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La oración, o salat, es el segundo de los cinco ritos fundamentales del islam. Según la tradición, la oración debe ser efectuada al menos cinco veces al día, aunque no siempre ha sido así. En el periodo de estancia de Muhammad en La Meca eran dos las oraciones obligatorias, añadiéndose una tercera tras la hégira a Medina. Finalmente, se prescribieron las cinco oraciones que se conocen en la actualidad, aunque realmente no se sabe cuándo se produjo este hecho. Una tradición cuenta que cuando el Profeta subió al cielo en el llamado mirag o isra, le fue ordenado por Dios que a partir de entonces se rezase cincuenta veces al día. Sin embargo, Muhammad, aconsejado por Moisés, regateó esta cantidad hasta conseguir dejarla en cinco. Las cinco oraciones diarias han de ser realizadas en momentos fijos, regulados por los movimientos del Sol, tras realizarse la llamada a los fieles. La oración de la mañana (fagr o subh) debe ser realizada entre el alba y la salida del Sol; la del mediodía (zuhr), entre el mediodía y la mitad del tiempo que hay entre el mediodía y el ocaso; la oración de la tarde (asr) ha de hacerse en la franja que va entre media tarde y la puesta del Sol; la de la puesta del Sol (magrib), debe ser hecha antes de que desaparezca la luz en el horizonte; el último rezo, el de la noche (isa), ha de hacerse en el tiempo que va desde la desaparición de la luz del día hasta el alba. Las cinco oraciones regulan la vida cotidiana de todas las poblaciones y barrios. El lugar donde desempeñar el rezo puede ser cualquiera, siempre y cuando sea considerado digno, excluyéndose sitios como letrinas, mataderos, etc. Se recomienda a los musulmanes varones congregarse en la mezquita para rezar, pero esto es sólo preceptivo para la oración del mediodía del viernes, que debe realizarse en la mezquita principal, llamada masgidu l-gami o mezquita aljama. El viernes, día sagrado musulmán, la oración está dirigida por un predicador (hatib) desde el minbar, dirigiendo una alocución (hutbah) a los fieles, que escuchan de pie y alineados en frente. El sermón, en lengua árabe y en la propia de cada país, consiste habitualmente en un comentario acerca de alguna cuestión religiosa o social concreta, o bien la discusión de uno o varios versículos del Corán. El comentario comienza siempre con una alabanza a Dios, con un recuerdo al Profeta, pronunciando el nombre del gobernante del país en ese momento y la recitación de un pasaje coránico. Le siguen después diferentes tipos de oración, menos regulados, si bien existen guías que ayudan a los predicadores para pronunciar los sermones. Otras oraciones importantes son las que se producen en momentos destacados para la vida del individuo o de la comunidad, como cuando se produce una defunción, un eclipse, un gran peligro o las dos fiestas más importantes del islam. Estos rezos suelen convocar a numerosos fieles, debiendo realizar al aire libre en un amplio espacio llamado musal-la y entre la salida del Sol y el mediodía. La oración se inicia con el takbir (Allahu Akbar, Dios es el más grande) y recitando la fatihah, primera sura del Corán: "En el nombre de Dios, el Clemente y el Misericordioso. Albado sea Dios, Señor del universo, el Clemente, el Misericordioso. Soberano del día del Juicio. Sólo a Ti te servimos y sólo a Ti te imploramos ayuda. Guíanos por el camino recto, por el camino de los que Tú has favorecido y no por el de aquellos que te han ofendido, ni por el de los descarriados". La plegaria debe ser dirigida por un imán situado en la primera fila. Frente a él los fieles pueden seguir sus movimientos, estando orientados hacia La Meca. Esta dirección, alquibla, aparece indicada en las mezquitas por una decoración especial en la pared, llamada mihrab. A la entrada en la mezquita los fieles deben descalzarse, dejando su calzado a resguardo en un lugar específico. El suelo de las mezquitas está cubierto generalmente por una alfombra (saggadah), un aislante tanto físico como espiritual. Los movimientos que ha de realizar el fiel están perfectamente estipulados, debiendo adoptar sucesivamente cuatro posturas físicas: ponerse de pie, inclinarse, postrarse y sentarse. Cada ciclo es llamado rakat, variando el número de ciclos en función de la oración que se lleva a cabo. El rezo concluye con el taslim, la pronunciación de la frase: "Que la paz sea contigo, así como la misericordia y la bendición de Dios", una oración que está dedicada a todos los musulmanes y, según algunas interpretaciones, a los ángeles que se hallan posados sobre los hombros del creyente.
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La iluminación nocturna empleada por Tintoretto se convierte en la protagonista de este lienzo situado en las paredes laterales de la Sala Superior de la Scuola Grande di San Rocco. En la parte superior de la composición se halla Cristo, envuelto en un rojizo manto y en una posición encorvada para reforzar su sufrimiento anterior a la muerte. Recibe el anuncio del ángel que llega desde la derecha, envuelto en una aureola mística que se refleja en los arbustos del huerto en el que medita el Salvador. La misma luz sobrenatural es la que ilumina a los tres apóstoles que se sitúan en la zona inferior de la escena, dos de ellos aún dormidos mientras que el tercero se despereza. También el cortejo armado del fondo recibe la intensa luz que despide el ángel. De esta manera, la iluminación como medio expresivo en la pintura de Tintoretto alcanza uno de sus momentos más álgidos. Las pinceladas son rápidas y certeras, recordando en algunas zonas a la pintura de El Greco -no olvidemos que el pintor cretense se formó en Venecia-.
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Al lado de las estatuas de guerreros galaicos y las pedras formosas aparece la orfebrería, como la muestra más rica y llamativa del arte de los habitantes de los castros galaicos. Así como en el ámbito de la escultura no parece haber duda en su atribución a la época romana, en lo referente a las joyas no podemos estar tan seguros. Por una parte, hay una larga tradición, comenzada en la Edad del Bronce, que dejó conjuntos tan importantes e ilustrativos en cuanto a técnica, diseño y belleza, como el de Caldas de Reis. Por otro lado, la falta de contexto arqueológico en la inmensa mayoría de los objetos conservados impide asociar las piezas con otras que pudieran proporcionar cronologías aunque sólo fuesen aproximadas. Muy pocos son los casos en los que alguna joya castreña proceda de la excavación científica de un yacimiento, lo que es una dificultad añadida para su datación. El hecho de que contemos en el Noroeste con piezas de tanta calidad y que sean objetos de adorno, debe hacernos pensar en sus destinatarios, en las personas que dentro de la organización política de Galicia tendrían el poder en cualquiera de sus facetas. Son, por tanto, piezas destinadas al disfrute, exhibición y muestra del poderío de los que en la sociedad castreña dominaban en cualquiera de los ámbitos político, económico o religioso. Los estudios sobre la orfebrería castreña son muy abundantes y tempranos en cuanto al análisis de hallazgos pero no ocurre así en lo referente a obras de conjunto .De todas formas hay etapas importantes en la investigación, protagonizadas por Villamil y Castro, Cardozo, Monteagudo y, singularmente, por López Cuevillas y Blanco Freijeiro como máximos exponentes de un estudio global a los que seguirían posteriormente Castro Pérez, con una visión más histórica, Pérez Outeiriño, iniciando con las arracadas una larga serie de trabajos, y Hartmann para la analítica. La tipología de las joyas castreñas en las que el oro es el material por excelencia, es muy variada, comprendiendo torques, diademas, arracadas, brazaletes y otros objetos diversos. Para una mayor claridad conviene analizar por grupos los tipos más representativos de esta orfebrería. En primer lugar, los torques, que son los más abundantes en el Noroeste, ya que pasan de un centenar las piezas conocidas y que poseen características muy diversas entre sí, diferenciándose en los tipos de remate (perilla, doble escocia, troncocónico...) en la varilla (lisa o decorada) que puede ser de sección circular, cuadrada o romboidal. En función de todos estos aspectos, diversos autores definieron tipos alusivos, tanto a la zona geográfica de los hallazgos como a algunas características de las piezas. Los últimos trabajos de Pérez Outeiriño reducen los tipos considerados en publicaciones anteriores, estableciendo de acuerdo con las características arriba apuntadas, los siguientes: 1. Artabro. Esencialmente localizado en la parte norte de Galicia. Poseen una varilla con alambres enrollados y tienen los remates en forma de perilla. 2. Astur-norgalaico. La varilla tiene las mismas características que en el caso anterior pero los remates son en doble escocia. El área geográfica en la que aparece es el Norte gallego y Asturias. 3. NororientaL-galaico. La sección de la varilla, no decorada, es cuadrangular y los remates son en perilla. Corresponde este tipo a la parte oriental de la Galicia actual. 4. Flaviense. Tipo propio del ámbito territorial de Aquae Flaviae (Chaves) y consistente en una varilla de sección cuadrada o romboidal con remates en doble escocia. 5. De campánula. Lo característico de este tipo no es la varilla sino los remates en forma de campana que pueden estar decorados. Su distribución geográfica corresponde al norte de Portugal. Estos torques, que pueden alcanzar pesos considerables, como el de Burela de 1.812 gramos o el de Recadeira de 1.450 gramos, suelen ir profusamente decorados bien sea en las varillas o bien en los remates. Los motivos traslucen una influencia hallstáttica combinada, como en otras piezas, con elementos mediterráneos, como muy bien vio Blanco. Aparte de las piezas de orfebrería, son conocidos los torques por su representación en muchas muestras de la escultura del Noroeste como en los ejemplares de Logrosa, citados anteriormente, en alguna escultura de guerrero y en las estatuas sedentes de Xinzo, también de época romana. En el caso de las arracadas hay que acudir a la obra de Pérez Outeiriño, ya que hallazgos posteriores a su publicación no alteran sustancialmente lo que este autor dejó establecido. Está claro que estas piezas son objetos de clara tradición meridional destinados a ser colgados de las orejas como adornos. Existen tres tipos claros establecidos en función de las características de las piezas. El primero está formado por los que tienen forma amorcillada y laberinto, careciendo de parte colgante. Es el caso de las procedentes de los Castros de Recouso, Viladonga y Bedoia. El segundo lleva un colgante triangular y cuerpo redondo. Tal es el caso de las de Afife y Estela, en Portugal, y Vilar de Santos, O Irixo, Cances y A Grada, en Galicia. El tercer tipo lleva un colgante volumétrico, como las de Briteiros. La decoración de estas arracadas es muy variada, existiendo en ellos motivos ornitomorfos, geométricos, etcétera. Las diademas son, por el momento, piezas propias y exclusivas del ámbito norteño de la cultura castreña. Resultan muy importantes porque aportan aspectos muy interesantes para poder conocer la iconografía de la época. La más conocida es la que siempre se consideró de Ribadeo, repartida entre el Museo Arqueológico Nacional, el Instituto Valencia de Don Juan de Madrid y el Museo de Saint-Germain-en-Laye y que hoy parece que procede de San Martín de Oscos, lo que no afecta nada para el ámbito geográfico de su aparición. La representación de jinetes armados, pájaros y diversos animales en cortejo es algo singular dentro de la orfebrería castreña. Otras piezas importantes son las procedentes de Elviña y la que formaba parte del Tesoro Bedoia. Los collares son poco abundantes, pero hay algunas piezas muy llamativas como el que forma parte del tesoro encontrado en Elviña (La Coruña) formado por cuentas bitroncocónicas y el de Estela (Povos de Varzim) de mucha mayor complejidad. En ambos casos están presentes las influencias mediterráneas. Los brazaletes son piezas muy representativas de la orfebrería castreña, por la rica decoración que algunos poseen. Una muestra clara la tenemos en Lebuçao. Hay otro tipo de objetos de carácter ornamental compuesto por un escaso número que sirven para testimoniar la gran riqueza de la orfebrería galaica: amuletos, adornos para el cabello, etcétera. En conclusión, dentro de este apartado vemos que existe un gran número de piezas de adorno aparecidas en castros, de los que muy pocas son procedentes de excavación, que revelan una gran riqueza en la elaboración aurífera galaica. Ya aludíamos antes a la cronología, aspecto dificultado por la carencia de contexto, pero no parece haber duda de tratarse de una producción tardía dentro del mundo castreño. No se puede precisar mucho más por no contar con datos suficientes. Más evidente es que en la orfebrería del Noroeste hispánico encontramos el resultado final de la tradición indígena de los habitantes de la Edad del Bronce, las influencias centroeuropeas y las meridionales.
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Gracias a los hipogeos descubiertos en la necrópolis real, conocemos en una mínima parte la orfebrería eblaíta de su fase paleosiriana. En la inviolada Tumba de la Princesa, como señala P. Matthiae y sintetiza F. Pinnock, se halló el aderezo de una importante mujer, consistente en seis brazaletes de oro, de torsión, un collar con pequeñas perlas ovaladas, con una placa central de oro y lapislázuli, un anillo nasal de oro decorado con granulación y un alfiler, también del mismo metal, con cabeza en forma de estrella. Estas joyas contienen, obviamente, elementos comparables a otras de la propia zona siria (Biblos, Ugarit) y palestina (Tell el-Addjul). Mayor variedad tipológica presentan las joyas de la Tumba del Señor de las cabras, que fue lamentablemente saqueada, según ha revelado la dispersión de las osamentas y los ajuares funerarios. Además de unas bandas de oro, lisas, hilos y botones del mismo metal, han sido localizadas variadas joyas -que se dejaron los ladrones- entre las que cabe citar un colgante de lapislázuli en forma de águila de oro, con ojos incrustados, un collar con dos colgantes en forma de bellota, y otro con tres elementos discoidales e idéntica decoración floral, a base de granulado (con paralelos en distintos puntos de Mesopotamia), dos pendientes en oro y pedrería de variada tipología, numerosas cuentas de collar de diversa factura, una lámina circular toda de oro -de diseño geométrico y aplicación de pasta vítrea-, así como una copa de plata con dos manos situadas sobre el borde para sostener las asas, con la inscripción del nombre Immeya, tal vez el del difunto. No menos interesantes son también unos cuantos objetos de la orfebrería egipcia aparecidos en esta tumba principesca: se trata de algunas perlas, un broche en forma de loto con incrustaciones vítreas, un anillo de oro con motivos florales que encierran un pequeño escarabeo de pasta vítrea y dos mazas de ceremonia, de tipo piriforme, de caliza, aunque con mango de hueso adornado con metales nobles, regalo de la corte faraónica al que fuera Señor de las cabras, sin duda algún rey eblaíta. Una de ellas interesa sobre todo por su cilindro de plata con aplicaciones de oro, en el cual aparece un cartucho, adorado por dos cinocéfalos, en el que se halla escrito el nombre del faraón Hetepibre, uno de los de la titulatura oficial de Hamejheryotef, oscuro rey de la XIII dinastía, que reinó entre el 1770 y el 1760 a. C. Esta pieza (hoy en el Museo de Aleppo), además de datar la tumba en cuestión, pone de relieve las relaciones que existían entre Egipto y Ebla durante el siglo XVIII a. C., además de confirmar la suposición que se tenía de que Hetepibre, que en su titulatura se hizo llamar "hijo del asiático", fuese originariamente un príncipe sirio, vinculado de alguna manera a Ebla. Otra maza egipcia, tal vez de la XII dinastía, apareció en la Tumba de las cisternas; adornada con una plaquita de plata recubierta con una lámina de oro.
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La orfebrería es otro de los importantes capítulos del arte Moche. Las evidencias más tempranas del trabajo de los metales se remontan en Perú (y en toda América) al 1500 a. C. y proceden del yacimiento de Waywaka, en la región de Andahuaylas, en la sierra sur, en forma de minúsculos trocitos de oro laminado. En Chavín el trabajo del metal se encuentra ya plenamente desarrollado trabajándose en oro una serie de objetos con la técnica del martillado y del repujado, y recogiéndose los elementos de la iconografía tradicional. En Paracas-Nazca la orfebrería es poco compleja, destacando sobre todo la elaboración de objetos hechos con placas recortadas y repujadas, siendo muy características las formas de plumas y unas grandes narigueras figurando barbas o bigotes de felinos. La orfebrería Moche tiene una estética mucho más escultórica y una serie de importantes logros técnicos, como el trabajo de la plata, la fundición a la cera perdida y la maestría en los trabajos de martillado y repujado. La iconografía es la tradicional, dominando los temas de aves y felinos plasmados en una estética de grandes planos y de expresión poderosa. Entre los objetos son típicos las máscaras de difuntos, los grandes adornos para la cabeza en forma de mascarones frontales, pero también delicados trabajos de incrustaciones de turquesas y otras piedras en orejeras circulares con representaciones de guerreros, que se enriquecen con la adición de bolillas de oro. Es frecuente la asociación de la orfebrería con los enterramientos. Aunque prácticamente la totalidad han sido saqueados, siendo el fantástico ajuar del Señor de Sipán una buena muestra.
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El término Quimbaya plantea una serie de problemas ya que se usa para designar un amplio muestrario de objetos de oro y cerámica procedentes del Valle del Cauca en la Cordillera Central colombiana, especialmente para ciertas cerámicas decoradas con pintura negativa. Pero también designa a un grupo histórico existente a la llegada de los españoles, y no está comprobada su conexión con los materiales arqueológicos. Faltan casi totalmente estudios estratigráficos para poder establecer una secuencia cultural y fijar una cronología absoluta o relativa, y determinar también los contactos con otros complejos culturales colombianos y americanos. El saqueo sistemático, incluso desde el siglo XVI, de los yacimientos y tumbas de la región es uno de los principales problemas con el que se enfrentan los arqueólogos y la causa principal de las lagunas anteriormente reseñadas. El grupo Quimbaya se localiza en la región de Quindío, ocupando la mayor parte de los Departamentos de Caldas, Quindío y Risaralda. Por encima de los 100 metros de altitud, su clima templado y húmedo era favorable para las prácticas agrícolas. La abundante y variada fauna, importante fuente de alimento, fue también objeto frecuente de representación en cerámica y orfebrería. Los abundantes bosques suministraban madera para las construcciones y habitaciones que no se han conservado. La casi totalidad de las obras de arte de orfebrería y cerámica proceden de tumbas de gran variedad, saqueadas sistemáticamente. Las hay de planta rectangular, desde una simple sepultura con ofrendas de cerámica, pasando por la adición de una cámara lateral, hasta ricas y complejas sepulturas, a las que se desciende por escaleras labradas o fosos rectangulares y que incluso se revisten de lajas de piedra. En este último caso los cadáveres se encuentran cubiertos de adornos y hay ricas ofrendas de cerámica, orfebrería y joyería; se trata indudablemente de personajes importantes. Las tumbas de pozo varían desde un hoyo con el cadáver empotrado verticalmente en el fondo, hasta las tumbas de tiro, con cámara lateral que puede complicarse con una columna labrada en el mismo terreno o tener una tumba secundaria, generalmente muy rica, a la que se desciende desde la primera cámara. Las Quimbayas y sus vecinos desarrollaron una de las más avanzadas orfebrerías de todo el mundo prehispánico, tanto técnica como artísticamente. Los Quimbayas históricos utilizaron el oro de filones auríferos practicando galerías inclinadas, tan estrechas que sólo un hombre podía descender por ellas; era un trabajo reservado a los esclavos. Y utilizaron también el oro aluvial. Aunque también usaron el cobre, el material más utilizado fue la tumbaga con un bajo contenido de oro, un 30 por 100, dorando después la superficie. Entre las herramientas para el trabajo del metal se cuentan agujas, cinceles, espátulas, cuchillos, grapas, botadores y buriles, así como sopletes de arcilla y crisoles de piedra o de arcilla refractaria. La variedad de técnicas conocidas fue asombrosa: fundición en molde abierto para pequeños objetos macizos; fundición a la cera perdida para ejemplares huecos y para añadir adornos a la figura principal; repujado y martillado, laminado... Otras técnicas secundarias y utilizadas sobre todo para decoración fueron el hilo fundido, la falsa filigrana, el recorte, el calado, la incisión, la aplicación engarzada y engastada. Aunque conocieron el sistema de soldadura, generalmente usaban el procedimiento del vaciado a la cera, que constituía una especie de soldadura indirecta. Algunos objetos fueron fabricados con oro metálico, en gránulos finos, o simples cristales reducidos de una solución aurífera, en forma de oro precipitado. El oro en este estado y mezclado con una sustancia plástica y aglutinante, se puede trabajar, humedecido como si fuera arcilla, directamente con las manos. Posteriormente se puede hacer tan consistente como se desee con un calentamiento proporcional hasta darle aspecto de oro fundido y de hecho se han confundido los objetos realizados de este modo con los vaciados a la cera. Las obras más antiguas de orfebrería Quimbaya pueden remontarse al 400-500 d. C. y entre ellas las mejores se encuentran en una colección descubierta en 1891, en unas tumbas del distrito de Finlandia, parte de la cual se encuentra en el Museo de América de Madrid. Fue regalada al gobierno español en 1892 con ocasión de la celebración del IV Centenario del descubrimiento de América y es conocida vulgarmente con el nombre de Tesoro de los Quimbayas. Entre las representaciones más comunes se encuentran las figuras humanas, de gran interés etnográfico, que parecen representar personajes de alto rango. Son hombres y mujeres, de pie o sentados, desnudos, pero con gran cantidad de adornos en forma de diademas, narigueras y orejeras de formas diversas, collares y bandas en los tobillos y bajo las rodillas y en las manos, elementos rematados en formas espirales o los objetos utilizados para el consumo de la coca. Abundan las narigueras de formas variadas, anulares, de media luna, triangulares, laminadas o claveteadas, y unas en forma de clavo torcido o torzales, de interés porque parecen corresponder a las últimas fases del desarrollo cultural quimbaya. Hay también pectorales, pinzas de depilar en forma de conchas de almeja, mascarillas, cucharas, recipientes de formas varias y pequeños insectos que constituyen cuentas de collar. También se representan armadillos, aves, peces, tortugas...
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La máquina administrativa indiana constaba de dos elementos sincronizados en la Península y América. El primero estaba formado por cuatro instituciones que fueron el Consejo de Indias, la Casa de la Contratación, la junta de Guerra de Indias y la Cámara de Indias. La Casa fue fundada por los Reyes Católicos en 1503. A los tres cargos iniciales de tesorero, contador y fiscal se añadió en 1579 el de Presidente. La posterior corrupción administrativa hizo que proliferaran los oficios inútiles. En 1632 se llegó a otorgar el de contador por juro de heredad y con derecho a integrarlo como parte de un mayorazgo. En 1687 la Casa tenía 110 funcionarios y empleados. El Consejo de Indias se creó en 1523 por Carlos I. Tuvo una gran importancia en la época de Felipe II y más durante los gobiernos siguientes, cuando gobernó prácticamente en solitario, ya que los monarcas se limitaban a firmar las resoluciones que les pasaba dicho Consejo. Sufrió igualmente la psicosis de creación y venta de cargos. La Junta de Guerra de Indias se estableció, en 1597, para hacer frente a los problemas defensivos originados por el ataque de la piratería y del corso y se formó con dos miembros del Consejo de Indias y otros dos del Consejo de Guerra. Finalmente, la Cámara de Indias se fundó igualmente en 1600, suprimiéndose nueve años después y reabriéndose en 1644. Integrada igualmente por consejeros, se ocupaba de las mercedes reales y de proponer candidatos para los cargos civiles y eclesiásticos. En cuanto al aparato administrativo propiamente indiano, fue fruto de la necesidad. Tras el fracaso de los funcionarios improvisados (los conquistadores) se recurrió a profesionales y, finalmente, a la especialización. Solamente los altos funcionarios, como los virreyes, siguieron detentando en sus manos una administración indiscriminada de gobierno, economía, justicia, milicia y religión. Un fenómeno extraño fue la intrusión de los religiosos en la administración pública (nunca fue al revés), nombrándose virreyes o presidentes a algunos arzobispos y obispos. Las principales instituciones indianas de gobierno fueron el virreinato, la gobernación, la audiencia y el cabildo. El virreinato indiano fue creado en México el año 1535. Le siguió el del Perú, instituido en 1542 por las Leyes Nuevas. El primero comprendía México, las Antillas, Centroamérica y Venezuela y el segundo, todo lo demás. No hubo más que estos dos virreinatos hasta el siglo XVIII. El virrey era el representante directo de la persona del Rey, pero sólo durante el período de su mandato, cuatro años, a veces prorrogables. No fue raro que, tras un buen gobierno virreinal en México, se le concediera el mismo cargo en el Perú. Para el mejor ejercicio de su oficio, el Virrey tuvo en sus manos todos los poderes, que le fueron agregados con sus cargos correspondientes. Así, aparte de Gobernador del territorio donde estaba la sede virreinal (México o Perú) fue nombrado Capitán General o máxima autoridad militar, Presidente de la Audiencia donde residía (México o Lima), Superintendente de la Real Hacienda, y Vicepatrono de la Iglesia de su jurisdicción. Intervenía, así, en todo: desde sojuzgar rebeliones hasta defender las costas, pasando por expulsar a los extranjeros que ponían en peligro la Fe. Especialmente debían controlar a los criollos, que representaban un peligro para la dependencia colonial, a causa de su enorme poder económico y su gran prestigio social. Crearon para ello unas pequeñas cortes, en las que trataron de domesticarles como cortesanos, y con poco éxito, por cierto. El virrey se nombraba por lo común entre la alta clase nobiliaria, que ofrecía la ventaja de su fidelidad inquebrantable al rey, su experiencia en cargos de gobierno y su gran poder económico (en la Península) que lo salvaguardaba frente a sobornos y malversaciones. Pese a esto, algunos virreyes promovieron episodios escandalosos de corrupción. Las gobernaciones fueron unidades administrativas de carácter regional equivalentes a provincias. Generalmente estaban subordinadas a uno de los dos virreinatos, aunque algunas de ellas gozaban de enorme autonomía a causa de las difíciles comunicaciones existentes con la capital virreinal, como el Nuevo Reino de Granada, Guatemala, el Río de la Plata, Venezuela y Chile. Los Gobernadores tenían frecuentemente el título de Justicia Mayor, lo que les facultaba para administrar Justicia. Algunos tuvieron, además, el de Capitán General, reuniendo así los poderes gubernamental, jurídico y militar. La designación de gobernadores interinos (cuando fallecía un titular) por parte de los virreyes dio origen a muchos problemas relacionados con el nepotismo. En América se crearon 34 gobernaciones. Las Audiencias fueron instituciones jurídicas semejantes a las españolas, pero asumieron atribuciones de gobierno. A mediados del siglo XVI, funcionaron Audiencias gobernadoras en Santo Domingo, México, Panamá, Guatemala y Nuevo Reino de Granada. El experimento no dio el resultado apetecido. Los letrados entendían poco de gobernar y demasiado de pleitos. Se descargó, entonces, la función gubernativa en manos de un Presidente de la Audiencia, nombrado Gobernador del territorio de su demarcación, y se devolvieron a los oidores sus funciones habituales de justicia. A comienzos del siglo XVII, se nombraron presidentes que no eran letrados, sino hombres de armas. Fueron los Presidentes de Capa y Espada, que reunieron en sus manos atribuciones gubernamentales, militares y jurídicas, actuando casi como virreyes en sus circunscripciones. Las Audiencias fueron de tres clases: virreinales, pretoriales y subordinadas. Las primeras eran las presididas por un virrey, las segundas por un presidente-gobernador y las terceras por un presidente letrado, sin potestad de gobierno, que le correspondía al virrey. Pese a que los oidores fueron excluidos de gobernar, tuvieron siempre ciertas atribuciones excepcionales. Así, en caso de fallecimiento del Presidente, se hacía cargo del Gobierno el oidor más antiguo (el decano), actuando interinamente hasta la llegada del presidente propietario. También funcionó el llamado Real Acuerdo, un consejo integrado por el Virrey o Presidente y los oidores, para tomar decisiones ante una situación excepcional. El Cabildo era una institución castellana de gobierno urbano (la ciudad y sus términos), trasladada a comienzos de la colonización. Lo integraban varios oficios como los alcaldes (ordinario y mayor), regidores y otros oficiales menores (escribano, alguacil, fiel ejecutor, portero, etc.). El más importante era el alcalde ordinario, que poseía facultades judiciales en primera instancia. Gobernaba con ayuda de los regidores o concejales. Los cargos eran cubiertos anualmente por elección de los vecinos (cabezas de familia) hasta que la compra de los mismos terminó con este carácter de representación popular, surgiendo algunos vitalicios y hasta heredables. Los criollos se apoderaron de casi todos los oficios municipales, por elección o por compra, enfrentando los Cabildos a la administración peninsular. Otros cargos administrativos complementarios fueron los de Teniente de Gobernador, Alcalde Mayor y Corregidor. El primero auxiliaba al Gobernador y le sustituía en caso de ausencia, pudiendo además gobernar ciudades subalternas. El Alcalde Mayor era un juez de un distrito menor, generalmente excluido de la demarcación urbana, y podía tener atribuciones gubernativas si lo decidía el virrey que le nombraba. En zonas rurales se nombraban los corregidores de indios, que tenían poderes judiciales, gubernamentales y fiscales sobre la población indígena.
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Cabe resaltar que el problema de las provincias administrativas, junto con el de los posibles distritos eclesiásticos, sigue abierto. Ello se debe a la fragmentaria información proporcionada por las fuentes de la época y por lo poco que éstas han sido estudiadas. Por regla general la documentación existente corresponde al siglo IV, o bien se trata de manuscritos tardíos que presentan dudas en su correcta atribución. La división de las provincias de la Hispania de la Antigüedad tardía encuentra su origen en la reforma llevada a cabo por Diocleciano, que aumentó el número de provincias en todo el Imperio y las agrupó en diócesis, pasando en el siglo IV, estas últimas, a formar parte de las prefecturas. Hasta la reforma dioclecianea, Hispania contaba con tres provincias: la Baetica, la Hispania Citerior y la Lusitania. Las listas de las divisiones provinciales de finales del siglo IV varían las atribuciones. Así, por ejemplo, la denominada Lista de Verona o Laterculus Veronensis de hacia el año 312 las establece de la siguiente forma: Diocesis Hispaniarum habet provincias numero VII: Beticam, Lusitaniam, Karthaginensis, Gallecia, Tharraconensis, Mauritania Tingitana. Entre los errores del copista destaca la confusión de siete palabras (la Mauritania Tingitana consta de dos palabras) por siete provincias, cuando en realidad sólo se citan seis. Otro documento, un poco más tardío, cuya fecha se sitúa antes o después del año 400, es el del Laterculus provinciarum de Polemius Silvius: Nomina Provinciarum . ...In Hispania VII. Prima: Tarraconensis./ Secunda: Carthaginensis./ Tertia: Baetica./ Quarta: Lusitania, in qua est Emerita./ Quinta: Gallaecia./ Sexta: Insulae Baleares./ Septima: Tingitana./ Octava: trans fretum quod ab Oceano infusum (terras intrat) Caplem et Abinam. Este texto presenta la novedad de que se contabilizan siete provincias pues han sido sumadas las Islas Baleares. Aunque aparentemente el problema de la división administrativa, con estas listas, podría quedar claro, esto no es tan cierto, pues se siguen planteando dudas de cómo, cuándo y porqué algunas pasaron de ser praesidiales a ser consulares. También los textos conciliares y fuentes históricas plantean confusión en el resurgir de algunas denominaciones territoriales como, por ejemplo, la utilización de Orospeda por la zona oriental de Sierra Morena, de Sabaria por la zona de las actuales Zamora y Salamanca, de Cantabria, de Celtiberia o de Carpetania. Persiste también el conocer cuáles fueron los límites precisos de cada uno de estos territorios provinciales. El caso de la ampliación de los diferentes territorios de la Carthaginensis es un ejemplo más de cómo la presencia de nuevas poblaciones fue modificando el panorama administrativo. El conocimiento de las diferentes provincias, los territorios a ellas adscritos y sus límites, permitiría una mejor aproximación a lo que debió ser la posible superposición de los distritos eclesiásticos. J. Orlandis, tras el análisis de los textos conciliares y de códices tardíos, especialmente el Ovetense de El Escorial, fechado en el siglo VIII, ha establecido una división de las provincias de la antigua Hispania, las sedes metropolitanas y los obispados que de cada una de ellas dependían. Así, la organización eclesiástica se basa en la organización administrativa, y en su mayoría las ciudades que habían sido capitales de provincia pasan a ser sedes metropolitanas. El panorama de la división eclesiástica, según este investigador, queda establecido de la siguiente manera: Carthaginensis: sede metropolitana, Toletum (Toledo); 22 obispados, Acci (Guadix), Arcavica, Basti (Baza), Beatia (Baeza), Bigastrum (Cehegín), Castulo (Cazlona), Complutum (Alcalá de Henares), Dianium (Denia), Elo (Montealegre), Illici (Elche), Mentesa (La Guardia), Oretum (Granátula), Oxoma (Osma), Palentia (Palencia), Setabi (Játiva), Segobriga, Segovia, Segontia (Sigüenza), Valentia (Valencia), Valeria, Urci (Torre de Villaricos). Baetica: sede metropolitana, Hispalis (Sevilla); 10 obispados, Assidona (Medina Sidonia), Astigi (Ecija), Corduba (Córdoba), Egabrum (Cabra), Elepla (Niebla), lliberris (Elvira- Granada), Italica, Malaca (Málaga), Tucci (Martos). Lusitania: sede metropolitana, Emerita Augusta (Mérida); 13 obispados, Obila (Avila), Caliabria, Coria, Conimbriga, Egitania (Idanha-a-Velha), Ebora, Lamego, Olysipona (Lisboa), Ossonoba (Faro), Pax Iulia (Beja), Salmantica (Salamanca), Viseo. Gallaecia: sede metropolitana, Bracara (Braga); 10 obispados, Asturica (Astorga), Auria (Orense), Britonia (Mondoñedo), Dumio, Iria Flavia (Padrón), Laniobrensis (Lañobre), Lucus (Lugo), Portucale (Oporto), Tude (Tuy). Tarraconensis: sede metropolitana, Tarraco (Tarragona); 15 obispados, Emporiae (Ampurias), Auca (Oca), Ausona (Vic), Barcino (Barcelona), Caesaraugusta (Zaragoza), Calagurris (Calatayud), Dertosa (Tortosa), Egara (Tarrasa), Gerunda (Gerona), Ilerda (Lérida), Osca (Huesca), Pompaelo (Pamplona), Turiasso (Tarazona), Urgel. Narbonensis: sede metropolitana, Narbo (Narbona); 8 obispados, Agatha (Agde), Beterris (Béziers), Carcaso (Carcasona), Elna, Luteba (Lodéve), Maguelon, Neumasus (Nimes). Al lado de estas sedes episcopales hay que mencionar las otras unidades administrativas internas y la existencia de iglesias de rango inferior. Por un lado, dentro de las propias ciudades, si hay suficiente número de población, se dan otras diversas iglesias, basílicas o monasterios. El caso de Mérida es quizá el más patente. En los diversos territorios existían las parroquias, en zonas rurales, que aglutinaban a los feligreses de los diferentes lugares. Disponemos de información especialmente rica sobre la Gallaecia, gracias al Parochiale suevo. Por otro lado, los monasterios, generalmente en ámbitos rurales, aunque algunos existieron en ciudades o zonas próximas a ellas. Por último, las llamadas iglesias propias, construidas por los dueños de grandes propiedades fundiarias para uso de las personas que dependían o estaban ligadas a sus tierras. Estas iglesias fueron causa de conflicto porque los dueños pretendían obtener provecho material de ellas, contra los intereses de la Iglesia. Es sabido que algunas fundaciones monásticas se dieron en este tipo de propiedades. La problemática establecida en relación con la propiedad, los beneficiarios, la fundación y los posibles fines de su utilización hizo que hubiese que redactar disposiciones legales pertinentes.
contexto
En la etapa final de la Edad Media, especialmente durante el siglo XV y primer cuarto del XVI, una serie de centros localizados en los antiguos Países Bajos meridionales destacó en la producción de obras de arte entre las que sobresalieron los retablos. Los principales centros fueron Bruselas, Amberes y Malinas -existieron otros de menor importancia y proyección- y en cada uno de ellos desarrollaron su actividad varios talleres. La realización de un retablo exigía la participación de diversas personas, pues el trabajo se repartía entre distintos artesanos-artistas. Colaboraban en la obra el que confeccionaba la caja, el que realizaba los elementos decorativos, el imaginero o escultor, que trabajaba los relieves según un modelo que podía ser proporcionado por un pintor, el que aplicaba la policromía y el dorado, y el maestro que pintaba los paneles de las portezuelas que cerraban el tríptico. Significativo e indicativo de la importancia concedida al aspecto de la policromía es el hecho de que podía contarse, entre los que la aplicaban, con pintores de la categoría de Roger van der Weyden. Es por lo tanto el retablo una obra colectiva y las diferentes partes de que constaba podían incluso ser realizadas en diferentes talleres, aunque todo bajo el control y autoridad de un maestro principal que imponía su personalidad y el criterio de unidad de la composición que presidía el trabajo y borraba las características individuales. A veces, sin embargo, al examinar los retablos se detecta la existencia de un trabajo de colaboración entre diferentes talleres, como los de Bruselas y Amberes (C. Perier d'Ieteren). En los períodos de gran demanda de obras, la fabricación de los retablos en los talleres se convirtió en una actividad industrial. Observamos que, con frecuencia, se repiten esquemas o éstos son reinterpretados con pequeños cambios que se mantienen en la producción durante un largo período de tiempo, lo que dificulta las precisiones cronológicas. Los talleres incluso recurrían a utilizar partes prefabricadas, hecho que permitía reducir el precio de las obras. Los retablos se fabricaban para ser expuestos y vendidos en los mercados de arte, donde eran adquiridos tanto por compradores del país como por los del extranjero. Esta última posibilidad pone de manifiesto cómo, en un determinado tiempo, la producción alcanzó gran fama, lo que se tradujo en una gran demanda desde lugares muy alejados: Alemania, países nórdicos, Francia, Polonia, Portugal, Italia y España, incluidas las islas Canarias. Son los países que en la actualidad conservan una parte interesante y representativa de lo que debió de ser la producción original, teniendo en cuenta las desapariciones y destrucciones acontecidas con el paso del tiempo. Una de las más decisivas fue la relacionada con el movimiento religioso de la Reforma. Mediante la comercialización del arte pudieron satisfacerse las numerosas solicitudes que llegaban desde los diferentes lugares y los talleres de las grandes ciudades flamencas, o de Brabante, se orientaron hacia una producción artística de carácter casi industrial. Los mercaderes debieron disponer de una reserva de obras, suficiente para cubrir tales solicitudes, circunstancia que llevó a dichos talleres a racionalizar el trabajo, simplificando la realización de las obras. Se empleó entonces a un gran número de artesanos o artistas secundarios, a veces mediocres, aunque en general estos artistas eran sometidos a un código de fórmulas elaboradas por algunos de los maestros principales. Se apoyaron en una organización corporativa estrictamente reglamentada que servía para garantizar la calidad material de las obras y, de esta manera, se aseguraba el renombre de su producción. Para proteger la calidad del producto existían unas normas y controles que garantizaban el prestigio de la ciudad de origen. Se aplicaban a las obras unas marcas, o "poincons", de control. La localización de las diferentes marcas facilita la adscripción de una obra a una determinada ciudad: las tres barras y Mechlen para Malinas; el mazo, el compás y Bruesel para Bruselas o las manos y el castillo para la ciudad de Amberes. Las marcas confirmaban tanto la calidad de los materiales como la de la policromía y el oro, pero no guardaban relación con el estilo de la obra. La presencia de una marca de taller en un lugar del retablo no revela necesariamente un mismo origen para todas las piezas que lo componen: la caja del retablo, una vez esculpida, puede ser enviada a otro taller para la colocación de las puertas pintadas. Aunque existan marcas, también en este caso resulta difícil hacer su atribución a un taller o artista concreto, aspecto éste que puede conocerse sólo cuando se cuenta con la ayuda proporcionada por la información de archivos u otras referencias documentales de la obra, o porque aparezca el nombre del artista reflejado en la propia escultura: la firma del escultor Jan Borreman aparece en el retablo dedicado a San Jorge, conservado en los Museos Reales de Bruselas. De todas las maneras este ejemplo es una excepción pues la mayor parte de las obras permanece en el anonimato y muchas veces se hacen atribuciones hipotéticas. En general los talleres con sus recetas, sus procedimientos y sus marcas de fábrica son más fáciles de determinar que las personalidades individuales de los artistas. Además, en numerosas ocasiones, el carácter uniforme de los retablos y sus abundantes convencionalismos dificultan estas precisiones individuales. La relación existente entre los diferentes artistas, como consecuencia a veces de las reuniones organizadas por los gremios pudo contribuir a la unificación estilística. En dichas reuniones los artistas podían intercambiar sus ideas, comunicarse sus hallazgos en los dominios de la técnica o difundirían los temas iconográficos de moda y todo ello favorecería la adopción y utilización de fórmulas y procedimientos similares. De esta misma manera, la difusión de grabados y dibujos fue también un importantísimo medio de transmisión que facilitaba a los artistas el conocimiento de composiciones y temas. Tal procedimiento jugó un importante papel final de la Edad Media. Así recientemente un dibujo del miniaturista Barthelemy d'Eyck, conservado en el Museo Nacional de Estocolmo, se ha puesto en relación directa con la imagen de la Virgen de Belén, del retablo de la iglesia parroquial de Laredo (Cantabria). Al intentar hacer la clasificación de los retablos se puede añadir una dificultad más cuando no existen marcas de taller u otras referencias. Sin duda ello acrecentará los impedimentos para poder precisar sí la obra es realmente producto de los talleres del Norte pues también cabe la posibilidad de que fuese realizada en España por un artista flamenco o por un artista español formado en los Países Bajos.
contexto
El imperio estuvo dividido en cuatro cuartos o suyu, de ahí que se denomine Tawantinsuyu. Desde el Cuzco se dividía de norte a sur y de este a oeste. Hacia el noroeste, el Chinchasuyu abarcaba la costa y la sierra central y norte del Perú y Ecuador. Al suroeste, el Cuntisuyu incluía de Cuzco a Ica. Al sureste, el Collasuyu ocupaba el lago Titicaca, los altos de Bolivia y el norte de Argentina. Y al noreste el Antisuyu abarcaba del Cuzco a las vertientes de los Andes. Estos cuatro suyus fueron gobernados por miembros de la panaca real, y a su vez comprendieron provincias y territorios que a menudo correspondían a los señoríos anteriormente independientes. Cada provincia tenía su capital y se dividía en dos parcialidades, Hanan y Hurin -alta y baja-; la primera de mayor prestigio y poder. A1 expandirse el estado imperial, fundaron centros administrativos en los grandes asentamientos anexionados. En realidad, los incas tuvieron una gran capacidad de adaptación a las circunstancias, de manera que en territorios del antiguo reino Chimú apenas si alteraron el status administrativo. Lo mismo ocurrió en la costa central, donde algunos centros incluso se potenciaron sobre los demás, como Pachacamac, donde se construyeron nuevos templos como el Pacha Kamaq y el Templo del Sol, hasta transformarse en un centro de integración religiosa y de peregrinaje para gran parte del área central andina. En la sierra crearon centros con edificios de piedra bien cortada. Tumibamba en Ecuador, Cajamarca, Huanuco Viejo, Jauja, Vilcashuamán, Tumi Pampa y Huaytará tienen edificios incaicos para la administración y el culto. Más al sur, en los Andes Meridionales, no se encontró ningún centro con características incaicas. Todos ellos se hicieron sobre patrones del Cuzco, la capital imperial que fue fundada hacia el 1.100 d.C., y que adquirió su fisomomía imperial durante el reinado de Pachacuti a mediados del siglo XIV. Un aspecto muy importante para mantener la política expansionista y el sistema económíco-administrativo del imperio fue la construcción -a veces aprovechando obras más antiguas, otras haciéndola nueva- de una amplia red de comunicaciones cuya extensión se acercaba a los 25.000 km. A veces estrechos caminos para el paso de las llamas y de viandantes aislados y otras amplias calzadas por las que se trasladaron ejércitos y bienes con rapidez, el sistema vial incaico constituyó uno de los fundamentos para la organización y formación del imperio. Este se distribuía prácticamente por todos los territorios que formaban la unidad política, pero se basaba en dos vías que transcurrían de norte a sur: la carretera real, Capac Ñau, iba a través de la cordillera desde la frontera septentrional y pasaba por Quito, Ingapirca, Tomebamba, Huanuco Pampa, Jauja, Vilcashuaman, Cuzco, rodeaba el Titicaca hasta llegar a Cochabamba en Bolivia y a regiones de Argentina, donde se desviaba al oeste hasta llegar al río Maule en Chile. La carretera de la costa se iniciaba en Túmbez y atravesaba los valles oasis, uniendo Pachacamac, Inkawari, Tambo Colorado, Nazca, Chala y Arequipa. La administración de tan ingente imperio, con más de 6.000.000 de individuos, necesitó procesar una gran cantidad de información. Curiosamente, los incas nunca desarrollaron un sistema de escritura como mecanismo administrativo, aunque sí un método de cuentas denominado quipu. Un grupo especial de funcionarios del estado, hereditario, los quipucamayocs, memorizó la historia, los mitos y los censos estadísticos que fueron simbolizados por las cuentas de los quipus. El quipu es un conjunto de cuerdas atadas en un punto, o sucesivamente, a otra cuerda. Sobre ellas se practicaron pequeños nudos de uno o varios colores y situados a determinadas distancias de la atadura. Tales nudos tenían valor numérico para el sistema administrativo, pero también un valor cultural mediante el cual se recordaban historias y tradiciones.