Es un tema muy frecuente en los pintores barrocos. Evoca, a partir de los textos de Tito Livio, Plutarco y Valerio Máximo, a Escipión quien, vencedor de Cartago, muestra un evidente dominio de sus propias pasiones al renunciar a una parte del botín y devolver a una bella cautiva a su prometido. Este tema pudo Poussin haberlo gustado durante su estancia en París, ya que estaba muy extendido en el arte dramático parisiense del momento. Sin embargo, se relaciona de manera profunda con su filosofía estoica de la vida, uno de cuyos puntos esenciales era el dominio de las pasiones. Es, por tanto, relacionable con el conjunto de "exemplum virtutis", ejemplos de virtud que pintó el artista a partir de hechos memorables de la historia de Roma. Podemos ver en esta obra, dispuestos en friso, a la Victoria, coronando al general, sobre trono. En el centro vemos a la novia, y al novio que agradece la merced de recuperar a su prometida, en presencia de los admirados soldados romanos. Al fondo, el humo de los incendios se alza desde la ciudad de Cartago, conquistada y destruida. Fue realizado para el abate Roscioli, secretario papal y familiar de los Barberini al poco de regresar de París.
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La Continencia de Escipión, tapiz perteneciente a la serie "Escipión el Africano". Una de las primeras representaciones conocidas de celtíberos fue realizada para decorar los tapices flamencos confeccionados en el taller de Cornelius Mattens, en el siglo XVI, a partir de los cartones de Julio Romano.
contexto
Se ha ponderado la figura del abad Oliba en la introducción del románico lombardo. Sí, es cierto, muchas de las obras en que interviene directa o indirectamente responden a la influencia lombarda. Pero Oliba es deudor de la casa madre de los monasterios benedictinos. Es deudor de Cluny, el gran monasterio borgoñón. Así, en el monasterio de Sant Miquel de Cuixá, las obras de Oliba representan una continuidad con la arquitectura realizada en la segunda mitad del siglo X, que se inspiraron en Cluny II. En cambio, Oliba será el promotor del románico lombardo en Vic, en Ripoll y en Sant Vicenç de Cardona, aunque en este último conjunto de manera indirecta. El abad y obispo Oliba estará atento tanto al arte del monacato benedictino de la Borgoña como al arte de Roma y del norte de Italia. En Cuixá, en la segunda mitad del siglo X, se construye el ábside rectangular central con absidiolos a cada lado sobre un amplio transepto con dos torres. Con la reforma del abad Oliba, de hacia 1040, en los lados de esta cabecera se abren dos pasos que se unen a tres tramos rectangulares en los que se abren tres ábsides con planta de herradura. Evidentemente este cambio origina como una especie de falsa girola, que tendría antecedentes en la arquitectura carolingia del siglo IX (Grandlieu, Aurillac) y que coincide con la solución dada en Cluny II, cuya iglesia se consagra el 981. Otra obra en relación con Cluny sería, según la descripción del monje Garsias, el cimborrio que el abad Oliba hizo construir en la capilla de Sant Miquel; también el abad Odilón del monasterio de la Borgoña hace construir en la primera mitad del siglo XI un cimborrio en el altar mayor, siguiendo modelos romanos. En la parte occidental, situada siguiendo un eje longitudinal con la iglesia, se construye en esta época una capilla de la que se conserva sólo la parte inferior, pero de cuya parte superior se conserva la descripción de Garsias realizada entre 1043 y 1046, es decir, inmediatamente después de su construcción. La parte superior se relaciona con la torre-pórtico que encontramos en Fleury, con orígenes lejanos en los martyria paleocristianos y en el Panteón de Roma. El cuerpo inferior consta de una sala de tres naves paralelas a la fachada de la iglesia y separadas por arcos de medio punto; esta sala comunica con dos corredores que flanquean la cripta de la Virgen del Pesebre. La cripta tiene planta circular con pilar central que sostiene la bóveda. Esta cripta anular, no muy frecuente, la encontramos también en el monasterio carolingio de Fulda (842). El modelo más frecuente de cripta es el consagrado por Oliba en 1038 en la catedral de Vic. Tiene tres naves con cuatro tramos, a los que, en el siglo XII, se añade un quinto tramo; la cripta posee bóveda de arista. Antecedentes los hallamos tanto en Italia como en Francia, así en San Eusebio de Pavía (siglo VII), Saint-Germain de Auxerre (850), Flavigny (ca. 850) y Toscanella (siglo XI). Otro ejemplo de perduración de elementos prerrománicos que garantizan esta continuidad en época románica lo encontramos en el transepto del monasterio de Santa María de Ripoll. Si bien debemos situarla en el marco de la influencia lombarda, la iglesia de Ripoll presenta el modelo de cabecera con transepto seguido al que se abren los ábsides semicirculares en número de siete. Es el tipo de San Pedro del Vaticano y de los modelos italianos utilizados en Cluny II, muy distinto del tipo frecuente en el románico lombardo, con celdas que se originan frente a los ábsides laterales al partir el transepto cuando el presbiterio avanza sobre la nave central. Este modelo lo encontramos también en Sant Vicenç de Cardona. Pero, en su conjunto, la iglesia de Ripoll deberemos situarla dentro de la influencia lombarda. Sin lugar a dudas, es la iglesia del monasterio de Sant Pere de Rodes, en la comarca del Alt Empordà, el conjunto monumental que puede considerarse el paradigma de esta arquitectura que podemos considerar autóctona. Arquitectura que resume y sintetiza toda una serie de factores e influencias del mundo prerrománico europeo y que entra en el período románico con esta gran construcción, al margen de la influencia del románico lombardo. Bajo el patrocinio del noble Tassi, en la segunda mitad del siglo X, comienza la construcción del monasterio. La documentación nos habla de una consagración en 1022, pero no sabemos a qué parte de la iglesia corresponde. El templo es una basílica de tres naves con transepto y cabecera formada por tres ábsides. Las naves se cubren, la central con bóveda de cañón y las laterales con cuarto de cañón. El ábside central posee girola y cripta anular. Los arcos formeros de separación de las naves y los torales que las dividen en tramos descansan sobre pilares con un doble orden superpuesto de columnas adosadas sobre un podio. Estamos ante un edificio excepcional cuyas características arquitectónicas encontramos en los grandes conjuntos europeos. Así, los órdenes superpuestos de columnas nos recuerdan Saint-Laurent de Grenoble; el pilar coronado por columnas lo hallamos en Saint-Pierre de Vienne; el tipo de girola la hallamos en la catedral de Halberstadt (865), en Saint-Maurice d'Agaune (ca. 940) y en San Stefano de Verona (ca. 1000). La cripta anular es muy frecuente en Italia y en la Francia carolingia; la encontramos por ejemplo en San Apollinare in Classe, en Torcello (s. IX y 1008), en Coire (ca. 800), en Auxerre y en Flavigny (ca. 850), en Meschede (ca. 950). Se trata de una experiencia hacia el románico a partir del prerrománico, pero es la definición de un románico distinto al de influencia lombarda. Pero además hay otro elemento que contribuye a la singularización de este conjunto monumental: la extraordinaria decoración escultórica de sus capiteles. Estos son de dos tipos, unos derivados del corintio clásico, y otros, cúbicos, con decoración de entrelazados. Los ábacos también aparecen decorados. Esta corriente decorativista en la arquitectura catalana se encuentra también en los conjuntos próximos de Sant Genís les Fonts y Sant Andreu de Sureda, en el vecino Rosellón. A mediados del siglo XII el monasterio de Sant Pere de Rodes sufrió reformas y ampliaciones. Se construyeron dos torres, ya con influencias lombardas, y se realizó la magnífica portada esculpida. A esta época pertenece también el claustro adosado a la iglesia. En el siglo siguiente, la arquitectura de Sant Pere de Rodes presentará, sin embargo, escasa, continuidad. La iglesia de Sant Pere d'Ager, terminada hacia 1070, participa también de una corriente decorativista, que se da en capiteles, unos corintios y otros decorados con estilizaciones vegetales; también aparece ornamentada una cornisa situada en la línea de impostas con motivos vegetales que recuerdan modelos islámicos. El templo tiene planta basilical de tres naves que terminan en tres ábsides semicirculares, frente a un amplio transepto; las naves cubiertas con bóveda de cañón descansan sobre pilares rectangulares con tres columnas adosadas que sostienen los arcos perpiaños y fajones. En las naves laterales, en los tramos situados frente a los ábsides, se hallan sendas cúpulas sostenidas sobre trompas, y bajo el presbiterio, una cripta.
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Es difícil delimitar, dentro de un panorama histórico tan complejo y poco definido, cuándo una determinada ciudad o monumento puede corresponder a lo ejecutado por los pueblos invasores y cuándo nos encontramos ante la simple continuidad de la cultura y las tradiciones cristianas de la población hispanorromana. Resulta, además, que una parte considerable de las edificaciones religiosas conocidas se encuentra en la región dominada por las tropas bizantinas hasta los comienzos del siglo VII, de forma que su estudio recae mucho más dentro del arte provincial del Imperio de Oriente, como el norteafricano, y su conexión con lo visigodo es de simple proximidad geográfica. Otra dificultad importante es la desigualdad de los testimonios disponibles. Casi todas las basílicas conocidas de los siglos V y VI se encuentran en zonas rurales, con precedentes en instalaciones rústicas romanas, que sucumbieron definitivamente en la invasión musulmana; deben atribuirse, por tanto, a la agrupación de pobladores hispanorromanos para la defensa común y ante la obligación de ceder parte de sus propiedades a los nuevos ocupantes bárbaros; precisamente, los hallazgos de las necrópolis correspondientes a estas iglesias no indican la penetración de los elementos del ajuar visigodo hasta un momento muy avanzado. Sin embargo, las ciudades importantes y las distintas capitales del reino visigodo sólo nos proporcionan piezas decorativas, por las que debe suponerse una riqueza de edificaciones mucho mayor, totalmente arrasada en los siglos siguientes. Los recientes trabajos en sedes episcopales visigodas tan importantes como las de Mérida y Valencia permiten suponer que en pocos años el panorama podrá formarse sobre bases muy distintas de las que hoy podemos emplear. En Cataluña, donde residió la corte visigoda en el primer tercio del siglo VI, se observan pocos cambios frente a la tradición anterior. El tipo de basílica de tres naves, con ábside semicircular o de herradura y baptisterio a los pies, que parece haberse introducido ya en la basílica de San Fructuoso de Tarragona en el siglo IV, puede repetirse en la basílica de Barcelona, cuyo amplio baptisterio, rodeado de un baldaquino columnado, responde a tipos del norte de Italia y del sur de Francia, las regiones dominadas entonces por ostrogodos y visigodos. Otro baptisterio octogonal aparece agregado a la iglesia paleocristiana de Tarrasa, y el baldaquino columnado de Bobalá en Lérida, es consecuencia de los mismos influjos, frente a las piscinas alargadas o en forma de cruz que se encuentran, dentro de pequeñas habitaciones, en la mayoría de los restantes templos peninsulares. La tendencia a la forma de herradura en la planta de la capilla mayor se observa claramente en la basílica del anfiteatro de Tarragona y en la de Ampurias, lo que puede relacionarse con un aprecio local por la forma compleja de las cabeceras de las iglesias, que está de manifiesto en todos los edificios prerrománicos. En el centro de la Península, entre Mérida y Toledo, se conocen algunos templos sencillos, con una simple cabecera rectangular resaltada, como San Pedro de Mérida, o con tres capillas en la cabecera, coincidentes con las prolongaciones de las naves y dentro de la traza rectangular de toda la planta, como el de Alconétar o el de Las Tamujas; en este último se observa la reproducción, en dimensiones algo mayores, de la basílica de Bobalà-Serós, siendo ambas, por la regularidad y sencillez del trazado, exponentes del esquema elemental de la basílica cristiana. El contacto con el cristianismo africano se manifiesta en la aparición de un buen número de templos con ábsides enfrentados. El más antiguo de ellos podría ser el de la villa de Bruñel, en Quesada (Jaén), aunque no se conocen paralelos en el norte de África en una fecha tan antigua, ya que por sus materiales arqueológicos debió edificarse en el siglo IV. De otra parte, sorprende una edificación religiosa de dimensiones muy superiores a las de las restantes conocidas en un establecimiento privado, pero su forma arquitectónica es un buen antecedente, en cualquier caso, de las iglesias posteriores. Con reservas similares, debe tomarse en cuenta una de las edificaciones de la gran villa extremeña de la Dehesa de la Cocosa, donde hay presencia de elementos cristianos, pero no se ha podido establecer el destino exacto de cada departamento. Quizás, el tipo más sencillo de basílica con ábsides enfrentados sea el de San Pedro de Alcántara, cerca de Marbella (Málaga), cuyo empleo corresponde con plena certeza al momento de ocupación bizantina, y sirve, por tanto, de factor de relación con las del norte de África; tiene tres naves dentro del cuerpo central de la edificación, un ábside semicircular que sobresale por el lado este y otro al oeste rodeado de dos habitaciones, de las que la septentrional contiene una piscina bautismal; tiene accesos por el norte y por el sur, a través de salas amplias, tan largas como la propia basílica; es difícil precisar cuál de los dos ábsides haría las funciones de Capilla Mayor, puesto que el cambio de orientación litúrgica en estos momentos permite las dos posibilidades; el hallazgo de gran número de enterramientos en todas las salas descubiertas señala que no hay aquí dependencias administrativas o domésticas, sino que el espacio eclesiástico sagrado se extiende a toda la edificación, con unas funciones litúrgicas aún mal explicadas. La basílica de El Germo, cerca de Espiel (Córdoba), tiene naves de la misma longitud, pero mucho más estrechas, separadas por dos hileras de soportes; a los lados hay otras dos salas alargadas, la del norte rectangular y la del sur, también con ábsides semicirculares en los extremos, en la que se incluye la piscina bautismal; en todos los ambientes aparecen enterramientos, cuyas lápidas son ya visigodas, de entre los años 615 al 665, pero la construcción se fecha hacia el año 600, según su excavador, por lo que es contemporánea de la ocupación bizantina en la costa mediterránea andaluza. A unos siete kilómetros al noroeste de Mérida se encuentra la basílica de Casa Herrera, en la que el hallazgo de una lápida del año 526, hace llevar el momento de la edificación a los primeros años del siglo VI, antes del traslado de la corte visigoda de Barcelona a Toledo; es un momento en el que esta región podía disfrutar de cierta calma y de buenas relaciones con los vecinos africanos. La basílica es también de dimensiones reducidas, poco mayor que las anteriores y con los ábsides más profundos; el baptisterio está al noroeste de la capilla mayor, y parece disponer de una pequeña capilla con altar propio; el ábside oriental contiene el altar y el occidental enterramientos, lo que es un caso habitual en este tipo de edificios. Finalmente, debe incluirse con las anteriores la basílica portuguesa de Torre de Palma, aunque se tienen dudas sobre su evolución constructiva. Pertenece a un lugar con amplias construcciones rústicas desde época romana, y ocupa un rectángulo de casi 45 metros de largo. Contiene una basílica de doble ábside, con otra más corta en la parte occidental y un baptisterio con varias habitaciones en el sur; parece que primero existió la basílica mayor, que se prolongó con otra de uso funerario y a la que se añadió el complejo bautismal en el siglo VII. Quizás perteneció a este mismo tipo de ábsides enfrentados la basílica de Alconétar, pero las excavaciones no han podido determinarlo con certeza. En cualquier caso el conjunto es suficientemente significativo para obtener algunas conclusiones. De una parte, el influjo norteafricano que se atribuye a estas basílicas, debe entenderse como un parentesco formal, en el que, además, las iglesias españolas son menores y más pobres, pero no como una sucesión cronológica. En la mayoría de las iglesias africanas de este tipo, la existencia de ábsides enfrentados no corresponde al plano original, sino a reformas del siglo VI, mientras que en España, parece que se hicieron así desde el primer momento. Por lo que se refiere a su dependencia del gobierno bizantino, puede observarse que ninguna de ellas parece fruto de un estímulo visigodo, sino que están en el ámbito de la continuidad de los establecimientos rurales hispanorromanos. Esto no obliga a que en época visigoda se renuncie a éste tipo de basílica; la existencia en época mozárabe de dos edificios tan significativos como Santiago de Peñalba y San Cebrián de Mazote, que se basan en el mismo sistema de ábsides enfrentados, indica que el modelo no fue olvidado, aunque sobre ellos habrá que hacer otras observaciones más adelante; en cualquier caso, las razones litúrgicas o funcionales de los dos ábsides debieron continuar extendiéndose. Se suele recordar que en una inscripción de tiempos de Egica (año 691), se conmemora la construcción de dos coros en una iglesia, lo que podría interpretarse como el sistema de ubicación de dos grupos de participantes en la liturgia dialogada, que tendrían espacio adecuado en los ábsides enfrentados. Se sabe que en Oriente y en el norte de Africa se implantó el cambio en la orientación del altar mayor del oeste al este, por influencia bizantina, lo que produciría la construcción de un nuevo ábside frente al primitivo; esto se observa en algún caso norteafricano, pero los españoles parecen tener esta disposición desde el principio. Otra explicación, que tiene confirmaciones parciales, es la de que el ábside opuesto al altar se reservara como enterramiento privilegiado, o se destinara a reliquias de mártires, como es seguro en la basílica de Casa Herrera. De todos modos, la resolución de cualquiera de estos destinos con la forma arquitectónica de doble ábside, parece que produce un modelo de basílica de mayor armonía simétrica que la de puerta en el hastial, y esto es justificación suficiente para que se prolongara su empleo, con independencia de los posibles usos. Los últimos ejemplares de estas iglesias de tipo paleocristiano se dan aún en el siglo VII, en ambientes que pueden considerarse poco influidos por los distintos tipos de iglesias de crucero, preferidos por los visigodos. En Gerena se ha excavado recientemente una basílica con cabecera plana triple y baptisterio a los pies, pero que ofrece también una zona separada en el inicio de la nave central, como contraposición de la capilla mayor. La basílica construida por el obispo Pimenio en Alcalá de los Gazules (Cádiz), dentro de su programa de consagración de nuevos edificios tras la expulsión de los bizantinos, tiene una sola capilla resaltada, pero está flanqueada por salas, en una de las cuales aparece un ábside, como si se recurriera a la duplicación de espacios para cumplir con funciones litúrgicas cada vez más complejas.
contexto
Ya el 10 de noviembre los británicos lanzan un ataque de tanteo contra Gallabát, que desaloja a los italianos; un contraataque italiano desaloja a los atacantes y la población queda en tierra de nadie. Con todo, la acción levanta la moral a los primeros e inquieta a los segundos. Los italianos no han abandonado su actitud pasiva, salvo por lo que respecta a la actividad de bandas en Sudán y a algún bombardeo (como el de las refinerías británicas de Bahrein, pero lanzado desde Rodas, en octubre). Ante el afluir de refuerzos británicos, un plan italiano prevé la evacuación de las zonas de llanura y la concentración en las más defendibles, lo que es racional, sobre todo ante la imposibilidad de recibir ayuda y ante las derrotas del norte de África (diciembre, enero), que permite a Wavell enviar refuerzos a Platt. Los aliados quieren acabar pronto con los italianos en esta área y dejar libre el mar Rojo para el tránsito de tropas y material del Imperio y de Estados Unidos. En el Sur los italianos apenas van a hacer otra cosa que mejorar las defensas de Somalia meridional; en el Norte, en Eritrea, donde está el grueso de los italianos (50.000 hombres a las órdenes del general Frusci) es donde van a concentrar la defensa. En enero los italianos deciden abandonar Kássala y pierden Metemma, ya en Etiopía, y se retiran hacia Asmara (Eritrea). Tras una breve resitencia (27-30 de enero) en Barentú y Agordát, las tropas italianas toman posiciones en Keren, donde durante 56 días, se va a combatir una de las más sangrientas batallas de la campaña. Pero antes aludamos a un episodio poco conocido y que se relaciona con los intentos de Londres y París de atraerse a Italia al bando aliado o, al menos, de mantenerla fuera de la guerra, aprovechando el antifascismo, el antialemanismo o el neutralismo de gran parte del Ejército italiano. Al comienzo de la guerra se habían tenido contactos con el Duque de Aosta, a quien se había propuesto que "diese la vuelta a la alianza", que no obedeciese a Roma, e incluso que formase un ejército proaliado que llevase "la guerra civil al seno del fascismo"; los Saboya-Aosta serían colocados en el trono e Italia conservaría el Imperio colonial: se trataba de adelantar, en cierto modo, el giro de 1943, pero en mejores condiciones para Italia. El Duque se opuso al plan. Un nuevo intento del general antifascista Pesenti, comandante del frente sur etíope en ese momento, fue cortado en seco por el Duque (diciembre) y Pesenti estuvo a punto de ser fusilado. Estos intentos explican el elevado número de oficiales que "no obedecerán" al Duque en distintos sectores y explica la relativamente fácil conquista del Sur por los aliados. Aquí se han concentrado 45.000 italianos, restos de los que se han retirado de Agordát, o provenientes de Eritrea, metropolitanos y áscaris, bastante desanimados y desorganizados, pero que el general Carnimeo va a reorganizar, con sensatez y competencia.
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El término de Contrarreforma tiende cada vez más a irse despojando de la vieja beligerancia reaccionaria que le atribuyeron los historiadores alemanes protestantes. Desde la obra de Jedin (1957), la historiografía de los últimos años, tanto italiana (Morandi, Cantimori, Da Rosa, Molinari, Zoli, etcétera), como la española (Ricardo García Villoslada, entre otros) ha desencadenado toda una ofensiva para testimoniar que la tan peyorativa Contrarreforma fue, ante todo, un movimiento de regeneración de la Iglesia romana, que se iniciaría en la España de la segunda mitad del siglo XV y que culminaría con el Concilio de Trento. En este esfuerzo reindivicativo de la Contrarreforma destaca un afán por oscurecer la vertiente dogmática de la misma, primando aspectos jurídicos o pastorales de la mejor imagen progresista. En cualquier caso, es evidente que la Contrarreforma implica todo un cambio en el modelo de sociedad que va más allá del pensamiento teológico. El Concilio de Trento, además de la fijación de todo el dogma católico frente a las herejías protestantes, supuso la imposición de un rearme ideológico y moral de la sociedad. Los Manuales de confesiones de Martín de Azpilicueta o de Jaime de Corella, por citar sólo algunos de los más conocidos, son testimonios de esta decidida voluntad eclesiástica de controlar severamente las conciencias. Se da una visión del mundo absolutamente pesimista dada la omnipotencia del pecado. El confesor se erige en juez, maestro y médico. Trento promocionó el papel de los párrocos y convirtió a los obispos en las máximas autoridades religiosas, poniendo en cintura a los hasta entonces autónomos conventos y monasterios. Se racionalizaron las órdenes religiosas suprimiendo algunas y fusionando otras, con no pocos esfuerzos y resistencias, como las que suscitaron las fundaciones de santa Teresa. Crecerán las monjas y disminuirán los frailes hasta la práctica homogeneidad de sexos. La parroquia se erigió en la unidad básica de la administración eclesiástica. El párroco tenía que tomar nota de todos los bautismos, casamientos y entierros, tenía que predicar todas los domingos y enviar a los niños a la catequesis. Pero la Contrarreforma no sólo se dejó sentir en el clero. Instituciones como la familia se vieron notablemente consolidadas. Trento dio carta de naturaleza sacramental (unidad e indivisibilidad) al matrimonio; apostó claramente por los intereses de los padres al impedir matrimonios clandestinos y penalizando las relaciones prematrimoniales. La teología jesuita de fines del siglo XVI se planteará la problemática del fracaso matrimonial e incidirá en la importancia del sexo cargando el énfasis en el análisis de la compleja casuística de la alcoba matrimonial. Se controla el uso de los juramentos y votos, se vigila la frecuente tendencia a las blasfemias y maldiciones, se subraya la obligación de guardar las fiestas. La mayor efectividad de los mensajes religiosos contrarreformistas se produjo por la vía de la escenografía, de las procesiones masivas y la parafernalia de las fiestas. La gran ocasión de exaltación del sentimiento religioso lo constituyen efectivamente las procesiones, que se dotan de un mayor aparato ceremonial, a la vez que amplían su frecuencia. La fiesta religiosa que promocionó particularmente Trento fue la del Corpus. Otras fiestas religiosas con solemnes procesiones fueron la Asunción, la Inmaculada Concepción, Cuaresma, Semana Santa, con particular relevancia el Domingo de Ramos, el Jueves y el Viernes Santos y el Domingo de Pascua. La promoción de la religión contrarreformista implicó la creación de nuevas fiestas religiosas como la del Angel Custodio (el 29 de septiembre de 1609), la instauración de San José como fiesta importante de precepto (inicialmente lo fue el 2 de marzo), el tráfico de reliquias y un sinfín de beatificaciones y canonizaciones (en 1622 fueron canonizados, entre grandes fiestas, al mismo tiempo, santa Teresa, san Ignacio de Loyola y san Francisco Javier). Tuvieron extraordinario éxito las vidas de santos, como las de José Sigüenza (Vida de San Jerónimo), Quevedo (Vida de Santo Tomás de Villanueva), Tirso (Historia de la Orden de la Merced), de Alonso de Villegas y el padre Rivadeneyra (Libro de las vidas de Santos), mientras la Iglesia española desencadenaba una actividad frenética para lograr beatificaciones o canonizaciones de sus hijos predilectos. En el siglo XV sólo se canonizó un santo; en el siglo XVI, otro; por el contrario en el siglo XVII se beatificaron 23 personas y se canonizaron 20; mientras en el siglo XVIII sólo se beatificaron significativamente 16 personas y se canonizaron nueve. El providencialismo hispánico alcanzó su techo en el siglo XVII. El gusto de la sociedad del Seiscientos por lo truculento, el más allá, lo supersticioso, aunque de vena ciertamente popular, fue cultivado y dirigido por la elite y forma parte, en su dimensión precisamente menos culta, del entramado estético-ideológico de obras tan representativas como El burlador de Sevilla, El condenado por desconfiado y La devoción de la Cruz, o los extraordinarios romances de Lisardo, el estudiante de Córdoba, que conocieron una inmensa popularidad. Rafael Carrasco ha estudiado agudamente la inflación milagrera del siglo XVII, que generó a finales de siglo la frecuente impresión de Relaciones descriptivas de los mismos. Entre 1577 y 1599 el número de estas Relaciones asciende a 13; en el siglo XVII, a 150, que describen un total de 118 milagros. También, a partir de 1560, asistimos a una impresionante reactivación de los santuarios y ermitas, en función de un singular despertar de la memoria colectiva respecto a determinadas devociones. Aparecen, por doquier, cofradías que aseguran el éxito de los nuevos centros de devoción. Ante la religión popular desbordada en el Barroco la Iglesia no adoptó una actitud unilateral. Se intentó censurar algunos ritos ancestrales propiciatorios de carácter estacional y de raíces paganas como los de los goigs catalanes -poemas en honor de divinidades locales-, limitar las procesiones climatológicas o epidemiológicas y poner trabas al teatro y a fiestas populares como las corridas de toros, bailes y máscaras y, sobre todo, el Carnaval, que desde 1560 fue periódicamente reprimido. Pero nunca se forzó la situación, quizá por las consecuencias que pudieran tener las fuertes resistencias populares, quizá porque se tuvo la suficiente lucidez para saber que la tradición religiosa (supersticiones, fiestas paganas...) podría servir de válvula de escape, si se la sabía integrar en el barroco ceremonial católico. En todo caso, la Iglesia persiguió y procesó, a través de la Inquisición, casos patentes de histeria religiosa. La Inquisición persiguió a las falsas beatas, censuró los falsos prodigios y prohibió muchos cultos espontáneos y populares surgidos sin autorización o sospechosos de contener elementos supersticiosos. Así, en 1635 estalló en Córdoba el escándalo del famoso eremita Juan de Jesús. Compareció en un autillo particular celebrado en el convento de las Dominicas de Jesús Crucificado, en el que se le condenó a abjuración de levi y a la reclusión perpetua en el convento del Jardín, por "fingiente, hipócrita, alumbrado". Se dijo que desde Madrid, "la persona más alta que se pueda pensar" -entiéndase: Olivares-, había exigido que se concluyera la causa con rapidez y discreción, pues el eremita había tenido revelaciones políticas. También fue en 1635 cuando la Inquisición mandó prender a la famosísima beata de Carrión, la cual fue llevada desde su convento hasta Valladolid, a pesar de sus muchos años y de estar gravemente enferma -de hecho, moriría antes de que concluyera la causa-. El padre jesuita que dio la noticia a sus colegas de Madrid insistió en el descontento popular hacia la acción del Santo Oficio, juzgada excesiva e injustificada, mayormente tratándose de una anciana tan delicada y tan universalmente venerada por sus virtudes y santidad. El jesuita cuenta los numerosos prodigios que acontecieron en Carrión cuando la partida forzada de la beata y a lo largo de todo el camino -curó a muchos enfermos e hizo varios milagros extraordinarios- y también la enorme muchedumbre que salió a acompañarla desde Carrión hasta Valladolid. Podríamos citar otros muchos ejemplos similares. Pons Fuster ha estudiado el caso de los supuestos milagros del valenciano mossen Simón y la presión popular -frustrada por la actitud racionalista de la Iglesia en pro de su beatificación. Entre los papeles del Santo Oficio del siglo XVII abundan los ejemplos de estos personajes, más femeninos que masculinos, quienes producían de vez en cuando algún milagro, edificaban a cientos de devotos con su santa vida, sus éxtasis y sus visiones, acusados de estafa y abuso en materia de cosas sagradas. A la inversa, muchos, irónicos o vagamente incrédulos, tuvieron que comparecer ante los inquisidores por haber negado la existencia de los milagros. En definitiva, la Iglesia osciló entre la interesada promoción de la tradición religiosa (supersticiones, fiestas paganas...), consciente de que podía servir de válvula de escape si se sabía integrar en el básico ceremonial católico, y las amonestaciones racionalistas ante casos flagrantes de ilusión psicopatológica. La ortodoxia de la espiritualidad ascética y mística en los siglos XVI y XVII fue siempre de difícil percepción. La diferencia entre los heterodoxos alumbrados y los ortodoxos recogidos, pese a los esfuerzos de Melquíades Andrés, no queda muy clara. En el siglo XVI el alumbradismo fue un fenómeno exclusivamente castellano que nació, según Márquez, hacia 1519 en un círculo cuyos radios se remontarían al norte hasta Valladolid y al sur hasta Toledo y cuyos núcleos básicos fueron Toledo y Guadalajara. Una segunda ola de alumbrados es lo que florece hacia 1570-9 y una tercera, en el siglo XVII, se extiende a Sevilla y Valencia. El quietismo, en contraste con el alumbradismo, no sería condenado hasta 1687 a través del proceso a Miguel de Molinos, que moriría en 1696 tras nueve años de estancia en las cárceles inquisitoriales de Roma. La Guía de Molinos, por cierto, tuvo un éxito editorial inmenso: ediciones en Roma (1675), Madrid (1676), Roma, Zaragoza y Venecia (1677), Venecia (1683), Sevilla (1685)... Un testimonio de febril religiosidad fueron las beatas en los siglos XVI y XVII. Si las alumbradas castellanas del siglo XVI (Isabel de la Cruz, María Cazalla, Francisca Hernández...) pertenecieron a sectores sociales elitistas, las beatas valencianas del siglo XVI y XVII son de extracción popular. La beata puede definirse como la mujer que viste hábito religioso y vive con recogimiento, sin pertenecer a ninguna comunidad. En la Valencia del siglo XVI se conocen múltiples casos de emparedamiento de mujeres -encerramiento entre cuatro paredes- libremente aceptado. En las beatas es bien patente la influencia de sus confesores y maestros de espíritu, y su dedicación a la comunión frecuente y a los puritanismos corporales. El espiritualismo maravillosista fue muy promocionado desde determinados sectores de la Iglesia, en clara mixtificación con las supersticiones populares. El famoso tañido de las campanas de Velilla (Zaragoza) desde 1601, como supuesto milagro previsor de que está a punto de suceder algo aciago en España y justificado porque los ángeles fundieron el metal de la campana echando en la mezcla una de las 30 monedas entregadas a Judas por denunciar a Cristo, fue avalado por teólogos ilustres como el padre Guadalajara, aunque desde 1686 deja de producirse el milagro, cuando la presión social remite. ¿Y qué decir del famoso milagro de Calanda de 1641? La supuesta reproducción milagrosa de la pierna cortada de Miquel Pellicer, en plena guerra contra Cataluña, sirvió para promocionar la figura del rey, que llegó a desplazarse a Zaragoza para besar la pierna de Pellicer y, de paso, hacer emerger la basílica del Pilar frente a la Seo. El templo del Pilar, relanzado en 1678, está en perfecta relación con la ola mariológica y milagrera. La religión ciertamente era materia de Estado. El nacional-catolicismo en el siglo XVII, tras las reticencias del siglo XVI, parece consolidarse "porque no poseen los monarcas españoles palmo de tierra en esta posición que no ayan adquirido por particular milagro". Como dice Felipe III, "la prima obligación es que las materias de Estado se ajusten con los preceptos de la ley divina".
obra
Considerada por muchos historiadores del arte como su gran obra maestra, esta pintura de María Gutiérrez Blanchard, suele identificarse con la propia autora. En estos últimos años, en su obra se resume la pincelada clara con la que construye espacios y figuras por medio de un entramado de reflejos.
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La Convención emprendió la tarea de redactar la nueva Constitución que se había venido retrasando como consecuencia del conflicto entre girondinos y montañeses. La nueva Constitución era mucho más democrática que la de 1791. Establecía el sufragio universal masculino y el referéndum. Proclamaba la libertad de los pueblos a disponer de su propio destino y la fraternidad de los pueblos libres. En cuanto a los derechos sociales, reconocía que la sociedad debía atender a los indigentes y contemplaba el derecho al trabajo y el derecho a la instrucción. La Asamblea Legislativa sería elegida sólo por un año y el poder ejecutivo estaría formado por un Consejo compuesto por ministros que no fuesen diputados. En su conjunto, se trataba de una Constitución menos centralista que la de 1791. La Constitución de 1793 fue aprobada por la Convención el 24 de junio y sometida a referéndum y ratificada en el mes de julio por una abrumadora mayoría de 1.900.000 votos afirmativos de un total de 2.000.000 de votos emitidos sobre 7.000.000 de electores.Sin embargo, nunca llegó a entrar en vigor, puesto que se aplazó su aplicación hasta que terminase la guerra en el exterior. Jacques Godechot ha señalado, no obstante, la importancia de esta Constitución por ser la que por primera vez planteaba, oficialmente, ante el mundo los problemas de la democracia social, de tal manera que serviría de guía a destacados políticos muy posteriores, como Louis Blanc, Barbès y el mismo Jean Jaurès.Sin los girondinos en la Asamblea, los montañeses, apoyados en gran parte por La Llanura, practicaron una política de acercamiento a aquella parte del pueblo más radicalizada, que estaba representada por los sans-culottes, a los que, al fin y al cabo, debían su triunfo. Así, se dictaron algunas medidas legislativas como la referente a la redención total de la tierra, aprobada el 17 de julio y mediante la cual los colonos podían acceder a la propiedad de sus parcelas sin necesidad de seguir pagando las indemnizaciones previstas en 1789; o aquella que imponía una tasa a los precios de los productos alimenticios de primera necesidad, aprobada a finales de septiembre de 1793. Sin embargo, no dejaba de existir una fuerte oposición, formada no solamente por los girondinos, sino por los realistas que seguían luchando a favor de la Monarquía. Marat fue asesinado por la realista Carlota Corday el 13 de julio. Jean Paul Marat había sido el director de uno de los periódicos de mayor influencia entre los revolucionarios: Ami du Peuple. Partidario de la acción violenta, había tenido un papel destacado en los acontecimientos más importantes de la Revolución y especialmente en las jornadas del 31 de mayo y del 2 de junio de 1793. Su muerte produjo un gran impacto y la reacción que provocó fue impresionante. La Convención le ofreció unos funerales fastuosos. Su imagen siempre estuvo relacionada con el radicalismo revolucionario, quizás, por aquello que afirmaba Camille Desmoulins de que su función en la Revolución era la de proporcionar un limite a la imaginación popular: "más allá de lo que propone Marat, sólo puede haber delirio y extravagancia". No obstante, la historiografía posterior no le ha otorgado un papel tan destacado como a Robespierre y a Danton.El asesinato de Marat radicalizó aún más la actitud de los ultrarrevolucionarios, y especialmente de los sans-culottes y de los enragés, como eran conocidos los seguidores de Jacques Roux. Danton, cansado y desgastado por sus esfuerzos por terminar la guerra y también por las implicaciones que se le descubrieron en turbios asuntos de venalidad, pidió a la Convención ser apartado del Comité de Salud Pública. La Convención decidiría que el gobierno de Francia sería confiado excepcionalmente, hasta que terminase la guerra, a dos de sus comités: el Comité de Salud Pública y el Comité de Seguridad General. El primero de ellos había sido creado el 1 de enero de 1793 con el nombre de Comité de Defensa General. Después de la traición de Dumoriez fue encargado de dirigir el gobierno, excepto la finanzas y la policía. Cuando se produjo la expulsión de los girondinos, sufrió una nueva transformación y se convirtió en lo que se iba a llamar el Gran Comité, compuesto por doce miembros, cuyas tendencias estaban lejos de ser unánimes. Había moderados, como Lindet o Carnot, una izquierda formada por Robespierre, Saint Just y Couthon que tomaría la dirección del país, y extremistas partidarios de reformas sociales radicales, como Billaud-Varenne y Collot d'Herbois. El Comité de Seguridad General, que fue creado a comienzos de la Convención y que había sustituido al Comité de vigilancia de la Asamblea Legislativa, se compuso también, a partir de septiembre de 1793, de doce miembros que tenían a su cargo la policía política.Estos dos Comités constituían una especie de gobierno parlamentario que comenzó a dirigir los asuntos de Francia de forma dictatorial gracias a la confianza de la que gozaban por parte de la Asamblea. La política que practicaron estos hombres está vinculada al Terror, como medio de salvar al país de los peligros que lo amenazaban en el interior y en el exterior. El Terror estaba dirigido contra los enemigos de la Revolución y se aplicaba mediante la sustracción del acusado del curso normal de la justicia para ser sometido a un Tribunal revolucionario que aplicaba unos procedimientos y unas penas fijadas por la Convención. Pero el Terror no era simplemente una forma de aplicación de la justicia revolucionaria, era también una forma de gobierno omnipresente mediante el cual la dictadura revolucionaria dejaba llegar su mano de hierro a cualquier rincón del país, a través de los representantes en misión, delegados por el Comité de Salud Pública y la Convención. Ahora bien, el Terror como tal, es anterior a la dictadura del año II de la República, pues se manifestó desde los mismos comienzos de la Revolución ligado a la idea de que ésta estaba amenazada por un complot aristocrático al que sólo las medidas de carácter extremo podían poner fin. Lo que ocurre es que ahora, a partir de septiembre de 1793, se presenta como un sistema represivo institucionalizado. Hubo muchas víctimas del Terror, e incluso la guillotina, aquel maléfico instrumento que pronto se convirtió para siempre en el símbolo de la violencia revolucionaria, no fue suficiente y se recurrió a los fusilamientos y hasta a los ahogamientos colectivos en el Loira. A la hora de precisar cifras, no todos los historiadores se ponen de acuerdo. Donde hubo más víctimas fue, sin duda, en París, pero también en Burdeos, Tolón y Lyon padecieron el frenesí de las ejecuciones. En total, se ha hablado de más de 100.000 víctimas, y aunque Godechot ha querido reducir la cifra hasta 35.000 o 40.000, no cabe duda de que en cualquier caso hay que contar los muertos por decenas de miles.La política basada en la dictadura y en el terror dio sus frutos: en el interior los insurrectos fueron sometidos en diferentes ciudades de Francia y el movimiento de La Vendée fue completamente aplastado. Para eliminar el peligro exterior se llevó a cabo un extraordinario esfuerzo militar consistente en la leva en masa de miles de hombres que irían a integrarse con los soldados más veteranos. Cada media brigada (nuevo nombre que se le dio al regimiento) estaría compuesta por dos batallones de novatos y uno de hombres experimentados. La falta de armamento y de equipamiento sería suplida por una rígida disciplina y por un gran entusiasmo patriótico y revolucionario. Saint-Just y Carnot, ante la falta de preparación de la tropa para continuar con la guerra de asedios, pondrían en marcha una nueva estrategia consistente en el ataque sin descanso mediante la línea de tiro y el asalto con bayoneta. En esta modalidad se revelaron nuevos oficiales, como Bonaparte, que contribuyeron a darle un mayor impulso a este tipo de guerra, moderna, más móvil y total, puesto que implicaba a toda la nación e iba a conducir a Francia a la victoria.A finales de 1793 se detuvo la invasión y en 1794 se reemprendió la ofensiva en Bélgica y en Renania. Sin embargo, la Convención se abstuvo en esta ocasión de hablar de anexión y se limitó a una negociación que se vio facilitada por la división de los aliados. A Gran Bretaña no le interesaban más que los problemas marítimos y la cuestión belga y se desentendió de la ayuda a los contrarrevolucionarios. Prusia y Austria estaban ocupadas en el problema de Polonia y esta última reclamaba su parte después de que Prusia y Rusia ya se habían adjudicado cada una parte en 1793. España, por su lado, se sentía cada vez más aislada y la torpeza de su ministro Godoy la llevaría a dar unos bandazos poco firmes ante la situación política internacional.Sin embargo, la mejoría de la situación general había vuelto a fomentar las disensiones en el seno de los revolucionarios que habían alcanzado el poder. Tanto en la Convención como en los Comités no quedaban ya moderados, sólo había extremistas, pero entre éstos se dibujaban tres tendencias. En el centro se hallaba Robespierre, que ahora alcanzaba el cenit de su carrera revolucionaria. Robespierre era un personaje extraordinariamente controvertido en aquellos momentos y lo ha seguido siendo entre los historiadores que han tratado de analizar su biografía. Michelet lo denostaba y Mathiez lo ensalzó hasta convertirlo en un mito. De su postura política han dicho recientemente Furet y Richet que "Lejos de ser un doctrinario, era un táctico notable, un político experto en la elección del momento oportuno, hábil para distinguir lo posible y lo aventurado, apto para seguir la opinión popular o parlamentaria sin dejarse desbordar por ella". Era, en definitiva, un roussoniano puro, con una fe indestructible en la libertad, en la soberanía popular, en los derechos humanos y en la felicidad futura, pero al mismo tiempo un perfecto organizador y un hombre pragmático.A la derecha de Robespierre se hallaba Danton, que había vuelto a la política a finales de 1793, y que sin dejar de ser un demagogo aparecía como un moderado al que comenzaban a repugnarle las atrocidades sistemáticas impuestas por el Terror. A la izquierda, Hébert, sucesor de Jacques Roux -que se había suicidado en prisión- como líder de los enragés. Había fundado el periódico Le Pére Duchesne, órgano de los sans-culottes, e impulsaba medidas aún más radicales consistentes en un dirigismo económico y político animado por la Convención. Había colaborado intensamente en la campaña de descristianización que se había llevado a cabo tanto en París como en los departamentos. Los sans-culottes eran conscientes de que habían sido ellos los que, a consecuencia de su ardor revolucionario, consiguieron la radicalización de la Revolución y ahora querían recoger sus frutos.La lucha política entre estas facciones se desarrollaba en los clubs y en la Convención, en donde los diputados de unas y otras intentaban hacerse con la mayoría. Pero la frialdad y la capacidad de maniobra de Robespierre fueron decisivas en esta lucha y sus oponentes fueron acallados mediante la eliminación de sus líderes. Hébert y sus enragés procuraron capitalizar un recrudecimiento de la crisis de subsistencias en el invierno de 1793-94, organizando manifestaciones de protesta. Pero los jacobinos, que dominaban el Comité de Salud Pública, les acusaron de tratar de soliviantar al pueblo y consiguieron encarcelar a sus dirigentes a mediados de marzo. Después de un breve proceso, el 24 de marzo (4 de Germinal), Hébert, Ronsin, Manuel, junto con Momoro y Leclerq -de las secciones parisienses- y algunos otros radicales fueron guillotinados.La desaparición de los radicales iba a llevar, aunque pueda resultar paradójico, a la desaparición también del grupo moderado encabezado por Danton y Desmoulins. Robespierre, para que no pudiera interpretarse que con su actitud en contra de los enragés estaba favoreciendo un corrimiento de la Revolución hacia la derecha, mandó encarcelar a los principales moderados. Parece que durante un momento se resistió a incluir a Danton en la lista, pero una excepción podría levantar contra el gobierno a todos los que se habían comprometido con el Terror. El proceso fue agitado y Danton fue excluido de los debates. El 5 de abril (22 de Germinal) fue ejecutado.Con la desaparición de las dos oposiciones se produjo también la desaparición de la presión callejera que había estado obrando sobre el gobierno desde el 10 de agosto de 1792. En realidad, la eliminación de las facciones se había llevado a cabo en medio de una indiferencia generalizada. Robespierre se quedaba ahora solo en el poder. La Revolución se había congelado como dijo Saint-Just. Desaparecieron las sociedades populares y otros comités especiales y todo quedó en manos de una férrea dictadura. Entre Germinal y Termidor el gobierno robespierrista tomó una serie de medidas destinadas a la consecución de una sociedad pura y perfecta. Para luchar contra la secularización y para proporcionar una base moral a la Revolución, lanzó el culto al Ser Supremo, que fue entronizado mediante una gran ceremonia que tuvo lugar el 8 de junio (20 Pradial). Se trataba en realidad de contrarrestar la política de descristianización que se había practicado en Brumario y que había disgustado a muchos franceses de raíces profundamente católicas. No se trataba de volver al catolicismo, sino de instaurar una religión de carácter deísta, con un vago fondo filosófico pero con un ceremonial litúrgico precisamente legislado. Aquel intento, sin embargo, no contentó a nadie. A los católicos les pareció una culminación del proceso de descristianización, y a los no católicos, una vuelta a la religión.Para reforzar el reino de la virtud, Robespierre amplió la legislación terrorista en el mes de abril, mediante una medida que agravaba las penas y centralizaba los juicios en París. Las penas de muerte aumentaron considerablemente. El 10 de junio se dictó una ley que ampliaba la noción de sospechoso, simplificando el proceso judicial y eliminando a los testigos. Se trataba de ampliar el control del poder sobre la justicia con la intención de evitar la arbitrariedad de los tribunales regionales. Pero, si bien se pretendía con esa medida apaciguar los ánimos revolucionarios, el resultado fue exactamente el contrario, pues los sans-culottes de provincias se vieron privados, no sin un gran disgusto, de sus propios organismos de Terror que habían logrado después de una larga lucha.
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La conversión ¡Oh, cuántas gracias deben dar estos hombres a nuestro buen Dios, que tuvo por bien alumbrarlos para salir de tanta ceguedad y pecados, y darles gracia para que conociendo y dejando su error y crueldades se volviesen cristianos! ¡Oh, cuánto deben a Hernán Cortés, que los conquistó! ¡Oh, qué gloria la de los españoles haber arrancado tamaños males e implantado la fe de Cristo! ¡Dichosos los conquistadores y dichosísimos los predicadores; aquéllos en allanar la tierra, éstos en cristianar a la gente! ¡Felicidad grandísima la de nuestros reyes, en cuyo nombre tanto bien se hizo! ¡Qué fama, qué alabanza será la de Cortés! Él quitó los ídolos, él predicó, él prohibió los sacrificios y tragazón de hombres. Quiero callar, no me achaquen de afición a lisonja. Empero si yo no fuera español, loara a los españoles, no cuanto ellos merecen, sino cuanto mi ruda lengua e ingenio supieran. Tanto en fin han convertido cuantos conquistado. Unos dicen que se han bautizado en la Nueva España seis millones de personas, otros ocho, y algunos diez. Mejor acertarían diciendo que no hay por cristianar persona alguna en cuatrocientas leguas de tierra, muy poblada de gente: loado nuestro Señor, en cuyo nombre se bautizan; así que son españoles dignísimos de alabar, o mejor dicho, alaben ellos a Jesucristo, que los puso en ello. Se comenzó la conversión con la conquista, pero se convertían pocos, por atender los nuestros a la guerra y al despojo, y porque había pocos clérigos. El año 24 se comenzó de veras con la ida de fray Martín de Valencia y sus compañeros; y el 27, que fueron allá fray Julián Garcés, dominico, por obispo de Tlaxcallan, y fray Juan Zumárraga, franciscano, por obispo de México, se llevó a hecho; pues hubo muchos frailes y clérigos. Fue trabajosa la conversión al principio, por no entender ni ser entendidos; y así, procuraron de enseñar en castellano a los más nobles muchachos de cada ciudad, y de aprender el mexicano para predicar. Se tuvo asimismo dificultad grandísima en quitar del todo los ídolos, porque muchos no los querían dejar habiéndolos tenido por dioses tanto tiempo, y diciendo que bien bastaba poner en ellos la cruz y a María, que así llamaban entonces a todos los santos y aun a Dios; y que también podían tener ellos muchos ídolos, como los cristianos muchas imágenes; por lo cual los escondían y soterraban, y para encubrirlos ponían una cruz encima, para que si los cogiesen orando pareciese que adoraban la cruz; mas como eran por esto aperreados y perseguidos, y porque habiéndoles roto los ídolos y destruido los templos les hacían ir a las iglesias, dejaron la idolatría. Los sostenía mucho el diablo en aquello, diciéndoles que si le dejaban no llovería, y que se levantasen contra los cristianos; que él les ayudaría a matarlos. Algunos hubo que siguieron su consejo, y escaparon mal. Dejar las muchas mujeres fue lo que más sintieron, diciendo que tendrían pocos hijos en sendas, y así habría menos gente, y que hacían injuria a las que tenían, pues se amaban mucho, y que no querían atarse con una para siempre si fuese fea o estéril, y que les mandaban lo que ellos no hacían, pues cada cristiano tenía cuantas quería, y que fuese lo de las mujeres como lo de los ídolos, que ya que les quitaban unas imágenes, les daban otras. Hablaban finalmente como carnalísimos hombres; y así, dispensó con ellos el papa Pablo en tercer grado para siempre. Fácilmente, a lo que se alcanza, dejaron la sodomía, aunque fue con grandes amenazas de castigo. Dejaron asimismo de comer hombres, aunque pudiendo no lo dejan, según dicen algunos; mas como anda sobre ellos la justicia con mucho rigor y cuidado, no cometen ya tales pecados, y Dios les alumbra y ayuda a vivir cristianamente. Hay en esta tierra que Hernán Cortés conquistó, ocho obispados. México fue obispado veinte años, y el año 47 lo hizo arzobispado el papa Pablo tercero; Cuahutemallan y Tlaxcallan tienen obispos. Huaxacac es obispado, y lo tuvo Juan López de Zárate; Michuacan, que posee el licenciado Vasco Quiroga; Jalisco, que tuvo Pero Gómez Malaber; Honduras, donde está el licenciado Pedraza; Chiapas, que resignó fray Bartolomé de las Casas con cierta pensión. Tienen los reyes de Castilla, por bula del Papa, el patronazgo de todos los obispados y beneficios de las Indias, que engrandece mucho el señorío; y así, los dan ellos y sus consejeros de Indias. Hay también muchos monasterios de frailes mendicantes, mayormente franciscos, aunque no hay carmelitas; los cuales pueden en aquella tierra cuanto quieren, y quieren mucho. No hay lugar, a lo menos no puede estar, sin clérigo o fraile que administre los Sacramentos, predique y convierta.