Compartir


Datos principales


Rango

Segunda Mitad II Mil

Desarrollo


Tras una veintena de años de reinado murió Ahmosis, el fundador de la dinastía XVIII. Su hijo Amenofis I le sucedió hacia 1550 y murió en torno a 1525. (Cabe la posibilidad de que la cronología correcta sea la que rebaja unos 25 años la tradicional aquí recogida, pues ésta se basa en una observación sotíaca desde Menfis, cuando lo correcto habría de ser la observación del fenómeno astral desde Tebas). Se puede destacar en primera instancia la ausencia de alteraciones en la sucesión dinástica, debido a la solidez del poder centralizado, lo que diferencia radicalmente el tránsito hacia la restauración en el Primer y el Segundo Período Intermedio. En realidad, ambos períodos no tienen en común más que la denominación que se les ha atribuido, pues no existe interrupción en el gobierno, sino fragmentación geográfica, en la que las aristocracias territoriales no juegan ya un papel relevante. La reunificación consistió en eliminar la dinastía hicsa de Avaris y la reincorporación de Nubia; por ello Tebas pudo mantener la capitalidad, frente a lo que había ocurrido con la XI dinastía que, procediendo de Tebas, mantuvo como residencia real a Menfis. La justificación habitual que se esgrime para explicar la residencia de la corte en Tebas es su mejor posición para controlar las campañas nubias. Sin embargo, la política exterior de las dinastías XVIII y XIX está mucho más caracterizada por la actividad bélica en Asia, lo cual hubiera requerido la presencia de la capital más al norte, exactamente como ocurre durante la dinastía XIX.

En consecuencia, las razones por las cuales la dinastía XVIII mantiene la capital en Tebas han de ser de índole diferente, aunque nos sea desconocida. Amenofis I amplía el escenario militar egipcio por el Próximo Oriente y alcanza según algunos documentos el reino de Naharin, junto al Éufrates, inaugurando así un procedimiento de recaudación tributaria que se reproduce anualmente con una expedición organizada a tal efecto, pero que no consolida el dominio territorial -puesto que no lo pretende- ni garantiza la percepción de los impuestos si no es mediante este costoso sistema que permite, no obstante, presentarlo en los anales como un triunfo militar extraordinario. De esta manera se comprende bien la reiteración de expediciones idénticas que dan la impresión de absoluta inutilidad por su frecuencia y que son comunes a todos los grandes estados de la época. Por otra parte, Amenofis I continúa la tarea de embellecimiento monumental de la capital del estado y la reorganización administrativa emprendida por Ahmosis, que tenía como objetivo la consolidación de un aparato burocrático eficaz, frente al sistema de aristocracias locales, y un ejército potente vinculado directamente a la persona del faraón. Amenofis muere sin descendencia por lo que le sucede Tutmosis, un brillante militar, casado con una hermana del difunto monarca. Las referencias epigráficas a las damas reales parecen reflejar un cambio de actitud en la corte, que admite abiertamente la influencia real que éstas ejercen en las relaciones no sólo familiares, sino también políticas.

Se atribuye a esta nueva conducta la posibilidad de que una mujer acceda al trono, como habría de ocurrir próximamente con la reina Hatshepsut. Sin embargo, no podemos asegurar que haya una modificación conductual, pues es igualmente plausible que no se trate más que del reconocimiento público de lo que venía ocurriendo en las relaciones cortesanas desde mucho tiempo atrás, por más que los estudiosos otorguen un papel especialmente destacado a las mujeres de la familia real entre finales de la dinastía XVII y los primeros faraones de la XVIII. En cualquier caso, en sus trece anos de reinado mantuvo una política de relaciones exteriores similar a la de sus predecesores, con las consabidas campañas en Nubia, hasta la tercera catarata, y en Asia, que le condujeron hasta el Éufrates. Con él se consolida la monarquía militar, es decir, la que sustenta una buena parte de sus ingresos en la actividad bélica, con las consiguientes repercusiones en el sistema organizativo del estado. Además es el primer faraón que se hace enterrar en el Valle de los Reyes, que se mantendrá como necrópolis faraónica a lo largo de todo el Imperio, abandonando así el tradicional ritual funerario caracterizado por la construcción piramidal. Desconocemos las razones del cambio, pero la constatación de la accesibilidad de las tumbas reales pudo no ser ajena al deseo de ocultar la momia en cuevas artificiales construidas en las rocosas paredes del desierto situado en la margen izquierda del Nilo a la altura de Tebas.

El templo funerario se mantenía en el valle, donde vivió el cuerpo sacerdotal encargado de preservar el culto del divino monarca, pero se rompía así la conexión entre el templo funerario y la tumba que había sido el fundamento del espacio funerario durante los Reinos Antiguo y Medio. Ahora la topografía funeraria quedaría configurada en torno a los vértices compuestos por los templos de Luxor y Karnak en la margen derecha y por los templos funerarios y las tumbas en la izquierda. Tutmosis II, hijo del faraón anterior, ascendió al trono hacia 1494 y permanece en él unos cuatro años. Nada hay especialmente destacable en su reinado, aunque su muerte sin descendencia legítima genera uno de los problemas sucesorios más llamativos de la historia egipcia. Había tenido un hijo de una concubina, el futuro Tutmosis III, que probablemente es coronado oficialmente en 1490, siendo aún niño. Por esta razón, la esposa real, Hatshepsut, ejerce la regencia durante los dos primeros años, pero después adopta nomenclatura regia, con el nombre femenino de Horus y el de las diosas protectoras del Alto y del Bajo Egipto, y elabora un sistema explicativo de carácter teosófico para justificar su derecho al trono. Sin duda, el alto clero de Amón favoreció las pretensiones de la reina, convertida ahora en monarca absoluta. Durante su reinado en solitario se reducen las campañas militares (quizá no tanto por una pretendida sensibilidad femenina, sino por su dificultad para afrontar con éxito la comandancia militar).

En contrapartida se abre la ruta del Punt, tal y como queda narrado en su templo funerario de Deir el-Bahari, construido por su favorito Senenmut. Esta vieja ruta, conocida desde el Reino Antiguo, pudo haber quedado interrumpida, pues no tenemos noticias de actividad durante el Reino Medio. Curiosamente, en la descripción de Hatshepsut la aportación egipcia, fundamentalmente de armas, es designada como regalos, mientras que se considera como tributo aquello que se entrega como contrapartida, es decir, el incienso, la mirra, maderas preciosas, marfil, animales y esclavos. La destacada posición que la expedición al Punt tiene en el templo de Deir el-Bahari parece reflejo de la importancia económica que jugó en el proceso acumulativo del estado para afrontar los gastos de la construcción de monumentos, como los obeliscos y su capilla en el templo de Karnak, y de la restauración de edificios que lleva a cabo. La valoración correcta del reinado de Hatshepsut es difícil, habida cuenta de la escasa ponderación de los juicios de valor emitidos. La camarilla de la que estuvo rodeada no difiere en nada del séquito que acompañaba a los demás faraones, sin embargo, los más allegados de la reina reciben con la bibliografía moderna la denominación de validos, termino peyorativo que no se atribuye mas que en virtud del sexo del gobernante. Por otra parte, se ha pretendido extrapolar la importancia del papel de la mujer en la sociedad egipcia basándose en la historia personal de Hatshepsut.

Sin embargo, no se debe olvidar que ésta en realidad fue un rey -legitimado por el propio Amón- de sexo femenino, como ponen de manifiesto los atributos masculinos exhibidos en sus representaciones iconográficas. Su joven esposo, Tutmosis III, ensombrecido por su viril esposa, procedió a una sistemática damnatio memoriae contra su mujer y su camarilla cuando quedó viudo. Probablemente la eliminación del recuerdo responde a un deseo personal del joven monarca, como consecuencia de las humillaciones padecidas, y no tanto a un deber religioso por el supuesto exceso cometido contra Maat por la recia Hatshepsut. Tras unos veinte años de reinado, Tutmosis III accede al gobierno en solitario, que sufre un viraje radical. El nuevo faraón se convierte en el campeón de la política expansionista y uno de los grandes constructores de la dinastía. Rompiendo con la inactividad militar de su esposa en Asia, Tutmosis dirige una campaña contra Meggido para acabar con una coalición de príncipes sirio-palestinos, la primera de las frecuentísimas que tendrán lugar en los sucesivos veinte años, que provocarán el enfrentamiento directo de las tropas egipcias con la gran potencia de la época, el Imperio de Mitanni. Las campañas quedaron registradas en una especie de "Anales", que demuestran el surgimiento de una mentalidad histórica en la corte faraónica. Con Tutmosis, Egipto afianza su presencia en Asia y, al mismo tiempo, integra definitivamente los territorios comprendidos entre la primera y la cuarta cataratas del Nilo.

Los tributos afluyen de todas partes y el templo de Amón en Karnak se convierte en el máximo beneficiario de la política expansiva, aunque la generosidad del monarca alcanza también a los grandes dignatarios, como se aprecia en las tumbas de los nobles. Nunca antes Egipto había sido recipiendario de tanta riqueza exterior. En torno a 1431, se produce la muerte de Tutmosis, que había logrado una posición excepcional para Egipto en las relaciones internacionales. Su hijo y sucesor, Amenofis II, mantiene la situación del estado, aunque su propaganda no está tan orientada hacia las glorias militares como a sus personales éxitos atléticos. Tras una veintena de años de reinado fue sucedido por su hijo Tutmosis IV, que en sus ocho años al frente del estado no hace más que continuar las directrices políticas trazadas por sus predecesores. Sin embargo, las campañas exteriores se ven prácticamente interrumpidas durante el reinado del faraón Amenofis III, que accede al trono hacia 1402. Éste procura mantener en Asia su preponderancia a través de una intensa actividad diplomática -parcialmente conocida por la correspondencia amárnica- y de matrimonios dinásticos, pero al final de su reinado la influencia hitita va ganando terreno en detrimento de los intereses egipcios. No obstante, consigue afianzar los lazos comerciales tradicionales, entre los que no es el menos importante el que conduce al Egeo.

De hecho, si las relaciones con el ambiente creto-micénico son antiguas, con Amenofis III se multiplica la presencia del nombre del monarca en Creta, Micenas, Etolia, así como en Anatolia, Babilonia, Assur, Yemen, etc. Las extraordinarias riquezas acumuladas por Egipto le permitieron afrontar innumerables obras (de su templo funerario no se conservan más que las estatuas sedentes llamadas los Colosos de Memnón), al tiempo que el evergetismo del monarca se convertía en un sistema de redistribución entre sus allegados del que tenemos fiel reflejo en la actividad artística y artesanal destinada al grupo dominante, que alcanza posiblemente su máximo esplendor en este refinado momento. Entre las divinidades tradicionales invocadas y celebradas por Amenofis, aparece ahora una abstracción solar, denominada Atón, que intenta sintetizar en una sola la enorme cantidad de divinidades astrales con las que el intelecto egipcio ha entrado en contacto como consecuencia de sus relaciones internacionales y que adquirirá una importancia inusual durante el reinado siguiente.

Obras relacionadas


Contenidos relacionados