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monumento
En 1040, una vez más en presencia de abad Oliba, se consagra el templo más extraordinario de toda la arquitectura conservada del primer románico en Cataluña, San Vicente de Cardona. Es una iglesia de tres naves, con pequeño crucero y tres ábsides semicirculares. Todo aquí es equilibrado y pensado como fruto de una arquitectura que ha alcanzado la absoluta madurez del estilo. Por cada uno de los tres tramos de la nave central se corresponden tres de las colaterales, empleando pilares cruciformes acodillados para apear arcos doblados, cubriéndose en la central con un cañón, mientras que tendrá aristas en las laterales. El presbiterio profundo se eleva sobre el nivel de la nave al disponerse sobre una cripta de igual superficie -similar a la de Vic-. Cierto constreñimiento del espacio en las naves se suaviza en el ábside central, al tener los paramentos articulados por esbeltos nichos. Exteriormente, los muros, como los de los demás templos coetáneos -San Miguel de Cuixá y San Pedro de Roda-, recibe una armoniosa dinamización con el empleo de bandas, arcos y galerías de vanos ciegos, decoración típicamente lombarda.
monumento
Aunque la fachada principal aparece oculta por construcciones posteriores, es digna de mención su torre de estilo mudéjar. Adosada a ésta destaca una pilastra con un bajorrelieve de época tardo-romana. El ábside es otro de los resquicios que permanecen de esta época. De la obra primitiva también se observan los restos de las ventanas con celosía en el muro norte. Por otra parte, la fachada orientada a la plaza conserva un relieve de época tardo-romana. En su interior aparece una sola nave cubierta por una techumbre de madera. En la actualidad, esta iglesia es sede de numerosas actividades culturales, ya que se encuentra suspendido el culto.
obra
Se trata de un edificio de gran encanto, consagrado el año 547, al comienzo del episcopado de Maximiano, representado formando parte del séquito de Justiniano en la decoración del interior. Una vez más, los mosaicos gozan de celebrada fama y aunque ilustran varios temas entrelazados, el propósito era celebrar el retorno de la ortodoxia a la ciudad.
obra
El emperador Justiniano aparece ataviado con los símbolos de poder: manto púrpura, corona y halo. Está acompañado por altos dignatarios religiosos y políticos, uniendo así ambos poderes. Se observa un intento de retratar individualmente a los personajes sin embargo, siguen un esquema común. Esta escena, así como la que le representa a la emperatriz Teodora con su séquito, están orientadas hacia el altar, mostrándonos así a la pareja imperial como protectores de la Iglesia.
museo
No hay evidencia de que el mecenazgo imperial participase por entero en la construcción de la iglesia de San Vital, aunque su concepción responde a los prototipos bizantinos: una planta octogonal centrada por una cúpula muy ligera, ábside, nártex y galería; por ello se le ha vinculado a la iglesia de los santos Sergio y Baco. Aquí, sin embargo, se aprecian algunas variantes como el carácter ascendente que se le ha querido dar al espacio, acentuando la altura de los pilares; éstos actúan como soporte de la cúpula, a la vez que interponen un tambor entre el cuerpo de ésta y la línea de pechinas. Se trata de un edificio de gran encanto, consagrado el año 547, al comienzo del episcopado de Maximiano, representado formando parte del séquito de Justiniano en la decoración del interior. Una vez más, los mosaicos gozan de celebrada fama y aunque ilustran varios temas entrelazados, el propósito era celebrar el retorno de la ortodoxia a la ciudad. De ahí la presencia de Justiniano y Teodora que participan en la Liturgia Divina. Más arriba, en los muros, figuras del Antiguo y Nuevo Testamento proclaman la Redención del género humano por Jesucristo como se conmemora en la Eucaristía. En el ábside, a izquierda y derecha de dos grandes ventanas, por encima de dos placas de mármol y pórfido que revisten los muros que servían de apoyo al trono episcopal, la epifanía imperial irrumpe ante los fieles. La pareja imperial, interesada en mostrar su apoyo al virrey Maximiano, trata de poner el acento en las dos esferas de autoridad, el imperium y el sacerdotium.
monumento
<p>La financiación de este templo, levantado en tiempos de Justiniano, se atribuye al banquero Juliano, quien se gastó 26.000 "solidi" en su construcción. Su concepción responde a los prototipos bizantinos: una planta octogonal centrada por una cúpula muy ligera, ábside, nártex y galería; por ello se le ha vinculado a la iglesia de los santos Sergio y Baco. Aquí, sin embargo, se aprecian algunas variantes como el carácter ascendente que se le ha querido dar al espacio, acentuando la altura de los pilares; éstos actúan como soporte de la cúpula, a la vez que interponen un tambor entre el cuerpo de ésta y la línea de pechinas. Se trata de un edificio de gran encanto, consagrado el año 547, al comienzo del episcopado de Maximiano, representado formando parte del séquito de Justiniano en la decoración del interior. Una vez más, los mosaicos gozan de celebrada fama y aunque ilustran varios temas entrelazados, el propósito era celebrar el retorno de la ortodoxia a la ciudad. De ahí la presencia de Justiniano y Teodora que participan en la Liturgia Divina. Más arriba, en los muros, figuras del Antiguo y Nuevo Testamentos proclaman la Redención del género humano por Jesucristo como se conmemora en la Eucaristía. En el ábside, a izquierda y derecha de dos grandes ventanas, por encima de dos placas de mármol y pórfido que revisten los muros que servían de apoyo al trono episcopal, la epifanía imperial irrumpe ante los fieles. La pareja imperial, interesada en mostrar su apoyo al virrey Maximiano, trata de poner el acento en las dos esferas de autoridad, el imperium y el sacerdotium. Se ve a Justiniano y a Teodora, acompañados de su séquito, llevando profesionalmente las ofrendas de plata a un santuario de Cristo, su Señor en el cielo, y lo hacen como los mártires y vírgenes que en San Apolinar llevan sus coronas de oro a Cristo y a la Virgen. Son los nuevos Magos, es decir, los príncipes que, por función, reemplazan el papel que los reyes de Oriente tuvieron que jugar una vez al inicio de la Edad de la Gracia: llevar sus dones a la iglesia y renovar por ello, el acto del reconocimiento supremo de Dios y, simultáneamente, el derivado de su propia investidura.</p>