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El emplazamiento de este nuevo Real Sitio, cercano al de Valsaín -cuyo palacio, afectado por un incendio en tiempo de Carlos II, se hallaba ruinoso y no volvió a ser reconstruido- se debe al capricho del neurasténico monarca. Lo escogió a causa de la belleza natural del paraje y porque la abundancia de aguas hacía posible crear las espectaculares fuentes, con las que superaría en este aspecto a los jardines del Rey Sol. Aunque el terreno parecía inadecuado a sus contemporáneos franceses debido a su naturaleza rocosa y áspera, a su irregularidad y a la pendiente que ascendía desde el Palacio hacia las montañas, cerrando las perspectivas, es preciso señalar que el jardín francés había evolucionado dentro de las normas de Le Nótre. Como señalaba el más influyente tratadista del momento, Dezallier D'Argenville, la sabiduría del arquitecto consistía en adaptar sus diseños al terreno y saber explotar las bellezas y posibilidades naturales de éste, sin forzarlo. Usando aquellas formas clásicas y estos principios, René Carlier, encargado por el rey de trazar y dirigir la obra del jardín, fue capaz de crear un ejemplar a la vez brillante y atípico dentro de su género. En el vasto cercado rectangular donde el rey quiso encerrar al Real Sitio dejó, por debajo del Palacio, las zonas destinadas a huertos y viveros y a casas para la comitiva -donde luego se desarrollará el pueblo- y por encima situó el Parque y el jardín de propreté. El Parque, inicialmente plantado con olmos, presenta un trazado en estrella a partir de un "rond-point de chasse" que ha dado a esa plaza y a toda el área del parque el nombre de las Ocho calles, donde inicialmente no parece que estuviera pensado colocar fuentes, de acuerdo con su carácter selvático y cinegético. En el jardín propiamente dicho, separado de las Ocho calles por la calle llamada Medianería y plantado con tilos, el abrupto espacio se ordena mediante ejes paralelos yuxtapuestos: la ría o cascada baja, la perspectiva de la carrera de caballos y la de la cascada principal, separada de la Medianería por otra línea de bosquetes. La original y hábil combinación de vacíos y llenos pensada por Carlier era particularmente atractiva en los parterres y bosquetes alrededor de la fuente de Andrómeda, donde se resolvía la unión de los ejes principales. Incluso hoy, desaparecidos de La Granja los primeros de las formas clásicas -boulingrius, parterres de broderie, bosquets découverts et à compartiment-, y pese a los problemas de conservación de los altos setos formando pared, el jardín de Felipe V, concebido como un escenario para el despliegue de los juegos de agua y la abundantísima escultura en mármol y metal de las fuentes, evoca la fuerza poética e imaginativa con la que fue concebido como un lugar de retiro para el monarca católico, y por tanto más inspirado en Marly, el palacio de descanso de Luis XIV, que en Versalles. Es significativo de la amalgama entre las tendencias españolas y extranjeras el hecho de que Felipe V no encargase también el palacio de San Ildefonso a Carlier, con lo cual hubiera logrado una notable unidad de estilo entre residencia y jardín. Por el contrario, el rey se atuvo a la división administrativa entre el maestro mayor y el arquitecto especialista en jardines, pues Carlier había realizado en el Retiro un parterre a la francesa, aún hoy subsistente pero desfigurado. Así, una de las avenidas básicas del jardín de La Granja -la calle de Valsaín, que forma luego la terraza ante el palacio y se prolonga visualmente sobre el eje del puente por encima de la ría y hacia los jardines de flores y frutas- separa limpiamente el área edificada de la ajardinada. El castizo palacio levantado por Ardemans en el solar querido por el rey, junto a la antigua granja de los jerónimos, tenía que contrastar brutalmente, en su forma original, con el jardín francés. Era una interpretación curiosa del Alcázar hispánico, pero con las cuatro torres angulares no situadas sobre las esquinas, sino insertas en el bloque, fórmula inspirada en las ermitas o pabellones de jardín y de caza de los Austrias y que parece resultar de la agrupación de cuatro de estos edificios. El exterior del palacio mantiene la bicromía madrileña típica, con piedra berroqueña en los huecos y ladrillo imitado en los paramentos revocados. Aparte de las obras rutinarias de reparación y de los catafalcos para las ceremonias fúnebres oficiales, el palacio de La Granja es el único caso en el que los reyes emplearon en una obra relevante el barroco nativo, tan exuberante en Madrid durante aquellas décadas y tan utilizado por la Villa y los clientes eclesiásticos y particulares, pero inadecuado para representar la imagen de arquitectura cortesana que deseaban los Borbones, como demuestra el pintoresco proyecto de Pedro de Ribera para un nuevo Palacio Real (1734). La muerte del fugaz rey Luis I y la vuelta al trono de Felipe V supuso un total cambio de carácter en el Real Sitio de La Granja, que pasó de ser un retiro a sede de la Corte, especialmente en el estío. Al parque, incorporado al jardín y por tanto decorado también con fuentes, se le añadió un terreno rectangular donde hubo de levantarse la más monumental fuente del conjunto, los Baños de Diana. Con mayor razón era preciso ampliar el palacio: la estructura de Ardemans fue extendida mediante cuatro alas que forman dos patios abiertos, y comenzó a ser envuelta por superficies italianas. El responsable de estos trabajos fue el pintor de cámara y arquitecto Andrea Procaccini, discípulo romano de Maratta, quien utilizó para la forma general un esquema de evidente origen francés, pero empleó en la articulación órdenes clásicos de tamaño reducido respecto al volumen total y formas derivadas de Borromini, pintando los paramentos en tonos pastel azul y rosa. De este modo, el palacio resultó un ejemplar temprano y curioso del rococó internacional que se desarrollaba en las cortes al norte de los Alpes. Un efecto que actualmente no resulta tan perceptible, a causa de las modificaciones posteriores: a la muerte de Procaccini se abandonó su proyecto para el tramo central de la fachada, llevándose a cabo el de Juvara.
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Durante una cacería por los montes de Valsaín, el rey Enrique IV se libró de un grave peligro gracias a su invocación a san Ildefonso. En agradecimiento, el monarca mandó construir una ermita. Esta es la legendaria historia que narra los orígenes de este Real Sitio. En 1477 los Reyes Católicos donan la ermita y los terrenos colindantes a los monjes jerónimos del Monasterio de El Parral. Los monjes construyeron una granja, lo que daría lugar al nombre de la población. Durante una de sus visitas al Palacio de Valsaín, Felipe V conoció el lugar y decidió construir un palacio, tomando como referencia Versalles. El objetivo del monarca era retirarse a este palacio, pero al fallecer su heredero, Luis I, retomó el trono y continuó con la ampliación del edificio y los jardines. Teodoro Ardemans será el encargado de las trazas del palacio mientras que Andrè Le Notre será el responsable de los jardines. El amplio patrimonio artístico de la villa cuenta también con las iglesias de Nuestras Señora de los Dolores y Nuestra Señora del Rosario, algunas casas solariegas y los museos de Tapices y de Vidrio. No debemos olvidar que Carlos III instaló en La Granja la Real Fábrica de Cristales, prestigiosa industria que hoy es la sede de la Fundación Centro Nacional del Vidrio.
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La mayor parte de la población medieval era rural, habitando en granjas o pequeñas aldeas. Muchas de éstas pertenecen a la Iglesia, pues los monasterios son los grandes propietarios de tierra del momento y también los responsables de la roturación de muchos territorios baldíos. En las posesiones de los monasterios trabajan campesinos dependientes, que deben pagar un alquiler por labrar el terreno. El pago podía ser realizado en metálico o en especie, siendo habitual entregar animales o productos de la tierra. Pieza fundamental de la granja era el granero. En él se almacenaban las reservas de trigo y otros alimentos, además de ser guardados allí los ingresos y diezmos pagados al monasterio por los braceros. El encargado del granero era el celador, quien debía además administrar las reservas de grano, entre otros menesteres. La granja del monasterio también podía tener un edificio muy característico, el palomar. De estructura cilíndrica, en sus paredes había cientos de nichos, en los que se refugiaban las palomas. Una larga escalera permitía a sus cuidadores acceder hasta los nidos. Además de las palomas, otros animales habitaban en las granjas. Vacas, cerdos, gallinas, mulas... aportaban alimento o fuerza, mientras que los animales domésticos como perros o gatos acompañaban a las familias. La vida en la granja estaba marcada por la actividad económica, pues se trabajaba desde la salida del sol hasta su puesta. Sólo las obligadas pausas y fiestas religiosas rompían el ritmo del trabajo constante, necesario para la supervivencia.
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Como en tantos otros lugares, la historia griega está en íntima relación con su paisaje. En conjunto, la Grecia prehelénica viene a coincidir, grosso modo, con su actual territorio, al que hay que sumar las costas egeas de Asia Menor, hoy día integradas en la República de Turquía. Grecia es un conjunto de paisajes diversos e incluso separados en partes que nada tienen que ver entre sí, diferentes por la orografía y los recursos disponibles. Los principales accidentes geográficos en Grecia son las montañas y el mar. La Grecia continental es, prácticamente, una cadena montañosa que se hunde en el Egeo; el mayor número de sus islas no constituyen más que las cimas de esta cordillera sumergida. Este fenómeno ha dado lugar a unas líneas costeras muy recortadas y abruptas, con abundantes penínsulas, islotes próximos, lenguas de tierra, bahías y promontorios, además de unos valles interiores bastante cerrados y de difícil acceso en ocasiones, producto de una orografía muy accidentada. Hay montañas de más de tres mil metros, como el Olimpo en Tesalia, o de unos dos mil quinientos metros, altura del Ida en Creta, ambos en zonas muy cercanas al mar. Las llanuras son escasas y de poca extensión, aunque bien situadas y protegidas por los macizos montañosos, dejando estrechas franjas en algunos tramos costeros. Como nexo de unión de estas diferentes áreas está el mar Egeo; a él se asoman todas ellas, con las cadenas montañosas a sus espaldas. Salvo las regiones occidentales, muy estrechas y volcadas hacia el mar Jónico, el resto de Grecia está en torno al Egeo. Dentro del mar y por todas partes, multitud de islas están siempre presentes en lontananza, como seguras referencias para una temprana navegación en todas direcciones: en días claros y en cualquier zona del mar, se observa casi siempre alguna cota de tierra firme. Al sur y como tierra límite de este mar interior que es el Egeo, se encuentra la mayor isla del Mediterráneo oriental, Creta, con una excelente ubicación geográfica, tal y como ya observaron los autores antiguos: "esta isla ocupaba una posición muy favorable para las salidas a todas las partes del mundo" (Diodoro, IV, 17). Estas condiciones geográficas tan variadas tienen su trasunto en los productos naturales. El clima es diverso, como corresponde a la elevada altitud de las principales montañas, la mayor parte del año cubiertas de nieve y con su rápido descenso hacia el mar, en pocas horas de camino, se produce un escalonamiento de microclimas y, por ende, de sus floras y faunas asociadas. A juzgar por los restos arqueológicos y por las representaciones artísticas primitivas, la variedad de plantas y animales era algo más abundante que la existente hoy día. La mayor presencia de bosques en zonas actualmente casi devastadas supuso la existencia en grandes cantidades de animales de caza, tales como el ciervo rojo, el jabalí o la liebre. También son numerosas las zonas que contaban con animales que pronto serán domesticados: cabra montés, oveja, cerdo, etc. Ya en la antigüedad, al igual que hoy, era difícil ver ganado vacuno en el paisaje griego debido a lo abrupto del terreno y a la inexistencia de pastizales, tal como es característico en el paisaje mediterráneo, cálido y suave, con colinas cubiertas de monte bajo y matorrales. El terreno fértil apto para el cultivo no es muy extenso y se encuentra al fondo de los valles o en ciertas llanuras del norte de Grecia o en Creta. El afloramiento aquí y allá de la roca madre, generalmente caliza, configura una superficie muy agreste y no precisamente generosa con la agricultura, hecho que abocará al griego antiguo a buscar nuevas tierras que soporten y den sustento al excedente demográfico. Esta característica explica la perenne vocación del pueblo griego a proyectarse hacia el exterior, bien empleando su actividad en el comercio o bien en la colonización de nuevos territorios (aún en la actualidad, prácticamente la mitad de la población griega busca sus recursos en la emigración al extranjero). La multiplicidad de aspectos de la geografía griega ha condicionado de modo indudable la trayectoria histórica, caracterizada por una fuerte regionalización ya desde épocas prehistóricas. El hombre de Neanderthal, documentado en Grecia, se instaló en algunas zonas costeras del centro y noroeste, dejando restos de hace unos 70.000 años. En el Paleolítico Superior ya hay comunidades instaladas en territorios como Tesalia y Beocia (los más fértiles de Grecia continental) y Olimpia o la Argólida, en el Peloponeso. Estos cazadores y recolectores no son los antecedentes de la población griega ya que, al final del Paleolítico Superior, se produjo un cambio climático con abundancia de lluvias que inundaron las zonas ocupadas, sepultándolas bajo una capa de lodo de hasta cinco metros en algunos yacimientos. Existen bastantes restos arqueológicos de la etapa mesolítica, alguno de ellos de gran interés, como es la aparición de utillaje lítico realizado en obsidiana procedente de la isla de Milo, lo cual nos revela la existencia de navegación a través del Egeo ya en el X milenio antes de Cristo.
obra
Uno de los lugares favoritos de Monet y Renoir era el restaurante de la isla "La Grenouillère" junto al Sena, cerca de Bougival; los baños y los paseos en bote eran las actividades demandadas por los numerosos parisinos que se desplazaban al lugar. Los jóvenes pintores encontraron en este maravilloso entorno la inspiración, realizando varias obras. Monet presenta en el centro de su composición la plancha flotante circular conocida como "Camembert" por su forma. En la derecha se sitúa el puesto de alquiler de botes, unido con una pasarela de madera a la zona central. La densa vegetación existente crea una zona de sombras en primer plano mientras que en el fondo las luces del sol iluminan los árboles y la otra orilla. Este contraste lumínico otorga un mayor efecto realista a la composición. La pincelada empleada por Monet es muy rápida, con largos toques de color que consiguen una mayor sensación de momentaneidad. Los jóvenes pintores impresionistas se alejan así de la tradición académica imperante en aquellos años finales de la década de 1860.
obra
La Grenouillère era una especie de balneario muy frecuentado por Monet y Renoir, realizando una imagen cada uno en términos muy similares, interesados en captar la luz directamente del natural en una zona dominada por la sombra. La obra que contemplamos presta atención a las figuras, trazadas con rápidos y seguros toques de pincel, situadas en la zona central del lienzo. La parte baja ha sido ocupada por las barcas, cortando algunas en un enfoque propio de la fotografía; al fondo, en la zona más soleada, están los bañistas, creados con trazos vigorosos. Los reflejos en el agua y las diferentes iluminaciones empleadas según zonas son los elementos más destacados de la escena, empleando Renoir un colorido en el que sobresale el verde y una pincelada corta, típica del Impresionismo.
obra
Con 60 años Muñoz Degrain da un vuelco a su producción artística y viaja a Oriente Medio. La consecuencia de este viaje serán nuevas aventuras pictóricas que le aproximan al fauvismo y al postimpresionismo. Convulsión estética y tal vez religiosa porque en sus viajes a Oriente Medio el pintor está dominado por preocupaciones de tipo religioso y metafísico, quizás en busca de esa riqueza que puede alumbrar el contacto con otras religiones.
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