Aunque el ambiente favorable al renacimiento monástico era general en Occidente, la importancia histórica de Cluny reside en su originalidad institucional. Su acierto consistió, en efecto, no tanto en potenciar o encabezar el retorno a los ideales benedictinos en una serie de monasterios, cuanto en ligar a todos ellos a una misma estructura orgánica. La fundación de una orden superadora del aislamiento, hasta entonces crónico, entre las distintas casas, permitió así sentar las bases de una nueva unidad del mundo cristiano, que encontraría en la centralización pontificia su otro pilar básico. De forma paralela, aunque sin presentar la uniformidad institucional cluniacense, se desarrollaría en Alemania un movimiento de renovación monástico de importancia equiparable en el que, a diferencia del modelo francés, la vinculación a determinados linajes aristocráticos resultaría altamente beneficiosa. Ambos movimientos junto a otros de rango menor localizados en Flandes e Italia, constituyen la primera gran oleada de renovación monástica del tronco benedictino que se plasmaría, con el tiempo, en el nacimiento de nuevas órdenes.
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El tema de la regeneración política era uno de los principales propósitos que habían llevado al general Primo de Rivera a hacerse cargo del gobierno del país y a ello se dedicó desde el primer momento, centrándose, sobre todo, en la persecución del caciquismo. Para ello, el general utilizó fundamentalmente dos métodos: por un lado, la intervención del Gobierno a nivel local y, por otro, una serie de medidas legislativas de carácter nacional. Sin duda, la más espectacular de ellas fue la actuación a nivel local. Durante los meses comprendidos entre septiembre de 1923 y abril de 1924 se intentó poner en marcha lo que Joaquín Costa había denominado "política quirúrgica" que, fundamentalmente, consistía en perseguir a los caciques de los pueblos y prohibir las recomendaciones. Para ello se disolvieron todos los Ayuntamientos y las Diputaciones Provinciales y fueron sustituidos por los vocales asociados. Ahora los gobernadores civiles de las provincias eran militares y ellos fueron los encargados de llevar a cabo una labor de investigación en los municipios pequeños. En la mayoría de los municipios, incluido el de Madrid, se descubrieron casos de inmoralidad y fueron aún más numerosos los casos de denuncias anónimas que no fueron probadas porque no se correspondían con la verdad o porque era muy difícil llegar a demostrar el delito. En cada partido judicial se encomendó la tarea de investigación a unos delegados gubernativos que pertenecían al estamento militar. En esencia, la misión de los delegados gubernativos provinciales era realizar a nivel local lo que Primo de Rivera hacía en todo el territorio nacional. En la práctica, esta medida resultó poco efectiva, ya que el estamento militar al que se le encargaba realizar esta misión participaba de los mismos defectos que el resto de los españoles. También se dieron casos de corrupción entre ellos e incluso algunos delegados gubernativos se convirtieron en auténticos caciques. En los casos en que la gestión de estos delegados gubernativos fue bienintencionada e imparcial, por supuesto cabe atribuirles una manifiesta superficialidad. Los impedimentos que los delegados gubernativos con frecuencia encontraron entre las autoridades judiciales locales y la conocida arbitrariedad de Primo de Rivera tuvieron, como consecuencia, un enfrentamiento de éste con la totalidad del Poder Judicial. Es cierto que en muchas ocasiones los jueces municipales eran los representantes más caracterizados del caciquismo, pero la realidad es que también los colaboradores de Primo de Rivera, a través del Consejo Judicial y las Juntas inspectora y organizadora del Poder Judicial, actuaron en un sentido marcadamente partidista. A partir del año 1928, cuando la Dictadura se encuentra en su fase descendente de popularidad, estos enfrentamientos directos con algunos jueces adquirieron tintes de gravedad. Primo de Rivera suspendió las disposiciones vigentes en materia de traslado del personal judicial y se creó un juzgado especial para perseguir los delitos de conspiración. Por supuesto, ya no quedaba nada del propósito inicial del Dictador de desvincular de la política la administración de la justicia. En los pequeños municipios tuvieron una amplia repercusión en la prensa las disposiciones relativas a la persecución del terrorismo aunque, en realidad, éstas fueron poco efectivas. También hubo otras medidas tendentes a cambiar la legislación de rango nacional, aunque muchas de ellas ni tan siquiera llegaron a ver la luz. Así, por ejemplo, parece que Primo de Rivera contempló la posibilidad de llevar a cabo una reforma electoral. De haberse realizado, ésta habría consistido en el establecimiento de un sistema de representación proporcional que en reiteradas ocasiones había sido solicitado no sólo por los católicos sino también por los socialistas, que realmente en ese momento eran las dos fuerzas representativas de la sociedad española. Se habría confeccionado un nuevo censo electoral y establecido un carnet electoral. Asimismo, se habría adoptado la admisión del voto femenino, medida que tenía un carácter muy democrático y que, por ejemplo, en Francia no se llegaría a implantar hasta después de la Segunda Guerra Mundial. Durante los primeros meses de la Dictadura se mencionó en varias ocasiones la posibilidad de realizar una convocatoria a las urnas. Asimismo, parece que el dictador pensó también en la posibilidad de realizar una reforma del Senado, cosa que no suponía una transformación de la Constitución de 1876 y que había sido solicitada entre sectores importantes del pensamiento liberal. Según su proyecto, en la Cámara Alta se habría dado una mayor importancia a la representación corporativa, y en cambio se recortaría la representación de la Grandeza española, limitándose en el tiempo la antigua representación que hasta ahora era vitalicia. Sin embargo, estos dos proyectos de reforma de la Ley Electoral y del Senado no se llevaron a la práctica. En cambio, lo que sí llegó a cumplirse fue otra parte esencial del programa del regeneracionismo político: la elaboración de un Estatuto Municipal con un sentido marcadamente autonomista y descentralizador. Su principal impulsor fue José Calvo Sotelo, que era Director General de Administración Local, y consiguió convencer a Primo de Rivera que, en este aspecto, resultaba fácilmente influenciable, de que la reforma de la Administración Local era uno de los pilares fundamentales del programa regeneracionista. El proyecto estaba inspirado en el planteado anteriormente por Antonio Maura pero, a diferencia de éste, el de Calvo Sotelo tenía un carácter más democrático y autonomista. En su preámbulo comenzaba diciendo que el Estado, para ser democrático, ha de apoyarse en municipios libres, lo que no deja de ser una afirmación sorprendente para una disposición legal de una etapa dictatorial. Por ello, no tiene nada de particular que cuando fue discutido en el Consejo de Ministros surgiera una decidida oposición a algunos de sus aspectos más liberales, como la elección democrática de los alcaldes o el voto de la mujer. El proyecto fue aprobado tras su discusión y acabó siendo aplicado en lo que tenía de más esencial. Aunque ahora tampoco se interrumpió la tradición de que el Estado nombrara a los alcaldes y todos continuaron siendo elegidos por el Ministerio de la Gobernación, incumpliendo así el propósito regeneracionista. Un aspecto positivo que tuvo la aprobación del Estatuto fue el espectacular aumento de las posibilidades de gasto y, por lo tanto, también las mejoras en la infraestructura municipal.
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Si se puede considerar la etapa del Gobierno Arias como la fase final del régimen de Franco, la que se inició a continuación supondría el comienzo del camino hacia la democracia. En este momento, la elección de Suárez de entre los tres jóvenes ministros reformistas tiene una fácil explicación. Tenía unas características biográficas óptimas para conseguir la aprobación de una ley de reforma política, pues toda su carrera había estado vinculada al Movimiento Nacional, había logrado un éxito espectacular -nada menos que vencer al marqués de Villaverde, yerno de Franco, en la elección para cubrir un puesto del Consejo Nacional- y no levantaba prevenciones por la mezcla entre su aparente inanidad y su simpatía. Le ayudaba, en fin, su condición de persona de la misma generación que el Rey, a quien ya había prestado una ayuda importante en la difusión de su imagen como director de RTVE. Pero para llegar a descubrir la significación de Suárez en la política de la transición es preciso tener en cuenta que, en realidad, hay dos personajes, separados por la fecha cardinal de 1979, a partir de la cual sus insuficiencias se hicieron patentes. Con anterioridad predominaron los aciertos que le adecuaban para la tarea que debía abordar. Su modestia le hacía ser capaz de oír, aceptar consejos y plegarse a las circunstancias respetando la realidad. Su reforma política podía ser mucho menos clara y precisa que la de Fraga, pero le hacía ser capaz de plegarse a las peticiones de la oposición. En una de las primeras intervenciones públicas su famosa frase de que él intentaba "elevar a categoría de normal lo que a nivel de la calle es simplemente normal" testimonia su respeto por la realidad. Entre las virtudes de Adolfo Suárez es necesario recordar también su extremada habilidad y listeza: cuando le visitó Tierno Galván, su primera impresión fue que era "bondadoso y sumamente avispado". Lo primero debe ser recalcado porque si algo caracterizó a Suárez fue ausencia de crispación por el uso del poder y propósitos honestos de servir el interés nacional. Adolfo Suárez demostró ser una buena persona, su trabajo estuvo guiado por intereses que superaban lo individual y que tenían muy presente las objetivas necesidades del pueblo español. Por otro lado, la habilidad es una condición imprescindible y necesaria para un político. En un proceso tan complejo como fue la transición española a la democracia, Suárez supo mantener la iniciativa unilateral, lo cual es señal evidente de que sabía lo que quería. Enrique Tierno afirmaba de él que estaba "muy bien informado de las dificultades políticas y sabía responder a ellas". En efecto, lo que llama la atención de la transición española es el ritmo adecuado y medido que le impuso Suárez. En sus memorias, Garrigues cita una sentencia de Maquiavelo que recomendaba "mantener siempre en suspenso y asombrados los ánimos de sus súbditos" y esto se puede aplicar muy bien al caso de Suárez. Se le ha atribuido no tener ninguna ideología política y, desde luego, el nuevo presidente carecía de la sobrecarga de ideología que caracterizaba a la mayor parte de la oposición. Pero, en primer lugar, eso no es obstáculo para que tuviera unas ideas muy claras respecto del resultado final de su acción política. También tenía algo Adolfo Suárez de lo que carecía la oposición: sentido del Estado, a lo que se añadían la conciencia de la tarea común, moderación, frialdad y capacidad para la concordia. El primer problema grave al que hubo de enfrentarse Adolfo Suárez fue la composición de su gabinete. Aunque intentó lograr la incorporación de la vieja generación reformista, finalmente hubo de renunciar a ello. La mayor parte del Gobierno procedió del sector representado por Osorio, es decir, el sector más reformista de la familia católica del régimen. Muchos de los ministros, como Oreja o Lavilla, procedían del grupo Tácito, representativo de esa zona intermedia entre el régimen y la oposición, característica de la época del tardofranquismo. Únicamente uno de los miembros del Gobierno, el almirante Pita da Veiga, había sido ministro con Franco; la media de edad de los ministros fue de tan sólo 44 años. La primera declaración política de Suárez, en una intervención en televisión, tuvo un gran eco. Afirmó que su Gobierno no representaba opciones de partido sino que se constituía en "gestor legítimo para establecer un juego político abierto a todos" y así continuaría actuando hasta conseguir, como "meta última, que los Gobiernos del futuro sean el resultado de la libre voluntad de la mayoría de los españoles". Esta afirmación mostraba un propósito democrático y ya no suscitó rechazo entre los sectores de la oposición. Además, afirmó que el Gobierno debía "esforzarse porque en las instituciones se reconozca la realidad del país". Como apelación final, Suárez hizo una llamada a la necesidad de considerar España como una tarea común, en la que debía presumirse la recta intención de todos los grupos. Desde el mes de julio al de septiembre de 1976 se produjo un importante cambio en el ambiente político gracias al talante del nuevo presidente del Gobierno. Si durante las últimas semanas del Gobierno de Arias la crispación había presidido la política nacional y el nuevo gabinete había sido recibido con irritación y perplejidad, el verano de 1976 estuvo caracterizado por la distensión. Se hizo público un programa gubernamental ratificando los propósitos presidenciales ya a mediados del mes de julio. La amnistía aprobada a finales del mes fue incompleta, aunque abarcó a todos los delitos que no implicaran el uso de la violencia. Se devolvieron sus puestos docentes a aquellos profesores que los habían perdido como consecuencia de los sucesos estudiantiles del año 1965. En especial cambió de manera radical la forma de tratar a la oposición, con la que se iniciaron los contactos que se extendieron hasta el partido socialista. Con ello se hizo disminuir el protagonismo político de la oposición y se aumentó el del Gobierno. Si hasta ese momento la oposición había solicitado de manera insistente un Gobierno provisional para realizar la transición, ahora tan sólo se solicitó un gabinete de "amplio consenso democrático". Así, durante los meses de septiembre a diciembre de 1976 Adolfo Suárez, suavizadas ya las relaciones entre Gobierno y oposición, pudo dirigir de manera decidida la transición. Se cursaron instrucciones a la policía de ampliar el ámbito de la tolerancia de forma gradual a todos los partidos, a fin de no despertar unos temores excesivos entre los más reacios al cambio. Sin embargo, apuntó ya el peligro esencial para la naciente democracia española en una parte del Ejército. El ministro de Defensa, general De Santiago, abandonó su puesto y la responsabilidad vicepresidencial, a caballo entre el cese y la dimisión, tras una tensa conversación con Suárez como consecuencia de los contactos mantenidos con representantes de Comisiones Obreras. La extrema derecha aplaudió al ministro saliente, pero el Gobierno ordenó su inmediato pase a la reserva. Fue sustituido por el general Gutiérrez Mellado, cuya actuación gubernamental respecto a las cuestiones militares fue decisiva, despertando con ello recelos entre el sector más reaccionario del Ejército.
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Una de las manifestaciones más patentes de la creciente urbanización latinoamericana y del ascenso social que la acompañaba, se podía observar en las universidades, que veían como el número de las matrículas se incrementaba de año en año. Muy pronto comenzaron a plantearse entre los estudiantes reivindicaciones de tipo gremial y político. La Revolución Mexicana y la Revolución Rusa se convirtieron en los dos referentes políticos e ideológicos más importantes de los movimientos estudiantiles que comenzaban a despuntar. Quizá sea el movimiento de Reforma Universitaria, iniciado en 1918 en la Universidad de Córdoba, en Argentina, una de sus manifestaciones más concretas. El movimiento se extendió muy rápidamente a otras ciudades argentinas y fue seguido posteriormente en numerosas universidades de los más diversos países latinoamericanos. Las protestas estudiantiles comenzaron tras la clausura del internado de estudiantes del Hospital de Clínicas de Córdoba y se caracterizarían por las huelgas y los encierros en las facultades. En numerosas oportunidades las manifestaciones estudiantiles no eran bien recibidas por las autoridades, que más de una vez decidieron reprimirlas duramente. En algunos países los presos, los heridos y hasta los muertos se convirtieron en los mártires del movimiento estudiantil y de cierta oposición a los gobiernos establecidos. En seguida se redactó el Manifiesto a la Juventud Argentina del Cómite Pro-Reforma Universitaria en Córdoba y poco después se constituyó en Buenos Aires la Federación Universitaria Argentina. En los años siguientes se celebrarían Congresos de Estudiantes en todo el continente americano. En 1919 los estudiantes de la Universidad de San Marcos de Lima se solidarizaron con sus colegas argentinos y el movimiento reformista rápidamente se expandió por Perú. En 1920 encontramos distintas manifestaciones de descontento estudiantil en Chile, Uruguay y Colombia y posteriormente en Bolivia, Panamá y Cuba. La dictadura de Juan Vicente Gómez en Venezuela reprimió duramente los intentos de organización de los estudiantes universitarios. Uno de los principales objetivos del movimiento reformista era acabar con el elitismo y la excesiva jerarquización de las universidades latinoamericanas, comenzando por el enorme poder corporativo de los catedráticos y continuando con las trabas que se ponían a los estudiantes que debían trabajar o contaban con escasos recursos para costear sus carreras. Entre las soluciones propuestas por el movimiento reformista a lo largo de los años encontramos la autonomía universitaria, la libertad de cátedra, la gratuidad de la enseñanza, el ingreso irrestricto y el cogobierno de estudiantes y egresados junto con el estamento docente. La reforma que buscaba la democratización de la vida universitaria, abrió las puertas de las casas de estudio a la política y los estudiantes se convirtieron en los portavoces de ciertos grupos sociales que hasta ese momento no se podían expresar públicamente. Buena parte de los principales líderes políticos e intelectuales que actuaron entre 1930 y 1960 hicieron sus primeras armas en el movimiento reformista. Este fue el caso de Gabriel del Mazo, Germán Arciniegas, Haya de la Torre, Carlos Quijano, Rómulo Betancourt o Juan Antonio Mella entre una larga lista.
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El nuevo monarca, que reinaría con el nombre de Pedro II, había nacido el 12 de diciembre de 1825 en Río de Janeiro y era hijo de Amelia de Leuchtemberg, la segunda esposa de Pedro I. Dada su escasa edad, el gobierno se dejó en manos de una especie de consejo de regencia, integrado por tres personas. Este sistema dificultaba la toma de decisiones, especialmente en los momentos más difíciles, lo que aumentaba la inseguridad y la inestabilidad de la política brasileña en un período especialmente difícil y complicado como éste, donde se cuestionaron tanto la existencia de la monarquía como la integridad del país. Así ocurrieron una serie de sucesos desestabilizadores, como las sublevaciones estalladas en algunas provincias, que resultaron muy difíciles de reprimir a las autoridades establecidas en Río de Janeiro. Las zonas más conflictivas del país eran las más alejadas del poder central, Pará y Rio Grande do Sul. La proliferación de este tipo de conflictos y la persistencia de las fuerzas centrífugas condujeron en 1834 a una reforma de la Constitución. Se buscaba reforzar el poder local, lo que equivalía a una cierta descentralización para las provincias, de modo que la monarquía hereditaria se convirtió en algo muy similar a una república federal. Para agilizar la labor del gobierno se decidió que hubiera un único regente, en lugar de los tres de antaño. En 1835 se hizo cargo del puesto Diego Feijó, quien dedicó buena parte de sus esfuerzos a luchar contra las tendencias centrífugas que se oponían a la consolidación del poder central. Dos años más tarde el regente fue obligado a renunciar y su cargo fue ocupado por el conservador Pedro de Araújo Lima. Los problemas vinculados a la construcción de la Nación eran de tal envergadura, que la magnitud del desafío permitió que el ideal de estabilidad se impusiera sobre las tendencias separatistas o más federalistas, lo que aumentó considerablemente el consenso social en torno a la monarquía y especialmente al joven rey. La existencia de un grupo de buenos políticos, y su capacidad de gestión, permitieron mantener la monarquía y restablecer la autoridad y el orden, garantizando la unidad del Estado y la preeminencia del poder civil sobre los militares.
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La Constitución de 1869 estableció el marco jurídico legal en el que se iba a desenvolver el nuevo régimen político español. Se conservaba la monarquía como forma de gobierno, por lo que las Cortes tuvieron que elegir un regente que asumiera la jefatura del Estado mientras se buscaba un rey. Así, el general Serrano, cuya popularidad se hallaba en alza, fue nombrado para tal cargo el 18 de junio de 1869, a pesar de la oposición republicana. Francisco Serrano Domínguez, capitán general y duque de la Torre, título de nobleza concedido por Isabel II en 1862 con grado de Grandeza de España, había protagonizado una densa trayectoria militar y política. Próximo al unionismo, se operó en su actividad política un cambio de rumbo que resumió en sí mismo el devenir seguido por parte de la elite política ligada al régimen isabelino. En 1866 se encargó de intervenir en la represión de las barricadas de San Gil, de signo demócrata y antidinástico, pero en septiembre de 1868 protagonizó el episodio capital del triunfo revolucionario: la batalla de Alcolea. Su encumbramiento a la Regencia tenía otro precedente de envergadura, el general Espartero. El objetivo de su nombramiento era la búsqueda de una situación puente que permitiera, en un contexto de estabilidad y equilibrio, la elección de un monarca. El apoyo parlamentario que recibió su candidatura era el resultado del consenso del bloque monárquico-democrático, médula política del régimen, que, por el momento, prolongaba su dosis de coherencia y se guiaba por el pragmatismo. Pero no sería él quien llevaría las riendas del Estado sino otro general, Prim, también en su momento de mayor prestigio. En Prim se fundía el espíritu de la septembrina. Militar de prestigio, rodeado de una aureola de mito popular, contaba con todos los ingredientes para conducir el rumbo de la revolución. Este hábil político catalán no sólo lideró el núcleo progresista, sino que se lanzó a la ardua tarea de mantener el consenso de la coalición democrática en un prudente equilibrio, mientras se buscaba un monarca para la Corona española, y el desarrollo de los principios democráticos de la Carta Magna a través de un conjunto legislativo que cimentase la estructura del nuevo Estado. Entre el 18 de junio de 1869 y el atentado que le costó la vida, el 28 de diciembre de 1870, Prim fue jefe de Gobierno, cargo que compaginó con la cartera de Guerra, y dirigió las operaciones diplomáticas orientadas a la búsqueda de un rey. Con el fin de mantener el consenso en las filas monárquico-democráticas hubo de recurrir en dos ocasiones al cambio de Gobierno, para satisfacer a todos los grupos presentes en la coalición; demócratas como Echegaray, progresistas como Figuerola o Sagasta y unionistas como Manuel Silvela tuvieron ocasión de ocupar alguna cartera ministerial. Al margen de las cuestiones internas, el gabinete Prim hizo frente a lo que el Gobierno provisional sólo había podido esbozar: el desarrollo práctico, conforme a la realidad, de los principios consignados en la Constitución. En esta fase se impulsó el proceso de modernización de la justicia, en un sentido democrático y unificador. El 6 de diciembre de 1868 había tomado forma legal uno de los puntos del programa de las juntas revolucionarias, hecho suyo por el Gobierno provisional: la unidad de fueros en la administración de la justicia, suprimiendo tribunales especiales y fijando límites en la jurisdicción eclesiástica y militar. Una vez promulgada la Constitución, la obra más importante, en esta dirección, fue la Ley Orgánica del Poder Judicial, de 15 de septiembre de 1870, por la que se organizaba la administración de la Justicia. Auspiciada por Montero Ríos, era una pieza indispensable que se contemplaba como base de futuras leyes de procedimiento civil y criminal. La primera no llegaría a formularse, prolongándose la de 1855. La segunda sería promulgada en 1872. Esta ley orgánica ordenaba el sistema de funcionamiento de los tribunales, en el plano territorial y jurisdiccional, a partir de una jerarquización en cuya cúspide se situaba el Tribunal Supremo y terminaba con los juzgados municipales, pasando por las Audiencias, los tribunales de partido y los juzgados de instrucción. También recogía el abanico de las funciones -magistratura, fiscalía, secretaría y auxiliaría- y racionalizaba la carrera judicial dando normativas sobre provisiones, categorías, sueldos y ascensos. Los días 15 y 16 de julio de 1870 fue discutida y aprobada la reforma del Código Penal, que procedía del texto anterior de 1848, rectificado en 1850, que fue aprobada como ley provisional. Se acentuaban los criterios democráticos en su articulado, adaptando la tipificación de los delitos y la proporcionalidad de las penas al nuevo régimen de libertades. En el terreno del derecho civil, no se consumó la elaboración de un código, complicada tarea que se había prolongado desde 1851 y que concluyó en los años ochenta, pero se introdujeron algunos aspectos específicos en esta materia. Así, el 17 de junio de 1870 se promulgó la Ley de Registro Civil, y, al día siguiente, la de Matrimonio Civil, una de las innovaciones jurídicas más destacadas del derecho familiar a lo largo del Sexenio. En junio y agosto de 1870 fueron aprobadas, respectivamente, las leyes provincial y municipal, consolidando la fórmula democrática ya esbozada en el decreto del Gobierno provisional de 21 de octubre de 1868. La democratización de la vida local estaba en relación con otra ley, de carácter más amplio, de 23 de junio de 1870: la Ley Electoral, que regulaba el sufragio universal masculino, ratificando así el modelo democrático de participación política. En 1870 se promulgó igualmente la Ley de Administración y Contabilidad, y se publicaron el decreto de reorganización de las secciones provinciales de Fomento y el reglamento que reformaba la carrera de registrador de la propiedad. En este período también se propusieron, desde las corrientes demócratas y republicanas, varios proyectos encaminados hacia la cuestión social que, sin embargo, no empezarían a materializarse legalmente hasta 1872-73. Uno de los fenómenos políticos más significativos del período fue la disidencia insurreccional de un sector del republicanismo español, decepcionado por la naturaleza monárquica de la Constitución de 1869. El republicanismo español comenzó a desarrollar dos líneas de actuación que se superponían, resultando a veces difícil delimitar el comienzo de una y el fin de otra. Al mismo tiempo esta doble vertiente, visible igualmente en el partido carlista, indicaba una escisión dentro del republicanismo, pues los criterios de una censuraban la acción de la otra, y viceversa. Sus divergencias radicaban, pues, más en la metodología aplicada que en la ideología. Así, la línea parlamentaria, ateniéndose siempre al cuerpo doctrinal con que los intelectuales dotaron a la República, desaprobó con frecuencia los episodios de insurrección que protagonizaron los afiliados más radicales a los clubes republicanos. Estos clubes contemplaban el ideal de la federal, una federación republicana singularmente concebida por Pi y Margall. Se trataría de construir una secuencia piramidal de federaciones locales que conformaran el Estado, comenzando por abajo, a través de los llamados pactos sinalagmáticos. Resulta paradójico, no obstante, conocer el rechazo que el propio Pi y Margall experimentaba hacia la vía insurreccional. Desde esta doble perspectiva, pues, han de entenderse las actuaciones del republicanismo español en el panorama político en 1869 y 1870, constituyendo un hecho relevante que el Gobierno Prim tuvo que controlar. Prácticas insurreccionales motivadas por el desencanto que suponía la Constitución de 1869 y, por tanto, la continuidad de la monarquía, se produjeron en una serie cuyos antecedentes podían situarse a finales de 1868, en Málaga y Cádiz, y cuyo máximo exponente fue la insurrección republicana de septiembre y octubre de 1869. En paralelo a este proceso se habían establecido los primeros pactos sinalagmáticos a nivel provincial, en una evolución que partió del Pacto de Tortosa y culminó con el Pacto General, firmado en Madrid el 30 de junio, y la creación del Consejo Federal. La insurrección general de septiembre, que contó con una participación estimada en varios millares de hombres, tuvo más repercusión, lógicamente, en las zonas de signo republicano en el voto: Lérida, Tarragona, Valencia, Alicante, Reus, Arcos de la Frontera, Béjar, etcétera... Estas revueltas se diferenciaban de los clásicos pronunciamientos liberales en que no contaban con el elemento militar y estaban aquejadas de mucho espontaneísmo y bastante descoordinación. Pero no por ello fue menos dura la represión gubernamental, que recurrió al ejército y declaró el estado de guerra a principios de octubre, a la par que eran suspendidas las garantías constitucionales. La insurrección no tardó mucho en sucumbir, pero puso de manifiesto, una vez más, el enorme conflicto que se había creado tras el reconocimiento de los derechos individuales. Estos debían ser preservados, y no era fácil hacerlo a la hora de tratar un problema de orden público como el que planteaban las insurrecciones, los motines de subsistencias o las revueltas por las llamadas a quintas, imposibles de suprimir mientras durasen las guerras carlista y cubana. La Ley de Orden Público, aprobada en abril de 1870, se mostró insuficiente para controlar este tipo de conflictos, especialmente en el agro andaluz. En esta región las autoridades compaginaron en la represión tanto la acción legal como prácticas ilegales, cuyo abuso se denunciaba desde las Cortes. Una de las medidas ilegales más extendidas fue la aplicación de la ley de fugas.
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A continuación describiremos, de oeste a este, las principales de la cincuentena de cuevas con arte paleolítico de la España cantábrica. También indicaremos su atribución estilístico-cronológica según los autores de sus monografías y según los sistemas de Breuil y de Leroi-Gourhan. Recuérdese que éste es uno de los tres grandes núcleos del arte franco-cantábrico. La cueva más occidental de esta región es la de la Peña de Candamo (San Román de Candamo, Asturias), en el valle del Nalón. Fue estudiada por E. Hernández-Pacheco en 1919. Contiene unas sesenta y cinco figuras, seis de las cuales están en un curioso camarín (bisonte muy perdido, dos cabezas de caballo, un caballo, una yegua de abultado vientre y un protomo de toro) y otras formando un complicado panel de grabados y algunas pinturas. En él destacan la bella representación de un ciervo herido por venablos y la de un uro de dos metros de longitud. Breuil vio en el arte de la Peña de Candamo la casi totalidad de sus secuencias cronológico-estilísticas. Para Leroi-Gourhan todo el conjunto pertenece a su Estilo III. En el curso medio del mismo río Nalón se han encontrado en los últimos años una serie de santuarios abiertos en abrigos o pequeñas cuevas. Todo el grupo está en curso de estudio por J. Fortea y sus colaboradores. Las cavidades más importantes son el abrigo de La Viña (Manzaneda) y la cueva de La Lluera (Priorio), con numerosas figuras grabadas con temas animalísticos y abstractos, que en la primera recubrían en parte los estratos arqueológicos. En La Viña se encontraron tres perfiles recortados (caballos) que cuentan entre las mejores piezas del arte mueble español (Solutrense o posterior). Otros lugares menores de la misma zona son la cueva del Conde (Tuñón), Los Murciélagos (Manzaneda), Godulfo (Berció), Entrefoces (Foz de Morcín) y la de Entrecuevas (Las Segadas) con varios signos rojos. Hacia el este, después de una zona vacía, se encuentra otro núcleo de arte paleolítico en el valle del río Sella, principalmente cerca de su desembocadura. En él lo más importante es el sistema cárstico que encierra las cuevas de Tito Bustillo, La Lloseta y la Cuevona (Ribadesella). La gran caverna de Tito Bustillo o El Ramu fue descubierta en 1968. Ha sido objeto de estudios de M. Berenguer, A. Beltrán, A. Moure y R. de Balbín. La forma una gran galería de más de 800 metros en forma de Y con varios divertículos. En ella merece ser destacado su gran panel de caballos y renos bicromos, pero también sus dispersos grabados y pinturas, y el santuario con signos sexuales femeninos, todo ello del Estilo IV, lo que se confirma por las fechas de C14 del yacimiento (entre 13.450 y 12.300; Magdaleniense superior). De las excavaciones allí realizadas proceden diversas piezas de arte mueble. Cuevas con arte paleolítico en la misma área de Ribadesella son Les Pedroses, con cinco ciervos y un probable caballo, en tinta plana y todos ellos acéfalos; y la de San Antonio, con un caballo de color negro. Más hacia el interior se halla la del Buxu (Gangas de Onís), con nueve caballos, nueve ciervos, tres cabras, un bisonte, un gamo y varios signos cuadrangulares característicos, finamente grabados o de color negro. La Paloma (Soto de Regueras) es una cavidad en cuya excavación se hallaron diversos objetos de arte mueble. En la zona de Llanes se hallan las cuevas de Quintanal, Balmori, Coberizas y Cueto de Lledías, entre otras menores. La decoración -principalmente bisontes- de la del Cueto de Lledías es posiblemente falsa. La de Herrerías presenta una serie de signos cerrados o planos de color rojo, en forma de reja. En el valle del Cares se encuentran las cuevas de Llonín (Peñamellera Alta), Coimbre (Alíes) y La Loja (Panes). El santuario de Llonín ha sido estudiado por M. Berenguer y P. Casado. Contiene un complicado panel con pinturas y grabados, en algunos casos con interesantes superposiciones. En la cueva de Coimbre puede verse un grabado de un bisonte muy realista. En la de La Loja, publicada en "Les cavernes de la region cantabrique" y posteriormente por J. M. Gómez Tabanera, hay un panel de grabados con cinco bóvidos y un caballo. La cueva del Pindal (Pimiango) está situada en la zona litoral, inmediatamente encima de un bello acantilado costero. Fue descubierta en 1908 por H. Alcalde del Río y publicada en "Les cavernes de la region cantabrique", a base de los calcos de Breuil. Posteriormente fue revisada por F. Jordá y M. Berenguer, con algunos hallazgos complementarios. Se trata de una cavidad de 350 metros de longitud, de tipo galería ancha. Las figuras se encuentran casi todas en el muro de la derecha y ocupan unos 15 metros del mismo. En total hay unas cuarenta representaciones en color rojo o grabadas. En el panel principal de dicha cueva del Pindal hay una decena de bisontes, tres caballos y una cierva (el tema bisonte + caballo + cierva es el mismo del plafón de Altamira). Los signos son del tipo de los de Niaux y La Cullalvera: claviforme, óvalos, bastoncillos y puntos. La asociación de signos masculinos y femeninos parece bastante clara: a cada uno de los animales corresponde una pareja claviforme + puntos, herida + puntos, o claviforme + bastoncillos. El segundo panel comporta un bisonte, una cabeza de caballo, un signo claviforme y una serie de bastoncillos alineados. Debajo del bisonte hay un extraño pez que es como una combinación de salmón y atún. Cerca se encuentra el a veces llamado mamut romántico, por haberse pensado que la mancha de su interior representaba el corazón (y que no es un Elephas antiquus). Hay otras figuras en la pared izquierda de la cueva, pero son borrosas y parecen corresponder a un conjunto incompleto. Todos los paralelos llevan a una atribución del Pindal al Estilo IV antiguo -por ejemplo, Niaux y Trois-Fréres- que confirma la presencia del pez -como en Pech Merle, Niaux, Mas-d'Azil y Le Portel-, o sea al Magdaleniense medio. En la parte oriental de Cantabria hay varias cuevas con arte: Micolón (Riclones), con signos, un oso y un par de équidos; Chufín (Riclones), que contiene dos santuarios, uno en el exterior con grabados sencillos, y otro interior con grabados finos y raspados y con pinturas rojas; La Meaza (Ruiseñada), con un gran signo abstracto; Las Aguas (Novales), que contiene dos siluetas de bisonte; y La Clotilde de Santa Isabel, en cuya galería axial hay una decena de grabados digitales que representan una cabeza de felino, bóvidos y un signo. La cueva de La Fuente del Salín (Val de San Vicente) es el más reciente de los descubrimientos de arte paleolítico de la cornisa cantábrica. Contiene más de una docena de improntas de manos, positivas y negativas, junto con algunas manchas y puntuaciones. En el valle del Pas está la cueva de Santián; en el de Mierea, la de Salitre; y en la zona litoral de Santander, las de Pendo y El Juyo. Tanto por ser la primera cueva con arte paleolítico descubierta como por la importancia de sus figuras, entre las cuevas santanderinas hay que subrayar la de Altamira (Santillana del Mar) que por su importancia estudiaremos aparte. A Altamira le sigue en interés el núcleo troglodítico del Monte del Castillo, en el pueblo de Puente Viesgo, en la orilla izquierda del río Pas. La cueva del Castillo, descubierta en 1903 por H. Alcalde del Río -publicada en "Les cavernes de la region cantabrique"-, fue objeto de importantes excavaciones dirigidas por Obermaier y Breuil (estudiadas por V. Cabrera). De las mismas procede un buen lote de arte mueble, en su mayor parte estudiado por M. Almagro Basch, incluida la serie de los omóplatos grabados pertenecientes al MagdaIeniense superior con arpones. Las paredes de la cavidad contienen unas 150 figuras zoomorfas, un centenar de manos y otro centenar de signos. Destacan un panel bastante deteriorado con bisontes polícromos de estilo altamirense, las bellas ciervas grabadas con técnica de raspado, el gran macho cabrío grabado, etcétera. Se hallan en galerías paralelas y en niveles distintos, unidos por una vasta zona de hundimientos. Indudablemente en El Castillo hay muchas cosas diversas. El abate Breuil, en 1912, realizó el primer análisis topográfico de los diferentes temas: manos, signos, figuras negras, etcétera. El trabajo de Leroi-Gourhan confirmó la hipótesis de Breuil acerca de la existencia de dos grandes períodos en El Castillo. El más antiguo sería del Estilo III, con manos negativas, bisontes sencillos y signos plenos. Estos configuran un espacio muy particular en el llamado rincón de los tectiformes, comparable al de La Pasiega. Otro santuario se repite más hacia el interior y termina con líneas de grandes puntos y un pequeño mamut. Una parte de estos puntos está en indudable relación con banderas estalagmíticas que sirvieron como litofono. Antes se encuentra la gran columna estalactítica con su hombre-bisonte. En ella -como para las máscaras y otras figuras- se han utilizado los relieves naturales. En el mismo Monte del Castillo se hallan las galerías de la cueva de La Pasiega, descubierta en 1911 por H. Obermaier, P. Wernert y H. Alcalde del Río, de la que realizó los calcos el abate Breuil y se publicó en 1913 con el título de "La Pasiega á Puente Viesgo". En su forma actual, con dos entradas artificiales, se pueden visitar las galerías B y C, accediéndose desde la primera a la galería A, todo ello con un complicado recorrido. El número total de representaciones es de unas 250, cuyo inventario aproximado es el siguiente: 46 caballos, 17 bisontes, 65 cérvidos, 12 cápridos, 14 uros, 2 manos, 2 antropomorfos, 13 indeterminados y más de 80 signos. Entre todas estas representaciones destacan una figura fantástica semihumana, un bello grupo de 20 signos en un lugar muy escondido y otro que parece una inscripción. Como corresponde a la intrincada topografía y a las varias entradas antiguas, en La Pasiega se pueden identificar varios santuarios. Estos son del Estilo III, aunque de un carácter menos arcaico que Lascaux (Solutrense evolucionado al final del Magdaleniense antiguo) y del Estilo IV antiguo del período de los claviformes. La tercera cueva del Monte del Castillo es la de Las Monedas, descubierta por iniciativa de A. García Lorenzo en 1952 y publicada por E. Ripoll en 1972. Su nombre se debe a un pequeño lote de monedas del siglo XVI, perdido allí por un ignoto explorador que recorrió la vasta cavidad en aquel tiempo. En una pequeña sala, no lejos de la entrada de esta caverna, hay 35 siluetas zoomorfas -entre ellas algunos renos, los primeros en ser identificados en el arte paleolítico español- y diversos signos, todo en color negro y sin ninguna presencia de grabados. Leroi-Gourhan interpretó el santuario de Las Monedas como un tipo característico de su Estilo IV reciente, con la ventaja de no haber sufrido sobrecargas ulteriores, siendo el único testimonio español del último período de las cuevas santuarios. Nosotros lo atribuimos a los artistas del Magdaleniense IV/V, o sea, cronológicamente, hacia los años 12000 a 10000 a. C., en números redondos. Los caballos y los bisontes se parecen a los de Niaux, Le Portel, Trois-Fréres y El Pindal. Todo lo cual no puede apoyarse en la arqueología pues las excavaciones en la primera sala no dieron ningún resultado (más tarde se encontró en ella un escondrijo con materiales de la Edad del Bronce, hoy en el Museo de Prehistoria de Santander). Por último, la cueva de Las Chimeneas, en el mismo conjunto de Puente Viesgo que venimos describiendo, fue descubierta en 1953 por A. García Lorenzo, J. Carballo y F. Puente, realizando los calcos M. A. García-Guinea. Las monografías son obra de J. González Echegaray en 1963 y 1974. Su nombre es debido a las simas por las que, desde una cueva en un nivel superior -actual entrada-, se alcanzó la cueva pintada y grabada. La entrada original todavía permanece colmatada por derrubios y formaciones calcáreas. La cueva contiene unas 40 figuras que van desde toscos grabados sobre la roca descompuesta -¿un mamut?- hasta grabados finos y una serie de bellas siluetas de ciervos de color negro y de un gran realismo pintados en un estrecho divertículo de la cavidad. Las astas, cornamentas, orejas, así como el uso de la perspectiva torcida, al igual que un ciervo con las patas rígidas y separadas hacia adelante y hacia atrás, son características del Estilo III. La también santanderina cueva de Hornos de la Peña (San Felices de Buelna, valle del río Besaya), poseía asimismo dos tipos de santuario. Del exterior queda sólo la parte trasera de un caballo fuertemente inciso, que es casi igual a otro caballo grabado sobre hueso que fue hallado en el nivel auriñacense durante las excavaciones practicadas en la entrada. En el interior hay una cuarentena de complicados grabados. El santuario exterior sería del Estilo II y el interior del Estilo IV. Otro núcleo de arte santanderino se encuentra en los alrededores de la población de Ramales de la Victoria, en la zona limítrofe entre Santander y Vizcaya. La cueva principal es la de Covalanas, en cuyas inmediaciones está la de La Haza. Ambas fueron descubiertas en 1903 por L. Sierra y H. Alcalde del Río, y luego publicadas en "Les cavernes de la region cantabrique". Covalanas tiene dos galerías de unos 100 metros de longitud. La de la derecha contiene unas 27 figuras, de ellas 18 ciervas -seis formando una probable escena-, dos caballos, dos toros -uno es seguramente un reno-, cuatro signos y un indeterminado. Las siluetas de los animales están trazadas a base de puntos, siendo esta cueva la más característica de esta técnica de tamponado que corresponde al Estilo IV. En La Haza hay siete figuras de color rojo: tres caballos, dos carniceros, una cierva borrosa y un indeterminado. En el mismo círculo rocoso de Ramales se encuentra la enorme caverna de La Cullalvera. En ella, a 700 metros de la entrada, se encuentran dos grupos de claviformes en rojo y en negro, y, a 1.200 metros, las siluetas lineales en negro de dos caballos, imágenes que son, con mucho, las más alejadas de la entrada entre todas las cuevas españolas con arte. También en la parte oriental de Cantabria hay otras cavidades menores con muestras de arte como Peña del Cuco (Castro Urdiales), La Lastrilla y La Hoz. No lejos de Ramales, en el desfiladero de Translaviña, hay varias cavidades. En su parte santanderina se abren las cuevas de Sotarriza y Covanegra. En su parte vizcaína se halla la cueva de La Venta de la Perra (Molinar de Carranza), que contiene cinco figuras de caballos y oso, profundamente grabadas y a la luz del día. En la provincia de Vizcaya destaca la caverna de Santimamiñe (Cortézubi) que fue publicada por T. de Aranzadi, J.M. de Barandiarán y E. de Eguren en 1925. El santuario, con sus representaciones de color negro y grabadas, tiene unos 20 metros de longitud y constituye una especie de camarín al que se accede por una cascada estalagmítica de 4/5 metros de altura. Este acceso debía ser antiguamente difícil. Más hacia el fondo de la caverna hay alguna figura suelta. El santuario propiamente dicho contiene treinta y ocho representaciones, que, aproximadamente, desde la entrada hacia el interior son: cinco bisontes, dos caballos y una cabeza de uro (o sea la conocida composición bisonte + caballo + toro); sigue el panel principal, a la izquierda, con siete bisontes, dos de ellos en posición vertical, más un bastoncillo y un pequeño rectángulo; y más al fondo un oso, la parte trasera de un cérvido o cáprido, una cabeza de ciervo y una cabeza de cabra, cerca de los cuales hay otros tres bisontes verticales. Las figuras pintadas son todas de color negro. El conjunto pertenece al Estilo IV antiguo y tiene un cierto parecido con el "Salón noir" de Niaux. Los bisontes tienen semejanzas con los de Altamira, Le Portel y el mismo Niaux. En cambio en los caballos no se representó la M ventral. Hay un único signo de forma rectangular y vacío, análogo a alguno de La Pasiega. La cueva de La Arenaza (San Pedro de Galdames) tiene unas pocas pinturas -entre ellas un toro y una cierva- realizadas con la misma técnica de tamponado utilizada en Covalanas. En la provincia de Guipúzcoa se hallan las cuevas de Altxerri (Aya, cerca de Orio) y Ekaín (Deva). La primera fue descubierta en 1962. La zona decorada está situada a un centenar de metros de la entrada y tiene, a su vez, una cincuentena de metros de longitud. Fue publicada primero por J. M. de Barandiarán y sus colaboradores y luego fue objeto de una monografía de J. Altuna y J. M. Apellaniz (1976). El conjunto de las representaciones ha sido dividido por estos autores en VII sectores topográficos. Con frecuencia se prepararon las superficies para los grabados o las pinturas. En el sector I hay unos cincuenta grabados: dos renos, tres carniceros (¿zorros?), cuatro peces (platijas), un antropomorfo y un signo formado por doce pequeños círculos, además de varios bisontes y cápridos. En el sector II hay dieciséis animales: seis bisontes pintados o grabados, tres cabras y un uro, así como algunos indeterminados. En el III hay un solo bisonte y un signo. El grupo IV comprende siete bisontes, un caballo, un indeterminado y varias manchas negras alineadas. En el sector V hay seis bisontes, dos caballos y tres cabras que representan la conocida fórmula de caballo + bisonte + cabra. Los sectores VI y VII repiten el tema del caballo/bisonte, y a ellos se suman cuatro renos en el VI y uno en el VII. Como en otras cuevas cantábricas es notable la presencia del reno. Algunas figuras están en posición vertical. Todo el conjunto pertenece al Estilo IV (Magdaleniense avanzado) de Leroi-Gourhan. La cueva de Ekaín fue encontrada en 1969 y estudiada inmediatamente por J. M. de Barandiarán y J. Altuna. Por sus pinturas en rojo y negro, algunas bicromas, combinadas con grabados, es una importante cavidad con arte rupestre paleolítico. Así, por ejemplo, sus tres paneles principales, según Leroi-Gourhan, contienen el conjunto de caballos más perfecto de todo el arte cuaternario. El santuario empieza a unos cuarenta metros de la entrada. El inventario mínimo de las figuras es el siguiente: veintiocho caballos, nueve bisontes, dos ciervos, tres peces, tres cabras, dos osos (uno de ellos acéfalo), dos indeterminados y diversos signos. Hay que observar que mientras que en otras cuevas el bisonte ocupa los lugares importantes y el caballo los marginales, en Ekaín ocurre lo contrario. Además, algunos animales están en posición vertical. Corresponde el conjunto al mejor Estilo IV, incluido el doble trazo de las grupas, los modelados del interior del cuerpo, entre ellos la M ventral, etc. Según el mismo autor: aproximadamente contemporáneas de las de Niaux y Altamira, las figuras de Ekaín representan una de las cimas del período clásico del arte franco-cantábrico. En la misma zona de Deva están las cuevas de Urtiaga y Ermitia, con algunos hallazgos de arte mueble. La más oriental de las cuevas cantábricas, ya en la proximidad de los Pirineos occidentales, es la de Alquerdi o Berroberría (Urdax), que contiene seis grabados incompletos, restos de un santuario externo que debió ser mucho más amplio.
contexto
En la región de La Gironde, en los bajos cursos del Garona y el Dordoña, hay tres cuevas con arte: Saint Germain de la Riviére (algunos grabados), Mitrot (varios signos grabados) y Pair-non-Pair. Esta última, en el término de Prignac-etMarcamps, es importante por su decoración grabada muy antigua dentro de las series del arte parietal paleolítico (Perigordiense antiguo). Se trata de una cavidad no muy grande -unos 15 metros-, aunque hay que tener en cuenta algunos hundimientos modernos. Fue descubierta, excavada y estudiada por F. Daleau, que vio las figuras en 1883, pero no empezó a copiarlas hasta 1896. En los años treinta del siglo XX, H. Breuil copió la casi totalidad de los grabados con la ayuda de M. E. Boyle. La decoración se distribuye en siete paneles y actualmente está siendo revisada por A. Roussot. En el panel número 2 se encuentra el llamado agnus dei, que en realidad no es tal, debiéndose la confusión a la difícil lectura de los trazos superpuestos. El conjunto pertenece a los comienzos del estilo II de Leroi-Gourhan. En el departamento de Lot hay otra importante concentración de una veintena de cuevas con arte, entre las que citaremos las de Marcenac (Cabrerets), ciervo y cáprido grabados, un caballo y un bisonte en color negro; Grotte des Fieux (Miers), en un bloque de la sala principal, gribouillis en el que se distinguen dos o tres figuras zoomorfas, al lado un litofono; Grotte du Moulin (Saint-Cirq-Lapopie), con cinco figuras, cuatro de ellas bisontes de color negro; Grotte des Merveilles (Rocamadour); Le Pergousset (Saint-Géry); La Bigourdane (Saint-Géry); Sainte Eulalie (Espagnac); varios paneles con grabados; y Les Escabasses (Themines). Pero son más notables las de Pech-Merle y Cougnac. Pech-Merle es la cueva más importante del Quercy, en la confluencia de los ríos Lot y Célé. Fue descubierta por A. David y H. Dutertre en 1922 y en su estudio intervino ampliamente el abate A. Lemozi, autor de la monografía "La grotte-temple du Pech-Merle: un nouveau sanctuaire préhistorique" (París, 1929). En 1949, David descubrió la galería de Le Combel. Desde 1974, J. Lorblanchet ha dedicado muchos estudios a esta caverna. Forma un complicado recorrido de dos kilómetros de longitud. En una de las galerías se encontraron las huellas de los pasos de una adolescente de unos 12 años. Se obtuvieron dos fechas de C 14, 11.380 ± 390 y 12.000 ± 800, que son sin duda demasiado bajas y han sido discutidas. En realidad el arte de Pech-Merle hay que situarlo entre 20.000 y 15.000. La fauna representada comprende 21 mamuts, 12 bisontes, 7 caballos, 6 uros, 6 cérvidos, 2 cápridos, 1 oso, 1 felino y 3 animales fantásticos (llamados los antílopes de Le Combel). Hay, además, 12 figuras humanas -cuatro realistas y ocho muy esquemáticas-, y unos cuantos paneles de "macaroni". En Le Combel hay signos cuadrangulares y una serie de estalactitas convertidas en senos femeninos por la adición de puntos rojos. Esta decoración pertenece al estilo III arcaico, al igual que el famoso panel de los caballos punteados, o tordos. También son de destacar las llamadas mujeres bisontes, estilizaciones que van acompañadas de líneas de puntos y de un mamut, y el hombre herido, muy parecido a los de la vecina cueva de Cougnac. Singular importancia dentro del arte paleolítico tiene el gran friso negro, en el que hay una primera composición toro + caballo + mamut +signos, una segunda composición bisonte + caballo + mamut, así como una serie de parejas bisonte + mamut. El llamado plafón raspado es un magnífico gribouillis, con mamuts y mujeres-bisontes. La cueva de Cougnac (Payrignac) fue descubierta en 1952 y publicada por L. Méroc y J. Mazet el año siguiente. Comprende tres galerías, la principal de 100 metros de longitud. El repertorio, establecido por M. Lorblanchet, da las siguientes cantidades: 274 signos, 22 animales (8 cápridos, 7 cérvidos, 6 mamuts y 1 caballo, 4 humanos, una mano y uno no identificado. Hay un solo grabado y las figuras son de color negro o rojo, con superposiciones. Los signos son muy variados y van desde las formas más complicadas a los bastoncillos y las puntuaciones. Entre los cérvidos figuran al menos tres megaceros con sus grandes cornamentas. Los mamuts están representados de forma estilizada. Hay que recordar, asimismo, las dos figuras humanas acribilladas de flechas. Se han señalado paralelos de Cougnac en Le Portel, Lascaux y Le Gabillou. Por tanto, el conjunto pertenecería al final del Estilo III de Leroi-Gourhan, o sea al comienzo del Magdaleniense. Entre este grupo del Lot y la concentración de los Pirineos centrales, hay tres cuevas no lejos de Montauban: Mayriere Superieure (Bruniquel), Le Travers de Janoye y La Magdelaine de Albis, estos dos en Penne. La Magdelaine contiene dos grabados -un caballo y un bisonte- y dos bajorrelieves que representan dos mujeres recostadas.
contexto
Ya en las inmediaciones de Les Eyzies tenemos los abrigos de Laugerie Basse, Laugerie Haute, Le Poisson, Oreille d'Enfer y La Ferrassie (Savignac), muy importantes como yacimientos arqueológicos y en los que se hallaron algunos bloques grabados o pintados. En el Abri du Poisson existe el bajorrelieve de un magnífico salmón (figura que se intentó arrancar). Pero, desde el punto de vista artístico, son más importantes en esta zona las cuevas de Les Combarelles, La Mouthe y Font de Gaume. La doble caverna de Les Combarelles se halla en el pequeño valle del mismo nombre, en la orilla izquierda del río Beune. En 1901 se descubrieron los grabados que publicaron Capitan, Breuil y Peyrony, primero en varios trabajos menores y luego en una gran monografía, "Les Combarelles aux Eyzies (Dordogne)", de la serie aparecida bajo los auspicios del Príncipe de Mónaco (París, 1924). Desde 1978 ha sido objeto de una profunda revisión por Cl. Barriére. Es una caverna en la que predominan ampliamente los grabados, aunque hay algunas pinturas muy desvanecidas. En la galería I hay las siguientes representaciones: 116 équidos, 37 bisontes, 7 uros, 14 renos, 13 mamuts, 9 cápridos, 9 cérvidos, 5 felinos, entre 1 y 4 cánidos, entre 1 y 3 rinocerontes, 1 zorro, 1 pez, 1 serpiente, 1 mano, 4 signos, 39 antropomorfos, 4 símbolos sexuales, y numerosas figuras dudosas. Son en total unas 300 figuras. En la galería 11 hay: seis bisontes, cinco caballos, un reno, un saiga y cinco o seis figuras dudosas, con un total de una veintena de figuras. Todo el conjunto ha sido atribuido al Magdaleniense medio y reciente (Estilos III-IV). La cueva de Font de Gaume está a un kilómetro de Les Eyzies, en el risco del mismo nombre en el que se levantan algunas casas. La cavidad tiene 120 metros de longitud, con tres galerías laterales. Fue descubierta por D. Peyrony en 1901, pocos días después de la exploración de Les Combarelles. Los autores de la bella monografía, "La caverne de Font de Gaume aux Eyzies" (Mónaco, 1910), fueron Capitan, Breuil y Peyrony. Posteriormente se han encontrado algunas otras figuras que aquellos no vieron. El inventario actual de representaciones de esta cueva es el siguiente: 82 bisontes, 45 caballos, 29 mamuts, 18 renos o cérvidos, 8 bóvidos, 5 cápridos, 2 rinocerontes, 1 felino (y otro dudoso), 1 oso, 1 lobo, 1, humano, 4 manos negativas, 23 tectiformes y 5 ó 6 signos diversos, o sea, en total, unas 225 figuras. Son notables las representaciones del "Cabinet des Bisons", las combinaciones de mamut + tectiforme, los bisontes bicromos, la pareja de renos, etc. Para el abate Breuil, la caverna de Font de Gaume parece haber sido frecuentada durante toda la edad del reno y el conjunto de sus obras pintadas o grabadas pertenece a épocas muy diversas (o sea desde el Auriñaciense al Magdaleniense superior). Por su parte, Leroi-Gourhan ve en Font de Gaume un conjunto más homogéneo y que ciertas superposiciones no serían tales sino la asociación de conjuntos coherentes sobre el tema bisonte + caballo + mamut, pudiéndose clasificar todo el arte de esta cavidad en los Estilos III y IV. También muy cerca de Les Eyzies, a dos kilómetros, se halla la cueva de La Mouthe, junto a la aldea del mismo nombre. Está formada por una galería axial de 182 metros, con varios divertículos y pequeñas salas. En los últimos años del siglo XIX la cavidad y sus obras de arte fueron estudiados por E. Rivière. El abate Breuil le prestó amplia atención de 1924 a 1928, pero los resultados de su trabajo no se dieron a conocer hasta 1952 en su libro "Quatre cents siécles d´art pariétal". Posteriormente se han encontrado algunas nuevas figuras. El conjunto se reparte en cinco espacios: Sala de los Toros (figuras profundamente incisas, cuatro toros, un équido, algunas subrayadas con color rojo), Sala de los Bisontes (con 21 figuras, casi todas grabadas: bisontes, bóvidos, cápridos, etc.), Sala de la Cabaña (llamada así por un gran signo rectangular, grabado y pintado; rinoceronte, cápridos, renos, mamuts), Sala de los Renos (con dos grandes ejemplares de este animal, en color negro). Dos puntos rojos marcan el final del santuario. Numerosas superposiciones, líneas sueltas y raspados hacen a veces difícil la lectura de las figuras de esta cueva. El total de representaciones bien identificadas es de 57. Los diferentes grupos corresponden a los estilos III y IV. Con las cavidades de las cercanías de Les Eyzies, que acabamos de describir sucintamente, forman grupo las de La Croze á Gontran, Cournazac, Saint-Cirq (con una curiosa figura humana itifálica) y Bara-Bahau, estas dos últimas en el término de Bugue. Otro grupo se halla más al suroeste de Les Eyzies, con cuevas como Roc de Vézac, Le Pigeonnier y Grande Grotte de Saint Front, entre otras, casi todas ellas en el término de Domme.