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Al igual de lo que hiciera para el resto de la serie segunda de Los Sacramentos, realizada entre 1644 y 1648 para su mecenas Chantelou, Poussin trabajó con ahínco para lograr una nueva concepción de las composiciones, una nueva forma de representar los temas que diferenciara esta serie de la realizada varios años antes para su amigo Chantelou. Fruto de ello son estos dibujos preparatorios en los que Poussin no deja nada a la improvisación, a diferencia del método de trabajo de su contemporáneo Velázquez, más directo, más abandonado a su propio genio. Poussin primero realizaba una geometrización del espacio, en este caso apoyado en un fondo arquitectónico que confiere mayor armonía matemática y simetría a la escena. Una vez ordenado el espacio, situaba las figuras en su interior como si se tratara de un escenario en el que tienen lugar los acontecimientos, cuyo mayor interés son las expresiones de los personajes, entroncando, en esta concepción, con el arte clásico griego y el Renacimiento de la época de Rafael. Así sucede en este dibujo preparatorio del lienzo La Penitencia, que emplea como base literaria el pasaje en que María Magdalena lava los pies a Cristo, terminado hacia 1647. No presenta casi diferencias respecto a la obra final en esta escena armónicamente integrada, salvo el interesante detalle, inusual por otra parte, de realizar el estudio de las figuras desnudas, quizá porque no vistió las figurillas que empleaba para experimentar la composición, como sí solía hacer. De este forma de trabajar, primero el desnudo en sus gestos y luego las vestiduras, tomará buena nota un gran admirador francés de Poussin, Ingres.
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La admiración que sentía por Manet el padre de la niña provocó una serie de tres retratos al pastel, siguiendo la técnica que había puesto de moda Degas entre los impresionistas. La figura de la pequeña se recorta sobre un fondo azulado, destacando el sombrero de tonalidades negras. La obra está muy abocetada, posiblemente sin concluir puesto que se aprecian los trazos del vestido. La enfermedad impedirá al maestro trabajar con tranquilidad en los últimos años de su vida.
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Como bien apunta Bennassar, la percepción del tiempo por parte de los españoles era más cuantitativa que cualitativa, aunque sólo fuese porque la gente no disponía de instrumento preciso alguno para medirlo. El tiempo está marcado por los ritmos agrarios o la climatología. En el ámbito rural los días estaban identificados por el nombre del santo o de la fiesta, no por una cifra. La dependencia de la meteorología marcaría la vida cotidiana. La industria relojera no se desarrolló apenas en España mientras que en París se creaba la cofradía de relojeros en 1544 y en 1601 en Ginebra. La vida al ritmo de los relojes tardó en hacerse un hueco frente a las campanas de las iglesias. La religiosidad impregnó la vida de las personas, la vida laboral o las festividades, el nacimiento o la muerte. El calendario comenzaba en su ciclo invernal con la etapa de preparación y purificación que suponía el Adviento. La Natividad y la Epifanía suceden al Adviento. El Carnaval y la Cuaresma serán los siguientes ciclos. En los meses de junio y julio se concentraba la máxima actividad laboral ya que había que recoger las frutas, segar, trillar o trasladar los rebaños a los pastos veraniegos. También era el periodo de mayor mortalidad que se extendía al mes de agosto, característico por la concentración de fiestas locales que servían de antesala a la nueva etapa de preparación y purificación. El año académico se prolongaba entre el 25 de septiembre y el 25 de agosto, existiendo una semana de vacaciones en Navidad y otro en Cuaresma. La semana era el periodo cronológico básico, considerando que el domingo era de obligado descanso. El día tenía un ritmo propio. Se despertaba al alba y al anochecer era el momento de dormir. La vida en la ciudad estaba más organizada en función de horarios establecidos ya que las universidades tenían clases entre las 7 y las 11 de la mañana. La comida solía hacerse entre las 12 y la 1.
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A su regreso de Bretaña, Gauguin se instaló en París donde realizó esta obra. En ella observamos a Juliette Huet, joven a la que el pintor deja embarazada antes de marchar a Tahití. Junto a la muchacha desnuda encontramos un zorro o un lobo, apreciándose al fondo la costa bretona muy simplificada en la que destaca una procesión, posiblemente un cortejo nupcial. Gauguin se presenta como un excelente simbolista, no ya por los títulos relacionados con la literatura de vanguardia, sino por los elementos que aparecen en la composición; el lobo simboliza la perversidad, la flor marchita que sujeta la muchacha aludiría a la pérdida de la virginidad mientras que el cortejo nupcial representa lo que espera al pintor si no abandona Bretaña pronto. Todo el simbolismo se anima con un colorido plano - inspirado en la estampa japonesa - contraponiendo los diferentes tonos entre sí, destacando la figura desnuda de la joven al ser realizada de forma primitiva como se aprecia en la postura y el rostro de máscara. Las relaciones de esta figura con la Olimpia de Manet son muy intensas.
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La pérdida del libro siguiente Todas las copias de La Argentina terminan señalando el extravió de unas páginas que faltan hacia el final y, en la última línea del manuscrito, se lee: ... de cuyos sucesos y de los demás que acerca de esta provincia se ofreció, se podrá largamente dar individual noticia en el libro siguiente. Este libro siguiente nunca se ha conocido; pero ello no significa que no haya existido y haya sido aprovechado por otros historiadores de la colonia. Estos historiadores pudieron ser hombres como Pedro Lozano, José Guevara y otros. ¿De dónde sacaron tantos datos posteriores a la partida de Juan de Garay, un hidalgo vizcaíno, según Díaz de Guzmán, quienes escribieron acerca de la segunda fundación de Buenos Aires y sucesos siguientes? No lo dicen, pero la única fuente era Díaz de Guzmán. Hay datos que no se encuentran en los archivos y sólo pudieron hallarse en una obra escrita por un hombre de Asunción que conocía muy bien toda esa gente y lo que en el Río de la Plata había ocurrido. Vamos a un único ejemplo. Pedro Lozano nos refiere que en la segunda fundación de Buenos Aires había una mujer: Ana Díaz. Y agrega que era viuda y no había querido separarse de una hija suya casada con uno de los pobladores. ¿Y cómo supo Lozano estos detalles? Los genealogistas modernos no han podido comprobar absolutamente nada acerca de esta mujer. La historiadora paraguaya, doctora Idalia Flores G. de Zarza, ha hallado en el archivo de Asunción menciones de un tal Díaz que pudo ser padre de Ana Díaz. Nada más. Un historiador argentino, H. Edmundo Gammalsson, en su magnífico libro Los pobladores de Buenos Ayres y su descendencia (Buenos Aires, 1080), cree que en la fundación de Buenos Aires hubo otras mujeres, además de Ana Díaz. Se basa en el hecho de que muchos de ellos tenían mujer e hijos. Constan sus nombres en testamentos, sucesiones, pleitos, etcétera; pero no en documentos propios de la fundación. No puede, por tanto, afirmarse que en la fundación hecha por Garay había otras mujeres. Lo que podemos sospechar, con elementos conocidos, pero no utilizados en esta averiguación, es cuándo y cómo murió esta Ana Díaz y si realmente hubo otras mujeres en Buenos Aires en sus primeros tiempos. Ante todo, la carta de la Audiencia de Charcas a la de Lima, del año 1583, nos dice que, a cuatro leguas de la fortaleza de Caboto, los salvajes mataron a Juan de Garay y a otros doce hombres y prendieron a diez y un fraile franciscano e una mujer e hirieron a otros treinta y estos heridos se tornaron a embarcar como mejor pudieron en el bergantín y vinieron a la ciudad de Santa Fe...44. Notemos las palabras ... e una mujer.. Había, por tanto, en esa expedición en que Garay fue muerto, una mujer. ¿Qué mujer pudo ser? No consta que hubiese mujeres en el viaje de Alonso de Torres de Pinedo que llegó desde España a Buenos Aires en enero de 1583 con 30 vecinos y 10 frailes. Tampoco había mujeres en el ejército de 500 hombres que pasaron por Buenos Aires, rumbo a Chile, en el mes de febrero al mando de Alonso Sotomayor. La muerte de Garay se produjo a fines de marzo de 1583. No se conoce la fecha exacta. La única mujer que creemos existía en Buenos Aires, Ana Díaz, aparece muerta o aprisionada en la matanza de Garay y parte de sus hombres. No sabemos si esta deducción es una prueba. No lo afirmamos; pero sí nos consta que esta mujer se llamaba Ana. Lo dice un testimonio incuestionable, bien conocido y bien olvidado Por los historiadores que se ocuparon de estos particulares: Martín del Barco Centenera, que siempre firmaba Martín Barco de Centenera, en su poema La Argentina, impreso en Lisboa en 160245. En el canto XXIV nos cuenta, mejor que ningún otro autor, cómo fue muerto Juan de Garay por los indios minuanes. Dice que Garay fue de prudencia siempre falto. Y agrega que, en el ataque, murieron con Garay justos cuarenta, /De la gente escogida paragüeña, /Los indios eran solos ciento y treinta. Y, tres versos más adelante: Aquí murió Valverde, bella dueña, /Que en quitalla la muerte al mundo quita / Tesoro y el contento a piedra hita. ¿Quién era este Piedrahita? Podía ser el marido. El elogio que el arcediano hace de esta mujer no puede ser mayor: Llore mi musa y verso con tristura /La muerte desta dama generosa. / Y llore la mi tierra Extremadura, / Y Castilla la vieja perdídosa, / Y llore Logrosan la hermosura, /De aquella dama bella tan hermosa, / Cual entre espinas, rosa y azucena, / De honra y de virtudes también llena. Este Logrosan que, unos versos más adelante, aparece como Miguel Simón el Logrosano, ¿es otro marido o el marido de otra mujer? Y ahora viene el nombre de la tal Ana: Las argentinas nimphas conociendo/ De aquella Ana Valverde la Belleza, / Sus dorados cabellos descojando / En bueltas en dolor y gran tristeza, /Están a la fortuna maldiciendo, / Las flechas y los dardos, la crueza / Del indio Manuá, que así ha robado / Al mundo de virtudes un dechado. Si estas líneas se refieren, en verdad, a Ana Díaz, que aquí aparece con el apellido de Valverde, debemos reconocer que fue una mujer rubia, de gran belleza y muy honrada. En cuanto a este apellido de Valverde no se encuentra en los documentos de la época de Garay. Garnmalsson no lo trae en su documentada obra. Basta la coincidencia del nombre Ana. Hay otras Anas, como puede comprobarse en el libro del citado Garnmalsson: una Ana Méndez, mujer de Cristóbal Altamirano; una Ana Somoza, mujer de Luis Alvarez Gaitán, y tal vez otras; pero no sabemos si realmente vivieron el instante de la fundación y los primeros meses. Lo más probable es que hayan llegado más tarde, en años posteriores a la fundación Esta Ana Valverde, con tantos encantos, según Centenera, ¿era la Ana Díaz que aparece con un solar en la actual calle Florida de Buenos Aires dado por Juan de Garay? La historia algún día contestará. Lo que ahora podemos revelar, con el testimonio de Centenera, es que en 1583, en Buenos Aires, había algunas mujeres, que varias acompañaron a Garay en su viaje a la Asunción y se hallaron junto a esta Ana Valverde en el momento del ataque de los indios. La menciona Centenera. Miguel Simón, el Logrosano, librando de la muerte por su mano /A su mujer, que en brazos al navío / La trajo... Un tal Cuevas, que luego resulta llamarse Alonso de Cuevas, triste y doloroso / Por salvar su mujer muy congojoso / En el agua cayó cuando subía / El bergantín arriba la cuitada, / Y viendo que casi se hundía, / Su marido la juzga ya ahogada... Estas tres mujeres: la Ana Valverde, la de Simón y la de Cuevas, ¿estuvieron en la fundación de la ciudad o llegaron a Buenos Aires, desde el Paraguay o Santa Fe, en viajes que pasaron al olvido? No lo sabemos. Tal vez nuevas investigaciones revelen hechos inesperados y nos den luces nuevas. Por último, una comprobación, tan simple que nadie la tuvo en cuenta. Pedro Lozano, al decirnos que Ana Díaz, viuda, no había querido separarse de una hija suya casada con uno de los pobladores, nos está revelando que en Buenos Aires, en el momento de la fundación, había, por lo menos, dos mujeres: Ana Díaz y su hija casada con un poblador. No fue, por tanto, Ana Díaz la única mujer que se halló en la fundación. Reconozcamos que es preciso volver a estudiar el problema de las mujeres que asistieron a la fundación de Garay y que los datos de Lozano sólo pueden provenir de la segunda parte, perdida, de la historia de Díaz de Guzmán. Nuestro cronista fue acusado de inventar nombres como los de Lucía Miranda, Bartolomé de Bracamonte y otros. Estos apellidos no se encuentran en la documentación de la época, pero sí en una o dos generaciones posteriores. No sabemos si sus padres no vivieron en los tiempos que evoca Díaz de Guzmán y la historiografía no puede encontrar. En fin: el texto de Díaz de Guzmán no puede ser desdeñado ni puesto en duda, a cada línea, como lo fue en otros tiempos. Salvo algunos errores, propios de toda obra histórica, su relato es el más completo que existe, escrito por un solo hombre, en lo que se refiere al descubrimiento y conquista de las tierras del Plata y del Paraguay y su libro perdido es posible que haya sido glosado, por no decir plagiado, por los cronistas que le sucedieron. Enrique de Gandía
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El quinto y último Pilar de la religión musulmana es la obligación de peregrinar, al menos una vez en la vida, a la ciudad santa de La Meca: el hagg. Sin embargo, esta obligación tiene algunas restricciones, como son las de que el peregrino debe ser adulto, sano y poder permitirse económicamente realizar el viaje sin contraer deudas para él y su familia. El objetivo de la peregrinación es alcanzar la mezquita de La Meca, en la que se encuentra la Kaaba, considerada el primer templo dedicado a Dios, del que, según la tradición, Abraham e Ismael habrían puesto los cimientos. La Kaaba, una estructura cúbica de piedra gris, guardó en su interior diversos idólos preislámicos hasta que fueron destruidos por Muhammad. En la actualidad, la cubre una gran tela negra que tiene bordados en oro la sahada y algunas aleyas del Corán. Esta funda es anualmente troceada y sus fragmentos vendidos a los peregrinos. La Kaaba tiene en su ángulo oriental la conocida como Piedra Negra, una roca basáltica objeto de veneración. La Meca y su entorno son considerados un lugar sagrado, cuyo acceso se prohíbe a los no creyentes. El peregrino (muhrim) debe realizar una ablución completa, ponerse como vestido dos piezas de tela blanca sin costuras y calzar sandalias. Hombres y mujeres deben llevar la cara descubierta: los primeros, afeitados; las segundas, con el pelo tapado. Las prescripciones se completan con todo un catálogo de prohibiciones: utilizar cosméticos; derramar sangre -lo que impide la lucha y la caza-; mantener relaciones sexuales, cortarse las uñas, etc. El peregrinaje se produce durante el último mes del año islámico (dhu al-Hijja). La entrada en el recinto debe hacerse con el pie derecho y mirando a la Kaaba, al tiempo que el peregrino debe decir: "Heme aquí, Dios mío, heme aquí". Las mujeres deben ir acompañadas por su esposo o un familiar varón (mahram) con el que no pueda casarse. La primera parte del rito es llamada umrah, consistiendo en dar siete vueltas a la Kaaba en el sentido contrario al de las agujas del reloj, besando o tocando al final de cada una de ellas la Piedra Negra. En total, son cerca de 1.400 metros, en cuyo recorrido los celebrantes simbolizan a los ángeles que giran en torno al trono divino. Después ha de realizarse el recorrido (say) entre las colinas de al-Safa y al-Marwah, con cuatro viajes de ida y tres de vuelta. El significado simbólico de este acto es la representación de las oscilaciones de la balanza durante el Juicio Final. Esta umrah tiene un origen preislámico, realizándose tradicionalmente durante el mes de Ragab. Sin embargo, desde el siglo XIII se puede hacer durante todo el año, excepto cuando tiene lugar el hagg. La segunda parte de la peregrinación es la peregrinación propiamente dicha o hagg, que también comprende diversos actos. El séptimo día del mes del mismo nombre se realiza una oración colectiva en la Kaaba. Al día siguiente los peregrinos se trasladan al valle de Mina, donde realizan la oración del mediodía, para, un día después, tras la oración del alba, encaminarse hacia el valle de Arafa. Allí, en la colina de la Misericordia, los fieles escuchan de pie una alocución en varias lenguas, recitando el Corán hasta el anochecer. El siguiente paso es dirigirse a Muzdalifah para hacer noche, donde se escucha de pie una nueva alocución antes de marchar hacia Mina para permanecer durante los dos días siguientes. El día 10, en Mina, cada peregrino sacrifica -actualmente lo hace un profesional- un animal, que bien puede ser un camello, un buey, una cabra o una oveja. Este acto ocurre en todo el orbe musulmán, siendo la mayor fiesta islámica. En los dos días siguientes, también en Mina, siete piedras pequeñas previamente recogidas en Muzdalifah son lanzadas por tres veces contra unas estelas que representan al diablo. El día 12 la peregrinación ha acabado, afeitándose los hombres el pelo y cortándose las mujeres un mechón. Usualmente la peregrinación puede continuar viajando hasta Medina para visitar la tumba de Muhammad, y hasta Jerusalén. Al finalizar, el peregrino o peregrina recibe el título honorífico de hagg o haggah, respectivamente. Motivaciones religiosas aparte, la función última de la peregrinación es doble: por un lado, mover a los fieles a la piedad y el arrepentimiento; por otra, fomentar la unidad y comunión del mundo islámico, promoviendo la igualdad de fieles de muy diversas condiciones y procedencias. La peregrinación a La Meca ha tenido un papel muy relevante en la historia del islam, pues ha servido como mecanismo de encuentro y transmisión de ideas y conocimiento. Los avances en los medios de transporte que se han producido en los últimos tiempos han permitido dejar atrás las dificultades que en el pasado entrañaba tal viaje, pero son la causa de nuevos problemas, derivados de la masificación. Problemas sanitarios -15.000 muertos en 1865 a causa de una epidemia- o de seguridad -200 muertos en 1997 por una explosión de butano- han provocado que actualmente la afluencia de personas esté limitada a 2,5 millones de viajeros por año, habiendo sido creado un Ministerio específico en Arabia Saudí.
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Una de las principales preocupaciones de Renoir será el efecto de la luz sobre el cuerpo humano; para ello introduce los personajes en la vegetación creando una admirable sinfonía de sombras coloreadas. Como es habitual entre los impresionistas, la luz está tomada del natural -a "plein air"- creando un efecto atmosférico que diluye los contornos y absorbe las formas pero resalta de manera espectacular las diferentes tonalidades. Esos colores son aplicados de manera rápida y empastada, utilizando una pincelada corta, en forma de coma, por lo que la escena obtiene una sensación de mosaico en el que cada una de las piezas ocupa un papel determinante.La pérgola es una de las numerosas escenas de la vida cotidiana pintada por Renoir, el verdadero especialista del grupo en esta temática. El entorno donde se sitúan los personajes es le Moulin de la Galette, uno de los lugares de diversión más populares del París finisecular decimonónico. Los tres hombres que se sientan a la mesa han podido ser identificados como Monet, Sisley y Goeneutte, siendo las dos jóvenes anónimas modelos. Sin duda, esta composición se puede considerar como un espléndido anticipo de Le Moulin de la Galette, gran lienzo pintado ese mismo año.
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Los criterios de periodización de la cultura del Siglo de Oro han sido múltiples. El más tópico ha sido echar mano de los conceptos clásicos de Renacimiento y Barroco. El problema de la homologación del Renacimiento español respecto al europeo ha estado presente en la historiografía desde finales del siglo pasado. El Renacimiento español fue negado por buena parte de la historiografía alemana (de Naef a Klamperer, pasando por Wantoch), que en función de las raíces musulmana y judaica de nuestra cultura sólo vieron en España Barroco, cultura que se identificaría con el esencialismo hispánico. Si la historiografía conservadora tuvo problemas para conjugar el Renacimiento español con el concepto buckhardtiano paganizante del Renacimiento, la historiografía liberal se concentró en la espinosa cuestión de armonizar su concepto del Renacimiento con la penosa imagen tradicional de Felipe II y la Contrarreforma. La historiografía liberal española solucionó el problema reivindicando ciertamente el Renacimiento sobre la base de darle una corta duración, finiquitándolo antes de Felipe II. Marcel Bataillon con su estudio del erasmismo español (1937) demostraba la plena adscripción de España al Renacimiento europeo por lo menos hasta 1538. La historiografía conservadora, apoyada por las nuevas interpretaciones del Renacimiento europeo (Haydn y Battisti hablaron de Renacimiento y Contrarrenacimiento, admitiendo las vertientes pagana y cristiana del Renacimiento), se lanzó a defender la existencia de un Renacimiento español propio, con sus peculiaridades: la pervivencia de lo medieval, la trascendencia de lo religioso, la singular afición histórica, la temprana difusión de las lenguas nacionales... Miquel Batllori ha reivindicado, por su parte, el Renacimiento en España sobre la base de hacerlo coincidir con una actitud intelectual esencialmente humanística. La identificación de Humanismo y Renacimiento le permite alargar este último desde finales del siglo XIV -en la Corona de Aragón con Bernat Metge- al siglo XVII. Desde los años 50, la historiografía europea ha transformado notablemente el concepto de Barroco (Coloquio de Roma, 1954; obra de V. L. Tapié, 1957), constatando su europeidad y su continuismo respecto al Renacimiento. Los nuevos estudios sobre Trento y la Contrarreforma han dado una imagen más liberal del Barroco respecto a las interpretaciones clásicas del mismo con la cultura clásica como esencia (W. Weisbach, 1921). Después de la difuminación metafísica del Barroco que hicieron autores como Eugenio d'Ors, Maravall considera al Barroco como una época histórica centrada entre 1570 y 1650, aproximadamente, y que iría ligada a la conciencia de crisis de la Iglesia y el Estado, sus dos grandes avaladores y subvencionadores. Admitida, pues, en España la existencia de un Renacimiento medio extensible hasta mediados del siglo XVI y de un Barroco temprano -desde 1570-, el problema metodológico suscitado ha sido el de precisar el eslabón correspondiente. El concepto de manierismo invocado por historiadores como H. Hatzfeld o E. Orozco ha sido eficaz. Para el final del Barroco se ha encontrado el concepto de pre-ilustración, período de novatores, para explicar el tiempo de transición entre Barroco e Ilustración. Por convencionales que sean estos conceptos, hay que reconocer que cumplen bien su función didáctica. El siglo XVI ha sido escindido por otra parte en dos mitades por dos corrientes unívocas y de signo contrario: erasmismo y neoescolasticismo, delimitadas por la fecha mítica de 1559. Incluso los estudiosos de la mística han reforzado esta misma periodización. Sainz Rodríguez establece un período en la trayectoria de la literatura mística de 1500 a 1560 que conoce como de asimilación, con autores como Alonso de Orozco, Francisco de Osuna, Bernardino de Caredo, san Pedro de Alcántara, san Ignacio de Loyola y san Juan de Avila. Desde 1560 delimita otro período, jalonado por el eslabón de fray Luis de Granada, que denomina de aportación y producción nacional, y que contaría con santa Teresa y san Juan de la Cruz. Desde 1600 empezaría otro período que el citado historiador califica de decadencia o compilación doctrinal. El siglo XVII se ha fragmentado también en tres etapas. La primera podría extenderse hasta 1630; sería la generación del Quijote y el pícaro-reformador (Guzmán de Alfarache), la generación melancólica del desencanto y la denuncia crítica; la segunda llegaría hasta 1680 y cubriría los años de la sima de la crisis y la decadencia, la politización literaria y la confrontación entre los intelectuales orgánicos y los críticos; la tercera, en las últimas décadas del siglo, iría marcada por la generación de los novatores, del final del túnel de la crisis. El pensamiento evolucionó en estos años hacia el cinismo, la picaresca se proyecta hacia el pícaro-truhán (Estebanillo González), mientras que el teatro calderoniano se solaza en la metafísica del destino inevitable. Otra de las distorsiones que frecuentemente se han cometido al intentar analizar la evolución de la cultura del Siglo de Oro ha sido el uso de la dicotomía antiguos-modernos, conservadores-progresistas. Los equívocos generados al respecto han sido múltiples. Toda la neoescolástica no merece insertarse dentro de la ideología presuntamente conservadora. Tampoco todos los antierasmistas pueden considerarse como reaccionarios. ¿Qué decir de los nominalistas como Celaya, cuya contribución al desarrollo de la ciencia moderna fue notable? Si lo viejo y lo nuevo se mixtifican demasiadas veces y son conceptos relativos en el ámbito del pensamiento, también lo son en la literatura. Las modas, sabido es, por otra parte, que son fugaces. Cristóbal de Villalón relativizó lo antiguo y lo presente en una obra titulada significativamente: Una ingeniosa comparación entre lo antiguo y lo presente (1539).
Personaje Científico Militar
Nacido en Albi, Jean François de Galoup, conde de La Perousse, era oficial de la Marina francesa. En 1785 dirigió un viaje de exploración por el Pacífico, con la finalidad de completar los datos legados por las expediciones anteriores de Bougainville y Cook. Llegado a Talcahuano, diseñó un plano de la bahía y emitió un informe sobre la sociedad chilena, que remitió al gobierno francés. Remontó las costa americana en sentido norte, alcanzando el litoral de Estados Unidos, que recorrió antes de poner rumbo hacia el oeste. Tocó Filipinas y Macao, descubriendo el estrecho con su nombre que comunica el mar de Japón con el de Ojotsks. Las últimas informaciones las envía desde Nueva Holanda en 1788, desapareciendo sin dejar rastro. En 1826 se hallan restos de su expedición en Vanikovo, al norte de Nuevas Hébridas.