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Una vez agotado el clasicismo por completo, la escultura empieza a sentir una renovación de manos de los artistas de tendencias más realistas o retóricas. Prueba de ello es esta figura que representa a un muchacho que esconde su cuerpo bajo una capa de excelente modelado, dejándonos ver tan solo sus piernas cruzadas y la cabeza, inclinada hacia abajo, cuyo rostro anuncia ya el realismo expresivo en la escultura.
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Monet estará especialmente interesado en representar los diferentes efectos lumínicos en sus trabajos, como podemos observar en esta obra donde el artista nos presenta un nublado atardecer en el canal de Branches, contemplando el pueblo a través de los árboles de este lado de la orilla. Estos enfoques novedosos son el resultado de la influencia de la fotografía en la pintura, que tanto interesó a los impresionistas. El pintor refleja las nubes en el río con toques plateados mientras que las casas y las colinas también están reflejadas, empleando diferentes colores complementarios -siguiendo las teorías de Delacroix-. Las pinceladas son rápidas y concisas, interesándose el maestro en el efecto atmosférico y lumínico más que en el acabado, lo que le valió duras críticas de los especialistas de su tiempo.
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En 1889 realiza un importante viaje a La Creuse, una pequeña localidad por la que atraviesa una corriente, siendo éste uno de sus últimos viajes de trabajo de los años 1880; poco tiempo después, en cambio, él comienza a concentrarse sobre las escenas de la región de Giverny, que él trata de forma simple y sin pretender conseguir efecto dramático alguno. En junio y julio de ese año realiza una importante exposición retrospectiva en la galería Petit donde vende la gran mayoría de sus obras. La introducción del catálogo está destinada a la crítica oficial y a los jurados de los salones que habían rechazado sus obras en numerosas ocasiones. En otoño de ese año, Monet encabezará la suscripción pública para comprar la Olimpia a la viuda de Manet y donarla al Estado francés, en una muestra de justicia y agradecimiento.
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En la perspectiva de la Historia Económica latinoamericana más tradicional, 1930 fue una especie de hito fundacional para la industrialización del continente. A tal punto que se habla del antes y el después de la crisis. Mientras el antes estaba marcado por el predominio de las economías exportadoras, el después se colocaría bajo el signo de la industrialización y de la expansión del mercado interno, gracias a la implantación de políticas claramente autárquicas. También se ha dicho que los países latinoamericanos pudieron actuar razonablemente bien durante la depresión; aunque una parte de estas interpretaciones data de finales de los años 50 y principios de los 60, cuando todavía no se había materializado el fracaso de la industrialización por sustitución de importaciones. La visión más audaz es la de Gunder Frank, quien sostuvo, en contra de los postulados neoclásicos, que la periferia se industrializa y crece cuando el centro es débil e incapaz de mantener su dominación colonial. Esta opinión debe, sin embargo, ser bastante matizada. Si se observa el panorama de una forma más detallada se ve que los países que más rápidamente comenzaron a transitar por el camino de la industrialización sustitutiva fueron aquellos que más habían crecido en los años anteriores a la crisis y que ya habían comenzado a diversificar sus economías desde principios de siglo o desde la Primera Guerra Mundial. Aquellos que ya tenían un mercado interno, que ya tenían industrias y que ya tenían empresarios, técnicos y trabajadores entrenados fueron los primeros en industrializarse después de los años 30. La contracción en las importaciones, especialmente en lo referente a artículos de consumo, obligó a desempolvar una receta utilizada en numerosos países durante la Primera Guerra Mundial, de modo que las industrias y los talleres locales comenzaron a producir aquellos productos manufacturados que hasta entonces se importaban. Gracias al impulso recibido en las décadas de 1930 y de 1940, la industrialización avanzó sensiblemente en la producción de bienes de consumo final: alimentos y bebidas, textiles, calzado, electrodomésticos, bicicletas y motocicletas, armado de automóviles, algunos productos químicos y farmacéuticos, etc. Sin embargo, en la medida en que se fue profundizando en la industrialización sustitutiva la dependencia de las importaciones extranjeras no cesó sino que se modificó. Si antes se importaban los artículos listos para consumir, con la industrialización hubo que importar materias primas, insumos y maquinaria con los que poder fabricar lo que antes se compraba fuera. Esta situación, sumada a la disminución casi generalizada en las exportaciones tradicionales, fue la causa de constantes crisis en la balanza de pagos. Pese a las enormes expectativas depositadas al respecto, la industrialización no terminó ni con las desigualdades ni con los desequilibrios existentes en América Latina. Muy por el contrario, tendió a profundizar muchos de los problemas vigentes. Por un lado, todo crecimiento es causa de nuevos desequilibrios. Por el otro, y en contra de lo que se argumentaba, en la medida en que la industrialización iba a descansar sobre la autarquía y el proteccionismo, el exceso de subsidios al sector terciario iba a dificultar cualquier posibilidad de lograr un crecimiento armónico. La popularidad de la industria se debió al gran empuje que tuvo en la recuperación de la crisis. En muchos países latinoamericanos, como Argentina, Brasil o México, el sector industrial fue el que más creció y aportó al PIB durante la década de 1930. Mientras en los países más desarrollados de Europa y en los Estados Unidos la crisis fue un fenómeno que afectó básicamente al sector industrial, esto no ocurrió en América Latina, donde en algunos de ellos el sector industrial estaba en mejor situación que la economía global para ponerse a la cabeza de la recuperación. A las políticas autárquicas se llegaría como consecuencia de la contracción pavorosa ocurrida en el comercio y en los flujos financieros internacionales. La caída de la demanda derrumbó los precios de los productos de exportación y la interrupción en la llegada de dinero fresco provocó la suspensión de muchos proyectos en marcha, especialmente la construcción de obras públicas, ante la falta de financiación externa. La mayor parte de los países declaró la interrupción en el pago del servicio de sus deudas externas, ya que las finanzas estatales se vieron perjudicadas por la caída en la recaudación fiscal, ante la disminución de las exportaciones, y como consecuencia de ello de las importaciones. La única excepción fue la Argentina, que decidió seguir pagando a fin de mantener el crédito internacional. Todo lo dicho redundó en una menor recaudación de impuestos aduaneros, que hasta entonces eran la principal fuente de ingresos públicos en la mayoría de los países latinoamericanos. Esta tendencia se aceleró durante la Primera Guerra Mundial y especialmente a partir de la década de 1930. Fenómenos similares han ocurrido en los restantes países latinoamericanos. La caída del sistema financiero internacional también supuso la interrupción en la llegada de una de las principales fuentes de capital, tanto público como privado, que financiaban actividades productivas en América Latina. Es obvio, por un lado, que había una parte de esos capitales que se destinaba a la especulación, y también que junto a los flujos externos el capital interno jugó un papel importante, mucho más del que tradicionalmente se le ha otorgado. En este sentido suele ser frecuente oír hablar del papel de la deuda externa en las distintas economías latinoamericanas, pero se dice muy poco del endeudamiento interno y del papel clave que éste tenía para las finanzas estatales, en algunas oportunidades mucho más que el internacional. Hay que tener en cuenta que el último era mucho más sensible a las oscilaciones en la coyuntura internacional y que los gobiernos tenían múltiples recursos para financiarse con los capitales internos, entre otros la inflación. La caída en las exportaciones tuvo consecuencias funestas para todas las economías. Ya se mencionó la menor recaudación en los impuestos aduaneros y la menor capacidad de importar, pero junto a ellas había otras, como el establecer prioridades sobre los productos importados que se convirtió en una actividad importante del Estado. Para ello se establecieron cuotas de importación y aranceles selectivos para grupos determinados de productos que tenían por objeto facilitar la importación de determinados artículos y disuadir la adquisición de otros ante el aumento desmesurado de su precio en el mercado interno. También se fijaron precios máximos para muchos productos y se establecieron cupos máximos de producción, con el fin de evitar que los precios de las exportaciones siguieran cayendo como consecuencia de la sobreproducción. De este modo surgieron Juntas Reguladoras en numerosos países, dedicadas a vigilar la producción, y en su caso la exportación, de los más diversos productos. En muchos casos los sobrantes producidos eran simplemente destruidos en vez de almacenados como en el pasado, tal como había ocurrido con el café brasileño que se utilizó como combustible para impulsar locomotoras después de la crisis del 30. También surgieron entidades del tipo de la Corporación Chilena de Fomento (CORFO), que trataba de canalizar el crédito público hacia actividades productivas, especialmente vinculadas a la actividad industrial. Otro campo de actuación fue el de las políticas monetarias, antaño más o menos vinculadas a la ortodoxia del patrón oro. En los frecuentes períodos de desenganche y de inconvertibilidad de la moneda que habían caracterizado a la historia monetaria latinoamericana, lo frecuente era el aumento de la emisión y la financiación mediante inflación de las actividades del Estado. A partir de este momento las medidas monetarias en materia de política económica serían mucho más amplias y diversas: fijación de distintos tipos de cambios, necesidad de contar con autorización para la adquisición y venta de divisas, etc. Por este camino la política monetaria se convertiría en un eficaz método de asignación de recursos. Para mejorar la gestión en lo referente a las políticas monetarias y al control de la emisión de dinero se crearon Bancos Centrales en numerosos países. En buena parte de las repúblicas andinas los bancos que se crearon siguieron el modelo de la Reserva Federal estadounidense, bajo el influjo de las Misiones Kemmerer, que habían recorrido las principales capitales de la región, con sus paquetes de medidas y consejos. En otros, como Argentina, el modelo británico seguía pesando, y el Banco Central resultante se creó de acuerdo con esas pautas. Si bien, como ya se ha señalado, la crisis afectó a todos los países latinoamericanos, su actuación ante la crisis fue dispar. En principio, y siguiendo con la clasificación de Díaz-Alejandro, se puede distinguir entre países grandes y activos y países pequeños y pasivos. El tamaño de su economía y la capacidad de los gobiernos para imponer políticas económicas autónomas que permitieran salir de la crisis lo más rápidamente posible fueron decisivos, junto con el mantenimiento de la estructura exportadora de cada país. La fecha del comienzo de la recuperación dependió también de esta situación. Países como Argentina o Brasil se pueden encuadrar claramente dentro de los países grandes y activos, ya que sus gobiernos disponían de la autonomía necesaria como para imponer las políticas económicas que estimaran más convenientes a sus propios intereses. En el extremo contrario encontramos a los países centroamericanos y a Cuba. Este último país estaba totalmente vinculado a la evolución del dólar, moneda de curso legal en la isla, lo que limitaba totalmente la posibilidad de su gobierno de arbitrar políticas monetarias anticíclicas que permitieran combatir mejor los efectos de la depresión.
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Pero si hay que destacar un artista de primera fila es inevitable mencionar a Rubens como responsable del diseño de la entrada del Cardenal-Infante en Amberes (1635). Se trata del festejo que la ciudad celebró con motivo de la llegada de don Fernando de Austria como gobernador de los Países Bajos, una de las pompas más célebres del siglo cuyas arquitecturas, difundidas por los grabados de la "Relación" editada, tuvieron una repercusión trascendental no sólo en España, sino en toda Europa. Fueron sobre todo los arcos triunfales los elementos que promovieron la exuberancia decorativa del lenguaje arquitectónico de lo efímero, los modelos fantásticos, derivados de tratados manieristas del ámbito flamenco, y la columna salomónica. El mismo Velázquez, aposentador mayor de palacio y encargado, por tanto, del avituallamiento palatino, se ocupó de la decoración del palacete donde tendrían lugar los esponsales de la infanta María Teresa y el futuro Luis XIV. El acto en sí, de gran trascendencia política y diplomática, entre otros motivos porque se firmaba la paz con Francia, contaba con un importante precedente: los dobles esponsales que, en 1615, tuvieron lugar en el río Bidasoa, en la denominada Isla de los Faisanes, para concertar el intercambio matrimonial entre la infanta Ana de Austria, prometida a Luis XIII, e Isabel de Borbón, esposa de Felipe IV. Las efemérides nupciales volvieron a repetirse durante el reinado de este último monarca. La crónica fue realizada por Leonardo del Castillo en el "Viaje del Rey N.S.D. Phelipe IV a la frontera de Francia", publicado en 1667 y que incluye una lámina grabada que muestra en perspectiva este enclave fronterizo, la isla y el momento en que los séquitos respectivos llegan en carrozas y galerías. Tras esta clase de pactos y entregas, otra ceremonia le seguía: la entrada de la reina consorte en la Corte, bien conocida desde el siglo XVI, cuando entraron Isabel de Valois, camino de Toledo, y Ana de Austria, una vez que la capitalidad del reino se estableció en Madrid. Entre las transformaciones urbanas que originaron las fiestas fue, desde luego, la entrada triunfal de reyes o consortes la ceremonia que presentó las tipologías efímeras más variadas y el sentido mutante más acusado. Como ocurrirá en otro tipo de celebraciones, como las religiosas, el trayecto de estas entradas quedaba delineado por la morfología urbanística y, en el caso de Madrid, se mantendrá con escasos cambios durante el período barroco, recorrido fijado ya en la entrada de Mariana de Austria en 1649. Los cambios y alteraciones del trayecto urbanístico deben ser comprendidos dentro de un fenómeno casi geográfico en el que incide la importancia o el énfasis de unas calles o barrios sobre otros. La entrada de las respectivas esposas de Carlos II en Madrid deben ser subrayadas por el grado de fantasía y creatividad que se consigue en las producciones efímeras. Resulta curioso que el brillo de los festejos palatinos del reinado anterior se apague con el último monarca austriaco, cuando su corte fue pródiga en celebraciones y el momento crucial del ingenio artístico del Barroco Efímero. Los efectos escenográficos en el entramado urbano madrileño llegaron a culminar con la entrada de María Luisa de Orleans en 1680. Además de los arcos triunfales y templetes, destacaron aquellas estructuras que funcionaban como pantallas, disfrazaban la arquitectura real y delimitaban el trayecto regio. Se trata de tribunas, gradas y galerías de arcos o loggias que revisten plazas y calles, acotan espacios festivos del recorrido y soportan el programa figurativo de la exaltación, un programa que cada vez resulta más comprensible, por la incorporación de imágenes alegóricas en detrimento de los intrincados emblemas de la centuria anterior. Claudio Coello, el principal artífice de esta entrada, fue el autor de la Galería de Reinos instalada en la calle del Retiro, una sucesión de nichos entre pilares, con figuras escultóricas que representaban el vasallaje de los distintos reinos de la monarquía a la nueva soberana. Entre estas imágenes aparecían perspectivas de jardines con fuentes, ambientaciones típicas de la fiesta al igual que los Parnasos, maquinarias alegóricas pintadas que simulaban una especie de monte con vegetación natural y riachuelos de cristal y en el que dioses y musas acompañaban una nutrida representación de literatos y artistas españoles. La muerte de esta reina en 1689 originó en Madrid otro fasto sin igual con la pompa fúnebre de la iglesia del convento de La Encarnación. El catafalco, aparato efímero imprescindible en la celebración de las honras por reyes y reinas, tuvo en la organización de la ceremonia un hecho interesante que demuestra hasta qué punto la arquitectura provisional estuvo altamente considerada. La Corte promovió un concurso de diseños o trazas para el túmulo, al que se presentaron los mejores artistas que en aquel momento trabajaban en Madrid. El ganador, un joven desconocido con el nombre de José Benito de Churriguera, saltó a la fama de inmediato. Su proyecto contó con las alabanzas de cronistas coetáneos y, sobre todo, con el afán y el interés del público por admirar la obra. De siempre la muerte de los reyes y su pompa fueron uno de los espectáculos preferidos por el pueblo. El túmulo de 1689 abrió paso a un modelo que repercutió en posteriores ceremonias, encontrando sus ecos en los catafalcos erigidos en Madrid durante el primer tercio del siglo XVIII. Habrá que esperar a un italiano, Juan Bautista Saquetti, para encontrar un planteamiento de estructura funeraria alejada del barroquismo hispano y del carácter retablístico del túmulo de Churriguera.
lugar
Ciudad de la costa de Jonia, en el delta del Caístro, presenta ocupación desde la Edad del Bronce, manteniendo contactos comerciales con el mundo micénico, gracias a su posición intermedia entre Anatolia y el Mediterráneo. En el mismo periodo presenta una factoría griega, constatando una ocupación que se intensificará en adelante, especialmente durante la Edad Antigua. En el Arcaico se convirtió en una de las ciudades más pujantes de la dodecápolis jónica. Destruida por los cimerios, pueblo nómada de las estepas rusas que, hacia el 700 a.C., irrumpe en Anatolia, fue reconstruida con prontitud. Sometida a Creso y más tarde a Ciro, después de las Guerras Médicas recuperó la libertad, resurgiendo a partir del siglo IV a.C. y durante el helenismo. Tras la conquista romana fue la capital de la provincia de Asia, desplazando a Mileto. En el siglo II d.C. fue destruida por los govios. De la ciudad sólo ha sido excavada una parte, en la que se distinguen varias estructuras. El ágora es el núcleo de un primer conjunto, en el que destacan el odeón, templo de Roma y de Augusto, pritáneo, fuente de Polion, vía de los curetos, templo de Domiciano, monumento en honor a Memmio, nieto de Sila. Un segundo complejo se organiza junto a la biblioteca de Celso, que incluye la fuente de Trajano, el templo de Adriano, las termas escolásticas y el teatro. De época cristiana es preciso destacar la iglesia de la Virgen y la basílica de San Juan, en la que, según la tradición, fue enterrado el apóstol. Éfeso albergó un importante santuario, dedicado a Artemisa y construido fuera de la ciudad. En este lugar se celebraba el culto de una deidad femenina conocida como la Artemis de Éfeso, de orígenes antiguos. El templo fue considerado una de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo y, según Estrabón, fue siete veces destruido y otras siete vuelto a levantar.
Personaje Otros
Efialtes y Oto eran dos Gigantes gemelos hijos de Poseidón. De jóvenes se dedicaron a mostrar su superioridad sobre los dioses lo que provocó la ira de Zeus. Poseidón intercedió e imploró el perdón para sus hijos, prometiendo imponerles una rigurosa disciplina. Efialtes se prendó de Artemisa y buscó a la diosa hasta que la encontró. En su persecución, ayudado por su hermano, Artemisa llegó a una isla donde desapareció en el bosque, dejando en su lugar una corza. Los dos hermanos decidieron cazar al animal por lo que se separaron, encontrándose frente a la corza sin verse mutuamente. Los dos dispararon a la vez y la corza desapareció, por lo que sus respectivas armas se clavaron en el cuerpo del hermano.