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Antoine Bourdelle trabaja como ayudante de Rodin, pero reivindica la obra bien acabada, la artesanalidad (era hijo de un artesano). Su atracción por la escultura griega arcaica le lleva a simplificar los volúmenes y le aleja del maestro, como observamos en su obra más famosa, el Hércules arquero presentado al Salón de 1910, obteniendo un importante éxito. Bourdelle presenta a el héroe griego disparando sus flechas contra los pájaros del lago Estínfalo, dentro del quinto de los trabajos que tuvo que realizar. Hércules aparece apoyándose sobre una roca, con el cuerpo en tensión, concibiendo Bourdelle la escultura para ser contemplada desde un lateral, para de esta manera poder destacar la fuerza con la que el héroe tensa el arco. El modelo fue un deportista para así poder crear el maestro a una figura verosímilmente musculosa, resultando una de las obras más interesantes de la escultura finisecular.
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Pintado en 1634, este lienzo es uno de los más complejos en cuanto a simbología del poder se refiere. Tradicionalmente, la historia cuenta que Hércules llegó a España para poner en el estrecho las dos columnas que aparecen en el escudo español, separando los dos montes, Calpe y Abyla, para formar el estrecho entre el continente europeo y el africano. Contrariamente, en este lienzo Zurbarán lo representa uniendo los dos montes, dando a entender de este modo el poder unificador del rey Felipe IV, a quien se supone descendiente del mítico Hércules. Por lo demás, los rasgos estilísticos son completamente idénticos a otros cuadros de la serie como el episodio del león de Nemea o el del Cancerbero.
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La serie sobre los pasajes de la vida de Hércules fueron destinados a decorar la zona alta del Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro en Madrid. Para ello se mandó llamar a Zurbarán desde Sevilla debido al clamoroso éxito que estaba cosechando en la capital andaluza. Sin duda, la década de 1630 sería la de mayor triunfo para el maestro y el traslado a Madrid pondría la guinda. La serie consta de 10 lienzos en los que no recoge exclusivamente los trabajos de Hércules, sino varios pasajes de su vida. El motivo de la elección del héroe para decorar dicho salón vendría justificado por el origen legendario de la Monarquía Hispánica, que estaría, precisamente, en Hércules. Detener el curso del río Alfeo formaría parte de uno de las doce pruebas a las que le obligó su hermano, Euristeo; para limpiar los establos de Augías hizo pasar por ellos las aguas del río. El desnudo en movimiento no era la especialidad de Zurbarán, así que buscó la inspiración en un amplio número de grabados de manieristas flamencos, que en su mayor parte le permitieron representar la imagen de Hércules, sin olvidar su realismo característico en la descripción de las anatomías ni en su fuerte claroscuro. Los resultados fueron bastante positivos, recibiendo 1.100 ducados por todos los cuadros. La influencia de Miguel Ángel en la anatomía del héroe resulta muy lógica al ser el florentino siempre un punto de referencia, incluso en el Barroco.
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En 1596 Carracci pintó este pasaje de la vida legendaria del héroe Hércules. El artista hace gala de su mesura a la hora de componer, que le hizo encabezar un movimiento clasicista frente al desbordamiento del Barroco. Sus figuras pretenden recuperar los cánones clásicos que habían establecido los grandes maestros del Renacimiento, como Rafael, Miguel Angel, teñidos con el color y la sensualidad del venecianismo. La escena está dividida limpiamente en dos mitades equivalentes: Hércules se encuentra en el eje central, desnudo como corresponde a los héroes, apoyado en su maza. El cuerpo de Hércules remite a aquellas anatomías poderosas de Miguel Ángel. Pensativo, escucha las razones que le ofrecen dos figuras alegóricas, que luchan por inclinarle una hacia las artes y otra hacia la fama y la historia. Las figuras femeninas están contrapuestas, con los gestos indicando direcciones contrarias, una de frente y otra de espaldas, acentuando el carácter de decisión que el héroe debe tomar entre dos posturas que se oponen.
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El efecto deslumbrante que causan los vasos decorados con la técnica de las figuras negras proviene de un trabajo esmeradísimo y complicado que requiere gran pericia. En primer lugar se preparaba la superficie del vaso, cuya tonalidad anaranjada cobraba fuerza. Luego se trazaban los contornos de las figuras y una vez definidas y delimitadas, se aplicaba en el interior una especie de barniz parduzco-negro, de modo que se obtenían siluetas. Por último, la bicromía era enriquecida con detalles incisos -pormenores anatómicos, adornos, etc.- y con leves toques de color blanco para la encarnadura femenina o rojo oscuro para otros detalles. Todo este laborioso proceso exige atención máxima, pero lo que más obligaba a los artífices y por lo que hemos de admirarlos, es la extraordinaria habilidad para la incisión fina y para el trazo firme a mano alzada.
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Debido a la brillante carrera del joven Maella, Antón Rafael Mengs se fijó en él y le contrató para formar parte de su equipo de colaboradores en la decoración del Palacio Real de Madrid. Corrían los años centrales de la década de 1760, ejecutando Mariano uno de los frescos más espectaculares del momento: Hércules entre la Virtud y el Vicio, destinado a la pieza de vestir del Príncipe, hoy salón de Armas. El héroe mitológico siempre se ha considerado el origen de la Monarquía española por lo que tiene un importante papel en la iconografía palatina hispana. Hércules se nos muestra acompañado por dos jóvenes que representan la Virtud y el Vicio. El héroe se presenta joven, sentado sobre una roca en actitud pensativa. La Virtud se coloca a su derecha, representada como una mujer de noble aspecto que señala el Templo de la Fama, la recompensa obtenida si se sigue el camino que ella indica. El Templo se exhibe al fondo, sobre el monte Parnaso, siendo un largo y complicado camino el que lleva a él. Dos personajes en primer plano escriben sobre el Tiempo, elogiando la Virtud a las generaciones futuras. A la izquierda de Hércules encontramos al Vicio, vestida provocativamente, portando una corona de guirnaldas y ofreciendo otra al héroe. Cupido preparando sus flechas aparece junto a ella, observándose al fondo el templo de la Prostitución ante el que danza una bacante en pleno frenesí, junto a un muchacho dormido. Dioses en la parte superior están expectantes ante la elección de Hércules, bajando Minerva para influir positivamente en la decisión del héroe. La perspectiva conseguida por Maella es destacable, distribuyendo las figuras por el espacio con maestría, enlazando las figuras de la zona terrenal con la celestial a través de Minerva. Los personajes están sabiamente modelados, interesándose por la anatomía y la monumentalidad de las figuras, siguiendo los dictados neoclásicos de Mengs al igual que las vestimentas y sus pliegues. El colorido es bastante suave al encontrarnos ante un fresco, destacando el contraste entre las carnaciones de los mortales y de los dioses.
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Extremadamente similar a otros lienzos de la serie, el tema de este cuadro es el triunfo de la astucia sobre la fanfarronería: en efecto, Anteo, hijo de la diosa de la tierra Gea, desafiaba a todo aquél que atravesaba sus dominios. Siempre vencía en sus peleas, puesto que cada vez que caía en tierra o la tocaba Gea le daba fuerzas de nuevo. De este modo retó también a Hércules, quien al observar las ardides de Anteo le sostuvo en alto impidiéndole recibir el aliento de su madre y lo asfixió.