La organización de la Iglesia indiana fue emprendida igualmente por Fernando el Católico, antes de configurarse el Regio Patronato. En 1504, logró del Papa la creación de la arquidiócesis de Yaguata (transformada luego en la de Santo Domingo), con dos diócesis sufráganeas que eran Maguá y Baynúa. Posteriormente, se fundaron arquidiócesis y diócesis en los lugares de importancia política, aprovechando la ignorancia romana sobre los problemas americanos, que dejaba hacer al Rey de España. A fines del siglo XVI había ya cuatro arquidiócesis, las de Santo Domingo, México, Santa Fe de Bogotá y Lima, de las que dependían 26 obispados: de "Santo Domingo" los de Santiago de Cuba, San Juan y Coro; de "México" los de Guadalajara, Valladolid, Puebla, Antequera, Chiapa, Mérida, Verapaz, Comayagua, Guatemala y León; de "Santa Fe de Bogotá" los de Cartagena y Popayán, y de "Lima" los de Panamá, Quito, Trujillo, Cuzco, Arequipa, La Plata, Asunción, Santiago del Estero, Santiago de Chile y La imperial. Durante el siglo XVII se hicieron algunos reajustes, subiendo La Plata a la categoría de arquidiócesis y erigiéndose las diócesis de Durango (dependiente de México), Caracas (sustituyó a Coro y dependía de Santo Domingo), Santa Marta (dependió de Santa Fe de Bogotá), Huamanga (dependió de Lima), La Paz, Mizque, Córdoba y Buenos Aires, que entraron a depender de La Plata. Esta última arquidiócesis tenía, así, los obispados de La Paz, Mizque, Asunción, Córdoba y Buenos Aires. Para el mejor funcionamiento de la Iglesia se hicieron concilios y sínodos. Los primeros (reunión de los obispos de una diócesis bajo la presidencia del Arzobispo), como los de México y Lima, debatieron algunos aspectos importantes de materias doctrinales, disciplinares o pastorales. Los segundos (reunión de un obispo con el clero de su diócesis), trataron de asuntos disciplinares o pastorales del obispado. La vigilancia del celo apostólico de los religiosos se hacía por medio de la visita del Obispo u Arzobispo, ordenada por Trento. Las diócesis erigieron numerosos seminarios en los que empezó a formarse pronto un clero criollo. El comportamiento irregular de algunos ministros de la Iglesia dio origen a acusaciones, formuladas por Gobernadores, Presidentes y Virreyes en uso del Regio Patronato. La vigilancia de este clero correspondía, en realidad, a la Inquisición y desde 1517 todos los obispos de Indias tenían poderes inquisitoriales. Dos años después, se nombraron comisarios del Santo Oficio para distintos territorios y finalmente, en 1569, se procedió a instaurar la Inquisición. El primer Tribunal funcionó en Lima en 1570, al que le siguió el de México en 1571. El tercer tribunal se erigió en Cartagena el año 1610. La Inquisición americana atendió principalmente casos de relajación del clero, algunos de brujería y de judaizantes, por lo que tuvo una vida lánguida ya que, en definitiva, vivía a costa de los bienes incautados a los herejes y había pocos de éstos en América y menos que tuvieran dinero. Los indios afortunadamente fueron paganos, no herejes, cayendo fuera de su jurisdicción.
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El lugar central que ocupa la ciudad con sus diferentes estatutos jurídicos en el ordenamiento provincial, tiene su correspondencia con el papel que desempeña en la organización económica de Hispania durante el Alto Imperio, donde se reproduce el modelo de funcionamiento de la ciudad antigua con la especificidad de recursos humanos y naturales propios de la Península Ibérica. Dos funciones, estrechamente relacionadas con su autonomía y con su papel dentro del sistema imperial, definen su importancia económica; ante todo, la de organización y explotación del territorio que se le adscribe, lo que se proyecta en su definición como residencia de propietarios, que controlan tanto las fuentes de riqueza como a las poblaciones rurales que las producen. La polarización excluyente de semejante estimación ha permitido considerar a tales ciudades como centros esencialmente de consumo en claro contraste con el carácter productivo que asume la ciudad en otras épocas históricas. No obstante, debemos entender que la ciudad hispanorromana también posee, junto a las implicaciones económicas que se derivan de su carácter residencial, una faceta productiva que se materializa en la presencia de determinadas actividades artesanales relacionadas con las necesidades del propio centro urbano y con las exigencias productivas del mundo rural que controlan. Esta producción artesanal potencia la función de la ciudad como centro comercial y de distribución de productos, que tiene en las tabernae o en el macellum su correspondiente espacio urbano. Su función económica no se limita a su interrelación con el medio que controla; la ciudad funciona también como centro de comercialización de la producción agraria de su territorio, de los productos agrícolas reelaborados, de concretas producciones artesanales de especial valor y de productos derivados de sus riquezas naturales marítimas o mineras. En cualquier caso, y teniendo en cuenta que la función económica de las ciudades no es homogénea y se encuentra condicionada por su ubicación y por la riqueza del medio, el predominio que las actividades agrarias poseen en la organización económica del mundo antiguo implican que el resto de las actividades deban considerarse como subsidiarias y en gran medida condicionadas por la organización de la agricultura.
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En el área andina se cultiva una impresionante variedad de especies vegetales, destacando maíz, patata, quinua, yuca, porotos, pallares, frijoles, cacahuete, calabaza, tomate, pimiento, ulluco y un amplio etcétera. Junto a ellos, cacao, coca, maguey, y otros productos de uso no alimenticio. Sin embargo, la altitud ambiental impone límites a los cultivos andinos incaicos, de manera que podemos establecer dos zonas de producción agrícola: el área del maíz, que llega hasta los 3.800 m en algunos sitios bien resguardados del lago Titicaca. En ella, este cultivo convive con otros de yuca, camote, calabaza, zapote... Y la zona de papa, que llega hasta los 4.575 m e incluye con ella coca, quinua, cañihua, añu, etc. La base de la estructura económica incaica estaba fundamentada en el cultivo intensivo de estas especies vegetales; intensificación que se veía ampliada por el uso de fertilizantes de gran éxito, como el excremento de llamas y el guano, o los restos de pescado. Andenerías, sistemas complejos de abastecimiento de agua, camellones y otras obras de ingeniería agrícola e hidráulica proporcionaron suficientes excedentes al sistema productivo de los incas. La estructura ecológica de la cordillera andina, con nichos ambientales muy diversos colocados a distancias muy cercanas y definidos por la altitud, proporcionaron una gran variedad de productos que resultaron complementarios para las necesidades dietéticas incaicas. El control de estas zonas por parte de poblaciones autóctonas o por grupos desplazados por los burócratas del imperio, fue el ideal del sistema económico inca, tal como quedó definido por Murra. El pastoreo a base de rebaños de llamas y alpacas completó este sistema productivo. Ambas especies parecen haber sido domesticadas en las márgenes del lago Titicaca y resultaron de gran utilidad para las poblaciones andinas: en efecto, la llama es el único animal de transporte del continente americano, desplazando una carga aproximada de 45 kg a distancias que oscilan entre los 15 y los 20 km, diarios. Además, proporcionó lana para tejer y ser comerciada, carne para la alimentación y excrementos para abonar los campos de cultivo y, por último, resultó ser un objeto ritual de importancia desde muy temprano, tal como hemos mencionado en páginas anteriores al referirnos al Templo de las Llamas de Virú. En cuanto a la alpaca, es un animal utilizado exclusivamente para la confección de tejidos, cuyos excrementos también sirvieron para fertilizar los campos. Así pues, la base económica del imperio inca no se asentaba en el mercado ni tampoco en un comercio altamente evolucionado, no existían monedas y tampoco tributo. Al contrario, la producción se fundamentó en la agricultura y en la ganadería, en la máxima explotación de los recursos naturales y en la complementareidad ecológica, en un impresionante regimen de almacenaje y en una muy tupida red de caminos. Un aspecto de suma importancia fue la redistribución y el comercio de las materias conseguidas en el sistema productivo. Todos los pueblos del imperio entregaban al estado trabajo individual que se donaba al gobierno, al sacerdocio y a los curacas. No había, en este sentido, tributo en especie, sino una prestación de trabajo personal orientada a mantener al Inca y a su panaca, al sistema burocrático y al sacerdocio, íntimamente ligado con él. Esta organización de la prestación del trabajo a las tierras del sol, del inca y del ayllu, se fundamentaba en un sistema de tenencia de la tierra en el cual la propiedad de la tierra era del Inca, que a su vez la distribuía a los curacas y a los ayllus. Los responsables de cada administración las repartían a sus feudos, y cada campesino recibía anualmente su parcela de tierra, tripu. Los productos de esta prestación -mita- se acumulaban en grandes almacenes -tambos-, que se construyeron en lugares estratégicos en todos los confues del imperio. Dado que la naturaleza imperial inca no fue exactamente colonizadora, sino de extracción de materias primas y recursos humanos, el establecimiento de estos almacenes en sitios estratégicos, algunos de ellos no necesariamente muy poblados pero que controlaban recursos escasos y de gran valor, resultó crítica para el expansionismo y el mantenimiento del imperio. Los productos almacenados eran registrados en los quipus por oficiales del imperio y comunicados a la administración central, que podía con esta seguridad emprender nuevas campañas anexionistas, organizar obras públicas, etc. En este sentido, el complicado sistema de comunicaciones incaico, que abarcó un área de más de 5.000 km de norte a sur, resultó de gran importancia económica para que este sistema de tambos tuviera su funcionalidad.
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En esta época se va a dar la primera etapa de planificación económica, que supone no dejar el desarrollo económico totalmente en manos del mercado libre. Sin embargo, en esta primera etapa del capitalismo concurrencial, la economía interior de cada país no se llevará, en líneas generales, por los Estados (aunque ahora comienzan a intervenir más en la vida económica y social), sino que serán las propias empresas privadas las que busquen fórmulas nuevas de planificación. La tendencia más marcada en los países desarrollados será intentar evitar la competencia desmedida, a través de la concentración, lo que implicó una tendencia al oligopolio. La misma estructura empresarial empujaba en este sentido: equipos cada vez más costosos, organización técnica más complicada, desembolsos considerables en mano de obra y materias primas. Desde finales de los años setenta, los propios industriales se esfuerzan por integrarse como remedio contra la crisis. Las formas de concentración se pueden resumir en dos: - Verticales: Integración en una misma empresa de todas las fases de producción, desde la obtención de materia prima a la venta. La tendencia era llegar a ser un monopolio. Triunfó, sobre todo, en metalurgia: Krupp, Schneider, Skoda, Thyssen, Ford.... Poseían minas de carbón, altos hornos, flotas de transporte, fábricas de construcción metálica y maquinaria, etc. Las ventajas de esta integración fueron normalmente grandes. Se economizó en todas la fases, lo que permitió el descenso del coste final. - Alianzas: Control de una fase de producción, mediante la asociación de productores, para evitar la competencia y presionar sobre el mercado para obtener mayores beneficios. Adoptaron también formas de oligopolios o monopolios. Frecuentemente se dio la combinación de concentraciones horizontales y verticales. La mayor parte lo fueron a medio o largo plazo: Las empresas mantuvieron una autonomía, pero sobre ellas se superpuso una administración común. Son los llamados "cartels" en Alemania o "pool" en los países de habla inglesa. Su finalidad era el reparto de la producción, fijar precios o dividirse los mercados. Es el caso, por ejemplo, del cártel de la hojalata fundado en Alemania en 1896. Antes de la Gran Guerra en este último país había unos 600 "cartels". Característica del capitalismo americano es el llamado "trust. Por ejemplo, la Standard Oil, fundada por Rockefeller, que en 1883 tenía prácticamente el control del petróleo norteamericano, fue el primer "trust" con participación importante en sociedades de diversos países. Esta nueva organización industrial, el desarrollo de la racionalización del trabajo, las innovaciones técnicas, etc., van a conseguir que el capitalismo gane la batalla de la producción, pero también van a dar lugar -en múltiples ocasiones- al paro tecnológico, a lo que responde la masa obrera. Como contrapartida, se elevan los salarios de la mayoría de la clase obrera (desde la década de 1840 a principios del siglo XX se duplica el salario real en Francia y Gran Bretaña), permitiendo un mayor consumo y, por tanto, una mayor producción. Este fenómeno explica la alteración de los programas de lucha obrera ("revisionismo") a finales del siglo XIX. Se desequilibra definitivamente la agricultura y la industria, en beneficio de ésta. La agricultura pasa a tener un carácter intensivo, al igual que la ganadería. En 1883 aparece el frigorífico, motor del desarrollo de países ganaderos: Argentina, Paraguay, Nueva Zelanda, Australia, para abastecer las zonas urbanas de los países industrializados.
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La entidad política que confirió unidad e integración en la cuenca durante el Postclásico Tardío fue México-Tenochtitlan, cuya ascensión fue consecuencia de la alianza de tres grandes reinos: Tenochtitlan, Texcoco y Tlacopan. Estos ocupaban el valle y estaban gobernados por un tlatoani, y de ellos dependían otros territorios y ciudades menores dirigidas por tlatoque que estaban emparentados con los dirigentes de las capitales estatales. Pero los aztecas no sólo dominaron el centro de México, sino que con el tiempo construyeron un imperio que alcanzó un área superior a los 200.000 km2 en la que vivieron entre 5 y 6.000.000 de personas. Se ha sostenido que la naturaleza del Imperio mexica fue económica más que política, pero ello también requiere de cierta estructura política para mantener el control. El Imperio se dividió en provincias, cuyo control estuvo asegurado mediante sitios fortificados que a su vez dominaban las rutas comerciales y la circulación de los tributos rendidos por las provincias sometidas. Algunas de estas provincias fueron controladas por pipiltzin mexicas, pero en otras se mantuvo a la nobleza local; en cualquier caso, unas y otras hubieron de pagar tributo a la gran metrópoli del centro de México. La guerra fue un factor fundamental para el desarrollo y mantenimiento del imperio. Sancionada por el mito y la ideología religiosa, fue enseñada en los telpochcalli, y llevada a sus últimas consecuencias por algunos grupos. De hecho los nobles eran, por naturaleza, militares; pero también otros segmentos -Caballeros Aguila, Caballeros Jaguar- estaban relacionados con ella. Su finalidad fue tanto territorial como económica y religiosa; pues si en algunos momentos fue practicada para la obtención de buenas tierras y la recolección de tributos, fue siempre sancionada por la religión y el ritual con el fin de conseguir esclavos para el sacrificio. Con esa finalidad se crearon las guerras floridas, las cuales se realizaban de manera preferente contra los grupos vecinos, como los cholulteca y los tlaxcalteca.
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En el Pacto de los Zoelas se distinguen dos partes claramente diferenciadas, pues ambas están fechadas por el año de los cónsules, la primera del año 27 d. C. y la segunda del 152 d. C. En la primera el contexto y la mayoría de los elementos son indígenas (nombre de los firmantes del pacto, magistrado de los Zoelas, lugar en que se realiza el pacto -Curunda, posible centro de la gens Zoelarum), mientras que en la segunda se ve claramente la acción de Roma (los firmantes del pacto tienen nombres latinos, los magistrados son probablemente legati romanos y el pacto se sella en Asturica Augusta (Astorga), capital del territorio de los astures tal como lo han organizado los romanos y económica y administrativamente de todo el Noroeste). Probablemente la realidad socio-politica que encuentran los romanos y referida a los Zoelas sea la siguiente: varias gentilitates (grupos menores) formaban la gens de los Zoelas (primera parte del Pacto); posteriormente, una o varias de esos grupos menores se desgajan del tronco común por causas diversas o por la propia evolución interna de la unidad suprafamiliar superior y forman grupo aparte. Al desgajarse del tronco común, la unidad menor, por la tendencia a reproducir el modelo, pasa al primer plano político-administrativo, el mismo que la unidad de la que se ha desgajado, ocupando un territorio propio, no sabemos si distinto del de la unidad originaria (lo más probable) o dentro del de la gens originaria. Nos encontramos así con que una o varias unidades suprafamiliares menores, desgajadas del tronco común de la unidad superior, aparecen como nuevas unidades superiores (gentes). Es el caso de los Visaligos y Cabruagenigos. Pero, por encima de las unidades suprafamiliares desgajadas del tronco común, los romanos descubren que todas ellas son originariamente Zoelas y denominan al conjunto de todas estas unidades civitas Zoelarum. De este modo, junto a la unidad primitiva superior (Zoelas), compuesta por varias unidades menores (Desoncos, Tridiavos), quedan incluidas en la civitas Zoelarum las unidades desgajadas del tronco común, unidades equiparables en ese momento a la gens Zoelarum, y a todo el conjunto se le denomina civitas Zoelarum, posiblemente por el carácter dominante de la gens Zoelarum, debido a su mayor amplitud territorial o demográfica, o por el hecho decisivo de tratarse de la unidad superior originaria. La civitas Zoelarum incluye las distintas unidades suprafamiliares que aparecen en el pacto y el territorio que ocupan. Ni en las fuentes literarias ni en las epigráficas aparece muy claro que cada una de las unidades organizativas indígenas a que hemos hecho referencia con anterioridad tuviera un territorio propio. No obstante, hay un texto de Estrabón (3, 3, 7. "A los criminales se los despeña y a los parricidas se los lapida fuera de (lejos de, más allá de) las montañas y los cursos de agua"), donde se ha querido ver la referencia al territorio por medio de la expresión "fuera de", que tiene un marcado acento de lugar, "fuera del" grupo humano y el espacio que ocupa. Este espacio habitado tiene unos límites que son los cursos de agua y las montañas (que, por otro lado, son elementos sacralizados con mucha frecuencia) y fuera de estos límites son ejecutados los condenados a muerte por delitos que van en contra del orden establecido, al quebrar la cohesión del grupo humano. Un poco más adelante el mismo Estrabón completa la información del texto antes citado: "A los enfermos, como en la antigüedad entre los egipcios, se los saca a los caminos para obtener la curación de los que han padecido la misma enfermedad". A pesar de la literalidad del texto, es probable que la verdadera causa de colocar a los enfermos en los caminos tenga que ver con la pretensión de que no contaminaran el territorio de la comunidad a que pertenecían. Más dificil es descubrir a qué unidad organizativa se refiere el texto. Es probable, como afirma Lomas, que el territorio fuera el de la unidad básica de la primera parte del Pacto de los Zoelas, es decir, la gentilitas, que sería la poseedora del ámbito en el que vivían las distintas familias que la componen. En época romana el panorama cambia sustancialmente, pues el territorio es el de la civitas en la que están encuadradas las unidades organizativas indígenas. Por ello, desde el punto de vista del derecho público y de las relaciones intercomunitarias y a nivel general, lo realmente operativo es la civitas, como aparece en ésta y en otras inscripciones del área indoeuropea, y ha visto J. Santos, a quien sigue en este punto M.C. González. Cuando un individuo muere en un territorio distinto al de la civitas en que se encuadra la unidad familiar a la que pertenece, se expresa en la inscripción funeraria, siempre por medio de un genitivo de plural (nunca gentilitas o gens), la unidad organizativa indígena de la que forma parte y a través de la cual se integra en la civitas y la propia civitas. De la misma forma, en la segunda parte del Pacto de los Zoelas, renovado en Asturica Augusta, fuera del ámbito territorial y jurisdiccional de las civitates que en él aparecen (Zoelas y Orniacos), se expresa, junto al nombre de los individuos admitidos en el pacto, la unidad suprafamiliar a la que pertenecen (Visaligos, Cabruagenigos y Avolgigos), lo que indica que todavía está viva y es operativa la organización social indígena, y las civitates en que estas unidades suprafamiliares están incluidas (Zoelas y Orniacos). Por contra, si el individuo muere dentro del territorio de la civitas en la que está integrado por medio de la pertenencia a una unidad suprafamiliar, se expresa únicamente ésta. De todas las gentes de las inscripciones, sólo la de los Zoelas aparece en las fuentes epigráficas y literarias; las demás únicamente en la epigrafia. A partir de una serie de trabajos recientes de la propia M.C. González y de F. Beltrán, hoy parece que existe un acuerdo en que no se pueden reducir los distintos grupos a un esquema simplista donde las gentes indicarían las subdivisiones mayores de los pueblos y las gentilitates y los genitivos de plural las menores. En el excelente trabajo de M.C. González, después de analizar una serie de aspectos esenciales, como son la relación entre antropónimos indígenas y nombres de unidades organizativas indígenas, entre teónimos y nombres de unidades organizativas indígenas, el agrupamiento de estas unidades organizativas conocidas de acuerdo con la fórmula epigráfica utilizada en las inscripciones (variantes de Nombre Personal + genitivo de plural + filiación, normalmente con el nombre del padre en genitivo y la palabra ilius, ya en su totalidad, ya en sigla f. o abreviatura fil., con o sin indicación de civitas), la función de la civitas y de las unidades organizativas indígenas, cuando aparecen en la misma inscripción, las unidades organizativas indígenas y las relaciones de parentesco de los individuos que aparecen en las inscripciones relacionados con estas unidades organizativas, se llega á una serie de conclusiones que es importante resaltar: 1. Las unidades expresadas por genitivos de plural debían estar constituídas por un número no muy elevado de individuos, sin llegar en ningún caso al cuarto grado de parentesco en ninguna de las líneas y alcanzando el tercer grado únicamente en la línea colateral. Esto está relacionado con el hecho de que estos genitivos de plural tienen una estrecha relación con nombres personales documentados en la misma época y en la misma zona geográfica, incluso en ocasiones se encuentran en la misma inscripción un genitivo de plural y un nombre de persona de la misma raíz, lo cual permite suponer que estos genitivos se formaban a partir del nombre de un antepasado no muy alejado en el tiempo ni en los grados de parentesco. El parentesco que expresan estos genitivos debe ser, por tanto, un parentesco real y no mítico. Estas unidades organizativas de tipo parental serían al mismo tiempo unidades sociales dentro de un ámbito territorial y geográfico reducido y, dentro de este ámbito, tienen capacidad para realizar pactos de hospitalidad y ser propietarias de objetos domésticos (grafitos sobre cerámica por ejemplo), al igual que un individuo particular; tienen capacidad de actuación en asuntos relacionados con las normas y costumbres institucionales indígenas, pero, sin embargo, nunca aparecen en ningún tipo de inscripción, ni funeraria, ni honorífica, ni votiva, lo que les diferencia de otros grupos parentales y de otras comunidades de carácter territorial: vicus, castellum, pagus. 2. El término gentilitas no se menciona nunca en el origo personal de los individuos, al contrario de lo que es característico en los genitivos de plural. Este hecho puede tener dos explicaciones: a. Que se trate de la "interpretatio" romana de los genitivos de plural. Sería, pues, la misma realidad. b. Que se trate de un momento distinto dentro del proceso de desarrollo de las unidades organizativas indígenas. Estaríamos en este segundo caso ante una unidad organizativa indígena que por tener algún elemento diferenciador con respecto a las unidades formuladas mediante los genitivos de plural es llamado por los romanos gentilitas A partir de la escasa documentación epigráfica se descubren dos diferencias entre la unidad expresada mediante los genitivos de plural y la que expresa el término gentilitas: - el término gentilitas no se documenta nunca en el origo personal. - en un caso se asocia al nombre de una divinidad protectora. El culto a una divinidad concreta es una de las características de la gens romana y es ésta una de las pocas características comunes que documentamos (a pesar de que un solo ejemplo no permite generalizaciones) entre ésta y las unidades organizativas del área indoeuropea peninsular. Desde esta perspectiva se podría entender el porqué de la utilización en este caso del término latino gentilitas, ya que el elemento parental, junto con el religioso acercarían, en cierto sentido y desde el punto de vista romano, esta unidad organizativa al concepto de gens presente en la mentalidad romana. 3. Las unidades organizativas indígenas expresadas con el término gens presentan algunas características que las diferencian de las unidades de orden inferior y que permiten a los romanos designarlas con este término. Sólo entre algunos pueblos muy concretos del área indoeuropea peninsular se encuentran unidades organizativas indígenas que hayan alcanzado el grado de desarrollo suficiente y las características mínimas que hacen posible que los romanos las denominen como gentes. Todas se localizan en territorio cántabro y astur y todas ellas se documentan en inscripciones realizadas a partir del siglo I d. C. y durante el siglo II y parte del III. En estos dos siglos las gentes aparecen funcionando dentro del esquema político-administrativo romano, como se comprueba en la segunda parte del Pacto de los Zoelas y en todas aquellas otras inscripciones en las que se menciona también a la civitas. Por esta misma época se siguen documentando entre los cántabros inscripciones con mención de genitivos de plural, lo cual demuestra el desarrollo desigual de grupos de población pertenecientes a un mismo pueblo y posiblemente haya que ponerlo en relación con el tipo de actividad económica dominante de cada grupo de población: 1. Vadinienses: economía de tipo ganadero/pastoril. No encontramos en ningún caso mención de gentes, ni de gentilitates y, sin embargo, son muy numerosos los genitivos de plural. 2. Entre sus vecinos los orgenomescos sí aparece el término gens. El desarrollo de las unidades indígenas más elementales en otras más amplias debió ir sin duda unido a un proceso de territorialización de las mismas y esto es más fácil de lograr en los grupos de población sedentarios dedicados a una actividad económica de tipo agrícola. En resumen, por las diferencias deducimos que los genitivos de plural deben aludir a grupos parentales cercanos a la idea de una familia extensa o amplia, sin poder precisar con total exactitud hasta qué grado de parentesco abarcaban, posiblemente no pasarían del tercer grado, tanto en línea ascendente como descendente y colateral. Estos grupos parentales básicos, a los que se refieren de forma inmediata los individuos en algunas zonas, en casos muy concretos adquieren una amplitud mayor junto con alguna característica nueva que era prácticamente ajena a las unidades expresadas mediante genitivos de plural. Ello da lugar a que estas unidades aparezcan expresadas bajo el término de gentilitas. Y, yendo aún más allá en el grado de evolución y desarrollo de estas unidades parentales, algunas, incluso, preferentemente en zonas que podemos considerar como marginales dentro de la propia área indoeuropea, en las que está ausente el fenómeno urbano y son las más tardías en ser conquistadas por los romanos, pueden en algunos casos alcanzar un grado de desarrollo y evolución mayor, lo cual permite que estas unidades parentales sean denominadas con el término de gens, y que alguna sea utilizada por los romanos como base y centro político-administrativo de una civitas. Será precisamente en estas áreas donde la civitas tiene una incidencia más clara en la organización indígena debido al desarrollo alcanzado por las unidades parentales. Por otra parte, la presencia en la epígrafia de estos términos no nos sitúa irremediablemente ante una organización social gentilicia idéntica a la romana y con sus mismas características. La raíz de los términos gens y gentilitas expresan una característica común en ambos, pero no debemos olvidar que uno y otro son términos latinos aplicados a una situación que no tiene por qué ser idéntica a la realidad y acepción que tal término poseía para los romanos y que, a menudo, puede tratarse de una "interpretatio". Sucede lo mismo que con la utilización del término gens en las fuentes literarias. En el caso de Plinio, por ejemplo, sirve para referirse tanto a pueblos, como a un pueblo concreto, como a población o habitantes, país, región, nación, etc. Hay, todavía, dos aspectos que resaltan en la documentación epigráfica que es necesario señalar y que se convierten en interrogantes a resolver: 1. ¿Por qué dentro de un mismo grupo de población unos individuos hacen constar su pertenencia a una unidad organizativa indígena y otros no? 2. ¿Por qué hay ciudadanos romanos que están incluidos dentro de una unidad organizativa indígena? 1. En mi opinión, nadie ha dado hasta el momento una explicación convincente al hecho de que dentro de un mismo pueblo o grupo de población estas unidades organizativas se mencionen en el origo personal de unos individuos y no de otros. Una posibilidad es la ya apuntada por Tovar de que se tratara de grupos de población procedentes de las primeras infiltraciones indoeuropeas, afincados o arrinconados en zonas montañosas por pueblos procedentes de nuevas oleadas, aunque también podría tratarse de gentes procedentes de distintas infiltraciones. Quizá este hecho deba ponerse también en relación con el arrinconamiento que algunas de estas poblaciones, si hemos de hacer caso a los datos de los autores antiguos, sufren en época prerromana por la presión de poblaciones vecinas más poderosas o de llegada más reciente y la posterior acción de Roma, que vuelve las cosas a su posición original restituyendo a sus primeros ocupantes las tierras y las ciudades que les habían sido arrebatadas, lo que pudo traer consigo la mezcla de poblaciones a que antes nos referíamos. Esto explicaría en parte el hecho de que aparezcan en un mismo pueblo, en una misma época y en una misma zona geográfica individuos que expresan su pertenencia a una unidad organizativa indígena al lado de otros que no lo hacen. 2. La explicación para el segundo aspecto, la existencia de ciudadanos romanos que expresan su pertenencia a una unidad organizativa indígena, tiene que ver, sin duda, con el hecho de que Roma no llegó a romper le organización indígena, porque no estorbaba a su estructura político-administrativa, al no ser elementos equivalentes (al contrario de lo que sucedió, por ejemplo, con los castella-castros de Gallaecia) las unidades organizativas indígenas con una base parental y no necesariamente territorial y la civitas como unidad política básica dentro de la estructura político-administrativa romana.
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Cuando en las últimas fases del relieve visigodo se han popularizado y esquematizado suficientemente los motivos de tallos vegetales, se llega a producir placas como las del cancel reutilizado en la iglesia asturiana de Santa Cristina de Pola de Lena, en las que se alterna una banda de círculos con rosetas y cruces y otra de tallos con racimos. La decoración basada en un tallo vegetal ondulado, para servir de organización al resto de los motivos, es el principio más frecuente de los relieves naturalistas visigodos. Su origen en la decoración clásica es fácil de establecer, así como que los prototipos más extendidos proceden de la adaptación de la simbología cristiana primitiva, en la que los tallos brotan de un vaso o de una crátera, concebida como fuente de la vida, a la que puedan acompañar parejas heráldicas de aves, que también beben de ella. Las ramas con tallos enlazados sirvieron también para representar el Paraíso, en el que toman formas de aves las almas de los Justos, y también por extensión vinieron a representar la Creación en su momento original, acompañados por cuadrúpedos, aves y peces o reptiles, los tres géneros de animales en la antigua concepción de la Naturaleza. Los mismos temas, elaborados en Oriente para la decoración de tejidos, llegaron en importaciones de un gusto e iconografía muy distintos, y tuvieron también una difusión muy amplia con distintas imitaciones. El roleo vegetal más clásico y sencillo es el del friso de Santa Comba de Bande, con una interpretación tan elemental que parece sacada directamente de los modelos clásicos. La crátera de la que brotan los tallos con racimos tiene su interpretación más clásica en el sarcófago de la catedral de Braga y en la tapa del sarcófago de Ithacius, en Oviedo, ambas piezas primitivas, aisladas, que indican la llegada temprana de estos repertorios hasta el noroeste de la Península. El empleo del tallo como marco de una retícula que contiene animales, cuyo modelo más reproducido es el ambón del obispo Agnellus de Rávena, de mediados del siglo VI, aparece en una placa de la iglesia de Saamasas (Lugo), al igual que en placas emeritenses. Los pavos acompañando a la crátera se ven en un relieve de la Universidad de Salamanca. Las versiones más cercanas a los modelos orientales de los animales fabulosos que adornan los tejidos, se encuentran en los relieves de Chelas, conservados en Lisboa. Tanto en Mérida como en Toledo hay placas con estilizaciones vegetales que se adaptan a repartos geométricos, como resultado del aprovechamiento de estos temas en organizaciones puramente abstractas. Las impostas de las bóvedas y los cimacios de la segunda fase decorativa de San Pedro de la Nave recogen en un arte de factura local el repertorio más amplio de tallos vegetales como símbolos del Paraíso y la Creación. En los arquillos de las ventanas menores se dan sólo motivos vegetales, pero las impostas de las bóvedas alternan racimos y aves, junto con algún rostro humano, y en los cimacios, la altura superior del friso permite incluir un mayor número de cabezas humanas que representan las almas alojadas en el Paraíso. En Santa María de Quintanilla de las Viñas se encuentra el repertorio más extenso de estos temas y el que reúne influencias más dispares. Los frisos decorados de esta iglesia ocupan tres bandas a lo largo de toda la parte oriental del crucero y de los muros exteriores de la capilla, y debía extenderse algo más a las cámaras laterales desaparecidas. El friso inferior muestra un tallo vegetal doble con nudos y pequeñas hojas salientes, que forman ondulaciones y tiene brotes abiertos para enmarcar hojas palmeadas y racimos; este friso tiene una venera marcando el centro del dintel de la puerta lateral y a él corresponden los fragmentos existentes en el Museo de Burgos, por lo que debía ser el único que abarcaba toda la fachada oriental. El friso intermedio está formado por una simplificación de los mismos tallos, que se combinan en dos ramas entrecruzadas para formar espacios circulares en los que hay aves y arbolitos; en el testero de la capilla, este friso presenta rosetas de seis pétalos y discos en los que se han grabado monogramas cruciformes, cuya interpretación resiste por el momento a las tentativas de los investigadores; hay tres discos lisos, los del lado izquierdo, al parecer preparados para otros monogramas. El friso superior ocupa exclusivamente el testero de la capilla y se organiza también con tallos sogueados entrecruzados, pero sus círculos contienen exclusivamente cuadrúpedos. La clasificación de los animales parece clara en el caso de gacelas, leones y toros; entre las aves hay perdices, faisanes, avutardas y pavos reales, pero otros resultan confusos. La decoración de los frisos de Quintanilla de las Viñas sigue el concepto tradicional de separar los géneros de animales, cuadrúpedos arriba y aves en el centro, aunque falten los peces cuya representación entre vegetales podría ser incongruente. Su realizador conoce y refleja con precisión el tema de los tallos con racimos, pero renuncia a su representación naturalista cuando necesita enmarcar animales o símbolos; en este caso, recurre a un sistema intermedio entre el tallo ondulado y los círculos sogueados, mientras que para las figuras de los animales se vale de modelos cuya aparición tan frecuente en los tejidos orientales no deja lugar a dudas sobre sus fuentes de inspiración. Es una síntesis completa de la temática ornamental visigoda, que puede situarse en el punto más evolucionado al que llegaron estas expresiones.
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La "Ostpolitik", la única palabra que, procedente del alemán, acabó formando parte del lenguaje político universal, puede definirse como la aplicación concreta de la distensión al caso europeo y, específicamente, al alemán. Nación dividida en el seno de una Europa dividida, necesariamente Alemania debía jugar un papel de primera importancia en la distensión. La propia biografía de sus dirigentes -Genscher había cruzado la frontera a los 25 años y Schmidt combatió durante la Segunda Guerra Mundial en el frente oriental- obligaba a ello. Pero, además, la Historia de Alemania incitaba a un cambio tan importante en la política internacional: a fin de cuentas, como recordó un presidente federal, era el Este de Occidente pero también el Occidente de Centroeuropa. Fue Brandt quien tomó la decisión de tratar de definir los intereses específicamente alemanes de cara al Este como hasta entonces no se había hecho pero la definición de esta política se había hecho por Egon Bahr. Se trataba ahora de conseguir el "cambio a través del acercamiento": si antes las dos Alemanias no tenían relaciones, ahora debía intentarse que, por lo menos, las tuvieran aunque fueran malas. A largo plazo, Bahr era partidario no sólo del reconocimiento de fronteras y del statu quo sino también de la renuncia al uso de la fuerza y de importantes reducciones de armas. De entrada, el ministro dedicado a los asuntos alemanes se denominaría de asuntos "interalemanes" y no "panalemanes"; además, se suprimió la oficina existente en Berlín, destinada a alimentar la resistencia de la SPD clandestina en la zona Este. Pero la primera decisión importante en materia de política hacia el Este fue la relativa a un contrato con Moscú para obtener petróleo y gas a cambio de tubos. De esta manera, la URSS obtenía tecnología punta a cambio de materias primas. Para Kissinger el aspecto más inquietante de la "Ostpolitik" podía ser a largo plazo cuando los occidentales no pudieran romper una vinculación económica estable con el Este. De ahí su desconfianza, compartida por casi todos los dirigentes norteamericanos, pese al sólido anclaje de la RFA en Occidente. El cambio en la política interna de la RDA -en que la URSS jugó un papel importante- contribuyó a hacer posible la nueva política exterior. Así tuvieron lugar las entrevistas de Erfurt y de Kassel en marzo y mayo de 1970 entre Brandt y Spoth, primer ministro de la RDA; fue la primera vez que se encontraron los dirigentes de las dos Alemanias un cuarto de siglo después de la Segunda Guerra Mundial. Desde un principio la "Ostpolitik" consistió en cesiones por parte de la Alemania occidental y dureza por parte de la oriental, aunque a largo plazo resultara desastrosa para esta última. Pero, en realidad, la primera negociación diplomática propiamente dicha tuvo lugar con los soviéticos. De acuerdo con el tratado firmado en Moscú -agosto de 1970- las dos partes declararon como su objetivo más importante la paz y la distensión, reconociendo la inviolabilidad de las fronteras europeas. Al acuerdo con Polonia sólo se llegó a fines del año 1970 y no fue ratificado sino en junio de 1972. Se trató de la aceptación por parte de Alemania de la línea Oder-Neisse que hasta entonces los alemanes occidentales nunca quisieron reconocer. La imagen del canciller alemán arrodillado ante el monumento a las víctimas de la sublevación del ghetto de Varsovia se convirtió en portada de todos los periódicos. Grass, que le había acompañado, escribió de él que era un hombre valiente que purgaba parte del mal que Alemania había cometido en el pasado. Para los alemanes occidentales resultaba absolutamente esencial la cuestión de Berlín hasta el punto de que Scheel, el ministro de Exteriores, dijo que diferiría la ratificación de los tratados hasta el momento en que se llegara a un acuerdo con la RDA sobre la antigua capital alemana. En septiembre de 1971 se llegó a una fórmula. Los occidentales aceptaron que Berlín no fuera considerado como un Land de la Alemania federal y no celebrar en adelante allí la elección presidencial. Por su parte, la URSS y los alemanes orientales estuvieron de acuerdo en dar todas las facilidades para la circulación entre los dos Berlín: por ejemplo, los habitantes del occidental podrían pasar hasta 30 días en la otra zona. Muy a menudo fue necesario recurrir a un lenguaje muy complicado para llegar a un acuerdo. Finalmente los dos Estados se reconocieron mutuamente, afirmaron no tener soberanía en cualquier otra zona más allá de sus fronteras e intercambiaron representantes diplomáticos. La consecuencia fue el reconocimiento de la RDA por numerosos Estados occidentales y la admisión de las dos Alemanias en la ONU, ya en 1973. En general, puede decirse que la Ostpolitik supuso un reconocimiento del statu quo tal como nunca lo habían aceptado los países democráticos a cambio de una normalización en las relaciones de la que luego se descubriría que podía resultar letal para la Alemania del Este. La relación económica entre las dos Alemanias supuso que en 1969-1979 los intercambios comerciales multiplicaran por seis. De forma indirecta la RFA inyectó entre 30.000 y 40.000 millones de marcos en la RDA; incluso llegó a comprar prisioneros políticos por alrededor de 40.000 marcos. Pero si esto pudo dar la sensación de suponer ser una especie de modo indirecto de permitir la supervivencia del régimen comunista, de hecho el mayor grado de cercanía -en 1969 hubo medio millón de llamadas telefónicas entre Alemania occidental y oriental mientras que en 1988 eran 40 millones- acabó por deteriorar la legitimidad del régimen de la RDA. Algo relativamente parecido puede decirse de la Conferencia de Helsinki. La idea de una conferencia entre las potencias europeas había sido siempre una pretensión de la política exterior soviética puesto que los países democráticos nunca habían aceptado la situación de hecho creada por el Ejército de la URSS en Europa oriental. El debate sobre el contenido de un posible acuerdo se remontaba a fines de 1972 y el desarrollo final de la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa (CSCE) en que estuvieron representados treinta y cinco Estados tuvo lugar en agosto de 1975 con la participación no sólo de los europeos sino también de sus aliados de más allá del Atlántico. En definitiva, el acta final de la Conferencia consagró la situación heredada del final de la Segunda Guerra Mundial treinta años después. La no ingerencia, la inviolabilidad de las fronteras y la renuncia a la violencia obviamente beneficiaban a los intereses soviéticos. Los occidentales parecían haber hecho tan sólo un acto de realismo, aunque también les pudiera parecer un tanto cínico a los disidentes de los países del Este. Sin embargo, la defensa de los derechos humanos, de la libre circulación de las personas y de las ideas jugó, con el paso del tiempo, un papel muy importante en la caída del comunismo. Mientras la distensión en Europa conseguía estos objetivos, la Comunidad Económica Europea había ido cumpliendo los suyos. Como se recordará, en los tratados de Roma había quedado prevista una primera etapa de doce años. Ésta, referida a los productos industriales, se llevó a cabo a todavía mayor velocidad que la prevista pero la segunda requirió amplias negociaciones entre 1962 y 1964 como consecuencia de la puesta en marcha del Mercado Común agrícola. A diferencia de lo sucedido con los productos agrícolas éste no significaba tan sólo una tarifa aduanera común sino también una política agraria europea que suponía la organización de mercados de varios productos esenciales, como, por ejemplo, la leche, la fijación de precios comunes y la creación de un Fondo de financiación y de garantía agrícola dedicado a este propósito. En cambio, la construcción de la Europa política avanzó con mucha mayor lentitud como consecuencia de la actitud francesa, gobernada por el general De Gaulle. En realidad, las dos cuestiones estaban estrechamente entrelazadas pues también Francia tenía un especial interés en la política agraria común. En 1965 Francia mantuvo durante seis meses una política de "silla vacía", descontenta por la aplicación de la regla de la mayoría en vez de la unanimidad; tras ese período acabó aceptando que esta última se aplicara tan sólo en las cuestiones más importantes. En cuanto a la Europa política, debido a esas circunstancias poco más se avanzó pero, también en 1965, se creó un único Consejo y Comisión como órganos supremos agrupando los de la CECA y el Euratom. La segunda mitad de la década de los sesenta presenció también avances en lo relativo a la Europa económica. La sugerencia de Kennedy en 1962 de estimular el comercio mediante una rebaja general de tarifas aduaneras llevó a aplicar a partir de 1968 un acuerdo que convirtió a la CEE en el principal socio comercial de los Estados Unidos. En 1972, por otro lado, se puso en marcha la "serpiente monetaria", es decir el sistema por el que se fijaron las paridades entre las diferentes monedas europeas y el límite de sus márgenes de fluctuación; además, se decidió también la creación de un sistema común en el terreno fiscal y de compensaciones. Las dificultades del sistema monetario internacional a fines de los sesenta y la posterior crisis económica hicieron imposible un mayor avance. A pesar de todas esas dificultades, el éxito indudable del Mercado Común europeo tuvo como resultado que numerosos países pretendieran llegar a adherirse o, al menos, solicitaran asociarse a él. De esta manera la CEE suscribió tratados de asociación con Grecia, Turquía, Malta y España y, además, extendió su área de influencia y de responsabilidad a África a través de los sucesivos acuerdos suscritos en Yaundé con diversas nacionalidades de este continente. Pero lo más decisivo en relación con su futuro fue, sin duda, la posibilidad de conseguir nuevos miembros de pleno derecho. Habiéndose opuesto De Gaulle a la entrada de la Gran Bretaña ésta volvió a convertirse en candidata en 1967 gracias a la iniciativa del socialista Wilson, cada vez más convencido del puro realismo de la integración en la Comunidad, al margen de que estuviera, además, acosado por los problemas económicos. Sin embargo sólo con los cambios producidos en el campo político, como consecuencia, a la vez, de la dimisión de De Gaulle y de la victoria de los conservadores en las elecciones británicas, fue posible seguir el camino de la integración completa de la Gran Bretaña. La presidencia de Pompidou no mantuvo en este punto la política exterior de De Gaulle sino que presentó como alternativa una profundización de la construcción de la Comunidad a partir de la definitiva constitución de una Europa agrícola y de la ampliación a la Gran Bretaña. En ésta la victoria electoral de los conservadores en 1970 facilitó de nuevo el camino hacia la adhesión a pesar de todas las dificultades derivadas de la pertenencia a la "Commonwealth". Finalmente se llegó a un acuerdo en el verano de 1971 que suponía que Gran Bretaña acompasaría su contribución al presupuesto comunitario de un modo creciente mientras que alguna de sus importaciones como, por ejemplo, la de mantequilla desde Nueva Zelanda, recibiría un estatuto peculiar. Finalmente, el Tratado de Adhesión fue firmado en enero de 1972. No lo suscribieron tan sólo los británicos sino también Dinamarca, Irlanda y Noruega, pero ésta última acabó por rechazar la decisión por referéndum. De esta manera, la antigua Europa de los seis se había convertido en la Europa de los nueve con un papel cada vez más decisivo en el mundo.
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Si comparamos dos cuadros de Friedrich y Turner, como pueden ser El gran vedado (1832) de Friedrich y Negreros tirando por la borda a muertos y moribundos (1840) de Turner, puede denotarse la gran diferencia en lo que concierne a la saturación del color y a la definición de los perfiles de las formas. Pero ambas son imágenes de totalidad de una naturaleza sensible que se presenta en pugna con nuestra capacidad sensitiva. El cuadro de Turner es ilustración de un hecho real, pero no plasmado con la prosa del documentalista, sino con la poesía objetiva de lo terrible. Es una imagen abrumadora de la vorágine de un mar presentado como un volcán en erupción, a la que se une el espantoso hecho humano. Representa una estampa de la naturaleza en su empeño destructor con visos de inaprehensible totalidad, al límite de nuestra capacidad de asimilación sensible, que se halla deslumbrada.El cuadro de Friedrich muestra las praderas inundadas de una reserva cercana a Dresde. Pese al bajo horizonte, el campo está visto desde arriba, y no como espacio recogido, sino que se prolonga a los lados y hacia el fondo. Como han apuntado Rosen y Zerner, los prados de los primeros términos invadidos por el agua aparecen como una masa redondeada en la que los parches de tierra son como mapas de continentes en lo que podría parecer una visión de la superficie del planeta. Volvemos a la figura de un lugar de sugestión de la idea de totalidad.El forzamiento de la perspectiva caracterizaba también las imágenes paisajistas de los cosmoramas. Los cosmoramas eran una atracción popular que se expandió ya en época romántica cuyo espectáculo consistía en imágenes de paisajes, monumentos o escenografías fantásticas que se exponían en salones, pero vistas, como en un escaparate, a través de cristales que deformaban ligeramente la visión. Con este asunto regresamos sobre el tema que nos ocupaba al principio, las vistas para dioramas de Daguerre. La popularización de los recursos de la imaginería paisajista del romanticismo tuvo lugar por la vía de estos seductores inventos. Algunos artistas de escenografías románticas muy conocidos, como David Roberts y John Martin, pintaron para salones de dioramas. El atractivo se hallaba en que imágenes de lugares legendarios, de eventos históricos o de monumentos lejanos eran expuestas con cierto misterio y con inquietantes efectos a un público burgués que no necesitaba salir de su ciudad para disfrutar de semejantes aventuras visuales.Son muchas las variantes de estas imágenes accesibles al pequeño consumidor, desde pequeñas vistas para mirar al trasluz, hasta las grandes imágenes en redondo que se presentaban en los coliseos para panoramas. El panorama es la versión más compleja de cuantas simulaban vistas espectaculares. Existen vistas panorámicas, esto es de 360 grados, desde hace más de cuatro siglos, sin embargo, en el siglo XIX se escenificaron en edificios construidos al caso. Robert Barker patentó este invento en 1787 y en las primeras décadas del XIX, en diversas ciudades europeas, el público podía verse envuelto en horizontes completos que simulaban con gran verismo, por ejemplo, la vista panorámica de otra ciudad o un paisaje alpino. Estas vistas se hicieron grandiosas con los años. Asimilaron la técnica dieciochesca de los prospectos y consiguieron dar con una interpretación de feria para la obra de arte total.De la instancia a la idea de totalidad en la ficción, propia de la poetología romántica, se pasó a la exposición de la idea de totalidad realizada. Y esto no dejó de incidir sobre los paisajistas. La pintura de prospectos fue rescatada por los panoramistas, pero también por los nuevos pintores de paisaje que, como F. G. Waldmüller o J. M. von Rohden sintieron la necesidad de que sus cuadros se dotaran de un verismo más minucioso y más documentalista, como sus retratos y sus pinturas de género. O bien, en el otro extremo, los paisajes de los dioramas hicieron uso frecuente de procedimientos técnicos para efectos de espectacularidad y fantasía que, antes o después, se desligarán de los compromisos empiristas del primer paisaje romántico, como maneras emblemáticas. Podemos pensar, a este respecto, en las formas de representación de un John Martin (1789-1854) o, de otro modo, del paisajista español Jenaro Pérez Villaamil (1807-1854).Los signos distintivos del paisaje romántico pasaron a nutrir objetivos de modernidad, con las consiguientes alteraciones. Es, en lo que a esto concierne, muy ilustrativo el papel que juega la imagen de la incipiente sociedad industrial. Entre las primeras composiciones artísticas que se conocen de paisaje industrial figuran algunas aguatintas de Ph. J. de Louthebourg, que fue también el excéntrico inventor del Eidophusicon (1781), la versión primigenia del espectáculo del panorama. Llama la atención, con todo, que las factorías, las grandes chimeneas y otros asuntos de la vida industrial apenas fueran tratados por los pintores.Entre las primeras representaciones al óleo se encuentran dos cuadros de 1830 y 1834, respectivamente de C. Blechen y de Alfred Rethel. El lienzo de éste es un registro marcado por la objetividad propia del realismo biedermeier, mientras que el de Blechen presenta la mirada escéptica de unos barqueros al humeante taller de laminación que aparece como un extraño en medio de un paisaje campesino. Esa distancia romántica desaparecerá pronto. Las estremecedoras erupciones del Vesubio, plasmadas decenas de veces en los paisajes de la época romántica, no tenían un efecto estético tan distinto del de las grandes fundiciones de hierro. El apego romántico a los efectos de sublimidad y desasosiego favorecerá finalmente la asimilación, por así decir, estética del poder de la máquina y del fascinado gigantismo del desarrollo.
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Para entender de forma completa la posterior evolución de los acontecimientos no basta con tener en cuenta el deterioro del partido del Gobierno y la crecida del PSOE. A ellos hay que sumar otro factor de importancia, la división interna experimentada por el PCE, que permitió a los socialistas conquistar una parte del electorado izquierdista que hasta el momento les había resultado vedada. Los resultados electorales de junio de 1977 fueron una sorpresa desagradable para los dirigentes comunistas. Santiago Carrillo juzgó que este partido se había beneficiado de un voto de aluvión por el sentimiento anticomunista creado por el franquismo. Además, creyó que conseguiría cambiar el equilibrio entre las fuerzas de izquierda por el procedimiento de acentuar el eurocomunismo y mostrar una postura de mayor complacencia con la UCD. De hecho pensaba que él y Adolfo Suárez eran los dos únicos políticos responsables en la España de entonces. Aunque esta colaboración fue beneficiosa para la transición, el PCE, a partir de un determinado momento, exageró los peligros de involución y así pudo parecer excesivamente timorato. Tras las elecciones de 1977, Carrillo tuvo que hacer frente a una ofensiva en su contra, auspiciada por los soviéticos, que podía indisciplinarle a un sector del PCE. La verdad es que Carrillo llegó más allá que nadie en el desarrollo del eurocomunismo, pero ésta no era una filosofía política destinada a perdurar. Su marxismo revolucionario, nueva inspiración ideológica del PCE, seguía conteniendo de hecho un elevado componente de centralismo democrático. Después de las elecciones de 1979 acabaron por estallar todas las tensiones que había padecido el PCE. Los resultados fueron insatisfactorios para las expectativas de Carrillo y de ahí que iniciara una ofensiva en contra de los comunistas disidentes por prosoviéticos o por renovadores. Con su intervención, Carrillo no sólo no restableció la disciplina interna sino que agravó las disensiones, produciendo una escisión del comunismo catalán y el desmantelamiento del vasco. Pero además proliferaron las manifestaciones de disidencia entre los llamados renovadores. Carrillo quiso evitar que profesionales e intelectuales tuvieran una organización autónoma en el seno del PCE. Fueron estos sectores los que patrocinaron el movimiento renovador que concluyó en sucesivas escisiones durante el año 1981. En una situación como ésta, no tiene nada de particular que se produjera lo que el propio Carrillo denominaría como seísmo posibilista: muchos jóvenes dirigentes ya no veían ninguna esperanza en el partido y juzgaron que ésta se hacía viable en el PSOE.