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El Arte del Pincel tiene, como todos los materiales artísticos en China, un origen legendario en las oscuras dinastías previas a las cronologías escritas. Precisamente el inicio de los Anales que registraban los acontecimientos acaecidos en el Imperio fue lo que empujó el desarrollo y el cultivo de la escritura, la caligrafía, la poesía, y por consecuencia, la pintura. Antes de la dinastía Tang existían pinturas de corte funerario que se atribuían a autores míticos. Sin embargo, durante los siglos VI al VIII, los Tang dejaron por primera vez constancia de sus tratados, sus nombres y sus biografías. La pintura Tang tiene como característica principal la linealidad, que huye del exceso de color y tiende a valorar como principio estético el vacío, la ausencia de elementos. Suele usar una perspectiva teatral, en la cual se colocan las figuras sobre una especie de plataforma, y pueden ser contempladas desde diferentes puntos de vista simultáneamente. Además de escribirse los primeros tratados sobre pintura, se realizaron los primeros paisajes, que se unieron a temas cortesanos, que tenían gran éxito: la pintura Han Kan, sobre mujeres hermosas y sobre caballos, el símbolo de la corte y el emperador. Sobre Han Kan, el mayor artista fue Gu Kaizhin, aunque también destaca Wang Wei, el artista del vacío. Su biografía fue trágica y se retiró de la pintura tras la muerte de su esposa. El relevo de los Tang será empuñado brillantemente bajo la dinastía Song.
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El personaje que preservó la reunificación del imperio a la caída de los Sui fue Li Shih-min iniciador de la dinastía T'ang, que restauró las glorias de la época Ham y contribuyó notablemente al avance de la civilización china. Precisamente en un momento en que en Occidente el imperio bizantino tenía que ceder sus provincias orientales al Islam, y poco más tarde el Imperio carolingio no fue más que una fugaz realidad. En su querer mejorar la administración pública los T'ang restablecieron un sistema de exámenes para entrar en ella, más sistemático que las largas pruebas orales utilizadas anteriormente, lo que causó una enorme expansión de la educación. Ello junto a la invención de los caracteres de imprenta en el siglo VIII se unió a la demanda de libros de texto y fomentó la difusión de la alfabetización. El Imperio T'ang sobresalió por la gran calidad de sus literatos, con escritores tan diversos como el ensayista confuciano Han Yu y el poeta taoísta Li Po. La base de todos los cambios fue el desarrollo de un sistema burocrático que sustituyo al más reducido y aristocrático que había reemplazado al feudalismo durante el periodo Han. Cara al exterior fue una época de aceptación de ideas extranjeras y de flexibilidad, como lo demuestra que en la capital, Ch'ang-an, hubiera sacerdotes procedentes de la India y del sudeste asiático, mercaderes del Asia central y de Arabia, y viajeros de Corea, Japón y Persia. El reinado del segundo emperador T'ang, T'ai-tsung (627-650) consolidó el Imperio gracias a su magnetismo personal que atrajo a las mejores mentes de la época. El Imperio, por primera vez, se dividió en provincias y se estableció un censo sistemático, el poder paso de manos militares a civiles, gracias a un excelente funcionariado reclutado exclusivamente por exámenes y no por influencias familiares. El ejército organizado en divisiones, bien entrenadas y equipadas, era el elemento fundamental de cohesión de los primeros T'ang; de este modo se evitó el peligro de utilizar mercenarios bárbaros o ejércitos profesionales estables hasta principios del siglo VIII en que las largas expediciones militares de la emperatriz Wu hizo poco eficaces a los soldados campesinos, teniéndose que reclutar de nuevo fuerzas regulares profesionales. Junto al interés por el mantenimiento de la milicia debemos mencionar especialmente la protección que el emperador T'ai-tsung prestó a los pequeños propietarios, los nung, que eran quienes proporcionaban los soldados, y a su vez eran los principales beneficiarios del reparto equitativo de la tierra. Los sucesores de T'ai-tsung siguieron su política expansionista. Las tribus nómadas asentadas más allá de la Gran Muralla ya habían reconocido la soberanía del khan chino. El poderoso e independiente Tíbet ya había transigido hasta el punto de que su rey re casó con una princesa china, que ejerció gran influencia en dicho país. En 688, los ejércitos chinos ya habían conquistado prácticamente toda Corea y Manchuria; a la vez que la consolidación del poderío chino en el norte del Vietnam, conquistado en época Sui, permitió que esta provincia recibiera el nombre de Annam, el Sur pacificado. A la muerte del segundo emperador T'ang, T'ai-tsumg, una de sus concubinas se hizo con el trono y pudo dominar el gobierno durante mas de cincuenta anos. Se trata de Wu Chao que pudo escapar del convento budista donde fueron encerradas las concubinas del emperador difunto, y ganar el favor del nuevo soberano. Kao-tsung (650-683). Hecho que demuestra que la Corte, apoyada en una eficiente administración, y la ambición personal, lo podían todo. Wu gobernó ya en vida de su esposo y después como única soberana del 684-705, a pesar de haber tenido dos hijos; cruel con sus enemigos y centro de una serie de historias sobre sus favoritos y amantes, el periodo de su reinado fue en general beneficioso para China, ya que gobernó con firmeza, no hubo rebeliones, acabó con los abusos en el ejército y en la administración y se conquistó Corea, cosa nunca conseguida antes. Hasta que un golpe de Estado acabó con su reinado. Antes del año 751, fecha en que los chinos sufrieron dos graves derrotas frente a los árabes y el Reino de Nanchao, dominaban todas las tierras hasta el mar de Aral. Los árabes, tras vencer a Imperio sasánida, se aliaron inicialmente a los chinos, pero muy pronto comenzaron a controlar a todos los pueblos más débiles del Turquestán occidental. El Islam, con su victoria del río Talas en 751 sobre China, separó el Asia central del área de influencia china; la región dejó de ser budista y fue incorporada al mundo islámico. A su vez, un ejército chino de 60.000 hombres era también derrotado en la llanura de Tali, en Yünnan, por las fuerzas del Reino de Nanchao. Ambas derrotas casi simultaneas son el indicativo de que la descomposición interna había hecho ya mella en la sociedad T'ang, que a pesar de todo gozó todavía de un siglo de paz antes de que las revueltas populares pusieran fin a este periodo. Como sucede en todo ciclo histórico los vicios y corrupciones que justificaron el ascenso de una nueva dinastía o ideología para erradicarlos, con el tiempo surgen de nuevo y preludian el final de un periodo y el inicio nuevamente de una nueva etapa purificadora. En la Corte T'ang los eunucos volvieron a ser poderosos, mientras en las provincias los jefes militares eran más independientes. La decadencia del gobierno central causó el abandono de las obras hidráulicas, la verdadera fuerza unificadora tradicional de la historia de China. Mientras en el exterior aumentaba la presión de los pueblos de las estepas. En esta situación el último emperador T'ang, Ngai-tsong, fue depuesto en 906 y el país se fragmentó en casi una docena de Estados distintos. El imperio T'ang fue el Estado mas extenso y poblado del mundo, calculándosele una población de unos 53 millones de habitantes repartidos en unas 300 prefecturas. La dinastía tuvo su Edad de Oro gracias a que supo crear unas instituciones apropiadas para regir el Imperio, más que confiar en la personalidad de los gobernantes individuales, como nos tiene acostumbrados la Historia en todas las épocas. La administración pública se organizó en torno a tres departamentos: Asuntos de Estado, Cancillería y Secretaría. Los funcionarios o shih se identificaban a sí mismos con las tareas de la administración, y eran más leales al emperador como institución que a un soberano en particular. Todo ello permitió realizar un cambio económico que se centro en la productividad de las provincias meridionales que se desarrollaron notablemente. La agricultura y el activo comercio ultramarino permiten calcular que a finales del siglo IX vivían en Cantón más de 120.000 musulmanes, judíos y persas. También bajo los T'ang la fe budista casi desplazó la religión taoísta y la filosofía confuciana, a pesar de una severa pero breve represión de las creencias extranjeras después del ano 841, que se puede interpretar como un síntoma de inquietud e incertidumbre nacionales en la época de decadencia de la dinastía. En el aspecto cultural se puede hablar del renacimiento T'ang, sobre todo en la literatura, y más concretamente en la poesía, que se manifestó en unos 48.000 poemas de 200 autores en una recopilación de "Poesías T'ang", en donde destacan los grandes nombres de la poesía china como: Wamg Wei (699-761), Li Po (699-762), Tu Fu (712-770) y Po Chu-i (772-846). Pintura, escultura y cerámica serán otras artes que también florecerán en este periodo, y que cada vez se conocen más debido sobre todo a las excavaciones realizadas en las tumbas reales, que se iniciaron en 1964 con el mausoleo de la procesa Yung T'ai, en Shensi.
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El acoplamiento de los hicsos a Egipto fue tan perfecto, que la Arqueología es incapaz de detectarlos. Sólo en los entrelazos de ciertos escarabeos -de los llamados precisamente escarabeos hicsos- se cree advertir el gusto de los intrusos por estos enrevesados motivos. Aunque las bases de su poderío se hallaban en el Bajo Egipto, éste se hizo sentir también en el Alto, muy a pesar de los tebanos -la Dinastía XVII- y de su tenaz resistencia. La organización que los hicsos imprimieron al Estado, en un régimen algo semejante al del feudalismo, facilitó la labor de reconquista emprendida por los tebanos, que culminó en la toma de Auaris y en la expulsión de los restos del ejército enemigo. La persecución de éste por territorio asiático y el establecimiento de una cabeza de puente en Sharruhen (al sur de Palestina) fueron los primeros pasos hacia algo no previsto al parecer por los tebanos: la presencia permanente de Egipto en el Asia Anterior, situación que acabaría con su proverbial aislamiento. Para los analistas egipcios, la expulsión de los hicsos significa el comienzo de una nueva época, lo que convierte a su promotor -Ahmose- en fundador de una nueva dinastía-la XVIII-, cuando en realidad él pertenecía a la XVII, cuya legitimidad nadie había puesto en duda. Lo curioso es que Ahmose no sólo inaugura una nueva época en la historia oficial de Egipto, sino también en la historia real y viva. En efecto, Egipto se vio inopinadamente inmerso en un mundo y en una época -la que se denomina época de las relaciones internacionales- con los que ni había soñado. El afán de alejar a los asiáticos de sus fronteras, lo forzó a adentrarse tanto en Asia, que en un primer avance, lo hizo llegar hasta la cuenca del Orontes y, después, a comprometerse de tal manera en su presencia en Siria, que ya todo el Imperio Nuevo será una pugna con los mitannios, con los hititas y con los propios Estados de Siria, el Líbano y Palestina para no desistir de aquella empresa. Gracias a esta presencia en Siria, acompañada de otra no menos efectiva en Nubia, Egipto no sólo alcanzó los mayores dominios territoriales de su historia, sino también unos recursos económicos que hicieron de él la primera potencia del mundo en algunos momentos. No es fácil de explicar cómo los Estados-ciudades de Palestina y de Siria, que más adelante habrían de caracterizarse por su feroz resistencia a la dominación egipcia, aceptaron sin oposición la autoridad de Ahmose y de sus inmediatos sucesores. Una posible explicación sería la de que los egipcios se presentaban como restauradores de un orden ya existente con anterioridad, el de la confederación de los pueblos hurritas, si es que los hicsos figuraban en ella, encabezándola. El hecho es que la penetración egipcia no encontró resistencia digna de mención, y que sus agentes se invistieron de una autoridad que, al ser expulsados, los hicsos les habían transferido como señores de Egipto. En el orden interno, Tebas impuso ahora un fuerte centralismo, capaz de sofocar todos los intentos -y tales intentos no faltaron, lo mismo en otros cantones del país que en los dominios de Nubia- de restablecer el anterior régimen feudal. Fue menester para ello reorganizar y modernizar la administración del Estado. La necesidad de abastecer a un Ejército y a una Marina permanentes llevó a la creación de un órgano parecido a un ministerio de alimentación, y así la complejidad de la nueva situación obligó a convertir la administración patriarcal, hasta entonces en uso, en una eficiente máquina de gobierno. Una estela de Amenofis II (1438-12 a. C.) se expresa en términos hiperbólicos a la hora de exponer las cualidades del rey: "nadie es capaz de tensar su arco; al galope de sus caballos, él es capaz de atravesar de un flechazo cuatro placas de cobre; él solo acciona los remos de su barco cuando toda la tripulación ha caído exhausta; el número de piezas cobradas en una cacería por él solo supera al de las cobradas por todo su ejército...". Jamás un rey había ponderado con este lenguaje unas cualidades de fuerza y habilidad físicas que se le daban por supuestas, sin menoscabo de otras mucho más estimables. Se diría que el ideal heroico de los hicsos había llegado a afectar a la imagen egipcia del rey. Cuando esta imagen se compara con la hasta entonces dominante del funcionario prudente y comedido, se percata uno de hasta dónde la vida espiritual egipcia se había visto afectada por la dominación de los hicsos. Otro tanto se observa en el terreno de la religión. La gente visita ahora edificios sagrados, como templos, pirámides y tumbas, no como antes, para rezar sus preces con devoto fervor, sino para contemplarlos con ojos totalmente profanos, más interesados en el goce estético que en el piadoso recogimiento. La Edad de Oro reinante en el albor del mundo y a la que todo faraón se afanaba por retornar se antoja ahora utópica a quienes proponen lo contrario: mirar hacia el futuro con la fe puesta en el progreso de la humanidad. El mundo es mucho menos complicado de lo que los sabios propugnan; hay que mirarlo con optimismo. Bien están el conocimiento y la razón; pero no hay que menospreciar el sentimiento y los afectos. Por mediación de éstos, se pueden alcanzar muchas metas fundamentales para el hombre. Este dualismo razón-sentimiento tuvo graves repercusiones de orden social, y al lado de los egipcios formados culturalmente en la escuela de Amón se encuentran otros muchos, a menudo en altos puestos y muy cercanos al rey, que se han educado en la escuela de la vida, las más de las veces empezando sus carreras como soldados del Ejército o como simples obreros, en las cuadrillas de los servicios del Estado. Desde el punto de vista de las realizaciones monumentales y artísticas, destacan como personalidades rectoras las de los faraones siguientes: la reina Hatshepsut (1503-1490 a. C.); Tutmés III (1490-1436); Amenofis III (1403-1364) y Amenofis IV (1364-1347).
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Tras una veintena de años de reinado murió Ahmosis, el fundador de la dinastía XVIII. Su hijo Amenofis I le sucedió hacia 1550 y murió en torno a 1525. (Cabe la posibilidad de que la cronología correcta sea la que rebaja unos 25 años la tradicional aquí recogida, pues ésta se basa en una observación sotíaca desde Menfis, cuando lo correcto habría de ser la observación del fenómeno astral desde Tebas). Se puede destacar en primera instancia la ausencia de alteraciones en la sucesión dinástica, debido a la solidez del poder centralizado, lo que diferencia radicalmente el tránsito hacia la restauración en el Primer y el Segundo Período Intermedio. En realidad, ambos períodos no tienen en común más que la denominación que se les ha atribuido, pues no existe interrupción en el gobierno, sino fragmentación geográfica, en la que las aristocracias territoriales no juegan ya un papel relevante. La reunificación consistió en eliminar la dinastía hicsa de Avaris y la reincorporación de Nubia; por ello Tebas pudo mantener la capitalidad, frente a lo que había ocurrido con la XI dinastía que, procediendo de Tebas, mantuvo como residencia real a Menfis. La justificación habitual que se esgrime para explicar la residencia de la corte en Tebas es su mejor posición para controlar las campañas nubias. Sin embargo, la política exterior de las dinastías XVIII y XIX está mucho más caracterizada por la actividad bélica en Asia, lo cual hubiera requerido la presencia de la capital más al norte, exactamente como ocurre durante la dinastía XIX. En consecuencia, las razones por las cuales la dinastía XVIII mantiene la capital en Tebas han de ser de índole diferente, aunque nos sea desconocida. Amenofis I amplía el escenario militar egipcio por el Próximo Oriente y alcanza según algunos documentos el reino de Naharin, junto al Éufrates, inaugurando así un procedimiento de recaudación tributaria que se reproduce anualmente con una expedición organizada a tal efecto, pero que no consolida el dominio territorial -puesto que no lo pretende- ni garantiza la percepción de los impuestos si no es mediante este costoso sistema que permite, no obstante, presentarlo en los anales como un triunfo militar extraordinario. De esta manera se comprende bien la reiteración de expediciones idénticas que dan la impresión de absoluta inutilidad por su frecuencia y que son comunes a todos los grandes estados de la época. Por otra parte, Amenofis I continúa la tarea de embellecimiento monumental de la capital del estado y la reorganización administrativa emprendida por Ahmosis, que tenía como objetivo la consolidación de un aparato burocrático eficaz, frente al sistema de aristocracias locales, y un ejército potente vinculado directamente a la persona del faraón. Amenofis muere sin descendencia por lo que le sucede Tutmosis, un brillante militar, casado con una hermana del difunto monarca. Las referencias epigráficas a las damas reales parecen reflejar un cambio de actitud en la corte, que admite abiertamente la influencia real que éstas ejercen en las relaciones no sólo familiares, sino también políticas. Se atribuye a esta nueva conducta la posibilidad de que una mujer acceda al trono, como habría de ocurrir próximamente con la reina Hatshepsut. Sin embargo, no podemos asegurar que haya una modificación conductual, pues es igualmente plausible que no se trate más que del reconocimiento público de lo que venía ocurriendo en las relaciones cortesanas desde mucho tiempo atrás, por más que los estudiosos otorguen un papel especialmente destacado a las mujeres de la familia real entre finales de la dinastía XVII y los primeros faraones de la XVIII. En cualquier caso, en sus trece anos de reinado mantuvo una política de relaciones exteriores similar a la de sus predecesores, con las consabidas campañas en Nubia, hasta la tercera catarata, y en Asia, que le condujeron hasta el Éufrates. Con él se consolida la monarquía militar, es decir, la que sustenta una buena parte de sus ingresos en la actividad bélica, con las consiguientes repercusiones en el sistema organizativo del estado. Además es el primer faraón que se hace enterrar en el Valle de los Reyes, que se mantendrá como necrópolis faraónica a lo largo de todo el Imperio, abandonando así el tradicional ritual funerario caracterizado por la construcción piramidal. Desconocemos las razones del cambio, pero la constatación de la accesibilidad de las tumbas reales pudo no ser ajena al deseo de ocultar la momia en cuevas artificiales construidas en las rocosas paredes del desierto situado en la margen izquierda del Nilo a la altura de Tebas. El templo funerario se mantenía en el valle, donde vivió el cuerpo sacerdotal encargado de preservar el culto del divino monarca, pero se rompía así la conexión entre el templo funerario y la tumba que había sido el fundamento del espacio funerario durante los Reinos Antiguo y Medio. Ahora la topografía funeraria quedaría configurada en torno a los vértices compuestos por los templos de Luxor y Karnak en la margen derecha y por los templos funerarios y las tumbas en la izquierda. Tutmosis II, hijo del faraón anterior, ascendió al trono hacia 1494 y permanece en él unos cuatro años. Nada hay especialmente destacable en su reinado, aunque su muerte sin descendencia legítima genera uno de los problemas sucesorios más llamativos de la historia egipcia. Había tenido un hijo de una concubina, el futuro Tutmosis III, que probablemente es coronado oficialmente en 1490, siendo aún niño. Por esta razón, la esposa real, Hatshepsut, ejerce la regencia durante los dos primeros años, pero después adopta nomenclatura regia, con el nombre femenino de Horus y el de las diosas protectoras del Alto y del Bajo Egipto, y elabora un sistema explicativo de carácter teosófico para justificar su derecho al trono. Sin duda, el alto clero de Amón favoreció las pretensiones de la reina, convertida ahora en monarca absoluta. Durante su reinado en solitario se reducen las campañas militares (quizá no tanto por una pretendida sensibilidad femenina, sino por su dificultad para afrontar con éxito la comandancia militar). En contrapartida se abre la ruta del Punt, tal y como queda narrado en su templo funerario de Deir el-Bahari, construido por su favorito Senenmut. Esta vieja ruta, conocida desde el Reino Antiguo, pudo haber quedado interrumpida, pues no tenemos noticias de actividad durante el Reino Medio. Curiosamente, en la descripción de Hatshepsut la aportación egipcia, fundamentalmente de armas, es designada como regalos, mientras que se considera como tributo aquello que se entrega como contrapartida, es decir, el incienso, la mirra, maderas preciosas, marfil, animales y esclavos. La destacada posición que la expedición al Punt tiene en el templo de Deir el-Bahari parece reflejo de la importancia económica que jugó en el proceso acumulativo del estado para afrontar los gastos de la construcción de monumentos, como los obeliscos y su capilla en el templo de Karnak, y de la restauración de edificios que lleva a cabo. La valoración correcta del reinado de Hatshepsut es difícil, habida cuenta de la escasa ponderación de los juicios de valor emitidos. La camarilla de la que estuvo rodeada no difiere en nada del séquito que acompañaba a los demás faraones, sin embargo, los más allegados de la reina reciben con la bibliografía moderna la denominación de validos, termino peyorativo que no se atribuye mas que en virtud del sexo del gobernante. Por otra parte, se ha pretendido extrapolar la importancia del papel de la mujer en la sociedad egipcia basándose en la historia personal de Hatshepsut. Sin embargo, no se debe olvidar que ésta en realidad fue un rey -legitimado por el propio Amón- de sexo femenino, como ponen de manifiesto los atributos masculinos exhibidos en sus representaciones iconográficas. Su joven esposo, Tutmosis III, ensombrecido por su viril esposa, procedió a una sistemática damnatio memoriae contra su mujer y su camarilla cuando quedó viudo. Probablemente la eliminación del recuerdo responde a un deseo personal del joven monarca, como consecuencia de las humillaciones padecidas, y no tanto a un deber religioso por el supuesto exceso cometido contra Maat por la recia Hatshepsut. Tras unos veinte años de reinado, Tutmosis III accede al gobierno en solitario, que sufre un viraje radical. El nuevo faraón se convierte en el campeón de la política expansionista y uno de los grandes constructores de la dinastía. Rompiendo con la inactividad militar de su esposa en Asia, Tutmosis dirige una campaña contra Meggido para acabar con una coalición de príncipes sirio-palestinos, la primera de las frecuentísimas que tendrán lugar en los sucesivos veinte años, que provocarán el enfrentamiento directo de las tropas egipcias con la gran potencia de la época, el Imperio de Mitanni. Las campañas quedaron registradas en una especie de "Anales", que demuestran el surgimiento de una mentalidad histórica en la corte faraónica. Con Tutmosis, Egipto afianza su presencia en Asia y, al mismo tiempo, integra definitivamente los territorios comprendidos entre la primera y la cuarta cataratas del Nilo. Los tributos afluyen de todas partes y el templo de Amón en Karnak se convierte en el máximo beneficiario de la política expansiva, aunque la generosidad del monarca alcanza también a los grandes dignatarios, como se aprecia en las tumbas de los nobles. Nunca antes Egipto había sido recipiendario de tanta riqueza exterior. En torno a 1431, se produce la muerte de Tutmosis, que había logrado una posición excepcional para Egipto en las relaciones internacionales. Su hijo y sucesor, Amenofis II, mantiene la situación del estado, aunque su propaganda no está tan orientada hacia las glorias militares como a sus personales éxitos atléticos. Tras una veintena de años de reinado fue sucedido por su hijo Tutmosis IV, que en sus ocho años al frente del estado no hace más que continuar las directrices políticas trazadas por sus predecesores. Sin embargo, las campañas exteriores se ven prácticamente interrumpidas durante el reinado del faraón Amenofis III, que accede al trono hacia 1402. Éste procura mantener en Asia su preponderancia a través de una intensa actividad diplomática -parcialmente conocida por la correspondencia amárnica- y de matrimonios dinásticos, pero al final de su reinado la influencia hitita va ganando terreno en detrimento de los intereses egipcios. No obstante, consigue afianzar los lazos comerciales tradicionales, entre los que no es el menos importante el que conduce al Egeo. De hecho, si las relaciones con el ambiente creto-micénico son antiguas, con Amenofis III se multiplica la presencia del nombre del monarca en Creta, Micenas, Etolia, así como en Anatolia, Babilonia, Assur, Yemen, etc. Las extraordinarias riquezas acumuladas por Egipto le permitieron afrontar innumerables obras (de su templo funerario no se conservan más que las estatuas sedentes llamadas los Colosos de Memnón), al tiempo que el evergetismo del monarca se convertía en un sistema de redistribución entre sus allegados del que tenemos fiel reflejo en la actividad artística y artesanal destinada al grupo dominante, que alcanza posiblemente su máximo esplendor en este refinado momento. Entre las divinidades tradicionales invocadas y celebradas por Amenofis, aparece ahora una abstracción solar, denominada Atón, que intenta sintetizar en una sola la enorme cantidad de divinidades astrales con las que el intelecto egipcio ha entrado en contacto como consecuencia de sus relaciones internacionales y que adquirirá una importancia inusual durante el reinado siguiente.
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Este período, que representó una época de dominación extranjera y el fin de lo que muchos historiadores denominan la Civilización China Clásica, es quizá la más conocida por el mundo occidental debido a las narraciones de viajeras occidentales que, como Marco Polo, quedaron asombrados por el modo de vida y la libertad de cultos existentes en China. Kublai Khan será el emperador más importante de este período de sincretismo religioso y cultural, pero que en realidad ocultaba el monopolio del poder por parte de la minoría mongola. Los mongoles gobernaron China durante casi cien años. Aunque los historiadores chinos consideran que el comienzo del imperio mongol o Yüan fue en 1279, había habido una dinastía mongol establecida en el norte de China desde la subida al trono de Kublai Khan, y desde 1263 fue Beijing, y no Karakorum, el centro mundial del poder mongol. Este periodo supuso un eclipse parcial de la civilización china, una temporal extinción de las actividades culturales asociadas a la administración imperial tradicional. La conquista de China es obra de Kublai (1215-1294), hijo de Tului y nieto de Gengis-Khan, quien inició el ataque a la China de la dinastía S´ung en 1259, si bien hasta final de la década de los sesenta no se realizaron campañas de envergadura aprovechando una serie de profundas crisis sociales chinas. Kublai se proclamó emperador en 1271 antes incluso de apoderarse de la capital song, Hangzhou, y del reino de los song del Sur (1276-79). Una vez conquistado el imperio chino fracasó en sus intentos de apoderarse del Japón (1274 y 1281), así como de dominar directamente el sudeste asiático, área en la que tuvieron una diversa fortuna, ya que el mar siempre fue un gran obstáculo para los pueblos de la estepa, al igual que la selva indochina era un marco poco accesible para la caballería mongola. Kublai se anexionó fácilmente el Reino de Pagán, en Birmania, y Yünnan, y logró que reconociesen su lejana soberanía el Reino de Champa y los Reinos siameses del Norte, Sukhotai y Lopburi, después de sus campañas de 1282 y 1288, si bien las fuerzas mongolas sufrieron cuantiosas perdidas por no estar acostumbradas a hacer frente a las tácticas guerrilleras. Fracasó estrepitosamente en su intenso de conquista de Java (1291-93). El dominio mongol en China se basó en la desconfianza hacia los pueblos sedentarios dominados, si bien se tuvieron que aceptar muchos de los métodos administrativos del secular funcionariado chino. La política mongola condujo a una auténtica segregación entre los mongoles, los chinos y las etnias no chinas. Los mongoles conservaron por vía hereditaria los cargos de dirección y los gobiernos provinciales, a la vez que se les reservaba una cuarta parte en los puestos del funcionariado, a pesar de su escasa preparación en comparación con los chinos. La prohibición de los matrimonios mixtos debía teóricamente asegurar este monopolio de funciones a la minoría mongol. La dinastía Yüan desarrolló una mayor fiscalidad que en épocas anteriores, sobre todo en las regiones marítimas y del Sur, pero supo cuidar y mantener la estabilidad interna de la sociedad china, lo que le valió el apoyo de los grandes propietarios. Si a esto añadimos la realización de grandes obras públicas, como el famoso canal imperial que unía el río Amarillo con Beijing, o la mejora de las comunicaciones internas, y la emisión de papel moneda de valor estable, se puede comprender la admiración que despertó en los viajeros occidentales que llegaron a China el reinado de Kublai. Viajeros como Marco Polo o Guillermo Robruck quedaron sorprendidos por la tolerancia religiosa de la dinastía mongol, la relativa seguridad del comercio terrestre y la amabilidad con que se trataba a los extranjeros, a pesar de que Kublai se había convertido al budismo, pero por superstición y para no ofender a las otras fuerzas divinas mantuvo la política de tolerancia religiosa, si bien de hecho no hizo más que continuar la política en esta materia que se había practicado en China durante el milenio anterior. El imperio yüan ya dio muestras de decadencia antes de la muerte de su fundador. La violencia de los primeros avances mongoles había empobrecido provincias enteras y mermado su población. Temür (1295-1307), nieto de Kublai, dirigió el gobierno con gran energía, pero sus sucesores fueron perdiendo el poder, entre otras cosas por su mediocridad, por los problemas sucesorios y sobre todo por mostrar más afición al harén y al vino que a arreglar los graves problemas de la sociedad. La oposición popular estuvo dirigida por una sociedad secreta conocida con el nombre de "El Loto Blanco", cuyas doctrinas eran una amalgama de las cosmologías budista y taoísta. El foco central de la oposición estaba en la cuenca del río Huai, escenario de repetidas hambrunas en la década 1350-60. Las autoridades aplastaron estos movimientos, pero surgieron otros en el valle del Yangtze. Toghan Temür (1333-1368) fue el último soberano mongol en China. No podo hacer frente al creciente empeoramiento de la economía, ni a las rebeliones populares que tienen como objetivos a los extranjeros establecidos en el país. El dirigente Chu Yüan Chang, antiguo monje, venció a las tropas mongolas, primero conquistó el sur de China y Pekín en 1368, teniendo que huir a Mongolia el último emperador de la dinastía Yüan. Una nueva época se iniciaba en China, la de la dinastía nacional de los Ming (1368-1644), cuyo ejército saqueó en 1372 Karakorum y persiguió a los restos de la horda mongola hasta el centro de Siberia. Casi cien años después de la conquista de China por los mongoles su dinastía desaparecía, demostrando que detrás de la leyenda, forjada esencialmente por los relatos de los viajeros occidentales, solo había el vacío.
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Esta dinastía china se denominó Yuan por el linaje que la gobernó, los mongoles, durante la segunda mitad del siglo XIII y la primera del XIV. Es una época floreciente para el arte chino en general, y para la pintura en particular, puesto que sus géneros y motivos decorativos influyeron a través del comercio no sólo en sus vecinos geográficos, como puede ser el arte del archipiélago japonés, sino en la misma Europa: la China Yuan es la China de Marco Polo y el Kublai Khan. El trato de favor que se dispensó durante esta época a los comerciantes venecianos como Polo permitió la introducción en Occidente de los principales inventos chinos, sedas, cerámicas y temas decorativos, mientras tenía lugar el final del Gótico y el comienzo del Renacimiento en Italia. En cambio, China jamás deseó adaptar ningún motivo extranjero a su cultura, que consideraba superior con diferencia a cualquier otra. El Arte del Pincel alcanzó un refinamiento exquisito gracias a la profesionalización de la pintura, que hasta ese momento había sido cultivada por cortesanos y la familia imperial, como aficionados. Los llamados Letrados Yuan son personajes cultísimos, monjes con frecuencia, que combinan la espiritualidad, la poesía, la caligrafía y la pintura. Su característica principal es el abandono de la policromía exultante del decorativismo palaciego en favor de una monocromía de sutiles gradaciones, más acorde con su sofisticada concepción pictórica. Sin embargo, este florecimiento se vio en parte dispersado a causa de los mongoles, que cerraron la academia y ejecutaron a los artistas afines al gobierno anterior. Los que huyeron se refugiaron en la antigua capital del sur, donde practicaron una pintura política: rebeldes, cada mañana pintaban una orquídea, el símbolo de China, lo individual y salvaje, un bambú, símbolo de la resistencia del espíritu, puesto que aunque haya tormenta el bambú se dobla, pero nunca se quiebra, y un pino solitario, enraizado en un roquedal árido. Así, lo que pudiera parecer una inocente pintura decorativa era en realidad un violento manifiesto político contra el invasor. Además, revalorizaron el estilo nacional del paisaje Song. Dentro del grupo de los rebeldes destacan los denominados Cuatro Grandes, los Yin Min: éstos eran Wu Zhen, autor de un precioso Album, especializado en la pintura de bambués, Ma Yuan y Xia Gui, fundadores de la escuela Ma-Xia, caracterizada por su visión en esquina del paisaje y de la composición, y Mi Fu. Muchos de los rebeldes pertenecían a las corrientes Chan de filosofía, que darán lugar a la escuela Zen en Japón. La escuela Chan significa literalmente la escuela de la meditación, y concibe la pintura como vehículo trascendental, religioso. El autor Chan más famoso fue Liang Kai. Al igual que los Cuatro Grandes, los Chan fueron perseguidos y tuvieron que trabajar en la clandestinidad o huir a Japón.
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A la fragmentación política de los Tres Reinos y las Seis Dinastías le sucedió una de las dinastías de mayor vigor histórico y artístico, heredera de la tradición Han: la dinastía Tang que se mantuvo en el poder durante casi cuatro siglos: 618-907. Sin embargo, de la fragmentación mencionada al brillo de la corte Tang, existió una dinastía considerada de transición entre ambos períodos con sólo treinta y seis años de duración pero sumamente fructíferos para el desarrollo posterior. La dinastía Sui, fundada por Yang Jian (c. 541-604) inició la unificación territorial del país teniendo como punto de partida los territorios del norte y como elemento aglutinador el budismo. En el año 583 Yang Jian trasladó la capital de nuevo a Chang'an, alternando períodos breves de Luoyang y Yangzhou para controlar su extenso imperio. Aunque la figura de Yang Jian no es comparable a la del primer emperador de China, Qinshi Huangdi, sí se pueden establecer ciertos paralelismos. Ambos unificaron y pacificaron un territorio dividido y en guerra; fueron promotores de grandes obras públicas como la Gran Muralla y el Gran Canal; sus dinastías fueron tan efímeras como sus reinados, dando paso tras su muerte a dos grandes dinastías: la Han, en el caso de Qinshi Huangdi, y la dinastía Tang, tras la muerte de Yang Jian. El emperador de Sui tuvo durante su reinado dos grandes preocupaciones: asentar sus victorias militares mediante la consolidación de las instituciones e intentar rehacer la economía tanto en el comercio (Gran Canal) como con la creación de inmensos graneros, reservas para tiempos inestables. Las instituciones del Estado fueron reformadas tomando como patrón las existentes en la dinastía Han, que es lo mismo que decir un renacimiento del confucionismo frente a la presencia budista. Se establecieron las ceremonias de antaño, se reeditaron los clásicos confucianos, y se amplió el sistema de exámenes dando una mayor oportunidad a aquellos aspirantes que no pertenecían a los shih. Sin embargo, todos estos cambios no dieron sus frutos en la dinastía Sui, sirviendo de punto de partida a la explosión de madurez de la cultura Tang. La economía basada en la agricultura y el comercio necesitaba nuevas vías de distribución, dada la importancia que había adquirido el sur sobre el norte por el aumento de cultivos, así como por ser camino obligado de las exóticas mercancías procedentes de los estados tributarios del sur (Vietnam, Thailandia...). Fueron creados en Luoyang y Chang'an graneros suficientemente grandes como para servir de despensa a su población, sistema que pronto se difundió por todo el territorio. Transportar del sur al norte mercancías y personas resultaba en aquella época un ingente esfuerzo, dada la larga distancia existente entre ambos puntos, así como la ausencia de una red viaria. Tomando como punto de partida la primera desviación del río realizada en tiempos de Qinshi Huangdi, Yang Jian se propuso realizar un canal, aprovechando y manipulando los cauces del río Yangzi y sus afluentes. En un recorrido de 1500 km el Gran Canal unió Zhe, localidad próxima a Beijing, con Hangzhou, pasando por Luoyang de donde partía una desviación a Chang' an. Con la dinastía mongola Yuan (1206-1368), el Gran Canal fue remodelado logrando una longitud total de 1800 km, constituyendo desde entonces la principal vía de comunicación entre el norte y el sur. Al igual que la Gran Muralla, la construcción del Gran Canal tuvo un coste político, económico y humano para la dinastía Sui. La ingente cantidad de personas que intervinieron en las obras tuvo que ser reclutada tanto del campesinado como del ejército, en un número cercano a los tres millones de personas. Cada grupo de cinco familias tenía que proporcionar un anciano, un niño o una mujer para transportar alimentos y bebidas a los obreros, vigilados día y noche por 50.000 soldados relevados de los puestos militares. Tal esfuerzo hizo que se agotaran los graneros ante la ausencia de mano de obra en el campo, lo que unido a una fuerte presión fiscal para financiar la obra provocó la sublevación popular que derrotó a la dinastía Sui. En el año 617 Li Yuan (566-635) consiguió pacificar el territorio, nombrándose emperador de una nueva dinastía, la Tang, con el nombre de reinado del emperador Ciaozu, el mismo que utilizara el primer emperador de la dinastía Han. Con ello quiso manifestar su deseo de entroncar con la antigua dinastía y continuar la idea imperial por ellos forjada. Su hijo Li Shimin (reinó entre 626 y 649), es considerado el iniciador de facto de la dinastía, que subió al trono tras asesinar a su hermano mayor, legítimo heredero. Li Shimin adoptó el nombre de Taizong, dándonos su reinado las pautas de la grandeza de la dinastía: el eclecticismo y la apertura a influencias extranjeras de todo tipo. A la China de la dinastía Tang llegaron gentes procedentes de toda Asia: estudiantes y monjes budistas de Corea y Japón; jefes de tribus turcas, khitanes y uighures; embajadores, artistas y músicos de los reinos de Asia Central; comerciantes de Samarkanda, Bokhara, India, Persia, Siria... Reflejo de este mosaico racial y cultural lo constituyó Chang' an (hoy Xian), capital de la dinastía, la ciudad más populosa del mundo con más de dos millones de habitantes y centro de irradiación cultural en toda Asia.El emperador Taizong consolidó y mejoró la estructura administrativa y política esbozada con los Sui, creando una administración pública poderosa, capaz de controlar todos los rincones del imperio. Para ello dividió el territorio en provincias, codificó nuevas leyes y destruyó el poder militar de los pueblos fronterizos, asegurándose así el control de las rutas comerciales. Chang' an fue un ejemplo de convivencia cultural y religiosa, permitiendo la existencia de centros de enseñanza y lugares de culto a todos los credos: budistas, maniqueos, nestorianos, musulmanes, confucianos y taoístas. Esta acertada política conllevó un renacimiento cultural sin precedentes, enriquecido por las aportaciones de todos los pueblos. Se desarrollaron nuevas artes tales como la poesía lírica y la pintura de paisaje; la arquitectura manifestó la grandeza del imperio, tanto en construcciones civiles como religiosas; la bonanza económica y el lujo de la vida cortesana se vio reflejado en una intensa actividad de las artes decorativas: cerámica, seda, orfebrería, laca .... Se descubrió la porcelana y la imprenta que ayudó a la extensión de la cultura y a la unificación cultural del país. Bien es cierto que los cuatro siglos de la dinastía Tang estuvieron jalonados de sucesos históricos que marcaron los distintos períodos: emperadores visionarios, golpes de Estado y crisis económicas azotaron intermitentemente al país sin conseguir romper la grandeza de la dinastía. Por primera vez en la historia china una mujer accede al trono imperial. Una concubina de Daizong logró que a su muerte, su hijo el emperador Gaosun (reinó entre 650 y 685), le otorgase el título de emperatriz viuda. No satisfecha con ello intrigó y asesinó a las facciones cortesanas opuestas a ella, proclamándose emperatriz en el año 683 y fundando una nueva dinastía. Reinó con el nombre de Wu Zetian del año 683 al 705, legitimando su mandato al considerarse la reencarnación de Maitreya, el Buda del Futuro. Wu Zetian trasladó la capital a Luoyang, enriqueciendo la ciudad con templos y palacios; a ella se debe la ampliación de las grutas budistas de Longmen y la reconstrucción del templo del Caballo Blanco. Su labor política estuvo marcada por falsas intrigas palaciegas y el desplazamiento del poder de las familias tradicionales en favor de nuevos talentos. A la edad de ochenta años sufrió un golpe de Estado que la obligó a abdicar, tomando de nuevo las riendas del imperio un sucesor de la casa reinante Tang: Xuanzong (713-755). Su reinado coincidió con uno de los momentos más brillantes de la dinastía por la prosperidad conseguida y el florecimiento de todas las artes. Su mandato imperial se inició con la destitución de Yang Gue Fei. Su belleza e inteligencia nublaron los ojos del emperador ya senil; donde él sólo veía disfrute y placer, ella veía poder para sus familiares y amigos. Se iniciaron revueltas en las fronteras, fortaleciéndose el poder de los jefes militares de las guarniciones, mientras que en la Corte sólo se atendía a la celebración de suntuosas fiestas en honor del emperador y su concubina. Uno de estos jefes militares, An Lushan, apoyado por sus tropas supo encontrar partidarios dentro de la corte para provocar el golpe de Estado que acabó con el reinado de Xuandong y la influencia de Yang Guei Fei. En el año 755 se inició la rebelión de An Lushan, apoderándose de la capital en el 756, lo que obligó no sólo al exilio del emperador sino al asesinato de la concubina y sus partidarios.La dictadura militar de An Lushan fue breve, pues murió asesinado en el 757, y sus seguidores aniquilados y alejados del poder en el 763. A partir de entonces y aunque se vuelva a restablecer el trono imperial, no alcanzaron las altas cotas de los años anteriores a la rebelión. Emperadores sin dotes de mando y organización, sublevaciones en las fronteras, que manifestaron la supremacía del poder militar sobre el civil, crisis económica... fueron mermando la unidad imperial hasta su total desintegración en el año 907, iniciándose un nuevo período de división en la historia china: las Cinco Dinastías (907-960). La historia popular ha visto la causa de la caída de la dinastía Tang en el edicto de prohibición y persecución del budismo del año 845, ordenado por el emperador Wazong. Según la misma, una divinidad budista tomó la revancha, sembrando el caos y destituyendo al último emperador.
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Afirma el Papiro Westcar que los tres primeros reyes de la V Dinastía (2463?2322) eran hijos del dios solar y de la mujer de un sacerdote de Re. Con esto, y según el modo egipcio de escribir la historia, se quiere significar que en tiempos de la nueva dinastía, el dios del sol se convirtió en rey del mundo. Nada seguro se sabe acerca del origen de los nuevos faraones, ni siquiera si estaban o no emparentados con los de la IV Dinastía; Manetho afirma que procedían de Elefantina. Tal vez sea cierto, pues no hay motivo para sospechar que el dato se haya inventado. El primer monarca de la familia, Userkaf (2463?2455), instaura la costumbre de que el rey construya un santuario a Re en la margen occidental del Nilo, en los alrededores de Abusir. La traza del monumento se basa en la idea de la colina ancestral, de la que emergió como primer punto de la creación, a partir del caos, un poste erguido. La versión pétrea de este poste será el obelisco, en cuya cima se posa el sol cada mañana. A su alrededor se construye un patio para los sacrificios. Nadie conoce los detalles del ritual; sólo sabemos que estos templos tienen desde este momento en la religión del Estado la misma significación que antaño habían tenido las pirámides. El dios Re es ahora el ordenador del mundo, el que al principio de todas las cosas dio las directrices -el maat- por las que el mundo había de regirse. El nuevo credo religioso tuvo profundas consecuencias. Al cesar el rey en su cometido de sostén del mundo, ya no hacía falta que sus colaboradores fuesen príncipes de sangre real, y de hecho la mayoría ya no lo son. Los dioses locales, que antes reflejaban la fisonomía del rey-dios, se independizan y convierten en poderosas divinidades, sólo supeditadas a Re como señor supremo. Así, por ejemplo, Ptah, el dios local de los artesanos menfitas, se convierte en dios de la creación cósmica, y los nombres personales derivados del suyo van siendo cada vez más frecuentes. El Estado conserva, en lo fundamental, su antiguo aspecto exterior, pero en su seno están germinando las semillas de muchas novedades. El culto de Re no sólo minó los fundamentos del concepto tradicional del Estado, sino que fomentó una visión del mundo que apuntaba ya en la mastaba de Nefermaat y en sus coetáneas de Meidum, pero que sólo ahora es llevada a sus últimas consecuencias: se trata de la visión complacida y regocijada de todos los bienes que rodean al hombre en la tierra merced a la acción bienhechora del sol, esto es, de Re. Sólo un cabo quedaba por atar en esta risueña concepción del mundo: ¿qué pasaba con los muertos? Antes, el faraón difunto se identificaba con Osiris y mantenía el orden y la tranquilidad en aquel mundo, como primero lo había hecho en el de los vivos; pero aunque el sol se sumergiese de noche en el reino de las sombras, tenía que abandonarlo al amanecer, para su celeste recorrido diurno, dejando a los muertos a merced de los poderes del caos. Esta era una deficiencia que había que subsanar y que paulatinamente, hacia el final de la dinastía, fue remediada, con perjuicio para Re, con el culto de Osiris. En efecto, los dos últimos faraones de la Dinastía V -Asosi y Unas- ya no edifican santuarios de Re, y Unas es el primero en grabar en los muros de su modesta pirámide de Sakkara los textos del ritual funerario propio de las personas reales conocidos hoy como "Textos de las Pirámides". Lo mismo harán los cuatro primeros reyes de la VI Dinastía y las tres esposas de uno de ellos, Pepi II. ¿Qué son estos textos? Materialmente los integran más de 700 pasajes, de extensión desigual, que requieren unas 4.000 columnas de bien trazados jeroglíficos. En ellos se encierra una retahíla de jaculatorias, recitadas en el entierro del rey y que permitirán a éste alcanzar una nueva vida en el Más Allá. Las dificultades de interpretación que estos textos encierran para los exégetas modernos dimanan de que aun tratándose de una especie de drama mitológico, no hacen referencia alguna a la acción, sino que reproducen simplemente las palabras que en el curso de la misma se pronunciaban. En general, parece que el fondo del mito era la muerte de un dios de la fertilidad, que se transformaba en deidad femenina y volvía a nacer de ésta. La correlación con el mito de Osiris es patente. Pero aun así, Re no fue desplazado, ya que siguió siendo considerado padre del faraón, y como tal, situando a éste, a su muerte, entre las estrellas del firmamento. Aunque no se sepa con certeza, es probable, dada la propensión de los egipcios a contemplar el otro mundo como trasunto de éste, que los mortales que habían vivido conforme al orden social establecido (decimos social y no moral), confiasen también en alcanzar la inmortalidad en tanto que súbditos del faraón, esto es, siendo juzgados por éste, labrando sus tierras, sirviéndole de remeros en sus naves solar y lunar, llevando sus armas: en suma, reiterando los servicios que aquí le habían prestado a lo largo de su vida.
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La extinción de la Dinastía XVIII se vio acompañada de grandes pérdidas territoriales en Asia, a beneficio de los hititas de Shubiluliuma, y de una confusa situación en el interior, provocada, en primer lugar, por la herejía de Amarna, y después, por la reacción contra la misma. Las convulsiones de esta crisis habían diezmado hasta tal punto al personal capacitado para la administración de las finanzas y de la justicia, víctima de las depuraciones efectuadas primero por los seguidores de Amenofis IV y más tarde por sus detractores, que Horemheb, generalísimo del Ejército y después faraón (1332-1306), pasó grandes apuros para volver a poner en marcha aquellos órganos de la vida del país. La arquitectura y las artes plásticas no se vieron afectadas en igual medida, por la actitud neutral que la mayoría de los artistas asumió; pero otras esferas de la cultura, donde los sacerdotes y sus escuelas tenían gran peso, experimentaron un bajón del que Egipto no se recuperó nunca más. La facultad de pensar con independencia, de confiar en la razón como instrumento primordial para el dominio del hombre sobre el cosmos, se vio suplantada por la fe ciega en las fórmulas rituales, en la magia, en los poderes ocultos, en todo lo que mantiene a los pueblos atados a la superstición y a la ignorancia. Ello explica el ritmo lento con que en adelante van a evolucionar las cosas. Cierto que Egipto había sido siempre un país de espíritu marcadamente conservador, pero el inmovilismo y el tradicionalismo que los Ramesidas fomentan, sin duda con el apoyo y el aplauso de una gran parte de sus súbditos, da a la cultura egipcia de la época -una época de cerca de tres siglos de duración- una fisonomía casi única en la historia. Dada su extracción, no es de extrañar que Horemheb colocase a sus compañeros del Ejército en los puestos de confianza. Los nombres de estas personas, y sobre todo los de sus padres, indican que muy a menudo eran de origen extranjero, y en su mayoría de raza semítica -historias como la de José y la de Moisés debieron de ser frecuentes-. En este círculo de amistades, y probablemente entre estas familias de extranjeros establecidas de tiempo atrás en las ciudades del Delta -Tanis en el presente caso-, eligió también Horemheb a su sucesor, Ramsés I, con el que no le unía parentesco alguno. El elegido debía de ser hombre de edad avanzada, pues no reinó más que dos años, suficientes, sin embargo, para fundar una nueva dinastía, en la que destacaron eminentes figuras: primero su hijo, Seti I (1305-1290 a. C.); después, su nieto, Ramsés II (1290-1224), cuyo reinado llena la mayor parte del siglo XIII a. C. A estos sucederían otros, y aún otros después, que sin llevar su sangre asumirían respetuosos el prestigioso nombre de Ramsés. La capital del país vuelve a radicar en Menfis, donde se hallaba de guarnición el grueso del Ejército, y donde los faraones, como generalísimos del mismo antes que otra cosa, se sentían más seguros. Pero Tebas no dejará por ello de ser objeto de numerosas, grandes y continuas atenciones, y eso sin contar con el supremo privilegio de que los faraones sigan enterrándose en ella y construyendo allí sus templos funerarios, de cuya importancia económica sería ocioso hablar. No; los tebanos no tendrán motivo de descontento, y menos aún si consideran la conveniencia de que el faraón se encuentre próximo al teatro de los más graves acontecimientos cada vez que éstos se produzcan. Pero aun así, los sacerdotes de Amón, no contentos con haber recobrado todas sus prerrogativas, pretendieron incrementarlas, lo que dio ánimos a Seti I para construir en Abydos, como obra suya, un templo con poder económico suficiente para contrarrestar el peso de Karnak y el de todos los templos funerarios de otros faraones, dependientes de aquél. Así iniciaba el rey un doble movimiento: el de conversión de los templos en centros de poder económico, y el de servirse de ellos en los conflictos de política interior. Con el faraón como árbitro, la lucha por el poder se polariza entre dos estamentos sociales, el de los sacerdotes y el de los militares, bien situados ambos en sus respectivas posiciones. En el terreno espiritual la intransigencia y el rigor de los primeros se enfrentará a las concepciones liberales -sobre todo en lo religioso- de estos últimos. Para éstos, que cuentan con el apoyo y la simpatía del rey, los monumentos pertenecen a la esfera de lo profano, y sus restauraciones tienen un carácter más secular que religioso, como si el ocuparse de ellos fuese más una competencia de arqueólogo que de sacerdote. Las tumbas privadas seguirán representando escenas y memorias autobiográficas, según los criterios y el estilo de la etapa precedente; pero ya desde la época final de Ramsés II se advierten signos de una nueva orientación y de las restricciones impuestas a la libertad de expresión. Es evidente que los sacerdotes no sólo se han adueñado del poder político, sino que, mediante un código de rígidos dogmas, han adquirido también un dominio absoluto sobre las almas. Como consecuencia de ello, el repertorio de los decoradores de las tumbas se ve reducido a transportar a ellas los pasajes pertinentes del Libro de los Muertos y las escenas rituales de sacrificios, transfiguraciones y desfiles de dioses. Como dato muy elocuente de hasta dónde llegó la represión, baste decir que las bailarinas desnudas que alegraban algunas tumbas del pasado fueron púdicamente dotadas de vestidos pintados encima. El poder de los sacerdotes llegaría al extremo de hacer hereditarios sus puestos, por lo que en Tebas el sumo sacerdocio llegó a ser equiparado al rey durante toda la XXI Dinastía. Por muy estable que fuese la visión del arte, ya se comprende que una época de cinco siglos -de mediados del XVI a mediados del X a. C.- es demasiado prolongada para que a lo largo de ella no se hiciesen sentir movimientos y modas diferentes. De ahí que aun procurando ofrecer una visión de conjunto, hayamos de hacer algunos incisos.
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