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A principios de 1867 Monet se interesó, junto a su buen amigo Renoir, en una serie de vistas urbanas de París, caracterizadas por tener una paleta muy clara. Con estas obras seguían la filosofía de Baudelaire quien consideraba que el artista moderno debía representar la vida en todas sus facetas, sin renunciar a la fealdad. Estas ideas eran compartidas por los jóvenes pintores que se reunían en el Café Guerbois donde Monet fue introducido por Manet. Allí conoció a Fantin-Latour, Degas y Cèzanne, llevando a sus amigos Bazille, Sisley y Renoir. En estos trabajos el maestro se interesa por captar la iluminación directamente del natural, presentando la luz de un soleado día invernal. A diferencia de obras posteriores -como las vistas de la catedral de Rouen- todavía la luz apenas crea efectos atmosféricos y diluye los contornos de los edificios que se manifiestan en toda su plenitud, destacando el rosetón gótico de la fachada, los contrafuertes o los tejados a dos aguas. Los edificios del entorno también están dotados de belleza, creando interesantes efectos de luces y sombras que se repiten en el parque ante el templo, consiguiendo con la sucesión de contrastes una excelente sensación de profundidad. Sin embargo, esas sombras aún no toman las tonalidades malvas que identifican el Impresionismo aunque sí huyen del color negro para acercarse al gris. Las figurillas de los parisinos paseando y los carruajes dotan de movimiento y vida a la composición, en sintonía con las ideas de Zola al presentar imágenes reales de la vida moderna. La pincelada es rápida, aplicando el color a base de toques cortos que configuran el conjunto como si de un puzzle se tratara.
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Se trata de un edificio de interpretación problemática dada la excepcionalidad de sus formas. Su planta se podría relacionar con lo que serán después las basílicas de nueve tramos del arte bizantino. La ordenación de los volúmenes en torno a la torre central y las plantas de herradura de los absidiolos podrían relacionarse con la tradición hispanogoda de su creador.
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Un paso adelante en la arquitectura religiosa del clasicismo francés se dio en la iglesia de Saint-Gervais-Saint-Protais de París, donde Salomon de Brosse proyectó la primera fachada clásica de la ciudad; ésta fue levantada por Clément Métezeau, entre 1616 y 1621, ante un edificio gótico.
monumento
Un paso adelante en la arquitectura religiosa del clasicismo francés se dio en la iglesia de Saint-Gervais-Saint-Protais de París, donde Salomon de Brosse proyectó la primera fachada clásica de la ciudad; ésta fue levantada por Clément Métezeau, entre 1616 y 1621, ante un edificio gótico. La principal novedad estuvo en la solución dada por de Brosse, en la que inventó la versión francesa de fachada romana de la época. Para ello no hizo sino utilizar como eje centralizador el elemento que era el más característico de las fachadas de los châteaux ya desde la época renacentista. Consistía éste en un frontispicio en resalte compuesto mediante la superposición de tres órdenes formados por parejas de columnas que flanquean un vano en cada piso. A esta estructura no tuvo más que añadirle un frontón triangular sobre la puerta principal y otro curvo en el remate y disponer unas calles laterales más bajas para componer una fachada a la romana. Pero eso sí, lo mismo que en los château fueron tres los pisos en lugar de los dos con que solían componerse aquellas fachadas, pues aunque en la iglesia de Saint-Gervais estuviera el condicionante de ser gótica, la verdad es que el gusto por la verticalidad estaba implícito en la estética francesa.
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La torre es la única parte de la iglesia que es visible desde la calle y, como el resto de sus torres campanarios erigidas para las iglesias de Londres, anuncia con su afán combinatorio el compromiso de la Iglesia anglicana por conciliar tradición medieval y reforma protestante, lo que aquí se traduce en la combinación de una estructura gotizante, con evidente inclinación por los efectos ascensionales (esta torre mide 70 m de altura), con los elementos del lenguaje arquitectónico clásico. Más que torres sus campanarios parecen flechas características de pasadas épocas.
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En los últimos años del siglo XVI, la arquitectura francesa utilizareá de manera crítica los repertorios medievales, con fines polémicos ante el clasicismo, teniendo que retrotraerse hasta el siglo XIII para encontrar ejemplos comparables. Esta idea resulta particularmente interesante en el caso de la fachada de San Miguel de Dijon, comenzada en 1537; insistiendo en el uso de elementos clasicistas -sobre todo, los arcos de medio punto- góticamente ensamblados, la estructura se nos convierte en una suerte de hastial románico encuadrado entre dos torres medievales.