Emulando a los faraones del Imperio Antiguo, también los del Medio fundaron ciudades anejas a sus pirámides, destinadas primero a residencia de sus constructores, y después a quienes habían de vivir dedicados a su conservación y al culto del faraón difunto. Estas ciudades-pirámide tuvieron una notable consecuencia social: que siendo sus ciudadanos los súbditos de un rey del pasado, se hallaban exentos de las obligaciones propias de los ciudadanos normales. Como hijos de un rey muerto, se les llamaba los huérfanos; pero esta horfandad constituía en realidad un privilegio, puesto que ellos eran los únicos hombres verdaderamente libres de la sociedad egipcia. De ahí que en el Imperio Nuevo la palabra huérfano pasase a significar lo contrario que esclavo. El nombre antiguo de Kahun era Hetep-Senusret (Sesostris está satisfecho), haciendo honor al fundador, como su planta la hace al concepto de ciudad que éste sustentaba. El área de la ciudad, de 350 por 400 metros, está delimitada por un muro de adobe y perfectamente orientada hacia los cuatro puntos cardinales. Todo esto responde plenamente a la mentalidad de los constructores de las pirámides, con sus preocupaciones astronómicas y geofísicas, e incluso a la ordenación del campo de mastabas de Giza, de modo que un urbanismo de este tipo, ortogonal y de tendencia hipodámica, era de presumir antes de que la realidad viniese a confirmarlo. En efecto: la ciudad parece haber sido planificada sobre una cuadrícula, pero sometida desde el primer momento a la imperiosa necesidad de ahorrar espacio, y por tanto, a la supresión de lo que hoy llamaríamos espacios libres y de un elevado número de calles que ocuparían buena parte del precioso suelo disponible. Por razones que ignoramos (ya que no tenemos motivos para pensar en razones de seguridad), la ciudad tiene un verdadero ghetto en todo su flanco occidental: unas doscientas casuchas, de tres habitaciones como mucho y una terraza con su escalera de acceso, alineadas a los lados de largas calles paralelas, de cuatro metros de anchura. Entre cada dos calles se apretujan dos hileras de casas que comparten por la espalda una misma pared. Las calles y las manzanas intermedias no producen tanto el efecto de una cuadrícula como el de los renglones de una plana rayada, pero por un extremo estos renglones se hallan cortados por una calle perpendicular, de unos ocho metros de ancho, que evidentemente era la principal. El barrio tenía su puerta de entrada por el extremo sudoeste y estaba totalmente separado del resto de la ciudad por una muralla igual a la exterior y estrictamente paralela a la calle principal, que corría -y era la única en hacerlo- de norte a sur. El sector oriental de la ciudad, mucho más extenso que el anterior, hace gala de mayor variedad. Tuvo, en primer lugar, adosado al muro norte, un edificio de cierto empaque, que Petrie denominó acrópolis interpretándolo como residencia regia, primero, y de la autoridad ciudadana, después. Una escalera regia y una relativa abundancia de columnas parecen darle razón, pese a lo muy arrasado que estaba. En línea con este edificio, y en la acera de enfrente, hubo una decena de casas, en cada una de las cuales cabían veinte casuchas del barrio obrero antes descrito, aunque las habitaciones de estas casas tampoco eran muy espaciosas, sino angostas. Pero las casas en cuestión se permitían el lujo de tener salas y patios columnados, cuartos de baño e incluso pinturas murales, muy curiosas e interesantes por hacer uso de ventanas simuladas como tema decorativo. Aparte de estas mansiones evidentemente suntuosas, el resto de las viviendas es del mismo tipo de ciudad-colmena que el barrio oriental. Pese a las angosturas, la ciudad no debía resultar muy agobiante, porque todas estas casas eran de una sola planta, y las otras, las de lujo, de dos. Dado lo pequeño del recinto, tanto los niños deseosos de jugar, como los adultos amigos de la naturaleza y del paseo, tenían a mano amplio campo a extramuros del caserío.
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En el siglo XVIII no sólo se embellecieron las ciudades y se abordaron importantes obras de infraestructura, sino que también hubo nuevas fundaciones en la segunda mitad del siglo en las que se plasmaron los modelos urbanos de la Ilustración. A veces la inspiración para determinadas reformas urbanas se buscó en los escenográficos espacios del Barroco, tal como se ha indicado para el Paseo de las Aguas, que se comenzó en Lima en tiempos del virrey Amat (1775), inspirado en la plaza Navona.El embellecimiento de las ciudades mediante alamedas y paseos fue algo característico de la ciudad ilustrada. Además de las alamedas de Lima, también en La Habana se hicieron dos, una en los muelles y la otra extramuros, entre dos puertas de la muralla. En Mérida el gobernador Lucas de Gálvez ordenó construir una Alameda para paseantes a pie y en carruaje. Los jardines de la Alameda de México fueron a su vez ejemplares de esa mentalidad y a fines del siglo XVIII se pensó ampliarlos hasta unirlos con el paseo de Bucareli. Eran lugar de recreo favorito de los mexicanos, tanto por sus avenidas y plazoletas hechas con árboles como por sus fuentes porque al parecer se permitía en la Alameda la venta de bizcochos y dulces.El empedrado, el alumbrado y la división de la ciudad en barrios fueron también mejoras emprendidas en las ciudades. Se atendió asimismo al abastecimiento de agua: en 1779 se inauguró en México el acueducto que, partiendo de Chapultepec, acababa en la fuente del Salto del Agua, abasteciendo de agua a la ciudad. El agua se había llevado a la actual ciudad de Oaxaca entre 1571 y 1573 por Juan Alcántara y Juan de Vega, pero hasta 1727 no se inició el acueducto de San Felipe del Agua, inaugurándose a su finalización la fuente de la plaza. En Guadalajara (México), se renovaron y ampliaron las conducciones de agua a la ciudad, así como las fuentes.Con respecto a otras reformas, en un "Discurso sobre la policía de México", de 1788, se alababa el que las calles céntricas se hubieran empedrado recientemente y el que existiera alumbrado en una parte de la ciudad. También la ordenación de la ciudad obedeciendo a criterios de razón y progreso se plasmó en determinadas reformas borbónicas, como la división de las ciudades en cuarteles formados por barrios en cada uno de los cuales hubo un alcalde de barrio para vigilar que se cumplieran las normas sobre construcción, limpieza, etc.El desarrollo urbano de Río de Janeiro corresponde al siglo XVIII. Convertida en el puerto que canalizaba hacia Portugal la producción de oro de Minas Gerais, se renovaron sus fortificaciones y se creó una infraestructura urbana de la que lo más espectacular fue el acueducto de los Arcos da Carioca. Desde 1763 se convirtió en la capital de Brasil y, como toda ciudad de la Ilustración, fue dotada, entre otras cosas, de un magnífico Paseo Público proyectado por Valentim da Fonseca.La creación de nuevas poblaciones para ordenar un territorio y potenciar el desarrollo de toda una región fue una empresa abordada en el siglo XVIII tanto en España como en América. El proyecto de José de Escandón, conde de Sierra Gorda, en 1748 para colonizar Nuevo Santander, al norte de México, consistió en la fundación de veintidós villas, en las que se asentarían colonos procedentes de otras regiones mexicanas, con un trazado en damero y plaza cuadrada que resume una experiencia de siglos. Se trataba con proyectos como éste de colonizar las fronteras, tanto al norte (California, Luisiana, Florida...), como al sur (Chile, Montevideo...).En las ciudades fundadas ahora, a veces se recogió la experiencia anterior y así, por ejemplo, en el proyecto para la nueva población de Arica (Chile) de 1793, la regularidad del trazado en damero se alteró en las tres manzanas dedicadas a los conventos al dejar un cuarto de dichas cuadras sin construir para formar una plazoleta ante las fachadas, con lo que se estaba utilizando como punto de partida lo que era resultado de una experiencia de transformación de la ciudad que había tenido lugar sobre todo a lo largo del siglo XVII en las ciudades hispanoamericanas. Otros planos de fundación, como el de la ciudad de Concepción en Chile, ofrecen en cambio una retícula perfecta con la plaza Mayor en el centro. A veces la plaza se desplaza algo desde el centro hacia la entrada principal de la ciudad (Nueva Orán, Argentina, 1794), y a veces, en cambio, parecen estarse siguiendo las "Ordenanzas" del siglo XVI, pues en la perfecta cuadrícula de la ciudad de San Francisco de la Selva en Chile (1744), al ocupar la plaza el lugar de cuatro manzanas, parten de ella dos calles en cada esquina y una del centro de cada lado, lo cual si bien había sido la regla, no se había llevado a la práctica antes con esa perfección. Lo que sí resulta novedoso es cómo se dividieron los solares en muchas de las nuevas fundaciones destinadas a poblar zonas de frontera, pues ya no obedecen al principio de ir partiendo en cuadrados, sino que los solares serán divididos en lotes estrechos y profundos.El proyecto más interesante del siglo XVIII es el de la nueva ciudad de Guatemala, después de que la antigua fuera destruida por los terremotos en 1773. Luis Díez Navarro hizo un primer proyecto en 1776 que en principio fue aprobado, pero luego Sabatini decidió encargar otro proyecto a Marcos Ibáñez, que lo realizó en 1778. Responden los dos proyectos a los principios de orden y de geometría que desde el siglo XVI habían presidido la colonización urbana llevada a cabo por los españoles. La utilización de la matemática y la geometría para organizar la sociedad aparece incluso en un proyecto utópico llamado Sinapia, texto según unos de la época de Campomanes y según otros de fines del siglo XVII, pero que en cualquier caso demuestra la prolongación en el tiempo de una forma de ordenar la sociedad y su espacio que en América había obtenido sus logros más espectaculares.
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Es de las ciudades más grandes de toda España, puesto que tiene arzobispo, Universidad y ricos mercaderes. Se ven allí plazas grandes, donde hay hermosos palacios, grandes iglesias y un lugar santo, el más famoso sitio de peregrinación del mundo..., con iglesia metropolitana que es una de las más hermosas de España". (A. Jouvin, año 1672). En la génesis de la estructura urbana de Santiago, no es posible justificar un centro histórico espontáneo. Por el contrario, constituye un conjunto surgido a la sombra del templo apostólico, sin que los cambios de la época moderna desplazaran su dominio sobre el medio. En tal sentido, la nueva arquitectura que el arquitecto-ingeniero programa en los siglos XVII-XVIII (monasterios, conventos, casas grandes de capitulares y casas del cabildo), para crear la ciudad monumental según un plan urbanístico (la gran creación histórica del Barroco), no llegaría a poseer los valores que se le atribuyen, si no es en relación con las formas gigantes de la nueva "envoltura" barroca catedralicia y con la ayuda de los espacios abiertos y en perspectiva de sus plazas. Este salto renovador de ciudad medieval a ciudad moderna sin duda se inició con ejemplos como el Hospital Real; manifestación de una nueva etapa donde se demuestra que no existe un arte eterno, puesto que el arte forma parte de la propia evolución histórica. Quedaba abierta la puerta hacia la fuerza plástica, casi escultórica, de las fachadas y torres catedralicias de la Praza da Quintana (Pórtico Real, Puerta Santa o la armónica Torre del reloj) y Praza do Obradoiro, demostrando que no se trataba de crear la imagen de una ciudad piadosamente embalsamada, sí adaptada a su tiempo. Se trataba de llegar a un medio más amplio, en justa correspondencia con un momento en que la Iglesia hace hincapié en el aspecto sensible de la religión de Cristo. Rasgo que conlleva en arquitectura el orden colosal y el efecto "impresión". Y es en esta relación arquitectura-plaza donde Peña de Toro, Andrade y Fernando de Casas manifestarán su ruptura con las "esquinas muertas", para demostrar la capacidad comunicativa del arte mediante las fachadas y torres que perfilan la "envoltura" catedralicia, para infundir la idea del orden divino dentro del universo. Pero a la vez que los nuevos alardes recrean el poder de la Iglesia triunfante y el carácter sacro de la ciudad jacobea, se hacía imprescindible otra dimensión: quien hasta entonces había sido el centro espiritual por excelencia estaba superando los recelos que habían cuestionado al símbolo apostólico como patrón del Estado, así como el reconocimiento de su venida a España. Dificultosa polémica en tiempo de los Austrias, al cobrar valor otras alternativas (santa Teresa, san José, san Jenaro, san Miguel) que ocasionaron no pocas dificultades al cabildo compostelano. Lo que se percibe como paso de una ciudad medieval a una ciudad moderna, otorga valor al análisis de Aldo Rossi, quien supo interpretar este proceso como la consecuencia fundada de un proyecto conforme a unas circunstancias muy definidas, puesto que el empobrecimiento del país y la convulsión económica, que afectó con especial intensidad a Castilla hasta el 1680, no recortó las posibilidades del cabildo compostelano. En un tercer momento, la estructura morfológica del casco histórico se verá reforzada con la propuesta neoclásica. Ahora, desde distintas perspectivas en cuanto al carácter del edificio: fachada norte catedralicia, Real Universidad, Pazo de Raxoi o actual Ayuntamiento, supliendo así el Antigo Concello, en la Praza de Cervantes. Asimismo, el nuevo Pazo de Raxoi, pasará a delimitar el lado oeste de la que Ferro Caaveiro denominaba Plaza Mayor. Plaza en la que distintas arquitecturas de estilos sucesivos (Pazo de Xelmirez, Fachada catedralicia do Obradoiro, Colexio de San Xerome, Hospital Real y el citado Pazo de Raxoi) al no vincularse con contigüidad, ni se interfieren ni aportan una visión distorsionada. Por el contrario, en el escenario monumental de la actual Praza do Obradoiro, las visiones perspécticas otorgan a cada edificio el perfil de retranqueo que le define y conforma a la gran perspectiva. De esta manera, nunca podrán ser valorados como telón, como fondo escenográfico. Y mientras los nuevos criterios del ciudadano burgués de la Ilustración alientan otro concepto urbano, contrario al valor de los soportales -suprimidos en parte, en tanto que obstáculos para un tráfico fluido-, comenzaba a sucumbir aquella ciudad rememorada por el cardenal Jerónimo del Hoyo, en sus Memorias del Arzobispado de Santiago (año 1607): "está muy bien cercada, con buena muralla, la que está edificada por todas partes sobre peña. Tiene muchos torreones y muy espesos, cada uno con su plaça de armas y todo ello con sus almenas. Tiene ocho puertas que son: la puerta Faxeira, puerta de la Mámoa (puerta de Susannis, en la Guía del Peregrino), puerta de Maçarelos, puerta San Pedro (puerta Francígena, Guía del Peregrino), puerta de San Roque, puerta de la Peña, puerta de San Francisco, puerta de las Huertas (puerta del Santo Peregrino, Guía del Peregrino). La imagen legendaria de su muralla, tantas veces evocada por los viajeros a Santiago, quedará asociada al actual anillo o hilera de casas que define la fachada de la ciudad, como también parece claro su recuerdo en el callejero de la misma zona: Entre Muros, Rua da Atalaya, Entre Cercas, Entre Murallas, sin dejar de distinguir un recuerdo del primitivo cerco en el costado de San Martín Pinario correspondiente a la Costa Vella. En líneas generales, la evolución del casco histórico arranca como villa creada a partir de un castro de vestigios romanos, al que se sucederán los correspondientes al período altomedieval, conforme a la relación de hallazgos que el subsuelo de la catedral proporciona; lo que la define como "archivo histórico de la ciudad" (Guerra Campos). Aunque, para evitar equívocos, su romanización fue muy tenue. Tal proceso encadenado no afecta de igual manera al entramado que constituyó área periférica con respecto a la primera muralla de época prerrománica. Dicho aledaño era dúplice: uno rural y otro dedicado a actividades diversas. El primero se aglutinaba en torno a parroquias aún vigentes y reedificadas posteriormente, en tiempo del obispo Diego Gelmírez, al integrarse en el nuevo amurallado románico: San Miguel dos Agros, San Bieito do Campo y San Fiz de Solobio (templo considerado el más antiguo y asociado al monje Pelayo). Al formar un conjunto intramuros, los oficios artesanales que allí se despliegan -mayoritariamente asociados a las necesidades del peregrino- aún cobran vigencia en el nombre de su callejero; desde expertos en el azabache (Rua da Acebichería), a caldereros integrados en la cofradía gremial del estaño (Rua da Caldeirería) y, sobre todo, los dedicados al emblema por antonomasia (la concha), que se sitúan en el Barrio de Os Concheiros. Eran las actividades recogidas en tantas impresiones relatadas por el viajero; lo mismo desde una valoración negativa ("son numerosísimos los que no viven más que de explotar al peregrino", J. Münzer, año 1494), que imparcial ("allí hay tiendas donde se venden Santiagos de plomo, de cobre, conchas para el peregrino", G. Manier, año 1726). La segunda área, inicialmente extramuros, queda asociada a la llamada villa burgensis, dedicada a actividades mercantiles. Se situaba en las actuales Rua do Franco, Rua do Villar, Rua Nova, con centro parroquial en la actual Santa María Salomé. A partir de la integración en el recinto románico, la práctica artesanal y las operaciones de banca y mercado perfilarán el concepto de ciudad burguesa. Sin duda la que conoció el redactor de la Guía del Peregrino, quien "vivió en Santiago" y cuyo "punto de referencia sería Gelmírez" (Díaz y Díaz). La hoy denominada "Ciudad vieja", en torno al eje de mayor afluencia nororiental que remata en cuña en Rua da Acebichería, aglutinaba las profesiones gremiales, lugares de acogida u hospitalarios, y la llamada Casa de la Moneda. Era el área de entrada del peregrino, vertebrada por la Puerta Francígena. Por el contrario, el espacio suroccidental, que en los momentos de la muralla prerrománica cobraba vida a partir de la Rua da Conga, se caracterizaba por actividades mercantiles que tenían su punto de salida al exterior, fundamentalmente, en la Puerta de Mazarelos o Puerta del Mercado ("por la que llega el precioso licor de Baco", Guía del Peregrino). Los actuales conventos de Santa Clara, Santo Domingo y San Francisco, hoy con apariencia barroca, surgen extramuros en los años del gótico. Estas áreas de crecimiento en el futuro tenían su entrada a través de la Puerta de San Roque, Puerta Francígena y Puerta de San Francisco respectivamente. Ahora bien, la historia de la ciudad quedaría incompleta sin la referencia a la actividad hospitalaria o de acogida, capítulo ya considerado por el obispo Sisnando (muerto hacia 919) quien, ante la necesidad de un centro caritativo u "hospital para cojos, ciegos e inválidos" (Compostelana I, 2,3), promovió el de San Fiz de Solobio, al que se asocia el milagro del clérigo alemán que recobró la vista, lo que demostraría que, desde los inicios del siglo X, "Santiago era conocido en Alemania como centro de peregrinación". Tal asegura K. Herbers, quien hace referencia a una peregrinación de tal procedencia hacia el año 930, "citada además en una misma frase junto con Jerusalén". Tal atención al necesitado amplió la obligación de crear albergues y, a medida que la peregrinación a Roma "ocupa un espacio menor en la conciencia cristiana, entre los siglos XI y XIII, que a Santiago" (Vauchez). Concepto que también se afirma en la Compostelana, al recordar que "afluían reyes, condes y otros magnates que de diversas partes venían", en tiempos de Gelmírez (muerto hacia 1139-1140). Pero un ejemplo de que la nueva urbe estaba introducida en la atención auxiliar tiene su mejor propuesta en el que fuera el Hospital Viejo (Rua da Acebichería), cuya portada de fines del siglo XV y reformas del siglo XVI conforma la actual entrada al Colexio de San Jerome (hoy Rectorado). Sin embargo, la atención no sólo afectará al peregrino en vida, sino también en la muerte, de manera que el correspondiente cementerio se emplazó junto a la desaparecida iglesia de la Trinidad. Es decir, en la decreciente cota altimétrica que, aún hoy, acusa su descenso hacia la llamada Rua das Hortas. Este escalón era, en realidad, una consecuencia del declive del primitivo castro sobre el que surgió la ciudad. Pese a ello, disponía de entrada hacia el perímetro amurallado; era la Puerta del Santo Peregrino o Puerta de las Huertas. Con el salto hacia la época moderna, al igual que los monasterios del controlado conjunto histórico (San Paio de Antealtares, San Martín Pinario), aquellas primitivas parroquias reedificadas en tiempo de Diego Gelmírez dispondrán de una imagen más acorde con el perfil urbano. Asimismo, el nuevo ideal de polis -a la vez que asiste al crecimiento conventual (San Agustín, Mercedarias o Descalzas)- también afirma santuarios de devoción popular (Capilla de Ánimas) en la arteria que desemboca en la Puerta Francígena o del Camino, al igual que la reedificada Santa María del Camino. Tal pluralidad de arquitectura pietística o devocional era el pivote que estimulaba en el devoto la comprensión de lo invisible e infinito (lo divino). Uno de los rasgos que mejor define el conjunto urbano de la ciudad es la pluralidad de calles estrechas, pendientes y escalinatas para acceder a la cúspide del primitivo castro. Sin embargo, quien con implacable determinismo rige el espacio es la gran metáfora: la catedral, en torno a la que cobra forma un gran espacio (plazas) para evitar una visión desenfocada. Y así, la labor conjunta del arquitecto, el diseñador y el urbanista vigoriza el ritmo vertiginoso del templo a partir del valor de las cuatro plazas dispuestas en sus cuatro frentes, para percibir mejor su imagen escultórica y recortada en el espacio, puesto que es el símbolo que define a la ciudad sagrada; de la misma manera que en el paisaje urbano de Chicago o Manhattan es la gran vertical dinámica del rascacielos la que proyecta al espacio la dimensión de la ciudad bursátil. Se diría que la fuerza vital de estas torres de Babel del siglo XX fueran concebidas para reproducir el poder que indefectiblemente actúa en el mundo, al igual que la torre gigante del Reloj (72 m.) o las correspondientes a la fachada del Obradoiro invocan qué ley universal está presente entre los hombres (la divina), contra la cual es inútil rebelarse. Por el contrario, lo sensato es aceptar ese principio; de manera que, si las primeras representan una alegoría de la vida activa, las que Compostela ofrece afirman el poder religioso en el que el fiel es una pieza más. Complementariamente, habrán de ser los actos religiosos celebrados en sus plazas los que señalen la pauta y clave del comportamiento moral. De esta manera, el desarrollo en altura es el símbolo de la plena verdad. Efecto que todavía hoy recrea la imagen de la ciudad en la distancia, al hacerse visible desde todo lugar, por su elevación. También es cierto que, a veces, el viajero introduce matices en otra dirección que demuestran hasta qué punto la catedral no postuló un esquema unitario, sí de efecto sorpresa: "es una cosa tan compleja y formidable que, antes de conocerla bien, creeríase entrar por cada una de sus cuatro puertas -Platerías, Quintana, Acebichería y Obradoiro- en cuatro edificios diferentes". Cuando Dante se refiere al Paraíso o Gloria, parte de su emplazamiento en la cumbre de una montaña, dado que allí estaba el espacio primitivo de la Humanidad. Tal concepto "cima" reclamó el interés de la Humanidad desde siempre y a él hay que referirse, en tanto que constituye la circunstancia definidora y definitiva de Santiago, la ciudad que corona la colina de un antiguo castro. Si, tras la invención (invenire=encontrar) del sepulcro apostólico, fue la monarquía astur quien impulsó el valor de este locus, con un amurallado parabólico (Rua do Preguntoiro, Rua da Conga, Rua da Acebichería), el referente clave de la nueva ciudad románica fue Gelmírez, quien tuvo como regla de oro fomentar la afluencia de peregrinos. Mientras en la teoría son básicas las aportaciones de su contemporáneo compilador-redactor de la Guía del Peregrino (hacia 1130, Díaz y Díaz), en la práctica él fue consciente de que el Camino no era fácil, pero merecía la pena recorrerlo. Es decir, además de promocionar su Iglesia para convertirla en centro de la Cristiandad -ayudado por los cluniacenses-, prosiguió la obra que enmarcaba los fundamentos de la piedad jacobea (su mejor expresión es el apoyo al proceso catedralicio) y del poder, alcanzando la categoría metropolitana para Santiago y la condición de arzobispado. Arquitectura que Gelmírez no vio concluida, aunque fue elevada conforme a esquemas que eran la demostración de los contactos con las vanguardias occidentales ultrapirenaicas y en un momento de opción preferente del santuario jacobeo entre la Cristiandad. De manera que, si su vida fue un cúmulo de búsquedas, tras su muerte cobra forma la segunda parte del dicho estoico: "si grande es la lucha, la obra es divina". Es decir, el Pórtico de la Gloria culminaba las esperanzas de aquel peregrino que buscaba alcanzar la seguridad, al ofrecerle un anticipo de lo que puede ser el Paraíso. Repetidas veces se ha insistido en el valor de la Guía del Peregrino por lo que aporta sobre aquella basílica, pero aquí interesan los posibles conceptos que, sobre el orden del mundo y las causas que actúan en el Universo, parecen revelarse en su descripción del espacio sagrado, donde remata el viaje o fin del camino que lleva hacia el santuario. El esquema que ofrece se acomoda a tres fases: emplazamiento -"la ciudad de Compostela está situada entre dos ríos"-, límites del medio -"las entradas y puertas de la ciudad son siete"- y distribución del medio -"habitualmente se cuentan en esta ciudad 10 iglesias, entre las que, situada en el centro, resplandece gloriosa como la más importante la del gloriosísimo apóstol Santiago"-. Es decir, la esencia de la ciudad dista de referencias temporales o testimoniales que sí aportan León de Rosmithal (1465-1467) o J. Münzer ("la gente es tan sumamente perezosa que tiene casi por completo abandonado el cultivo de la tierra, siendo numerosísimas las personas que no viven más que de explotar al peregrino", 1494). La Guía presenta al peregrino el lugar donde lo divino se revela, o patria celeste. Planteamiento muy afín a los "sagrados viajes" de las culturas de Oriente. En ellos se detalla el largo itinerario al espacio sagrado en la alta montaña (mundo natural); allí está el santuario que toca los cielos (mundo sobrenatural) protegido por una fortaleza (labor humana). La Guía, dirigida al clérigo que ha de modelar el alma del peregrino, también participa de este esquema encadenado de lo natural, humano y divino. Asimismo, junto con el principio de ordenación está el culto al número, "anterior a las cosas", de manera que "la recta ordenación de éstas depende de que los números estén exactamente elegidos" (Cervera Vera). ¿Cuál podría ser, entonces, la esencia de la ciudad sagrada, conforme a la visión medieval del culto al número? Sin entrar en detalles, el sentido general de la Guía centraría su primer objetivo en el mundo o espacio natural, donde se emplaza aquella colina entre 2 ríos. A la labor humana corresponde la ciudad amurallada con 7 entradas y puertas. Por último, lo sobrenatural, la ciudad con 10 iglesias. En consecuencia, conforme al principio que gobierna el Universo y que encauza todo hacia un final, el punto de partida (2) son los elementos opuestos que están en la base de la creación del Universo (lo húmedo y lo seco, la luz y la sombra...). Aunque el número de entradas a la ciudad fue superior a 7, se trata de la cifra referida al hombre por antonomasia, "puesto que todo lo asociado a él queda ordenado por series de 7: 7 sacramentos, 7 virtudes" (E. Mále). Es la cifra del hombre rescatado. Una vez que el hombre-peregrino ha resucitado a una nueva vida, de nuevo la aritmética sagrada acude al valor de la cifra: alcanzó el número de la pureza y la gracia (10), en la que, además, se resumen los diez mandamientos.