Oficialmente, el califato desaparece en 1031 cuando los cordobeses deciden convertir la capital en una ciudad-estado controlada por los notables locales. Pero desde mucho antes el califato es sólo una ficción a cuyo frente alternan omeyas y beréberes ayudados y combatidos unos y otros por las intrigas cortesanas y familiares, por los jefes eslavos que sólo buscan crear sus propios dominios, y por los cristianos, interesados en controlar determinadas plazas fronterizas y ávidos de botín y de parias: incapaces de conquistar los dominios musulmanes por no disponer de hombres suficientes para proceder a una ocupación efectiva y a la repoblación del territorio, prefieren explotar económicamente su superioridad militar alquilando sus servicios a unas taifas contra otras y exigiendo el pago de tributos -parias- como garantía de la no intervención armada; se preferirán las campañas de intimidación a las de conquista y se ofrecerá ayuda militar a unos reinos contra otros a cambio de parias que llevan implícito el reconocimiento por quien las paga de una cierta dependencia vasallática hacia quien las recibe. El interés de las parias es doble: económico (se convierten en la principal fuente de ingresos de los reinos y condados cristianos) y político (las fronteras del reino protector se extienden teóricamente hasta las del protegido; éste pasa a formar parte de aquél).Seguros de su fuerza, los reyes cristianos no sólo cobran parias por la prestación de servicios militares, sino también por no intervenir, por no atacar los dominios del que paga; no dudan en cobrar parias a dos reinos enfrentados entre sí, reservándose el derecho de actuar en favor de uno u otro según sus conveniencias, ni tienen inconveniente en atacar a otro reino cristiano para defender a sus protegidos, para defender sus fronteras. Fernando I, rey de Castilla en 1035 y de León desde 1037 apoyó a al-Mamún de Toledo en 1043 contra Sulaymán ibn Hud de Zaragoza, y veinte años más tarde sus tropas defenderán al rey zaragozano contra Ramiro I de Aragón -hermano de Fernando-, que hallará la muerte en la batalla de Graus. En su testamento, Fernando I divide sus dominios y con ellos los reinos de taifas entre sus hijos reservando Badajoz y Sevilla al rey de Galicia; a León cede Toledo con Valencia, y Zaragoza quedaría para Castilla. En la no aceptación del testamento por el castellano Sancho II influyó sin duda el reparto de las parias-taifas que cortaba la expansión castellana hacia el Sur y lo obligaban a orientarse hacia el Este en competencia con aragoneses, navarros y catalanes. Renovadas las parias zaragozanas, Sancho intentará recobrar las tierras de Castilla cedidas por Sancho el Mayor a Navarra, y en la guerra Castilla tuvo el apoyo militar de su vasallo el rey musulmán de Zaragoza; una actitud semejante tendrán los reyes de Toledo y de Sevilla, acogiendo en sus dominios a los destronados Alfonso VI de León y García I de Galicia. Reunificados los dominios paternos tras la muerte de Sancho de Castilla y la prisión de García, Alfonso VI mantiene frente a los musulmanes la política de épocas anteriores: apoyo a Sevilla contra Granada al negarse los beréberes a pagar parias, al tiempo que ayuda a Toledo a ocupar Córdoba, anexionada por Sevilla. El resultado de esta política es un aumento de las parias y con ellas del descontento popular, que adopta formas violentas en Toledo a la muerte de al-Mamún (1075). El nuevo rey, al-Qadir, cede a las presiones de quienes le acusan de exigir impuestos ilegales, expulsa de Toledo a los partidarios de la sumisión a Castilla y se niega a pagar las parias. Sin el apoyo de León-Castilla, al-Qadir fue incapaz de sofocar una revuelta en Valencia, probablemente instigada por los agentes de Alfonso VI, que tampoco fueron ajenos a la guerra entre Badajoz y Toledo, a consecuencia de la cual el reino toledano perdió la mayor parte de las tierras cordobesas (1077) y terminó negociando su rendición a Alfonso VI, al que ofreció la ciudad siempre que los ejércitos castellanos le ayudaran a ocupar el reino valenciano (1080), y en 1085, tras cuatro años de asedio, Toledo se rendía pacíficamente después de que Alfonso diera garantías de respetar las personas y bienes de los musulmanes y de permitirles seguir en posesión de la mezquita mayor. Por su parte, los toledanos se comprometían a abandonar las fortalezas y el alcázar, es decir, a renunciar a toda actividad bélica.Doscientos años después de que los clérigos de la corte de Alfonso III profetizaran la reunificación por su rey de los territorios visigodos y, de manera expresa, la ocupación de las tierras musulmanas, Alfonso VI -rey de León y de Castilla- entraba victorioso en Toledo y comenzaba a utilizar el título de emperador al tiempo que reivindicaba la vinculación de su dinastía a los últimos reyes visigodos: "la ciudad, por decisión divina, permaneció durante 376 años en poder de los moros, blasfemos del nombre de Cristo, por lo que yo, entendiendo que era vergonzoso que se invocara el nombre del maldito Mahoma... en un lugar donde nuestros santos padres adoraron a Dios..., desde que recibí el imperium de mi padre el rey Fernando y de mi madre la reina Sancha... moví el ejército contra esta ciudad en la que en otro tiempo reinaron mis progenitores, poderosos y opulentos".La ocupación de Toledo, las nuevas presiones económicas ejercidas por el castellano, que llegó a nombrar fiscalizadores de las finanzas de los reinos musulmanes, y la construcción de la fortaleza de Aledo, entre Lorca y Murcia, hicieron ver a los musulmanes que al cobro de parias podía suceder una nueva etapa caracterizada por la ocupación del territorio, y los reyes de Sevilla, Badajoz y Granada se decidieron a solicitar la intervención de los musulmanes del Norte de África unificados por Yusuf ibn Tashufín, emir de los almorávides. Yusuf y sus aliados derrotaron a Alfonso en Zalaca o Sagrajas (1086), pero su victoria no tuvo efectos graves por la falta de acuerdo entre los reyes hispanos de al-Andalus y los almorávides, que sólo unos años más tarde se asentaron en la Península llamados por los alfaquíes y por los creyentes musulmanes, que acusaban a los reyes de incumplir los preceptos coránicos y de cobrar impuestos ilegales. En 1090 Abd Allah de Granada era depuesto y desterrado al norte de África; un año más tarde, Yusuf ocupaba Sevilla y en 1094 se apoderaba de Badajoz a pesar de los intentos de Alfonso VI de salvar ambos reinos.Los ataques almorávides pusieron en peligro la conquista de Toledo, que sin duda habría sido ocupada si los norteafricanos hubieran logrado unir a sus dominios andaluces los reinos de Valencia y de Zaragoza, que mantuvieron su independencia hasta 1102 y 1110. La resistencia de los valencianos (el reino era paso obligado para ocupar Zaragoza) se debió a la presencia en el reino de Rodrigo Díaz de Vivar, cuya historia ilustra mejor que cualquier tratado las relaciones entre cristianos y musulmanes.Momentáneamente, la presencia almorávide sirvió para incorporar a Castilla ciudades como Santarem, Lisboa y Cintra, cedidas por el rey de Badajoz a cambio de ayuda contra los norteafricanos (1093). La ocupación de Badajoz por los almorávides supuso la pérdida de Lisboa (sería conquistada definitivamente en 1147 con la ayuda de un ejército de cruzados ingleses en camino hacia Jerusalén) y obligó a reforzar la frontera repoblando y fortificando las ciudades del valle del Duero, en poder de los cristianos desde años antes y semiabandonadas mientras su defensa no fue necesaria. Raimundo de Borgoña dirige la repoblación de Zamora, Segovia y Salamanca, y Pedro Ansúrez la de Valladolid (1095) con ayuda de catalanes de Urgel, a cuyos condes veremos actuar en León a lo largo de todo el siglo XII. Por estos mismos años se repoblarán y fortificarán Ávila, Ayllón, San Esteban de Gormaz, Iscar, Coca, Cuéllar, Arévalo, Olmedo, Medina... cuyas milicias serán un eficaz contrapeso a la presión de los almorávides.La presencia de los condes de Urgel en tierras leonesas puede deberse, entre otras razones, a su alejamiento de la frontera musulmana, que les impide ampliar sus dominios y participar de las parias en condiciones normales. Cuando, en un ensayo de lo que serán las Cruzadas, Roma organiza y dirige una campaña contra Barbastro en la que participan caballeros italianos, franceses y catalanes, el conde de Urgel será uno de los jefes de este ejército y tendrá el control de la plaza junto al rey Sancho de Aragón, durante el año que dura el dominio cristiano de la ciudad, reconquistada en 1065 por el rey musulmán de Zaragoza. La presencia de aragoneses y urgelitanos en Barbastro no permite hablar de colaboración sino de rivalidad, que se extiende al cobro de las parias zaragozanas cuya importancia, así como los excesos de los cruzados de Barbastro, explican que en 1069 el rey de Navarra y el conde de Urgel se comprometan a no apoyar a los francos ni a los aragoneses que pretenden atacar Zaragoza, y a mantener la paz y la seguridad de los caminos a cambio del pago de parias por esta ciudad.La pugna entre navarros y aragoneses perjudica a ambos, y cuando muere el monarca navarro, Sancho Ramírez de Aragón es aceptado como rey único -1076- atendiendo a sus derechos, y, también, al interés de los barones de uno y otro reino que esperan obtener, actuando unidos, nuevos beneficios en el cobro de parias, cuya cuantía se incrementa desde la unión así como las tierras ocupadas a los musulmanes aprovechando las dificultades del rey de Zaragoza tras la invasión almorávide. Por estos años Aragón se extiende por Monzón, Albalate de Cinca y Zaidín, Almenar y Graus, y Sancho inicia los ataques a Huesca, en cuyo asedio muere en 1096. Su hijo Pedro ocupará la ciudad y cuatro años más tarde incorpora a sus dominios la fortaleza de Barbastro.
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El 24 de marzo entraba en Madrid el nuevo monarca, cuando las tropas francesas del general Murat, cuñado de Napoleón, se hallaban ya en Aranda. Ante las noticias de los sucesos de Aranjuez, Murat se dirigió rápidamente a la capital con 20.000 infantes y un numeroso cuerpo de caballería. Una vez en Madrid, y creyendo que si actuaba hábilmente podría conseguir ser nombrado rey de España por el Emperador, persuadió al rey destronado y al propio Fernando VII para que se dirigiesen a Bayona para entrevistarse con Napoleón. Toda la familia real aceptó la sugerencia pensando que podría tratar al emperador de igual a igual y que cada uno acabaría por obtener su apoyo para su causa personal. Primero salieron Carlos y María Luisa, y con ellos Godoy. Al poco lo hizo Fernando. Napoleón les esperaba en el castillo de Marrac, cerca de Bayona, y allí, con una habilidosa jugada diplomática, consiguió que Carlos renunciase a todos sus derechos sobre el trono español y que después fuese Fernando quien abdicase en su padre. De esa forma el Emperador se quitaba de en medio a padre e hijo y disponía de los derechos a la corona española para designar como rey a quien mejor conviniese a sus intereses. Fernando, su hermano Carlos, así como su tío el infante don Antonio, serían recluidos por Napoleón en el castillo de Valençay. Carlos y María Luisa marcharían a Italia, donde acabarían sus días, y Godoy quedaría también en Francia. Las vergonzosas abdicaciones de Bayona tuvieron lugar el 5 y el 6 de mayo de 1808. Unos días antes, concretamente el día 2 de ese mismo mes, se había producido el levantamiento contra los franceses en Madrid. Con él daba comienzo la Guerra de la Independencia, que mantendría en vilo al país durante los seis años siguientes y daría lugar a grandes acontecimientos de incalculables consecuencia para todos los españoles. Como advierte J. R. Aymes, la Guerra de la Independencia no ha de inscribirse en la tradicional enemistad entre Francia y España, pues durante más de un siglo el gobierno galo asumió gustosamente el papel de tutor al pretender inspirar la política extranjera del país vecino, estando destinada España a servir a aquélla. Las lanas españolas y las riquezas de su imperio colonial -todavía intacto-, habían suscitado el interés del Directorio, y a Napoleón le interesaba el valor estratégico de la Península para el control del Mediterráneo occidental y para poder neutralizar a Portugal, la tradicional aliada de Inglaterra. Pero por otra parte, también entra en juego en esta atención sobre España, la antipatía personal de Napoleón hacia los Borbones, aunque hasta las entrevistas de Bayona, en las que el Emperador se hace consciente de la gravedad del enfrentamiento en el seno de la familia real española, no concibe el proyecto de colocar en el trono español a un miembro de su propia familia. Napoleón creía en aquellos momentos que esta empresa no iba a encerrar mayor dificultad, puesto que pensaba que la Monarquía española era un edificio que estaba derrumbándose y que sus súbditos habían perdido las virtudes de las que habían hecho gala en épocas pasadas. "En fin -concluye Aymes- la expedición a España deriva de una serie de consideraciones entre las que se encuentran mezclados la debilidad militar del estado vecino, la complacencia de los soberanos españoles, la presión de los fabricantes franceses, la necesidad de arrojar a los ingleses fuera de Portugal, la enemistad del Emperador hacia la dinastía de los Borbones, los imperativos de una estrategia política para el conjunto del Mediterráneo y, por fin, para remate y para ocultar ciertos cálculos sucios, los designios de Dios o las exigencias de una filosofía ad hoc". Este párrafo resume acertadamente, en muy pocas palabras, la multiplicidad de causas que llevaron a Napoleón a volcar su interés por el dominio de España. Cuando Fernando VII partió desde Madrid hacia Bayona, nombró una junta de Gobierno presidida por el infante don Antonio e integrada por cuatro ministros de su, hasta entonces, efímero reinado. Esta Junta sería depositaria de una soberanía que no será capaz de ejercer a satisfacción de los españoles que demandaban una actitud firme frente a los invasores franceses. El descontento de la población ante el descrédito que le merecía la Junta, sería el desencadenante del conflicto. El incidente que hizo estallar la crisis fue el traslado del infante don Francisco de Paula, el único de los hijos de Carlos IV que aún permanecía en Madrid. Un grupo de personas intentó que abandonara la villa y atacó a un escuadrón francés que sólo pudo salvarse del linchamiento gracias a la intervención de un destacamento de soldados españoles. Estos incidentes determinaron una violenta reacción popular que se extendió por toda la ciudad. Las tropas francesas que se hallaban acantonadas en los alrededores de la ciudad acudieron a sofocar la revuelta, que cobraba por momentos una mayor dimensión. Las turbas madrileñas consiguieron tomar el arsenal de la calle de la Montera y obtener la adhesión de los capitanes de artillería Daoiz y Velarde. No obstante, Murat pudo desplegar sus tropas y reprimir los núcleos de resistencia, centrados en el Parque de Monteleón y en la Puerta del Sol. Las medidas de castigo que se tomaron inmediatamente fueron tajantes. Los fusilamientos que tuvieron lugar al día siguiente, magistralmente reflejados en la famosa pintura de Goya, pusieron de manifiesto la gravedad del enfrentamiento, pero al mismo tiempo contribuyeron a hacer correr como la pólvora la llamada a la insurrección a lo largo y a lo ancho de todo el país. Algunos historiadores, como Carlos Corona y más recientemente Aymes, han insinuado la posibilidad de que el levantamiento del 2 de mayo no fuese tan espontáneo como tradicionalmente se había pensado. Corona defendía la hipótesis de que la actitud de los españoles respondía a una conspiración preparada con anterioridad, quizás para derribar del poder a Godoy y al propio Carlos IV, y que no hubo que materializar a causa de la rápida caída de éstos tras el motín de Aranjuez. Toda la trama permaneció intacta y fue ahora, a comienzos de mayo, cuando se utilizó, no para la finalidad originaria para la que se había creado, sino para actuar contra la ocupación de los ejércitos napoleónicos. Fuera, o no tan espontáneo el levantamiento del 2 de mayo, de lo que no cabe la menor duda es de su popularidad. La inmensa mayoría de los españoles, sin distinción de edad, condición o sexo, se sumaron inmediatamente a la resistencia contra los franceses.
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Los aliados habían ocupado la totalidad de Alemania. La cuestión era cómo administrar el país y cómo dividirlo en zonas de ocupación. Será finalmente en Potsdam donde se concreten, tras la reunión de los ejércitos aliados, Montgomery, Zhukov y Eisenhower, las normas a seguir durante el tiempo de control aliado: extirpación del militarismo alemán y del nazismo; abolición de todas las fuerzas germanas; disolución de las organizaciones nacionalsocialistas; abolición de las leyes hitlerianas discriminatorias por razón de raza, credo y oposición política; arresto y posterior juicio de los criminales de guerra; proceso de desnazificación, control de enseñanza y del sistema judicial, y, por último, las cuestiones fronterizas y los estatutos territoriales de algunas provincias del Este. Respecto a la futura administración de Alemania, se decidió desarrollar una política de descentralización junto al fomento o restauración de los Gobiernos locales mediante consejos electivos y demás procedimientos democráticos, siembre bajo la vigilancia y control de los ocupantes. Aunque no se establecería de momento ningún Gobierno central, se hacía imprescindible el funcionamiento de los departamentos administrativos esenciales, de Finanzas, Transportes, Comunicaciones, Comercio Exterior e Industria, siempre bajo la dirección del Consejo Aliado de Control. La división de Alemania en tres zonas, primero, y en cuatro, más adelante, mediante un nuevo reparto, para incluir a Francia, en la región occidental, permitió ver cómo se dibujaban dos posiciones opuestas. Mientras que Rusia y Francia, las principales víctimas del nazismo, pugnaban independientemente por una Alemania invertebrada, sujeta, dividida, Estados Unidos e Inglaterra optaban por una Alemania liberal, centralizada y fuerte, aunque también con sendas diferencias en su interpretación del futuro. Ciertamente fueron los norteamericanos los más prácticamente decididos a olvidar y los menos preocupados por un posible resurgimiento del nacionalsocialismo. La presencia británica resultó más dura. Los rusos trataron en todo momento de obviar cualquier coordinación política y, lo mismo que los franceses, se mostraron contrarios, aunque por razones diversas, a la creación de organismos centrales alemanes. Las autoridades norteamericanas y británicas sintonizaron muy pronto tanto en su aversión hacia la división en zonas -el miedo a la balcanización de Alemania- como en la proyección de sus pensamientos y propósitos, y por imperativos económicos y razones de eficacia fueron proclives a la fusión de sus zonas. Cuando, a principios de 1947, se consiguió la fusión nadie pudo sorprenderse, se trataba de lograr una zona económica conjunta capaz de autoabastecerse, y sólo resultó posible mediante la creación de un Consejo Económico alemán capaz de actuar con la autonomía concedida por otro Consejo bipartito compuesto por norteamericanos e ingleses. Hasta el otoño de 1949, una vez constituida la República Federal Alemana, no se unió la zona francesa, y ello por imperativos de eficacia y exigencia de coordinación occidental plena, una vez que el Consejo económico alemán desde 1948 equivalía en la práctica a un Gobierno alemán que reducía sus actividades fundamentalmente al aspecto y objetivo económicos. Algo semejante se dio en el orden político como consecuencia de la división. En la zona confiada a Estados Unidos el Gobierno militar nombró desde principios de la ocupación un ministro presidente en cada uno de los Länder, y entre ellos formaron gabinetes de ministros también alemanes, previamente aprobados por el Gobierno militar norteamericano. Esos gabinetes, desde principios de 1946, se apoyaron en asambleas consultivas, cuyos miembros procedían de los cuatro principales partidos políticos. Fueron el origen del Consejo Regional -el Länderrat-, fiscalizado por la Oficina Coordinadora Regional del Gobierno militar de Stuttgart, que creó una secretaría permanente, más tarde ampliada y convertida en directorio. En la práctica y progresivamente se fue convirtiendo en un Gobierno alemán con jurisdicción en asuntos de importancia secundaria, aunque siempre bajo la tutela de las autoridades norteamericanas. Los británicos siguieron de cerca, aunque más pausadamente, el ejemplo norteamericano y crearon, con menos entusiasmo y con más reticencias, un organismo central alemán aglutinante de sus tres Länder. Sólo en marzo de 1946 se llegó en Hamburgo a la consolidación de una entidad política alemana parecida al Consejo Regional o Länderrat. Los franceses fueron los más reacios en el sector occidental a la creación de estos organismos alemanes. Nunca llegaron a permitir la consolidación de sus Länder en un organismo común, y sólo permitieron a los alemanes participar en consejos y comisiones secundarios, sin carácter ejecutivo alguno. En la zona soviética, finalmente, el control y la vigilancia fueron mayores. La Administración central alemana allí establecida vivió estrictamente subordinada a las autoridades militares soviéticas, y sólo en 1947 crearon los rusos una Comisión Económica que sustituía a todos los organismos administrativos y sirvió de núcleo para el futuro Gobierno alemán en la República Democrática. Como síntesis de la ocupación y de la política de los vencedores en cada una de sus zonas destaca la prisa y casi impaciencia de Estados Unidos por traspasar el gobierno a los alemanes, ceder la Administración a personas civiles, transferir a los Länder las funciones desempeñadas por el Gobierno militar. Todo ello facilitó que, en abril de 1946, los representantes y fuerzas de este Gobierno militar se retiraran de municipios y distritos, y a fines del mismo año pudo el Gobierno dar por concluidas sus funciones administrativas, aunque siguió reservándose la fiscalización y el asesoramiento oportuno. El problema más arduo y el que más complicó en adelante tanto la marcha de la ocupación como el desarrollo de la guerra fría fue la división de Berlín en sectores. Aquí las líneas de demarcación tomaron en la práctica carácter de fronteras, de modo que se hicieron precisos pasaportes y permisos especiales para cruzar del Oeste al Este, y viceversa. En cada zona la vida se organizó según las características y exigencias de las autoridades de ocupación, y hasta las actividades culturales y políticas reflejaban esta influencia y dirección. Pese a este particularismo reinante en cada zona, el Consejo Aliado de Control dictó disposiciones que comprendían a toda Alemania; pero, como el mismo K. Adenauer señala en sus Memorias, en la práctica el Consejo no funcionaba. El 9 de septiembre se publicó una disposición del Consejo disponiendo que en el futuro los aliados regularían todas las cuestiones que afectasen a las relaciones de Alemania con otros países, pero la anulación de todos los servicios diplomáticos y consulares alemanes supuso, en la práctica, el trasvase de la división a cualquier relación exterior.
obra
La Apoteosis de Homero, enorme lienzo que se le encargó a Ingres para decorar el techo delLouvre, requirió enormes trabajos y estudios preparatorios de las figuras. Esta Odisea es un estudio previo a la figura que representa simbólicamente al famoso libro de Homero. En el cuadrito, aparece bajo la apariencia de una joven mujer, pensativa, al estilo de las estelas funerarias griegas, muy conocidas durante el Neoclasicismo. Está de perfil, con una túnica corta, como se reservaba a las mujeres guerreras de la Antigüedad. En la mano lleva una lanza rota y parece meditar acerca de temas solemnes. Está sentada sobre una roca sobre la que se ha grabado en caracteres griegos su nombre, Odisea, el viaje de Odiseo o Ulises. En el cuadro definitivo la figura ha variado un poco: la lanza está atravesando la diagonal del cuerpo femenino y la mujer lleva una túnica larga que le cubre también los brazos, y el pelo recogido en un moño, como una matrona y no como una guerrera.
contexto
El acorazado de bolsillo alemán Graf Spee, 14.000 toneladas de desplazamiento equipado, 28 nudos de velocidad punta y un formidable armamento inició su vida como corsario el 3 de septiembre de 1939. Lo mandaba el capitán de navío Hans Langsdorff, de 43 años y gran prestigio en la marina. Este buque fantasma recorrió el Atlántico de norte a sur, donde estableció su centro de correrías, actuando preferentemente sobre las rutas marítimas que desde Asia, África y América se dirigen hacia Gran Bretaña. En cien días de actuación en estos escenarios, con una incursión en el Índico para despistar a siete grupos navales anglofranceses que le perseguían, hundió nueve mercantes con un desplazamiento bruto aproximado de 50.000 toneladas. En esa dilatada singladura corsaria, Langsdorff dio muestras de gran astucia y capacidad, burlando una y otra vez a sus perseguidores, y se granjeó el respeto de sus enemigos pues ni un sólo marinero murió en los buques mercantes atacados por él. El 13 de diciembre, acechaba Langsdorff la ruta de los mercantes británicos, cuando hacia las seis de la mañana sus vigías dieron la voz de alarma; tres buques a poco más de 20 millas de distancia. El Graf Spee se hallaba frente al gran estuario del Plata, a unas 280 millas de Punta del Este. El capitán alemán creyó que se trataba de un crucero y dos destructores, que protegían la andadura de un convoy de mercantes. Langsdorff ordenó zafarrancho de combate a las 6,20 de la mañana y abrió fuego con sus cañones de 280 mm. sobre los tres buques enemigos, que realmente eran los cruceros ligeros Ajax y Achilles y el crucero pesado Exeter, mandados por el comodoro Hartwood El Gran Spee alcanzó pronto al Exeter, que en una hora encajó siete impactos de 280 mm. y padeció un constante ametrallamiento. A las 7 de la mañana debía abandonar el combate con todas sus torres inutilizadas y a muy escasa velocidad, pues tenía muchas vías de agua. Pero mientras los dos buques grandes se cañoneaban, el comodoro Hartwood, logró acortar distancias con sus dos cruceros ligeros, cuya artillería de 152 mm, acertó numerosas veces al acorazado de bolsillo, causándole numerosos daños superficiales. Pero dos impactos consecutivos del Graf Spee desmontaron la mitad de la artillería al Ajax. A las 7,30, a sólo 4 millas de distancia, el buque alemán podía disparar más del doble que sus dos oponentes juntos, con la particularidad que sus granadas taladraban a 1os británicos como si fueran de lata, mientras que estos no dañaban la obra viva, ni las torres blindadas del acorazado. A las 7,38, el Ajax perdía sus mástiles y antenas y su obra muerta era una criba. El comodoro Hartwood ordenó retirada, tratando de salvarse in extremis. ¡Cuál no sería su asombro cuando vio que el corsario alemán se alejaba, sin perseguirles ni dispararles! Lo que queda de la historia es un completo misterio. Ese día, sin que difiera ninguna voz autorizada, Langsdorff pudo echar a pique a los tres cruceros británicos y, en vez de perseguirles cuando eran fáciles presas, se internó en Montevideo, tratando de reparar sus daños, tarea estimada en dos semanas. No autorizó el gobierno uruguayo tan dilatada estancia pese a las ciegas presiones de la embajada alemana. El día 17 sacó Lansdorff su buque del puerto y lo barrenó en el estuario del Río de la Plata. Increíble victoria británica, que ese día sólo podía oponer al poderoso buque alemán dos pequeños y heridos cruceros. Langsdorff, desequilibrado por tan prolongada estancia en el mar, por el intenso combate, por su error inicial de haber entablado aquella batalla, por unas pequeñas heridas sufridas en su curso, cometió un error tras otro, hasta su suicidio el 20 de diciembre en Buenos Aires.
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Desde el mes de junio de 1969, según el programa de la administración Nixon, las fuerzas americanas habían comenzado a regresar a los Estados Unidos, de forma que a comienzos de 1972 su presencia se podía cuantificar en tan sólo unos 139.000 hombres pertenecientes en su mayor parte a unidades logísticas y de soporte. La misma decisión fue adoptada por las unidades neozelandesas y australianas, que para entonces habían regresado completamente a su país. Las únicas unidades de combate que quedaban, con misiones prácticamente defensivas, eran el primer Regimiento de Caballería y la primera Brigada aérea, en el área de Saigón, y la 196 Brigada de infantería de Da Nang. Se cerraron numerosas bases y otras fueron puestas bajo el control del ejército survietnamita. Además, entre las formaciones aliadas que aún se encontraban presentes, había un contingente surcoreano y un cierto número de consejeros militares al abrigo de algunos comandos y unidades de elite. El general Giap, Jefe de Estado Mayor de las fuerzas de Hanoi, pensó que había llegado el momento de ordenar una invasión a gran escala dirigida a la conquista de territorios survietnamitas y, si se consiguiera la victoria, destinada también a llevar al fracaso al gobierno de Saigón. La operación se planificó de forma que las fuerzas atacantes procedieran según tres directivas en tres diferentes áreas tácticas. La primera directiva de ataque se colocó al sur de la zona desmilitarizada teniendo como objetivo Quang Tri; la segunda, a través de los altiplanos centrales, y dirigida hacia Kontum, mientras que la tercera, dividida en dos troncos, apuntaba hacia An Loc y Tay Ninh, situada a cien kilómetros de Saigón. La totalidad del ejército regular nordvietnamita se implicó en esta operación utilizando un elevadísimo número de carros armados de fabricación soviética T34, T54 y T55, además de los vehículos blindados PT76, apoyados por la artillería de largo alcance y por los misiles antiaéreos SAM. La fuerza nordvietnamita implicada en el ataque de norte a sur podía ser cuantificada en unas 14 divisiones además de 27 regimientos autónomos. El primer ataque tuvo lugar durante las primeras horas del 30 de marzo en la zona desmilitarizada, protegido por un violentísimo fuego de artillería que cogió de improviso a las unidades survietnamitas. Las viejas bases de fuego americanas cayeron una detrás de otra bajo la fortísima presión de los atacantes, que parecían, cada vez más, imparables. En cinco días, muchas áreas septentrionales pasaron a ser controladas por Hanoi, excepto la cabeza de partido regional de Quang Tri, a pesar de que la situación no era de las mejores. Así llegó el momento del segundo ataque dirigido, en la parte meridional, contra Tay Ninh, que fue destruida, y contra An Loc, que fue rodeada; mientras, en los altiplanos centrales, otra fuerza de ataque, la tercera, se dirigía hacia Kontum. El ejército survietnamita, privado del soporte combatiente terrestre americano y aliado, se encontró de golpe, sin más opciones, con la necesidad de hacer frente un asalto de enormes consecuencias, para el que, al menos al comienzo, no estaba preparado. La misma elección del período del año, el comienzo de la estación monzónica, querido por el general Giap, estaba a favor de los atacantes en cuanto que impedía un constante apoyo aéreo a los defensores. Los combates fueron particularmente duros durante todo el mes de abril. Un intento de contraataque coreano en la zona de los altiplanos centrales no obtuvo ningún resultado, a excepción de aumentar el número de los caídos en ambas formaciones. El uno de mayo, la presión nordvietnamita fue tal que provocó la caída de Quang Tri. La respuesta americana no se hizo esperar; el presidente Nixon ordenó a los seis portaaviones americanos presentes en el Mar Chino meridional que realizaran incursiones para bombardear a las fuerzas atacantes; la orden, además, se extendió a las formaciones de bombarderos B 52 y a otros bombarderos que operaban desde las bases de Thailandia y la isla Guam. Una verdadera avalancha de fuego se abatió sobre los comunistas. Los bombardeos provocaron numerosas pérdidas en las unidades nordvietnamitas, que no consiguieron detener totalmente la ofensiva. De esta forma, a principios del mes de mayo, el gobierno americano decidió minar los puertos de Vietnam del Norte para intentar desestabilizar la situación que se estaba creando en la península. La estrategia del general Giap no resultó totalmente adecuada; la opción de dividir las propias fuerzas para atacar en tres puntos diferentes llevó a los nordvietnamitas a no disponer de fuerzas suficientes, después de los éxitos iniciales, para posteriores y decisivos avances en profundidad... Además, después de los grandes éxitos iniciales, los atacantes se detuvieron, permitiendo al ejército de Saigón reorganizar sus propias filas y enviar unidades de socorro. Otro elemento negativo a tener en cuenta durante los ataques de las unidades de Hanoi fue el de que la mayor parte de los comandantes desplazados al campo no tenía experiencia en la cooperación con unidades de infantería y unidades acorazadas. Por ello, los medios acorazados se lanzaron con frecuencia en infructuosos ataques sin la protección de la infantería, o fueron enviados a zonas llenas de escombros, creados por la propia artillería nordvietnamita, en donde se convirtieron en una presa fácil, imposibilitados para maniobrar adecuadamente por las unidades de infantería survietnamita armadas con armas anticarro. Además de eso, los continuos ataques de las unidades de infantería contra las plazas fuertes del gobierno de Saigón supusieron unas pérdidas humanas muy elevadas, lo que a la larga hizo que disminuyera la supremacía numérica de los nordvietnamitas en relación con el contingente con que contaba al comienzo de la ofensiva. De esta forma, el tan esperado derrumbamiento del ejército de Saigón no se produjo; es más, éste se armó de valor y detuvo a sus atacantes. Las ciudades de Hué, Kontum y An Loc, aunque llenas de interminables asedios, resistieron: durante el Tet, los soldados survietnamitas comprendieron que estaban combatiendo por la propia tierra y por su propia supervivencia. Hay que hacer notar, además, que la sustitución de algunos oficiales incompetentes, ordenada por el presidente Van Thieu, fue otro elemento que excitó la combatividad de algunas unidades. Las fuerzas de Saigón eran decididamente inferiores a los atacantes, los cuales habían recibido buenos apoyos de medios y materiales de la Unión Soviética y de China, y se habían aprovechado de bases de partida en los vecinos territorios neutrales. Frente a dicha superioridad, el apoyo aéreo estadounidense fue un elemento de soporte nada desdeñable que favoreció el rechazo de las distintas ofensivas actuando sobre las líneas de refuerzo evitando su regularidad. Durante el mes de mayo, los combates prosiguieron en cada una de las tres regiones militares con una intensidad verdaderamente elevada, aunque los atacantes iban perdiendo poco a poco la iniciativa. Durante los primeros días del mes de junio, los comunistas comenzaron a retirarse, atacados por los cuerpos de elite survietnamitas, como los marines y las unidades de paracaidistas. El ejército survietnamita demostró ser capaz de operar a nivel terrestre incluso sin las unidades de infantería americanas, a pesar de que las bases de partida y los "santuarios" enemigos de Camboya y Laos permanecieron intactas, permitiendo las operaciones de salvamento de las unidades de Hanoi supervivientes y su reconstrucción, apoyados por todos los países del Este. Tres años más tarde, tal cantidad de medios y armamentos resultó fatal para Vietnam del Sur, completamente abandonado por los occidentales. Un arma decididamente característica y particularmente utilizada durante los encuentros de la Ofensiva de Pascua fue el lanzamisiles M72 LAW (Light Anti-Armour Weapon). En dotación en las fuerzas armadas estadounidenses como arma ligera anticarro, también fue entregado al ejército survietnamita para los destacamentos de infantería. Se trata de un lanzamisiles de disparo individual utilizable una sola vez, de peso muy contenido (2,35 kg) capaz de perforar corazas de acero de hasta incluso 30 centímetros de espesor. Se compone de dos tubos concéntricos, el exterior de vetroresina, con los mecanismos de disparo y de puntería, y el interior, de aluminio, en el que se contiene el misil. La estabilización del misil se producía durante el vuelo mediante unas aletas especiales. El peso contenido del 72 LAW permitía que, en casos de necesidad, un soldado pudiera llevar incluso dos o tres, además del normal equipamiento. Un inconveniente que se encontró en el arma después de largos períodos de almacenamiento en zonas especialmente húmedas de Indochina era el malfuncionamiento eléctrico. Con todo, el arma demostró ser decisiva y contundente contra los vehículos acorazados comunistas, que en muchos casos pagaron a un alto precio sus distintos intentos de ataque. Otra arma que pudo demostrar durante el conflicto, por enésima vez, sus cualidades, fue la pistola semiautomática Browning HP de calibre 9 mm. Especialmente apreciada durante el segundo conflicto mundial por ambas formaciones, en Vietnam fue adoptada principalmente por miembros de las fuerzas especiales y por los consejeros militares americanos y aliados, convirtiéndose enseguida en el arma utilizada también por los destacamentos de elite survietnamitas. El arma se apreciaba por su precisión de tiro y por tener el cargador de dos hileras de trece cartuchos que le permitía una autonomía de tiro muy superior a la Colt 1911 calibre 45. Estaban disponibles varios modelos con alza regulable o sin ella, según el tipo de uso que se le fuera a dar, o de las demandas del usuario. El único punto, tal vez, en su contra, puede ser, según afirma un cierto número de especialistas con experiencias bélicas en el área, que requiere una mayor necesidad de manutención, siempre en relación con la Colt 1911 reglamentaria de las fuerzas armadas americanas y survietnamitas. A parte este pequeño punto negro, la Browning HP es un arma de óptimo nivel, encontrándose aún hoy en uso en numerosos ejércitos.
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En enero de 1968 el Vietcong y los norvietnamitas llevaron a cabo la ofensiva del Tet (un mes del calendario vietnamita) que supuso una derrota total para ellos, pero que significó también una abrumadora victoria psicológica. Hué, una de las principales ciudades, fue ocupada durante veinticinco días, pero el mayor daño de cara a la opinión mundial fue causado por la imagen de un general sudvietnamita ejecutando de forma sumaria a un Vietcong. Los norvietnamitas pudieron haber ejecutado a 5.000 personas en Hué, en ocasiones por procedimientos tan bárbaros como enterrarlos vivos, pero, al mismo tiempo, sufrieron 40.000 muertes. A partir de este momento la guerra fue ya definitivamente impopular en los Estados Unidos, al mismo tiempo que los medios de comunicación se manifestaban por completo opuestos a la participación en el conflicto. El verdadero campo de batalla fue, pues, la opinión norteamericana y a este respecto no hay que olvidar que lo que se vio por la televisión fue unidimensional porque no aparecieron, por razones obvias, las atrocidades cometidas por los norvietnamitas. Uno de cada tres norteamericanos cambió de opinión acerca de la Guerra de Vietnam en los meses iniciales de 1968. En realidad, nunca hubo una genuina iniciativa de paz de los vietnamitas. Desde 1964 hubo, sin embargo, intentos por parte norteamericana de llegar a ella que no encontraron verdadero apoyo en los soviéticos, los cuales, pese a la distensión, no querían presionar demasiado a los vietnamitas, pues temían que éstos se lanzaran a los brazos de los chinos. Sólo en octubre de 1968 se iniciaron las conversaciones de paz en un momento en que se habían suspendido los bombardeos en el Norte. Los sudvietnamitas se negaron a participar en ellas. Siempre durante la administración Johnson, se partió de la base de que cualquier acuerdo debía suponer la retirada de las tropas nordvietnamitas. Como les había sucedido a los franceses en Argelia, se necesitó un largo período de tiempo para que los Estados Unidos pudieran desembarazarse del problema de Vietnam y se hizo con un grave problema para la conciencia nacional. El problema fundamental para los norteamericanos fue que su opinión pública pedía dos cosas por completo contradictorias, como eran poner fin a la guerra sin, al mismo tiempo, capitular. Lo más grave, sin embargo, era que se sentía una profunda sensación de malestar, pues daban la sensación de ser penosamente conscientes de que estaban en malas compañías.
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Para la población vietnamita, el Tet, el año nuevo lunar, representa un período de paz que se distingue por un "cese el fuego", normalmente aceptado tanto por los del vietcong comunistas como por el gobierno de Saigón. Como cada año, también en 1968 el comité directivo comunista anunció la tregua, aunque en realidad, aprovechando el permiso concedido a los soldados survietnamitas y que las ciudades estaban llenas de civiles en fiesta, infiltró a numerosos guerrilleros que asaltaron objetivos clave: mandos militares, estaciones de radio, puestos de policía, etc. La ofensiva comunista, desarrollándose a lo largo de todo el territorio de Vietnam del Sur y dirigida contra las ciudades y los lugares principales, utilizó alrededor de 84.000 hombres entre soldados del vietcong y soldados regulares nordvietnamitas. Los golpes más duros fueron lanzados contra Saigón y Hué; con todo, debido a las dimensiones de la operación, las fuerzas comunistas habían diezmado demasiado sus propias filas y en muchas ciudades y cabezas de partido menores fueron aniquilados en el giro de pocas horas. Por vez primera, los soldados del vietcong trasladaron la guerra de la campiña y de la jungla a las áreas urbanas. Al contrario que en otras ciudades, los encuentros en Saigón y en Hué fueron particularmente ásperos y prolongados y el nivel de destrucción elevado. Las peores acciones tuvieron lugar en Hué, en donde la presencia survietnamita estaba limitada a una compañía de soldados y algunos elementos de unión americanos. La unidad más cercana estaba acuartelada en Phu Bai, doce kilómetros hacia el sur, en donde había marines americanos. La ciudad, única entre las tantas atacadas, cayó rápidamente en manos, del vietcong, a excepción de los pequeños enclaves. Después de esto, los ocupantes dieron vía libre a una serie de brutalidades jamás vistas, comenzando por asesinar a sangre fría a muchas personas implicadas en el régimen de Saigón. Siguiendo la lista de acciones preparada desde hacía tiempo, asesinaron a administradores, funcionarios gubernamentales, policías, comerciantes, además de otros muchos que habían tenido vagos encuentros con el régimen. También fueron asesinados numerosos occidentales, entre los que se encontraban Stephen Miller, del US Information Service, el doctor Horst Gunther Krainick con su mujer y otros dos médicos alemanes, dos misioneros benedictinos franceses y otros muchos. En los meses que siguieron se encontraron fosas comunes en las que fueron enterrados un total de unos tres mil hombres. Las víctimas fueron asesinadas mediante disparo con arma de fuego, apuñaladas e incluso sepultadas vivas. El terror se utilizaba con frecuencia por parte de las tropas de Hanoi, aunque, al ser normalmente practicado en la campiña, resultaba muy difícil de descubrir. La técnica de ataque adoptada por el vietcong era muy simple: después de la infiltración de los primeros elementos, camuflados con vestidos civiles, y el comienzo del ataque de éstos contra los centros neurálgicos, seguían oleadas sucesivas desde el exterior que se reconducían hacia los precedentes y se atrincheraban en posiciones difíciles de atacar. Después del encuentro inicial, las unidades americanas y survietnamitas comenzaban el contraataque. En Saigón estaban presentes el 716° batallón de la policía militar americana, una unidad de rangers survietnamita y algunos elementos de la policía nacional. Las unidades americanas, normalmente adiestradas para operar en campo abierto, con una mayor potencia de fuego y una elevada movilidad, se vieron obligadas a combatir a corta distancia entre laberintos de callejuelas. Junto a ello, se expusieron al tiro de los tiradores de elite enemigos, escondidos entre las ruinas de los edificios y en cualquier lugar idóneo para contrarrestar al adversario. La elección táctica americana, aplicada durante la reconquista de Hué, consistía en asegurarse un punto de apoyo en medio de las callejuelas del barrio en el que estaban operando para de allí intentar expandirse combatiendo casa a casa. El armamento del vietcong consistía principalmente en fusiles automáticos AK 47, lanzamisiles RPG y fusiles SKS "Simonov". El fusil SKS, de calibre 7,62 x 39, ya demostrado particularmente idóneo en los combates en la jungla, gracias a su peso contenido, a su precisión y a la limitada necesidad de manutención, demostró estar a la altura de su fama incluso en las áreas urbanas. En numerosas ocasiones, el arma se reveló particularmente letal. Tiradores de elite dotados del "Simonov" modelo base, o del modificado con el añadido de una óptica, consiguieron matar o herir a personal americano incluso a distancias más bien grandes. Para el tiro de precisión durante las operaciones de los tiradores de elite, el arma fue provisionalmente privada del asta de recuperación de gas, trabajando con obturador manual, es decir, sujeta a menores vibraciones durante el disparo. Por su parte, las unidades americanas y survietnamitas, al no disponer en las ciudades de la cobertura de los grandes calibres, hicieron abundante uso de las ametralladoras M 60 calibre 7,62 NATO. El combate en el tejido urbano difería completamente del realizado en campo abierto; el avance se realizaba metro a metro, edificio a edificio, con ángulo de visual muy restringido y con el riesgo de convertirse en objeto del tiro del adversario a 360°, no sólo a nivel de calle, sino también de posiciones más elevadas. Obligados a moverse entre montones de ruinas y cruces de calles, las unidades de contraataque, disponiendo de una potencia de fuego superior gracias a las M 60, tuvieron un ligero margen de ventaja operativo y pudieron, día a día, mostrar su superioridad frente al enemigo. La M 60 fue distribuida a las fuerzas armadas americanas en 1961, estando todavía hoy en uso. Además de la versión base existen otras versiones ligeramente modificadas para el uso en helicópteros, jeep y medios acorazados. En numerosos casos, las fuerzas americanas, durante los denominados combates ciudadanos, utilizaron los helicópteros Huey dotados de ametralladoras M 60 montadas sobre salientes laterales gracias a los cuales eran capaces de golpear al enemigo, quien de vez en cuando resultaba más bien inaccesible por parte de las unidades de infantería. La ciudad de Hué fue declarada segura después de unos veinte días de durísimos combates como los descritos. Uno de los objetivos de la ofensiva del Tet era provocar un levantamiento popular capaz de provocar la caída del gobierno de Vietnam del Sur y la disgregación de su ejército. Sin embargo, no hubo ninguna sublevación y el gobierno permaneció firme en su propio puesto. Las tropas survietnamitas combatieron bien y con decisión junto a los americanos, tal vez porque tenía bien visible, en aquél momento, los objetivos de su lucha: la defensa de sus familias y de sus casas. La victoria militar survietnamita en el campo apareció innegable; con todo, ante la opinión pública americana y europea las cosas parecieron más bien distintas, debido, casi con toda seguridad, al particular modo en que la prensa y la televisión occidentales contaron lo ocurrido, privilegiando scoop y casos individuales sin dar una visión general y un análisis completo de la situación.
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El 9 de febrero de 1962 el Gobierno de Franco, a través del ministro Castiella, solicitó del Mercado Común una apertura de negociaciones para la asociación con vistas a una adhesión futura. Esta fórmula tenía implicaciones políticas pues pocos meses antes la Asamblea Parlamentaria de la CEE había aprobado el informe Birkelbalch, que establecía que tanto la asociación como la adhesión plena exigían la existencia o la tendencia hacia un cierto nivel de desarrollo económico, de compromiso con el bloque occidental y de sistema democrático. Aunque las expectativas de la mayoría del Gobierno de Franco eran puramente económicas, puede ser que la elección por Castiella de la fórmula de la asociación implicara una voluntad de apertura política del Régimen. La reacción de los Gobiernos ante la petición española fue positiva en los casos de Alemania y Francia, mientras que otras potencias europeas evitaron un pronunciamiento prematuro. Por el contrario, la petición de asociación desató rápidamente campañas de opinión antifranquistas. No en vano en esas fechas se habían reactivado las comisiones para España de las Internacionales políticas y sindicales de orientación socialista y democristiana. Además, el grupo socialista de la Asamblea Parlamentaria europea presentó una moción que rechazaba siquiera el inicio de las conversaciones. No obstante, el Consejo de Ministros de la CEE realizó un acuse de recibo de la petición del Gobierno de Franco y, en mayo, el Consejo de Europa recomendó algún tipo de asociación económica siempre que se aprobaran cambios políticos. La coincidencia de la petición de asociación con las huelgas generalizadas de Asturias y el País Vasco y, sobre todo, con la represión de los participantes en el Coloquio europeísta de Munich, originó una nueva campaña internacional de condena contra el régimen franquista. Por ejemplo, las intersindicales presentaron una solicitud de una misión de investigación ante las medidas represivas y varias quejas ante el comité de libertad sindical de la Organización Internacional del Trabajo. El cambio del Gobierno de Franco de julio de 1962 permitió contrapesar algo la mala imagen internacional que había traído consigo tanto la represión como las concentraciones y discursos de contenido antiliberal. En enero de 1963 el Consejo de Ministros de la CEE trató la cuestión española. El Gobierno de Bélgica fue el más beligerante contra la petición de España, alegando la falta de libertad religiosa de los no católicos. Lo más decisivo fue, no obstante, el veto de De Gaulle hacia la solicitud británica de adhesión. Este veto paralizó todas las negociaciones. Dos años después de la primera solicitud, Madrid volvió a insistir ante el Mercado Común. En julio de 1964, la respuesta de Bruselas se limitaba a aceptar la discusión de los problemas que el desarrollo del Mercado Común planteaba a España sin considerar la perspectiva de la asociación. Aunque Castiella, cada vez más pesimista, siguió buscando vías para eliminar los obstáculos políticos, las propias dificultades internas de la CEE, como la actitud francesa hacia el Reino Unido o la política agrícola, reducían al mínimo las expectativas españolas. Hacia 1965 quedó claro que no se podía esperar ninguna concesión política del Mercado Común. Mientras que los aperturistas del Régimen habían esperado algún tipo de reconocimiento europeo que impulsara los cambios internos, las instituciones comunitarias exigían reformas democratizadoras antes de la asociación. Los lazos entre la dictadura de Franco y la Comunidad Económica Europea habrían de circunscribirse a las relaciones comerciales. Por fin, en 1967, cinco años después de la primera solicitud española, la CEE ofreció un Acuerdo Preferencial. Esta oferta europea, aunque era mucho mejor que un mero acuerdo comercial, tenía un contenido exclusivamente técnico. Tras tres años de negociaciones, llevadas por el ex ministro Ullastres, en julio de 1970 terminó firmándose el Acuerdo Preferencial.
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Hasta comienzos de julio los italianos no se mueven. Este tiempo es aprovechado por los británicos para adiestrar a sus tropas, bombardear los puertos enemigos y llevar a cabo cierta actividad antisubmarina. Finalmente, con gran retraso, los italianos van a atacar débilmente en Sudán, donde ocupan, el día 4, Kássala y Gallabát, el 6, Kurmúk, y el 14 Guezzán. La ofensiva se detiene. En Kenya, el 15 de julio, los italianos conquistan Moyale, penetrando 90 km y suprimiendo el saliente del mismo nombre; el 1 de septiembre ocupan Debal y Buna, deteniéndose. El 3 de agosto, los 17 batallones de infantería y de áscaris del general Nasi penetran en Somaliland, defendido ya por los cinco batallones del general Goodwin-Austen (británicos e indios). El 7 los atacantes ocupan Odweina y Hargueisa, el 8 Zeila; tras duros enfrentamientos, entre el 11 y el 16 entran en la capital Bérbera, el 19. Los italianos han obtenido una victoria neta, pero costosa (más de 2.000 bajas) y de utilidad mediana, al aumentar el ya enorme territorio a controlar, y por su escaso valor estratégico. Tras la conquista del Somaliland, los italianos vuelven a la pasividad y a la espera. Los británicos, por el contrario, hacen afluir nuevas unidades británicas y coloniales (sudaneses, indios, kenyanos, sudÁfricanos, etc.), a las que se suman pronto "franceses libres" (degaullistas) y belgas y congoleños, y a los que hay que añadir los guerrilleros etíopes. En enero de 1941 los generales Platt y Cunningham disponen ya de más de 70.000 soldados y más de 35.000 guerrilleros etíopes, para alcanzar más adelante una cifra situada entre 180.000 y 200.000. Y llega material en abundancia (camiones, carros y otros blindados, aviones -entre ellos cazas Hurricane y algunos Spitfire-, gran número de cañones, etc.) y provisiones. Platt, llamado el Caíd, será el eficaz organizador de las renovadas fuerzas británicas. Platt dirigirá a las fuerzas del Norte, Cunningham a las del Sur. Y reaparece el Negus (en Jartúm), cuya proximidad infunde moral a los etíopes y provoca nuevos levantamientos en Etiopía y deserciones de áscaris en las filas italianas. Junto a los etíopes aparecen, como antes en España, algunos dirigentes antifascistas italianos como los comunistas Barontini y Spano. Por su lado, el Negus, noblemente, ordenará a sus súbditos que no se venguen de los italianos.