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La implantación de la religión romana en las provincias hispanas implica un cambio sustancial en las concepciones religiosas previamente existentes. En líneas generales, el panorama peninsular prerromano se caracteriza por el fuerte contraste existente entre las zonas afectadas por las colonizaciones griegas y fenicio-púnica, donde se ha implantado el tipo de religiosidad política propia de las ciudades-estados con las especificidades inherentes a cada uno de sus ámbitos culturales, y la fuerte impronta de los cultos naturalistas que se constatan asimismo con variantes entre los diversos pueblos de Hispania. De esta forma, mientras que en las costas meridionales y en su hinterland inmediato domina el culto fenicio a Melqart que tiene en la isla de Sancti Petri en Gades su centro esencial, en el territorio impactado por la colonización focense las divinidades esenciales están constituidas por Artemis Efesia y por Asclepios. En contraste, en el mundo indígena dominan los cultos a fuerzas estelares, como el sol o la luna, a dioses tutelares, como Bandua, a animales que encarnan el principio de fertilidad o a los que se les adscribe un carácter apotropaico, o a determinadas divinidades bélicas como el dios guerrero Coso. La contraposición se observa tanto en los lugares de culto como en la representación de las correspondientes divinidades. De esta forma, mientras que en el mundo colonizador el culto se realiza dentro del contexto urbano en el correspondiente templo, que ocupa usualmente un lugar central dentro del entramado urbanístico, en el mundo indígena los lugares de culto se ubican en espacios naturales que revisten peculiaridades. Algo similar se aprecia en lo que afecta a la representación de la divinidad, aunque en este aspecto existen claros contrastes entre el mundo fenicio-púnico y el griego. Concretamente, el antropomorfismo propio de las divinidades griegas y de las romanas es ajeno a las concepciones religiosas indígenas. Frente a tal diversidad, Roma introduce, mediante la implantación y difusión de su religión, una cierta homogeneidad coherente con el modelo social en el que se proyecta el elemento esencial de su control constituido por la ciudad. Entre los diversos elementos que definen a la religión romana se debe reseñar, ante todo, su carácter político, que se expresa en su vinculación a la importancia de la comunidad cívica, en donde el individuo sólo cuenta en la medida en que forma parte de ella, y en la clara connotación de magistrados electos que poseen sus sacerdotes. Su implantación en las provincias hispanas arrastra, además, un elemento añadido dentro de esta connotación, como es la de manifestar la lealtad a Roma, expresada en el culto a sus dioses supremos, y al emperador mediante el correspondiente culto a su persona. Si el carácter político aproxima la religión romana a la griega, otros elementos le son específicos. Tal ocurre con su eminente funcionalidad, que implica el que cada una de las actividades cotidianas en las que se materializa la vida de la comunidad y de los ciudadanos que la conforman se encuentren protegidas por una determinada divinidad. En el ámbito de la domus familiar, el lararium con sus correspondientes divinidades (Lares, manes y penates) ocupa un lugar central en el atrio. Las diversas actividades agrarias tienen su divinidad protectora; y lo mismo cabe decir de los diversos collegia en los que se organiza, por sectores profesionales o con finalidades concretas, la población de las ciudades, o de la presencia condicionante o determinante que posee en su vida política. Precisamente otra de las peculiaridades de la religión romana favorece su implantación en contextos culturales y religiosos diversos. Se trata de su naturaleza antitética que le permite mediante un profundo conservadurismo ser fiel a las tradiciones, pero al mismo tiempo, a través de diversos procedimientos, aceptar innovaciones condicionadas en gran medida por su proyección territorial y por la propia evolución religiosa del mundo mediterráneo. De forma gráfica, se ha podido comparar a la religión romana con la figura de un Jano bifronte que dirige sus miradas hacia el pasado que conserva y a las innovaciones que integra.
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Fundada en el Punjab en el año 1469 por Nanak, jefe religioso o gurú del pueblo sikh, surge como un intento de conciliar la religión hindú con el Islam. Los sikhs creen en la existencia de un dios innombrable y que no se puede representar. Veneran un libro sagrado (Adi-Granth o Guru Granth) compuesto por seis mil himnos escritos por diferentes maestro y varios profetas. Niegan el sistema de castas y otorgan a la mujer un papel igual al del hombre. A partir del siglo XVII los sikhs, llevados por el décimo gurú, Govinda Singh, se convierten en un clan guerrero, para enfrentarse al emperador mogol Aurangzeb, quien les había sometido a persecución. A partir de entonces se llaman a sí mismos singh (leones) y adoptan una serie de rasgos distintivos, las llamadas "pancha-k", en español las "cinco p": pelo largo y oculto, pantalón corto interior, puñal, peine y pulsera. Si bien representan una comunidad independiente y observan reglas muy estrictas, mantienen relaciones con los extranjeros, especialmente con indios e ingleses, siendo actualmente la mayoría india de Londres. Su arte presenta influencia mogol, siendo su obra más importante el Templo Dorado de Amritsar. También son notables los monumentos sikhs de Rawalpindi, en Pakistán.
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A principios de la década de 1570, Tiziano pinta dos grandes alegorías para Felipe II: La Religión socorrida por España y la Ofrenda de Felipe II. Ambas escenas fueron enviadas a Madrid en septiembre de 1575. Para realizar esta imagen, el pintor se aprovechó de un viejo lienzo mitológico comenzado casi 40 años antes; hizo algunos cambios, obteniendo un convincente resultado. A la izquierda vemos a España -como una matrona- con una lanza seguida de sus tropas, representadas por mujeres. A la derecha se contempla a la Religión, casi desnuda y abandonada, mientras al fondo se ve a Neptuno vestido de turco en una clara alusión al poderío naval otomano que pronto será reducido en la batalla de Lepanto. Resulta significativo el cambio que se ha producido con respecto a la figura femenina desnuda. Mientras en el Gótico era una muestra de lujuria y pecado como se puede apreciar en las obras de El Bosco, en el Renacimiento se emplea la imagen de la mujer desnuda para representar a los más elevados valores: la justicia, la religión, la fe, etc. Tiziano se muestra ya como un pintor claramente revolucionario, preocupado por la luz y el color tan característicos de la escuela veneciana a la que pertenece. Emplea una fuerte luz que ilumina a ambas figuras principales, obteniendo un efecto atmosférico provocado por las tropas caminando. A pesar de utilizar una pincelada suelta, siempre el artista se preocupará por los detalles, como se observa en los objetos de primer plano.
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Aunque no poseemos ningún tratado que nos hable acerca de la religión de sumerios y acadios, sí que nos legaron largas listas en las que aparecen escritos los nombres de sus dioses, así como escribieron himnos y mitos que reflejan su cosmovisión y creencias. Igualmente algunas obras de arte como los sellos cilíndricos nos aportan información sobre rituales y escenas religiosas. Si bien estos elementos son muy valiosos, sólo nos permiten haceros una idea aproximada de la religión entre sumerios y acadios, quedando muchas zonas envueltas en una oscura penumbra. Por si fuera poco, la intrusión de elementos ajenos, en especial semitas, dificulta sobremanera la labor del investigador. La religión sumeria está ya muy desarrollada hacia el III milenio a.C., reflejando un sistema de creencias característico de una sociedad agrícola y ganadera en la cual la naturaleza ocupa un lugar destacado. Por esto muchas deidades tenían que ver con elementos naturales relacionados con la agricultura (dioses ctónicos, andróginos) o la ganadería (dioses cósmicos y celestes). La importancia de agricultura y ganadería para los sumerios hace que un elemento, el agua, se alce como un factor importante en la religión sumeria. Y lo mismo ocurre con el acto sexual, principio natural reproductor. Estas grandes fuerzas se complementan con otras como tierra, aire y fuego.
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Durante el periodo védico, una de las características principales de la vida religiosa fue la realización de sacrificios rituales. En ellos el fuego era el elemento primordial, siendo llevados a cabo por especialistas religiosos que ingerían soma, una bebida embriagadora. Los rituales eran de suma importancia para la religión védica, pues ellos aseguraban el dominio de la paz y la armonía en el mundo mediante la rita, es decir, la verdad, la justicia o la rectitud, representada por dioses como Varuna. El sacrificio a los dioses era, pues, un modo para asegurar el bienestar de los hombres y recrear el origen del mundo pues, según los himnos védicos compuestos hacia el año 1000 a.C., el mundo habría sido creado mediante un acto de sacrificio cósmico. Precisamente, uno de estos himnos sobre la creación se refiere al origen de las divisiones sociales conocidas como castas.
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Muchas y frecuentes son las referencias de las fuentes literarias grecolatinas a la religión de los pueblos del área indoeuropea y a ellas nos vamos a ceñir para la exposición, ya que las fuentes epigráficas, prácticamente todas de época romana, incluyen elementos de asimilación que no es el momento de poner de manifiesto. Para una mejor comprensión vamos a dividir el área en tres zonas: pueblos del centro (entre los que se incluyen los celtíberos y sus vecinos de los valles del Duero y Tajo), pueblos del oeste (básicamente los lusitanos) y pueblos del norte (básicamente los situados en torno a la Cordillera Cantábrica -al norte y al sur-, con inclusión de los galaicos), siguiendo los numerosos trabajos de Blázquez sobre el tema. Por el texto de Diodoro sabemos que las divinidades de los pueblos del centro eran dioses que imponían la hospitalidad, pues, cuando algún forastero en tiempo de paz llegaba a sus puertas, lo recibían como don de los dioses. Así mismo entre estos pueblos se da la creencia de que los dioses enviaban objetos, animales, etc. a determinadas personas, hecho que implica una protección especial de la divinidad. En el año 152 a.C., cuando Marcelo sitió Nertobriga, en territorio de los celtíberos, le enviaron un heraldo cubierto con piel de lobo. De esta noticia se ha querido deducir la existencia de un dios nocturno que empuñaba un martillo, cuyo emblema entre los galos era la piel de lobo y cuyo epíteto era Sucellus. Sin duda sería una deidad muy adecuada a estos pueblos que se dedicaban a la forja del hierro. También podría estar en relación con un dios etrusco de carácter infernal, que cubre su cabeza con una piel de lobo o del Dis Pater itálico vinculado estrechamente con los lobos según las fuentes latinas. Sabemos también por las fuentes literarias que existían, entre estos pueblos, montes y árboles sagrados. Marcial y Plinio nos dan noticia de encinares sagrados, mientras el primero nos transmite la noticia de que los montes más elevados recibían también culto: un monte entre los berones y el Mons Caius (Moncayo). Para realizar sus cultos no parece que estos pueblos hayan buscado construir grandes templos llenos de imágenes, siendo las rocas, las montañas, las fuentes y los ríos los lugares elegidos para tributar culto a los dioses. Hay dos aspectos especiales a resaltar, por un lado los sacrificios colectivos que se celebraban entre estas poblaciones y, por otro, los ritos de adivinación. Sabemos que en fechas determinadas del año celebraban sacrificios especiales colectivos. Según noticias de Frontino (3, 2, 4), Viriato atacó a los segobrigenses en el año 145 a.C. mientras celebraban una de estas ceremonias. Probablemente los sacrificios colectivos iban precedidos de comidas, de lo que tenemos noticia en Floro (1, 34, 12) para los numantinos. Estas comidas rituales también se celebraban entre los celtas (Plinio, NH, 16, 250) y entre los germanos. En cuanto a la adivinación, sabemos por Apiano y Plutarco, que, a la llegada de Escipión, en el ejército romano que sitiaba Numancia había adivinos y magos indígenas, tanto hombres como mujeres, al igual que entre los galos, germanos y cimbrios, y que los soldados estaban entregados a sacrificios adivinatorios. No menos interesantes son sus creencias sobre la vida de ultratumba. Parece que entre los celtíberos, si hemos de hacer caso a las noticias de Silio Itálico y Eliano, existía un rito propio relacionado con las creencias de después de la muerte: dejar a los muertos a la intemperie para que les despedazaran los buitres. Esto tiene una explicación clara por la creencia extendida entre estos pueblos de que el cielo era la morada de los muertos y la divinidad suprema residía en las alturas. Estas noticias de las fuentes escritas parece que están confirmadas por la arqueología. En Numancia, según Taracena, unos montones de piedras en círculo servirían para depositar los cadáveres de los guerreros hasta que los buitres los despedazaran y el mismo motivo aparece en dos fragmentos de cerámica pintados aparecidos en Numancia que representan a dos guerreros caídos y dos buitres volando hacia ellos. El mismo tema aparece en una estela funeraria de época romana de Lara de los Infantes. Por su parte, los lusitanos creían en la comunicación con la divinidad a través, particularmente, de los sueños, así como en la existencia de animales sagrados, especialmente vinculados a determinadas deidades. (Baste recordar el episodio de la cierva de Sertorio, regalo de un lusitano, la cual, desaparecida en la batalla, cuando le vuelve a aparecer a Sertorio, éste alcanza la victoria). Plutarco da como propia de los lusitanos la creencia de que los dioses andaban por la tierra. Plinio (NH, 8, 166) da noticias de que entre los lusitanos se criaba una raza de caballos tan veloces que se originó la leyenda de que a las yeguas las fecundaba el viento Zephyro, a quien se tributaba culto en un monte sagrado junto al Atlántico, que Leite de Vasconcelhos sitúa en Monsanto, cerca de Olisipo (Lisboa). Esta leyenda aparece en Varrón, Columela, Virgilio, etc., siempre unida a un monte sagrado. Silio Itálico, por su parte, la localiza entre los vettones. Parece, por otro lado, que los sacrificios humanos eran algo muy corriente entre los lusitanos, pues, según noticia de Plutarco, Craso, procónsul de la Ulterior entre el 95 y el 94 a.C., los prohibió. Apiano nos da noticia de que en los funerales de Viriato se sacrificaron muchas víctimas, que Maluquer cree eran humanas. La existencia de sacrificios humanos es confirmada por Estrabón (3, 3, 6) y sin duda hay que poner en relación estos sacrificios humanos con ritos de adivinación, pues la manera ordinaria de los lusitanos de hacer vaticinios requería sacrificios humanos. El citado texto de Estrabón es el único en que un escritor clásico habla de sacerdotes refiriéndose a pueblos de la Península Ibérica. Blázquez piensa que seguramente no había un sacerdocio organizado como el de los druidas, sino miembros aislados que serían los encargados de los vaticinios. Con respecto a los pueblos del nortede la Península Ibérica, el texto de Estrabón (3, 4, 16) es muy explícito al hablar de sus: "Según ciertos autores los galaicos son ateos; más no así los celtíberos y los otros pueblos que lindan con ellos por el Norte, todos los cuales tienen cierta divinidad innominada, a la que, en las noches de luna llena, las familias rinden culto danzando hasta el amanecer, ante las puertas de sus casas". Este texto debe entenderse en lo referente a los galaicos no en el sentido de que no hubiera dioses, sino que no tenían representaciones o que sus nombres eran tabú. Por lo que se refiere al culto a la luna, se trata de la divinidad principal indígena entre estos pueblos y sus vecinos. Sabemos por Caro Baroja que para los vascos el nombre de la luna es tabú y en Galicia todavía en la actualidad hay numerosas danzas en honor de la luna, a la vez que por Ptolomeo (2, 5, 3) sabemos que en Galicia había una isla consagrada a la luna. Que la veneración de la luna era algo fundamental en estos pueblos lo tenemos en el episodio del año 136 a.C., cuando Emilio Lépido sitió Palantia - Palencia, ciudad de los vacceos, y tuvo que retirarse; en la huída un eclipse de luna salvó al ejército romano, pues los palantinos creyeron ver en ello la prohibición de la divinidad a que siguieran combatiendo. Con el culto a la luna se asocia y contrapone el culto al sol, que, a juzgar por los datos suministrados por la arqueología, estaba muy extendido en Numancia y entre los pueblos del centro de la Península. Por Estrabón (3, 3, 7) sabemos de la existencia de un dios guerrero asimilado a Marte, a quien se sacrifican machos cabríos, caballos y también prisioneros. También hay entre estos pueblos una divinización de los montes, que en época romana son asimilados con la morada de Júpiter, apareciendo el nombre de los montes como epíteto del dios supremo romano. Es frecuente también entre los galaicos y otras poblaciones del norte el culto a las aguas, a los árboles y a las piedras, cultos típicamente celtas que estaban extendidos por toda Europa. Sin duda es del culto a las aguas del que conocemos más documentos, tanto en la Península, como fuera de ella. Finalmente, es muy posible que la serpiente, animal representado frecuentemente en el noroeste de la Península, sea una especie de "totem" para estas poblaciones. Por lo que se refire a los cultos y ritos de estos pueblos, Horacio y Silio Itálico confirman la existencia de sacrificios de caballos entre los cántabros, sacrificios que ya conocíamos por Estrabón. Según Horacio, estos sacrificios incluían la bebida de la sangre de los caballos, lo que presupone que estos animales son sagrados. Por las noticias de las fuentes (Silio Itálico) sabemos que los galaicos eran hábiles en obtener agüeros del vuelo de las aves, al igual que los germanos, de la contemplación de los intestinos de las víctimas y de las llamas sagradas. Incluso en el siglo IV d.C. San Martín Dumiense alude a los augurios y adivinaciones frecuentes en su época y en particular a la observación de las aves. A comienzos del Bajo Imperio los vascones tenían gran fama de agoreros, fama que conservaron durante toda la Edad Media, habiendo recogido Caro Baroja testimonios de esta época. Junto a los sacrificios y ceremonias de adivinación debemos mencionar las danzas religiosas, de las que nos da cuenta Estrabón (3, 4, 16 y 3, 3, 7). Se trata de competiciones en honor del dios guerrero asociado a Marte. Estas danzas de guerreros son también conocidas entre los lusitanos, que las realizaron alrededor del cadáver de Viriato (noticias de Apiano y Diodoro). Posiblemente haya que considerar también como danza ritual céltica la especie de procesión de la diadema de oro de Ribadeo, en la que los jinetes llevan cascos de cuernos, escudos y puñales.
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Es difícil hablar de un tema como el de la religiosidad de los iberos, cuando encontramos una gran carencia de noticias en las fuentes literarias greco-latinas de época clásica, las excavaciones arqueológicas nos ofrecen noticias escasas y fragmentarias y los datos se reducen prácticamente al análisis de las esculturas en piedra y metal, a los exvotos de los santuarios y a las representaciones en las pinturas de la cerámica, en espera de que algún día los textos hasta hoy incomprensibles de las estelas o de la misma cerámica nos ofrezcan datos sobre este aspecto tan importante de la vida de los pueblos. En la región de influencia tartésica tenemos noticias por la arqueología de divinidades del ámbito fenicio, pero no tenemos la menor evidencia sobre su culto, sino sus posibles representaciones en objetos arqueológicos. Según el estudio de M.C. Marín Ceballos, ya sea en objetos arqueológicos como anillos o sortijas, placas, etc., como en templos dedicados a ellos aparecen en este área el dios El, divinidad del mundo ugarítico y bíblico primitivo, Baal, divinidad fenicia por excelencia, Melqart, con un santuario en Cádiz que irradia por toda la Baja Andalucía, llegando hasta Salacia en el estuario del Tajo y hasta la isla de Herakles en la región de Levante; también hubo un templo en Cádiz a Milk Astart y toda una serie de sincretismos de divinidades procedentes del mundo egipcio y en general del Mediterráneo oriental. Por lo que se refiere al área ibera propiamente dicha piensa Presedo que hubo también en el aspecto religioso influencias griegas y púnicas que actuaron sobre el fondo preorientalizante de las influencias fenicias y tal vez griegas antiguas, pero más tarde tuvieron que ser reelaboradas por los indígenas, resultado de lo cual tuvo que ser una síntesis completamente distinta, ya que en ella actuarían concepciones religiosas ancestrales de los iberos heredadas de edades pasadas. A partir de los testimonios que la arqueología y las fuentes literarias nos ofrecen podemos decir algunas cosas sobre los siguientes aspectos: dioses, lugares sagrados, culto y vida de ultratumba. Dejando aparte ahora la influencia griega y oriental, aunque muy importante, pues sabemos que en Ampurias, según los arqueólogos, existió un templo de Asclepios, así como un templo dedicado a Serapis y evidencia de culto a Demeter y a la Artemis efesia, la cual, según las noticias de las fuentes clásicas, tuvo varios santuarios en la zona costera del Levante y, sin olvidar tampoco la influencia de los cultos y las divinidades traídas por los cartagineses -Baal Amón aparece en los textos como Cronos y Tanit como Juno-, a la vez que muchas inscripciones latinas dedicadas a la Dea Caelestis, que debe ser una asimilación de la citada Tanit y otra divinidad cartaginesa, Bes, aunque su representación se reduce a pequeños objetos de comercio que no prueban de manera decisiva la existencia de su culto, en el mundo propiamente ibérico no podemos nombrar ninguna divinidad adorada por los fieles. Sospechamos que se trata de un dios de los caballos o vinculado a los mismos una figura que aparece en un relieve entre dos figuras de caballos vistas de perfil, lo mismo que puede ser una divinidad masculina un jinete que lleva en su mano una flor de loto en pinturas de los vasos de Liria. Hay un mayor número de posibles representaciones de divinidades femeninas que masculinas, por lo que probablemente los cultos femeninos predominaban sobre los masculinos, lo cual no representaría más que un fenómeno típicamente mediterráneo. Creemos con Presedo que en su inmensa mayoría quizá pueden reducirse al culto de la Gran Madre asiática, que predominó sobre el Mediterráneo a partir del Neolítico. Hay unos lugares sagrados que dejaron huella arquitectónica, que son los santuarios de los que ya hemos hablado al tratar de la arquitectura. Pero, junto a ellos, hay otros entre los que destacan las cuevas del País Valenciano. Se trata de lugares alejados de los poblados y de difícil acceso, y que por su ajuar funerario, aunque pobre, puede fecharse el inicio de su uso en el siglo V a.C. A pesar de la inexistencia de evidencias, no debieron faltar cultos en lugares que en las religiones antiguas son sacralizados, como los bosques sagrados, los montes o las fuentes. Tampoco sabemos mucho sobre los cultos que tuvieron lugar en los santuarios ibéricos, aunque, a partir de los exvotos de los santuarios, se pueden ver ciertas actitudes que pueden indicarnos el modo de relacionarse de los iberos con la divinidad: devotos que saludan a la divinidad levantando el brazo derecho, otros que cruzan los brazos sobre el vientre o sobre el pecho o levantan ambas manos. En las estatuas de piedra y en los exvotos de bronce vemos oferentes de vasos conteniendo probablemente todo tipo de ofrendas. En el capítulo religioso hay que incluir también las danzas de que nos dan noticia los textos literarios (concretamente Estrabón dice que entre los bastetanos bailan los hombres y mujeres cogidos de la mano), que tienen su representación en las pinturas de algunos vasos de Liria, así como otros testimonios en que los danzantes llevan ramas en las manos, danza que tiene un origen oriental y que pasó al mundo griego. El rito funerario generalizado es el de la incineración, aunque no faltan testimonios de inhumaciones. Junto con la urna se entierran los objetos de uso corriente del difunto, destacando las armas en el caso de las tumbas de los guerreros, las cuales aparecen en ocasiones dobladas, como si se hubiese querido hacerlas "morir" con el guerrero. Se encuentran también en las tumbas ibéricas una serie de objetos rituales: pebeteros para quemar perfumes y braserillos y jarros de bronce, posiblemente relacionados con ceremonias de purificación. Una vez enterrada la urna y el ajuar la tumba se cerraba de muy distintas maneras y se recubría a veces con un túmulo. En tumbas monumentales aparecen varias urnas, lo cual nos hace pensar en que tuvieran un carácter familiar. Sobre las ideas de los iberos acerca de la vida de ultratumba carecemos de textos. Sí parece evidente, a partir de la observación de las tumbas y ajuares y de la escultura funeraria (la más representativa es la Dama de Baza), que los iberos creían en la pervivencia de la personalidad. Por otro lado, la incineración significaría la purificación mediante el fuego. Finalmente, como afirma Presedo, de la existencia de animales fantásticos en las necrópolis (grifos, leones, esfinges), que en el Mediterráneo tienen la función de guardianes del más allá, no se pueden extraer conclusiones automáticas, pues es posible que hubieran perdido su simbolismo originario.
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Hacia las última horas del día 2 de mayo apenas si se disparaba ya en Berlín y el día 3 la calma era casi completa. 70.000 combatientes rindieron sus armas a los soldados de la URSS y salieron hacia el Este, rumbo a los campos de concentración soviéticos, de los que muy pocos regresarían. Pero ya para entonces el agonizante III Reich tenía nuevo jefe de estado y un gobierno. A las 15 horas 18 minutos del uno de mayo llegaba al cuartel general Dönitz este telegrama: "Despacho radiotelegrafiado. Gran Almirante Dönitz. ¡Jefatura! ¡Sólo a transmitir por oficiales! "Führer falleció ayer quince horas treinta minutos. Testamento del 29 de abril le confía el cargo de presidente del Reich. Reichsleiter Bormann, cargo de ministro de partido, Ministro del Reich Seyss-Inquart, cargo de ministro de Asuntos Exteriores. Reichsleiter Bormann tratará de ponerse en contacto con usted en el día de hoy para informarle de la situación. Se deja a su decisión cuándo y cómo informar a la tropa y a la opinión pública." Firmaban Goebbels y Bormann. Cuando el telegrama alcanzó Ploen, la situación del Reich era desesperada. Tres ejércitos soviéticos avanzaban por el interior de Alemania y Austria; los ejércitos angloamericanos alcanzaban y aun rebasaban el curso del Elba; la Alemania aún no ocupada estaba partida; quedaban más de 3 millones de hombres con las armas en la mano en bolsas repartidas por toda Europa cuyas órdenes eran combatir sin dar un paso atrás, "confiando siempre en la victoria final" (6). La situación militar era perentoria. Los ejércitos alemanes seguían enfrentándose a los soviéticos en Checoslovaquia, Austria, sur de Berlín y costa Báltica, retrocediendo hacia la línea del Elba, con la intención de rendirse a los aliados occidentales y de salvar de las tropas soviéticas a la mayor cantidad posible de población civil. Dönitz estuvo seguro desde el primer momento que el único cometido de su mandato era rendirse. La cuestión era ¿cómo rendirse? ¿Combatir en el este y capitular en el oeste, tal como deseaban y como estaban haciendo de hecho las tropas? ¿Mostrar una total inactividad frente a los aliados occidentales y entregarse a ellos cuando decidieran avanzar? ¿Dejar que la guerra se consumiera por si misma, zarandeando hasta el final a Alemania como si fuera una hoja seca? Dönitz formó un gobierno marginando de él a las personalidades más significativas del partido, como Himmler, que rondaban su puesto de mando en busca aún de una prebenda en la nueva situación. El antiguo ministro de Finanzas, Lutz Schwerin von Krosigk, fue encargado de la dirección general, cuyas atribuciones eran similares a las de Canciller del Reich, entregándosele también las carteras de Finanzas y Exteriores; AIbert Speer, el hombre clave de la industria y el armamento durante los tres últimos años de guerra, fue convertido en ministro de Hacienda y Producción. Y aunque en aquella hora todo ya diera casi exactamente lo mismo, el formalismo germano seguía funcionando y se nombraron ministros de Bosques, Alimentación, Educación, Trabajo .... Su entrada en funcionamiento hubo de ser precipitada. Speer logró que se revocaran todas las órdenes de destrucción dadas por Hitler, salvando docenas de puentes, estaciones de ferrocarril e industrias, aunque los comandantes militares, como ocurrió con Kesselring, desobedecieran muchas veces estas órdenes, atendiendo a prioridades bélicas. Otra cuestión que hubo de resolver inmediatamente fue la actitud de las tropas combatientes en el frente del oeste. Las autoridades militares se preparaban para resistir los avances aliados, mientras que las civiles se desesperaban ante la inutilidad de continuar la lucha, que inevitablemente acarrearía nuevas destrucciones y muertes. Tal fue el caso de Hamburgo, cuya guarnición estaba dispuesta a pelear, mientras que la población civil se aprestaba a recibir a los ingleses como a libertadores. Dönitz ordenó que la guarnición se replegase y que la ciudad no fuera defendida. Claro, que en la mayoría de los casos las rendiciones o resistencias se efectuaban al margen del gobierno de Dönitz, que el 2 de mayo se había retirado a Flensburgo, estableciéndose en el buque de pasajeros Patria. Por ejemplo el 2 de mayo los representantes de los generales von Vietinghoff y Wolff firmaban, en el palacio Real de Caserta, próximo a Nápoles, la rendición de las tropas alemanas del norte de Italia y de las zonas fronterizas de Austria. Pero la guerra aún seguía en el este y con suma ferocidad. En la zona central, al suroeste de Berlín, el general Wenck sostenía sus posiciones en espera de que llegara a sus líneas del destrozado IX Ejército del general Busse, que había recibido de lleno la embestida de los ejércitos soviéticos en el Oder y que, desde hacía dos semanas, se replegaba embolsado hacia el oeste (7). Cuando se verificó la fusión de ambas fuerzas, al anochecer el uno de mayo, Wenck dirigió sus tropas hacia el oeste abriendo inmediatamente conversaciones con los norteamericanos. El día 4 se les comunicó a los negociadores alemanes que se aceptaba su rendición y las fases que preveían, pero los norteamericanos se negaban a aceptar a la población civil; sólo admitirían como prisioneros a los soldados y se impediría el paso de los civiles a la orilla oeste del Elba. Ni los norteamericanos comprendían el terror de la población civil a caer en manos de los soviéticos, ni los alemanes entendían el motivo de la negativa. Los primeros ignoraban el trato dispensado a la población civil por los soldados de la URSS; los segundos desconocían los acuerdos de Yalta. Tras reiterar las conversaciones inútiles, los alemanes terminaron cediendo y en la tarde del 5 de mayo comenzaron a pasar los puentes del Elba hacia el oeste, librando en retaguardia fuertes combates defensivos frente a las presionantes fuerzas soviéticas. En la tarde del 7 de mayo terminó el paso del río; logrado por 130.000 soldados y unos 26.000 civiles que consiguieron colarse entre ellos. Al anochecer, las tropas soviéticas saludaban a las norteamericanas desde la margen este del Elba. Algo parecido ocurría simultáneamente en el norte de Alemania, donde los ejércitos alemanes XXI (Von Tippelskirch) y III (Student) eran arrollados en medio de una terrible confusión por el grupo de ejércitos soviéticos del mariscal Rokossovsky. Student, que se había hecho cargo de un ejército fantasma el uno de mayo, afirmó, en el colmo de la insensatez, que establecería unas líneas definitivas de defensa. Von Tippelskirch, que asistió a la toma de posesión, salió hacia el puesto de mando de su XXI Ejército y activó todo para retroceder aún más aprisa hacia el frente oeste. El día 2 establecía contacto con los ingleses de Montgomery y halló más comprensión que su colega Wenck en el lado norteamericano. El día 4, librando fuertes combates defensivos con las tropas soviéticas que les presionaban por todas partes, terminó la retirada del XXI Ejército, que pudo pasar unos 100.000 hombres y 30 o 40.000 paisanos. Entretanto Student y su estado mayor, firme y seguro en la victoria, no llegó a ponerse al frente del III Ejército, pues fue sorprendido por el avance americano mientras sus tropas penetraban en masa por el sector de Motgomery. En el norte de Alemania, la lucha cesó al atardecer del día cuatro, aunque aún se dieron combates aislados y tiroteos en los días siguientes.
obra
Obra realizada para el Salón de Reinos del madrileño Palacio del Buen Retiro, actualmente destruido; se fecharía antes del mes de abril de 1635 y representa un episodio de la Guerra de Flandes ocurrido el 5 de junio de 1625. Tras un año de sitio por parte de las tropas españolas, la ciudad holandesa de Breda cayó rendida, lo que provocó que su gobernador, Justino de Nassau, entregara las llaves de la ciudad al general vencedor, Ambrosio de Spínola. Pero Velázquez no representa una rendición normal sino que Spínola levanta al vencido para evitar una humillación del derrotado; así, el centro de la composición es la llave y los dos generales. Las tropas españolas aparecen a la derecha, tras el caballo, representadas como hombres experimentados, con sus picas ascendentes que consideradas lanzas por error dan título al cuadro. A la izquierda se sitúan los holandeses, hombres jóvenes e inexpertos, cuyo grupo cierra el otro caballo. Todas las figuras parecen auténticos retratos aunque no se ha podido identificar a ninguno de ellos, a excepción del posible autorretrato de Velázquez, que sería el último hombre de la derecha; al fondo aparecen las humaredas de la batalla y una vista en perspectiva de la zona de Breda. La composición está estructurada a través de dos rectángulos: uno para las figuras y otro para el paisaje. Los hombres se articulan a su vez a lo largo de un aspa en profundidad, cerrando dicho rectángulo con los caballos de los generales. La técnica pictórica que utiliza aquí el artista no es siempre la misma sino que se adapta a la calidad de los materiales que representa, pudiendo ser bien compacta, como en la capa de la figura de la izquierda, bien suelta, como en la banda y armadura de Spínola. Breda volvió para siempre a manos holandesas en 1639.