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En las ciudades del Imperio Romano se levantaban gran cantidad de estatuas. En las plazas y edificios públicos proliferaban las esculturas; de este modo el pueblo podía contemplar diariamente las representaciones de divinidades, héroes, emperadores y hombres ilustres. El papel de la plástica en el ámbito público no se limitaba solamente a ser la expresión de un sentido puramente estético, sino que debe interpretarse como un testimonio del orden político y social sobre el que se asentaba el Imperio Romano, con una clara función programática de representación.
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A los diferentes elementos epigráficos, que permiten documentar la actividad del foro tarraconense hasta finales del siglo III d. C. (destaquemos una dedicatoria a la Victoria Augusta, 14 a. C. ?, y una inscripción de Aurelio Probo, 276-282 d. C.), se suma el hallazgo de una parte importante de los elementos escultóricos del mismo. Un primer grupo de estatuas, fechado en el segundo cuarto del siglo I d. C., procede de la propia basílica y consiste en representaciones de diversos miembros de la dinastía julio-claudia (una cabeza velada de Augusto, un torso probablemente de Livia, dos fragmentos de togados y un tercer togado con bulla acarea, quizás Británico o Nerón), se recuperó también en este sector una cabeza y otro fragmento de una Afrodita de Cnidos.
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Obra maestra de la escultura universal y perfecta encarnación en piedra del Rey Dios del Imperio Antiguo. El trono de Khefrén, flanqueado por leones, lleva en lo alto del respaldo el halcón protector de Horus, que apenas asoma su cabeza por encima de la del rey. Los flancos del asiento los rellena el lazo denominado shema-taui, signo de la unificación del país, compuesto de lotos y papiros. La estatua procede del templo del valle de su pirámide.
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Obra maestra de la escultura universal y perfecta encarnación en piedra del Rey Dios del Imperio Antiguo. El trono de Khefrén, flanqueado por leones, lleva en lo alto del respaldo el halcón protector de Horus, que apenas asoma su cabeza por encima de la del rey. Los flancos del asiento los rellena el lazo denominado shema-taui, signo de la unificación del país, compuesto de lotos y papiros.
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La reina Hatshepsut fue regente en el reinado de Tutmés III, sin embargo ella se consideró a sí misma reina por derecho propio. Aquí la vemos ataviada con los distintivos reales. Las representaciones de esta reina son abundantes, normalmente aparece vestida con atributos masculinos y barba real, en este caso, la anatomía femenina queda de manifiesto así como su amable rostro de mujer. La estatua procede del templo construido en Deir el-Bahari, durante la Dinastía XVIII.
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Estatua sedente, admirablemente reconstruida a base de fragmentos sin añadidos modernos. Es la efigie más expresiva atribuida a Ramsés el Grande, el que llenó Egipto desde el Delta hasta Nubia de monumentos que aún hoy hacen de él un personaje vivo y presente en todas partes. La estatua de Turín representa a un monarca en la cúspide de su majestad, coronado por la tiara khepresh que el escultor acertó a representar en el granito con su original calidad metálica. A cada lado de sus piernas una estatuilla, la de su mujer y la de uno de sus hijos, realzan la apostura del monarca, satisfecha de haber superado la postración en que habían dejado a Egipto los últimos monarcas de la XVIII Dinastía. Las últimas investigaciones atribuyen esta escultura a Seti I.
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Faraón que llevo a cabo una importante política expansiva, que convierte a Egipto en la primera potencia expansiva del mundo de entonces. Tutmosis III quiere que le representen de una forma majestuosa, pero con un carácter modesto y asequible, algo que podemos comprobar en esta estatua donde el rostro esboza una sonrisa y su expresión es dulce.
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Esta magnífica estatua sedente, de caliza, representa a Idrimi, rey de Alalakh y vasallo de Parattarna de Mitanni. Toda la superficie del cuerpo aparece recubierta con una inscripción en acadio que relata su biografía, ciertamente accidentada. A pesar de su rigidez formal y de la tosquedad de su labra, la pieza alcanza gran expresividad. Se trata de una obra de estilo sirio-hurrita, indudablemente de carácter funerario.