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Además de historias de la Orden de San Benito, fray Juan Rizi es un reputado autor de retratos en el que apreciamos ecos de Velázquez como podemos observar en éste protagonizado por don Tiburcio de Redín.
Personaje
Hija de Caonabó y Anacaona, cabe suponer que nació en el cacicazgo que éste dirigía, La Maguana. Tras la prisión de su padre, enviado a Castilla, y la muerte de su tío, Behechío, se trasladaría con su madre, nombrada Cacica de la Jaragua. Entregada por su madre a Hernando de Guevara tuvieron una hija, Mencía de Guevara. Desde entonces fue llamada indistintamente por su nombre o Doña Ana de Guevara. Se respetó su linaje distinguido y tuvo un séquito y tierras de cultivo. Al quedarse viuda, los Guevara explotaron sus posesiones e indios.
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Sobre la fecha de realización de este retrato se barajan varias hipótesis: bien podría estar realizado en 1624 - fecha en la que Doña Antonia enviuda por primera vez - o en 1632 - año en el que vuelve a enviudar de Don Diego del Corral y Arellano, al que también retrata Velázquez -. Del primer matrimonio no tuvo hijos por lo que sería fácil fechar la escena, pero hay quién piensa que el retrato del niño que aparece aquí, llamado Don Luis, estaría añadido. La polémica está servida. Pero sin duda, estamos ante un excelente retrato en el que destacan los rostros de las dos figuras que contemplamos, con una mirada penetrante, mostrando el maestro su capacidad para ahondar en el alma de sus modelos. También hay que destacar la minuciosidad de la pintura del sevillano en esta etapa madrileña como podemos observar en los pendientes, los puños y los bordados.El hecho de apoyar Doña Antonia la mano sobre una silla no es por cansancio sino que indica que la dama tiene derecho a sentarse dada su alta posición en la corte madrileña, sirviendo en la casa del príncipe Baltasar Carlos.
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Durante estos años iniciales del siglo XX, los grandes nombres de la escultura catalana como Fontbona, Llimona o Miquel Blay, seguían cultivando la vía simbolista. Sin embargo, esta figura muy sobria de rasgos arcaicos, constituye uno de los mejores ejemplos de la producción postmodernista.
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Será éste uno de los primeros retratos ejecutados por Fortuny. La protagonista es su alumna Flora Esteve i Nadal, con la que entabló una estrecha amistad que se extendió al resto de la familia, realizando también el retrato de uno de sus hermanos, Jaume Esteve. La joven aparece en tres cuartos, con un cierto aire de ensoñación que enlaza con el estilo nazareno influido por los quattrocentistas italianos, apuntándose a Botticelli como el pintor que define esta composición. También se podría enlazar la obra con los retratistas del Barroco holandés - Frans Hals o Rembrandt - al interesarse por la luz para crear el encaje. El idealizado rostro de la dama está perfectamente dibujado, creando una sensación atmosférica que recuerda a la pintura de Leonardo. La mujer se ubica en primer plano, recorta su figura ante un fondo claro para acentuar el contraste con su vestido rosáceo, resultando un retrato de altísima calidad.
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La relación de Fortuny con la familia Madrazo se inició en 1860 cuando el maestro de Reus pasó por Madrid y contactó con Federico de Madrazo, intensificándose a partir del matrimonio con Cecilia de Madrazo y Garreta el 27 de noviembre de 1867, hermana de la retratada en esta bella acuarela que contemplamos. La modelo posa con un escotado vestido de larga cola en un amplio salón, cerrado por su derecha con dos columnas engalanadas con guirnaldas - recuerdo del Renacimiento - y al fondo con una bella estructura geométrica en tonos azules; una planta de alargadas hojas otorga un aspecto más decorativo al espacio, influencia del arte japonés que Fortuny admirará al igual que harán más tarde los impresionistas. La dama transmite elegancia en su pose y en su vestimenta, evitando la mirada directa del espectador al dirigir la cabeza hacia un lado. La luz impacta de lleno en el cuerpo para resaltar todos los detalles, desde los collares hasta el abanico que porta en la mano derecha, una muestra más del preciosismo que caracteriza al maestro a pesar de utilizar una pincelada rápida y aparentemente deshecha. Sin duda, una de las grandezas de Fortuny será el dominio del dibujo, con el que otorga una espléndida volumetría a sus composiciones. El estilo elegante y noble de su suegro está claramente presente en este atractivo retrato.