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termino
acepcion
En la mitología grecolatina se refiere a la piel de la cabra Amalthea. Atributo de Zeus y Pallas Atenea, esta piel estaba adornada con la cabeza de Medusa.
Personaje Político
Era la esposa del último monarca visigodo, Don Rodrigo. Cuando éste falleció en la batalla de Guadalete, fue apresada por Abd-al-Aziz. El emir se enamoró de ella y en el año 717 se casaron. Egilona fue una de las personas más influyentes de este tiempo. Así, por mediación de ella, Abd-al-Aziz se mostró más transigente con los cristianos.
lugar
Isla radicada en el golfo del mismo nombre, presenta ocupación ya desde la Prehistoria. Durante el Bronce está organizada bajo una jefatura o reinado, habiendo sido hallado un palacio de finales del III milenio. Mucho después, durante el I milenio, alcanza una gran importancia como enclave comercial, dada su estratégica posición en el flujo marítimo. Después del poblamiento dorio se integra en la anfictionía de Caloria, liga comercial de diversas ciudades. La ciudad de Egina es la primera en emitir moneda de Grecia, imitando a las ciudades de Asia Menor. También tuvo éxito su sistema de pesos y medidas, siendo uno de los dos más utilizados de Grecia. La pujanza de Egina le llevó a rivalizar con Atenas, como gráficamente lo describió Pericles: "una nube en el ojo del Pireo". En consecuencia, fue asaltada, derribadas sus murallas y sus pobladores sometidos. La isla de Egina tuvo un importante lugar en la historia mítica de los griegos. En ella habitaba uno de los tres jueces del infierno, Eaco, hijo de Zeus y de la ninfa Egina. entre todas las construcciones allí levantadas destaca el templo de Aphaia, cuyo culto debe remontarse a la etapa micénica. Otro importante santuario, edificado en el cabo Colona, estaba dedicado a Apolo.
Personaje Literato Religioso
Miembro de una familia asentada en el valle del Main, Eginhardo fue educado en el monasterio de Fulda donde se inició como escriba. Hacia el año 792 se trasladó a la Escuela Palatina de Aquisgrán que era dirigida por Alcuino de York. Allí se relacionó con los hijos del propio Carlomagno, estableciendo amistad con Ludovico Pío. Pronto alcanzó el aprecio de Carlomagno y se dedicó a cuestiones artísticas y culturales. El nombramiento de Alcuino como abad del monasterio de San Martín de Tours motivó que Eginhardo formara parte del profesorado de la Academia, especulándose que se convirtiera en el director del centro. Su relación con la nobleza se fortaleció tras su matrimonio con Emma, naciendo un hijo de esta relación llamado Vussinus. Ludovico Pío concedió a Eginhardo la posesión de Michelstadt y de Mülheim y le fueron asignadas varias abadías. Desde el año 817 inicia su actividad política como secretario del emperador y preceptor de su hijo Lotario, escribió y publicó la "Vita Karoli" -antes de 821- donde nos narra la vida de Carlomagno. El papel de Eginhardo en la crisis desencadenada tras el nacimiento de Carlos el Calvo será trascendental, buscando un entendimiento entre las partes. La rebelión del año 830 motivó el traslado de Eginhardo a sus posesiones, estableciéndose en Mülheim donde fundó la abadía de Seligenstadt. Aquí dedicó la mayor parte de su tiempo a la actividad literaria. Falleció el 14 de marzo de 840 en este lugar, siendo enterrado en la basílica.
contexto
El norte de África participa de la decadencia del Imperio otomano. Situado en la articulación de Asia y África, zona de contacto entre el mundo oriental y el mediterráneo, Egipto era una provincia más dependiente del sultán de Turquía, quien nombraba anualmente un gobernador o pachá, el cual, a su vez, tenia a sus órdenes a 24 prefectos o beys, cinco cuerpos de caballería y dos de infantería, uno de jenízaros y otro de azabes, mandados por agaes o coroneles y sus lugartenientes o kiyas. El pachá era el encargado de guardar el orden, administrar justicia y recaudar los impuestos: impuesto territorial, capitación pagada por los cristianos y judíos, y aduanas. Si el impuesto en especie sobre las tierras fertilizadas por el Nilo daba buen rendimiento, también las aduanas eran fructíferas. El pachá debía enviar cada año a Estambul un tributo de 600.000 piastras así como contingentes de soldados. Pero, poco a poco, la provincia se había ido alejando de la fuente del poder central y una especie de descomposición feudal había dado al traste con el poder del sultán. Los beys compraban esclavos blancos, que luego convertían en caballeros, los mamelucos, enlazados por una fidelidad y una abnegación recíprocas, de carácter filial; cuando quedaba una vacante, el bey más poderoso hacía nombrar bey a un mameluco de su casa, a quien se emancipaba. El mameluco, convertido en bey, se apresuraba a comprar esclavos en Georgia o en Circasia, para convertirlos a su vez en mamelucos. Las tropas, por su parte, habían acabado por elegir ellas mismas a sus agaes o kiyas por un período de un año, transcurrido el cual pasaban a formar parte de una especie de directorio encargado de la administración del cuerpo y del reclutamiento de nuevos soldados. De este modo, todos los guerreros se habían hecho independientes de los pachás, obedecían únicamente a sus jefes y explotaban a los campesinos y mercaderes. Como el pachá les vendía aldeas en usufructo, algunos llegaban a poseer hasta 200 o 400 de dichas aldeas. En cada una de ellas, un dominio señorial era cultivado mediante servidumbres personales; en el resto de las tierras, recaudaban impuestos valiéndose de coptos o fellahes cristianos que se transmitían unos a otros los secretos de la agrimensura y de la contabilidad. Se quedaban con una parte y el resto lo remitían al pachá, tenían derecho de legar sus aldeas por testamento. Como la clase dirigente de Egipto estaba compuesta por una elite extranjera, los mamelucos, la única fuerza local que podía servir de puente entre gobernantes y gobernados era la de los ulama, que, como hombres de religión, estaban virtualmente a salvo de las molestias y los abusos de los gobernantes, mientras eran respetados por los gobernados. Eran el único apoyo que podía encontrar la población urbana para defenderse de los impuestos y levas que les imponían los gobernadores y los mamelucos. Aparte de ellos había un abismo entre el pueblo y la administración que nadie intentó salvar antes del siglo XIX. Además, a causa de este despiadado sistema de impuestos, la población hizo pocos esfuerzos por innovar o mejorar las prácticas agrícolas o artesanales, ya que esto se hubiera traducido en impuestos más elevados. Por otra parte, la administración se interesaba poco en iniciar reformas, porque no había garantías de rendimiento, había poca seguridad en los puestos y pocas esperanzas de que las reformas fueran aplicadas. Cuando la decadencia general de la administración otomana, lenta pero de manera inexorable, se filtró en todos los niveles de la sociedad, terminó inevitablemente por atacar a las funciones básicas de la administración, que eran recaudar impuestos, realizar obras públicas y mantener el control de las provincias. La seguridad pública se hizo tan precaria que las tribus beduinas no sólo saqueaban a los campesinos sino también asaltaban y robaban las caravanas incluso las de peregrinos. Por consiguiente, hubo una decadencia en el tráfico y en el comercio similar a la de la agricultura. En el siglo XVIII, los beduinos irrumpían en los suburbios de El Cairo y el hambre y las epidemias hicieron presa en la población, que disminuyó a tres millones y medio, es decir, la mitad de la población con que contaba el país en la época del Imperio romano. En este contexto de decadencia generalizada, un bey, el más importante, nombrado primus inter pares, Alí-Bey al-Kabir (1775-1782), se atrevió a romper sus vínculos de fidelidad con Estambul y extendió su autoridad por el Alto Egipto, Hedjaz y Siria, a donde llegó con un ejército en 1770, y quiso convertir a Egipto en un país independiente. A partir de 1768 ya no admitió más pachás designados por el sultán de Turquía y dejó de remitir el tributo. Sin embargo, su aventura hacia la autonomía por ser demasiado prematura terminó en fracaso, mas constituyó un ejemplo que los siguientes beys mamelucos trataron de imitar. Tras su asesinato, éstos intentaron conseguir una autonomía virtual, lo que era relativamente fácil pues los otomanos se negaban a enviar tropas a Egipto. Se prestaba homenaje formal a las autoridades otomanas y de vez en cuando, en señal de buena fe, se enviaba un tributo. Los turcos otomanos no eran lo suficientemente fuertes para acabar con el poder de los mamelucos y restablecer el suyo propio, y los mamelucos, por su parte, no estaban lo suficientemente unidos para dar un paso más decisivo hacia la independencia. La expedición francesa a Egipto, una de las consecuencias de la rivalidad anglo-francesa, había de marcar el comienzo del interés colonial por esta zona e iluminar de manera dramática el peligro que las potencias occidentales representaban para el Imperio otomano y para el mundo musulmán en general. La artillería de Bonaparte derrotó con facilidad a los mamelucos, a veces descritos como la caballería más brillante del mundo, en la batalla de las Pirámides, en 1798. Pero, aunque la batalla hizo a los franceses dueños de la mayor parte del Bajo Egipto, éstos nunca consiguieron ocupar todo el país, ya que los mamelucos, después de la derrota inicial, se retiraron al Sur y continuaron hostigando a las tropas francesas que de vez en cuando eran enviadas contra ellos. La posición de Bonaparte se hizo crítica cuando el almirante Nelson ancló su flota en la bahía de Abukir, poco después de que el ejército británico hubiera desembarcado en Egipto.
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A finales del IV Milenio a.C. en el valle del Nilo se organizaron dos entidades políticas de carácter monárquico: un reino establecido en el sur, cuya capital era Hieracómpolis, y otro en el norte con capital en Buto. Hacia el 3100 a.C. los egipcios del sur inician una política de conquista que acabará con la unificación del país, configurando el Antiguo Reino cuyo territorio abarcaba desde el Delta del Nilo en el Mediterráneo hasta la primera catarata. La capital se establecerá en Menfis. Una vez asentada la monarquía única se inicia una verdadera ascensión cultural y política de Egipto. En estos momentos de la I Dinastía empieza la penetración hacia Nubia aunque no son estancias permanentes sino expediciones aisladas. Un buen número de importantes ciudades empiezan a surgir, configurándose los diferentes nomos en los que estaría dividido el reino. La mayoría de estos faraones se entierran en las ciudades del Delta, destacando las necróplis y pirámides de Gizá, Abusir, Sakara y Dashur. Superado un primer momento de crisis denominado Primer Periodo Intermedio, Egipto vuelve a recuperar su esplendor durante el Reino Medio, una vez restaurado el poder central con Montuhotep II. El núcleo originario del reino se amplía tanto hacia el oeste, ocupando buena parte del territorio de los libios y alcanzando el oasis de Charga, como hacia el sur, llegando a la segunda catarata y ocupando el país de Cush. Esta zona fronteriza será protegida con numerosas construcciones que evitaban las incursiones de los pueblos del sur y de los nómadas. La península del Sinaí será ocupada en parte, encontrándonos en el momento de expansión máxima del Reino Medio con el faraón Sesostris III. Pero la temida invasión no llegó del sur sino que tuvo como punto de partida Asia. Serán los hicsos quienes invadan el norte del país procedentes de Palestina, llegando a dominar todo el Delta mientras en el sur los diferentes gobernadores luchan por consolidarse en el poder. Nos hallamos en el llamado Segundo Periodo Intermedio. Los hicsos establecen su capital en Avaris mientras que el territorio alrededor de la segunda catarata (el llamado país de Cush) es perdido temporalmente. El sur se mantendrá casi independiente del dominio hicso, consiguiendo Tebas imponer su hegemonía y convertirse en motor de la reunificación. El reino de Tebas dirigido por Ahmosis conseguirá expulsar a los invasores de Egipto y consolidarse como faraón, poniendo el punto final a este periodo de crisis. Incluso este faraón alcanzará la península del Sinaí durante la expulsión de los hicsos, controlando casi totalmente este territorio. El momento de gloria para Egipto se alcanzará durante el Imperio Nuevo gracias a la creación de un ejército casi profesional y a las unidades de carros. Amenhotep I sobrepasará el territorio de la segunda catarata ocupando buena parte de Nubia. Tutmosis I establecerá la frontera en el Éufrates y dominará de manera permanente Palestina y Siria mientras que por el sur alcanzará la cuarta catarata, consiguiendo la expansión máxima del Imperio. Tutmosis III consolidó el dominio en Siria y Palestina, recibiendo el reconocimiento de los países vecinos que le enviaban regalos y presentes. Los dinastas locales recibían el gobierno de los diferentes países y ciudades, nombrándose un comisario egipcio que vigilaba y una guarnición que garantizaba la seguridad. Siria y Palestina obtenían un estatus de protectorado. Pero estas regiones serán deseadas por los países vecinos; en primer lugar el Imperio de Mitanni con el que Egipto se enfrentará por el control del norte de Siria. Mitanni obtendrá la zona de Alepo y Qatna. La caída de Mitanni supondrá el avance del Imperio Hitita, deseoso de participar en la política asiática ocupando la zona siria abandonada por Mitanni. Esta es la razón por la que Hatti y Egipto se enfrentarán en diversas batallas, siendo la más famosa la de Qadesh que protagonizaron Muwatalli y Ramsés II en lucha por el dominio de Siria consiguiendo el rey hitita el control de los territorios sirios.
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Los antiguos egipcios llamaban a su país "kemet", es decir, la tierra negra, para diferenciarlo del desierto que lo rodeaba o "deshret", la tierra roja, que ocupa el 90 % del país. También se llamaban a sí mismos "remet-en-kemet", el pueblo de la tierra negra, esto es, de la tierra cultivable. La tierra negra no era otra cosa que el fértil limo que el Nilo depositaba durante la inundación anual hasta donde podían llegar sus aguas. El Nilo se originó gracias a la unión de dos grandes ríos, el Nilo Blanco y el Nilo Azul. Ambos se unen en Sudán y recogen las fuertes lluvias del monzón, provocando sus crecidas periódicas. El Nilo empezaba a crecer a mediados de julio, la estación akhet, e inundaba las tierras cercanas durante cuatro meses. Para los egipcios, esto señalaba la llegada del dios Hapy, el dios del río, quien traía consigo riqueza y prosperidad. El caudaloso Nilo forma a su paso un inmenso y fértil valle. La zona sur recibe el nombre de Alto Egipto. Tras un trayecto de unos 6.000 km, el río, a medida que se acerca al mar, se subdivide en diversos brazos, que los griegos llamaron Delta, por la semejanza con la letra de su alfabeto. Es el Bajo Egipto. Al este del río se extiende el montañoso Desierto Oriental, que desciende hasta el Mar Rojo. Al oeste, el Desierto Occidental, sólo roto por la presencia de unos cuantos pero valiosísimos oasis. La historia de Egipto comienza hacia el 3100 a.C., cuando Narmer unifica el Alto y Bajo Egipto en un solo reino y establece la capital en Menfis. Hacia el 2600 a.C. comienza el Imperio Antiguo, un periodo de paz y prosperidad durante el cual se construyó la primera pirámide, en Saqarah. Con la IV dinastía, se pasa de la pirámide escalonada a la pirámide propiamente dicha, cuyos mejores ejemplos encontramos en Gizeh. Hacia el 2200 a.C. Egipto comienza una etapa de fuertes convulsiones, en la que el Estado se fragmenta y la capital se traslada a Heracleópolis. Una guerra civil estalla entre esta ciudad y Tebas, de la que saldrá vencedor Mentuhotep II, príncipe tebano. Con él comienza el Imperio Medio, un periodo de expansión en el que se mejoran la administración y el ejército o se conquista Nubia, por parte de Sesostris I. Este periodo de tranquilidad declinó con la invasión de los hicsos, etapa conocida como II Periodo Intermedio. Hacia el año 1550 a.C. de nuevo el poder se traslada a Tebas. Egipto vive entonces su mayor esplendor, durante el Imperio Nuevo. Tutmosis es el primer faraón que se hace construir una tumba en el Valle de los Reyes. Su hermana Hatshepsut sube al trono y manda levantar el templo funerario de Deir el-Bahari. En el exterior, Egipto vive días de gloria: Tutmosis III conquista Siria y Amenofis III entabla relaciones con Babilonia y Mitanni. Sethi I lucha contra libios, sirios e hititas, mientras Ramsés II, el más glorioso de los faraones del Imperio Nuevo, se enfrenta a los hititas en Qadesh, en el año 1274, y firma un tratado de paz que confirma su dominio. También durante el Imperio Nuevo sucederá la herejía de Amenofis IV, al proclamar como dios único al dios solar Atón y hacerse llamar Akenatón, desplazando la capital a el-Amarna. Tras su muerte, Tutankamón abole el culto y devuelve la capital a Tebas. El esplendor del Imperio Nuevo toca a su fin cuando Egipto fue invadido por pueblos extranjeros como los persas, los griegos y, más tarde, los romanos, que gobernaron hasta el siglo VII d.C. El idioma y la cultura del antiguo Egipto permanecieron olvidados durante un millar de años, rodeados de un halo de misterio y romanticismo. Con el paso del tiempo, las noticias de los viajeros sobre sus espectaculares monumentos despertaron cada vez mayor curiosidad. En 1798, el descubrimiento de la piedra de Rosetta permitió descifrar los jeroglíficos y abría una puerta por la que asomaba un mundo fascinante. El conocimiento del antiguo Egipto se incrementó con los trabajos de aventureros y arqueólogos, que permitieron, y aún lo hacen, rescatar del olvido el glorioso pasado egipcio, patrimonio de la Humanidad. Son muchos los lugares cuya mera contemplación permite apreciar, siquiera por un instante, el esplendor de la tierra de los faraones. Remontando el río desde el Delta, nos encontramos primero con Gizeh, una extensa explanada en la que se levantan majestuosas las tres grandes pirámides de Keops, Kefrén y Micerino, la única de las Siete Maravillas del mundo antiguo que ha sobrevivido hasta nuestros días. Se trata de un conjunto funerario, construido en el margen occidental del río, pues el Oeste, el lugar donde se pone el sol, era el lugar de la muerte. Guardando la necrópolis de Gizeh permanece, impasible a los avatares del tiempo y los hombres, el rostro de la esfinge. Su mirada milenaria, cargada de misterio, contempla el sol naciente en el horizonte. Imagen de dios o de faraón, la esfinge guarda para sí el secreto de la muerte y los difuntos. Nilo arriba, más hacia el sur, proseguimos nuestro viaje para encontrarnos nuevamente con un lugar sagrado, Saqarah. Es éste el gran cementerio de la cercana capital, Menfis. El lugar aparece dominado por el gran complejo funerario construido por el faraón Zoser y su pirámide escalonada, la primera levantada en Egipto, hacia el 2650 a.C. El Nilo, verdadera columna vertebral, nos lleva ahora hasta la legendaria Tebas, la antigua Uaset. Ciudad de los vivos, dominio del solar Amón, dador de la vida, está situada en el lado oriental, por el que nace el sol. Para su gloria se construyó en Karnak el más grande de todos los templos, el Ipe-isut, y durante 1600 años todos los faraones quisieron dejar aquí su impronta, ampliando o embelleciendo sus edificios. Muy cercano estaba el templo de Luxor, que era visitado cada año, durante la "hermosa Fiesta de Opet", por la imagen de Amón, que bajaba el Nilo celebraba allí su unión con la reina, hecho que aseguraba la descendencia divina del rey y su regeneración. Frente a Tebas, reino del sol, de Amón y de la vida, se situaba, al oeste del Nilo, el reino de Osiris, el dios de la muerte, justo por donde se pone el sol. Aquí, entre el Nilo y la montaña, muchos faraones ordenaron que les fuera construido un lugar para la otra vida, un "Castillo de millones de años", templo recordatorio para la celebración de su culto. Los valles de los Reyes y de las Reinas guardan en sus numerosas tumbas, decoradas con vivos colores, los secretos de sus moradores, profanados ya desde muy antiguo por la ambición y la curiosidad. Aquí se encontró la majestuosa tumba de Tutankamón y su maravilloso tesoro, que había de acompañar al joven faraón en la otra vida. También al oeste del Nilo se hizo construir la reina Hatshepsut su propio templo funerario, en Deir el-Bahari, hacia 1466 a.C., llamado por lo egipcios geser-geseru, el "sublime de los sublimes". Prosiguiendo viaje Nilo arriba llegamos a Edfu, el reino de Horus, el dios halcón. En el año 237 a.C. se inició la construcción de su gran templo, sobre otro precedente. El templo, el más grande de Egipto tras el de Karnak, es también el mejor conservado, y sus paredes, plagadas de inscripciones, le convierten en una verdadera biblioteca grabada en la piedra. Muy cerca, Nilo arriba, llegamos a Kon Ombo, dominio de Haroeri y Sobek, el dios de cabeza de halcón y el de cabeza de cocodrilo. El gran templo que podemos ver hoy en día fue fundado en el siglo II a.C. y es, también, uno de los mejor conservados. Estamos llegando al final del viaje. La construcción, durante el siglo pasado, de la gran presa de Assuán, puso en peligro muchos monumentos, que corrían el riesgo de ser inundados. Uno de los más espectaculares era el templo de Isis en Philae, que hubo de ser desmontado y reconstruido piedra a piedra en su emplazamiento actual. Comenzado a construir en el siglo III a.C., fue un lugar de adoración con diversos santuarios y sepulcros, en los que se celebra a todas las deidades envueltas en el mito de Isis y Osiris. La última sorpresa del viaje se nos reserva para el final. Todavía más al sur, ya en la Alta Nubia, encontramos los dos templos de Abu Simbel, semiocultos a la mirada exterior hasta 1817. Como en el caso de Philae, ambos templos también fueron trasladados por la construcción de la presa de Assuán. Moderno trabajo faraónico, fue necesario seccionar más de 1.000 bloques de piedra, algunos de ellos de más de 30 toneladas de peso. Las colosales estatuas de Ramsés II guardan de miradas ajenas el interior de la impresionante construcción y advierten al curioso de que están en presencia de algo más que un hombre, de una divinidad. Dentro, en el santuario, se nos muestra al faraón junto con las estatuas de Ptah, Amón-Ra y Ra-Horakhty, exhibiendo así su poder divino. Eclipsado por la grandeza del gran templo de Ramsés II, el más modesto de Hathor no desmerece sin embargo en belleza. En él, Ramsés se hizo representar en la fachada junto con su esposa Nefertari, ambos con las mismas dimensiones, testimonio del prestigio de la reina. Hemos acabado nuestro viaje, apenas un esbozo. Mucho es lo que queda por ver y aprender. El tiempo, enemigo de los hombres, se ha conjurado para ocultar el esplendor de la tierra de los faraones. Pero la piedra, dura y tenaz, resiste y aun resistirá para mostrar la gloria del país del Nilo, del pueblo de la tierra negra.
estilo
La cultura egipcia aparece durante el final del Neolítico, en paralelo con otras culturas fluviales, como las mesopotámicas (acadios, sumerios, babilonios). Egipto es un país longitudinal, siguiendo el curso del río Nilo. La abundancia y el refugio que proporcionan sus valles, encajonados entre montañas o desiertos favoreció el asentamiento de las primitivas comunidades agrícolas neolíticas. Sólo existen dos regiones geográficas: el alto Nilo, desde su nacimiento ubicado entre montañas, en un medio algo más agresivo y por tanto menos desarrollado. Y el bajo Nilo, el delta, zona riquísima gracias a los constantes aluviones del río que traen sedimentos fertilizantes. Aquí es donde se organizó la primitiva cultura: los desbordamientos del río siguen una frecuencia regular en arreglo al ciclo estacional, y su potencia es tal que se imponen dos necesidades acuciantes: en primer lugar calendarizar los desbordamientos, medir y llevar un registro del tiempo; en segundo lugar trazar un sistema de canalizaciones que contenga los desbordamientos y los reconduzca hacia los terrenos de regadío. Para ello es necesario que las diferentes comunidades se agrupen y reúnan el potencial necesario. De este modo, mientras unos se dedicaban a las labores agrícolas, se producía el suficiente superávit de comida como para que otros pocos se reservaran por completo a las tareas de calendarización, construcción, etc. De ahí surgió la casta sacerdotal, capaz de predecir los "enfurecimientos" del Nilo y de ofrecer los sacrificios necesarios que lo regresen a su cauce en el momento preciso. La rígida separación entre los trabajadores y la casta sacerdotal permitió que se constituyera un poder absoluto, frente a la tensión que plantean diversos centros locales de poder, que es lo que llevó a la sucesión de imperios en la Mesopotamia. El propio monarca era una figura divina, junto al Sol y al Nilo. La línea sucesoria era femenina, puesto que la condición divina la transmitía la madre y no el padre. Es por ello que el término "Faraón" designa un título femenino, no masculino. El arte nace en el Egipto Predinástico, hacia el 4.000 a.C., hasta el 3.200 a.C. Sus inicios son muy similares a la última pintura prehistórica del Levante y el Mediterráneo. Consiste en cerámicas pintadas con figuras primitivas de animales. El desarrollo de las creencias religiosas favoreció las representaciones plásticas. Creían en la inmortalidad del alma y del cuerpo, gracias a su clima extremadamente seco y al suelo arenoso, que momificaba los cadáveres sin apenas elaboración humana. Las tumbas estaban bajo las propias casas, acompañando la morada de los vivos, y los difuntos eran agasajados como miembros de la familia a los que se proveía regularmente de comida, vestido y armas. Se les acompañaba de ajuares con estatuillas, orfebrería, etc. Cuando el culto se sofisticó, se construyeron casas de difuntos, y esto determinó el gran avance de la pintura, puesto de sus interiores se adornaban con frescos y bajorrelieves. Estas primeras pinturas tienen similares características a las pinturas rupestres: siluetas planas que flotan en espacios no demarcados por encuadramientos o líneas de suelo. Hacia el 3.200 a.C. se produjo un avance que estableció las características que han de mantenerse invariables hasta el fin del imperio: aparece al fin la línea de suelo, sólidamente trazada, sobre la cual se alinean las figuras. Éstas se someten a una rígida jerarquización de tamaños y se acompañan de símbolos de status o divinidad, es decir, se conjuga -poco hábilmente en estos momentos- realismo más pictografía. La pictografía determinó al tiempo el origen de la escritura jeroglífica: las imágenes que reflejan conceptos y llegan a constituir un alfabeto de varios miles de caracteres. Saber leer y escribir era un privilegio reservado a las clases más altas, puesto que un escriba necesitaba años de aprendizaje y práctica para dominar sin errores el arte de la escritura. Es por eso que estos altos funcionarios aparecen representados con la misma dignidad que un sacerdote o un príncipe. El arte se codificó tan estrictamente como la escritura, puesto que había de mantener unas normas de conservadurismo, derivadas de una obsesión por la permanencia eterna. En el arte funerario se establecía la relación entre el espíritu del muerto y su cuerpo. Conservar su cuerpo mediante la momia y a través de la representación plástica (generalmente una escultura o una máscara) aseguraba la morada eterna para las tres almas humanas (ba, ka y akh). Las pinturas acompañaban eternamente a las almas de todo lo necesario, y aseguraban la continuidad de los placeres terrenales en el más allá, les proveían de servidores, lugares de esparcimiento, espectáculos, comida y guerra. Precisamente en el 3.200 se inicia un nuevo período, el denominado Imperio Antiguo. Narmer unificó el Alto y el Bajo Nilo erigiéndose como primer faraón de la primera dinastía de 35. Bajo su reinado terminan de establecerse los códigos estéticos de la pintura y el bajorrelieve (estas dos técnicas se mezclan frecuentemente y se superponen para realzar las figuras). Se establece una frontalidad para las figuras que han de verse completamente desde su punto óptimo. Esto implica un retorcimiento de las anatomías que sigue la más estricta lógica conceptual: se recoge la esencia intelectual de la figura (ser humano, animal o fantástico). Ha de plasmarse todo lo que caracteriza al modelo genérico. Para el hombre se reflejan los dos pies de perfil, que es su forma más representativa, y se colocan ambos del mismo lado, como las manos (es decir, aparecen dos manos izquierdas, dos pies izquierdos, para no ocultar tras el perfil el quinto dedo). El rostro también aparece de perfil, pero el rasgo más importante de éste, el ojo, se coloca de frente. El torso se dibuja de frente completamente, excepto los senos femeninos o pezones masculinos, que aparecen alineados ambos de perfil en uno de los lados. Igualmente de perfil se representan las caderas y las piernas, de las cuales una se avanza, la más lejana, para dejar ver el sexo. Con esta recomposición de la figura humana, la lectura correcta no es la de que las figuras egipcias se desplazan de derecha a izquierda, como normalmente se interpretan, sino que avanzan de frente hacia el espectador desde la superficie pintada. Estos convencionalismos tan complejos se establecían como un alfabeto en el cual la menor desviación suponía una falta de ortografía. Se aplicaban a la representación de dioses y la familia real. Cuanto menor era el rango del representado, mayor libertad se permitía a su imagen. Así, los esclavos y campesinos se pintan de una manera extremadamente naturalista, en posiciones heterodoxas. Las figuras, de cualquier modo, se sujetaban a un cánon anatómico concreto, sobre una cuadrícula dividida en 18 cuadrados de largo. A partir de esta retícula podían aumentarse los tamaños sin perder nunca la proporción "correcta" de las figuras. Tras el Imperio Antiguo se sucedió un período de inestabilidad, en el cual el poder faraónico se disolvió en territorios feudales, desde el 2.258 al 2.134 a.C. Este año, Mentuhotep reunificó el imperio y aceptó ciertas concesiones a los poderosos señores feudales. Se produjo entonces una cierta "democratización del Más Allá", que ya no se restringe a las figuras divinas (la familia real al fin y al cabo es de origen divino), sino a las posibilidades económicas del cliente que pudiera pagarse la momificación y la mansión sepulcral. También aparecieron nuevos cultos, como el de Isis, Osiris y Set, con lo cual se introdujeron nuevos temas iconográficos, entre ellos las hazañas militares y los hechos históricos. Durante el Imperio Medio se mantuvo la estética; políticamente se intercalaron períodos de inestabilidad o intermedios que provocaban sucesivas crisis artísticas. La llegada del Imperio Nuevo, del 1.570 al 1.085 a.C. marcó un nuevo rumbo. De la limitación al propio territorio se pasó a una política expansionista, ejercida contra el Egeo y Asia Menor (que se vengarán más adelante). Este imperialismo puso en contacto su arte con formas extranjeras, que se adoptaron en mínima medida: ciertas representaciones del poder extraídas de Micenas. Se desarrolló en el arte sepulcral el tema del banquete y los festejos, puesto que se introduce una nueva moda: los familiares del difunto se trasladan en ciertas fechas a la mansión del muerto para celebrar determinados rituales (aniversarios, por ejemplo). De esta manera, las pinturas ya no se dedican únicamente al espíritu del muerto, sino a la contemplación de los vivos. Esto vivificó el estilo, abandonándose la rigidez. La máxima relajación del estilo llegó en forma de revolución religiosa, casi de cataclismo del orden establecido: el faraón Amenofis IV renunció a su nombre por el de Akhenaton, a sus dioses por Aton (es el primer caso de monoteísmo en la Historia), y a la estructura social preestablecida en contra de sacerdotes y funcionariado. Feo, enfermo, renunció a la reepresentación conceptual que embellece el cuerpo humano, para aparecer en su realidad corporal. Su esposa, Nefertiti, ha quedado por ese mismo realismo como la reina indiscutible de la belleza en la Antigüedad. El sucesor de Akhenaton fue Tuthankamon, casi adolescente al subir al trono, casado con una niña. Reinó 18 meses, el tiempo que necesitaron los sacerdotes en conseguir que restableciera el orden y para quitarlo de enmedio junto a su esposa, probablemente mediante el veneno. Tras este paréntesis reinó la dinastía de Ramsés, en la cual se produjo el esplendor del arte colosal, con las pirámides y las enormes composiciones pictóricas, sin apenas variaciones. Al final del imperio la decadencia se acentuó, y Egipto sufrió sucesivas invasiones de sus enemigos tradicionales: asirios, persas y Alejandro Magno, el emperador de la Grecia Helenística. De los griegos pasó al Imperio Romano, en el cual su arte adoptó las formas helenistas que estaban de moda, adornadas con elementos típicos de su zona: jeroglíficos, fauna propia... Durante los inicios del arte cristiano y bizantino, las formas siguieron en todo punto la estela de Bizancio. El momento más personal tras el Imperio fue durante la Alta Edad Media, con el Arte Copto, paralelo al Arte de las Invasiones, centrado en curiosas construcciones orientalizantes y una magnífica orfebrería, especialmente en plata.
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