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Obviamente, el desarrollo norteamericano no fue sólo la historia de un éxito dorado. La dureza de la lucha por la vida, las condiciones de miseria y explotación con que los trabajadores inmigrantes y autóctonos tuvieron que enfrentarse, hicieron que en muchas ocasiones el sueño americano fuera un engaño trágico (como en el caso de los inmigrantes lituanos en el brutal Chicago de mataderos y fábricas de productos cárnicos de la novela La jungla, de Upton Sinclair). El desarrollo regional no fue homogéneo. Los desequilibrios económicos entre los distintos Estados fueron inmensos, especialmente por lo que hizo al viejo Sur. En 1900, por ejemplo, la renta per cápita de los estados de esa región (Mississippi, Alabama, Georgia, Louisiana, Virginia, Carolina del Norte y del Sur, Tennessee) era en término medio la mitad de la de los estados del Norte: el analfabetismo y la pobreza eran allí altísimos, casi generales entre la población negra. De hecho, la reconstrucción del Sur tras la guerra civil estuvo llena de contradicciones y retrocesos. La abolición de la esclavitud no reportó beneficios tangibles a los negros. Muchos de ellos se transformaron en colonos y aparceros que explotaban tierras marginales de las antiguas plantaciones. El paulatino declinar del cultivo del algodón acabó, además, en un par de décadas con esa forma de economía. La inmensa mayoría de los negros tuvo que optar o por la emigración al Norte o al Oeste o por emplearse en los enclaves industriales que surgieron en el nuevo Sur: minas de hierro y carbón en Birmingham (Alabama), bauxita y fábricas de aluminio en Arkansas, grandes fábricas textiles, el nuevo, muy próspero y muy modernizado sector del tabaco, controlado por la American Tobacco Company de James B. Duke. En total, unos 2 millones de negros abandonaron el Sur entre 1890 y 1920, la mayoría a los nuevos "ghettos" aparecidos en las zonas pobres de las grandes ciudades. Política y socialmente, la emancipación fue un espejismo. Desde la década de 1880, muchos estados del Sur lograron mediante discutibles expedientes técnicos y legales (como pago de impuestos, nivel de alfabetización, condiciones de residencia y similares) privar a miles de negros del derecho a voto e introducir nuevas formas de segregación, principalmente en escuelas, transportes públicos, hoteles, teatros y zonas de residencia. La discriminación de la población negra -8.833.000 en 1900, de ellos 90 por 100 en el Sur- fue sin duda el gran fracaso del desarrollo de Estados Unidos. Ello dio lugar a la aparición de distintos movimientos en defensa de la igualdad y los derechos civiles de los negros. Booker T. Washington (1856-1915), un antiguo esclavo que con enormes dificultades logró darse educación universitaria y prosperar socialmente, creó en 1881 el Instituto Universitario de Tuskegee (Alabama) para la educación técnica y profesional de los negros, y en discursos y publicaciones de amplia difusión, como Up from Slavery (1901), defendió la necesidad de una política gradualista y conciliadora como vía hacia la independencia económica de los negros y hacia su plena integración en la sociedad americana. Washington logró muy importantes apoyos financieros para el centro de Tuskegee y para otros proyectos similares, asesoró a los presidentes Theodore Roosevelt y Taft en materia legislativa relativa a los negros y logró que colaboradores suyos fueran nombrados para altos cargos administrativos y políticos. Pero su línea moderada, que sin duda contribuyó a dar respetabilidad política y autoridad moral sin precedentes a la causa de la igualdad racial, no fue unánimemente aceptada por los activistas de color. W. E. B. Du Bois (1868-1963), nacido en Massachusetts, doctor por la universidad de Harvard, profesor en la de Atlanta, autor de Souls of Black Folk (1902) -una apología de la negritud y de las raíces africanas de los negros- impulsó un movimiento más radical que aspiraba a exigir mediante la lucha política y las movilizaciones sociales el cumplimiento riguroso de las exigencias constitucionales sobre la igualdad de derechos. Por su iniciativa se creó en 1900 el Movimiento del Niágara, que recogía las ideas mencionadas y luego, en 1909, la Asociación Nacional para el Avance de la Gente de Color (NAACP), en la que participaban también conocidos intelectuales blancos como John Dewey, el novelista William D. Howells o Jane Addams, asociación que llevó a cabo una intensa lucha legal, política y educativa en defensa de la igualdad civil. La movilización de los negros, que dio lugar a esporádicos conflictos raciales en distintas ciudades desde principios de siglo, provocó nuevas reacciones racistas. El Ku Klux Klan, la sociedad secreta creada en 1866 para mantener la supremacía de la raza blanca, reapareció en Georgia en 1915 y se extendió hacia el Oeste medio y Oregón: hacia mediados de los años veinte decía tener unos cuatro millones de afiliados. La cuestión racial era sólo una manifestación -sin duda la más dramática- de un problema social más amplio. La publicación en 1879 del libro Progreso y pobreza del periodista californiano Henry George fue un verdadero revulsivo de la conciencia social norteamericana: puso de relieve cómo la evolución y el desarrollo del país parecían conllevar la acumulación de gigantescos enclaves de pobreza. Pronto se generalizó el uso de la significativa expresión "barones ladrones" para referirse a los grandes magnates de los ferrocarriles y de la industria. En 1894, el escritor Henry Demarest Lloyd publicó un libro-documento (Wealth Against Commonwealth, La riqueza contra la comunidad) en el que denunciaba a la Standard Oil de Rockefeller como prototipo del poder monopolista que, según el autor, controlaba la vida norteamericana (ignorando, sin embargo, la inmensa labor filantrópica que Rockefeller había empezado a realizar: en 1891, fundó la Universidad de Chicago y luego dedicó parte de su inmensa fortuna al desarrollo de la medicina y a la promoción de la cultura). Poco después, en 1899, el economista Thornstein Veblen atacó en su libro La teoría de la clase ociosa el carácter parasitario y anti-social que, en su opinión, definía al gran capital norteamericano. Todo ello eran síntomas de las divisiones y tensiones sociales que habían ido cristalizando en el interior de la sociedad norteamericana. Las demandas laborales de los trabajadores industriales dieron lugar pronto a conflictos y huelgas, algunas de ellas de extremada violencia, resultado de la dureza y competitividad de la sociedad americana y también de los sentimientos de frustración e injusticia generados por las diferencias sociales a causa del crecimiento económico. Algunos de aquellos conflictos conmocionaron la vida pública. En 1877, hubo violentos incidentes en Pittsburgh, Baltimore, Chicago y otras ciudades en protesta por los recortes salariales impuestos por las compañías de ferrocarriles: 9 personas murieron en Baltimore y 19 en Chicago en choques o con la policía o con la milicia estatal. Desde 1882, los obreros de Nueva York celebraron con una gran manifestación el día 5 de septiembre como la fiesta del trabajo, festividad legalizada desde 1887. Unos 100.000 trabajadores fueron a la huelga en todo el país a partir del 1 de mayo de 1886 en demanda de la jornada de 8 horas: la explosión de una bomba en una plaza de Chicago mató a 8 policías e hirió a otros 60; 4 anarquistas fueron ahorcados meses después como presuntos responsables. Una gran huelga, también sembrada de incidentes sangrientos y violentos, paralizó las siderurgias de Carnegie en 1892: 20 trabajadores de la planta de Homestead (Pensilvania) murieron al enfrentarse con detectives de la agencia Pinkerton contratados por la empresa para mantener el orden. En 1894 se produjo una huelga general de ferroviarios en apoyo de la huelga de la empresa Pullman contra rebajas salariales: 2 trabajadores murieron en enfrentamientos con las tropas federales en Illinois. La depresión de 1893 hizo que el número de parados se elevara a casi 3 millones: tropas federales disolvieron con contundencia algunas de sus manifestaciones. En total, el número de huelgas y "lockouts" patronales entre 1883 y 1900 se elevó a 23.800. La tensión, además, no remitió. En 1902, hubo una enconada y larga huelga en la minería del carbón en demanda de la reducción de la jornada laboral y del reconocimiento de los sindicatos. Trece personas -mujeres y niños- murieron a manos de la milicia del Estado de Colorado en la localidad minera de Ludlow en el curso de otra huelga en 1913. La organización sindical de los trabajadores comenzó pronto. En 1869, se creó la primera gran central sindical de carácter nacional, los Caballeros del Trabajo, que protagonizaron gran parte de la actividad huelguística de las décadas de 1870 y 1880 y que en su mejor momento llegaron a los 700.000 afiliados. Pero la organización, basada principalmente en artesanos y obreros cualificados, declinó rapidísimamente tras la reacción antisindical que se produjo en el país tras el atentado de Chicago de 1886 antes mencionado. A finales de ese mismo año se creó en Columbus (Ohio) la Federación Americana del Trabajo, otra gran sindical que, bajo el liderazgo indiscutido de Samuel Gompers (1850-1924), inglés de nacimiento, inmigrante, obrero de una fábrica de tabacos, dio un giro decisivo al movimiento obrero norteamericano: la Federación renunció a reivindicaciones de naturaleza política -en las elecciones se limitó a recomendar el voto al partido que mejor defendiese los intereses de los sindicatos- y concentró su actividad, que pudo ser de extraordinaria dureza y radicalidad, en la negociación colectiva de salarios y condiciones de trabajo. Hacia 1900 tenía ya medio millón de afiliados; en 1914, unos 2 millones. El carácter y significación de la Federación Americana del Trabajo -muchos de cuyos líderes fueron en política conservadores si no reaccionarios- fue una de las causas de que los partidos políticos de la clase obrera no tuvieran en los Estados Unidos el mismo desarrollo que en Europa. En 1905, algunos sindicatos opuestos a la Federación crearon la organización Trabajadores Industriales del Mundo (IWW, según las siglas del nombre en inglés, los "wooblies" como se les conoció popularmente), organismo radical de ideología próxima al sindicalismo revolucionario que protagonizó huelgas y conflictos sociales de gran violencia en los años 1908-1914. Llegó a tener unos 100.000 afiliados en 1914. Pero su influencia disminuyó durante la I Guerra Mundial -por su oposición a la entrada de Estados Unidos en la misma- y no sobrevivió a las polémicas ideológicas de la postguerra.
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Hemos comprobado la diversidad cultural existente en la Península y el distinto grado de desarrollo de las diferentes regiones, situación que continúa patente en estas nuevas etapas durante las que tampoco se alcanzó una homogeneidad en todo el territorio. Durante estos dos primeros períodos de la Edad del Bronce, hay que destacar el pujante foco del Sureste donde floreció la cultura de El Argar, que toma su nombre del poblado epónimo de Almería, extendiéndose también por las provincias de Murcia, Granada y Jaén, a pesar de lo cual no constituyó un fenómeno unitario peninsular. El espectacular desarrollo de esta cultura hizo que tradicionalmente se considerase que no mantenía ninguna vinculación con las fases anteriores y que su origen había que buscarlo nuevamente en las influencias llegadas por el Mediterráneo, pero en los últimos años, Lull y otros investigadores no aceptan un origen exótico y creen observar cierta continuidad desde la cultura de Los Millares. Aunque algunos poblados neolíticos y calcolíticos, como Almizaraque o Parazuelos, no se abandonan en época argárica, otros en cambio sí y esta aparición de hábitats nuevos, así como la reestructuración social que en ellos se observa, hacen pensar que, desde luego, se produjeron cambios importantes en la zona. La mayoría de los poblados característicos son de nueva planta y eligen lugares altos y estratégicos que dominan tanto las rutas de paso como las tierras fértiles circundantes. Existen diferencias de tamaño entre unos lugares y otros que pueden deberse a la dedicación a actividades económicas distintas y, seguramente, complementarias. Con respecto a los ritos funerarios, sin duda es en los enterramientos donde mejor se pueden observar las novedades culturales que ofrece esta cultura. Frente a las sepulturas colectivas megalíticas de la etapa anterior, ahora son siempre individuales y depositadas bajo el suelo de las viviendas; las inhumaciones se efectuaban en cistas, en simples fosas y en pithoi o jarras de cerámica y el cadáver iba acompañado de una serie de piezas de ajuar, destacando los típicos vasos cerámicos y una serie de objetos metálicos, armas y adornos de cobre, bronce y plata que destacan la riqueza individual de algunos miembros de aquella sociedad. La cerámica es uno de los elementos distintivos de esta cultura porque ofrece características nuevas ya que se trata de piezas de buena factura, de color negro, superficie bruñida y lisa, sin ninguna decoración, y formas variadas entre las que son típicos los vasos y cuencos de carena baja muy pronunciada y las copas de pie alto. Los objetos metálicos son de gran interés porque muestran, a lo largo del desarrollo de esta cultura, una progresiva evolución técnica y una proliferación de formas que denotan cómo la actividad metalúrgica fue adquiriendo mayor importancia. A pesar de la época en que nos encontramos, las piezas de bronce aparecen todavía en proporción escasa abundando los cobres arsenicados, pero las formas son muy variadas destacando los puñales cortos de remaches, las alabardas, las espadas, punzones, etcétera, y numerosos objetos de adornos como brazaletes, pendientes, diademas, algunos de ellos de oro o de plata. La base fundamental de la economía debía descansar en la agricultura y la ganadería dependiendo de las zonas. Por ejemplo, en la zona de Almería parece que la explotación de la tierra fue más importante y, en cambio, en Granada fue la ganadería la principal ocupación, según demuestran los restos faunísticos de algunos yacimientos estudiados. Aparte de esto, la actividad metalúrgica fue adquiriendo mayor importancia demostrada no sólo por la proliferación de los útiles mencionados, sino también por la relación que se ha podido establecer entre los asentamientos del momento de apogeo y los filones de mineral de cobre. Todos los cambios observados en las formas materiales denotan un cambio en la estructura social que tradicionalmente se explicaba por la presencia de grupos de colonos orientales; en los últimos años, se piensa que la propia sociedad indígena fue evolucionando hasta la aparición de una clase social dirigente, según el estudio de las tumbas donde al principio sólo se observaban diferencias por edad y por sexo y después ya aparecen diferencias en los ajuares entre adultos iguales. El estudio de la riqueza de los ajuares de las tumbas ha permitido a Lull diferenciar hasta cuatro niveles sociales jerarquizados: miembros importantes de la comunidad, con las piezas metálicas más significativas y ricas tanto a nivel técnico como en cuanto a valor social; miembros con ajuares ricos pero con menor número de piezas; miembros con piezas de ajuar poco significativas en cuanto a su valor social y, finalmente, miembros enterrados sin ajuar. En torno al 1400 a. C. esta brillante cultura va perdiendo identidad, se abandona un gran número de asentamientos y deja de ser identificada como tal, no estando demasiado claras las razones de su desaparición; hay que suponer que debió producirse una crisis de su sistema económico al agotarse los filones de mineral y, presumiblemente, al empobrecerse las tierras cultivables, lo que obligaría a la dispersión de la población en busca de nuevos recursos. Ya hemos dicho al comienzo de este capítulo, que en ningún momento puede hablarse de uniformidad cultural en todo el territorio peninsular pues cada región siguió evolucionando lentamente a partir de las culturas precedentes de forma independiente al foco que acabamos de describir. Durante el Bronce Antiguo en la Meseta y en la mayoría de las regiones del interior, hasta la fachada atlántica, seguían desarrollándose grupos de tradición campaniforme más o menos acusada y, por ejemplo, el de Ciempozuelos se mantuvo hasta bien entrado el segundo milenio. Durante el Bronce Medio se pueden identificar distintos grupos con características culturales propias. El área que mayores paralelismos mantiene, desde un punto de vista tipológico, con la cultura de El Argar es el denominado Bronce del Suroeste, circunscrito a la provincia de Huelva y a las portuguesas del Algarve y el Alentejo. A su vez, estos territorios situados en el occidente peninsular participaron de la entidad cultural conocida como Bronce Atlántico que se define, sobre todo, por las relaciones de tipo comercial que mantuvieron las poblaciones de la fachada atlántica europea, volcadas al mar para sus principales actividades económicas. En el Noroeste peninsular también se independiza un horizonte cultural conocido sobre todo por los materiales cerámicos, procedentes de cistas de enterramiento, difíciles de conectar con los numerosos depósitos y tesoros metálicos conocidos en Galicia desde principios de siglo; como ejemplo de la pujante orfebrería de la época puede mencionarse el tesoro de Caldas de Reyes (Pontevedra), situable cronológicamente en el tránsito del Bronce Antiguo-Medio en torno al 1550 a. C., formado por más de 30 piezas de oro entre las que destacan los brazaletes y los torques macizos, dos cuencos con asas y una jarrita, todos ellos con claros paralelos formales en Bretaña e Irlanda pero fabricados con el oro aluvial de la Península. Otro grupo cultural cuyo desarrollo puede perfilarse durante la Edad del Bronce es el Bronce Valenciano, que a pesar de centrarse en una región contigua al foco de El Argar no participa de su mismo desarrollo cultural y social. Los yacimientos mejor conocidos son pequeños poblados que se ubican en zonas altas de claro valor estratégico y, en ocasiones, con defensas artificiales que podrían responder a momentos de inseguridad ocasionados por depresiones económicas debidas a sucesivas malas cosechas; en el interior de los recintos se han identificado viviendas de planta cuadrada dispuestas sin ningún orden urbanístico, con el suelo de tierra apisonada sobre el que a veces se han encontrado las cenizas del hogar y en ocasiones un banco corrido adosado a las paredes. Frente a los numerosísimos lugares de habitación, contrasta la casi total ausencia de lugares funerarios pues sólo se han encontrado enterramientos, de uno o dos individuos, en cuevas y grietas naturales y, en algunos casos, bajo el piso de las habitaciones (Altico de la Haya en Navarrés) o en cistas (Cabezo Redondo en Villena). El equipo material se compone de elementos en nada semejantes a las características piezas argáricas, pues aquí la cerámica ofrece formas ovoides de pastas poco depuradas y tosco acabado y entre los objetos metálicos destacan los puñales, las puntas de flechas y los punzones, básicamente de cobre y producto de una metalurgia local que seguramente aprovechaba los yacimientos mineros de la zona de Orihuela, Villena y Alcoy. La región catalana, pese a su proximidad geográfica, no formó parte de la órbita cultural valenciana y todavía se detectan perduraciones de las tradiciones megalíticas y del hábitat en cuevas; también se han encontrado algunos objetos que atestiguan unos contactos. extrapeninsulares, a través de la vía del Segre, que algunos autores han considerado precedentes de los posteriores movimientos de pueblos durante el Bronce Final. En las regiones meseteñas el desarrollo cultural fue más pobre y retardatario y sólo puede identificarse con cierta personalidad propia el grupo denominado de las Motillos de La Mancha. Lo más característico son los patrones de asentamientos bien diferenciados: poblados en llano fortificados formando un conjunto de cierta complejidad, conocidos con el nombre de motillas (Retamar, El Azuer, La Vega, etcétera) y los poblados en altura más semejantes al hábitat observado en las regiones descritas anteriormente. Los primeros estaban formadas por una torre central, cuadrada o rectangular, que en ocasiones pudo alcanzar los seis metros, rodeada por una o dos líneas de murallas concéntricas que dejaban libre espacios interiores destinados posiblemente al almacenamiento, mientras que las viviendas domésticas debían estar distribuidas de manera desordenada en los alrededores de la fortificación; su situación, en terrenos llanos y pantanosos, tendría gran valor estratégico tanto por el difícil acceso como por la visibilidad que proporcionaba de todo el entorno. Los enterramientos conocidos documentan el rito de la inhumación individual realizada en el interior del área del poblado, de forma semejante a las gentes argáricas. La economía de estas poblaciones se basaba en la agricultura cerealística habiéndose documentado el trigo, en sus variedades monococcum y aestivium, la cebada y en menor medida las hortalizas y las leguminosas, a lo que hay que añadir la presencia de bellotas quizás destinadas al consumo animal. Los estudios faunísticos han mostrado el consumo de ovicápridos, bóvidos y cerdos, de los que seguramente se aprovechaba no sólo la carne sino también los productos lácteos derivados, puesto que se han encontrado numerosos recipientes cerámicos del tipo queseras.
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Charles Townshend, embajador británico, y Fleury obtuvieron del emperador, en los Preliminares de París de mayo de 1727, la paralización de la Compañía de Ostende por siete años y la renuncia a las prerrogativas comerciales en América y la Península, mientras que Francia reconocía la Pragmática Sanción. Gran Bretaña esquivaba, así, una guerra abocada al desastre y muy impopular entre los comerciantes y la población en general. Al mismo tiempo, Fleury rompió el hielo con Madrid con la petición de excusas por la devolución de la infanta y la propuesta de búsqueda de un reino italiano para don Carlos. Sus dotes negociadoras cuajaron en el Tratado de Sevilla, en noviembre de 1729, por el que se retomaba la posición anterior a 1725. Significaba la vigencia de las iniciales ventajas económicas, el fin de los conflictos marítimos y el abandono de las reivindicaciones sobre Gibraltar y Menorca. Obsesionados por el fantasma de la guerra, Fleury y Walpole reunieron de nuevo a los plenipotenciarios, cuyas negociaciones cuajaron en el segundo Tratado de Viena, de marzo de 1731, al que, finalmente, se sumó España, que, junto con Holanda y Gran Bretaña, reconocieron la Pragmática Sanción. Por su parte, el emperador suprimió la Compañía de Ostende y retiró sus ejércitos de Parma y Toscana, pues el gran duque había aceptado a don Carlos como heredero en 1730, y sucedería al año siguiente al último de los Farnesio. La paz se había logrado gracias a la cooperación franco-británica, aunque favorecía principalmente a los intereses de Londres porque permitía su arbitraje en Europa, la conservación de sus prerrogativas comerciales y su protagonismo en los mares. A medida que aumentaban los odios hacia Gran Bretaña y Austria, se reafirmaban las relaciones entre Francia y España, convertida ahora en una potencia de segunda fila, por los efectos de las alianzas en los ámbitos interno e internacional. Dicha amistad respaldó los deseos de Fleury de separarse de la influencia de Londres en todo lo concerniente a la diplomacia; por ejemplo, la colaboración resultante del primer Pacto de Familia sirvió a Luis XV para infringir serias derrotas en Italia a las fuerzas austríacas durante la confusión creada por la Guerra de Sucesión polaca. La concordia se mantuvo durante años y ambas ramas familiares trabajaron en mutuo provecho, a pesar de que, a partir de 1731, los problemas italianos y las reivindicaciones españolas no tuvieran apenas presencia en los foros de discusión europeos.
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Tras la victoria de Alesia, quedaba aún la compleja tarea de organización de la provincia en términos estables, que el procónsul dirigió desde su cuartel general en Nemetocenna (Arras): regulación de las relaciones de cada tribu con Roma, fijación de tributos, imposición de gobiernos fieles... César podía dictar despóticamente su voluntad, después de ocho años de guerra ininterrumpida, a un territorio vencido y exhausto, con un escalofriante balance: 800 pueblos saqueados, grandes regiones devastadas, un tercio de la población en edad de llevar armas caída en la lucha y otro tercio esclavizado. La victoria de Alesia era, sin duda, un importante paso en el sometimiento de la Galia, pero no definitivo. Aquí y allá continuaban focos aislados que requerían atención inmediata, antes de que dieran lugar a nuevas concentraciones de resistencia. César -ahora con cuartel general en Bribacte- terminó la pacificación de la Galia central con el sometimiento de bitúriges y carnutos. A comienzos del año 51, le tocó el turno al ámbito septentrional de los belgas, mientras diferentes cuerpos de ejército se desplegaban por los pueblos de las orillas del Loira, Bretaña, Normandía y el oriente trévero, devolviéndolos a la obediencia romana. El cruento epílogo de la guerra gálica tuvo su escenario en Uxellodunum, en la Dordoña, donde los últimos jefes galos creyeron poder resistir. César les privó del suministro de agua y les forzó a capitular, castigándoles bárbaramente con la amputación de las manos. El resto de la campaña fue ya simplemente una concesión a la vanidad del procónsul, que recorrió la Aquitania para recibir personalmente las muestras de sometimiento de sus habitantes.
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Primitivo asentamiento de los pueblos vacceos, a mediados del siglo II a.C. conoció la llegada de los romanos, quienes aun tardarán mucho tiempo en dominar la región, pues sólo tras la caída de Numancia Palencia pasó a formar parte de la Hispania Citerior. Roma dio a la población el nombre de Pallantia y fue elevada al rango de capital de la comarca circundante. Sin embargo, aun fueron frecuentes las sublevaciones de la población, no totalmente pacificada, pues aun los palentinos se sublevaron contra Pompeyo y contra César.Bajo dominio romano, Palencia-Pallantia adquirió gran importancia a partir del siglo I, gracias fundamentalmente a las mejoras agrícolas introducidas por Roma.Palencia fue atacada por Teodorico II a mediados del siglo V, durante las invasiones bárbaras. El periodo visigodo deja en Palencia y su provincia importantes muestras, como la iglesia de San Juan de Baños, fundada por Recesvinto, o la cripta de la Catedral, dedicada a San Antolín.Como en ocasiones precedentes, una nueva conquista, esta vez árabe, supuso la destrucción de la ciudad. Junto a un territorio casi despoblado y de frontera, la ciudad fue conquistada por el rey Alfonso I, quien procedió a su reconstrucción. Con Alfonso II se suceden las luchas contra los musulmanes y se favorece el asentamiento de pobladores. Importante fue también para Palencia el reinado de Sancho el Mayor de Navarra, quien favoreció notablemente a la ciudad.Sin embargo el despegue definitivo no se produce sino hasta el siglo XI, favorecida por la restauración de su sede episcopal. Con ello, Palencia se benefició del hecho de etapa clave en el Camino de Santiago y la ciudad fue restaurada en su totalidad. En 1113 y 1124 tuvieron lugar en Palencia sendos concilios, con la asistencia de los reyes de Castilla. Durante el reinado de Alfonso VIII Palencia se encuentra en su mayor apogeo. Este monarca crea el primer concejo libre tras conceder a los vecinos un alcalde de hermandad e instituye, en 1209 y junto al obispo Tello Téllez de Meneses, el Estudio General, la que se considera primera universidad de España.Al desarrollo cultural le sigue el económico, promovido básicamente por la agricultura y la ganadería.
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Lugar habitado desde al menos dos milenios antes de Cristo, parece ser que tuvo el nombre de Iruñea, lo que significaría "la ciudad". Ya desde muy antiguo aparecen referencias a la población, siendo citada por Estrabón como capital del territorio de los vascones.En tiempo de los romanos se produce un asentamiento de estos sobre el de los vascones, a cargo del general Cneo Pompeyo. Este, entre los años 75 y 74 a.C., construye una fortificación para asentar a sus legiones, en guerra contra las de Sertorio. Nace así la ciudad de Pompaelo o Pompailon -"ciudad de Pompeyo"- una urbe que prospera gracias a su posición privilegiada, en el cruce de caminos entre la Galia, el cantábrico y el Ebro.Arrasada por las invasiones bárbaras, tras ser reconstruida se convierte en sede episcopal bajo el dominio visigodo.La invasión musulmana hace de Pamplona una ciudad tributaria del poder musulmán. Los emires de Córdoba alternan etapas de confrontación con otras de paz, en los que la nobleza cristiana de Pamplona se ve obligada a pagar tributos. Nuevamente la ciudad es destruida, esta vez en el año 778, a cargo de Carlomagno. Este, que regresa de Zaragoza camino de Francia, destruye las murallas y saquea a sus habitantes.Presionada por musulmanes y francos, los pamploneses se decantan por una política de alianzas, que les permita mantener su independencia. Así, de la unión mediante matrimonio de un miembro de la dinastía vascona de los Iñigo y de otro los Banu Qasi de Tudela, nace el primer rey del reino de Pamplona, Iñigo Ximénez, también conocido como Iñigo Arista.A lo largo del siglo X se produce la expansión del primitivo reino de Pamplona. Uno de sus promotores es Sancho Garcés I, quien hace de Pamplona la capital permanente del reino. Esta expansión hace del reino de Pamplona un posible rival para el poder del califa de Córdoba, por lo que en el año 924 Abd al-Rahman III lanza un ataque que destruye nuevamente la ciudad.La destrucción de Pamplona hace que la antigua ciudad pase a ser una pequeña aldea, que se denominará Iruña y, más adelante, La Navarrería. Este núcleo primitivo permanecerá bajo control del obispo hasta que en 1319 sea transferido a la Corona. Con el tiempo, diversas repoblaciones promovidas por los monarcas y el hecho de que Pamplona se encuentre en el Camino de Santiago hacen que Pamplona crezca poco a poco, creándose nuevos núcleos de pobladores junto a la ciudad primitiva. Uno de estos núcleos, el de San Cernín, está formado sobre todo por comerciantes y artesanos. En 1129 el rey Alfonso I el Batallador le concede privilegios. Otro núcleo, el de San Nicolás, es también favorecido en 1189.Las relaciones entre los tres barrios son difíciles, dando lugar a frecuentes disputas, en de cuyas refriegas se llega a destruir el núcleo de la Navarrería, en 1276.La situación de enfrentamiento finaliza el 8 de septiembre de 1423, cuando el monarca Carlos III el Noble (Privilegio de la Unión) declara la integración para siempre de los tres núcleos en una sola población, sujetos a una misma jurisdicción.
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De la parte dedicada a las conversas es muy poco y está muy transformado lo que se conserva en los monasterios españoles. La separación de esta panda con el resto del claustro se hacía por medio del corredor de conversas. Resulta este espacio uno de los lugares más perturbadores del claustro medieval, generalmente un largo pasillo sin vanos, por el que circulaban las conversas en silencio para no molestar a las hermanas en el recogimiento de su clausura. El de Las Huelgas sigue manteniendo su largo y estrecho pasillo, que comunicaba con la iglesia, y por el lado sur accedería a su refectorio y letrinas. Encima de estas dependencias se ubicaría su dormitorio. Para concluir, en esta panda meridional se alzaba la Cilla o almacén. Solía ser una gran estancia dividida en dos naves por una fila de columnas sobre las que voltean arcos apuntados. Se trata de construcciones muy simples y funcionales. Un gran volumen paralelepípedo con cubierta de madera. Estas estructuras lígneas responden generalmente a una sabia y experimentada tradición popular que se remonta a la antigüedad más remota. Por desgracia, las restauraciones modernas han acabado con ellas, restando aún ejemplos tan interesantes como los de Las Huelgas y Cañas.
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La panda del refectorio es la que ha sufrido las mayores transformaciones en las abadías femeninas, para lograr una mayor funcionalidad en cada época. Así, el calefactorio es una pieza que no se conserva en ningún monasterio; en Cañas hay una puerta en arco de medio punto, hoy cegada, que indicaría el posible acceso a un espacio donde quizá estaría el hogar en el que se calentarían las monjas los días de invierno y podrían desleír la grasa para las sandalias. La comida la realizaban las religiosas en silencio, mientras que otra monja, desde el púlpito, leía textos piadosos. Las mesas del Refectorio se disponían junto a los muros y en el correspondiente al lado sur estaba el lugar de la abadesa, cuando comía con la comunidad, o el de la priora en su ausencia. Si el refectorio era lo suficientemente grande, se compartimentaba y en él también comían las conversas, aunque lo usual es que éstas tuviesen un refectorio propio en su respectiva panda o al otro lado de la cocina. La disposición de los refectorios era perpendicular al claustro, al igual que los de monjes, rompiendo así la tradición benedictina que lo situaba paralelo a la panda. El adoptar esta colocación facilitaba una mejor comunicación con el calefactorio y la cocina, que eran las estancias que lo flanqueaban. Incluso, si era necesario una ampliación, se podía alargar por el lado sur, sin nada que lo impidiera y sin alterar las dependencias anejas. El refectorio de Las Huelgas es el más parecido, por su monumentalidad, al de los de monjes. Aunque muy transformado, no en el espacio arquitectónico pero sí en la cubierta, ya que una bóveda de cañón con lunetos vino a sustituir a la primitiva armadura de madera con vigas policromadas. La Cocina se comunicaba con el refectorio. Han sufrido muchas alteraciones y las conservadas suelen ser muy tardías. Por lo general era una cocina común para monjas y conversas. Posiblemente las antiguas serían de hogar central, bajo la campana de una chimenea apeada en cuatro pilares. La principal innovación moderna sería la creación de un fogón adosado a un muro lateral. Era muy importante que la cocina tuviese un buen acceso a los almacenes y despensas, así como con el exterior de la clausura.
obra
El simbolismo onírico de Gustave Moreau se ha desbocado en este cuadro, con una estética deformada y llena de color que anticipa la pintura de fauvistas y surrealistas décadas después. En la escena, las figuras ya no están dibujadas. Los colores protagonizan el encuentro de los dos fatídicos personajes y traducen en sus tonos los sentimientos de desgarro y muerte que evoca la escena. La parca es la diosa que controla la vida de los seres humanos mediante hilos, cortándolos cuando han de morir. El Ángel de la Muerte es el que se lleva el alma de los hombres al morir. Ambos personajes están bajo un cielo negro, opresivo, con un fantástico sol rojo que parece una hoguera. La visión es onírica y fascinará años después a los surrealistas.