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Buena parte de su producción la dedicará Hogarth a realizar una ácida y satírica crítica a la sociedad de su tiempo, elaborando importantes series como la Carrera de la prostituta o la Carrera del libertino. En este lienzo contemplamos la segunda escena de la serie El matrimonio a la moda, donde critica los matrimonios de conveniencia tan habituales entre las clases aristocráticas y burguesas, crítica que también se encuentra años después en la obra del español Goya.Los dos esposos se han casado por dinero y Hogarth nos los presenta tras una agotadora jornada de diversión, cada uno por separado, por supuesto. La esposa se despereza mientras el marido, abatido todavía por el cansancio, se deja caer en una silla con las manos metidas en los bolsillos, en una pose alejada de la elegancia. Todavía podemos observar los restos de la jornada festiva con la silla caída en primer plano, el libro de las partituras abierto y los violines en sus estuches. En esta zona de la composición encontramos al administrador con un amplio número de facturas en la mano, con el libro mayor de gastos bajo el brazo, elevando la mirada al cielo y haciendo un gesto de "señor, apiádese de ellos". En el fondo de la escena observamos a uno de los sirvientes colocando las sillas del gran salón, en un gesto de desperezamiento al igual que su señora.No sólo tenemos que destacar la magnífica faceta de narrador manifestada por Hogarth sino su facilidad a la hora de dotar de ambiente a la escena, presentándonos todos y cada uno de los detalles de una casa aristocrática: la chimenea, los grandes lienzos, las alfombras, el reloj, las estatuas, etc. También es destacable los expresivos gestos de los protagonistas, especialmente la cara picarona de la esposa y el gesto de pesadumbre del administrador.Tras una vida de engaños e infidelidades, el esposo será asesinado por el amante de su mujer y ella se suicidará, dotando así Hogarth a la serie de un mensaje moralizante.
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Tras el éxito rotundo de la exposición individual de Casas, que se celebró en la Sala Parés en mayo de 1900, su autor fue aclamado como el artista más paradigmático del modernismo, movimiento que, aunque se había auspiciado desde los ámbitos más progresistas de la intelectualidad catalana, había sido asumido entonces por la pujante burguesía catalana, que convertiría a Casas en su retratista más codiciado. En 1906 D'Ors empezaría a publicar el "Glosari" y en 1911 la pintura clasicista de Sunyer se convertiría en el estandarte del noucentisme naciente. A partir de entonces Casas, que retomó algunos temas aunque se dedicó fundamentalmente al género del retrato hasta el final de sus días, seguiría manifestando su talento, pero dejaría de ser el líder de la pintura catalana.
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La manera corriente de heredar Muchas maneras hay de heredar entre los de Nueva España, y mucha diferencia entre nobles y villanos, por lo cual pondré aquí algo de ello. Es costumbre de plebeyos que el hijo mayor herede al padre en toda la hacienda raíz y mueble, y que tenga y mantenga a todos los hermanos y sobrinos, con tal que hagan ellos lo que él les mande. Por esta causa hay siempre en cada casa muchas personas. La razón por la que no parten la hacienda es por no disminuirla con la partición y particiones que unas tras otra se harían; lo cual, aunque es muy bueno, trae grandes inconvenientes. El que así hereda paga al señor los tributos y pechos a que su casa y heredad está obligada, y no más; y si está en lugar que pagan al señor por cabezas, da entonces aquel hermano mayor tantos cacaos por cada hermano y sobrino que tiene en casa, o tantas plumas o mantas o cargas de maíz, o las otras cosas que suelen pechar; y así, tributa mucho y parece a quien no lo sabe que es tributo desafortunado. Y en verdad, muchas veces no lo pueden pagar, y los venden o toman por esclavos. Cuando no hay hermanos ni sobrinos que hereden forzosamente, vuelven las haciendas al señor o al pueblo, y entonces las da el señor o el pueblo a quien bien les place, con la carga de tributo y servicio que tiene, y no más; aunque siempre se respeta el darlas a parientes de los que las tuvieron. Y aunque los pueblos hereden a los vecinos, no es para el concejo la renta, sino para el señor, del cual tienen tomado a renta, o como decimos acá, a censo perpetuo, todo el término. Lo reparten por suertes y contribuyen a prorrateo. En otros lugares heredan al padre todos los hijos, y reparten entre sí la hacienda, que parece más justo y más libertad. Algunos señoríos hay que, aunque hereda el hijo mayor, no entra en posesión sin decreto y voluntad del pueblo, o sin licencia del rey a quien debe y reconoce vasallaje, por cuya causa muchas veces venían a heredar los otros hijos; y de aquí debe ser que en semejantes estados los padres nombran al hijo que les heredará; y dicen que en muchos lugares dejaba mandado el padre qué hijo tenía que sucederle en el señorío. En los pueblos de república, que se gobernaban en común, tenían diferentes maneras de heredar los estados, pero siempre se miraba el linaje. La general costumbre entre reyes y grandes señores mexicanos es heredar antes los hermanos que los hijos, y luego los hijos del hermano mayor, y tras ellos los hijos del primer heredero; y si no había hijos ni nietos, heredaban los parientes más allegados. Los reyes de México, Tezcuco y otros sacaban del estado lugares para dar a hijos y para dotar las hijas; y aun como eran poderosos, querían que siempre los hijos de las mujeres mexicanas, hijas y sobrinas del rey, heredasen el señorío de los padres, si ya no fuesen los mayores ni a los que pertenecía el estado.
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La minería se movió con el trabajo forzoso. Primero con el repartimiento indígena, luego con el encomendado, más tarde con el esclavo y, finalmente, con el impuesto mediante el repartimiento de minas (en México) y la mita (en Perú). Esta última era una antigua institución incaica de prestación al Estado, que el virrey Toledo remodeló convenientemente: el 14% de los hombres pertenecientes a las 16 provincias más próximas a Potosí (entre Cuzco y Tarija) tenía que laborar durante un año en las minas, por cada siete de su vida activa (entre 18 y 50 años). De esta forma se pudieron concentrar en Potosí 13.500 indios, que trabajaban una semana y descansaban dos, divididos en tres grupos de 4.500. En Huancavélica había unos 2.200 mitayos. La jornada iba de martes a sábado y era de sol a sol, con una hora de descanso a mediodía. Se pagaban 3,5 reales para los picadores, 3 a los acarreadores y 2,75 a los que beneficiaban el mineral. Como los mitayos solían trasladarse al Potosí con toda su familia, hubo aquí cerca de cincuenta mil indígenas permanentemente y el sistema afectó seriamente a las comunidades, acelerando la catástrofe demográfica. A fines del siglo XVII, no trabajaban en Potosí más de 700 mitayos, prueba evidente de la imposibilidad de conseguir más. La mita no fue exclusiva del Perú. También se empleó en Mariquita (Nuevo Reino de Granada) y en los lavaderos de oro de Chile y Quito. En cuanto a la mano de obra esclava, no dio el rendimiento esperado, pues los africanos se adaptaban mal a los climas fríos. Se les utilizó sobre todo en el beneficio de la plata o en oficios artesanales. Por el contrario, fueron la mano de obra esencial en los lavaderos de oro, ubicados en climas calientes. Durante la segunda mitad del siglo XVII apareció ya una mano de obra asalariada en los centros mineros. Muchos naturales se habían acostumbrado al régimen de vida urbano y preferían seguir en las minas, en vez de regresar a sus comunidades; otros muchos, veían así la única forma de eludir su situación de tributarios. A ellos se sumaron no pocos mestizos. El trabajo de las minas era extremadamente duro. Los indios barreteros o picadores tenían que extraer el mineral con picos, cuñas y barras a grandes profundidades, realizando enormes esfuerzos en un medio de aire enrarecido. Los que acarreaban el mineral tenían que subirlo en pesadas bolsas por túneles oscuros y pequeños, casi arrastrándose, hasta llegar a la bocamina, que a veces distaba 100 y hasta 200 metros del lugar de extracción. La descompensación originaba enfermedades pulmonares. Los mitayos de Huancavélica soportaban, además, los gases tóxicos y mayores peligros de derrumbe, pues la roca de la mina era muy blanda. Tampoco era mejor la situación de los que beneficiaban la plata, expuestos a la silicosis (derivada de la trituración del mineral) y a los gases venenosos del azogue. En cuanto a los que trabajaban en los lavaderos de oro (cuadrillas entre 50 y 500 esclavos), padecían las enfermedades tropicales y problemas reumáticos, derivados de tener que trabajar todo el día dentro del agua.
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En Belgrado se habían formado diversas sociedades secretas, cuyo fin era atentar con todos lo medios disponibles contra el poder austro-húngaro, muy especialmente en las provincias que Serbia deseaba anexionarse. Una de tales sociedades era la llamada Ujedinienje lli Smrt (Unión o muerte), popularmente conocida como La Mano Negra. Su misión era conseguir, a través de métodos terroristas contra personalidades y objetivos austriacos, la anexión de Bosnia a Serbia. Entre la lista de objetivos no se encontraba el emperador de Austria-Hungría, Francisco José, ya que su figura era respetada en todo el imperio y la causa serbia no ganaría ninguna simpatía con su desaparición. Por el contrario, el heredero al trono, su sobrino Francisco Fernando, constituía el mejor objetivo posible. En la corte de Viena, el Archiduque no era muy popular. Por un lado, el emperador se había negado a dar a su enlace matrimonial otro carácter que el de morganático, lo cual excluía a sus descendientes de la sucesión monárquica. Por otro, eran bien conocidos sus proyectos de conceder más derechos a los serbios del imperio, poniéndoles en pie de igualdad con austriacos y húngaros en el sistema dual, vigente desde el Ausgleich o compromiso de 1867. Atentar contra alguien con proyectos favorables a los serbios parecería, a simple vista, una contradicción. Pero, para los nacionalistas serbios, las concesiones de Viena alejarían la posible insurrección, con lo que se perdería el objetivo de la Gran Serbia. Cuando se supo que el heredero del trono visitaría Sarajevo en junio de 1914, La Mano Negra decidió atentar contra él. Para ese fin se reclutó a siete jóvenes serbo-bosnios -se evitó reclutar directamente a terroristas serbios, para dejar a salvo la responsabilidad de Serbia-. El entrenamiento y las armas para la misión provenían directamente de Serbia. La organización La Mano Negra estaba dirigida por el coronel Apis, cuya verdadera identidad era la del coronel Dragutin Dimitrevich, nada menos que la cabeza de la inteligencia militar serbia. Los jóvenes, ligeramente adiestrados, llegaron a Sarajevo el 3 de junio.
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Pigmalión ha buscado desesperadamente a su esposa -véase El corazón desea- sin obtener resultados positivos hasta que se enamora de la estatua que tiene delante. Como bien hace referencia el título, la mano del rey de Chipre se contiene ante la fría y rígida estatua pero no dudará en solicitar la ayuda de la diosa Afrodita para convertirla en ser de carne y hueso. Burne-Jones realizó esta serie de Pigmalión como una referencia autobiográfica. Felizmente casado con Giorgiana, se enamoró perdidamente de la joven María Zambaco, relación que duró tres años y de la que el pintor no salió muy satisfecha, ya que la mujer que consideraba obra suya estaba llena de exigencias imposibles de cumplir para el pintor. Estilísticamente, observamos la influencia del Quattrocento italiano, especialmente en las arquitecturas y las perspectivas empleadas, y del clasicismo como observamos en la estatua de la amada. La divinidad inflama y El alma consigue son los dos lienzos que completan la serie, realizada para la madre de su amante, Euphrosyne Cassavetti.
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Más al norte del Suribachi, donde estaba el grueso de los defensores japoneses, la 4.? División se apoderó del aeródromo de Tidori la noche del primer día, pero fracasó ante el espolón que daba acceso a Motoyama, imposible de desbordar por la orilla del mar, también fortificada y que era casi inaccesible. Al fin, el ataque frontal obtuvo algún éxito, pero casi todas las penetraciones norteamericanas terminaron en desastres en el laberinto de fortines y trampas explosivas, emboscadas, tiros disimulados, minas, ataques de guerrillas y contraataques de revés desencadenados por grupos de defensores cuando sus refugios habían sido rebasados. Los tanques saltaban unos tras otros. La superioridad en armas pesadas de los norteamericanos comenzó a hacerse menos efectiva, o incluso contrariante (la artillería propia diezmó varias veces a los marines que avanzaban), según se acercaban al terreno de aviación n.° 2. El paso de ese terreno descubierto causó centenares de bajas a los norteamericanos. Pero aún les esperaba algo peor: la segunda línea japonesa, verdadero infierno donde predominaron formas de combate individuales y próximas. Se luchó con bombas de mano, lanzallamas, bayonetas, cuchillos, palas de trinchera, culatas de fusil, "puños americanos", y también a puñetazos, a puntapiés. Los oficiales japoneses introdujeron en la lucha sus terribles sables de reglamento, dominantes en cualquier combate a corta distancia. Formando parte de la segunda línea japonesa, a apenas 100 m del terreno n.° 2, estaba la cota que merecía el triste nombre de "Maquina de pícar carne" (Meatgrinder). Bajo ella se hallaba el centro de transmisiones japonés, enorme bunker con muros cimentados de cinco metros de espesor, situado a 25 metros de profundidad y que se comunicaba con el exterior por un túnel de 170 m. En las laderas del "Meatgrinder" el combate alcanzó tensiones alucinantes. Los japoneses eran casi siempre desalojados, pero su artillería dispersaba o hacía pedazos a los norteamericanos vencedores, reemplazados a su vez por contraataques suicidas de japoneses exterminados luego por otros "marines" que de nuevo eran aniquilados. Y así una y otra vez. Los combates de la "Máquina de picar carne" duraron siete días, del 25 de febrero al 3 de marzo, y en ellos quedaron sobre el terreno, heridos o muertos 7.000 norteamericanos. Uno de esos días la 5.? División consumió allí 200 litros de plasma sanguíneo... Al fin el empecinamiento metódico de los norteamericanos desbarató la impulsión ardorosa de los combatientes japoneses y los frutos de su casi mítico " seishinkyoitu" (entrenamiento espiritual marcial). Grutas y fortines fueron obturados con explosivos o, cuando el terreno lo permitía, por bulldozer blindados que cegaban con arena aspilleras y salidas. Cañones fueron alzados a brazo y con aparejos improvisados para batir las grutas situadas en elevación, o se descendieron hasta ellas con cuerdas, desde las crestas, cargas explosivas o barriles de gasolina que luego se incendiaban. El último defensor japonés del "Meatgrinder" se suicidó delante de sus vencedores golpeando una granada contra su casco hasta que explotó. El horror de los combates de la "Máquina de picar carne" fue quizá superado por la lucha en lo que fue la aglomeración de Motoyama, deshecha por los bombardeos pero que los japoneses habían fortificado a ultranza. El 7 de mayo fue allí una feroz jornada de combates salvajes. De una compañía de "marines" sólo quedaron un oficial y cuatro hombres; de otra, siete hombres. La conquista del reducto llamado "Cushman" costó ocho días de furiosos combates. Un ataque suicida a cargo de 2.000 desesperados japoneses que se habían atado a la cintura fuertes cargas de dinamita arrolló a la primera línea norteamericana, pero los "marines" lograron dar muerte a 784 de aquellas "bombas humanas". El extremo septentrional de la isla fue alcanzado el 9 de marzo: dieciocho días de infierno para recorrer cuatro kilómetros escasos.