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Desarrollo


En 1739-1740 existían múltiples intereses y desacuerdos, que desembocarían en una guerra casi general, donde destacaban los objetivos prusianos, las rivalidades coloniales franco-británicas, los problemas italianos y la enemistad anglo-española de 1739, provocada por la respuesta de Madrid al contrabando de los navíos británicos en América. Alemania se convirtió en el eje de la diplomacia del momento por la prematura muerte de Carlos VI y la crisis sucesoria, que afectaba a numerosos países interrelacionados por una red de alianzas. Las estipulaciones de Westfalia quedaban muy lejos y la restricción de no ir contra el emperador estaba desfasada. Las tensiones austro-prusianas no eran nuevas y se habían centrado en los últimos años en la negativa de Carlos VI a la anexión por los Hohenzollers de los ducados de Berg y Cleves con argumentos hereditarios. Esto coincidió con el ascenso al trono de Federico II de Prusia que, con la base militar y administrativa existente en sus dominios, se dispuso a iniciar sus proyectos expansionistas con la conquista de Silesia, rica, poblada y protestante, que le serviría para reforzar su influencia en el Imperio y acabar con los planes de Augusto III de Polonia. Los esfuerzos de Carlos VI por evitar problemas sucesorios con el reconocimiento de la Pragmática Sanción por casi toda Europa no tuvieron ningún éxito y, desde el momento de su muerte, aquellos candidatos con cierto respaldo legal presentaron sus reclamaciones.

María Teresa había heredado los estados patrimoniales, pero joven y con escasos medios financieros y militares, se presentaba como un cebo fácil de agarrar, a lo que contribuía la dudosa lealtad de muchos de sus súbditos, deseosos de quitarse el yugo de los Habsburgo, entre los que sobresalían no pocos nobles de Austria, Bohemia y Hungría. Ninguno de los reclamantes planteaba reivindicaciones generales, pero unidas eran suficientes como para acabar con el poder de la familia austríaca. Carlos Alberto de Baviera y Augusto de Sajonia, esposos de las hijas de José I, querían, respectivamente, Bohemia y la Corona imperial y Moravia; Carlos Manuel de Cerdeña ambicionaba el Milanesado y una salida al mar a través de Génova; Felipe V reclamaba los ducados de Parma y Piacenza. Ahora bien, Fleury analizó las consecuencias de las posibles alianzas con los oponentes de María Teresa para no verse arrastrado a una lucha sin sentido. La participación británica en respaldo de Viena, sin duda, significaría una guerra general, mientras que la actitud conciliadora de Federico II con respecto a Francia la arrastraría a la entrada en el conflicto. La posición de Versalles era muy delicada porque, si había reconocido la Pragmática Sanción en 1735, también había firmado un tratado en 1727 con Carlos Alberto de Baviera por el que defendía su candidatura al trono imperial ante la falta de herederos varones. Al mismo tiempo, en Versalles, el jefe del partido antiaustriaco, el conde de Belle-Isle, se convirtió en favorito de Luis XV y desacreditó la política de Fleury. Capitaneaba un activo grupo de militares de la alta sociedad que soñaban con la vuelta a la política tradicional del Seiscientos. Comprometido por sus anteriores actuaciones, confirmó su contradictorio programa diplomático y, aunque no rechazaba la Pragmática, respaldaba a los bávaros.

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