La Segunda Guerra Mundial se inició para poner coto a un peligroso reavivamiento del imperialismo germano, que amenazó la seguridad e integridad de tres países vecinos (Polonia, Checoslovaquia y Austria), así como la influencia política de Francia y Gran Bretaña. A este motivo inicial se superpuso luego un ambiguo conflicto ideológico -que agrupaba en la lucha contra el totalitarismo y el racismo nazi a potencias totalitarias como la URSS y racistas como Sudáfrica-, pero el resultado último fue la sustitución del expansionismo alemán por otro más agresivo e igualmente totalitario -el soviético-, con la entrada en juego, como factores dominantes de la política centroeuropea, de dos países ajenos a este área: Estados Unidos y la Unión Soviética. A más largo plazo, este desenlace dio lugar al desmantelamiento de los imperios coloniales europeos. La cifra de muertos y desaparecidos en los seis años de conflicto superó los 50 millones, a los que es preciso sumar unos 35 millones de heridos graves. Es posible analizar estas cifras sobrecogedoras desde perspectivas muy diferentes. Una primera es su reparto por nacionalidades. El mayor sufrimiento correspondió a la Unión Soviética, con 21,5 millones de muertos; le siguieron China -más de 13 millones-; Alemania -más de siete-; Polonia -más de cinco-; Japón y Yugoslavia -más de dos cada uno. Por debajo del millón, Francia, con 620.000, y ya con menos de medio millón, Italia, Gran Bretaña, Estados Unidos, Rumania, Hungría, Checoslovaquia, Austria, Holanda, Bélgica, Grecia y Finlandia. Los demás países beligerantes tuvieron cifras de muertos inferiores a 10.000. Junto a la valoración meramente cuantitativa, cabe efectuar otra cualitativa, relativa al porcentaje de muertos en relación con la población total. Polonia perdió algo más del 20 por 100 de la población, la URSS y Yugoslavia, el 10 por 100, y entre el 5 y el 10 por 100, Alemania y Finlandia. Más de la mitad de las víctimas fueron civiles, causadas por: - Los bombardeos terroristas efectuados por la aviación, pero también por la artillería. Correspondió a la Alemania nazi la iniciativa, con las destrucciones de Varsovia (septiembre de 1939) y Rotterdam (mayo de 1940) y los ataques aéreos de este último año contra varias ciudades británicas, de modo muy especial Londres y Coventry. Alemanes fueron igualmente los bombardeos de ciudades rusas -Stalingrado, Leningrado- y los ataques con misiles -Fi 103, A-4, Rheinbote- contra aglomeraciones urbanas durante el último año de la guerra. Los aliados, de forma muy particular británicos y norteamericanos, destruyeron con sus bombardeos aéreos la práctica totalidad de las grandes ciudades alemanas. Los soviéticos carecían de aviación estratégica, pero su ataque final contra Berlín -abril de 1945- tuvo esta misma naturaleza. La culminación de esta técnica la constituyen, desde luego, las dos bombas atómicas contra Hiroshima y Nagasaki -agosto de 1945-, aunque previamente la aviación norteamericana había provocado destrucciones mayores mediante bombardeos convencionales, sobre todo en Tokyo. - El genocidio, del que son principal exponente los campos de exterminio nazis, donde fueron asesinados unos seis millones de personas, en su mayoría judíos. Nunca en la historia de la humanidad se había producido una combinación similar de empleo de la técnica más refinada y económica para lograr la exterminación en masa. Los campos constituyen, sin duda, la herencia más abominable de la guerra -los bombardeos causaron más muertos, pero al menos existía una posibilidad de defensa. Fuera de Alemania, el único caso similar que se encuentra probado es el exterminio por los soviéticos de diez mil mandos del Ejército polaco, en la primavera de 1940, en las denominadas Fosas de Katyn. - Las represalias contra la población civil -aunque hubo también algún caso contra unidades militares desafectas- durante los últimos años de la guerra. Los alemanes y los fascistas italianos fueron probablemente los campeones en este tipo de actividades. Pero tampoco los soviéticos se quedaron muy atrás cuando ocuparon territorio alemán, a comienzos de 1945. Los asesinatos de colaboracionistas -de forma muy destacada en Francia en 1945- fueron una prolongación de esta técnica. Los comunistas yugoslavos también emplearon prácticas de este tipo. - El mal trato a los prisioneros de guerra. Fue particularmente cruel el otorgado por los alemanes a los prisioneros soviéticos, por la URSS a los prisioneros alemanes y por Japón a los prisioneros norteamericanos y británicos. En China la crueldad con el prisionero enemigo fue similar por ambos bandos. Esta política continuó, de forma delirante, por la URSS después de la guerra: por un lado se negó, hasta la muerte de Stalin, en 1953, a devolver los prisioneros de guerra; por otro, internó en campos de concentración durante varios años a la práctica totalidad de los cientos de miles de prisioneros de guerra soviéticos que habían sobrevivido a los campos alemanes. Los combatientes sufrieron, comparativamente, bajas mucho menores que en la Primera Guerra Mundial, debido al cambio de táctica y los progresos de la Medicina. No volvieron a repetirse los ataques frontales masivos típicos de la guerra de trincheras y a la mejora de los servicios médicos se sumó el empleo de nuevos fármacos, de forma muy especial -por parte de los aliados- la penicilina.
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Las discrepancias tras la muerte de Muhammad se salvaron mediante la aceptación de Abu Bakr, su suegro y compañero desde los primeros tiempos, como sucesor del Profeta enviado de Dios (califa o jalifat rasul Allah; o bien, como indican algunas investigaciones recientes, jalifat Allah, a secas, esto es, representante de Dios, que tal sería el título primitivo), para dirigir a la comunidad y velar por el cumplimiento de la ley, que ya no tendría cambios, pues la revelación divina estaba completa. La expansión del Islam ocultó y aplazó pero no evitó las querellas internas, que acabarían repercutiendo sobre el futuro de todas las tierras incorporadas durante el mandato de los cuatro primeros califas, Abu Bakr, Umar (634-644), Utman (644-656) y Alí (656-660). La conquista tuvo diversos frentes y momentos pero aparece a nuestros ojos como un fenómeno único y sorprendente, aunque acaso no hubo más plan de conjunto que el de la simple expansión. Del lado de los invasores cuenta su convicción religiosa, su cohesión guerrera de base tribal, y la fuerza suficiente, que no podemos medir, para vencer. Entre las causas de la debilidad de los invadidos hay que mencionar el agotamiento bélico y financiero de los emperadores bizantino y persa después de las guerras feroces que habían mantenido entre ellos, el empobrecimiento de Siria, Palestina y Mesopotamia como consecuencia de aquellos sucesos, de la presión fiscal e incluso de las epidemias de peste, pues en Siria se constatan tres en los años 614, 628 y 638; en el ámbito bizantino cuenta además, la disociación cultural existente entre el helenismo dominante y las culturas locales, y los enfrentamientos religiosos que causaron gran descontento entre monofisitas y judíos; algo semejante ocurría con los mazdakitas en Persia. El hecho es que apenas había tropas locales para defender las ciudades fortificadas, y mucho menos para presentar batalla campal, y ni uno ni otro imperio podían poner en campaña grandes cuerpos de ejército frente a un enemigo que se caracterizó precisamente por su movilidad, por el control de las rutas, y por su habilidad para rendir puntos fortificados mediante la oferta de capitulaciones benignas que aseguraban el respeto a la situación personal, jurídica, religiosa y administrativa de cristianos, judíos y mazdeos, considerados como protegidos (dimmíes). No hay que pensar, sin embargo, que la conquista fue un paseo triunfal. Aparte de las grandes batallas, hubo muchos episodios de resistencia y duros enfrentamientos locales. Los árabes derrotaron a los ejércitos del emperador bizantino Heraclio en Adinadeyn (634) y Yarmuk (636): en esta última batalla se sabe que eran 25.000 frente a 50.000 imperiales. Damasco capituló aquel mismo año y Jerusalén en el 638. La conquista de Egipto por el general 'Amr fue también muy rápida, en cierto modo nueva versión de la que los persas habían realizado veinte años antes: en 640 se estableció el campamento fortificado de Fustat, cerca del futuro emplazamiento de El Cairo, y Alejandría capituló en septiembre del año 642. Al año siguiente los árabes estaban en Trípoli, y en el 647 esbozaban un primer ataque contra el exarcado de Cartago. Poco después, conquistaban por primera vez Chipre y Rodas, con barcos sirios, y entraban en Armenia, que resistió parcialmente. Mientras tanto, en el frente mesopotámico y persa la conquista había alcanzado también sus objetivos, a veces tropezando con mayor resistencia a pesar de la profunda descomposición del poder sasánida: las victorias sobre el Eufrates en el 635 y en Kadisiya (637) y la toma de Ctesifón provocaron el dominio de Mesopotamia. Un segundo impulso (batalla de Nehavend, 642) llevó a los árabes a la conquista de Persia, donde las operaciones se prolongaron hasta el Jurasan o frontera noreste, allí murió el último emperador persa, Yazdayird III, en el año 651. Durante el califato de Utman se alcanzaron los límites de la primera conquista entre el desierto de Cirenaica al Oeste, las cadenas del Taurus y el Cáucaso al Norte y el Asia Central al Noreste. Aquel éxito prodigioso, que sólo encuentra un antecedente lejano en las campañas de Alejandro Magno, se producía sobre amplísimos países cuya historia les predisponía a aceptar la dominación por los pocos efectos nuevos que se esperaban de ella, como de las anteriores: el régimen administrativo y fiscal siguió siendo el mismo y la mayoría de las aristocracias locales colaboraron. No hubo muchos conversos en aquel primer momento y, además, estaban sujetos a la condición de mawali de una u otra tribu árabe. Los conquistadores sustituyeron pronto el beneficio basado en el botín por las asignaciones fijas establecidas en nómina (diwan) que administraba el wali, o 'amir (gobernador de la provincia), basadas tanto en los impuestos como en la limosna legal pagada por los fieles y en las propiedades estatales, que a veces se cedían en usufructo o qat'a. El ejercicio del poder fue muy flexible en aquellos primeros momentos; los árabes, en general, tendían a reagruparse por afinidades tribales. En Siria, por ejemplo, dominó el clan omeya, muy protegido por el califa 'Utman: a él pertenecía el gobernador Mu'awiya. A mediados de siglo, cuando la conquista tocaba a su fin y se agudizaban las discrepancias en torno a la fijación escrita del Corán y de las tradiciones (hadit), aquellas tomas de posición tenían gran importancia. El califa 'Umar había muerto asesinado en el año 644 y su sucesor 'Utman corrió la misma suerte en el 656 a consecuencia de una conspiración de Ali, que accedió al califato: ocurrió una primera guerra entre facciones (año 656, batalla del camello), en la que triunfó el nuevo califa, pero a continuación tuvo que enfrentarse al movimiento jariyí, que deseaba implantar los principios más radicales e igualitarios de la doctrina del profeta sobre la ´umma, y sólo parcialmente lo derrotó en el año 658. La inestabilidad no cesó: Mu'awiya, sublevado en Siria, accedió al califato en 660, tras el asesinato de 'Ali, pero los partidarios del difunto se reagruparían en torno a sus hijos Hasan y Husayn, reforzando su disidencia política con otra religiosa, el Si'ismo, que estaba llamada a ser la más duradera e importante en el seno del Islam.
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A mediados de octubre los aliados -británicos, gurkhas, indios, africanos, etc.-, pasado el monzón, iniciaron el avance hacia Kalemyo, hacia la llanura central birmana, y una vez cruzado el Chindwin -diciembre-, no sin vencer gran resistencia japonesa, ocuparon Kalewa. Los japoneses estaban agotados y con material desgastado o escaso, no podían recibir reservas ni suministros -estaban ocupados en Filipinas y en China-, y sólo podían retirarse combatiendo, para retrasar lo más posible el avance aliado. La retirada japonesa sólo se detendrá un tiempo a comienzos de 1945, en la llanura central, donde plantearán la resistencia sobre el río Irawady y, luego, alrededor de Mandalay -o Mandale-, como veremos. En la costa, tres divisiones aliadas de Christison fueron empujando a dos divisiones japonesas -de Sakurai- hacia el sur, en diciembre, y a fines de enero habían ocupado un buen trecho de costa y la isla de Ramree. En el Irawady, Slim atacó a Kimura -sucesor de Kawabe-, pero no pudo envolverlo, y éste constituyó una línea defensiva al norte de Mandalay en enero. Sólo en febrero los aliados podían formar algunas cabezas de puente al sur de Mandalay y tomar Meiktila -o Meikhtila-, más al sur, cortando la comunicación entre las fuerzas japonesas del centro y las de Rangún. En el extremo norte Stilwell había reorganizado a sus fuerzas chinas -ahora sólo dos divisiones, pues el resto combatía en China contra el mismo enemigo- y norteamericanas, con las que iba a mantener abierta la ruta de China a partir de Myitkyina, que había ocupado a fines de 1944. Y los japoneses pensaban hacer todo lo posible para reabrir la carretera y proteger sus suministros de petróleo. El ataque de Stilwell obligó al general Honda a retirarse, y fue enviado a defender, sin éxito, Meiktila. El XV Ejército japonés había quedado destruido. A fines de febrero los británicos llegaban a Mandalay, furiosamente defendida por los japoneses, pese a carecer de aviones, durante dos semanas. El 20 de marzo de 1945 los aliados entraban en la ciudad; los japoneses, muy maltrechos, se retiraban hacia el sur. La toma de esta ciudad y de su zona había costado a los aliados unas 10.000 bajas, y muchas más a los japoneses, que perdieron casi todo su material. En esto, los dirigentes colaboracionistas birmanos se pasaron a los aliados -marzo-, lo que tuvo mucha importancia, pues una buena parte de sus fuerzas y el apoyo de la población fue para aquéllos. La promesa de independencia, hecha ahora por los británicos, a regañadientes -sólo Mountbatten era favorable- había sido considerada firme por Aung San y los demás nacionalistas birmanos. Por otro lado, se quería alcanzar Rangún a comienzos de mayo, antes de las lluvias, por lo que se hacía necesaria la colaboración birmana, tanto la política como la del Ejército nacional que había combatido por los japoneses, y como la de las guerrillas izquierdistas de Thakin Soe, que habían estado de parte de los británicos desde 1943. En el norte los chino-norteamericanos de Stilwell habían hecho pocos progresos. Los chindits estaban agotados, su número reducido, y fueron retirados. Los sustituyó una división india. A comienzos de 1945, por fin, Stilwell era capaz de limpiar la carretera birmano-china y asegurar definitivamente los suministros para el Ejército de Chiang Kai-chek. Volviendo a la campaña de Rangún, en marzo Slim se hallaba todavía a unos 400 km. de la capital. Había que reorganizarse y descansar. Pero esto último no será posible. Dos columnas británicas, el XXXIII Ejército de Stopford, que avanzaría a lo largo de Irawady, y el IV, de Messervy, que descendería a lo largo de la línea férrea que de Toungoo lleva a Pegú, se encontrarían en Rangún. El peso de la operación recayó en Messervy. Los aliados contaban también con fuerzas birmanas. Mientras los británicos y birmanos atacaban en el río Sittang, los guerrilleros karen lo hacían en el Delta del Irawady. El avance de Slim hacia Rangún se vio así acelerado, pero sus líneas de comunicación y suministro se alargaron, cuando estaban a punto de comenzar las lluvias, pero ya casi no había enemigo y, además, los adversarios disponían de abundantes vehículos y toda clase de material. Al mismo tiempo, se preparó una operación anfibia, con planeadores, desde Akyab y Ramree, que facilitó notablemente el avance de Slim hacia Rangún. El XV Ejército japonés era la sombra de sí mismo y se retiraba en desorden, intentando atravesar las tierras shan, hacia China y Thailandia. El XXXIII Ejército de Honda no llegó a alcanzar el Sittang, en su marcha hacia el este, porque los carros británicos lo destruyeron. El 25 de abril de 1945 era capturado el aeropuerto de Toungoo, al norte de Rangún, mientras los japoneses habían evacuado la capital ya desde el 22, aunque los británicos que avanzaban por la costa sólo entrarán en ella el 3 de mayo; Pegú había caído ya el 30 de abril. Los 50.000-60.000 japoneses que quedaban en Birmania hacían lo imposible para evacuar el país y refugiarse en Thailandia, como intentaban hacer los restos del XXXIII Ejército y otras unidades atrapadas al oeste del Irawady. Los británicos pudieron cortarles el paso en dos ocasiones, entre mayo y junio, y unos 15.000 japoneses quedaron entre el Irawady y los montes de Pegú, hambrientos y desesperados, con escasas posibilidades de huir o de sobrevivir. El 3 de julio de 1945 Honda atacó a los británicos en un intento de aliviar a Sakurai, en las proximidades de Waw, pero no pudo hacer nada positivo. En julio, pues, los japoneses trataron de pasar definitivamente a Thailandia, dividiéndose en pequeños grupos, para dificultar la localización por parte del enemigo y facilitar sus movimientos. Pocos de los que llegaron al Sittang pudieron cruzarlo. Entre fines de julio y comienzos de agosto algo más de 6.000 japoneses pudieron refugiarse en Thailandia. La campaña de Birmania había terminado. La victoria aliada, tras las graves derrotas de 1941 a 1943, se había debido a la mayor abundancia de material, a la menor dispersión de sus fuerzas, a la superioridad aérea, a la existencia de comandantes competentes, en particular Mountbatten y Slim, pero también, en cierto modo, el extraño Stilwell. La tropa se había mostrado incapaz en un primer momento; luego, el buen entrenamiento y la veteranía adquirida hará de ella un buen elemento y un factor a considerar en la victoria. Los japoneses habían dispersado demasiado a sus tropas, y no siempre habían dispuesto del material adecuado, en calidad o en número. Habían tenido jefes competentes, en general, como Honda, Iida, Sakurai. La tropa, dotada de gran disciplina y sumisión a los mandos, había combatido con obstinación y espíritu de sacrificio, muchas veces hasta el último hombre. Se habían producido fricciones entre los aliados, entre británicos, norteamericanos y chinos, y en particular entre los dos primeros, a causa de la utilización de los transportes aéreos norteamericanos en operaciones británicas y, más gravemente, por cuestiones relacionadas con el mando; los británicos, que llevaban el peso de la campaña, tuvieron que dejar bien claro que había sólo dos comandantes supremos, Mountbatten y Chian Kai-chek -bajo esté último estaban los norteamericanos, pese a las veleidades de mando de Stilwell, que pretendía disponer a su antojo de las divisiones chinas, e incluso, desde la muerte de Wingate, de los chindits. La actuación de éstos ha levantado polémicas, sobre todo recientemente. Considerado Wingate un héroe, un genio, el terror de los japoneses, por algunos oficiales que sirvieron bajo su mando y por algunos autores -éste es el caso del libro de M. Calvert, Chinditas, la gran incursión y de otros-, es un personaje mediocre para otros oficiales y autores, e incluso un inconsciente, un incompetente, un botarate, que llevaba a sus hombres a mataderos totalmente inútiles, y que en realidad causó poco daño al enemigo. Esto es lo que dicen James -Chindit- o Bidwell -Chindit War-, que sirvieron bajo Wingate (30). Parece ser que la segunda visión, la negativa, se acerca más a la verdad. Es cierto que los chindits introdujeron un nuevo método de lucha que tuvo cierta eficacia, sobre todo cierto efecto psicológico, y que sus bajas, pese a ser elevadas, muchas veces por errores de Wingate, fueron bastante inferiores a las causadas a los japoneses, quizá en una proporción de 1 a 5. Los norteamericanos no estaban satisfechos con los chindits, por su discutible eficacia, pero también, como dice Calvert, porque al colocarse detrás de las líneas enemigas habían causado un problema de demarcación con los norteamericanos. Es cierto, asimismo, que Wingate se mostraba excéntrico, innecesariamente duro con sus soldados, que lo que él llamaba éxitos a veces no fueron sino retiradas desastrosas e incluso ridículas, y que otras veces sólo gracias a los aprovisionamientos por aire norteamericanos pudo escapar a nuevos desastres. Las primeras incursiones fueron las más eficaces; las dos o tres siguientes, dejaron mucho que desear. Es posible, como dice un crítico, que, en particular en las incursiones posteriores, su eficacia fue casi nula y que su cometido lo podrían haber realizado tropas regulares. En cuanto a los nacionalistas, éstos habían sido muy hábiles, en particular Aung San, y fue reconocido dirigente principal del movimiento nacional birmano por los aliados. Pero ésta es ya otra historia. Birmania será utilizada desde ahora como base para la reconquista del resto del sudeste asiático. China volverá a ser aprovisionada hasta el fin, ya próximo, por otra parte, de la guerra.
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La década de 1930, claramente situada bajo el signo de la autarquía, suele considerarse como un punto de inflexión para el desarrollo latinoamericano. Una afirmación de este tipo resulta desproporcionada y exagera el contraste entre el antes y el después de la crisis, aunque hay algunos aspectos rescatables, como son la aceleración en la industrialización por sustitución de importaciones y el comienzo de la formulación de políticas públicas claramente comprometidas con el crecimiento económico. La explicación convencional deriva de la CEPAL (Comisión Económica de las Naciones Unidas para América Latina), que interpretó el período de la Gran Depresión como el tránsito de un modelo de crecimiento basado en las exportaciones de productos primarios a otro orientado hacia el mercado interior a través de la industrialización por sustitución de importaciones. Las tendencias al cambio de modelo pueden haberse intensificado por la caída de los precios internacionales de las materias primas y por el enorme deterioro de los términos de intercambio, de modo que se suele señalar erróneamente que la crisis de 1930 marcó el inicio de la industrialización en el continente. Después de la Primera Guerra Mundial, los Estados Unidos aumentaron el peso que tenían en el comercio y en las finanzas internacionales, aunque de momento, y en consonancia con su postura aislacionista, no quisieron asumir un claro liderazgo en el concierto de las naciones, lo que sólo harían después de la conferencia de Breton Woods y de la creación del Fondo Monetario Internacional en 1944. La falta de liderazgo en el plano internacional se expresó en el hecho de que ningún gobierno, en ningún momento, estuvo en condiciones de poner en práctica un plan coordinado para limitar los efectos de la crisis, lo que llevó a que cada país arbitrara sus propias políticas con independencia de los demás. Dicho aumento se refleja en la cuota estadounidense en el comercio internacional, que pasó del 22,4 por ciento en 1913 al 32,1 en 1920, mientras que la participación europea descendió del 58,4 al 49,2 por ciento en las mismas fechas. Las deudas de guerra y el pago de las reparaciones bélicas, discutidas en la Conferencia de Versalles, cambiaron la condición acreedora de Europa, que se convirtió en deudora de los Estados Unidos, y modificaron la posición financiera entre los países. En la década de 1920, los Estados Unidos aumentaron sus inversiones en el extranjero y sólo en inversiones a largo plazo colocaron. 9.000 millones de dólares, casi el 75 por ciento del total internacional. Entre 1924 y 1929, mientras los Estados Unidos prestaron 1.597 millones de dólares a América Latina, Gran Bretaña sólo colocó 528 millones. El lugar ocupado por los Estados Unidos en la economía mundial hizo que los efectos de la crisis bursátil de Wall Street, la Bolsa de Nueva York, de octubre de 1929, se transmitieran rápidamente por los cinco continentes. Algunos de sus efectos depresivos se habían comenzado a sentir desde 1928, cuando la Reserva Federal de los Estados Unidos (el Banco Central) subió los tipos de interés con el principal objetivo de desacelerar la demanda interna y enfriar la actividad económica. La política monetaria de los Estados Unidos, calificada por algunos observadores como irresponsable, terminó por desequilibrar el sistema económico internacional al interrumpir los préstamos internacionales. Muchos países que dependían del capital extranjero no pudieron seguir sosteniendo las reglas de la ortodoxia monetaria, como la libre convertibilidad del dinero, y al poco tiempo tuvieron que abandonar el patrón oro. Uruguay fue el primer país en tomar esta decisión, en abril de 1929, y en el mismo año fue seguido por Argentina y Brasil. En 1930 se descolgó Venezuela; en 1931 lo hicieron México, Bolivia y El Salvador y en 1932 Colombia, Nicaragua, Costa Rica, Chile, Perú y Ecuador. Honduras fue el país que más resistió y sólo renunció a la convertibilidad de su moneda en abril de 1933. Entre 1928 y 1929, las nuevas emisiones de bonos de la deuda externa de los seis países más endeudados (Alemania, Japón, Australia, Argentina, Brasil y Colombia) pasaron de 570 a 52 millones de dólares, lo que da una clara idea de la magnitud de la caída. Para los países exportadores de productos primarios, el final de la década de 1920 fue una época difícil, aunque primó un razonable equilibrio en la balanza de pagos de la mayoría de los países latinoamericanos. Como ya se ha visto, algunos de ellos comenzaron a atravesar por situaciones críticas entre 1928 y 1929. Algunos ejemplos son el derrumbe del control brasileño sobre el mercado del café, los grandes apuros pasados por el azúcar cubano y el sufrimiento por parte de los nitratos chilenos ante la competencia creciente de los abonos sintéticos. Los choques externos ocurridos entre 1929 y 1933 perturbaron el equilibrio anteriormente existente y puede entenderse la historia económica de la década de 1930 como un esfuerzo permanente en la búsqueda del ajuste de la balanza de pagos. Tras su brusco estallido, la crisis repercutió directamente sobre la economía latinoamericana, que se caracterizaba por su especialización exportadora. La inestabilidad de los mercados de esos productos sólo podía compensarse con una adecuada financiación exterior, pero la interrupción en el flujo de capitales norteamericanos a la región y la caída en las importaciones de algunos productos de América Latina acentuaron todavía más las consecuencias de la crisis. Europa también se vio muy afectada por la coyuntura, dada la compleja interacción internacional en el terreno comercial y financiero, lo que supuso involucrar a importantes mercados estrechamente vinculados a las economías latinoamericanas. Para las economías abiertas de América Latina, que dependían de su capacidad exportadora para importar los productos necesarios para su crecimiento, las consecuencias no pudieron ser más desastrosas, aunque la intensidad del impacto varió de país a país. Una de las consecuencias de la crisis con alcances más duraderos fue el desplazamiento de Gran Bretaña como primera potencia económica mundial y el ascenso de los Estados Unidos en su lugar. Este hecho se sintió especialmente en América del Sur, tradicionalmente un área bajo la dominación de la libra esterlina, mucho más que en América Central, México y el Caribe, donde la influencia norteamericana ya era mayor. En muchos países habría que esperar al fin de la Segunda Guerra Mundial para que este proceso se consolidara de una forma irreversible. En la década de 1920, los Estados Unidos habían invertido 5.000 millones de dólares en América Latina (la tercera parte del total de sus inversiones en el mundo), recibiendo cinco países más de las tres cuartas partes del total. Se trataba de Cuba (1.066 millones), Argentina (808 millones), Chile (701 millones), México (694 millones) y Brasil (557 millones). Para América Latina, la crisis fue un producto importado de fuera. Si bien existen distintas teorías sobre los orígenes de la Gran Depresión, está suficientemente demostrado que ésta se inició en los países centrales y desde allí se transmitió a la periferia, a los países exportadores de alimentos y materias primas. Los mecanismos de transmisión de la crisis fueron básicamente cuatro: la contracción del comercio internacional; el deterioro de los términos de intercambio, ya que los precios de las manufacturas cayeron menos que los de los productos primarios (en cuatro años bajaron entre un 2,1 y un 45 por ciento en algunos países latinoamericanos); el reflujo de capital hacia los países acreedores y la caída de los precios operada en los mercados internacionales (deflación). La contracción del comercio internacional afectó directamente a la región. En 192-9, el 48 por ciento del total de las exportaciones latinoamericanas se dirigían a los Estados Unidos, y en 1932 se habían contraído al 41,5 por ciento. Pero no todos los países exportaban en proporciones similares a sus distintos clientes, por lo que las repercusiones de la crisis también fueron distintas. México, por ejemplo, colocó en los mercados estadounidenses el 75 por ciento de sus exportaciones y sólo el 22 por ciento en Europa; Brasil exportó a Estados Unidos y a Europa cantidades similares: el 45 por ciento; mientras que Argentina vendió a Estados Unidos sólo un 9 por ciento, un 29 por ciento a Gran Bretaña y un 35 por ciento a las restantes naciones europeas. Las economías más poderosas de la tierra, como las de los Estados Unidos y Gran Bretaña, los mayores socios comerciales latinoamericanos, adoptaron estrategias defensivas y proteccionistas para salvaguardarse de la crisis, o al menos para poder atravesarla con el menor coste posible, aplicando medidas como el aumento de los aranceles, los pactos bilaterales de comercio o la defensa de los mercados coloniales y la contingentación en el intercambio de divisas. Todas estas disposiciones dificultaban aún más la normalidad en los flujos comerciales internacionales y afectaron directamente las balanzas comerciales de todos los países latinoamericanos. En junio de 1930 los Estados Unidos aprobaron el arancel Hawley-Smoot, que fue considerado por los restantes países como una verdadera declaración de guerra comercial. Al año siguiente los británicos implantaron la Ley de Importaciones Anormales y en 1932 se firmó el Acuerdo de Ottawa, que protegía el comercio en el interior de la Commonwealth, la Comunidad Británica. Francia, Alemania y Japón también reforzaron sus políticas discriminatorias en beneficio de las áreas que se encontraban bajo su influencia política. Sin embargo, América Latina sufría las mismas desventajas que el resto de la periferia, pero no estaba integrada en ningún Imperio que la protegiera. Las excepciones fueron Jamaica y Puerto Rico que sí se beneficiaron del proteccionismo metropolitano, de modo que aumentaron las importaciones norteamericanas de azúcar de Puerto Rico, a expensas de Cuba y las de plátanos de Jamaica al Reino Unido, en detrimento de América Central. Y si bien el proteccionismo perjudicó a la mayor parte de los países latinoamericanos, su filosofía fue posteriormente adaptada por esos mismos países según sus propias realidades, y arraigó con mayor fuerza que en los mismos lugares donde se había iniciado. En América Latina asistimos también al aumento en la intervención del Estado en la actividad económica, en una especie de keynesianismo (aunque inconsciente) antes de Keynes. Entre las medidas adoptadas se puede consignar el abandono de la convertibilidad del dinero; la depreciación de las tasas de cambio, especialmente las aplicadas a las importaciones; los incrementos en los aranceles; los controles de importación y de cambios; los acuerdos bilaterales de compensación; la creación de nuevos impuestos y el aumento en la recaudación de impuestos no aduaneros. De ese modo, muchos gobiernos que en el pasado habían hecho del liberalismo económico su principal divisa, comenzaron a dejar de lado estos postulados y de una forma más o menos gradual recorrieron el camino de la intervención estatal, un camino eficazmente sembrado por las piedras del populismo. Como consecuencia de la aplicación de estas políticas intervencionistas se observa una participación creciente del gasto público en el Producto Interior Bruto (PIB) y una expansión de las funciones reguladoras del gobierno sobre la actividad económica. Los gobiernos se comprometieron a promover el crecimiento económico y la transformación estructural. Lázaro Cárdenas aceleró el programa de reforma agraria en México y en 1938 nacionalizó la industria petrolera. En la década de 1930 se observó por doquier el fortalecimiento y la creación de instituciones públicas que concedían créditos a mediano y largo plazo, tratando de reactivar la actividad económica. Sin embargo, la participación gubernamental a gran escala en el crédito público es un fenómeno de la década siguiente. Los efectos de la intervención y del proteccionismo se pueden observar con mayor intensidad a partir de la posguerra de la Segunda Guerra Mundial, el momento que señaló el progresivo cierre de las economías latinoamericanas, gracias a la continua difusión de la industrialización vía sustitución de importaciones. Esas economías permanecerían cerradas hasta bien entrada la década de los 80, cuando una nueva crisis, también de alcance continental, derrumbó las tupidas barreras de protección y autarquía que hasta entonces se habían construido. Los años que nos ocupan fueron aquellos en los que se gestaron las políticas proteccionistas y autárquicas y los años en los que esas políticas y las sociedades latinoamericanas se adaptaron a los cambios que marcarían su camino durante las largas décadas de aislamiento. Las consecuencias de la crisis sobre las economías latinoamericanas variaron de país a país y dependían básicamente del comportamiento de los precios de los productos exportables en los mercados internacionales, a tal punto que Carlos Díaz-Alejandro habla de la "lotería de mercancías". Ni a todos los países les fue igual durante la crisis ni todos los productos tuvieron el mismo comportamiento. Hubo a quienes les fue peor, es el caso de Chile, cuyos precios del salitre cayeron estrepitosamente, y otros a quienes no les fue tan mal, como a la Argentina, que supo mantener buena parte del mercado de carne inglés, vital para sus exportaciones, gracias a la firma del Tratado de Londres (el Tratado Roca-Runciman) con Gran Bretaña, que permitió reducir los efectos negativos del Tratado de Ottawa, que reservaba los mercados británicos a los países y territorios de la Commonwealth. En el caso de Argentina, como en el de otros países exportadores de productos ganaderos y de agricultura templada, una buena parte de las exportaciones pudo trasladarse al mercado interno, cuyo consumo se constituyó en una eficaz alternativa a la contracción del comercio internacional. Este no fue el caso de quiénes exportaban minerales o productos tropicales. Entre 1928/29 y 1932/33, Chile fue el país que más vio reducir el valor de sus exportaciones, algo más del 80 por ciento. Con un menor impacto, y separados en varios grupos, encontramos a los países siguientes: Bolivia, Cuba, Perú y El Salvador entre el 70 y el 75 por ciento; Argentina, Guatemala y México, entre el 65 y el 70; Brasil, la República Dominicana, Haití y Nicaragua entre el 60 y el 65, Ecuador y Honduras entre el 55 y el 60 y Colombia, Costa Rica, Panamá y Paraguay entre el 50 y el 55. El país menos perjudicado fue Venezuela, con una cifra que oscilaba entre el 30 y el 45 por ciento. México fue uno de los países grandes que más notó la crisis. La caída de la renta mexicana había comenzado en 1929, y no en 1930 y el punto mínimo lo alcanzó en 1932. En ese año el valor de su PIB era un 19 por ciento menor que el de 1930. Sin embargo, en 1933 la recuperación mexicana ya había comenzado, y esa temprana recuperación es más notable si se considera la proximidad geográfica con los Estados Unidos, que todavía estaban sumidos en la depresión. La Argentina siguió una tendencia similar a la mexicana, aunque tanto la caída como la recuperación fueron menos pronunciados. El punto de inflexión también se sitúa en 1932, cuando su PIB había caído un 13,8 por ciento en relación al de 1929. En 1935, la Argentina ya había recuperado el nivel de renta que tenía en 1929. Brasil, por su parte, tuvo una evolución distinta y en este caso es más correcto hablar de estancamiento o recesión, ya que la caída fue muy leve. El punto mínimo se alcanzó en 1931 y en 1933 el país había superado el PIB de 1929. Se podría concluir diciendo que la recesión en los países latinoamericanos fue menos profunda de lo que se suele afirmar y que tanto sus efectos sobre sus economías, como sus repercusiones sociales, fueron poco duraderos. En términos de empleo los efectos de la crisis tampoco fueron demasiado serios. En numerosos países, la mayor parte de la población activa se dedicaba a la agricultura (en México y Brasil era cerca del 70 por ciento del total) y tuvo posibilidades de dedicarse a la producción para el autoconsumo, de modo que el sector agrícola se convirtió en un amortiguador frente a la contracción de la actividad económica o a la inestabilidad de otros sectores. En casi todos los casos podríamos señalar que hacia mediados de la década de 1930 ya había comenzado la recuperación.
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Como todavía estaban en línea 70 divisiones francesas, cinco británicas y dos polacas, se estableció un segundo frente al norte de París, siguiendo el curso del Somme, el Aisne y algunos canales, hasta llegar al extremo de la línea Maginot. Los generales Buhrer y Prételat pidieron sacar a los soldados de sus madrigueras de hormigón para hacerlos combatir a campo abierto y el coronel De Gaulle solicitó atacar con algunas divisiones y los 1.200 carros con que todavía se contaba. Nadie le hizo caso y el Ejército francés continuó en defensiva; el 5 de junio, los alemanes atacaron de nuevo; en dos días hundieron el frente y, el 9, llegaron al Sena y lo cruzaron. Las fuerzas panzer habían recibido nuevos tanques, se habían repuesto del desgaste y realizaron el avance más rápido de la historia, la división de Rommel llegó a cubrir 240 kilómetros en un día. Las 130 divisiones de infantería, que marchaban tras las panzer, apenas habían combatido y sólo padecían el cansancio de la larga marcha. La Wehrmacht podía ocupar rápidamente toda Francia, porque los ejércitos aliados estaban destrozados. El 10 de junio, Mussolini se colgó del carro del vencedor, declaró la guerra y ordenó atravesar la frontera francesa. Los franceses se organizaron en posiciones aptas para defenderse en todas direcciones, pero los alemanes pasaron entre ellas a toda velocidad y sin atacarlas. En aquellas seis semanas, los aliados no habían sido derrotados por la superioridad militar alemana sino por el frenético ritmo de sus operaciones. Churchill indicó al Gobierno Reynaud la conveniencia de trasladarse a Africa con 500.000 soldados para continuar la guerra y le ofreció la unión política con Gran Bretaña. Con las carreteras atascadas por las columnas de refugiados, el Gobierno huyó primero a Tours y luego a Burdeos. Los alemanes entraron en París el 14 de junio; Reynaud dimitió y Lebrun, presidente de la República, ofreció la formación de un nuevo Gobierno a Pétain, mariscal de ochenta y cuatro años, héroe de la Gran Guerra y embajador en Madrid hasta el último mes de mayo, en que regresó a París para ser viceministro. El 17 de junio Pétain transmitió a Hitler una propuesta de armisticio y, el 22, en el mismo vagón de ferrocarril donde se había firmado la capitulación alemana de 1918, se formalizó la rendición de Francia. Parte del país quedaba ocupada por los alemanes, el Etat Français conservaba 40 departamentos, la Flota, el Imperio, 100.000 soldados en la metrópoli y 180.000 en las colonias. Los refugiados políticos debían ser entregados a los alemanes, se consideraba francotirador al francés que combatiera contra Alemania bajo otra bandera y los prisioneros de guerra no serían liberados hasta el tratado de paz, que no se firmó jamás. Como París pertenecía a la zona ocupada por los alemanes, el Gobierno Pétain se instaló en la ciudad balnearia de Vichy. El viejo mariscal se convirtió en jefe del Estado y Hitler le impuso la colaboración con Alemania, aunque jamás logró convertirlo en un aliado que declarase la guerra a Gran Bretaña. Sólo sobrevivió un débil rescoldo de desacuerdo francés: De Gaulle no aceptó la rendición, rompió con sus superiores y huyó a Inglaterra. En Francia, un consejo de guerra lo condenó en rebeldía; en Inglaterra sólo cosechó vacilaciones del Gobierno de Churchill y negativas de los mandos coloniales cuando intentó atraérselos. El 18 de junio, ante sólo 200 personas reunidas en el Olimpia de Londres, anunció su propósito de luchar hasta la liberación y, el 14 de julio, aniversario de la toma de La Bastilla, revistó un destacamento francés, depositó flores en el monumento a Foch y adoptó la Cruz de Lorena como símbolo de la Francia Libre. Por fin, el 7 de agosto, el Gobierno británico le reconoció concediéndole uniformes, equipos y dinero para mantener un contingente de 7.000 hombres armados, cuyo número aumentaría progresivamente, gracias a los refugiados en Inglaterra, donde De Gaulle organizó un pequeño Gobierno en el exilio.
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La gran fiesta de Tlaxcallan Casi las mismas fiestas de México y ritos de sacrificar hombres tenían en Tlaxcallan, Huexocinco, Chololla, Tepeacac, Zacatlan y otras ciudades y repúblicas, sino que variaban los nombres a la mayoría de los días y dioses del agua Tlaloc, Matlalcuie y Xuchiquezatl, y que en una fiesta asaeteaban un hombre puesto en una cruz, y en otra acañavereaban a otro en una cruz baja, y en otra desollaban a dos mujeres en sacrificio; se vestían los cueros dos sacerdotes mozos y ligeros; corrían por el patio, y por las calles de la ciudad tras los caballeros y bien vestidos; y al que alcanzaban le quitaban las mantas, plumajes y joyas que para honrar la fiesta se había puesto. Empero la gran fiesta suya era de cuatro en cuatro años, que llaman Teuxiuitl, y que quiere decir año de Dios, y que cae al principio de un mes correspondiente a marzo. Al dios en cuyo honor se hacía le llaman Camaxtle, y por otro nombre Mixcouath. Trae la fiesta ciento sesenta días de ayuno para los sacerdotes, y para los legos ochenta. Antes de comenzar el ayuno predicaba el achcahutli mayor a sus hermanos, esforzándolos al trabajo venidero, amonestándoles fuesen los criados de Dios que debían, pues habían entrado allí a servirle; y en fin, les decía que había llegado el año de su dios para hacer penitencia; por tanto, el que se sintiese flaco o indevoto saliese al patio de Dios dentro de cinco días, y no sería culpado ni menoscabado por ello; mas que si después se salía, habiendo comenzado el ayuno y penitencia, sería tenido por indigno del servicio de los dioses y de la compañía de sus siervos, y privado del oficio y honra clerical, y sus bienes confiscados. Pasado el quinto día de plazo, les preguntaba si estaban todos, y si querían ir con él. Respondían que sí; y con tanto iban con el achcahutli doscientos, trescientos y más clérigos a una sierra, a cuatro leguas de Tlaxcallan, muy áspera y alta. Se quedaban todos los tlenamacaques, antes de acabarla de subir, orando, y el achcahutli subía solo, entraba en un templo de Matlalcuie, y ofrecía al ídolo con grandísima reverencia esmeraldas, plumas verdes, incienso y papel, y se volvía a la ciudad. Ya para entonces estaban en el templo todos los servidores de ídolos que había en el pueblo, con muchos haces de palos. Comían todos muy bien y bebían no poco; pues aún el ayuno estaba por entrar. Llamaban luego a muchos carpinteros, que también hubiesen ayunado y rezado cinco días, para alisar y aguzar aquellos palos. Se iban los carpinteros después de haber hecho su oficio, y venían los navajeros, ayunos asimismo. Sacaban y afilaban muchas navajas y lancetas de azabache, y las ponían sobre mantas limpias y nuevas. Si alguna de ellas se rompía antes de que se acabase, vituperaban al maestro, diciendo que no había ayunado. Los sacerdotes perfumaban aquellas nuevas navajas, y las ponían al sol en las mismas mantas. Cantaban unos cantares regocijados al son de algunos atabalejos. Callaban los atabales, y cantaban otro cantar triste, y luego lloraban muy fuerte. Iban entonces todos, unos tras otros, como quien toma ceniza, a un sacerdote que estaba en la grada más alta; el cual horadaba, como hombre diestro en el oficio, la lengua de cada uno por medio con su navaja, que para eso hacían tantas. Se arrodillaban ante Camaxtle, y comenzaban a pasar palos por las lenguas. Cada uno pasaba según su estado, o tiempo que servía al ídolo; quien ciento, quien doscientos; pero el achcahutli y los viejos metían aquel día cada uno cuatrocientos cinco palos de los más gruesos por el agujero de las lenguas. Cuando acababan este sacrificio era más de medianoche. Cantaba luego el achcahutli, y respondían los otros farfullando; pues la sangre y el dolor no les dejaba libre la voz. Ayunaban veinte días, comiendo muy poquito, y hacían de manera que no se les cerrase el agujero de la lengua, porque a los veinte días, y a los cuarenta, y a los sesenta, y a los ochenta habían de sacar por él cada uno otras tantas varas cuantas el primero. Así que se sacrificaban cinco veces de esta misma manera en ochenta días, y montaban las varas, que solo el achcahutli ensangrentaba dos mil veinte. Al cabo de los ochenta días ponían un ramo en el patio, que todos lo viesen, para que todos ayunasen los otros ochenta días que quedaban hasta la Pascua. Y no dejaba nadie de ayunar, como era su costumbre, comiendo poco y bebiendo agua. No podían comer chili, que es manjar caliente, ni bañarse, ni tocar a mujer, ni apagar el fuego; y en casa de los señores, como Maxixcacín y Xicotencatl, si el fuego se moría, mataban al esclavo que lo atizaba, y derramaban la sangre en el hogar. Aquel mismo día que ponían el ramo hincaban ocho varales grandes en el patio, como bolos, y echaban en medio de ellos todas sus varas ensangrentadas, para quemar después; pero antes las presentaban a Camaxtle como ofrenda. En los segundos ochenta días se metían asimismo pajas aquellos sacerdotes por las lenguas; mas no tantas como antes, ni tan gruesas, sino como cañones. Cantaban siempre, y respondían con voz lastimera. Salían a pedir por las aldeas con ramos en las manos, y les daban como en limosnas mantas, plumas y cacao. Encalaban y lucían muy bien todas las paredes del templo, patio y salas; y tres días antes de la fiesta se pintaban los sacerdotes, unos de blanco, otros de negro, otros de verde, otros de azul, otros de colorado, otros de amarillo, y otros de otro color; en fin ellos estaban rarísimos, porque además de los muchos colores, se hacían mil figuras en el cuerpo, de diablos, sierpes, tigres, lagartos y cosas semejantes. Bailaban todo el día de la víspera sin parar; venían algunos clérigos de Chololla con las vestiduras de Quezalcoatlh, y vestían a Camaxtle y otro diosecillo junto a él. Camaxtle era tres estados de alto, y el otro ídolo parecía niño; pero le tenían tanto respeto, que no le miraban a la cara. Ponían a Camaxtle muchas mantillas, y sobre ellas una tecuxicoalli grande, y abierta por delante, a manera de sotana, con aberturas para los brazos, y con un forro muy bien bordado de hilo de pelos de conejo, que llaman tochomitl, y luego una capa sin capilla, como allá usan. Una máscara que dicen que trajeron de Puyahutla, a veintiocho leguas de allí, los primeros pobladores, de donde fue natural el mismo Camaxtle. Le ponían un grandísismo penacho verde y colorado, una muy gentil rodela de oro y pluma en el brazo izquierdo, y en la mano derecha una gran saeta con la punta de pedernal. Le ofrecían muchas flores, rosas e incienso. Le sacrificaban muchos conejos, codornices, culebras, langostas, mariposas y otras cazas. A medianoche se revestía un sacerdote, y sacaba lumbre nueva, y la santificaba con la sangre de un cautivo principal, que degollaba, a quien decían hijo del Sol, por haber muerto en tan bendito día. Se iban los sacerdotes cada uno a su templo con aquella nueva lumbre, y allá sacrificaban hombres a sus ídolos. En el templo de Camaxtle, que está en el barrio de Ocolelulco, mataban cuatrocientos cinco presos de guerra, que tantas varas se pasó por la lengua el gran achcahutli. En el barrio de Tepeticpac mataban ciento, y casi otros tantos en cada uno de los barrios de Tizatlan y Quiahuyztlan; y no había pueblo, de veintiocho que tiene, donde no matasen algunos. En fin, dicen que mataban y comían los de Tlaxcallan y su provincia aquel día y fiesta de Camaxtle, que celebraban de cuatro en cuatro años, novecientos y hasta mil hombres. Los sacerdotes se desayunaban con aquella bendita carne, y los legos hacían grandes banquetes y borracheras. Eran grandísimos carniceros estos de Tlaxcallan, y muy valientes en la guerra. Tenían por valentía y honra haber prendido y sacrificado muchos enemigos, como quien dice haber vencido muchos campos, o tener muchas heridas por la cara, recibidas en batalla. Tlaxcalteca había cuando Cortés entró allí, que tenía muertos en sacrificio cien hombres, presos con sus propias manos.
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<p>En las primeras décadas del siglo XX, la rivalidad entre los estados europeos, derivada de sus ambiciones imperialistas, así como las dificultades internas del Imperio austro-húngaro, condujeron a la I Gran Guerra, que se desarrolló a escala planetaria. </p><p> </p><p>ÉPOCA </p><p>1.La I Guerra Mundial.</p><p>Causas de la guerra.</p><p>El equilibrio de fuerzas: 1914-17.</p><p>Entrada de EEUU en la I Guerra. </p><p>El colapso ruso.</p><p>La victoria aliada. </p><p>Repercusiones de la guerra.</p><p>Consecuencias sociales y económicas.</p><p>Nacionalismos en la I Guerra Mundial.</p><p>España y la Primera Guerra Mundial. </p><p> </p><p>BATALLAS </p><p>1.El atentado de Sarajevo.</p><p>La Mano Negra. </p><p>Una vaga advertencia. </p><p>Recepción con bomba.</p><p>Una casualidad para una guerra. </p><p>Consecuencias del atentado. </p><p>2.Los gases letales. </p><p>3.La batalla de Verdún.</p><p>Las operaciones. </p><p>El final de la batalla. </p><p>4.La batalla del río Piave.</p><p>5.Lawine Expedition. </p><p>6.Alemania capitula. </p><p>Estados Unidos entra en la guerra. </p><p>Compensaciones. </p><p>El último duelo.</p><p>El final de la guerra. </p><p>La Paz de Versalles. </p><p>Ajuste de cuentas.</p>
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Galería de imágenes de la época. Alsacianos internados en Alemania regresan a sus casas al finalizar la guerra. Mujeres trabajando en una fábrica británica de obuses durante la I Guerra. Tropas belgas atrincheradas en el frente durante una pausa del combate. La vía sagrada de Verdún. Hundimiento de un mercante aliado por los submarinos alemanes. Soldados franceses con máscaras antigás. Von Hindenburg. Atentado contra el heredero del trono austrohúngaro. Tanques alemanes durante unas maniobras en la I Guerra Mundial. Tumbas de soldados muertos en Verdún.