas. Este hecho contribuye a que se conozcan muchos nombres de los individuos que formaban el aula regia. Esta estaba constituida por los maiores palatii, seniores, optimates, primi y primates, que tenían acceso directo al rey, al igual que los gardingos, aunque estos últimos no ostentaban cargas administrativas, sino sólo de lealtad personal y de acciones militares específicas. Cabe destacar que los seniores no siempre formaron parte de la aristocracia que vivía en el palacio, sino que, aun a pesar de ser nobles de linaje godo, sólo tenían algunos compromisos de carácter militar con el rey y esencialmente cuando éste convocaba una publica expeditio. El resto de la corte u órgano gubernamental se componía de los viri ilustres de origen romano, de los comites y por último del dux. Los comites tenían importantes cargas administrativas; así, por ejemplo, el comes thesauriorum se ocupaba de la tesorería real y las finanzas de la corte, sus funciones se prolongarían en el siglo VII al control de ciertos impuestos y de la acuñación de moneda; el comes patrimonii atendía los problemas de la administración territorial y se dedicaba a la recaudación de impuestos; el comes scanciarum controlaba las necesarias provisiones reales; el comes spatariorum (del gótico spatha, espada), tenía a su cargo el control de la guardia personal del rey; ya en el siglo VII, estas dos categorías tenían relación con la administración fiscal, podía haber varios y podían tener diversas fincas reales bajo su control, además emplearían parte de los impuestos recaudados por los servicios del comes patrimonii para cubrir gastos de la administración y el ejército; el comes cubiculariorum se ocupaba de la cámara real; el comes stabuli era el encargado de las caballerizas y, posiblemente, del aprovisionamiento e intendencia de armas; el comes notariorum se hacía cargo de la cancillería; los convites civitatum se ocupaban de la administración civil de tipo judicial y fiscal y eran similares a los iudices o rectores provinciae, gobernadores provinciales; y, por último, los convites exercituum ostentaban la jefatura regional de los ejércitos provisionales; pero el mando supremo del ejército estaba al cargo del dux exercitus provinciae, que terminó por tener atribuciones tanto civiles como militares. El palatinum officium es el que reafirma sin comparación el poder real, pues es esta institución la que regula y hace funcionar la máquina estatal, cuya decisión final está en manos del monarca. Uno de los principales mecanismos lo encontramos en el juramento de fidelidad de un súbdito del rey para con el monarca. El vínculo personal que se creaba a partir de este juramento tenía mucho de político, pero también de religioso y de moral. La violación o quebrantamiento del juramento de los fideles al rey era sancionada y castigada duramente, puesto que los monarcas visigodos utilizaron este vínculo de fidelidad como instrumento regulador y pacificador del territorio sometido al poder real. El compromiso de fidelidad al rey comportaba, al mismo tiempo, un compromiso de fidelidad con Dios. Por tanto, es fácil imaginar que el no cumplimiento de tal juramento debió suponer duras penas de castigo. Por otra parte, esta vinculación de fidelidad llegó a ser el soporte más directo de la realeza, hasta el punto de que los reyes procuraron legislar a través de los concilios para asegurar la vida de sus fideles, junto con la de la propia familia real, en caso de muerte del monarca o usurpación del trono. El estatuto jurídico fue explicitado especialmente en el VI Concilio de Toledo, con Chintila, según se ha comentado anteriormente. Otro de los compromisos que se establecían entre el monarca y sus fieles era la prestación de servicios a cambio de una concesión de stipendia, que a pesar de que no eran hereditarios, la práctica hacía que pasasen de padres a hijos. Es evidente que la retribución por medio de concesiones de tierras era uno de los principales instrumentos para el enriquecimiento de las altas clases aristocráticas al servicio del monarca.
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En 1739-1740 existían múltiples intereses y desacuerdos, que desembocarían en una guerra casi general, donde destacaban los objetivos prusianos, las rivalidades coloniales franco-británicas, los problemas italianos y la enemistad anglo-española de 1739, provocada por la respuesta de Madrid al contrabando de los navíos británicos en América. Alemania se convirtió en el eje de la diplomacia del momento por la prematura muerte de Carlos VI y la crisis sucesoria, que afectaba a numerosos países interrelacionados por una red de alianzas. Las estipulaciones de Westfalia quedaban muy lejos y la restricción de no ir contra el emperador estaba desfasada. Las tensiones austro-prusianas no eran nuevas y se habían centrado en los últimos años en la negativa de Carlos VI a la anexión por los Hohenzollers de los ducados de Berg y Cleves con argumentos hereditarios. Esto coincidió con el ascenso al trono de Federico II de Prusia que, con la base militar y administrativa existente en sus dominios, se dispuso a iniciar sus proyectos expansionistas con la conquista de Silesia, rica, poblada y protestante, que le serviría para reforzar su influencia en el Imperio y acabar con los planes de Augusto III de Polonia. Los esfuerzos de Carlos VI por evitar problemas sucesorios con el reconocimiento de la Pragmática Sanción por casi toda Europa no tuvieron ningún éxito y, desde el momento de su muerte, aquellos candidatos con cierto respaldo legal presentaron sus reclamaciones. María Teresa había heredado los estados patrimoniales, pero joven y con escasos medios financieros y militares, se presentaba como un cebo fácil de agarrar, a lo que contribuía la dudosa lealtad de muchos de sus súbditos, deseosos de quitarse el yugo de los Habsburgo, entre los que sobresalían no pocos nobles de Austria, Bohemia y Hungría. Ninguno de los reclamantes planteaba reivindicaciones generales, pero unidas eran suficientes como para acabar con el poder de la familia austríaca. Carlos Alberto de Baviera y Augusto de Sajonia, esposos de las hijas de José I, querían, respectivamente, Bohemia y la Corona imperial y Moravia; Carlos Manuel de Cerdeña ambicionaba el Milanesado y una salida al mar a través de Génova; Felipe V reclamaba los ducados de Parma y Piacenza. Ahora bien, Fleury analizó las consecuencias de las posibles alianzas con los oponentes de María Teresa para no verse arrastrado a una lucha sin sentido. La participación británica en respaldo de Viena, sin duda, significaría una guerra general, mientras que la actitud conciliadora de Federico II con respecto a Francia la arrastraría a la entrada en el conflicto. La posición de Versalles era muy delicada porque, si había reconocido la Pragmática Sanción en 1735, también había firmado un tratado en 1727 con Carlos Alberto de Baviera por el que defendía su candidatura al trono imperial ante la falta de herederos varones. Al mismo tiempo, en Versalles, el jefe del partido antiaustriaco, el conde de Belle-Isle, se convirtió en favorito de Luis XV y desacreditó la política de Fleury. Capitaneaba un activo grupo de militares de la alta sociedad que soñaban con la vuelta a la política tradicional del Seiscientos. Comprometido por sus anteriores actuaciones, confirmó su contradictorio programa diplomático y, aunque no rechazaba la Pragmática, respaldaba a los bávaros.
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En el año 327, Alejandro inicia una política matrimonial integradora cuando toma por esposa a la bactriana Roxana, en una nueva forma de integración que era al mismo tiempo un modo de adaptación al Oriente. Ahora bien, este proceso traía consigo la aparición de problemas en las relaciones entre griegos y macedonios en las filas de las fuerzas dependientes de Alejandro. La creciente fuerza del poder personal de Alejandro, unida a las tendencias orientalizantes que pueden deducirse de la integración misma de Alejandro en el mundo de la realeza oriental, sirve de fundamento para la transformación de la realeza macedonia. Ahora, cuando algunos orientales le ofrecen el modo externo de sumisión representado por la proskynesis, Alejandro cae en la tentación de aceptarla, forma de sumisión servil que para los griegos era identificable con la esclavitud propia de los orientales. Algunos de los miembros de su expedición se niegan a admitir la existencia de una práctica similar. En realidad, se trata de problemas formales que han surgido desde el momento en que Alejandro se ha identificado con la realeza en la sucesión de Zeus Amón, padre de los dioses. Desde el año 330 se habían notado los efectos de esa identificación, cuando Filotas, tras negarse a admitir la existencia de ceremoniales regios de ese tipo, fue condenado y ajusticiado. Los problemas se tradujeron en asesinatos y delaciones, que afectaron a personajes próximos desde el principio a la persona de Alejandro y provocaron cambios importantes, en los que desapareció Parmenión, colaborador desde el primer momento, y se impusieron Hefestión, personaje siempre considerado digno de la confianza de Alejandro, y Clito, caracterizado por sus críticas a las tendencias orientalizantes del Rey. Entre ambos representaban la síntesis de la nueva situación, de la tradición macedónica y el orientalismo que se impone con la expansión sobre los territorios recientemente conquistados. De hecho, las contradicciones se resuelven en un nueva síntesis, que viene a estar representada por lo que puede definirse como la de los hombres de Alejandro, que no adoptan una actitud definida en los problemas planteados sobre las cuestiones básicas, porque, en definitiva, éstas quedan resueltas en el plano personal, a favor o en contra de Alejandro. En este escenario se hallan personajes como Crátero y Perdicas, destinados a desempeñar un papel específico en los momentos sucesivos.
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La muerte de Filipo por asesinato produjo una situación de gran confusión, donde proliferaron las acusaciones dirigidas no sólo a tratar de castigar a los asesinos, sino también a consolidar la línea sucesoria en una determinada dirección, con la eliminación en tanto que sospechosos de otros posibles aspirantes. Por otra parte, las luchas sucesorias se complican con los problemas territoriales, pues Alejandro participaba de la línea de los Lincéstidas, como hijo de Olimpia, con quien Filipo se había casado en su primer matrimonio, procedente de la Alta Macedonia y a quien se oponían los representantes de la Baja Macedonia, defensores de los descendientes de Cleopatra, considerados por algunos como los auténticamente macedones. Ante ellos, el propio Alejandro era considerado sospechoso. La muerte de Átalo es considerada por Diodoro de Sicilia como resultado de esas luchas, pues podía ser un competidor y había declarado, en el matrimonio de Filipo con Cleopatra, que por fin iba a haber herederos nobles. Al margen de las cuestiones propiamente dinásticas, y del hecho de que en esta coyuntura se manifestaran una vez más las tendencias centrífugas características de los pueblos sometidos a la monarquía macedónica, también hay que introducir un elemento fundamental, consistente en que, a estas alturas del desarrollo del sistema, entre estos pueblos todavía está vigente la tradición que obliga a los reyes a obtener el trono a través de competencias y luchas con otros aspirantes. También en Grecia la lucha continúa, pues fue necesaria la sumisión de varios movimientos de rebelión. Desde el 336 Alejandro comienza la carrera en este sentido, acompañada de la adopción de los títulos propios de la tradición helénica. Se nombra tagos de la liga Tesalia, hegemón de la Anfictionía de Delfos y strategós autokrátor de la Liga de Corinto. También actúa en el norte y llega hasta el Danubio, mientras que en Ambracia se dice que respetó la autonomía e instauró la democracia. En Atenas liberó a la ciudad de los persas, adoptando así la identificación de la resistencia demosténica con la colaboración con el bárbaro tal como la definía Esquines. Tebas se queda sola en su resistencia y como había luchado en favor de los persas en las guerras médicas y se lo pedían otras ciudades, al menos según las fuentes favorables a Alejandro, éste arrasó la ciudad dejando en pie sólo la casa de Píndaro, como síntoma de dudoso respeto a la cultura, y esclavizó a treinta mil ciudadanos. Dijo que cumplía así con los deseos de la Liga de Corinto. En cualquier caso, resulta significativa como acción inaugural de los nuevos sistemas de dependencia que se instalan gracias al apoyo del reino de Macedonia, donde la orientalización posterior, despótica, encuentra una disposición tendencial, al menos.
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El objetivo de Mao en el momento de poner en marcha la llamada "revolución cultural" había sido crear una sociedad que, aunque fuera pobre, resultara también igualitaria y que manteniendo su condición de colectivista tuviera un carácter menos burocrático que lo habitual de acuerdo con el modelo estalinista. La "revolución cultural" supuso un largo período de tensiones políticas y también una importante crisis económica aunque menor de lo que, en principio, podría haberse esperado. En realidad, pese a que se pudiera pensar de otro modo, no hubo novedades sustanciales en la política económica china durante ese período. Hasta ese momento, y también entonces, las doctrinas vigentes por parte de la dirección del Partido Comunista chino fueron las de la estrategia de desarrollo de Stalin para la URSS, aunque hubo un esfuerzo para tratar de conseguir adaptarlas a China. Algunos dirigentes se opusieron, por ejemplo, a que se olvidara en exceso la agricultura o a que las decisiones estuvieran demasiado centralizadas; fueron los más pragmáticos pero tampoco ellos pusieron en duda el modelo soviético. Mao, en cambio, fue de la opinión de que existía un peligro de burocratización y eso fue lo que le llevó a intervenir, pero en realidad sólo lo hizo en las decisiones económicas en el período 1958-1959 y lo hizo sin una particular preparación en esta materia que él mismo admitía. En definitiva, lo esencial para él fue siempre un propósito político; en él jugaba un papel decisivo su propio deseo de mantenerse en el ápice del poder. Durante la revolución cultural hubo dificultades, en especial los años 1967 y 1968, en el funcionamiento económico del aparato productivo debidas al caos general pero fueron superadas pronto y en 1969 la producción superaba ya las cifras del año anterior. En 1966-70 el crecimiento fue del 6%; en cambio, durante "el Gran Salto Adelante" la producción de algodón había descendido un 38% y la de grano un 26%. Se puede decir, por tanto, que la interrupción provocada por el "gran salto" constituyó una crisis profunda mientras que la de la "revolución cultural" resultó severa pero sólo temporal. Tampoco hubo ningún cambio en las preferencias productivas en los años de la revolución cultural -en el sentido, por ejemplo, de insistir en una mayor dedicación a la industria de consumo o a la ligera- sino que prosiguió la política económica del estalinismo. Pero es probable que en esos años el modelo estalinista hubiera llegado al agotamiento de sus posibilidades. Ya a mediados de los setenta esta impresión quedó confirmada de forma plena. Cabe decir que el peso de las circunstancias parecía inclinar a un nuevo modelo de desarrollo que encontrara posibilidades de crecimiento en otros terrenos que los intentados hasta el momento. Pero, además, desde 1969 la cuestión política que estuvo planteada de forma inequívoca en China fue la relativa a la sucesión de Mao. Se resumía, a su vez, en la respuesta a la pregunta sobre quién gobernaría después de Mao, por más que nunca estuvo en discusión que sería seleccionado por él, y cuál iba a ser el sendero señalado a la revolución a partir de ese momento. El Congreso del partido celebrado en abril de 1969 supuso que, a propuesta de Mao, Lin Biao, el ministro de Defensa, fuera designado como sucesor suyo. El hecho resulta muy significativo porque revela el papel creciente del Ejército en la política china hasta el punto de que se puede hablar de una auténtica militarización de la política. Sólo con el apoyo del Ejército había podido Mao llevar a cabo, primero, y controlar, después, la revolución cultural: recordemos que el "libro rojo" fue editado precisamente por el Ejército. Cuando fue necesario llevar a cabo la reconstrucción del partido, autodestruido como consecuencia de las luchas políticas internas, se hizo principalmente utilizando el Ejército de modo que éste proporcionó el 62% de los cargos provinciales. Pero, al propio tiempo, pronto se inició el camino que llevaría a la caída de Lin Biao. Por un lado, éste siempre tuvo prevención al hecho de que Chu En Lai conservara el puesto de primer ministro; su fuerte sentido de la inseguridad debido a la enfermedad, la propia rapidez de su ascenso y su carácter contribuyeron a ello. La pretensión suya y de su grupo de que Mao asumiera la jefatura del Estado quizá se debiera al deseo de que, de este modo, le asegurara su puesto de cara al futuro, se reservara para una función decorativa o bien, alternativamente, le cediera ese puesto a él mismo. Por otro lado, en marzo de 1969 hubo graves enfrentamientos con los rusos en el río Ussuri que no pueden entenderse sin la intervención de Lin Biao. Fue en este momento en el que se abrió camino la posibilidad de contactos con los norteamericanos y, en definitiva, se dio paso al "complicado minueto", en palabras de Kissinger, que luego haría posible la visita del secretario de Estado norteamericano a China en 1971. En febrero de 1971 Lin Biao decidió llevar a cabo un golpe en el que se incluía el asesinato de Mao. Éste seguía con sus actitudes cambiantes que, puesto que era considerado inamovible, en la práctica acababan justificando la lucha de facciones; ahora proponía que el Ejército también aprendiera del pueblo. En septiembre Lin, ya en desgracia, pareció haber pensado en la posibilidad de huir a la URSS o establecer un Gobierno rival en Guangdong; de ahí que emprendiera un vuelo aéreo con parte de sus seguidores. Chu, que fue quien llevó la contraofensiva contra Lin, pudo haber ordenado que los aeropuertos no permitieran el aterrizaje. Así, el 13 de septiembre se estrelló el avión que llevaba al jefe militar. "El espectro del bonapartismo había sido exorcizado", comentó uno de los historiadores que ha tratado sobre la cuestión. Ya nunca volvería a desempeñar un papel semejante el estamento militar en la República Popular. Chu depuró inmediatamente al Politburó de los militares que habían sido partidarios de Lin pero se planteó pronto otro problema. Mao había tratado de mantener una lucha, siempre un tanto imprecisa, en dos frentes que en este caso tuvo el inconveniente de no proporcionar una solución para la sucesión; era lo que le permitía estar por encima de todas las facciones. Ahora volvió a actuar de la misma manera. Uno de los rehabilitados como consecuencia del descubrimiento de la conspiración de Lin fue Deng que, como consecuencia de la "revolución cultural", había estado relegado trabajando en una fábrica de tractores y que en 1971 y 1972 pidió a Mao en varias ocasiones ser reivindicado. Éste aceptó pero promovió al puesto de primer ministro a Wang Hongwen y no a Deng. Wang formaba parte de la "banda de los cuatro", un grupo político que seguía reivindicando la oportunidad de la "revolución cultural", pero su incapacidad efectiva hizo que, al mismo tiempo, se eligiera a Deng como viceprimer ministro, puesto muy importante dada la enfermedad terminal de Chu En Lai. Deng desde un principio, señaló como su programa la estabilidad y las llamadas cuatro modernizaciones; resulta significativo que una de ellas se refería al Ejército por su indisciplina e ineficiencia. Lo que querían decir las cuatro modernizaciones se resume diciendo, como él hizo, que no tenía sentido afirmar que en algún punto determinado la revolución iba bien cuando la producción descendía. En el período que vivió con Deng en el poder Mao fue de nuevo ambivalente. En plena decadencia física tenía cataratas y no podía leer pero conservaba su capacidad de provocar enfrentamientos en el partido para evitar que se cuestionara su liderazgo. Lo más probable es que pensara en el ascenso de Deng nada más que como una fase política ocasional y reversible. En enero de 1976 murió Chu En Lai. Deng había sido alumno suyo en París en 1920 y de él afirmó que había protegido a muchas personas; se refería a sí mismo hasta tal punto que puede considerársele como su discípulo y heredero. Mao se dio cuenta entonces de que mantener a Deng equivalía a entregarle ya de forma definitiva la herencia del poder y eligió a Hua Guofeng como personaje más relevante de la política del país tanto en el partido como en el Estado. Mientras tanto, la "banda de los cuatro" parecía haber optado por atacar a Chu En Lai a quien el espíritu popular, por el contrario, había convertido en una especie de santo; así se demostró en los actos en recuerdo suyo a partir de marzo de 1976 en la plaza de Tiananmen. Pero la voluntad de Mao iba por otro rumbo. Hua fue promovido a los máximos cargos del partido y del Estado y Deng fue relevado de todos sus puestos aunque permaneciera en el partido. En julio de 1976 murió Mao a la edad de 89 años. Hasta el final de sus días no había tolerado que le hicieran sombra a su poder sobre la Revolución china. De este modo su sucesión se presentaba de una forma muy problemática. La "banda de los cuatro", que tenía entre sus filas a Jiang Qing, la viuda de Mao, manifestó, entonces, su ambición desmesurada y su deseo de mantener en vigor la herencia de la "revolución cultural"; parecía haber querido conquistar el poder central asumiendo la herencia ideológica de Mao e incluso haber pensado en la utilización de la violencia contra sus adversarios. Pero en octubre de 1976 los miembros de la "banda de los cuatro" fueron detenidos. Cuando lo fue la viuda de Mao su propia sirviente la escupió en la cara. Ése fue el mejor signo de que se había acabado la revolución cultural y de que no volvería a plantearse nada parecido. Mao había podido promover desde arriba "revoluciones dentro de la revolución" que le mantuvieran en el poder por encima de potenciales adversarios. Pero la "banda de los cuatro" no podía hacer nada parecido. Hua Guofeng había asumido las dos herencias de Mao y de Chu pero no tardó en comprobarse que eran incompatibles y que, además, existía una tendencia creciente de los cuadros del partido en favor de Deng. Pronto este estuvo en el tercer puesto de la jerarquía política. Su estrategia fue siempre impedir la controversia, actuar con modestia, prudencia y trabajo y, sobre todo, "buscar la verdad en los hechos", una sentencia de Mao a la que convirtió en la mejor prueba de su actitud pragmática. En un plazo muy corto, entre el verano de 1977 y finales de 1978, Deng se hizo definitivamente con el poder en su totalidad; su victoria fue el resultado de la movilización de la mayoría silenciosa de los cuadros del partido opuestos a la revolución cultural. Deng significó una revolución aunque en sentido contrario al que había tenido el término hasta el momento en China porque su victoria fue la del pragmatismo. Fue el único líder importante que había viajado repetidamente al extranjero; lo había hecho a la Francia de los años veinte pero también en 1949 y en los años setenta. Fue, además, un hombre de organización, de trabajo en grupo, que, a diferencia de Mao, siempre tuvo la voluntad de no aparecer. Su control de la dirección fue absoluto pero sin mantener el culto a la personalidad. "Trabaja más, habla menos", fue su divisa. El problema que muy pronto se le planteó fue el de que una parte de la sociedad pronto pidió ir más allá de una pura rectificación pragmática. En el llamado "muro de la democracia" los estudiantes de la capital china expresaron sus inquietudes y sus peticiones. Fue la expresión de la protesta de los jóvenes en contra de una situación que no les resultaba satisfactoria o que querían llevar a las que creían sus últimas consecuencias. Pero la nueva política no significaba un cambio radical en términos políticos. En marzo de 1979 Deng enumeró los cuatro principios inmutables de la República Popular -la vía socialista, dictadura del proletariado, pensamiento de Mao y liderazgo del PC- y, al mismo tiempo, se revolvió en contra de las peticiones del muro de la democracia. Poco después tuvo lugar la caída de Hua aunque conservó sus puestos hasta el verano de 1981. Hu Yaobang heredó su puesto en el partido y Zhao Ziyang en el Estado; ambos eran discípulos de Deng. El liderazgo verdadero le corresponde, sin embargo, a este último. Puede pensarse que, habiendo sido marginado en repetidas ocasiones, era incongruente que le correspondiera tan decisivo papel. Pero éste resultaba posible porque si, por una parte, había sido perseguido por Mao, también éste mismo le había propuesto como alternativa a la revolución cultural. Tras tan profundas y sucesivas conmociones la política interna se enderezó hacia la estabilidad. En los últimos meses de 1980 y primeros de 1981 tuvo lugar el juicio de la "banda de los cuatro". En él se desveló que decenas de miles de personas fueron ejecutadas en la revolución cultural y más de 700.000 perseguidas. Jiang Qing se defendió, pero al hacerlo hundió, por primera vez, la memoria de Mao. Éste siguió siendo citado, pero en la propia dirección ya no fue el punto de referencia obligado. A diferencia de lo sucedido en la Rusia postestalinista, en la China comunista quedaban muchos miembros de la "larga marcha" que conocieron sus veleidades y contradicciones y, lo que era peor, las consecuencias de sus giros políticos. Quedaban muchos problemas pendientes como, por ejemplo, el papel del Ejército pero el ansia de estabilidad política se impuso con facilidad. Signo evidente de los tiempos fue que hubiera una marcada tendencia a someter al partido al Estado y a eliminar la burocratización. En cambio, en el terreno económico se produjo una importante transformación. La reforma empezó por el campo en 1979-1982, entre 1980 y 1984 se extendió al mundo urbano y en octubre de 1984 se decidió el gran salto transformador. Después de la muerte de Mao y la expulsión de "la banda de los cuatro" se había iniciado ya un cambio decisivo destinado a fomentar la importación de tecnología extranjera y a fomentar los incentivos a la producción. Entre 1978-1979 los chinos abandonaron definitivamente la economía estalinista y se dedicaron a los bienes de consumo y de exportación; en esto se quiso seguir la misma pauta que los países de Extremo Oriente, aunque el sistema económico fuera diferente. Un papel decisivo le correspondió al desmontaje del sistema de comunas agrarias aunque la propiedad de la tierra siguiera siendo del Estado. Desde comienzos de los años ochenta se abandonó el control de los mercados rurales y en 1983 fue desmantelada la agricultura colectivizada. Los experimentos con la industria comenzaron en 1979 y no consistieron en otra cosa que el abandono del control rígido del estalinismo. A partir de 1984 se introdujeron reformas más importantes que suponían una combinación entre el factor de mercado y un control estatal, en cierta forma remota, como en Japón en los sesenta. La reforma de esta fecha produjo un cambio sustancial en favor del mercado. Con estas reformas China se situó en un ritmo de desarrollo semejante a los "booms" de Japón, Taiwan y Corea. El crecimiento anual fue del 8% en el período 1977-1987 y la renta per cápita dobló pero sólo alcanzó a ser a la Corea del Sur de mediados de los sesenta. En 1987 era patente que la reforma china había triunfado con el manifiesto apoyo de la inmensa mayoría de la población. En los últimos años setenta millones de chinos del mundo urbano habrían conseguido nuevos trabajos al mismo tiempo que unos ochenta millones habrían pasado en el campo a la industria. Ésta sí fue la verdadera transformación revolucionaria de China y no, en cambio, el "Gran Salto Adelante" o la "revolución cultural". Pero, mientras tanto, la situación política seguía siendo parecida aunque la estabilidad pareciera definitivamente conquistada.
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Los matrimonios del Inca no han de verse exclusivamente bajo parámetros de corte occidental. Estos matrimonios podían ser reales o rituales. Entre los segundos se incluían todas aquellas uniones que reforzaban lazos políticos, y que no necesariamente incluían vida marital. Tales eran los matrimonios con hijas de señores. Era este un símbolo de poder, ya que generalmente gozar de varias mujeres era privilegio de la élite, y no solía permitirse a los indios del común. Aunque el Inca tuviera muchas mujeres, solo sucedía en el gobierno el hijo de la mujer principal, de la Coya. Y entre los hijos de esta, se escogía al más capaz para desempeñar las tareas de gobierno, aunque no fuera el mayor de todos. Este sistema de elección puede ayudar a comprender algo acerca de la historia de los Incas. Cuando los españoles de la hueste de Pizarro llegan a Cajamarca, encuentran el Tahuantinsuyu divido en un enfrentamiento entre los seguidores de Huáscar y Atahualpa, dos hijos del Inca Huayna Capac, recientemente fallecido. Quizá ese enfrentamiento no fuera tan excepcional como entendieron los españoles, y se debiera a una situación relativamente frecuente en los procesos de sucesión en el Incario, en que los candidatos a la mascaypacha debían demostrar su valía para el desempeño de las funciones propias del Inca. Los cronistas españoles, fieles a la manera de concebir la sucesión en Europa, solo vieron la lucha entre una legítimo soberano y el hermano "bastardo" que trataba de arrebatarle su poder. Gráfico Este sistema de sucesión debía repetirse en las diferentes categorías de gobierno. Cada curaca sería sucedido por el hijo más hábil habido en su mujer principal. Si no tenía hijos (o hasta que estos fueran mayores de edad), se hacía cargo del curacazgo el hermano mayor; y si también faltaban, entonces heredaba el hijo de la hermana, por ser este parentesco el más seguro.
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El enérgico y animoso Nimitz tuvo en los últimos días de mayo de 1942 la mejor racha de buena suerte que pueda desear un almirante. Conocía los planes del enemigo, con lo que había reforzado Midway con todo cuanto tenía y podía situar a su flota en la mejor posición para infligir un duro castigo a los japoneses, pese a contar sólo con dos portaaviones. El mar se puso también de su parte: el portaaviones Yorktown, tocado superficialmente por dos bombas japonesas y alcanzado de lleno por otra que le destrozó cuatro cubiertas durante la batalla del Mar del Coral, navegaba con dificultades, perdiendo combustible, pero tuvo la suerte de hallar un mar en calma que le permitió llegar a Pearl Harbor el 26 de mayo por la tarde. Tenía para tres meses de reparaciones, pero Nimitz ordenó tapar las vías de agua provisionalmente, reparar las cubiertas lo mejor posible y ponerle en servicio -aunque no fuera al cien por cien de su capacidad- en tres días. Así el grupo de combate 16 se hizo a la mar el 29 de mayo y le siguió el 17, un día después. Todo lo contrario les ocurrió a los japoneses, que por las adversas condiciones marítimas no consiguieron situar la pantalla de submarinos hasta el 31 de mayo, con lo que la flota japonesa no se enteró de que los norteamericanos ya estaban en el mar. El 3 de junio, en vísperas de iniciarse la batalla, los grupos de combate 16 y 17 se hallaban al norte de Midway, fuera del radio de acción de los aviones japoneses. Mientras, los aparatos de Midway escudriñaban hora tras hora el mar en busca de la flota de Yamamoto. Y la encontraron. Varios PBY de largo radio de acción avistaron la escuadra de ocupación y apoyo del almirante Kondo entre las 9 y las 11 de la mañana del día 3, cuando se hallaban a unas 700 millas de la isla. Por la tarde, poco después de las 4,30, nueve bombarderos B-17 de Midway atacaban a la flota de transporte sin lograr un solo blanco, y ya en la madrugada del día 4, aprovechando la luz de la luna, un grupo de torpederos volvía a atacar al convoy afectado, averiando ligeramente a un petrolero. Estos ataques debieron poner sobre aviso a toda la flota japonesa. El objetivo les estaba esperando. Pero Yamamoto, que recibió la información, no alertó a Nagumo. Seguía prevaleciendo el secreto -que ya no lo era- sobre la eficacia. Sin embargo, el hallazgo había desconcertado a los norteamericanos, que creyeron haber encontrado a los portaaviones de Nagumo en un lugar muy diferente al que esperaban. Necesitarían más golpes de suerte ese día para alcanzar su increíble victoria. A las 4.30 del día 4, poco antes del amanecer, la flota de Nagumo se hallaba a 240 millas de Midway. El almirante ordenó que comenzase el ataque contra la isla. En la primera oleada salieron 108 aparatos (36 bombarderos en picado, 36 bombarderos en vuelo horizontal y 36 cazas) con la misión de machacar los aeropuertos y destruir su aviación. Los japoneses fueron localizados por un aparato de observación a las 5,40, cuando se hallaban a 150 millas de Midway. Minutos después otro avión de reconocimiento norteamericano descubría a los portaaviones de Nagumo, aunque se equivocó al señalar su posición a 180 millas de la isla cuando, en realidad, estaban a 220. Ya no iban a ciegas los portaaviones norteamericanos. Ahora sabían dónde se hallaba la flota de desembarco y, aproximadamente, dónde estaban los portaaviones japoneses. Además, Nagumo había soltado la mitad de su poderío aéreo sobre la isla.