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El contacto de Grecia con las civilizaciones vecinas de Egipto y Mesopotamia va a resultar determinante para la evolución de su ciencia, superando en la mayor parte de los campos a sus maestros. En matemáticas se produjo un importante avance al introducir signos numerales similares a los latinos, utilizando tablas para realizar los cálculos. La geometría se desarrolló espectacularmente gracias a Tales de Mileto y Pitágoras, quienes desarrollaron la teoría de los triángulos semejantes y el famoso teorema, respectivamente. La figura de Euclides será capital al resumir las teorías matemáticas y sentar las bases de la geometría con sus famosos axiomas. La ingeniería avanzará espectacularmente gracias a los trabajos de Empédocles de Agrigento - inventor de un calorífero -, Ctesibio - constructor de una bomba contra incendios, de un autómata y una bomba para elevar agua -, Filón de Bizancio - creador de fuentes móviles - y Arquímedes de Siracusa - inventor de las poleas compuestas y de un cañón que lanzaba pequeños proyectiles gracias al agua -. El estudio matemático será fundamental para el desarrollo de otras ciencias como la astronomía, realizando las primeras especulaciones sobre la posibilidad de que la Tierra fuera plana y estuviera flotando en el espacio, no sujeta a algún elemento como se creía hasta ese momento. Pitágoras ya planteó la posibilidad de la esfericidad mientras que Anaximandro señaló que la Tierra era el centro de un conjunto, girando en círculos a su alrededor la Luna, el Sol y las estrellas, teoría que fue ampliada por Aristóteles quien introdujo los planetas en su sistema. Sin embargo, Aristarco de Samos ya planteó que la Tierra era un planeta más por lo que debía girar alrededor del Sol. Hiparco de Bitinia desarrolló la trigonometría, de gran utilidad para la medición del espacio, alcanzando conclusiones bastante acertadas respecto al diámetro de la Luna o su distancia respecto a la Tierra. El deseo de conocer la Tierra llevó a su representación gráfica, provocando la evolución de la geografía. Se establece la distinción entre Europa y Asia, oriente y occidente, y los cuatro puntos cardinales. Los mapas permitirán un giro radical en los viajes, que a su vez favorecerán el desarrollo de la cartografía. Una de las figuras que más aportará en este sentido será Alejandro al promover su campaña conquistadora de Asia, alcanzando los confines de la India. Dicearco estableció la circunferencia de la Tierra en 54.000 kilómetros mientras que confeccionó el mejor mapa de su tiempo y redujo la medida a unos 39.600 kilómetros, planteando la posibilidad de poder viajar desde la península Ibérica a la India por mar, anticipándose así a Colón. Eratóstenes es considerado el mejor geógrafo de la Antigüedad. La medicina experimentará importantes avances, manifestando Hipócrates de Cos que "todas las enfermedades tienen una causa natural, sin la cual no pueden producirse". A pesar de esta acertada máxima, todavía se otorgaba un importante papel a la magia en la curación de enfermedades. Continuando el nivel médico alcanzado en Egipto, la medicina griega obtuvo un grado de desarrollo significativo, introduciendo la experimentación como fórmula de conocimiento. En esta línea debemos plantear la habitual práctica de disecciones a partir del siglo V a. C., estableciéndose un amplio número de escuelas médicas en todo el territorio de la Hélade. Figuras como Alcmeón de Crotona - autor del primer tratado médico griego conocido -, Empédocles - quien sanó a la ciudad de Selinunte de la malaria al desviar el cauce de uno de los ríos para incrementar de agua al otro -, o Demócrito de Abdera anteceden a Hipócrates, quizá el médico más popular de Grecia gracias al famoso Juramento Hipocrático y a la realización de importantes operaciones con las que consiguió curar a numerosos enfermos. Proxágoras de Cos establecería una aceptable distinción entre venas y arterias al tiempo que planteaba como entre la columna vertebral y el cerebro existía continuidad. Serapión de Alejandría y Filino de Cos son los creadores de la escuela empírica basada en la experiencia y en la observación, produciéndose un importante desarrollo de la cirugía, destacando Filoxeno de Alejandría, el autor del primer tratado de cirugía conocido. Pero no debemos olvidar la importancia de los santuarios de Asclepios y Dionisos como lugares de curación relacionados con la magia, realizándose ceremonias curativas en las que el dios y el enfermo se unían para sanar los males. Los baños serán una de las terapias más recomendadas por los médicos helenos, existiendo una red de balnearios curativos frecuentemente visitados. La sanidad era costeada en buena parte por el Estado al pagar a los médicos y financiar los tratamientos de los sectores sociales más humildes. En relación con la medicina se produjo también un importante desarrollo de la botánica gracias a Empédocles, Teofrasto o Aristóteles. Las plantas fueron divididas en árboles, arbustos e hierbas. La botánica permitió el avance de la farmacología, elaborándose herbarios que compilaban las plantas medicinales conocidas. El año heleno tenía 12 meses de 30 días resultando un desfase de 11 días con respecto al año astronómico. Para solucionarlo incorporaron un nuevo mes cada dos años aunque tampoco el resultado fuera perfecto lo que obligó a continuas modificaciones. Los meses estaban divididos en tres grupos de diez días y respecto a la hora, siguieron la división caldea de una hora como la vigesimocuarta parte del día, estando dividida en 60 minutos, cada uno de ellos dividido a su vez en 60 segundos. La medida del tiempo se realizaba con relojes de arena y de agua.
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Roma será heredera de Grecia en el campo científico, como lo es en el artístico y el educativo. Sin embargo, en el caso romano la mayoría de los estudiosos se dedicarán a la recopilación de material y su primaria elaboración empírica, descuidando en la mayor parte de los casos las ciencias naturales. Mención especial merece Lucrecio por apartarse de esta manera de trabajar, al intentar establecer una verdadera teoría científica de la sociedad y de la naturaleza. Varrón es otro de los mejores científicos romanos en los años de la Guerra Civil. Durante los primeros años del Imperio la ciencia continúa con el mismo carácter empírico descriptivo de tiempos anteriores. Surge un especial interés por asuntos técnicos, destacando los trabajos del arquitecto Lucio Vitrubio -con su excelente obra "Sobre la arquitectura" recogida en diez libros que tendrá especial influencia en el Renacimiento- y el desarrollo de la geografía con el general M. Agripa -creador de una carta geográfica donde recogía el mundo conocido- y el griego Estrabón (66 a.C.-24 d.C.) -autor de los famosos siete libros de "Geografía"-. El carácter recopilatorio de la ciencia continuó en los años centrales del Imperio, siendo su mejor ejemplo la obra de Cayo Plinio el Viejo (23-79), autor de una "Historia Natural" recogida en 37 libros. El trabajo de Plinio es la mejor recopilación de los conocimientos relacionados con las ciencias naturales -medicina, astronomía, geografía, antropología-. Otro de los investigadores más importantes de estos años será Séneca, escritor muy fecundo que se dedicó a numerosas disciplinas, incluso fue educador de Nerón. Escribió siete libros sobre "Cuestiones naturales" que sirven como medio de conocimiento de la divinidad. Entre los principales matemáticos y astrónomos encontramos a Claudio Ptolomeo, compilador de las enseñanzas de la escuela de Alejandría. Ptolomeo volvió al sistema geocéntrico de Aristóteles y se dejó influir por las supersticiones de su tiempo al considerar que los cuerpos celestes influyen en el destino de los seres humanos. Su obra titulada "Almagesto" fue la más importante del campo astronómico hasta el siglo XV. En la medicina destaca la personalidad de Claudio Galeno (129-principios del siglo III) del que conservamos más de cien trabajos que serían traducidos en la Edad Media por árabes y judíos. Su obra "Arte Médica" sería durante un largo tiempo considerada el mejor manual de medicina, continuando las enseñanzas de Hipócrates y la gran medicina griega.
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El contacto de Grecia con las civilizaciones vecinas de Egipto y Mesopotamia va a resultar determinante para la evolución de su ciencia, superando en la mayor parte de los campos a sus maestros. En matemáticas se produjo un importante avance al introducir signos numerales similares a los latinos, utilizando tablas para realizar los cálculos. La geometría se desarrolló espectacularmente gracias a Tales de Mileto y Pitágoras, quienes desarrollaron la teoría de los triángulos semejantes y el famoso teorema, respectivamente. La figura de Euclides será capital al resumir las teorías matemáticas y sentar las bases de la geometría con sus famosos axiomas. La ingeniería avanzará espectacularmente gracias a los trabajos de Empédocles de Agrigento -inventor de un calorífero-, Ctesibio -constructor de una bomba contra incendios, de un autómata y una bomba para elevar agua-, Filón de Bizancio -creador de fuentes móviles- y Arquímedes de Siracusa -inventor de las poleas compuestas y de un cañón que lanzaba pequeños proyectiles gracias al agua-. El estudio matemático será fundamental para el desarrollo de otras ciencias como la astronomía, realizando las primeras especulaciones sobre la posibilidad de que la Tierra fuera plana y estuviera flotando en el espacio, no sujeta a algún elemento como se creía hasta ese momento. Pitágoras ya planteó la posibilidad de la esfericidad mientras que Anaximandro señaló que la Tierra era el centro de un conjunto, girando en círculos a su alrededor la Luna, el Sol y las estrellas, teoría que fue ampliada por Aristóteles, quien introdujo los planetas en su sistema. Sin embargo, Aristarco de Samos ya planteó que la Tierra era un planeta más, por lo que debía girar alrededor del Sol. Hiparco de Bitinia desarrolló la trigonometría, de gran utilidad para la medición del espacio, alcanzando conclusiones bastante acertadas respecto al diámetro de la Luna o su distancia respecto a la Tierra. El deseo de conocer la Tierra llevó a su representación gráfica, provocando la evolución de la geografía. Se establece la distinción entre Europa y Asia, oriente y occidente, y los cuatro puntos cardinales. Los mapas permitirán un giro radical en los viajes, que a su vez favorecerán el desarrollo de la cartografía. Una de las figuras que más aportará en este sentido será Alejandro, al promover su campaña conquistadora de Asia, alcanzando los confines de la India. Dicearco estableció la circunferencia de la Tierra en 54.000 kilómetros, mientras que confeccionó el mejor mapa de su tiempo y redujo la medida a unos 39.600 kilómetros, planteando la posibilidad de poder viajar desde la península Ibérica a la India por mar, anticipándose así a Colón. Eratóstenes es considerado el mejor geógrafo de la Antigüedad.
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Según la conocida periodización de George Basalla, la ciencia colonial se caracteriza por la existencia de modestos grupos de científicos, cuyas actividades responden a programas diseñados en la metrópoli y cuyos resultados son procesados por instituciones puestas al servicio de los intereses metropolitanos. En la época de la Ilustración, la situación en América es más compleja, pues si bien los proyectos científicos más importantes parten de la iniciativa oficial y si bien la institucionalización de dichos proyectos dependen igualmente de las autoridades virreinales, también es cierto que los ilustrados criollos van a desarrollar desde ese punto de partida propuestas de investigación que permitirán poner las bases de una ciencia independiente al servicio de las nuevas nacionalidades alumbradas por la emancipación. Una parte de esta ciencia colonial fue producto de la labor de sabios españoles instalados en América. Es el caso de Fausto Delhuyar, de Andrés Manuel del Río o de Miguel Constansó en México, así como el de José Celestino Mutis y Juan José Delhuyar en Nueva Granada o el del solitario Félix de Azara en el Río de la Plata. En contrapartida, aunque no en la misma medida, fueron muchos los científicos criollos que desarrollaron una parte de sus actividades en la metrópoli, bien porque la tomaran como escala obligada en su aprendizaje, bien porque fueran llamados (como en el caso de tantos otros protagonistas de la Ilustración regional española) a desempeñar cargos al frente de instituciones oficiales, como ocurrió con el peruano Francisco Dávila (primer director del Gabinete de Historia Natural), el neogranadino Francisco Antonio Zea (nombrado director del Jardín Botánico de Madrid), o el mexicano José Mariano Mociño, uno de los directores de la Expedición Botánica de Nueva España, que pasó a Madrid, donde desempeñó la dirección del Gabinete de Historia Natural y la presidencia de la Academia de Medicina. Un papel fundamental en el desarrollo de una ciencia americana fue desempeñado por las expediciones científicas promovidas por la Corona y que tuvieron como escenario y como objeto de estudio los territorios (y los mares) del Nuevo Mundo. Sus resultados fueron remitidos evidentemente a los centros metropolitanos (Jardín Botánico de Madrid, Gabinete de Historia Natural de Madrid, etc.), pero su consolidación institucional permitió la continuidad de una labor que por lo general quedó en manos de los discípulos criollos de los sabios españoles que (solos o unidos a sabios locales) habían sido puestos al frente de los proyectos. Y por este camino, muchas de las grandes figuras de la ciencia ilustrada americana se formaron y desarrollaron sus primeras actividades en el marco de estos organismos que eran los herederos de las expediciones científicas. Es el caso de Francisco José de Caldas. Nacido en Popayán, estudió en el Colegio del Rosario de Bogotá, antes de encontrarse con el magisterio de José Celestino Mutis. Viajero infatigable, recorrió incansablemente el territorio del virreinato antes y después de su incorporación a la expedición de Mutis, realizando multitud de investigaciones, especialmente observaciones astronómicas, botánicas y vulcanológicas, antes de ser nombrado director del Observatorio de San Carlos de Santa Fe (1803), una de las instituciones científicas surgidas de la expedición. Sus numerosas obras dieron cuenta de sus preocupaciones en botánica (Memoria sobre el estado de las quinas en general y en particular sobre la de Loja, 1805), geografía (Estado de la Geografía del Virreinato de Santa Fé de Bogotá, 1807), antropología (Del influjo del clima sobre los seres organizados, 1808), astronomía (informe de sus observaciones de 1808 y 1809). Hombre de temperamento dulce, como demuestran las cartas a su esposa, Manuela Barahona, el estallido de la guerra de emancipación le empujó a las filas de los insurgentes, por lo que terminó siendo víctima de la sangrienta represión del general Morillo en 1816. No todos los científicos estuvieron conectados, sin embargo, con las expediciones de la segunda mitad del siglo. Algunos, porque desarrollaron buena parte de su actividad en los años centrales de la centuria, como el peruano José Eusebio Llano y Zapata, hombre de curiosidad universal, según demuestran sus diversas obras de prolijos títulos (Observación diaria-crítica-históricameteorológica o Memorias histórico-físicas-críticas-apologéticas de la América meridional), y también de espíritu emprendedor, que se manifiesta en sus proyectos frustrados de crear una escuela de metalurgia y una biblioteca pública. Otros, porque ejercieron su labor dentro de otras instituciones, algunas de ellas directamente creadas por su iniciativa, como algunas de las más sobresalientes sociedades patrióticas o algunos de los más importantes centros extrauniversitarios de enseñanza. El mexicano José Antonio Alzate (1729-1790) ocupa una posición singular, por su saber enciclopédico y su vocación de divulgador. Si se le ha calificado de científico segundón y si sus aportaciones no fueron sin duda comparables a las de Bartolache en medicina, Velázquez de León en matemáticas, Mociño en botánica o León y Gama en astronomía (y también en arqueología, con su excelente Descripción Histórica y Cronológica de Dos Piedras), su actitud crítica y su fe en la ciencia (que debía combinar la función teórica con la práctica) le movieron a escribir sin descanso sobre los temas más diversos en las numerosas publicaciones que patrocinó: Diario Literario de México (el primer periódico científico de América, 1768), Asuntos Varios sobre Ciencias y Artes (1772), Observaciones sobre física, historia natural y artes útiles (1787) y Gacetas de Literatura de México (1788). De este modo, pudo desempeñar un papel similar al de Feijoo en España y convertirse en el mayor polígrafo y popularizador de la ciencia del Nuevo Mundo. Alzate fue amigo y biógrafo de José Ignacio Bartolache (1739- 1790), quizás el mayor científico mexicano de la Ilustración. Doctor en Medicina, fue protegido por el matemático Joaquín Velázquez de León en su carrera universitaria que le llevaría a la cátedra de Medicina y a intentar una fallida reforma de los planes de estudio, antes de pasar a la secretaría de la Academia de San Carlos. Publicista destacado, sobre todo a raíz de la edición del Mercurio Volante, con noticias importantes y curiosas sobre física y medicina (1772), sus obras más importantes fueron las Lecciones de Matemáticas (1769), donde asentaba la similitud en estructura y método entre la lógica, la física y la medicina) y la Instrucción que puede servir para que se cure a los enfermos de viruelas endémicas (1779). Otro médico y científico sobresaliente fue el quiteño Eugenio Espejo (1747-1795). Doctor en Medicina, cursó también estudios de teología, letras y leyes, antes de convertirse en el máximo animador cultural de la capital de la presidencia, como se puede deducir de su encendido Discurso dirigido a la muy ilustre ciudad de Quito ya citado (1786) y de sus iniciativas plasmadas en la creación de la Biblioteca Pública, de la Sociedad Económica de Amigos del País y del periódico Primicias de la Cultura de Quito. Su obra científica, al margen del ejercicio permanente de la medicina, incluye dos informes a favor de la utilización de la quina como remedio (Memoria sobre el corte de quina y Voto de un ministro togado de la Audiencia de Quito) y su estudio epidemiológico elaborado a raíz de dos epidemias consecutivas de sarampión y viruela (Reflexiones acerca de las viruelas). Sin embargo, no es posible olvidar la significación de Espejo como agitador político, actividad que le valió un primer destierro en Santa Fe de Bogotá (donde entró en contacto con el grupo conspirativo de Nariño) y su definitiva reclusión en la cárcel de Quito, donde halló la muerte. En esta vertiente también son importantes muchos de sus escritos, la mayor parte de los cuales permanecieron inéditos hasta nuestro siglo, como Marco Porcio Catón y Nuevo Luciano o Despertador de Ingenios, de ilustrativos títulos. Cierra el capítulo de los médicos y científicos ilustres el peruano Hipólito Unanue. Doctor en Medicina, fue el gran impulsor de los estudios de la disciplina en el virreinato, desde la cátedra de Anatomía de la Universidad de San Marcos, desde sus fundaciones del Anfiteatro Anatómico y el Colegio de Medicina de San Fernando y desde el Protomedicato. Su casa se convirtió en el lugar de encuentro de todos los sabios que pasaban por Lima (Haenke, Malaspina, Salvany, Humboldt, etc.), mientras su cargo de cosmógrafo del virreinato del Perú le facilitaba la elaboración de sus numerosos trabajos científicos, entre los que deben destacarse la publicación anual de una Guía política, eclesiástica y militar del Perú (17931798) y su obra más señera, las Observaciones sobre el clima de Lima y sus influencias en los seres organizados, en especial el hombre (1806), donde se suceden las aportaciones a la biología, la patología, la climatología y la antropología. Sin embargo, como en el caso anterior, también Unanue abrazó la causa de la independencia, aunque con mayores reticencias pese a su confesado amor a la patria, como él mismo se encarga de referirnos: "esta patria que he amado mucho antes que se abriese por la espada de Marte la primera página de su existencia". Estos nombres mayores de la ciencia criolla no agotan ni mucho menos la nómina de los estudiosos americanos de la Ilustración. Habría que añadir a los responsables de las expediciones botánicas, ya consignados en sus respectivos lugares, a muchos de los divulgadores de las Luces en sus respectivos ámbitos regionales y a otras figuras que alargarían la relación. Entre todos componen un cuadro sobresaliente, que recibiría el espaldarazo de Alexander von Humboldt, quien en su famoso viaje al Nuevo Mundo (1799-1804), que le condujo desde Cumaná hasta La Habana (y luego a los Estados Unidos), pasando por Caracas, Santa Fe de Bogotá, Quito, Lima y México, pudo encontrarse en cada una de sus etapas con selectos cenáculos de sabios ilustrados, que le sirvieron de introductores en sus desplazamientos con informaciones fidedignas procedentes de un conocimiento profundo de la realidad americana.
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A lo largo de la historia de los asirios la etapa más prolífica en cuanto al trabajo científico fue la sargónida, en la que los escribas se dedicaron a estudiar textos científicos y recopilar sus conocimientos, siendo la biblioteca de Nínive el centro de este empuje cultural. Los intentos de sistematización de los datos empíricos abarcan campos como la gramática, geografía, matemática, zoología o medicina, entre otros. Con todo, la aportación asiria no es especialmente significativa, estando más dedicados a trasladar y trabajar con textos de sumerios y babilonios. El estudio de los astros fue una de las ramas en la que más interés pusieron, estando esta labor a cargo de los sacerdotes, por la creencia en la existencia de una conexión entre las estrellas y los dioses. El máximo empuje en este campo sucedió durante el reinado de Assurbanipal, con la determinación de eclipses lunares o el estudio del Zodíaco. La astronomía se convirtió en una ciencia de gran difusión, como muestran el Poema de la Creación -en el que la quinta tablilla es un compendio de astronomía- o la serie Mul-apin, un manual de estrellas. Con respecto a las matemáticas, los asirios no realizaron apenas aportación alguna, pues simplemente reprodujeron y se sirvieron de los conocimientos alcanzados por otros pueblos anteriores. Así, supieron realizar cálculos matemáticos y manejaron las raíces y el ágebra, que aplicaron a la construcción de grandes obras públicas. Tampoco la ciencia médica experimentó un gran progreso. La curación de enfermedades se basaba tanto en remedios empíricos como mágico-rituales. Los que practicaban los primeros, como Arad-Nanna, médico personal de Assurbanipal, fueron llamados asu, mientras que junto a ellos también trabajaban otros especialistas en curaciones como los adivinos (barca) y los exorcistas (ashipu). El repertorio de estos últimos incluía la elaboración de amuletos, la recitación de salmos o la manipulación de elementos como agua, fuego, cuerdas, nudos, etc. La medicina física empleaba sustancias naturales de origen vegetal, animal o mineral. El conocimiento de las plantas les llevó a realizar una clasificación de ellas. En varias listas dejaron reflejados el nombre de la planta, su descripción y sus aplicaciones. Con estos datos elaboraron numerosas recetas y remedios médicinales.
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El siglo XVII es el de la llamada revolución científica. Sus caracteres son hoy bien conocidos. La cosmografía todavía descriptiva de Copérnico inició su transformación en mecánica celeste. La filosofía natural de origen clásico se vio desplazada por la nueva física, cuyos conceptos y métodos básicos empezaron a formularse con claridad a partir de la generación de Galileo. La alquimia, la destilación y el paracelsismo condujeron a la iatroquímica y las otras corrientes que prepararon la constitución de la química moderna. En matemáticas, se desarrollaron los campos abiertos a finales del siglo XVI -principalmente el álgebra lateral y los logaritmos- y aparecieron otros nuevos, como la geometría analítica y el análisis infinitesimal. En ciencias biológicas, se realizaron los primeros conatos de taxonomía natural y se sentaron las bases de la fisiología experimental, mientras los estudios anatómicos continuaban las líneas posvesalianas e iniciaban la era de la indagación microscópica. La medicina galénica tradicional fue gradualmente sustituida por los sistemas iatroquímicos e iatromecánicos o por corrientes antisistemáticas, que encontraron en la nueva concepción de la especie morbosa un fundamento perdurable. La técnica, por último, superó definitivamente su tradicional divorcio de los saberes científicos e inició el espectacular desarrollo que le ha dado un lugar de excepción en el mundo moderno. España, a lo largo del siglo XVII, no participó en ninguna de las primeras manifestaciones maduras de la ciencia moderna. Durante casi un milenio, nuestra Península había figurado entre los escenarios centrales del desarrollo de los saberes científicos en Europa. En esta época crucial, sin embargo, los obstáculos que habían ido creciendo durante el siglo XVI se convirtieron en auténticas barreras que aislaron la actividad científica española de las corrientes europeas y desarticularon su inserción en la sociedad. Desde el punto de vista de sus relaciones con la renovación, la ciencia española del siglo XVII puede dividirse, según López Piñero, en tres períodos distintos. Durante el primero, que corresponde aproximadamente al tercio inicial de la centuria, la actividad científica española fue una mera continuación de la desarrollada en el siglo anterior, precisamente a espaldas de las novedades. El segundo período, que comprende a grandes rasgos los cuarenta años centrales del siglo, se caracterizó por la introducción de algunos elementos modernos de forma fragmentaria y aislada, que fueron aceptados como meras rectificaciones de detalle de las doctrinas tradicionales, o simplemente rechazados. Solamente en las dos últimas décadas del siglo se produjo un movimiento de ruptura con el saber tradicional y sus supuestos. En las primeras décadas de la centuria, el nivel de la actividad científica española fue todavía considerable. La actitud general ante las novedades fue desconocerlas, bien por falta de información, bien porque no interesaba enfrentarse con ellas. Naturalmente hubo excepciones, entre las que solamente anotaremos como ejemplos significativos la postura opuesta al paracelsismo del catedrático vallisoletano Antonio Ponce de Santa Cruz (1622) y la abierta de Benito Daza Valdés (1623) ante las observaciones astronómicas de Galileo. En medicina y las ciencias afines, la figura más representativa del tradicionalismo moderado fue Gaspar Bravo de Sobremonte (1683) catedrático de la Universidad de Valladolid y médico de cámara de Felipe IV y de Carlos II. Dedicó a la circulación de la sangre un escrito monográfico (1662), en el que defiende la doctrina de Harvey y también la circulación de la linfa. La polémica en torno a la doctrina de la circulación de la sangre, uno de los principales problemas en los que se produjo el choque entre la ciencia antigua y la moderna, nos ofrece la muestra más típica e importante del tradicionalismo intransigente. Dicha doctrina había merecido ya los ataques abiertos de galenistas de mentalidad tan cerrada como Juan de la Torre y Valcárcel (1666), que pretendió oponerse al escándalo causado por Harvey con argumentos pertenecientes al peor escolasticismo. Muy distinta a la de este oscuro autor es la personalidad de Matías García, el representante más destacado de la postura reaccionaria, y al mismo tiempo el caso que mejor permite descubrir su significado histórico. La ruptura con los esquemas tradicionales y la asimilación sistemática de la ciencia moderna aparece ya en la obra de algunas figuras del período central del siglo, como los físicos, astrónomos y matemáticos Juan Caramuel, Vicente Mut y José Zaragoza. Aunque la estrecha conexión del galenismo con los esquemas del aristotelismo escolástico cristalizados en torno a los dogmas religiosos favoreció innegablemente su defensa, ésta nunca se expresó en forma de persecución abierta de los partidarios de las nuevas ideas. Esta realidad puede quedar enmascarada por hechos como los encarcelamientos que por parte de la Inquisición sufrieron, ya en las primeras décadas del siglo XVII, algunas cabezas de la renovación médica del relieve de Diego Mateo Zapata y Juan Muñoz y Peralta, primer presidente de la Regia Sociedad de Medicina y otras Ciencias de Sevilla. No obstante, estas figuras no fueron perseguidas por el temido Tribunal a causa de sus ideas, sino debido a su origen judío. Muy distinta es la situación de los novatores pertenecientes al grupo de ciencias matemáticas, astronómicas y físicas. La renovación se encontró aquí con una barrera de otro tipo, puesto que sobre un elemento fundamental de la misma -la teoría heliocéntrica- pesaba una prohibición expresa sostenida por todas las fuerzas coactivas oficiales. En contraste con la libertad que a este respecto había existido en nuestro país durante el siglo XVI, a partir de la condena de 1633 se mantuvo con especial energía la prohibición del heliocentrismo incluso hasta fechas claramente ilustradas. Todavía en 1748, al publicar sus Observaciones astronómicas, Jorge Juan tuvo por este motivo dificultades con la censura inquisitorial que, como ha puesto de relieve Peset Llorca, motivaron la intervención amistosa de Mayans. Las más importantes e innegables novedades dentro de la química, la biología y la medicina habían empezado a difundirse en España durante los años centrales del siglo como rectificaciones aisladas de los esquemas tradicionales. Dentro de dichas disciplinas, el primer texto de que tenemos noticia en el que se rompe abiertamente con estos esquemas, se publica en nuestro país en 1678. Se trata de un libro llamado a tener cierta notoriedad europea: se titula Discurso político y physico, que muestra los movimientos y efectos que produce la fermentación y materias nitrosas... Su autor es Juan Bautista Juanini, italiano afincado en España hasta su muerte, acaecida en 1691. Fue médico y persona muy allegada a Don Juan José de Austria, al que dedicó el Discurso, y del que haría incluso la autopsia para averiguar la causa clínica de su fallecimiento. En 1687 se producen tres acontecimientos de gran significación: da sus primeras señales de vida el grupo renovador de Zaragoza; se traslada a París, enviado por la Universidad de Valencia, el grabador y microscopista Crisóstomo Martínez y, sobre todo, se publica el auténtico documento fundacional de la renovación científica española: la Carta filosóficomédico-chymica de Juan de Cabriada. El ambiente científico de Zaragoza estaba encabezado por los profesores de medicina de su universidad. En 1687, el catedrático de anatomía Francisco San Juan y Campos introdujo la doctrina de la circulación de la sangre en la enseñanza universitaria española. Desde el 19 de julio del mismo año 1687 sabemos que estaba trabajando en París el grabador y anatomista valenciano Crisóstomo Martínez. La estructura íntima de los huesos y su más fina vascularización son el tema preferido de sus láminas microscópicas y de sus escritos científicos. También durante 1687 publicó Juan de Cabriada su libro titulado Carta filosófico-médico-chymica, a la que antes hemos llamado documento fundacional de la renovación en nuestro país de las ciencias químicas, biológicas y médicas. En los últimos años de la centuria, el movimiento novator tuvo varios núcleos de notable actividad. Uno de los más destacados fue el que en Valencia encabezaron Juan Bautista Corachán y Tomás Vicente Tosca, científicos formados en el ambiente creado por los discípulos de José Zaragoza. Otro núcleo estuvo localizado en Cádiz y tuvo como principal figura a Antonio Hugo de Omerique, autor de la obra matemática de mayor altura realizada en la España del siglo XVII.
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Entre las ideas ilustradas que acabamos de ver y el pensamiento científico y técnico del período van a existir estrechas relaciones e influencias recíprocas. Si la creencia en el progreso indefinido del hombre se encuentra, sin lugar a dudas, favorecida por los avances de la ciencia, no es menos cierto que éstos, a su vez, se veían espoleados por aquélla. Además, muchos filósofos se adentraron en este tipo de estudios: Voltaire introdujo a Newton en Francia e hizo un informe sobre el fuego para la Academia de Ciencias de París; Montesquieu escribió dos para la de Burdeos sobre el eco y la utilización de las glándulas renales; Holbach, estudió química y La Mettrie era médico. Mas, ¿qué lugar se le concede a las disciplinas científicas durante el siglo XVIII?, ¿cómo evolucionan?, ¿cuál fue su relación con la técnica? Hacia 1690 la revolución científica veía culminada su obra consiguiendo dotar a la ciencia de un edificio estable y de un prestigio sin precedentes, reflejado en el interés que se suscita hacia ella dentro de los más variados círculos y en la difusión de sus métodos de análisis a otras disciplinas. Esa ciencia, como señala Bernal, presentaba una unidad de triple base: personal -los científicos abarcaban todos los campos-, de ideas -el método y la idea central nacen de la matemática- y de aplicación -le preocupan los problemas técnicos.-. Sus avances habían sido importantes en sí mismos, pero también, y sobre todo, por la conciencia generada de que "sólo se trataba de un comienzo, de que el avance por la misma línea no tenía límites". El siglo XVIII tratará de continuarlo, si bien en sus primeras décadas le va a interesar más el carácter recreativo e instructivo de la ciencia que el utilitario de la centuria precedente, al que se volverá a partir de los años sesenta. Los centros del pensamiento científico del período los encontramos en Francia, en torno a La Enciclopedia, y Gran Bretaña, donde sobresalen Leeds, Glasgow, Edimburgo, Manchester y, de manera especial, Birmingham. Si los científicos del Seiscientos habían centrado su labor en resolver problemas tradicionales, en estudiar la Naturaleza con métodos experimentales y matemáticos, sus sucesores ampliaron la esfera de intereses, trataron de actuar sobre aquélla transformándola y de integrar a la ciencia en el mecanismo productivo, pese a que las relaciones con la técnica, hasta la revolución industrial de fin de siglo, hayan sido débiles. En una palabra, ponen en marcha el proceso, culminado por la centuria siguiente, de convertir a la ciencia en característica indispensable del nuevo mundo industrializado que acaba de nacer. El camino no iba a ser fácil y en un terreno más nos vamos a encontrar con los claroscuros del dieciocho. La idea del período que nos ocupa como una época en que el pensamiento científico consigue terminar con todos los errores del pasado y obtiene una aceptación social generalizada es al menos tan inexacta como la que lo hace encarnar sólo el triunfo de lo racional y lo irreligioso. Junto a una serie abundante de factores favorables a su desarrollo encontraremos otros que limitan su avance o difusión. Tal es el papel que juegan: el peso de la tradición cartesiana y la pervivencia de falsas creencias, de equivocadas teorías tradicionales. La primera afecta sobre todo a Francia, dificultando la implantación de los principios newtonianos en astronomía, matemáticas y física. En cuanto a las segundas, las hallamos fundamentalmente entre el pueblo que en su mayoría ignora la nueva ciencia y rechaza la moderna cosmología. Para él, los zodíacos siguen siendo la mejor explicación del carácter y la guía para el futuro; los almanaques, en los que pervive el geocentrismo de Ptolomeo, un excepcional aprendizaje sobre la salud de las personas y los animales, el cuidado de los cultivos y la previsión del tiempo, todo lo cual se cree aún bajo la influencia de fuerzas extraterrestres. A nivel de práctica cotidiana puede decirse que todavía ningún avance científico, salvo quizá la inoculación, cuestionó las costumbres heredadas. Mas no sólo entre la masa popular incapaz de alcanzar la edad de la razón se mantienen los errores. También entre los intelectuales y eruditos los encontramos. Así, los alquimistas y la alquimia continúan gozando de gran prestigio, al igual que la idea de que las faltas personales o las intenciones malevolentes de otros son causas de desgracias personales. A veces se va más allá de la mera creencia y se utiliza el método experimental para dar valor científico a tradiciones como la de que el color de la piel depende de las bilis. Su formulación teórica corresponde al italiano Bernardo Albinus (1737), siendo el francés Pierre Barrère quien publica en 1742 varios trabajos en los que la considera probada por sus experimentos. Le Journal des Savants se encarga de difundirla, mientras que de ella surge la idea de que los negros son otra especie carente de los órganos humanos de tejidos, corazón y alma. No pasaría mucho tiempo, 1765, antes de que otro francés, Claude Le Cat, médico, demostrase lo contrario, pero sus planteamientos fueron ignorados frente a los reiteradamente citados de Barrère. Esta utilización de los mismos métodos científicos para probar lo verdadero y lo erróneo no es otra cosa, en el fondo, que el reflejo de la época de transición que se vive. Existe un armazón ideológico establecido para distinguir entre lo que es ciencia y lo que no, pero la imprecisión del proceso permitía varias aproximaciones a un mismo problema que alumbraban distintas soluciones. Soluciones entre las que resulta difícil a veces distinguir las correctas de las que no lo eran dado el escaso rigor aún de la comprobación científica y la ausencia de facilidades experimentales. Incluso la refutación de las tesis equivocadas resulta muy laboriosa al usar creadores y críticos hipótesis similares, experimentos parecidos. De todos los campos científicos, la Medicina es el que se presenta más propicio a las equivocaciones por el desconocimiento que aún se tiene del cuerpo humano. Cuanto llevamos dicho no es óbice para reconocer que la ciencia vive durante el siglo XVIII momentos importantes y que sus saberes inician un proceso de divulgación que les hará merecedores de patronazgo y atención crecientes. Interesan a los gobernantes, aunque su apoyo se orientara más a unos temas que a otros y se centrara con preferencia en las capitales de los Estados. Todos los reyes y sus colaboradores se preocuparon de proteger la actividad científica, llegando algunos a tener su propio planetario -Pedro I- o laboratorio -duque de Orleans-. Tal actitud crea ejemplo, seguido por aristócratas, burgueses y escritores que se dotan, para estar a la moda, de colecciones, gabinetes y laboratorios donde realizar unos experimentos que si bien no pasan de ser puro diletantismo por la dificultad que la matemización aporta a la comprensión de la ciencia, son fiel reflejo del interés social por ella. Más específico y de mayor nivel intelectual van a ser los impulsos recibidos desde las Academias de Ciencias y las Sociedades Científicas que se multiplican a lo largo del período. Aquéllas, ya vimos al hablar del movimiento académico con motivo de la Ilustración, cómo todos los gobiernos europeos impulsan su creación siguiendo el modelo de su homónima francesa o de la Royal Society de Londres, cuyo prestigio era universal. Junto a las academias de carácter general y ámbito nacional, surgirán otras en las ciudades más importantes o dedicadas a un ámbito concreto, las de Medicina. Incluso aparecerán algunas academias disidentes, como las inglesas de Warrington y Daventry. Respecto a las sociedades científicas, su incremento más notorio corresponde a la segunda mitad de siglo, momento en el que también crece el número de personas con que cuentan. Citaremos como ejemplo de ellas: la Sociedad Lunar, de Birmingham, a la que pertenecen, entre otros, el fabricante de hierro Wilkinson, el alfarero Wedwood, Priestley y Watt; la Real Sociedad de Edimburgo (1789); la Sociedad Filosófica Americana (1743), de Franklin; la Sociedad Linneana (1788), de Londres, que adquirió el herbolario, biblioteca y manuscritos de Linneo a su muerte, y la sociedad Literaria y Filosófica de Manchester (1785). Academias y sociedades tienen una de sus formas más señalada de colaborar al desarrollo científico en el mantenimiento de publicaciones periódicas que sirven para difundir los trabajos realizados por sus miembros. Cuando los originales se multiplicaron y la aparición de este tipo de ediciones empezaba a demorarse, surgieron un gran número de revistas para acogerlos, iniciándose, al unísono, un movimiento de especialización en su temática. De nuevo los años más fructíferos serán los de la segunda mitad de la centuria. Con anterioridad sólo existían cuatro grandes publicaciones: las de la Royal Society (Londres) y la Academia de Ciencias de París; las Nouvelles de la République des Lettres, de Bayle, y el Acta Eruditorum (Leipzig). Para 1800 eran 75, de las que casi dos tercios habían nacido a partir de los ochenta. Tres de ellas continúan apareciendo hoy: el Botanical Magazine (1787), los Annales de Chimie (París, 1789) y el Philosophical Magazine (Londres, 1798). Además de las publicaciones periódicas, el mercado del libro científico vive asimismo un momento expansivo reflejo de la conciencia pública de la ciencia existente. Ella favorece y es favorecida por la aparición de obras de divulgación que intentan expresar las complicadas ideas de las ciencias de la forma más sencilla. El camino lo inician las Conversaciones sobre la pluralidad de los mundos (1686) donde Bernard Fontenelle trata de explicar el sistema copernicano. Durante el siglo XVIII este tipo de obras aumenta, llegando a aparecer algunas especialmente dedicadas a las mujeres y los niños: Il newtonianismo per le dame (1737), de Francesco Algarotti. El trabajo más completo será el de Buffon: Historia Natural (1749-1804). No podemos terminar esta brevísima síntesis de los factores que impulsan el desarrollo de la ciencia en el Setecientos sin mencionar: su recepción en ciertas universidades, sobre todo las escocesas; la creación de museos sobre aparatos científicos o de Historia Natural, y el perfeccionamiento de los instrumentos de análisis o experimentación. A la mejora de su diseño y fabricación dedicaron gran esfuerzo los artesanos, quienes alcanzan gran calidad en sus trabajos y consiguen ser admitidos como miembros de las instituciones científicas oficiales. Como dijimos al comienzo, las primeras décadas del siglo XVIII son momentos de ralentización del esfuerzo científico. Parecía como si la publicación de los Principia de Newton (1687), hubiese agostado las mentes por un tiempo. Sin embargo, existían razones socio-económicas para ello. Los comerciantes que habían subvencionado los avances hasta el momento prefieren ahora invertir en ámbitos más seguros; los manufactureros son aún débiles y no encuentran las ventajas de tales gastos. Pese a todo, se mantiene una cierta actividad en Francia, bajo la protección de aristócratas y burgueses que ven en la ciencia otro medio para expresar su descontento. Inglaterra prosigue los cambios técnicos que permiten a Escocia el auge de su industria y el intelectual de sus universidades. En el ecuador de la centuria, la figura y la obra de Benjamín Franklin (1706-1790) preludian ya una nueva etapa de aceleración en los progresos científicos. Desde los años sesenta hasta el final: el newtonianismo pasa de los ámbitos estrictamente científicos a los del pensamiento en general, gracias a las obras del inglés Pemberton y los franceses Voltaire y madame Châtelet; se establecen los cimientos de la nueva química, los estudios cuantitativos, el calor, la electricidad y el magnetismo; se producen grandes avances en geología y magnetismo, astronomía y mecánica. El hombre consigue dominar la Naturaleza, sustituir la mano humana por la máquina y las antiguas fuentes de energía por una nueva, el vapor, que abre horizontes de progreso insospechados. En suma, se pone en marcha otra revolución científica. El desarrollo concreto de los distintos saberes podemos agruparlos, siguiendo a Cepeda Adán, en torno a las tres grandes cuestiones que se plantean los hombres del dieciocho: "Primero, qué es, cómo es y qué lugar ocupa el Planeta donde habita (en el espectáculo del Universo); segundo, qué fuerzas guarda en su seno... capaces de ser dominadas y utilizadas, y tercero, quiénes son y cómo se comportan los diversos seres que (lo) pueblan..."
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En la Antigüedad e incluso en la Edad Moderna era una opinión generalizada que los egipcios antiguos habían llegado a dominar una serie de saberes que abarcaban las ciencias en el sentido antiguo, lo que equivale a decir una mezcla de ciencia y magia. Habían sido los maestros de los griegos y la leyenda hacía que todos los hombres sabios de Grecia hubieran ido a aprender a Egipto, donde existía la ciencia venerable desde tiempos inmemorables. Los egipcios nunca poseyeron una lógica en la que basarse para que sus saberes fueran ordenados y depurados por la razón. Esto no quiere decir que no tuvieran el don de la observación de la realidad, ya que en todos los campos del conocimiento dejaron testimonio de lo que vieron y aprendieron; pero lo hicieron siempre con fines utilitarios, sin el menor interés del saber por el saber. Al carecer de sistema lógico de pensamiento, sus referencias son siempre a lo que sabían del orden general, y esto era la religión en algunos casos y en otros la magia o la hechicería más tosca.
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En la Antigüedad e incluso en la Edad Moderna era una opinión generalizada que los egipcios antiguos habían llegado a dominar una serie de saberes que abarcaban las ciencias en el sentido antiguo, lo que equivale a decir una mezcla de ciencia y magia. Habían sido los maestros de los griegos y la leyenda hacía que todos los hombres sabios de Grecia hubieran ido a aprender a Egipto, donde existía la ciencia venerable desde tiempos inmemorables. Los egipcios nunca poseyeron una lógica en la que basarse para que sus saberes fueran ordenados y depurados por la razón. Esto no quiere decir que no tuvieran el don de la observación de la realidad ya que en todos los campos del conocimiento dejaron testimonio de lo que vieron y aprendieron; pero lo hicieron siempre con fines utilitarios, sin el menor interés del saber por el saber. Al carecer de sistema lógico de pensamiento, sus referencias son siempre a lo que sabían del orden general, y esto era la religión en algunos casos y en otros la magia o la hechicería más tosca. No podían formular definiciones porque el egipcio antiguo tiene dificultades casi insalvables para la abstracción y la generalización conceptual. De ahí el carácter de sus matemáticas. Cuentan en sistema decimal, escribiendo las cantidades de izquierda a derecha, empezando por las unidades superiores hasta llegar a las más simples. De esta manera suman y restan con facilidad e incluso multiplican por diez pero el resto de multiplicaciones les plantea problemas graves. La división también trae complicaciones y desconocen las potencias y raíces pero calculan por aproximación algunos cuadrados y raíces cuadradas. Las prácticas administrativas de la burocracia egipcia obligaba a tener presente el problema de las fracciones, que resolvieron con cierto ingenio al anotar las que tienen el uno como denominador; en los demás casos proceden por adicción de fracciones. Las ecuaciones les son totalmente desconocidas. En geometría avanzaron algo más, aunque se quedaron en los comienzos ya que no les interesó más que el aspecto práctico de los cálculos de superficie de parcelas, ocupándose de los triángulos y rectángulos elementales. Conocieron la relación del diámetro a la longitud de la circunferencia y dieron a pi el valor de 3,16. La medicina fue la ciencia en la que los egipcios adquirieron mayor fama en la antigüedad e incluso posteriormente. Los egipcios suponían que un hombre sano no tenía nada que ver con el hombre enfermo ya que la enfermedad era siempre el efecto de potencias hostiles al ser humano, potencias ocultas y no reducibles a un examen objetivo. Con este razonamiento era necesario recurrir a poderes irracionales como la magia y la hechicería. Sin embargo, la observación desarrollada por los profesionales egipcios abrirá un camino directo de indagación que servirá para acumular experiencias que en muchos casos darán acertadas soluciones para la curación de dolencias. Los altos círculos cortesanos disponían de una medicina bastante sofisticada ya desde el Imperio Antiguo. Aparecen dentistas y oftalmólogos así como especialistas en enfermedades internas y digestivas. Quizá sea el Papiro Smith el mejor documento médico que disponemos. Se trata de una descripción de las heridas desde la cabeza hasta la columna vertebral media, donde se interrumpe el manuscrito, con su correspondiente diagnóstico y su tratamiento científico. En el Papiro Ebers encontramos 870 párrafos con exorcismos referentes a medicina general y el tratamiento de enfermedades internas, ojos, piel, brazos y piernas, por lo que se trata de un documento más mágico que científico aunque en la referencia al corazón dice que "hay vasos en el corazón que van a todos los miembros". Al corazón pensaban que iban a parar toda clase de humores líquidos como las lágrimas, la orina, el esperma o la sangre. En este papiro encontramos las instrucciones para curar de mal estomacal a través de "un remedio de hierbas, (...) planta pa-serit, nuez de dátil; serán mezcladas y humedecidas en agua, y el hombre los beberá durante cuatro mañanas, de manera que vacíe su vientre". En el Papiro de Berlín se hace referencia a la pediatría, mezclándose ciencia con magia. En una medicina puramente empírica había remedios que efectivamente no estaban del todo alejados de la eficacia curativa. Como remedio para la bronquitis y laringitis empleaban la miel y las inhalaciones así como la sobrealimentación para las afecciones pulmonares. Las enfermedades gástricas e intestinales eran combatidas con ricino y lavados de estómago. Conocían y trataban la bilarzia, afección hepática muy frecuente en Egipto, curaban las enfermedades de la boca, empastaban dientes, operaban encías, combatían con cierta eficacia el tracoma, las cataratas y demás afecciones oftálmicas, utilizando extractos hepáticos. La farmacopea era variada y pintoresca, utilizando desde plantas medicinales hasta excrementos de animales pasando por el uso de moscas o elementos procedentes del hipopótamo. A esto debemos añadir la magia y hechicería que dominaban la medicina egipcia. A pesar de sus aspectos más rudimentarios, la medicina egipcia gozó de un gran prestigio en la antigüedad: los griegos no ocultaban su admiración por ella. Incluso la influencia de la medicina egipcia en la ciencia tardoantigua y medieval se pone de manifiesto en múltiples detalles. La momificación es una de las prácticas fundamentales de la cultura egipcia. Herodoto y Diódoro Sículo nos cuentan que se realizaban tres tipos de momificaciones. La más esmerada costaba un talento de plata (siglo I a.C.) y suponía la extracción del cerebro a través de las fosas nasales gracias a unos ganchos, introduciéndose diferentes productos por el mismo lugar al tiempo que se tapaban con cera de abeja los orificios de la cabeza. Se abría el abdomen del finado y se sacaban los intestinos, el hígado, el estómago y los pulmones, procediéndose a lavar estos órganos con vino de palma para introducirlos más tarde en los llamados vasos canopos, cubiertos cada uno de ellos con las cabezas de los hijos de Horus. La cavidad abdominal era rellenada con sustancias aromáticas como canela o mirra molida. Una vez cosida la incisión, el cadáver era colocado en baño de natrón durante 60 días. Pasado este tiempo, el cuerpo se lavaba y envuelto en vendas impregnadas en goma arábiga. Cada una de las vendas llevaba escrita una oración que iba dirigida a las divinidades protectoras, colocándose al tiempo amuletos entre ellas, destacando el escarabajo sobre el corazón. La segunda momificación era más barata y consistía en inyectar resina de miera en la cavidad abdominal, sin extraer las vísceras, a través de los orificios. También se conservaba el cuerpo en el baño de natrón, dejándose salir el producto inyectado. El tercer tipo era reservado a los pobres y consistía en vaciar la cavidad abdominal mediante purgas y conservar el cuerpo en el correspondiente baño de natrón.
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La gran complejidad de la escritura sumeria -que, en principio contaba con unos 2000 signos- y la intención de conservar la comprensión de su idioma hizo que los escribas sumerios y acadios elaboraran largas listas lexicográficas en las que quedaban reflejadas materias tan diversas como minerales, plantas, oficios, dioses, etc. Estas listas están en el origen de los primeros diccionarios, algunos incluso bilingües. La actividad agrícola, ganadera o comercial fue la base del interés sumerio por cuestiones como la aritmética o la geometría, así como de su difusión a través de las edubba. Con respecto a la aritmética, inicialmente usaron el sistema sexagesimal, que más tarde mezclaron con otro decimal. Aunque desconocían la cifra cero, solventaban la cuestión otorgando un valor relativo a las cantidades. A través de algunas tablillas podemos saber que manejaban potencias, ecuaciones, fracciones y raíces. Por lo que respecta a la geometría, calculaban distancias, volúmenes y superficies. Estos conocimientos les servían para realizar catastros, conocer el tonelaje de los barcos, realizar grandes obras o fijar la cantidad de grano necesaria para la siembra. Tales conocimientos les permitieron crear un sistema de pesas y medidas, basado en el patrón sexagesimal, aunque su aplicación difería de unas ciudades a otras y hubo de ajustarse en varias ocasiones. En cuanto al peso, la unidad básica era llamada mana -manum entre los acadios- y equivaldría a unos 500 gramos actuales. La capacidad tenía como unidad mínima al ban -sumerio- y sutu -acadio, unos ocho litros actuales. La longitud se medía en kush (ammatu en acadio), unos 50 centímetros, y la superficie en shar (musharu en acadio), unos 36 metros cuadrados. Para medir el tiempo comenzaron por dividir el año en dos estaciones: verano (emesh), abarba entre marzo y septiembre; invierno (enten), duraba entre septiembre y marzo. El tiempo cotidiano se medía con relojes de agua y sol. La astrología y la astronomía, muy desarrolladas, les permitió descubrir algunos planetas y estrellas, predecir eclipses lunares y fijar en calendarios el ciclo de la Luna, que consideraban más importante que el Sol.