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En 1925, en la Kunsthalle de Manheim se celebró una exposición con el título "Nueva Objetividad, Pintura alemana desde el expresionismo". El crítico G. F. Hartlaub fue responsable del nombre, que alude a uno de los objetivos de la Oposición al Grupo de Noviembre: superar las mezquindades estéticas de la forma a través de una nueva objetividad nacida del disgusto hacia la sociedad burguesa de la explotación. Esta Oposición, que considera al Grupo de Noviembre demasiado burgués y alejado de los fines de la revolución proletaria, se presenta en su Carta muy crítica con ellos -"Sus corazones y sus pensamientos no tienen nada de revolucionarios", dicen - y empeñada seriamente en lo que reconocen como su tarea: "colaborar en la construcción de una nueva comunidad humana, la comunidad de los trabajadores." Y dispuesta también a "trabajar en investigaciones preparatorias sobre la óptica (investigaciones visuales: fotomontaje, ortofonética) informal que, a partir del rechazo de esta estética y de esta sociedad, busca igualmente superar el individualismo en nombre de un nuevo tipo de hombre".Der Blaue Reiter se había decantado por un camino claramente no figurativo en sus investigaciones, un camino que podía parecer escapista a muchos, por excesivamente espiritual, en momentos tan dramáticos como los que vivía Alemania después de haber sido derrotada en la Gran Guerra. Así, a diferencia de los expresionistas, la Nueva Objetividad renuncia a cualquier afán de introspección de carácter psicológico e individualista, al espiritualismo de El Jinete Azul, ignorando a la vez el afán de experimentación que llena de euforia a los constructivistas. Sin embargo, como había ocurrido en Dada, la Nueva Objetividad utiliza en beneficio propio las posibilidades formales que le brindan los distintos movimientos de vanguardia.Todos ellos trasladan los logros veristas del fotomontaje que habían experimentado en dada a la pintura y al grabado; del futurismo adoptan la visión simultáneo (Grosz, Funeral de Oskar Panizza 1917-18, Stuttgart, Staatsgalerie). Aprovechan las aportaciones de la vanguardia pero, a diferencia de ella, no se queda indiferentes ante la realidad social y politica, toman partido: los muñecos metafísicos se cargan de atributos de clase y se convierten en representantes de ellas.Se produce en estos años una especie de enfriamiento, del futurismo, del cubismo y del expresionismo. En Alemania este enfriamiento tiene dos caminos: el racional, matemático y optimista de la Bauhaus y la denuncia política de la Nueva Objetividad, que se plantea hacer arte político de un medio injusto.
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Noviembre de 1918 es un mes muy intenso en Alemania. Es el mes de la revolución. El día 3, en el puerto de Kiel la flota se subleva. La rebelión se extiende a Hannover, Colonia y Munich. En esta ciudad precisamente se anuncia el fin de la monarquía y un socialista, K. Eisner, preside el primer Consejo de Obreros y Soldados. Cinco días después se constituyen otros consejos en Dresde y Leipzig. Una huelga general hace que el día 10 abdique Guillermo II, Max von Baden deja el cargo de canciller y lo ocupa Ebert, un socialista, y Scheidemann proclama la república. Acaba así la era guillermina y se inicia la república de Weimar.Arte y política en estos momentos son inseparables. Con la nueva situación republicana los artistas toman posiciones. Un grupo, confiando en acabar de una vez con la dicotomía arte-vida, y queriendo realizar una tarea verdaderamente útil, entró en una escuela de arquitectura y diseño, la Bauhaus. Otros, los más radicales, trataron de unir política y arte desde distintos frentes. Unos formaron el Grupo de Noviembre, agrupación alemana de artistas plásticos radicales, expresionistas, cubistas y futuristas. Allí estaban antiguos expresionistas, como Pechstein, Feininger y Klee, ligados a la revista "Der Sturm". A pesar de su autodefinición el radicalismo del Novernbergruppe se limitaba al campo artístico y se consideraban a sí mismos revolucionarios del espíritu.Esa postura puramente artística hizo que un grupo de dadaístas -Grosz, Hanna Höch y Hausmann- se presentaran en 1921 como Oposición al Grupo de Noviembre, con una Carta Abierta a éste. Junto a Otto Dix y Schlichter continúan haciendo fotomontajes y trasladando los logros veristas de esta nueva técnica a la pintura. De ahí nace la Nueva Objetividad.
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En septiembre de 1939, los Ejércitos estaban organizados en divisiones de Infantería. Sólo Alemania disponía de seis divisiones acorazadas, estructuradas en torno al tanque. La nueva doctrina había sido elaborada diez años antes por un reducido grupo de brillantes teóricos británicos, entre los cuales destacaba el coronel Fuller, jefe de Estado Mayor del Cuerpo Acorazado británico durante la Primera Guerra Mundial. Estos planes revolucionarios sobre la conducción de las operaciones fueron, sin embargo, bien aprendidos por el Estado Mayor alemán y no por los demás países. Su fulgurante conquista de Holanda, Bélgica y Francia fue posible gracias a su eficacia táctica y no a la superioridad. El mando alemán sólo disponía de 2.887 tanques, frente a 3.808 desplegados por franceses y británicos, cuyo material era, a menudo, de superior calidad. Al final de la guerra, la división acorazada era la formación básica de todos los ejércitos, complementada habitualmente por las mecanizadas (granaderos acorazados, según la denominación alemana). Estas últimas se distinguen de las primeras porque los transportes acorazados de tropas predominan sobre los tanques. Cincuenta años después, todos los ejércitos del mundo mantienen esta misma organización básica, fundamentada en el predominio del tanque. Las fuerzas aéreas y navales experimentaron cambios de similar importancia. Las marinas de guerra dejaron de estar estructuradas en torno al acorazado. La última botadura de uno de estos grandes navíos -el Vanguard británico- se produjo el 30 de noviembre de 1944. El elemento básico de la flota -el capital ship- pasó a ser el portaaviones a partir de las grandes batallas aeronavales que tuvieron lugar en el Pacífico en 1942 -mar del Coral, Midway, Santa Cruz-, en las cuales los buques de superficie no llegaron a verse y la pugna fue decidida por los ataques aéreos. El dominio del aire se convirtió, por vez primera, en condición imprescindible para el triunfo. Ello fue posible gracias al perfeccionamiento técnico alcanzado por los aviones, que jugaron papeles apenas esbozados durante la Primera Guerra Mundial. La organización con que los distintos países se enfrentaron a este nuevo reto fue distinta. Frente al concepto de aire integral, puesto en práctica por la Luftwaffe alemana, Gran Bretaña, Estados Unidos y Japón desarrollaron fuerzas aéreas independientes para la Armada. Este último concepto es el que prevalece en nuestros días, si bien Estados Unidos siguió la práctica alemana y británica de crear un tercer ejército: en 1947, sólo dos años después del final del conflicto, nacía la actual USAF, que hasta entonces -como USAAF- dependió del Ejército. En uno y otro bando se multiplicaron las misiones desempeñadas por los aviones. Junto a la importancia decisiva ya citada en la guerra naval -desde la Segunda Guerra Mundial, aeronaval- los aviones siguieron ejerciendo la función básica del dominio del aire, tanto a la defensiva -con los aviones de caza-, como en la ofensiva -los bombarderos. Dentro de estos últimos nació una nueva familia: los bombarderos estratégicos, empleados casi en exclusiva por Estados Unidos y Gran Bretaña. La necesidad de diferenciar las misiones de estos grandes aparatos de otros más ligeros, pero capaces igualmente de atacar a las fuerzas enemigas, dio lugar a la aparición de un nuevo concepto, la aviación táctica, que se mantiene en nuestros días. La aviación también fue empleada de forma sistemática para la patrulla antisubmarina -desplazando a los buques de superficie a medida que aumentaban las prestaciones de los aviones especializados en este tipo de lucha y el reconocimiento, tanto naval como terrestre. Este último adquirió una gran importancia estratégica y dio origen a unidades especializadas en la interpretación de las fotografías aéreas. La primacía británica en este cometido se revelaría de gran importancia. Hay que citar, por último, el uso generalizado del avión como medio de transporte. Uno y otro bando emplearon miles de unidades de aparatos como el DC-2, Curtiss 46, Junkers 52/3m o el DC-4. Aparte el transporte de cargas, estos aviones hicieron posible la aparición de unos nuevos combatientes: las tropas aerotransportadas, o de paracaidistas, integradas normalmente por unidades de élite.
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El primer fenómeno fácilmente observable acerca de las consecuencias que el movimiento emancipador tuvo sobre las economías latinoamericanas es el de la conformación de una nueva realidad nacional y regional, provocada no sólo por la disolución del viejo Imperio colonial español, sino también por el surgimiento de nuevas unidades políticas y administrativas. Este punto merece una aclaración inicial acerca de las grandes diversidades existentes a lo largo y a lo ancho del continente americano, lo que impide muchas veces excesivas generalizaciones. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que no se trató de un mecanismo automático, sino de un proceso de larga duración, cuyos límites cronológicos pueden ubicarse entre 1750 y 1850. Tras la emancipación del espacio peruano, para seguir la ya clásica definición de Carlos Sempat Assadourian, que durante el período colonial había albergado a los virreinatos del Perú y el Río de la Plata, sus vastos territorios se desgajaron en varios países: Argentina, Bolivia, Chile, Ecuador, Paraguay, Perú y Uruguay. Rápidamente, tanto la Gran Colombia como América Central se disgregaron en varias partes. De las amplias regiones integradas en el espacio mexicano se separaron miles de kilómetros cuadrados que terminaron incorporándose a los Estados Unidos. En poco tiempo, el es fuerzo unificador y centralizador de la monarquía española que se había mantenido incólume durante varios siglos saltó por los aires. En base a esta realidad, una cierta historiografía latinoamericana, bastante maniquea por cierto, influida por algunas tendencias nacionalistas (casi podrían ser calificadas de nacionalistoides) y dependentistas, nos habla de un proceso de balcanización o satelización en América Latina. Curiosamente en este punto suelen coincidir los historiadores nacionalistas de izquierda con los de derecha, y pese a sus vanas pretensiones de autenticidad y pureza ideológica, ambos suelen estar igualmente "contaminados" por alguna forma de pensamiento proveniente de los países centrales (Europa o los Estados Unidos). De acuerdo con esas teorías, a este proceso se habría llegado por la maldad intrínseca del imperialismo británico, que deseoso de medrar con la explotación de los nuevos países latinoamericanos, impuso la pérfida teoría del divide y vencerás. La siguiente frase, que inclusive aborda algún punto que desarrollaremos más adelante, no fue escrita, aunque parezca asombroso, por ningún representante del marxismo latinoamericano, sino todo lo contrario: "La América española, durante y después de la guerra de su independencia, tiene que organizar su riqueza de acuerdo con los dictados que le impone Inglaterra. Desaparece la incipiente industria hispanoamericana y pasan estos países a ser productores de materias primas para la gran máquina industrial inglesa, que, además, impone su calidad y sus precios". Su autor, el argentino Dardo Pérez Guilhou, es famoso por sus posiciones ultras e integristas. Pero conceptos similares manejaba el más izquierdista historiador uruguayo Vivian Trías, al señalar que "la independencia de España dio lugar a la satelización de las... Provincias Unidas del Río de la Plata por el Imperio inglés". En este punto pueden resultar adecuadas algunas preguntas sobre el problema de la balcanización, aunque más no sea para contrastar los planteamientos coloniales de la mayor potencia industrial de la época, Gran Bretaña, con los existentes en la metrópoli española. ¿Por qué en el Brasil, donde gracias a la alianza con Portugal la presencia británica era mayor que en el resto de los países americanos después de su emancipación, no se produjo tal balcanización, pese a las evidentes tendencias centrifugas existentes, claramente expresadas, por ejemplo, en la postura secesionista de Río Grande do Sul? ¿Acaso no tuvo que ver en este proceso la existencia de alguna diferencia entre los planteamientos coloniales de los ilustrados portugueses y españoles, plasmados, por ejemplo, en la fundación de intendencias en la América española, para muchos base de las futuras nacionalidades? ¿Qué fuerza política tenía Gran Bretaña, tanto su gobierno como sus comerciantes y banqueros, en la primera mitad del siglo XIX para controlar a los gobiernos y a las oligarquías latinoamericanos? ¿Tenían las autoridades británicas algún proyecto político, alguna teoría colonial, que pudiera ser caracterizada de estratégica, para aplicar en el conjunto del continente americano, o se movían en respuesta a las presiones de los comerciantes e inversores británicos con intereses en la región? ¿No prefería acaso Gran Bretaña, o mejor dicho los comerciantes británicos, contar con un único y extenso mercado con el que comerciar, negociando con un solo gobierno, en vez de tener que luchar con un conglomerado de ellos? Si bien se ha señalado que una de las consecuencias de la emancipación fue la reorganización nacional y regional, hay que aclarar que no se trató de un proceso ocurrido de forma automática e instantánea, sino que se podría hablar de un fenómeno de larga duración inscrito, como ya se ha dicho, en la centuria que va de 1750 a 1850 y que recién terminó de definirse en la segunda mitad del siglo XIX, cuando la mayor parte de los países latinoamericanos habían adquirido totalmente su perfil exportador. Este proceso también dependió, a la hora de su resolución, de la coexistencia de múltiples procesos nacionales, impulsados por distintos grupos sociales con una base territorial diferenciada, que terminaron decantándose en cada uno de los países a favor de uno de los proyectos en cuestión. El trazado de los límites de los nuevos estados y la construcción de las nuevas naciones estaban directamente vinculados al tema de la identidad. En el momento de la independencia eran varias las identidades en pugna y por lo tanto varios los proyectos nacionales en juego, apoyados por distintos grupos oligárquicos, con intereses políticos y económicos claramente diferenciados. Por un lado nos encontramos con aquellos, como Bolívar, que partiendo de la identidad americana defendían la creación de una gran confederación, u otra forma asociativa, de ámbito continental. Junto con ellos había proyectos de alcance menor, impulsados por las distintas oligarquías regionales. Mientras algunos de ellos terminaron con la formación de un nuevo Estado, como en el caso de Uruguay, otras no tuvieron tanto éxito y tuvieron que conformarse integrando estructuras políticas más amplias, tal como ocurrió con la oligarquía arequipeña. Buena parte de las guerras civiles que siguieron a las luchas de la independencia estaban directamente vinculadas a los es fuerzos de unos y otros de imponer su propio proyecto nacional a los demás.Qué duda cabe de que las nuevas unidades políticas, el trazado de nuevas fronteras y el control del territorio por ellas delimitado, la creación de nuevos patrones monetarios y metrológicos y la introducción de nuevos sistemas legislativos que modificaban las viejas usanzas indianas en materia de propiedad y contratación y las reglas de juego hasta entonces aceptadas, crearon ciertas condiciones que tendían a dificultar los intercambios entre los diversos países. Pero prácticamente desde siempre el contrabando ha demostrado que es imposible poner puertas al campo y que si existe la necesidad de negociar, los flujos comerciales se van a mantener. Por ello, y más allá de la indudable realidad que suponían los factores recién enumerados (y que están esperando la realización de más de una monografía que valore realmente su incidencia en este proceso), está claro que hay otros hechos que inciden en cuanto aquí se está diciendo.En primer lugar, el abandono de los planteamientos mercantilistas y los cambios que se estaban gestando en la economía mundial, la industrialización de algunos países de Europa occidental y las nuevas concepciones coloniales tendían a reducir la importancia de los centros productores de metales preciosos en beneficio de otras actividades vinculadas a la explotación de la agricultura tropical. La importancia creciente en las exportaciones de productos como el azúcar, café, cacao, tabaco, índigo, algodón, grana o cochinilla, e inclusive los cueros, nos hablan no sólo de la dimensión del fenómeno sino también de la puesta en valor de áreas hasta entonces marginales dentro del Imperio español. Sin embargo, en muchos casos habrá que esperar a la segunda mitad del siglo XIX para que las mejoras en las comunicaciones permitan hacer realidad lo que hasta entonces habían sido puras expectativas. Estos hechos incidieron en la realidad colonial, y entre tantos otros fenómenos que condujeron a las llamadas reformas borbónicas, llevaron a la creación de las intendencias, que tuvieron una decidida participación en la reorganización de las regiones americanas, e inclusive en la creación de las nuevas nacionalidades. Y si esto fue así no se debió tanto a la voluntad manifiesta del legislador, sino al hecho de que las intendencias, y su trazado, respondían adecuadamente a las transformaciones que se habían producido en América después de dos siglos y medio de presencia española. Las guerras de independencia provocarían algunos cambios sociales que repercutirían sobre esta realidad. Uno de los cambios producidos afectó a la significación misma de la esclavitud. Los nuevos estados no pretendieron abolirla y la mejor prueba es su dilatada subsistencia, prolongada en muchos países hasta la segunda mitad del siglo XIX. Sin embargo, se llegó a soluciones de compromiso, como la prohibición de la trata o la libertad para los hijos de esclavos, aunque al movilizar a los esclavos (tanto en las guerras de independencia como en las luchas civiles), los gobiernos de turno tuvieron que conceder manumisiones muy amplias. Los esclavos domésticos prácticamente desaparecieron y la esclavitud únicamente se mantuvo con cierta fuerza en aquellas zonas donde se practicaba la agricultura de plantación. Pero el resquebrajamiento de la disciplina provocó una disminución de la productividad, tal como ocurrió con el cacao en Venezuela o en las haciendas azucareras de la costa norte del Perú. Esta situación, unida al alto precio de los esclavos y las dificultades crecientes para su abastecimiento regular, hicieron que en casi toda América del Sur la esclavitud quedara prácticamente abolida hacia mediados del siglo XIX. La independencia también afectó a las masas indígenas, aunque las prerrogativas de las comunidades se mantuvieron durante bastante tiempo, especialmente en aquellos países que tenían importantes grupos indígenas, como México, Guatemala, Perú, Bolivia y Ecuador.
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Abordar la problemática de las órdenes mendicantes nos lleva a cuestionarnos en un primer momento cuáles fueron los móviles que motivaron su nacimiento y la repercusión que éstas tuvieron en la sociedad medieval. Ello nos obliga a situarnos en los albores del siglo XIII y en los problemas de una sociedad profundamente religiosa, sumida en un absoluto vacío espiritual. En efecto, no hay que olvidar que en el momento que nos ocupa, los dos grandes pilares de la Iglesia católica, las órdenes monásticas, por un lado, y el clero secular, por otro, comenzaban peligrosamente a tambalearse cuestionados por los espíritus más inquietos de la época. Las causas de este repliegue son del todo conocidas. En el caso de las órdenes de claustro, especialmente la cisterciense, asistimos al final de un largo proceso de declive, iniciado ya desde la segunda mitad del siglo XII y encaminado al abandono del primitivo espíritu. Por lo que respecta al clero secular, comportamientos habituales como la falta de cultura, la simonía, la carencia de moralidad sexual, las constantes divisiones..., aspectos todos ellos estérilmente sancionados en las convocatorias conciliares, eran elementos que contribuían a acrecentar el malestar popular. Los intentos de reforma llevados a cabo por Inocencio III, que culminaron en el año 1215 con la convocatoria del Concilio de Letrán, no consiguieron poner fin a este desolador panorama. La consecuencia inevitable fue el progresivo rechazo popular a la iglesia oficial al no encontrar ni en los monjes ni en los clérigos el amparo espiritual y la respuesta necesaria a las cuestiones -y eran muchas- que preocupaban a las gentes del momento. Este contento se convirtió, pues, en el caldo de cultivo idóneo para que comenzaran a acercarse al pueblo movimientos de tendencia evangélica acaudillados por hombres que se consideraban destinados a purificar el cristianismo. Movimientos que -y sobre ellos es importante incidir- compartían con San Francisco y Santo Domingo ciertos ideales evangélicos, sí bien diferían en uno fundamental: mientras los mendicantes siempre se mantuvieron fíeles al papado, los herejes propugnaron desde un principio el rechazo absoluto a la Iglesia oficial. Era pues necesario dar un nuevo impulso a la religión sin alejarla de la Iglesia de Roma. He aquí la causa última en su nacimiento y la razón de ser de los frailes mendicantes. Los orígenes históricos de ambos institutos nos son bien conocidos. Respecto al franciscano, su paternidad hay que atribuirla a Francisco Bernardone, joven acomodado, oriundo de la localidad italiana de Asís, que en el año 1209 decidía romper con su pasado mundano y, de la mano de un reducido grupo de seguidores, inaugurar un nuevo género de vida cuya aprobación vendría de la mano de Inocencio III en el año 1209. Paralelamente, en 1207, el español Domingo de Guzmán creaba la orden de los dominicos aprobada por el mismo papa en el año 1215. Nacían así dos nuevas instituciones religiosas predestinadas a transformar la religiosidad medieval. La rápida consolidación de ambas órdenes, su modo de actuación fundamentado en la acción directa, su novedoso sistema de organización basado en provincias y la progresiva aceptación popular, hicieron que éstas se extendieran con gran rapidez por Europa e incluso fuera de ella. En el caso de la Península Ibérica se puede afirmar rotundamente que el mayor auge fundacional se localiza en el siglo XIII para decaer progresivamente en la siguiente centuria.
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Tenemos pocos datos acerca del enriquecimiento monumental de la ciudad por parte de los sucesores inmediatos de Constantino. A Constancio II se debe la consagración de Santa Sofía y la construcción, al norte del antiguo ágora, de una biblioteca estatal. Juliano, durante su breve mandato -361/363-, reparó el Senado y levantó un puerto en el Mármara, conocido como el Sigma, cerca de donde se asentaría más tarde la iglesia de los santos Sergio y Baco. Valente cuidó del aprovisionamiento de agua a la capital y erigió el gran acueducto que todavía hoy domina los jardines del bulevar Atatürk. A lo largo de 625 metros y una altura máxima de 18,5 metros, salvando la depresión formada entre la tercera y cuarta colina, conducía el agua que era depositada en una enorme cisterna bajo la plaza de la Universidad. Valente llevó a cabo una obra impresionante utilizando grandes bloques de piedra caliza, excelentemente trabajados y procedentes de la antigua Calcedonia; obra que ha resistido el paso del tiempo hasta configurarse en nuestros días como una de las referencias de la ciudad. Teodosio I demostró mayor empeño que sus predecesores al edificar el Forum Tauri, tratando de evocar el foro romano de Trajano. Del nuevo foro, poco sabemos; si acaso que contaba con una columna con relieves en espiral al estilo de la de Trajano y que fue erigida el año 386 para celebrar una victoria contra los godos. En la parte superior se adornaba con una estatua de plata del emperador que cayó como consecuencia del terremoto del año 448. El foro estaba ubicado en la plaza Bayazit y contaba también con una basílica, un baño y dos ábsides; éstos acogían estatuas de sus hijos Arcadio y Honorio que le sucederían a su muerte. Algunos restos arqueológicos descubiertos nos hablan de la existencia de un arco triunfal apoyado en series de cuatro columnas cuyos fustes estaban decorados con ojos, de efecto muy expresivo. Siguiendo hacia el oeste, se llegaba a una plaza llamada Filadelfion; estaba ornamentada con dos columnas de pórfido con grupos escultóricos que representaban a los hijos de Constantino: los llamados Tetrarcas, actualmente en la plaza de San Marcos de Venecia. Aquí se bifurcaba la Mese: un brazo se extendía hacia el noroeste en dirección a la iglesia de los Santos Apóstoles; el otro brazo se dirigía hacia la zona de Isa Kapu. En esta última ruta podía encontrarse un foro más pequeño, el Forum Bovi y, tras él, Forum Arcadii. Este último también contaba con una columna triunfal con decoración en espiral, que se conservó hasta el siglo XVIII; conmemoraba las victorias de su padre sobre los godos y Banduri le hizo un dibujo en 1685. El intento de rivalizar con Roma se aprecia igualmente en el célebre obelisco de Teodosio traído desde Egipto, donde había sido tallado por Tutmés III, y colocado en la spina del hipódromo el año 390. Parece que fue Juliano quien concibió la idea de transportarlo, pero a Teodosio se le ocurrió levantarlo, apoyándolo sobre cuatro cubos de bronce y sosteniéndolo sobre una basa esculpida. Esta última es, precisamente, lo más valioso del conjunto por tratarse de uno de los ejemplos clave de la escultura, a medio camino entre el Bajo Imperio y el arte bizantino propiamente dicho. En esta obra se anuncia ya el propósito de que el espectador se desplace hacia la imagen que se considere esencial y pase por encima de lo insignificante, en la línea de lo propuesto por Plotino; se incorpora la frontalidad, que en Oriente resultaba familiar, se destaca la expresividad sobre la delicadeza y se antepone la estilización sobre el naturalismo. Por ello se sitúa en el camino de un nuevo estilo artístico. Esta obra es también una apología expresa del poder imperial. Al escoger el hipódromo como el lugar donde había de erigirse el obelisco, como si del Circo Máximo romano se tratara, el espacio que sirve como manifestación de la gloria y que acoge el ceremonial de la teología de la Victoria, sobre la que se fundamente la divinidad del emperador, el monumento se convierte en una de las claves del poder absoluto que encarnan los soberanos de Bizancio. En la cara noroeste se reconoce a Teodosio sentado en la kathisma, entre su esposa y sus hijos: recibe los homenajes y presentes de los bárbaros de Oriente y Occidente que se postran arrodillados ante la figura egregia del emperador. A uno y otro lado y de pie, a un nivel ligeramente más bajo, se disponen las grandes personalidades del régimen: senadores, prefectos y altos magistrados que presencian la escena. El artista parece haber escogido el momento en el que, una vez postrados los bárbaros, los cantores y la multitud entonan una loa al emperador victorioso. La cara noreste del monumento muestra también a los dignatarios del Imperio asistiendo a los juegos, mientras en el pedestal aparecen representados los trabajos de erección del obelisco, dirigidos por el prefecto Proclor. Una inscripción precisa que "esta enorme columna cuadrada, siempre tendida en tierra, únicamente el emperador Teodosio tuvo la audacia de erigirla". El texto continua relatando cómo la operación duró treinta y dos días. La cara sudeste representa al emperador, de pie en la kathisma, con una corona en la mano derecha dispuesto a premiar al vencedor de las carreras. En la parte inferior, delante de los espectadores, se alinean los bailarines y músicos, con flauta y órgano portátil, que proporcionan la pompa de este instante solemne. Porque la victoria del auriga simboliza el papel del soberano como vencedor permanente, cuyos triunfos son precisamente festejados en el hipódromo. No ha de pasar inadvertido el motivo y espacio escogidos por el artista, dado el papel religioso y político excepcional que ha jugado siempre el hipódromo en Constantinopla, a la vez que expresa una tendencia constante en el arte bizantino: la de situar las imágenes en un ambiente que les vincula a la realidad. Ningún lugar era más adecuado, pues, para representar la idea del basileus vencedor perpetuo. Esta idea del emperador semper victus ilustraba también los relieves de la columna de Arcadio, a juzgar por los dibujos conservados. Recorriendo los episodios de la guerra de Teodosio contra los godos, que llenan las espirales de la columna, sorprende el poco interés mostrado por las escenas de combate. No hay más que tres o cuatro y parecen haber sido tratadas de un modo sumario, sin desarrollar los detalles, de manera que la representación no ocupe más de un tercio de la espiral. El resto está dedicado a ilustrar aquellos momentos en los que el emperador se sitúa a la cabeza de su ejército y a recoger aquellos actos solemnes donde se pone de manifiesto su autoridad: Teodosio conduciendo sus tropas, arengando a los soldados, pasando revista... casi siempre aparece de frente, inmóvil en un actitud de ceremonia y elevado sobre un estrado (Grabar). Se ha producido un abandono completo de la espontaneidad y un sólo objetivo parece guiar al artista: la representación, de la manera más adecuada posible, de la coronación del emperador, una referencia esencial de la mística imperial y que se extiende a lo largo del arte bizantino. Se ha conservado un segundo obelisco en el hipódromo que se asocia a Constantino VII Porfirogéneta; tiene el aspecto de un obelisco, pero está construido con bloques de piedra y no es un monolito como el mencionado. Originariamente estaba recubierto con una lámina de bronce que fue arrancada por los cruzados en 1204. Mosaicos y marfiles representarían abundantemente y con detalle los variados espectáculos que tenían lugar en el hipódromo. A la muerte de Teodosio -395-, asentada firmemente Constantinopla como capital del Imperio de la parte concedida a Arcadio, habiéndose borrado los últimos restos del paganismo y producido sus efectos la reforma monetaria emprendida por Constantino, puede decirse que habían echado raíces las bases de lo que hoy llamamos civilización bizantina. A fines del siglo IV el emperador era ya el Santo emperador, que vivía en el Palacio Sagrado rodeado de un ceremonial litúrgico cada vez más complejo y era reverenciado como Virrey de Dios; y el emperador, a su vez, destinaba energías y riqueza a la gloria y bienestar de la Iglesia cristiana. La colaboración de los dos poderes sería uno de los fundamentos de la duradera civilización bizantina. Tras el intervalo de Arcadio, en el que su hermana Pulqueria construiría la venerada iglesia de Santa María de Blanquernas -donde se conservaba el cinto de la Virgen-, la llegada al poder de Teodosio II, supone el inicio de una etapa de gran prosperidad. A él se debe la fundación de la Universidad de Constantinopla -425-, donde se enseñaba latín y griego y la primera recopilación de las constituciones imperiales, codificadas el año 438 con el título de Codex Theodosianus. A él se debe también la paz con los persas y el confinamiento de los temidos bárbaros al norte del Danubio. La ciudad crecía y las áreas habitadas se extendieron más allá de las murallas por lo que Teodosio se vio en la obligación de diseñar un nuevo anillo defensivo que se mostraría inexpugnable hasta el año 1204.
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La obra La profesión de Fernández de Oviedo no es la de escritor, aunque sí del empleo de la pluma, pues fue notario del Tribunal del Santo Oficio, y de los de número de Madrid. El Veedor tiene también algo que ver con el levantamiento de actas, especialmente de fundiciones. Ni tampoco su profesión fue la de alcaide, ni la de procurador de los vecinos de Santa María o de los de Santo Domingo. Y sin embargo lo que le levanta sobre todos sus contemporáneos es la ingente obra que ha dejado, parte de la cual aún no ha sido editada convenientemente: tenemos la fortuna de que se conserven los manuscritos44, aunque sabemos de alguno que hasta el momento no ha aparecido. Antes de entrar en la consideración de las facetas indianas de la obra de Fernández de Oviedo, y en especial del Sumario que ahora editamos e introducimos, cabe hacer una visión de conjunto sobre esta polifacética producción de un hombre que parecería que no hubiera tenido otra ocupación que la de escribir, si no supiéramos que tuvo --como dicho va en las páginas anteriores-- una actividad personal enorme, y que en sus setenta y cinco años viajó por toda Europa, por las principales ciudades de España, y por las Antillas y Tierra Firme, no permaneciendo de continuo en ningún sitio más de diez años. Lo variado de su obra merece que la clasifiquemos, para mejor destacar el papel que juega el Sumario entre todas ellas. Esta clasificación, ya adelantada por mí en otra ocasión45, es la siguiente46: I. Creación literaria: --El Claribalte. II. Históricas: --Sumario de la Historia Natural. --Cathalogo Real de Castilla. --Historia General y Natural de las Indias. --Batallas y Quinquagenas. --Quincuagenas. --Prisión del Rey de Francia. --Naufragio de Argel. III. Genealógicas: --Cathalogo Real. --Batallas y Quinquagenas. --Tratado de las Armas. --Libro de los Linajes y Armas. IV. Moralizadoras: --Respuesta a la Epístola Moral del Almirante de Castilla. --Reglas de la vida espiritual. --Quinquagenas. (Los hechos notables son tomados como modelo moral.) V. Políticas: --Relación de los males causados en Tierra Firme por Pedrarias Dávila. --Escritos dirigidos al Consejo de Indias. (Aunque no tengan el carácter de libros.) VI. Administrativas y de corte: --Libro de la Cámara Real del Príncipe Don Juan. --Libro de los Oficios. Características Aunque en este estudio preliminar deberíamos referirnos sólo a la obra que introducimos, es decir al Sumario de la Historia Natural de las Indias, no hemos de olvidar que este libro es el anuncio de su gran Historia, a la que hace frecuente referencia en el Sumario. Por esta razón hemos de considerar las características de la información indiana que ya entonces (1525) tenía recogida Fernández de Oviedo y que cuaja cuando edita la primera y segunda partes de la Historia. Al hacer este análisis nos encontraremos con que el encasillamiento que como historiador se le suele hacer (por la gran importancia que da a los hechos humanos acaecidos en América) no es absolutamente exacto, ya que --como vamos a considerar-- su polifacetismo de buen observador indiano le lleva a una preocupación geográfica, a una curiosidad y conocimientos naturalistas de primera fila, a una intuición etnográfica y etnológica que le sitúa entre los pioneros de la descripción de las primeras comunidades indígenas conocidas por los europeos, con una inclinación de tipo indigenista --no coincidente con la de Bartolomé de las Casas-- insólita en un secular. En último término, es historiador y, en gran parte, historiógrafo, es decir, narrador de hechos, sucesos, acontecimientos, de personas que fueron contemporáneas. Todo ello servido por un estilo literario que merece especial atención. Comencemos el breve análisis, al que he dedicado en otro lugar un espacio más amplio47. Ya en el Sumario da idea de su preocupación geográfica. A él le tocó muy de cerca el considerar que América --por el descubrimiento del Pacífico, precisamente en Panamá, donde él iba a vivir largo tiempo-- no era parte de Asia. Ante la realidad, sin embargo, hábil servidor de los intereses reales, como ha estudiado Bataillon, pretende en alguna ocasión identificar las Indias con las Hespérides, y demostrar que los primitivos caudillos hispánicos señorearon aquellas tierras, lo cual significaría una legitimidad de los reyes de España a la posesión después del Descubrimiento. Todos sus razonamientos geográficos son lógicos, coherentes y críticos, no fiándose siquiera de las elucubraciones de Pigafetta y otros sobre Trapobana. Donde sí es notable lo que pudiéramos llamar especialización de Oviedo es en el campo de las que hoy llamamos Ciencias Naturales, o Historia Natural, como él mismo denomina a su quehacer; buena prueba es el Sumario que aparece en esta edición. Aunque es seguro que en cortes y en el aula regia, donde debió asistir a las clases que allí se impartían, algo se debió relacionar con la Historia Natural, pero más como una cita erudita de Plinio o de Aristóteles (que él con frecuencia menciona en sus obras), este bagaje no le sería de mucha utilidad frente a la verdadera revolución que ofrecían las cosas de las Indias --flora, fauna, naturaleza en general-- frente a las ideas que sobre el mundo y sus pobladores vegetales o animales se sabían en la Europa de su tiempo. Todos los aspectos del conocimiento naturalístico de Fernández de Oviedo han sido estudiados a fondo por Álvarez López, y a su trabajo remitimos para quien desee mayor amplitud48. Quizá sea en la Botánica, la más compleja de las Ciencias de la naturaleza, donde brilla la curiosidad y rigor de descripción de Fernández de Oviedo, que la antepone a la Zoología. No sólo se detiene en contar y describir cómo son las plantas (y sus frutos y flores) de las Indias, sino que se adelanta a los sistemas descriptivos que serán patrimonio de los científicos casi ciento cincuenta años después. Aunque no es precisamente un herbolario, muy posiblemente aprendió en Italia la importancia que se daba al conocimiento de los vegetales (como en su tiempo lo hacían Fuchs y Loberlius, de los que seguramente no tuvo noticias); pero a Fernández de Oviedo le interesa más la presentación de informes sobre cómo eran, que las virtudes curativas de frutos y vegetales en general, como había sucedido a lo largo de la Edad Media. La ordenación que de las plantas establece es absolutamente personal, y atiende también a sus utilizaciones industriales o prácticas49. Hace una distinción bien clara entre los vegetales no arbóreos --a los que llama plantas-- y los árboles, que le maravillan, y en cuya descripción consuma páginas y páginas de su Historia, de la que es un anuncio el crecido número de capítulos que le dedica en este Sumario. Las plantas le impresionan especialmente, y dedica atención a la aclimatación --de segunda generación la llama-- de las importadas de España. Si asombroso era, para Fernández de Oviedo, el mundo vegetal, no lo será menos el animal. Es también un zoólogo consumado, al menos en la clasificación (en que sigue a Plinio) y descripción, ya que se encuentra con cuadrúpedos, reptiles, aves (que diferencia las de mar y tierra), animales acuáticos e insectos. Valiéndose de la licencia real para obtener informes --que él transforma en casi una orden, como vimos--, consigue noticia de animales que él no vio o contempló personalmente, como las ovejas de Perú, llamando así (como lo hacían al comienzo los conquistadores) a las llamas y alpacas, identificando a los auquénidos con los camellos. Asimismo, los bisontes son para él --como lo fueron para Cabeza de Vaca-- vacas y toros monteros, cuya baja testuz y pelambre pondera, como diferencia esencial con los vacunos europeos. Por la minuciosidad con que se recrea en las aves americanas, Alcides d'Orbigny le reputó el primer ornitólogo del mundo moderno. Cuidadoso de las definiciones para decir lo que son los insectos, se apoya en Plinio: Como dice Plinio, es opinión de algunos que no alientan ni tienen sangre. Llámalos insectos porque son cortados o recintos en el cuello, o en el pecho, o en otras partes o lugares de sus coyunturas... y maravíllase cómo en tan pequeña cosa pueda haber alguna razón o potencia50. Resumiendo, Fernández de Oviedo tuvo en titular a sus obras indianas como historias naturales, tanto en el presente Sumario como en la grande obra (que precisará en su día una nueva edición asequible al gran público, como esta edición) en que empeñó los años subsiguientes. Quedan sólo un par de aspectos que no es ésta la ocasión de tratar, su condición de etnólogo y su actitud ante los indios, o sea su indigenismo, que dejamos para el análisis que hacemos a continuación sobre el Sumario. No es necesario ponderar, porque el lector lo apreciará por sí mismo, que la prosa de Fernández de Oviedo es límpida y clara, que fluye sin esfuerzo, que es comprensible y elocuente (sin artificios oratorios, paradójicamente), y da una extraordinaria vivacidad a aquello que describe o narra. Si en otra ocasión tenemos oportunidad de tratar del tema, allí habrá que mencionar sus condiciones de narrador, porque realmente el Sumario, pese a hacer constante referencia a la Historia que va preparando, no es precisamente una exposición histórica, aunque pondere la grande obra del Almirante descubridor. El Padre Las Casas acusó a Fernández de Oviedo de ser uno de los tiranos de Castilla del Oro, cuando en realidad es Fernández de Oviedo el que denuncia a Pedrarias por sus inhumanidades. Si tuvo indios en encomienda, o trabajaron para él, no se trata de una excepción, sino de una norma general. ¿Qué razones impulsaron al impulsivo --valga la redundancia-- dominico a verter sobre el cronista todo género de dicterios? No es necesario conjeturar demasiado. Fernández de Oviedo fue leal relator de los hechos históricos de la fallida colonización utópica de Fray Bartolomé en Cumaná, y no la relata por informe de otros, sino que conocía muy bien toda su gestación y desarrollo y muy certeramente recuerda que había predicho la catástrofe. Las Casas llega en su ira --y a los lascasianos nos duele esta inquina personalísima del protector de los indios-- a englobar a Fernández de Oviedo individualizándolo, en la masa de los que arruinaron y esquilmaron en Tierra Firme. Así, queda la imagen de Fernández de Oviedo cruel y opresor de los indios. Bien dice Amador de los Ríos, en el Prólogo a la Historia General51 que esta --refiriéndose a la acusación del Padre las Casas-- había de producir nuevos errores. Uno de éstos sería, como recuerda José Miranda52, el artículo de la Biographie Universalle ancienne et moderne (que) convierte a Fernández de Oviedo en abominable tirano de los indios de Haiti (t. XXXII, págs. 310-311), haciendo extensivas las acusaciones de Fray Bartolomé a los tiempos pacíficos en que Fernández de Oviedo fue alcalde de Santo Domingo. El Sumario Terminemos esta larga, pero necesaria introducción, deteniéndonos en la obra que el lector tiene en sus manos. Notemos en ella, primeramente, como ya se dijo en su esquema biográfico, que es una prueba doble de la capacidad extraordinaria de Fernández de Oviedo. En primer lugar, es una muestra de su extraordinario conocimiento --tras una muy relativamente corta estancia en las Indias-- de cuanto podía interesar al mundo europeo de lo que en el Nuevo Mundo había de diferente de lo conocido. En segundo, que escrito para satisfacer la curiosidad manifestada por Carlos I en sus conversaciones con Fernández de Oviedo, fue redactado de memoria, lo que muestra esta potencia mental de nuestro cronista. Editado por primera vez en Toledo, en 152653, aparece con dos títulos, aunque coincidentes en lo sustancial: De natural istoria de las Indias (en la portada) y el de Sumario de la natural y general istoria de las Indias, en la parte interior, que es el que ha prevalecido. Aunque el propio autor se vanagloria de traducciones a los más exóticos idiomas --como el turco--, lo cierto es que aunque tuvo una inmediata resonancia, no pasó del latín, el inglés y el italiano. Chauvetón la vertió al latín, apareció en italiano en Venecia en 1534 (ocho años después de la edición en castellano) en 1555, en Londres, en inglés, y Ramusio lo incluyó en sus célebres Navigationi et viaggi, en Venecia (1550-74). Un poco olvidado durante siglos --quizá oscurecido por la edición de la Historia grande-- se reedita por González Barcia en sus Historiadores Primitivos de Indias, en el volumen I54, tardando más de un siglo en volverse a imprimir, en la Biblioteca de Autores Españoles, vol. 2255, y noventa años después por Enrique Álvarez López56. La más reciente reedición es la de José Miranda, en la Biblioteca Americana57 del Fondo de Cultura Económica de México58, con un excelente estudio y ensayo preliminar del editor. Quizá, como decimos más arriba, esta dilatada serie, poco numerosa, de ediciones responde a que para muchos el Sumario es como un resumen de la Historia mayor, cuando es por el contrario un anuncio o avance de lo que ésta va a contener, aunque sólo en las partes que pasamos a comentar, analizando la obra, ya que la parte que llamaríamos verdaderamente histórica en el sentido tradicional, apenas viene esbozada en este Sumario. No se trata, pues, de una abreviatura identificable con otra obra, sino de un tratado originalísimo, cuyo tema coincide, pero ni siquiera se corresponde con libros o capítulos de la gran Historia. Veamos en qué consiste el contenido. De él dice en los párrafos finales el propio autor: Sacra, católica, cesárea, real majestad: Yo he escrito en este breve sumario o relación lo que de aquesta natural historia he podido reducir a la memoria, y dejado de hablar de otras cosas muchas de que enteramente no me acuerdo... Sin embargo, el recuerdo le permitió encerrar en el breve sumario una variada información, que permitió al lector de 1526 tener una noticia de lo que había en Indias, mucho más precisa que lo que hasta entonces se iba sabiendo. Siete son los aspectos indianos que Fernández de Oviedo trata en este Sumario: náuticos, geográficos, etnográficos, zoológicos, botánicos, de plagas y de las explotaciones extractivas. Comencemos, como él mismo lo hace en su capítulo I, con los aspectos náuticos. Es una descripción de las rutas a seguir desde la península hasta Canarias, primeras islas del Caribe, La Española y luego Tierra Firme. Indica, lo que es de subrayar, que se pasa por la isla de la Gomera, ya entonces famosa para los navegantes, porque allí los navíos toman refrescos de agua y leña, y quesos y carnes frescas, y otras cosas, las que les parece que deben añadir sobre el principal bastimento, que ya desde España llevan. Los recuerdos que Fernández de Oviedo, y sobre los cuales, antes de ponerse a escribir debió hacer un guión o recuento, los ordena con gran lógica en el Sumario, para un mejor entendimiento de la materia. Por esta razón, dado que lo que va describiendo después se refiere a las tierras entonces conocidas, ya que de México, ya conquistado, apenas se sabía lo que las Cartas cortesianas habían dejado ver, por esos mismos años, y no mucho, se impone una descripción del territorio. Así, el capítulo II se dedica a La Española y el VIII a Cuba y el IX a Tierra-Firme. El Capítulo LXXXV tiene un valor extraordinario para revelarnos la intuición geográfica de Fernández de Oviedo, ya que al hablar del tráfico hacia las especierías, al Maluco (Molucas) y referirse al Estrecho de Magallanes, sugiere la posibilidad de la perforación terrestre, por la zona ístmica, de un canal. Establecido el orden y la prelación, le parece que antes de seguir con la naturaleza, que en grandes rasgos ha descrito en los capítulos citados, conviene hablar de los habitantes, y a ellos dedica los capítulos III, IV, V, VI y X. En estas páginas, lo cual afirmará completamente en su Historia, paralela en muchos casos a la del dominico Las Casas, planta cronológicamente el primero su banderín de príncipe de los etnógrafos de América, como ya he hecho resaltar en otro trabajo mío, en ocasión del centenario de su muerte59. La primacía --por ello lo designo como el primero y príncipe de los etnógrafos indigenistas de América-- consiste inicialmente en reconocer a los indios como seres humanos, con pleno discernimiento, capaces de organizarse, inventores de soluciones técnicas y alimenticias (a ello dedica sustanciosos párrafos) que les permitieron establecer sociedades, crear grupos directivos y sobrevivir sobre el terreno. Sus costumbres, régimen social, economía, creencias vienen magistralmente descritas por Fernández de Oviedo. Cierto es que Fray Ramón Pané ya había escrito antes que él, pero de un modo limitado, y como respuesta a una orden que le fue dada de que hiciera el trabajo, y sobre un grupo limitado de habitantes de las Antillas. No es un trato exoticista el que hace de la vida indígena Fernández de Oviedo, sino propiamente etnológico. Quizá por esta razón y la de los capítulos geográficos ya mencionados es por lo que --como dijimos-- en alguna edición extranjera se incluye el Sumario en colecciones de viajes. Ya perfilado el modo de llegar a las Indias, la naturaleza del paisaje y los habitantes que han cultivado el territorio, Fernández de Oviedo entra en lo que propiamente responde al título: la Historia Natural. A la Zoología dedica nada menos que cincuenta capítulos (del XI al LXI) y a la Botánica, dieciocho (del LXII al LXXX). No me arriesgo a desflorar el entusiasmo del lector adelantando comentarios, que él mismo hará, pero sí afirmar que Fernández de Oviedo es el primer naturalista del Nuevo Mundo, que sistemáticamente va haciendo descripción de seres vivos animales, de árboles, plantas y frutos. En su conclusión hace un canto a las riquezas de las Indias y a ello ha correspondido en algunos capítulos --como expusimos en la mención de las especialidades que trata-- con la descripción de actividades extractivas: Oro (capítulo LXXXII), pesquerías (Capítulo LXXXIII) y perlas (capítulo LXXXIV). Curioso es el capítulo LXXXI en que habla de las plagas españolas e indígenas, asombrándose de que al pasar la raya equinoccial desaparecieran los piojos, que renacían cuando se regresaba a España. Es el Sumario una pequeña joya literaria y americanista, que no podía faltar en esta Colección. Hacemos votos por que sea posible conocer la grande obra, tantas veces mencionada por Fernández de Oviedo en este libro, la Natural Historia. Manuel Ballesteros Gaibrois
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Su producción fue cuantiosa; 1792 obras apunta Ceán y ello seguramente lo hará informado por gentes que le conocieron directamente, pero ésta se vio aún aumentada con el paso del tiempo, cuando se le fue atribuyendo toda obra que mostrara una calidad razonable. Semejante actuación no sólo se llevó a cabo con este escultor; lo mismo se hizo con Berruguete, Montañés o Gregorio Fernández, buscando siempre dar un valor añadido a las imágenes que, cuando se realizaron, buscaban esencialmente cumplir con el fin devocional que movía su encargo. Hasta Sánchez Moreno no se elaboró un Catálogo completo y fidedigno de la obra de Salzillo. Tras la publicación de su libro en el año 1945, hubo otra edición corregida y ampliada por el mismo autor; ampliaba, y después de estas dos ediciones poco más se ha variado. La primera obra independiente fue la Santa Inés de Monte Pulciano, para el convento de dominicos de Murcia, que su padre había dejado inconclusa a su muerte en 1727, y, según Baquero, otra más para el mismo convento. Tras esto fue reconocido su buen hacer, superior, incluso, al de su progenitor, por lo que los encargos abundaron de inmediato. En torno a los años 30-35 realizaría obras tan hermosas como la Santa Bárbara de San Antolín, la Sagrada Familia de San Miguel, San José con el Niño de Santa Clara, la Inmaculada, para el convento de Santa Isabel (hoy en Santa Clara) y la Santa Lucía, de San Bartolomé. La Sagrada Familia es un delicioso y pequeño grupo (90 cm) que además de a los tres personajes acostumbrados incluye a San Joaquín y Santa Ana, situados dos peldaños más abajo, a modo de sacra conversazione; aquí están ya reflejados los caracteres faciales y tipos que van a repetirse tantas veces, así como la vivaz policromía que hace de estas esculturas pequeñas joyas. La Virgen con su rostro redondeado de muy delicadas facciones y expresión afable, aunque ensimismada, sólo alterará el semblante cuando le toque el papel de Dolorosa que, sin perder un ápice de belleza, ni siquiera de juventud, expresará desde lo hondo el más profundo dolor. San José será muy representado, tanto llevando al Niño de la mano, como sujetándolo en sus brazos: de la primera forma lo representa en el convento de Santa Clara; de la segunda, en el que hizo para Ricote; que firmó en 1746. Siempre es un hombre joven y apuesto y expresa la máxima ternura ante Jesús niño. Mención aparte merece la Inmaculada que, destinada a rematar el retablo mayor del convento de Santa Isabel, está ahora en las Claras: aquí, la leve flexibilidad de su cuerpo, el insinuado contraposto y, sobre todo, el revoloteo del manto, que ya no repetirá, nos están haciendo referencia a Dupar, quizás por deseo del escultor, pero sin descartar las imposiciones de modelos que podían exigir los comitentes. Esta imagen, llena de gracia, está a su vez servida por una riquísima policromía de túnica y manto que nos lleva directos a las modas del Rococó. El mismo espíritu vamos a notar en el delicioso relieve de forma elipsoidal y enmarcado con el mejor diseño rococó, en el que representa una candorosa escena, inspirada en Correggio, con la Virgen que ofrece el pecho al Niño mientras éste, ajeno a la solicitud de la madre, jugueteaba con Juan Bautista niño: La Virgen de la leche (ahora no lo es, pues se ha retallado el pezón y pintado la mama del mismo color rojo del vestido), obra que se realizó, y así lo indica, para el oratorio privado del canónigo don Bernardino Marín y Lamas, uno de aquellos refinados e ilustrados clérigos que gozaban más cuando se unían ética y estética. Seguro que la estampa modelo la suministró e impuso él mismo, prendado por la gracia de aquel pintor italiano. Hacia 1735 se viene fechando otra obra que consideramos de absoluta maestría: la Dolorosa, de la iglesia de Santa Catalina, toda de talla y tamaño algo menor que el natural. La figura mira al cielo y abre los brazos como la antigua orante, adquiriendo un tono muy teatral, pero la belleza de su rostro, lo convincente de su dolor, y la gran sabiduría demostrada en el diseño de ropas y plegados nos muestran a un artista de la máxima calidad que ha superado con creces su fase de formación. Por estos años se fechan muchas más que no es cuestión de pormenorizar aquí, pero sí quiero pronunciarme ante la Santa Rosalía, de la iglesia de Santa Eulalia que, por todos los componentes estilísticos, considero mucho más cercana a Dupar.
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La obra Los Naufragios fueron compuestos por Cabeza de Vaca entre los años de 1537 y 1540, apenas llegó a España. Ahora bien, antes que este original, Alvar Núñez escribió otra relación, dirigida a la Real Audiencia del Consejo de Indias, y que Gonzalo Fernández de Oviedo utilizó para la redacción de su Historia General, y que posteriormente, cuando conoce personalmente a Cabeza de Vaca en Madrid en 1547 tiene interés en contrastar la relación que él tuvo en sus manos con la que cuenta el protagonista y de una nueva relación que había hecho imprimir este caballero e anda de molde. Es decir, muy anterior a la que se considera primera edición oficial, en la que aparecen unidos los Naufragios y los Comentarios en Valladolid (1555). Por Fernández de Oviedo sabemos que, entre las dos relaciones había notables diferencias, como ni quiero consentir al Cabeza de Vaca el nombre que en su impresión da a aquella isla, que llama de Malhado, pues la primera relación no le pusiera nombre, ni él se le puede dar; a la relación final que hace Cabeza de Vaca de la existencia de oro y metales en el norte de México y desierto de Arizona, Fernández de Oviedo reprocha: Yo quisiera esto más claro, e más larga claridad en ello; y añade puntualizando: En la relación primera que la Audiencia Real me dio, que es la que se contiene hasta el fin del capítulo precedente, dice que vino de Cuba, del puerto de la Habana, y en estotra, de que tracta en este capítulo, dice que tocó Cabeza de Vaca en la Habana, e que llegó a Lisboa. Hay, pues, que tener en cuenta que, sin duda alguna, la primera relación oficial que escribió el Consejo de Indias debió servir de soporte a los Naufragios que hoy presentamos. Posiblemente, la primera sería mucho más concisa, mientras en la entregada al público Alvar Núñez daría paso a su fantasía e imaginación; y lo que algunos autores han denominado andalucismos. Así, ya sabemos que el nombre de la isla donde pasaron tantas desventuras los españoles, se lo dio Alvar Núñez muchos años después. Y en cuanto a los andalucismos, más bien creemos que debemos atribuirlos a las milagrosas curaciones en cadena que nos relata. Por lo demás, tiene garra literaria, y es conciso en las descripciones. Alvar Núñez ha sido incluido por la Real Academia de la Lengua entre sus autoridades, entre los clásicos de la lengua española, tanto por su narrativa como por su valiosísima aportación de americanismos y porque en los Naufragios, al igual que sucede en la mayoría de los escritos autobiográficos de nuestros exploradores y conquistadores, la lengua española alcanza su máxima pujanza expresiva.
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Su conocimiento de la Antigüedad, su formación intelectual, el hecho de que ejerciera como arquitecto también en la práctica, sus contactos con los más avanzados centros culturales italianos y europeos (Roma, Ferrara, Francia, Alemania...), y su capacidad para afrontar problemas de tipo teórico, le convirtieron con frecuencia en asesor de príncipes y papas cuando la envergadura del proyecto, urbanístico o arquitectónico, exigía el consejo de alguien como Alberti, capaz de proyectar lo monumental con las claves del nuevo lenguaje que demandaban los nuevos poderosos. Concretando ya en las obras que construyó todo ese bagaje cultural a que nos hemos referido, podemos comenzar por una obra en la que Alberti completó una fachada que había sido iniciada con elementos de arquitectura claramente medievales, incorporándolos a una ordenación perfectamente clásica basada en la proporción. Se trata de la fachada de Santa María Novella en Florencia, que es una fachada a modo de telón, delante de una iglesia gótica. Estaba ya realizada la parte del basamento y Alberti la tomará como punto de partida para construir el resto de acuerdo con el nuevo sistema. El cuadrado, empleado como módulo para las proporciones, tiene una escala menor en el cuerpo inferior de la fachada, y toda ella se puede inscribir en un cuadrado. Ese motivo resulta dibujado en ambos cuerpos mediante la taracea de mármoles de colores, recurso cromático con el que se expresa esa armonía entre las partes que es fundamento de la arquitectura de Alberti. El tema de la tradición incorporada a la nueva arquitectura no se limita a cómo integró lo ya construido, sino que también en el hecho de emplearla taracea remite a edificios medievales toscanos, como San Miniato, realizados con el mismo sentido cromático, y que por entonces se creía que podían datar de la Antigüedad o, al menos, de una etapa medieval tan gloriosa como fue la época de Carlomagno. En esta fachada Alberti emplea la columna con un sentido de ornamento que se repetirá en otros edificios suyos. Sirven, por ejemplo, para enmarcar la puerta y, por lo tanto, el eje central del edificio. Además de la columna, el empleo de un frontón clásico es otro elemento tomado del repertorio ofrecido por la Antigüedad, repertorio que Alberti reelaboró siempre con gran libertad. La relación armónica entre el ancho cuerpo inferior y el, mucho más estrecho, cuerpo superior de esta fachada, la resolvió el arquitecto con dos aletones, motivo de gran repercusión en la arquitectura religiosa del siglo XVI. Cuando Alberti proyectó iglesias en su totalidad, reflejó en ellas algunos de los principios difundidos a través de su obra teórica. En "De re aedificatoria", Alberti se refiere a las iglesias llamándolas templos y, en ese deseo de vincular el presente con la Antigüedad clásica, una de sus plantas preferidas fue la planta central. Como ha escrito Wittokower, Alberti pudo pensar que había una continuidad entre la antigua arquitectura sagrada y la primitiva iglesia, cristiana, dirigiendo en ese sentido, en gran medida, su atención a las plantas centralizadas. Alberti proyectó la iglesia de San Sebastiano de Mantua como una iglesia de planta central, pero también se interesó por este tipo de plantas Francesco di Giorgio Martini en su tratado, y cuando hablamos de Brunelleschi aludimos a una iglesia trazada en esa forma: es un tema reiterado a lo largo del Renacimiento que culminará en el cambio de siglo con las obras de Bramante y Leonardo. También en su tratado defendía que el interior de las iglesias debía ser blanco, sin pinturas al fresco, admitiendo en todo caso cuadros, pero prefiriendo las estatuas. Esta opinión, que refleja una actitud generalizada (recordemos los interiores de las iglesias de BruneIleschi), explica en cierta medida por qué los ciclos de frescos del Renacimiento suelen encontrarse en iglesias anteriores más que en las construidas en este mismo período. Otro aspecto tocado por Alberti en tanto que teórico, pero también llevado a la práctica, es el de que las iglesias debían ser abovedadas, tal como hizo en San Andrés de Mantua. Con respecto a esta iglesia y a los nexos de la arquitectura albertiana con la Antigüedad, hay que recordar que en una carta al marqués Ludovico II Gonzaga, que le había pedido parecer cuando decidió transformar en 1470 la basílica que existía, Alberti escribía que el modelo que él proponía era una forma de templo llamada "apud veteres Etruscuum sacrum". La fachada está concebida como un gran arco triunfal de un solo vano -como el de Tito en Roma- y tanto en el exterior como en el interior un riguroso sistema de proporciones garantizaba la concinnitas albertiana. En el caso de esta iglesia, como ha estudiado Borsi, esa armonía entre las partes y el todo integra incluso el entorno urbano medieval en que se inserta la fachada mediante una continuidad visual basada en las proporciones, tal como puede apreciar el viandante que accede a ella desde la plaza lateral.