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Considerada como paradigmática, el modelo típico que será imitado por conquistadores posteriores, su prestigio radica en la personalidad de su jefe y cronista principal, Hernán Cortés, y sobre todo en la importancia del imperio conquistado. La empresa fue organizada por el gobernador de Cuba, Diego Velázquez, como mera expedición exploradora de las costas del golfo de México, que al mando de Cortés partió el 10 de febrero de 1519, con once navíos y unos 550 soldados. Apenas desembarcado se entera de la existencia de un reino poderoso en el interior y decide conquistarlo. Como no tenía autorización para eso, en julio funda la Villa Rica de la Veracruz, ante cuyo cabildo (formado por los miembros de la hueste, ahora vecinos) renuncia a su jefatura como delegado del gobernador. El cabildo en pleno le nombra Capitán general y justicia mayor. De esta forma Cortés se convirtió en rebelde contra Velázquez, y hacía cómplices a todos sus compañeros. El siguiente paso será dirigirse hacia el interior, destruyendo antes las naves, menos una que envió a España con todo el botín logrado hasta entonces y una carta autoexculpatoria. Con unos 400 hombres, 17 caballos y 7 cañones, y reforzado con miles de guerreros totonacas y tlaxcaltecas, llega el 8 de noviembre de 1519 a Tenochtitlan, la impresionante ciudad construida sobre el lago. El propio Moctezuma sale a recibirlo, convencido de que se trataba de Quetzalcoatl, y se instauran unas relaciones aparentemente armoniosas; Cortés intenta convertir el imperio azteca en un reino vasallo de España, y mantiene a Moctezuma bajo custodia, como una marioneta. Entretanto, logra atraer a su causa la expedición de 1.400 hombres enviada por Velázquez para castigarle. Hacia la primavera de 1520, el pueblo azteca se rebela; Moctezuma muere en circunstancias no muy claras (todo parece indicar que herido por piedras lanzadas por su propio pueblo amotinado) y los españoles se ven obligados a salir de la ciudad en la noche del 30 de junio de 1520, la Noche Triste en que murieron cerca de 800 españoles y 5.000 indios aliados. Refugiado en Tlaxcala, Cortés se reorganiza y prepara un plan de conquista que incluye la construcción de bergantines para sitiar la ciudad por el lago. Corta el suministro de agua a la ciudad y en el verano de 1521 inicia el ataque final. El asedio y conquista de la capital azteca fue realmente espantoso, dura casi tres meses, y Tenochtitlan sucumbe más por el hambre y las enfermedades (epidemia de viruela) que por las armas, rindiéndose el 13 de agosto de 1521. Cuauhtémoc, el último emperador azteca, fue capturado cuando trataba de huir. De inmediato, Cortés inicia la construcción de México, que sería la capital de la Nueva España.
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INTRODUCCIÓN GENERAL El 13 de agosto de 1521, festividad de San Hipólito, Cuauhtemoc, postrero señor de Tenochtitlan, se entregó a un oficial español llamado García Holguín. Aquel acto ponía el punto final a una larga y penosa conquista iniciada dos años antes en los arenosos médanos de Veracruz. La aventura había finalizado, pero sus protagonistas jamás olvidarían una experiencia que marcaría de manera indeleble su futuro. Años después, algunos participantes, acuciados por los más variados motivos, reflejarán por escrito la traumática vivencia, legando a la posteridad inigualables relatos, donde se conjugan con sin par pericia los más variados sentimientos del ser humano. Las obras de estos improvisados escritores, que militaron en bandos distintos, han corrido suertes distintas. Las Cartas de relación cortesianas, escritas al calor de las operaciones militares, son de todos conocidas; e igual puede decirse de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, fruto de la bien cortada pluma del soldado Bernal Díaz. También los esfuerzos de los autores indígenas, de los vencidos, se han visto coronados por el éxito1. Otros escritos, por el contrario, han desaparecido, permanecen ocultos en algún polvoriento archivo o son desconocidos del público en general. El libro que el lector tiene en sus manos recoge cuatro de esas narraciones: las relaciones de Juan Díaz, Andrés de Tapia, Bernardino Vázquez de Tapia y Francisco de Aguilar. Como la vida y obra de estos autores se tratará más adelante, me limitaré aquí a señalar que todos ellos tienen varios rasgos en común. Los autores son soldados cronistas, antitético término, que, según Jorge Gurría Lacroix: Designa a aquellos hombres que, habiendo participado en la conquista realizada por Hernán Cortés, posteriormente relataron los hechos por ellos vistos u oídos, dándonos así su versión sobre tan importante episodio2. Una segunda característica reside en su carencia de intereses etnológicos. Desgraciadamente para los estudiosos del México prehispánico, estos hombres --los únicos europeos que tuvieron el privilegio de contemplar viva la hermosa cultura del Anahuac-- se mostraron un tanto cicateros a la hora de tratar la cultura de los mexicanos, aunque, siguiendo la directriz general de la cronística indiana, incluyeron algunos datos en sus obras sobre las costumbres y creencias de sus adversarios, tan peculiares y distintas de las que ellos conocían. Actitud harto comprensible, pues tomaron la pluma impulsados por intereses distintos del etnográfico. Tan sólo el Itinerario de la armada --un relato en la línea del género de viajes-- hace hincapié en la descripción de las maravillas, humanas y naturales, que los asombrados expedicionarios descubren en el curso de la navegación. Finalmente, unos y otros comparten --con variantes, claro está-- la misma mentalidad; una mentalidad plural y contradictoria, que mezcla a partes iguales lo providencial, lo mágico y lo puramente humano. Sobre todo ello hablaremos en las páginas siguientes. Lo providencial Se ha escrito largo y tendido sobre la mentalidad providencialista de los conquistadores españoles en general y de la hueste cortesiana en particular; mas, como suele acontecer en la historiografía, abunda la grandilocuencia tópica y escasean los análisis concretos que contribuyan a esclarecer el papel jugado por la ideología en la sociedad humana. Ciertamente no seré yo quien niegue el talante providencialista de los soldados cortesianos. El providencialismo era la ideología dominante en la España del Renacimiento, y los castellanos de México, leales súbditos de la Corona, creían ciegamente en él. Educados en unos postulados que tenían más de islámico que de cristiano, los españoles se consideraban meros instrumentos de la Divina Providencia, la cual --sobra señalarlo-- los manejaba a su antojo para llevar a cabo sus inescrutables designios. A veces, incluso los dotaba de cualidades extraordinarias, como ocurrió cuando don Hernán, preso de santa cólera, destrozó las divinidades del Templo Mayor de México: Enojose de las palabras que oía, y tomó con una barra de hierro que estaba allí, y comenzó a dar en los ídolos de pedrería; y yo prometo mi fe de gentilhombre, y juro por Dios que es verdad que me parece agora que el marqués saltaba sobrenatural, y se abalanzaba tomando la barra por en medio a dar en lo más alto de los ojos del ídolo3. No resulta extraño, pues, que los veteranos, cuando trocaron la espada por la pluma, impregnasen sus escritos de providencialismo. Si hemos de creer a los soldados cronistas, Dios intervino una y otra vez en auxilio de sus criaturas. Pero casi siempre --y ello debe subrayarse-- de forma indirecta. La naturaleza será el gran arma de la Divinidad: los cerros protegerán a los cansados cruzados, y las pestes diezmarán al cobrizo rival: En esta sazón vino una pestilencia de sarampión, y víroles tan recia y tan cruel, que creo murió más de la cuarta parte de la gente de indios que había en toda la tierra, la cual muy mucho nos ayudó para hacer la guerra y fue causa que mucho más presto se acabase, porque, como he dicho, en esta pestilencia murió gran cantidad de hombres y gente de guerra y muchos señores y capitanes y valientes hombres, con los cuales habíamos de pelear y tenerlos por enemigos; y milagrosamente Nuestro Señor los mató y nos los quitó delante4. Por supuesto, el Sumo Hacedor también se manifestó de manera directa, aunque un tanto cicateramente. De hecho, los píos castellanos sólo tuvieron oportunidad de contemplar un milagro5. El evento sucedió en Centla, una localidad poblada por mayas yucatecos: El marqués y toda su gente oyó misa y salió a ellos; y porque la tierra es acequiada y por el camino por donde habíamos de ir había rías hondas, tomó con diez de caballo, de trece que tenía, y fuese sobre la mano izquierda de la ría para ver dónde podría encubrirse con unos árboles y dar en los enemigos y la gente de pie se fue camino derecho pasando acequias. Y como los indios sabían los pasos hacían gran daño en nosotros por ser mucho número de gentes como eran, y nos vimos en mucho peligro, y no sabíamos del marqués, porque no halló por dónde pasar a los enemigos, antes hallaba muchos malos pasos de acequias; y como los enemigos nos tuviesen ya cercados a los peones por todas partes apareció por la retaguardia de ellos un hombre en un caballo rucio picado, y los indios comenzaron a huir y a nos dejar algún tanto por el daño que aquel jinete en ellos hacía; y nosotros, creyendo que fuese el marqués, arremetimos y matamos algunos de los enemigos, y el del caballo no apareció más por entonces. Volviendo los enemigos sobre nosotros, nos tornaban a maltratar como de primero, y tornó a parecer el de caballo más cerca de nosotros, haciendo daño en ellos, por manera que todos lo vimos, y tornamos a arremeter y tornose a desaparecer como de primero, y así lo hizo otra vez, de manera que fueron tres veces las que apareció y le vimos; y siempre creímos que fuese alguno de los de la compañía del marqués. El marqués con sus nueve de caballo volvieron a venir por nuestra retaguardia, y nos hizo saber cómo no había podido pasar, y le dijimos cómo habíamos visto uno de caballo y dijo: "Adelante, compañeros, que Dios es con nosotros"6. Bernardino Vázquez de Tapia aceptó el portento de buen grado7; mas el viejo y gruñón Bernal Díaz lo rechazó con inusitada energía: Lo que yo entonces vi y conocí fue a Francisco de Morla en un caballo castaño, y venía juntamente con Cortés, que me parece que ahora que lo estoy escribiendo se me representa por estos ojos pecadores toda la guerra según y de la manera que allí pasamos. Y ya que yo, como indigno, no fuera merecedor de ver a cualquiera de aquellos gloriosos apóstoles, allí en nuestra compañía había sobre cuatrocientos soldados y Cortés y otros muchos caballeros y platicárase de ello, y se tomara por testimonio, y se hubiera hecho una iglesia cuando se pobló la villa, y se nombrara la villa de Santiago de la Victoria, o de San Pedro de la Victoria, como se nombró Santa María de la Victoria8. Aguilar, que debía de compartir los argumentos teologizantes de Díaz, tampoco admitió el milagro, atribuyendo la victoria a los caballos, cuyas galopadas aterrorizaron a los combatientes mayas9. ¿A qué responde tan dispar reacción? Personalmente, me inclino a pensar que esta dualidad surge de dos interpretaciones opuestas de la ideología providencialista, que en el fondo no es más que una concepción imperialista. En palabras del maestro Edmundo O'Gorman: Se trata en realidad de una visión mesiánica de la historia, fundada en la inquebrantable fe que algunos españoles tenían en el destino providencial de su pueblo como elegido por Dios para implantar la monarquía universal católica hasta la consumación de los tiempos10. La ideología providencialista se formula en unos términos que a priori no admiten una segunda lectura; pero este monolitismo se resquebraja cuando se reinterpreta en función de intereses personales u objetivos concretos. Para el veterano Bernal Díaz, que escribía con el fin de obtener beneficios económicos, admitir el milagro de Centla implicaba un menoscabo de sus méritos, menoscabo que no estaba dispuesto a aceptar en absoluto. Para Andrés de Tapia y Bernardino Vázquez, la intervención del Santo Patrón en Tabasco ponía de manifiesto el deseo divino de que aquel territorio, poblado por caníbales idólatras, fuera incorporado a la monarquía española. La providencia bendecía así la actitud sediciosa que la hueste adoptaría algún tiempo después en los médanos de Veracruz. Y es que, en el caso de México, Dios siempre estuvo con los rebeldes, como demostrara con creces un año antes, cuando el disciplinado Juan de Grijalva, obedeciendo las órdenes de Velázquez, se negó a poblar la tierra de los culhua: En este día, a la tarde, vimos un milagro bien grande, y fue que apareció una estrella encima de la nave después de puesto el sol, y se partió despidiendo rayos de luz a la continua, hasta que se puso sobre aquella villa o pueblo grande, y dejó un rastro en el aire que duró más de tres horas largas; y también vimos otras señales bien claras, por donde entendimos que Dios quería que poblásemos aquella tierra para su servicio11.
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La Europa central y del Este fue para Stalin una preocupación esencial a lo largo de toda de la guerra. Desde 1941, había insistido cerca de sus aliados en la necesidad de definir los objetivos bélicos y, a partir de 1943, la URSS abandonó su apariencia hasta entonces de ciudadela asediada para pretender convertirse en una especie de madre de las revoluciones. Lo hizo por un procedimiento que estaba en directa relación con el modo de acceso de los bolcheviques al poder y tenía poco que ver con Marx y mucho con las circunstancias bélicas vividas por Rusia en 1917; también en Mongolia había sido, en 1920, el Ejército soviético quien impuso la revolución. De modo parecido, lo que se produjo en Europa del Este, más que una exportación de la revolución, fue una extensión geográfica de la misma por procedimientos militares, llevándola a cabo desde arriba y por presión exterior. De esta manera se constituyó, desde el momento de la victoria sobre Alemania hasta comienzos de 1948, un círculo o glacis de protección de la URSS dirigido por políticos de su confianza, estrechamente vinculados a la URSS. Lo estaban incluso desde el punto de vista de su biografía previa, pues quienes ocuparon un papel político dirigente habían pasado una buena parte de su vida en Moscú. La política exterior de estos países siguió los dictados de la soviética, y en la interior se reprodujo la fórmula que había aplicado Stalin desde el poder. No se debe pensar, sin embargo, que ese glacis hubiera sido concedido en Yalta tal como luego se convirtió en realidad o que Stalin tuviera una precisa idea de lo que quería conseguir en esta parte del mundo. Por más que las conversaciones entre Churchill y Stalin sobre el reparto de sus respectivos porcentajes de influencia parezcan cínicas, lo cierto es que podían determinarlo pero no se referían al modo de hacerlo. Nunca se refirieron, por ejemplo, al carácter dictatorial de los regímenes. Además, el dirigente conservador británico, al citar porcentajes, lo que quería era hallar un procedimiento para recortar la influencia soviética. Por su parte, es muy posible que Stalin quisiera un sistema de la relaciones estable con sus aliados de otro tiempo e influencia en la retaguardia a través de los partidos comunistas. Pero, para él, el glacis protector era decisivo y el ansia de seguridad absoluta que tenía le llevó a revestirlo de las características que, en efecto, tuvo. La dominación por los comunistas del Este de Europa no se llevó a cabo de una manera súbita. Hubo tres fases sucesivas, que podrían ser descritas en los términos siguientes: una primera coalición amplia de izquierdas, una coalición de idéntica significación, en la que los comunistas tenían el claro predominio y, por último, la toma del poder absoluto por ellos. Los historiadores dudarán durante mucho tiempo acerca de si se produjo la guerra fría por la toma del poder por los comunistas en esta región del mundo o si, por el contrario, hubo toma del poder porque había guerra fría; de lo que no cabe la menor duda es de que las dos realidades estuvieron estrechamente relacionadas. En lo que, en cambio, existe una coincidencia completa es en considerar que en la clara mayoría de estos países nunca se hubiera llegado de forma espontánea a una revolución. En ningún momento los comunistas alcanzaron victorias electorales que les permitieran ejercer el poder de forma abrumadora, de modo que fueron los procedimientos que emplearon los que les permitieron llegar a conseguirlo. Principalmente utilizaron la táctica del caballo de Troya -introducción de infiltrados en los partidos socialistas- y la "del salami", es decir, ir fraccionando al adversario de forma sucesiva hasta reducirlo a la impotencia. Pero todavía más importante fue el puro y simple uso de la fuerza, a partir del control de las fuerzas de seguridad y del Ejército. Sin duda, la prioridad fundamental de Stalin fue establecer un Gobierno adicto en Polonia, el país más reacio al comunismo, pero no está claro si verdaderamente trató desde un principio de hacerlo en todo el conjunto del Este de Europa. Es posible que en el resto de la zona sólo pretendiera sacar una neta ventaja del resultado de la guerra. En este sentido, quizá pueda decirse que "la estalinización fue un proceso más que un plan". Siempre, sin embargo, el predominio de los intereses soviéticos derivó en gran medida de la presencia del Ejército Rojo. Sólo así puede explicarse que los minúsculos partidos comunistas de Rumania y Hungría consiguieran llegar al poder, mientras que eso no fue posible en el caso de Francia e Italia, que poseían grandes partidos comunistas. En cambio, el Ejército soviético no desempeñó papel alguno en el caso de la toma del poder en Bulgaria, Checoslovaquia, Albania y Yugoslavia. Por su parte, Austria fue ocupada parcialmente por los soviéticos durante algún tiempo, pero eso no determinó su futuro. Resulta preciso, por tanto, aludir a otras causas complementarias. Un factor muy importante fue que en este momento parecía esencial proceder a la reconstrucción de los países organizada por los Estados y los poderes públicos. El comunismo, además, daba la sensación de ser "el futuro": se había olvidado el mundo de las purgas y de la colectivización forzosa e incluso se había perdido de vista la Komintern. Los comunistas eran en 1945 la fuerza política mejor organizada de esta zona y la vida social estaba por completo desorganizada, con las viejas clases dominantes destruidas o incapaces de reacción, mientras que apenas existían otras que pudieran convertirse en una alternativa. Los campesinos habían sobrevivido como clase, pero los comunistas trataron de no enfrentarse con ellos proponiendo la reforma agraria. Los intelectuales se dejaron llevar por el "espíritu del tiempo". Los sindicatos apoyaron también a los comunistas quienes los habían gestado. Las Iglesias, en cambio, presentaron resistencia, en especial la católica, y fueron inmediatamente perseguidas. La toma del poder tuvo lugar primero en los países menos desarrollados, en los que los soviéticos tenían un interés fundamental o que realizaron una revolución propia; solamente después, se llevó a cabo en aquellos que se asemejaban más a los occidentales. La narración de la conquista del poder por los comunistas debe, pues, iniciarse por aquellos países que la realizaron por sí mismos, como consecuencia de un proceso revolucionario endógeno. En Albania, la toma del poder por los comunistas se inició en el otoño de 1944, sin encontrar verdadera resistencia, excepto en el Norte del territorio, de mayoría católica. Los aliados en ningún momento habían reconocido a un Gobierno albanés en el exilio ni habían tenido intervención alguna en el pequeño país. Por su parte, Yugoslavia, al ser considerada como uno de los vencedores en la guerra, no conoció la presencia de una fuerza de ocupación o de una comisión aliada de control. En realidad, fue uno de los escasos países de Europa en que los partisanos jugaron un papel decisivo en las operaciones militares contra los alemanes, llevadas a cabo en general con una espectacular brutalidad. Murió en la guerra uno de cada dieciséis yugoslavos, con la particularidad de que se produjo al mismo tiempo una confrontación entre las diferencias etnias, que habría de tener consecuencias muy duraderas con el paso del tiempo. A la altura de 1945, de los 12.000 miembros que tenía el Partido Comunista, unos 9.000 habían muerto. En el inmediato momento posterior a la victoria tomaron venganza: algo más de veinte mil refugiados yugoslavos refugiados en Austria y entregados por los occidentales fueron ejecutados sumariamente por las nuevas autoridades comunistas. El caso de Yugoslavia testimonia que los comunistas, sin necesidad de seguir precisas instrucciones de Moscú, tendieron a ocupar el poder en régimen de monopolio y que una dirección autónoma podía no impedir sino confirmar la voluntad de imitación del modelo estalinista. Josip Brosz, Tito, nacido en Croacia de madre eslovena en 1892, fue un obrero metalúrgico que llevó una vida errante por el antiguo Imperio austrohúngaro hasta que, prisionero de los rusos durante la Primera Guerra Mundial, se convirtió a la fe comunista durante su estancia en prisión. Jefe del partido en 1937, configuró a su alrededor un equipo dirigente plurinacional -Djilas, Kardelj...- que, en lo esencial, ejerció el poder en Yugoslavia hasta su muerte. Desde el final de la guerra, los dirigentes comunistas yugoslavos demostraron una actitud de independencia respecto a Moscú quejándose, por ejemplo, de las violaciones de mujeres cometidas por los militares soviéticos. Stalin no quería que los comunistas yugoslavos se le desmandaran ni tampoco que rompieran con los monárquicos, aunque más adelante estuvieran dispuestos a traicionarlos; tampoco estuvo de acuerdo en que Tito derribara aviones norteamericanos que sobrevolaron territorio yugoslavo. Subasic, el dirigente monárquico, regresó al país en noviembre de 1944 y a continuación lo hizo el propio rey. Alejandro Sin embargo, desde el primer momento, los comunistas yugoslavos demostraron que estaban dispuestos a entrar en el Gobierno, pero de ninguna manera a compartir el poder efectivo. En noviembre de 1945, se celebraron elecciones con lista única y el Frente Popular, dominado por los comunistas, obtuvo más del 90% de los votos. Los ministros monárquicos ya habían abandonado con anterioridad el Gobierno y no hubo posibilidades de publicar prensa libre alguna; además, su intento de boicotear las elecciones fracasó, debido a las presiones de los partisanos, que se beneficiaban de la indudable popularidad de Tito. En enero de 1946, fue establecida la República Federal de Yugoslavia, con una inmediata y radical socialización de la economía. Tomado el poder, los comunistas continuaron persiguiendo a sus adversarios: Mihailovic, el obispo Stepinac o Jovanovic, líder de los agrarios, fueron condenados en juicios públicos y carentes de garantías. En los primeros meses de la posguerra, Tito llevó a cabo una vigorosa política exterior: se negó hasta el último momento a devolver Trieste, ayudó a los guerrilleros comunistas en Grecia y trató de sumar Bulgaria a una especie de federación balcánica. De Polonia, llegó a decir Stalin que convertirla en comunista era más difícil que ensillar a una vaca. Era, en efecto, así, y en cierto modo, el estalinismo se debió adaptar a las circunstancias peculiares del país: Milosz afirmaría, tiempo después, que Polonia se adaptó al estalinismo practicando el arte de la simulación. De hecho, el principal dirigente comunista, Gomulka, tuvo menos dependencia de Moscú que los restantes dirigentes del Este de Europa. En el verano de 1944, los comunistas habían reconstruido un partido considerable en efectivos y a su hegemonía coadyuvó la sublevación de Varsovia, que destruyó la dirección de las otras fuerzas políticas. La Unión Soviética reconoció entonces a un Gobierno establecido en Lublin, al que controlaba y donde no se admitían disidencias. En marzo de 1945, dieciséis miembros de la resistencia no comunista fueron convocados por los soviéticos, que los detuvieron y juzgaron. En el Gobierno que se formó tras la liberación, solamente ocho de los 22 ministros de que estaba formado no habían integrado el de Lublin y su poder era muy escaso. Las medidas adoptadas a partir de 1946 para controlar la economía incrementaron el poder de los comunistas, pero desde otoño de 1945 estaba entablada una auténtica guerra civil, con 35.000 guerrilleros anticomunistas actuando en las zonas pantanosas del centro del país. Algo que servía para justificar la actuación de fuerzas represivas muy potentes. Mientras tanto, se había iniciado una reforma agraria que, a base del reparto de la tierra incluso en parcelas muy pequeñas, hizo posible una parcial atracción hacia el comunismo por parte del campesinado. Su verdadero líder era, sin embargo, Mikolaiczyk, quien agrupó en su partido agrario a unos 600.000 campesinos. En un referéndum celebrado en 1946 comenzaron las presiones en contra de los agrarios, que vieron detenido a un millar de sus afiliados. En las elecciones generales de enero de 1947, los agrarios sólo obtuvieron el 10% del voto y los independientes otro tanto, pero 142 candidatos habían sido detenidos durante la campaña. A continuación, fue aprobada una Constitución semejante a la soviética, que no quedó perfilada de forma definitiva hasta 1951. En el otoño de 1947, el líder agrario tuvo que exiliarse y, en marzo de 1948, el Partido Socialista y el Comunista se fusionaron. Polonia fue la máxima prioridad para la dominación soviética, pero ello hizo que la forma de tratarla también fuera, en cierta manera, circunspecta. El catolicismo fue bien tratado, así como también la pequeña propiedad campesina. Gomulka, que representaba un comunismo nacional, derrotó incluso a una facción del partido que pretendía la pura y simple integración de Polonia en la URSS. En Hungría, a fines de 1944 se formó un Gobierno de coalición. Los comunistas obtuvieron una cuarta parte de la Asamblea parlamentaria gracias a las presiones que ejercieron, pero la reforma agraria que propiciaron fue muy popular. Sin embargo, no quisieron tomar el poder hasta que hubiera sido resuelta la cuestión de Polonia. Durante el período intermedio se demostró que por procedimientos democráticos no podían acceder al poder. En noviembre de 1945, se celebraron unas elecciones en las que triunfó el Partido de los Pequeños Propietarios (57% del voto), obteniendo comunistas y socialistas tan sólo el 42% (17%, los primeros). Pero se había pactado el mantenimiento de la coalición de cuatro partidos y en ella el comunista tuvo en sus manos el Ministerio del Interior, que fue desempeñado por Rajk y cuya policía se convirtió en poco menos que en una fuerza privada comunista. Rakosi, el principal dirigente comunista, fue el inventor de la táctica "del salami", que se aplicó especialmente sobre los pequeños propietarios. En agosto de 1947, unas nuevas elecciones todavía dieron la victoria a los grupos que no estaban dominados por los comunistas, quienes no obtuvieron más del 22% del voto, pero ya en otoño abandonaron cualquier pretensión de gradualismo en el acceso al poder. Desde un principio, se produjo una fuerte ofensiva contra la Iglesia y el cardenal Midszenty fue detenido en las Navidades de 1948. En abril de 1949, se celebraron nuevas elecciones ya sin candidatos de oposición. En Bulgaria, los comunistas habían jugado un papel importante en la política previa a la guerra y los tradicionalmente rusos no suscitaban prevención, a diferencia de lo que sucedía en otros lugares. Desde un principio, el PC actuó con dureza en la purga de la Administración: el país que había tenido el menor número de crímenes de guerra vio sin embargo el mayor número de ejecuciones (50.000) por supuesto o real colaboracionismo. Un juicio, celebrado en 1946 contra la clase dirigente del régimen anterior, concluyó con un centenar de penas capitales. El líder de los agrarios, Dimitrov, fue obligado a exiliarse, pero durante algún tiempo todavía aquéllos y los socialdemócratas fueron capaces de seguir manteniendo la oposición a los comunistas. A fines de 1946, los comunistas ganaron unas elecciones con el 86% del voto; ya en septiembre se había proclamado la República. En los siguientes comicios todavía los agrarios y los opositores obtuvieron un centenar de escaños pero, a continuación, el líder de los primeros, Petkov, fue juzgado y ejecutado. En toda Europa del Este, los dirigentes agrarios constituyeron la mayor dificultad que los comunistas tuvieron para tomar el poder, pero en Bulgaria la propiedad ya estaba repartida y no se pudo, por consiguiente, emplear la promesa de la reforma agraria para atraer al campesinado. Ya en 1948, la detención del dirigente de los socialdemócratas significó la desaparición de cualquier vestigio de pluralismo democrático. En Rumania, los comunistas tenían apenas un millar de afiliados y, por tanto, sólo les correspondió una cartera ministerial en el primer Gobierno de coalición formado tras el fin de la guerra. Pero inmediatamente los soviéticos intervinieron de una forma brutal y cínica imponiendo cambios políticos partiendo siempre de la acusación de que los colaboracionistas no eran suficientemente perseguidos. En marzo de 1945, ya habían conseguido formar un Gobierno dominado por ellos y presidido por Groza. Mientras tanto, la aplicación del programa de reparaciones exigidas por la URSS y aceptadas por Rumania suponía que la mayor parte de las industrias pasara a manos soviéticas. A cambio, Rumania consiguió incorporar la gran región de Transilvania, de mayoría húngara. En diciembre de 1947, el rey acabó abdicando, cuando no hacía tanto tiempo había sido el único capaz de librarse del dirigente fascista Antonescu. Antes habían sido disueltos los partidos de oposición, mientras que los socialdemócratas eran integrados en el partido comunista a base de presiones. En la parte oriental de Alemania, los soviéticos controlaban de forma directa el PC y establecieron once departamentos para su administración, de los que cinco estaban dirigidos por comunistas. En un primer momento, el Partido Comunista optó por una política muy moderada: no hacía mención de Marx ni de Lenin, ni tampoco de la dictadura del proletariado. Como en otros lugares, los comunistas consiguieron especial implantación gracias a la reforma agraria y a las presiones ejercidas por la administración. El partido socialdemócrata, SPD, estaba dispuesto a la colaboración con los comunistas e incluso se establecieron comités espontáneos para canalizarla, pero con el paso del tiempo los socialdemócratas de la zona occidental acabaron negándose a ello, mientras que en la oriental su integración en el PC se hizo bajo presión. En las elecciones celebradas todavía con relativa normalidad, en ninguna región de la Alemania oriental ganó este partido unificado; en el mismo Berlín, el SPD pudo competir con los comunistas y obtuvo más del doble de votos que ellos. Pero, ya en 1948, el partido unificado se había declarado marxista-leninista y, en las elecciones de mayo de 1949, se presentó ya una única lista electoral. El caso de Checoslovaquia fue el de una nación de unas características muy especiales. Tenía un pasado más democrático que cualquier otra de la Europa Central y del Este, había presentado una seria resistencia a la invasión alemana, tenía un componente étnico plural, no contaba con tropas soviéticas en su territorio y su principal estadista, Benes, había firmado un tratado de amistad con la URSS, que estaba fundamentado en la indudable rusofilia de una gran parte de la opinión pública. A diferencia de lo sucedido en otros países, la situación, cuando se inició la senda hacia la dictadura comunista, estaba caracterizada por la estabilidad y la calma y el acuerdo para formar un frente político amplio tenía a su favor sólidos antecedentes. Ya en 1943, Benes, entonces jefe del Gobierno checoslovaco en el exilio y Gottwald, secretario general del Partido Comunista, habían coincidido en las líneas generales de la política a desarrollar cuando llegara el momento de la paz. Los comunistas no formaban parte del Gobierno exiliado, pero sí de un Consejo Nacional paralelo. En abril de 1945, Benes estaba ya de regreso y de nuevo se mostró por completo dispuesto a la colaboración con los comunistas. De acuerdo con el Pacto de Kosice, se formaría un Gobierno de coalición con los cuatro partidos de Bohemia-Moravia (populista, socialista-nacional, socialdemócrata y comunista) y los dos eslovacos (democrático y comunista, formado este último también con los elementos socialistas). El programa del nuevo Gobierno partía de la expulsión de los alemanes de los Sudetes y de una parte de la población húngara de Eslovaquia, la cesión de Rutenia a la URSS y una política de pacto con ella, la reforma agraria, el control de la economía por el Estado y la concesión de la autonomía a Eslovaquia. En el Gobierno que se formó, de sus veintiséis ministros sólo ocho eran comunistas, aunque algunos de los socialistas, como veremos, podían ser homologados a ellos. En las elecciones celebradas en mayo de 1946, los comunistas lograron el 38% de los votos, aunque debe reconocerse que muchos de ellos procedían inicialmente de supuestos o reales colaboracionistas. Fue el primer partido votado a considerable distancia del siguiente (los otros cuatro partidos consiguieron cada uno de ellos un quince por ciento). En el Parlamento, sin embargo, tenían sólo 114 escaños de un total de 300, por lo que necesitaban 38 de los socialdemócratas para obtener la mayoría. Pero, para completar la descripción del panorama político real, hay que tener en cuenta que los comunistas controlaban los puestos clave de los Ministerios del Interior, Propaganda, Hacienda y Ejército, a través de una persona interpuesta, el general Svoboda y, además, los sindicatos unificados en una sola organización y las grandes organizaciones de la juventud, agrícolas y culturales. Además, el clima reinante en el momento resultaba, de forma espontánea, muy propicio a sus propósitos de monopolio del poder político. Si Gottwald, el dirigente comunista, pedía un régimen democrático "de nuevo tipo" que realizara una "revolución democrática y nacional", el socialdemócrata Fierlinger, un político pragmático, antiguo admirador de Roosevelt pero luego muy decepcionado por la actitud de las potencias democráticas en Munich, hablaba de "una democracia real y no formal". En realidad, actuó como una especie de caballo de Troya de los comunistas. En suma, se puede decir que la correlación de fuerzas era tal en Checoslovaquia que sólo el mantenimiento del statu quo internacional explica que no se produjera el golpe con anterioridad. Hasta el verano de 1947, la situación era relativamente tranquila. En julio de ese año, la negativa soviética a aceptar la participación en el Plan Marshall cambió las cosas. Los "socialistas nacionales" empezaron a denunciar entonces a los comunistas como un peligro para la democracia, por sus actitudes de presión sobre el resto de los partidos políticos. Por su parte, un sector de la socialdemocracia, dirigido por Fierlinger, estuvo de acuerdo en llegar a un pacto de unidad de acción con los comunistas. Aunque Fierlinger perdió el dominio de su partido, no cabe la menor duda de que éste actuó, como mínimo, con ambigüedad. Por la misma época, en Finlandia una alianza entre agrarios y socialdemócratas cerraba el paso a la toma del poder por los comunistas. A comienzos de 1948, había ya indicios suficientes de que la situación política empezaba a cambiar en Checoslovaquia. Las encuestas otorgaban a los comunistas tan sólo el apoyo del 25% del electorado. Una ley sobre imposición fiscal extraordinaria, propuesta por ellos, fue rechazada en el Parlamento. Quizá este hecho también contribuyó de manera destacada a la evolución de los acontecimientos. La presión de los comunistas comenzó en Eslovaquia: en abril de 1947 había sido ejecutado monseñor Tiso, por su colaboración con los ocupantes alemanes, pero, además, todos los no comunistas fueron acusados de colaboracionistas. Una presión que se llevó a cabo, como en tantas otras ocasiones, también por medio de manifestaciones de masas. En febrero de 1948, los restantes partidos se movilizaron contra el dominio de la policía por parte de los comunistas, pero también estos lo hicieron temiendo ser expulsados del poder, como ya a esas alturas había sucedido en Francia e Italia. El día 13, con ocasión del nombramiento de ocho comisarios de policía que pertenecían al Partido Comunista, los ministros pertenecientes a los partidos democrático, socialista nacional y populista dimitieron, tratando de atraer a su favor a los socialdemócratas. Sin embargo, la reacción del enfermo presidente Benes, del ministro de Asuntos Exteriores, Masaryk, y de los socialdemócratas resultó muy poco entusiasta. Inmediatamente, los comunistas formaron milicias populares que presionaron en la calle denunciando la supuesta existencia de una conspiración reaccionaria, mientras que afirmaban que la URSS, con la que Checoslovaquia había establecido una relación tan estrecha, tan sólo les apoyaba a ellos. Hubo también llamamientos a crear comités revolucionarios y ocupaciones de periódicos. Benes, presionado por los comunistas, temió una guerra civil y no reaccionó, mientras que el ministro de Defensa, Svoboda, se alineaba con ellos. Los socialdemócratas, tras dudarlo, acabaron por definirse en favor de los comunistas, que mientras tanto habían denunciado a los socialistas nacionales como reaccionarios. Benes creía en una especie de convergencia entre comunismo y democracia, pero su estado de salud le incapacitaba para enfrentarse a las circunstancias. Ello contribuye a explicar que finalmente, el 25 de febrero, cediera ante los comunistas. En el Gobierno formado al día siguiente, de un total de veinticuatro ministros, la mitad eran ya comunistas, a los que había que sumar tres socialdemócratas que colaboraban con ellos y el resto de disidentes de los partidos menores. Su programa incluía una amplia depuración de todos los partidos políticos y una alianza más estrecha con la URSS. Masaryk se suicidó al poco tiempo y las elecciones celebradas al siguiente mayo, en las que tan sólo era posible votar a la lista del Frente Nacional o hacerlo en blanco, permitieron a los comunistas controlar por completo el poder; con todo, hubo un millón y medio de votos en blanco y abstenciones. Poco después, Benes dimitió y, tres meses más tarde, moría. Como puede deducirse por la narración de lo sucedido, los hechos de Checoslovaquia fueron una extraña mezcla de revolución y golpe de Estado. Ya en octubre de 1947, los comunistas eslovacos habían estado a punto de desplazar a sus adversarios, pero la intervención de Gottwald lo había impedido por el momento. Lo sucedido más adelante en esta parte del país fue un golpe de Estado, como había sucedido en Polonia o Hungría. En Bohemia y Moravia, por su parte, los elementos demócratas erraron por completo en sus planteamientos: salieron del Gobierno pero no organizaron movilizaciones populares que hubieran podido influir sobre Benes; titubearon demasiado y acabaron pidiendo volver al ejecutivo y se equivocaron de medio a medio en lo que respecta a la posición de los socialdemócratas. En este sentido, puede decirse que el poder no fue conquistado por los comunistas sino que les fue entregado. Pero inmediatamente a continuación, la legalidad democrática fue reducida a la nada. Los diputados que se opusieron al nuevo Gobierno fueron expulsados del Parlamento. Los comunistas de los países occidentales presentaron lo sucedido como una prueba de que en Checoslovaquia, como en la España de 1936, había sido posible resistir a los reaccionarios. Muy pocos partidos socialistas -el italiano, por ejemplo- suscribieron esa opinión. En realidad, lo sucedido demostraba que los partidos comunistas eran incapaces de conquistar el poder por procedimientos democráticos. En Occidente, el decisivo recuerdo de lo acontecido durante la crisis de 1948 en Checoslovaquia iba a jugar a partir de entonces un papel de primera importancia. Lo sucedido en Finlandia resultó el anverso de los sucesos de Checoslovaquia y fue la demostración de que la presión de los soviéticos podía ser resistida. Al final de la guerra, este país no sólo fue obligado a hacer cesiones territoriales a la URSS, sino también al pago de unas indemnizaciones equivalentes al 15% de su presupuesto y a la entrega de bases militares en Porkkala. Además, tuvo que renunciar a los beneficios del Plan Marshall y se vio obligado a aplicar una legislación represora sobre quienes habían estado en el poder en el momento del ataque a la URSS, aunque se aplicaron penas relativamente leves (el presidente Ryti estuvo dos años en la cárcel). En el verano de 1946, el ministro del Interior era un comunista pero, sometido a un voto de censura por los partidos demócratas, se vio obligado a dimitir y los depósitos de armas incontrolados existentes pasaron a manos de la policía. Cuando, en marzo-abril de 1948, al presidente Paasikivi se le sugirió que volara a Moscú para tratar con los soviéticos, se negó a hacerlo por temor a ser presionado y puso a las Fuerzas Armadas en situación de alerta. Finlandia se comprometió a defenderse en el caso de que se atacara a la URSS a través de su territorio, se convirtió en neutral y nunca contradijo la política exterior soviética. Pero conservó la democracia: tras las elecciones de agosto de 1948, en que los comunistas perdieron una cuarta parte de sus escaños, pudo sobrevivir con un Gobierno socialdemócrata en minoría. El recuerdo de la resistencia a los rusos, la solidaridad de los demás países nórdicos y el hecho de que no se hubiera producido una ocupación soviética la habían salvado. Esta realidad hace pensar que en Checoslovaquia la evolución hubiera podido ser la misma, en el caso de que la actitud de las fuerzas políticas hubiera sido semejante.
contexto
Este fracaso y el experimentado paralelamente en las Cortes catalanas contribuyeron a alejar al Magnánimo de la Península y a consolidar su interés por el Mediterráneo. De hecho, el monarca ya había vivido en Italia, de 1420 a 1423. Durante estos años, con las armas y el dinero, había conseguido la pacificación de Cerdeña (1420) y había luchado con poca fortuna en Córcega (toma de Calvi, 1420, pero asedio fracasado de Bonifacio, 1420-21), para hacerse con el control de la isla, donde se enfrentaban dos facciones, una proaragonesa y otra progenovesa. El 1421 levantó el asedio de Bonifacio y abandonó a sus partidarios corsos, que pronto se hundirían ante la presión genovesa, para dirigirse a Sicilia y finalmente a Nápoles. Alfonso acudía a la llamada de una facción de la corte napolitana, la encabezada por el condottiero Gianni Caracciolo, que quería convertirlo en heredero de la reina Juana II (1414-35) de Nápoles, en oposición a Luis III de Anjou, conde de Provenza (1417-34), candidato de otra facción, la encabezada por el condottiero Francesco Sforza, que contaba con el apoyo de Génova. El ascenso de esta facción amenazó incluso el trono de la reina Juana que, persuadida por Gianni Caracciolo, llamó al Magnánimo, le designó heredero y le encomendó la lugartenencia del reino (1421). Las primeras acciones militares fueron favorables al rey de Aragón, que venció a los genoveses y al condottiero Sforza, pero poco después sus valedores (el condottiero Caracciolo), quizá temerosos de su poder, le abandonaron y levantaron al pueblo en su contra. El Magnánimo, que se sentía inseguro y abandonado por la reina Juana, y que sabía que se le requería en los reinos peninsulares de la Corona, abandonó Nápoles, no sin antes tomar represalias, y, en el viaje de retorno, saqueó Marsella (1423), ciudad de su rival. El regreso definitivo al escenario italiano se produciría en 1432, de nuevo atraído por Nápoles donde sus partidarios se rehacían y conseguían, al parecer, inclinar a la reina Juana en su favor (1433). Contra las pretensiones de Alfonso se levantó entonces una coalición formada por Venecia, Florencia, Milán, Génova y el Pontificado, bajo la dirección de Filippo Maria Visconti, duque de Milán y señor de Génova. Juana II de Nápoles falleció en estas circunstancias (1435), dejando el trono al angevino Renato I, conde de Provenza. La reacción de Alfonso fue el recurso a las armas pero, con tan mala fortuna, que sufrió una severa derrota en la batalla naval de Ponza (1435), donde cayó prisionero de los genoveses junto con sus hermanos Juan y Enrique y un centenar de barones de sus reinos. No obstante, no fue una derrota definitiva, porque, con el dinero de las Cortes de la Corona y su habilidad, Alfonso consiguió negociar su pronta libertad y un tratado de reparto de Italia con su carcelero, Filippo Maria Visconti (1435). Los años siguientes, entre 1436 y 1442, se dedicaría a la conquista del reino de Nápoles en lucha con Renato I de Provenza. En la contienda combinaría eficazmente las armas con la diplomacia y el dinero para captarse la voluntad de los barones napolitanos, hasta conseguir definitivamente el trono de Nápoles en 1442. Convertido en un príncipe italiano, Alfonso aspiró poco después a la sucesión de Filippo Maria Visconti (muerto en 1447), duque de Milán, y participó en las alianzas y luchas consiguientes por la hegemonía, que facilitaron la penetración de las grandes potencias en Italia. En un bando lucharon Milán, bajo la dirección de Francesco Sforza, y Florencia, detrás de los cuales estaba Francia, y en el otro Nápoles, Venecia y un conjunto de pequeños principados, con la colaboración problemática del emperador alemán. La guerra (1450-54) no modificó el mapa político y terminó con la paz de Lodi (1454), firmada por Venecia y Milán, a la que después se adhirieron Florencia y Nápoles. El objetivo de los firmantes, que empezaban a temer la hegemonía francesa, fue mantener el equilibrio interior de la península italiana, aunque ello no impidió al Magnánimo continuar su particular guerra naval con Génova (1455).
contexto
El imperio inca o Tawantinsuyu estaba sumido en una grave crisis interna en forma de guerra civil, que facilitará mucho la conquista española. Será llevada a cabo por Francisco Pizarro y su socio Diego de Almagro -a los que se une como socio capitalista el clérigo Hernando Luque-, que tras dos intentos fracasados en 1524 y 1526 (llenos de episodios anecdóticos, como el de los trece de la fama en la isla del Gallo), deciden emprender la conquista, para lo cual Pizarro viaja a España y obtiene la correspondiente capitulación (1529). Sin embargo, todo lo que consiguen reunir fueron unos 180 hombres y 37 caballos, con los que salen de Panamá en enero de 1531. Tras un penoso viaje, a comienzos de 1532 desembarcan en Túmbez y se internan por el país, reciben varios mensajes de Atahualpa, que primero les ordena que salgan de sus tierras y luego los cita en Cajamarca. El 15 de noviembre el pequeño grupo de 175 españoles llega a la ciudad andina y comprueba horrorizado que había un ejército indígena de unos 40.000 hombres. Al día siguiente, 16 de noviembre, se produce el encuentro oficial, en una escena memorable e inaudita, seguida de una breve y feroz batalla y la captura del Inca. En este caso, a diferencia del mexicano, no hubo ayuda de aliados, ni mitos de regreso de dioses: la derrota incaica se debió al desprecio a un enemigo pequeño. Ocurrió luego el episodio del rescate de Atahualpa, ofreciendo el Inca una habitación llena de oro y dos de plata a cambio de su libertad, que desde luego no obtuvo. El tesoro, valorado en 1.326.539 pesos de oro y 51.610 marcos de plata, no impidió que, tras un juicio sumarísimo, Atahualpa fuera condenado a muerte y ejecutado el 26 de Julio de 1533. Pizarro designa un nuevo inca y se dirige entonces al Cuzco, ocupando la capital incaica en noviembre de 1533, pero no quiso situar allí la capital de la Nueva Castilla. Esa función corresponderá a la Ciudad de Los Reyes, Lima, fundada en la costa en enero de 1835.