Durante la mayor parte de la Segunda Guerra Mundial Franco había mantenido relaciones más cercanas con Alemania e Italia que con los Aliados, no sólo porque estaba a favor del Eje y creía que ganarían la guerra, sino también porque reconocía que una derrota del Eje podría tener consecuencias muy graves para el futuro de su Régimen. Las promesas tranquilizadoras que le habían hecho Gran Bretaña y Estados Unidos al comienzo de la Operación Antorcha habían sido alentadoras, pero Franco tardó demasiado en tomar las medidas necesarias para una neutralidad real y en iniciar la cooperación con los Aliados. En Brasil, las fuerzas populares derrocaron el régimen de Vargas y el hecho de que sus tropas hubieran luchado al lado de los Aliados en Europa tampoco le salvaron. En la Península, el Estado Novo portugués, que siempre mantuvo su alianza tradicional con Gran Bretaña, había sido más discreto y más genuinamente neutral que el Gobierno español. Además, los orígenes del régimen portugués eran oscuros y no estaban asociados con Italia ni con la Alemania nazi. Salazar siempre había procurado evitar -aunque no completamente- el estilo fascista y siempre rechazó identificarse abiertamente con los regímenes de Europa Central. De este modo, el Gobierno portugués escapó del ostracismo de su homónimo español y pudo tomar parte en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en 1949. Además, el régimen de Lisboa llevó a cabo una liberalización formal de su sistema político corporativo en 1945 para darle un aspecto más democrático. El Régimen de Franco se estaba juzgando no sólo por su política durante la guerra sino también el modo en que se formó durante la Guerra Civil, en la que recibió ayuda de Italia y Alemania. Como dictador militar, Franco ofrecía una imagen claramente más fascista que el profesor Salazar. Se hablaba de su Gobierno como el último régimen fascista de Europa y, durante los primeros años después de la guerra, lo denunciaban prácticamente todos los demás Estados. A cualquier distinción que se quisiera hacer entre franquismo y hitlerismo se le hacía caso omiso. A esto el Régimen respondió con indignación. Siguió haciendo alarde de su independencia y originalidad, y señaló con el dedo a los comunistas como promotores de la hostilidad que se mostraba ahora hacia él. Sin embargo, no denunció la hipocresía que había en presentar a Franco como el demonio, mientras se aceptaba alegremente la expansión del totalitarismo por la mayor parte de Europa del Este; a comienzos de 1945 nadie quería escuchar. El odio era tan intenso que los trabajadores españoles repatriados de Alemania sufrieron toda clase de ataques a su paso por Francia. Con la negativa a que España formara parte de las Naciones Unidas, se condenó al país al ostracismo político y militar, mientras que a su tambaleante economía se le cerraron las puertas a cualquier tipo de crédito internacional y a muchas oportunidades. Ninguno de los Estados occidentales estaba dispuesto a levantarse en armas contra el Gobierno de Madrid, pero se instaba a la oposición interna a que llevara a cabo la acción por su cuenta.
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Personaje
Científico
Empezó sus estudios de medicina en Leiden con Boerhaave, quien le inició en la fisiología mecanicista que le orientaría hacia el ateísmo científico y el materialismo filosófico. Su obra más importante es "L´homme machine" ensayo en el que considera al hombre como una complicada máquina que apenas tiene diferencias con los animales, confiando el estudio del ser humano a la fisiología empirista y mecanicista. En "Histoire naturelle de l´âme" se opone a la diferenciación entre espíritu y materia propugnada por Descartes, atribuyendo a la materia la fuerza motora, la sensibilidad y las funciones psíquicas superiores. Sus ideas materialistas le llevaron a ser expulsado de Holanda, refugiándose en la corte de Federico II de Prusia, donde continuó manifestándose en sintonía con sus ideas al publicar "L´homme-plante" y "Les animaux plus que machines".
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En esencia una mezquita es sólo un recinto aislado, con una parte cubierta, uno de cuyos muros (la qibla) mira a La Meca; aunque el edificio no se presta a confusión, la qibla, a la que se mira al orar, está asignada por un nicho vacío (mihrab) y que suele estar en el centro. La oración (salat), que se celebra el viernes al mediodía, requiere que los asistentes estén en estado de pureza legal, que se adquiere mediante la ablución en una fuente o receptáculo (mida'a), situada a la entrada de la sala. El rito comienza con un sermón (jutba) en la lengua del país, que pronuncia un jatib o predicador desde lo alto de un púlpito (minbar); tras el sermón, el director (imam), desde la primera fila, inicia la oración, en árabe, y que consta de unas fórmulas verbales y gestuales ritualizadas. Estos son los elementos indispensables en la mezquita aljama (masyid al-yami), a los que, según el lugar y la época, se les han añadido otros, que enumeramos sin más. La mida'a suele estar en el centro del patio (sahn), que puede tener galerías perimetrales o no, y en uno de cuyos lados suele ubicarse el alminar (sauma'a); para proteger al monarca o sus representantes pudo existir delante del mihrab un recinto acotado, maqsura e incluso un sabat (pasadizo) conectado con su palacio. El tesoro de las fundaciones pías solía custodiarse en una cámara (baya al-Mal) situada a la vista de todos en el sahn, en una edícula sobre columnas, o en una de las cámaras del sabat, cercana a la del alminbar. Finalmente, y para alojar a las mujeres, o a los hombres también, si el edificio resultaba pequeño, se solían montar unos altillos de madera o fábrica (saqifa, plural saqa'if). El mobiliario de la aljama quedaba completo con dos muebles: el kursi, especie de atril o velador hexagonal para colocar el Corán abierto y la dakka, un estrado para el iman.
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Si la vida intelectual en época del emirato es una prueba de la dependencia casi absoluta de Oriente, con la edificación de la primera fase de la mezquita de Córdoba el primer emir omeya supo dotar a su capital de un monumento relevante, que demuestra la capacidad de adaptación y de innovación del núcleo cultural que estaba naciendo en el extremo occidental de Dar al-Islam. La fecha que se da tradicionalmente para esta construcción es el 169 o 170/785-786. Las dimensiones de esta primera mezquita de planta prácticamente cuadrada de alrededor de 76 metros de lado, con una sala de oración que ocupa la mitad de esta superficie, eran todavía modestas. La inspiración oriental es evidente en varios puntos, como la existencia de contrafuertes o la decoración de las almenas dentadas que rodean el alto de los muros del recinto. El plano de las naves perpendiculares al muro de la qibla encuentran sus antecedentes en la mezquita de al-Aqsa de Jerusalen, edificada en época del califato omeya de Damasco, así como la nave central un poco más ancha que las naves laterales, disposición ésta que da una orientación a la sala de oraciones. Las columnas, en cambio, se tomaban de otros monumentos romanos y visigodos. Pero el elemento más significativo fue la disposición y forma de los arcos. Como en cualquier mezquita de cierta amplitud, convenía levantar todo lo posible el techo de la sala de oraciones, para evitar la impresión de aplastamiento que habría producido un techo demasiado bajo cubriendo una superficie bastante amplia. Por ello, se solían colocar encima de las columnas altos pilares o impostas de sección rectangular que doblaban prácticamente la altura, elevando las vigas del techo hasta más de 8 metros. En mezquitas como la de Amr en el Cairo y la de Qairawan, el techo se encuentra a una altura similar, conseguida levantando encima de los arcos paneles de muro de mampostería que, mirados por encima del nivel de las columnas, seccionan el espacio interior de la sala de oraciones. La rigidez del conjunto está asegurada también gracias a los nervios de madera que unen las impostas. En Córdoba, se mejoró considerablemente tanto el efecto estético como el arquitectónico al superponer dos niveles de arcos, separados por un espacio vacío entre el trasdós del arco inferior e intradós del arco superior. Estos espacios vacíos que se formaron aligeraban considerablemente el conjunto, creando esta verticalidad impresionante que hace que parezca un bosque de esbeltos fustes, característica más conocida de la mezquita. Horizontalmente, esta esbeltez vertical se divide sin romperse por el doble nivel de arcadas, en las que había dos innovaciones: en la forma, adoptando para el nivel inferior un arco de herradura y en el color, intercalando claves de piedra blanca y de teja roja. Hoy en día el efecto sigue siendo muy sorprendente, a pesar de los cambios interiores que sufrió el edificio -cambios que, ciertamente, no afectaron esta parte primitiva del edificio-. Uno no puede dejar de preguntarse en qué se inspiraron los arquitectos para realizar este impresionante monumento, tan nuevo en su globalidad que debía dejar una huella definitiva en toda la evolución del arte musulmán occidental. Desafortunadamente, es difícil encontrar una respuesta satisfactoria a esta pregunta. De la misma forma que la nave central en la mezquita de al-Aqsa es más ancha que las laterales, en la mezquita de Damasco ya se había empleado el doble nivel de arcos pero en una disposición bastante diferente a la de Córdoba. Como es lógico pensar -y ciertos textos lo dicen explícitamente- el primer omeya de España se inspiró en aquélla. La decoración de claves alternas rojas y blancas se encontraba también en uno de los mayores monumentos del califato de Damasco, la mezquita de la Roca de Jerusalén. Ciertamente, los arquitectos y los decoradores guardaban en su memoria los modelos orientales y seguramente los omeyas en especial. Detalles precisos, como la forma de las almenas o la moldura de ladrillitos compuesto de dos filetes y una serie de esquinillas en los arcos superiores, no permiten dudar de ello. Pero hay que pensar también en posibles elementos locales. Los acueductos romanos de España, por ejemplo, inspirarían el doble nivel de arcos. Las claves alternas de piedra y de teja podrían tener su antecedente en el uso de estos dos materiales en los edificios del Bajo Imperio. El elemento más nuevo seguramente es el uso sistemático del arco de herradura en el nivel inferior. Ahí es donde las características locales parecen imponerse más claramente, ya que esta forma de arco existía desde hacía mucho tiempo en la Península en las estelas de época romana, por ejemplo, y se utilizó mucho en la arquitectura visigótica. Sin embargo, la hipótesis occidental y la idea de una continuidad hispánica, que tienen muchos defensores, no son las únicas posibilidades, aunque se puedan esgrimir muchos argumentos a su favor. El arco de herradura también era conocido en Oriente, donde lo habían utilizado en los palacios del desierto omeyas de la primera mitad del siglo VIII y, según parece, en la mezquita de Damasco. El problema es tal vez insoluble si queremos buscar el origen que identifique cada una de las formas o cada uno de los elementos adoptados. Para Henri Terrasse, hay que admitir una especie de fondo común mediterráneo en el que los arquitectos habrían bebido todos libremente. No es erróneo pensar que se inspiran a la vez en formas localmente familiares y en elementos que recuerden la grandeza omeya oriental. Ya no podemos saber en qué medida todo esto fue programado y consciente. Sean cual sean las fuentes que les inspiraron, lo seguro es la originalidad radical del ensamblaje que realizaron al servicio de la nueva religión y de una dinastía oriental instalada en la provincia más occidental de Dar al-Islam. Originalidad tan radical que algunos de los elementos adoptados no se repetirán en otro sitio, como el doble nivel de arcos, que sólo existe -y hay que subrayarlo- en Damasco y en Córdoba. En cambio, el arco de herradura se perpetuará a lo largo de la evolución artística del extremo occidental, en España y en Marruecos. Esta afortunada síntesis de las formas que no son generalmente nuevas, pero que se asocian y recomponen, produciendo efectos absolutamente innovadores, se debe plenamente al genio del arte musulmán, del cual la mezquita de Córdoba es indiscutiblemente una de las más antiguas y las más destacadas manifestaciones. Se trata, como escribe Jerrylin D. Dodd, de "una solución arquitectónica vigorosa y animada que refleja, en muchos aspectos, las tensiones creativas de una cultura nueva".
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Los cronistas cuentan que en la Córdoba del Califato había cientos de mezquitas. La aljama o del Viernes era la mayor, convirtiéndose en el centro religioso y social de la ciudad. Allí se celebraba el culto, se enseñaban las ciencias religiosas y se celebraban los juicios. La fisonomía actual del edificio es el resultado de una serie de reformas que se realizaron entre los siglos VIII y XV. El origen de la mezquita es la primitiva catedral de San Vicente. El primer promotor de la construcción es Abd el-Rahmán I, entre los años 784 y 833. Se establecen once naves en dirección Norte-Sur, con un patio y alminar saliente. Ya en este primer momento se organizan las arquerías que definen la mezquita. Tomando como fuente el romano acueducto de los Milagros de Mérida, según algunos especialistas, el arquitecto cordobés introduce una importante novedad: el empleo de dos soportes superpuestos, una columna abajo y un pilar arriba, y dos arcos: uno inferior, de herradura, y otro superior, de medio punto, que recibe la techumbre de madera. Abd el-Rahmán II ampliará hacia el sur las naves y construirá la gran torre que fue revestida con la obra renacentista que hoy contemplamos, debido a los efectos de un terremoto. El aumento de población en la ciudad motivará que Al Hakán II derribe el muro de la quibla existente y amplíe hacia el sur la construcción, estableciendo el mihrab y la maxura que hoy podemos contemplar, una de las zonas más espectaculares del edificio. Los arcos polilobulados establecen una admirable red de rombos mientras en los techos observamos cuatro bóvedas cuyos nervios no se cruzan en el centro. La decoración del mihrab también es impactante, utilizando el arco de herradura en su acceso como señal de respeto. Almanzor desea dejar su huella en la mezquita aljama y al no poder ampliarla por el sur lo hace por el oeste. Se conserva una fila de pilares que recorre el edificio en profundidad como resto del muro lateral de la mezquita original. La ampliación de Almanzor equivale casi a una tercera parte de la superficie total. En la portada de San Miguel encontramos la típica puerta cordobesa del siglo X, muy plana y sin abocetamiento. Se trata de una puerta adintelada, relativamente baja, con un ancho dintel adovelado que se incluye en un gran arco de herradura, alternando en sus dovelas ladrillo rojizo y piedra blanca. El arco está encuadrado en un alfiz sobre el que descansa un segundo cuerpo con arcos de herradura cruzados. En los laterales observamos estrechas calles donde se abren una celosía y un arco de lóbulos.
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La primera mezquita de Córdoba se construye en el año 786, por encargo de Hishan I. 130 columnas sustentaban diez naves, a las que se adosaba un patio rectangular de 74 metros de largo. En el año 833, Abd al-Rahman II añadirá una columnata al patio, al tiempo que se prolongarán las naves y se construirá un nuevo mihrab. Entre los años 945 y 961, en la época de máximo esplendor del Califato, Abd al-Rahman III ampliará el patio y el minarete. Su hijo, Al-Hakam, derribará el muro meridional y volverá a ampliar la Mezquita, con más naves y otras 120 columnas. También se construyen tres espléndidas cúpulas que anteceden al nuevo mihrab. En el año 987 se vuelve a ampliar el patio hacia el este y se termina la decoración de la Puerta del Perdón. Hisham II decide añadir ocho nuevas naves a la Mezquita, para acoger a los fieles de una ciudad que cada vez tiene más población. En 1492, apenas concluida la Reconquista, el consejo eclesiástico de la ciudad ordena demoler el centro de la Mezquita para construir una enorme capilla de estilo gótico tardío, obra que concluirá en 1523, en tiempos de Carlos V. Centro de la vida religiosa de la Córdoba musulmana, el interior se organiza por medio de un novedoso sistema de arquerías. El arquitecto cordobés introduce una importante novedad: el empleo de dos soportes superpuestos, una columna abajo y un pilar arriba, y dos arcos: uno inferior, de herradura, y otro superior, de medio punto, que recibe la techumbre de madera. En total se utilizaron 612 columnas, casi todas recuperadas de edificios romanos, rematadas con pilastras en las que nacen los arcos sobrapuestos, ambos de herradura, donde se combina la piedra y el ladrillo para crear una llamativa bicromía. Todo el lujo y el barroquismo de la Mezquita se concentran en la zona de la maksura y el mihrab. Destaca el juego de arcos lobulados y entrelazados decorados con ataurique, creando una característica red de rombos. La decoración tendría una función simbólica, relacionada con el poder del califa cordobés y el gusto islámico por la suntuosidad.
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El estudio más extenso que existe sobre la catedral, que llamamos mezquita, de Córdoba se publicó en 1957 (cfr. L. Torres Balbás, "Arte hispano-musulmán hasta la caída del califato de Córdoba", en el tomo V de la "Historia de España" dirigida por Ramón Menéndez Pidal, que citaré por la edición de 1965); su análisis lo repartió don Leopoldo en varios capítulos cronológicos cuya extensión sobrepasa las ciento cincuenta páginas, sazonadas con abundantes ilustraciones y documentadas notas; es fácil sospechar que este texto no puede hacerle la competencia, y lo mismo nos ocurre frente a la hermosa edición del copioso repertorio gráfico del edificio, publicado por M. Nieto y C. Luca de Tena ("La mezquita de Córdoba: planos y dibujos", Córdoba, 1992), cuyos 397 gráficos no admiten parangón. Es evidente, sin embargo, que la lectura de estas dos obras, tan extensas como documentadas, o la de otras especializadas dejan al lector hispano medio, que ni es arabista ni arqueólogo ni musulmán, muy desorientado, pues el edificio no colabora a su fácil entendimiento. En el otro extremo de las posibilidades están las guías comerciales al uso, que en el caso que nos ocupa ni son actuales ni dedican mucho espacio a la parte islámica en sí, amén de que no suelen exponerla con mucha profundidad, ya que el monumento ni se agota en lo musulmán ni está desnudo de pinturas, esculturas y demás valores ajenos a la arquitectura. Este texto intenta, en consecuencia, cubrir la laguna existente entre las publicaciones destinadas al lector especializado y las guías para turistas, ofreciendo la posibilidad de visitar el edificio con un texto en la mano que oriente en el recorrido e informe al estudiante universitario y al público interesado sobre la cronología y valores de aquello que está viendo. Para quienes nos lean lejos de Córdoba quedan estas páginas como anuncio y señuelo de lo que puede disfrutar si decide acercarse al más prodigioso edificio del Islam occidental y una de las cumbres del arte de todos los tiempos, lugar donde queda bien patente que el primer uso de la arquitectura es precisamente su emocionado disfrute, antes de aventurarse en los vericuetos de la interpretación y la cronología. En cualquier caso no estará de más advertir que soy deudor literal de los investigadores que más han indagado sobre él desde los ya lejanos tiempos de Torres Balbás, cuya síntesis, antes citada, sigue siendo una brújula muy segura para navegar por los secretos de la aljama de Córdoba; en la lista de mis particulares autoridades figuran las largas conversaciones que sostuve con don Félix Hernández hace ya demasiados años, charlas que fueron más clarificadoras que la lectura de sus escasas publicaciones; también debo reseñar los amenísimos paseos y las publicaciones cristalinas, aunque también despiadadas, de quien llamábamos, pese las diferencias de saber y edad, Manolo Ocaña; muchas observaciones las debo a Gabriel Rebollo, arquitecto que cuida la mezquita y que es su mejor y más apasionado guía; finalmente citaré los admirables análisis de Christian Ewert, el investigador con más amplias miras del actual panorama. Así pues, nos disponemos a efectuar un recorrido veteado de observaciones, que trataré de amenizar y personalizar como el relato de un guía que acompaña, en una visita de lluviosa primavera, de las que casi no quedan, a otra dama que, por vez primera, entra en una antigua mezquita. La señora, que no es muy común por su sensibilidad ni convencional por lo que respecta a sus conocimientos, existe en la realidad, aunque sean imaginarias determinadas circunstancias de la visita.
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La Mezquita de Córdoba es una de las más relevantes obras de arte de todos los tiempos. Patrimonio de la Humanidad, es la joya de la arquitectura califal. La primitiva mezquita se levantó, en el siglo VIII, sobre una basílica visigoda. Emires y califas fueron ampliándola en las centurias siguientes, en función de las necesidades de la población. Abd al-Rahman III agrandó el patio y erigió un nuevo alminar. Al-Hakam II llevó los muros hasta acercarse al río y mandó construir la zona más espectacular. Al-Mansur amplió la mezquita por su lado oriental. Lo más espectacular de la Mezquita es su interior, la sala de oración. Un bosque de columnas, una vegetación de mármol que semeja haber brotado espontáneamente del suelo, nubla los sentidos del viajero. Las columnas de mármol sostienen dos niveles de arcos. El primero es de herradura; el segundo, de medio punto peraltado. En ambos, las dovelas de piedra ocre y ladrillo rojo se alternan. La parte más asombrosa es la maqsura, el espacio reservado para el califa. Los arcos se entrelazan de manera casi imposible, configurando un ámbito único, de belleza inolvidable. El mihrab está profusamente decorado con mármol y mosaicos, siguiendo el estilo bizantino. La belleza de la mezquita es tal que el viajero al-Idrisi declaró, en el siglo XII: "entre todas las mezquitas no tiene quien la iguale".
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La Cúpula de la Roca fue construida entre los años 688-692 por Abd el Malik en la zona este de Jerusalén. Fue levantada en el lugar que ocupaba el templo de Salomón, según cuenta la tradición. Su nombre se debe a la existencia en este lugar de una roca que tiene una significativa importancia religiosa ya que fue el lugar desde donde Mahoma había ascendido al cielo. La roca está rodeada por un edificio de planta central rematado por una cúpula de media naranja. Dos deambulatorios concéntricos separados por pilares y columnas permiten el recorrido alrededor de la sagrada roca. Los fustes de las columnas son de mármol y los capiteles dorados. Su interior está decorado con ricos mosaicos de vivos colores, formando jarrones, motivos vegetales, cornucopias, ornamentos reales, coronas e inscripciones con citas coránicas. El diámetro de la cúpula es de más de 20 metros y su estructura interior es de madera. Descansa sobre un tambor de 5,70 metros de altura y 16 ventanas que sujeta su peso gracias a cuatro pilares y doce columnas. En el exterior se observan ocho fachadas de unos 20 metros de longitud y 12 metros de altura. En la parte superior de la fachada se observan siete ventanas tapiadas con enrejados de cerámica y azulejos. La puerta que se abre al sur es la más importante, apreciándose en su frente un pórtico sustentado por columnas. El acceso se realiza a través de un arco de herradura peraltado.