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Personaje
Científico
Literato
Diceraco se formó en el Liceo, la escuela que Aristóteles fundó en Atenas. Allí se relacionó con Teofrasto y se interesó por los asuntos relacionados con la moralidad. Sin embrago, su faceta más popular será la de geógrafo y cartógrafo, realizando una serie de mapas y descripciones donde presenta el mundo conocido hasta la época. Esta información será de vital importancia para las campañas de Alejandro. Menos conocida será la publicación de su "Historia de Grecia".
Personaje
Literato
Vivió una infancia dura que le obligó a servir como criado en una fábrica de tintes para calzado. Sin embargo, una herencia que le permitió matricularse en un colegio de Hampestead Road. En 1827 abandona los estudios para trabajar como secretario de un abogado, pero es un año después cuando descubre su vocación como periodista. Dentro de este oficio tuvo que asistir a las sesiones del Parlamento, hecho que le serviría años después para agudizar su sentido descriptivo. Sus representaciones de las escenas cotidianas y su estilo narrativo rápidamente le convirtieron en un autor de éxito. Sin duda, por su difícil niñez y las situaciones vividas era un profundo conocedor de las condiciones sociales de la época y la explotación de los menores. "Los papeles póstumos del Club Pickwick" de 1834 es su primera novela. Publicada por entregas, se distingue del resto de su producción literaria por su optimismo y sentido del humor. Esta obra fue traducida del francés al español por Benito Pérez Galdós, gran admirador de Dickens. Su relación de obras se completa con "Nicolás Nickleby" de 1838, "Almacén de antigüedades", "Dombey e Hijo" y "La pequeña Dorrit", "Grandes esperanzas" y sus famosos "Cuentos de Navidad" entre otras obras. Pero sus libros más destacados por la parte autobiográfica que de ellos se desprende son "Oliver Twist" y "David Copperfield" (1849-1850).
acepcion
En tiempos de los romanos, era el magistrado supremo y temporal que gobernaba con plenos poderes en épocas de inestabilidad para la República. Julio César llevó el título de "dictador perpetuo". Este término se ha mantenido hasta la actualidad para designar a aquellos políticos que ejercen su poder sin ningún tipo de limitación.
contexto
El retorno de César probablemente había creado múltiples expectativas entre los populares y la plebe, puesto que la victoria de su líder haría posible una política revolucionaria que implicase los puntos que, tradicionalmente, habían constituido sus aspiraciones: reparto de las tierras tras la confiscación, abolición de las deudas... También, sin duda, los senadores partidarios de Pompeyo temerían las medidas de proscripción que cabía esperar de un dictador cuyo régimen comenzaba como consecuencia del triunfo de su bando en una guerra civil. Pero las intenciones de César, a juzgar por sus actos, no respondían ni a las demandas de unos ni a los temores de otros. La reforma de la República (apenas delineada y sólo parcialmente realizada antes del atentado de los idus de marzo) pretendía ser una política estatal que superase la idea de partidos. Después de muchos años de políticos pro-nobilitas, con alternancia de políticos populares, César aparecía como un político consciente y atípico, realista y eficaz, pero en ningún modo revolucionario. Así, algunos populares se vieron decepcionados porque advertían la independencia de César de los vínculos del partido popular. Algunos de estos personajes, oficiales con ambiciones frustradas o simplemente resentidos, participaron en la conjura con la que se selló su muerte. Los senadores que habían apoyado a Pompeyo fueron sencillamente perdonados. La clemencia de César permitió que algunos de éstos le brindaran su apoyo en mayor o menor grado. Entre ellos, Cicerón, que había acompañado a Pompeyo a Farsalia aunque, justo es decirlo, con tantas incertidumbres y vacilaciones que debió resultar incómodo a su compañero Pompeyo. Cicerón pronunció en el 46 a.C. un discurso de adulación, el Pro Marcello, en el que llegó a esbozar una especie de programa político para César, pero la visión política de éste superaba la de Cicerón. La magnanimidad de César fue, en otros casos, considerada un signo de debilidad por algunos de estos orgullosos aristócratas. Una de las contradicciones que, sin duda, César calculó pero que no pudo evitar, fue su designación como dictador. Primero por un año, después, a partir del 46, se prolongó por un período de diez años más y, en el 44, fue designado dictador vitalicio. El cargo era un arma que podría ser utilizada por sus enemigos contra él y César era consciente de ello, pero su programa de reformas implicaba la necesidad de controlar la maquinaria política: promover leyes, designar gobernadores y ostentar el poder ejecutivo. Esta es la razón por la que se tramó su muerte y no la idea, bastante extendida, de que intentase convertir a Roma en una monarquía. Ciertamente, los poderes de un dictador no eran menores que los de un monarca (aunque tampoco lo eran los que algunos cónsules habían ejercido en la práctica), pero César no contempló la posibilidad de que tales poderes fueran hereditarios. En los pocos años que tuvo aún de vida, César procedió a adoptar algunas medidas trascendentales. Una de ellas fue la concesión de la ciudadanía romana a toda la Galia Cisalpina, así como a otras ciudades galas e hispanas. Roma comienza a perfilarse no como la base del Imperio, sino como su capital. Emprendió también su amplio proyecto de creación de colonias fuera de Italia en las que no sólo se establecieron sus veteranos, sino muchos ciudadanos pobres. En su ley agraria contemplaba que todo proletario padre de tres hijos, recibiera un lote de ager publicus de dos hectáreas y media de terreno fértil. Esta medida tuvo una serie de consecuencias importantes: restauró la agricultura, alivió la presión de las masas urbanas, aumentó el potencial humano en Italia y, combinada con el aumento del número de ciudadanos, se amplió considerablemente la base de reclutamiento de los cuerpos legionarios. Supuso, además, un ahorro en la distribución del grano público ya que el número de beneficiarios se redujo considerablemente. Si estas medidas modificaron la base popular, el aumento del número de senadores de 600 a 900, con la incorporación en el Senado de muchos provinciales y caballeros acaudalados italianos, sin duda también incidió en la composición del equipo gobernante. Se incrementó el número de magistrados para el gobierno de las provincias: los cuestores pasaron de ser 40 y los pretores 16. Tomó también medidas que limitaran el gran capital de las sociedades de publicanos y de los comerciantes, controlando los créditos y la circulación monetaria, limitando la tesaurización de los beneficios mediante la obligación de invertir en tierras itálicas y restaurando en parte el pago de aduanas para las importaciones itálicas. Otras medidas de importancia fueron las que limitaban el derecho de asociación, puesto que algunos collegia o asociaciones no eran sino focos de disturbios políticos, y la reforma del calendario que es, en esencia, nuestro calendario actual. Otra leyes menores fueron las destinadas a estimular el matrimonio y la natalidad, la regulación de las deudas, el pago de los alquileres. . .Su obra quedó truncada cuando, el 15 de marzo del año 44, César fue asesinado en la Curia por un grupo de conspiradores entre los que se encontraban antiguos pompeyanos, como Marco Bruto, oligarcas y defensores de la dignidad de su orden, cesarianos decepcionados y enemigos personales. El partido cesariano sobrevivió a la muerte de César bajo la guía, inicialmente, de Marco Antonio. Cuando surgió el nuevo líder, Octavio Augusto, éste había aprendido ya de la experiencia de César. No cometería el error de proclamarse dictador, sino de aceptar del Senado el título de princeps, aun cuando la diferencia fuera tan sutil que resulta imperceptible y, sobre todo, no haría uso de la tan elogiada pero peligrosa clemencia de César hacia sus adversarios. Su obra supondrá la culminación de la emprendida por César y la definitiva transformación del Estado romano.
contexto
Durante el período de las guerra sociales, Roma se había visto obligada a disminuir el control político sobre las fronteras de su imperio, ocasión que Mitrídates, rey del Ponto, aprovechó para desarrollar una política de expansión en Oriente que, en el 88 a.C., condujo a una situación de abierta hostilidad con Roma. Sila, que en el mismo año había sido designado cónsul, lógicamente fue el encargado de dirigir las operaciones militares. Pero el tribuno de la plebe P. Sulpicio Rufo hizo de portavoz del sentimiento popular y propuso que se confiara la empresa a Mario. Esta decisión se justificaba por el hecho de que de nuevo se había renovado la alianza entre el sector popular y gran parte del orden ecuestre. Éstos sin duda convencidos de que Mario era más seguro a la hora de defender sus intereses en Oriente. La acción de Sulpicio Rufo había propiciado esta situación. Como tribuno de la plebe había propuesto que los nuevos ciudadanos romanos participaran sin condiciones en los Comitia tributa y fueran incluidos en las 35 tribus existentes. Esta medida suponía una instrumentalización de la plebe, pues al lograr que estos nuevos ciudadanos tuvieran una mayor incidencia en las decisiones de los comicios era prácticamente seguro que se votaría la designación de Mario, que aún gozaba de gran aquiescencia entre el pueblo, como general del ejército romano en la guerra contra Mitrídates. Además, para reforzar la alianza con los caballeros, Sulpicio presentó un proyecto de ley que preveía duras sanciones contra los senadores endeudados, lo que evidentemente redundaba en favor de los caballeros, que eran los prestamistas. La presentación de estos proyectos desencadeno grandes disturbios en Roma. Aunque los cónsules decretaron un iustitium que suponía la paralización de todas las actividades públicas, la asamblea fue convocada y, al intentar los cónsules impedir su celebración, estalló un violento enfrentamiento que obligó a Sila a huir a Nola, donde estaban acampadas las tropas que debía conducir contra Mitrídates. En este momento se produjo uno de los hechos que imprimirán una profunda huella en la historia posterior de Roma y que podríamos calificar de revolucionario. Si la violación de la legalidad constitucional de Sulpicio Rufo, apoyado por Mario, contaba con numerosos precedentes desde la época de los Gracos, la reacción de Sila no tenía precedentes de ningún tipo. Fue muy fácil para Sila hacer creer al ejército asentado en Nola que si Mario dirigía las operaciones en el Ponto, éste contaría para la expedición con otras tropas y ellos perderían toda esperanza de participar en el botín de la nueva guerra. Este nuevo ejército, proletarizado y falto de ideales patrióticos, se prestó compacto -salvo los oficiales- a apoyar la decisión de Sila. En este mismo año, 88 a.C., Sila avanzó al frente del ejército desde Campania contra Roma, decidido a restablecer la estabilidad de la República -convicción que sin duda tenía y que venia a justificar su acción- y terminar con la demagogia popular. Sila controló inmediatamente la situación y, respaldado por la nobilitas, obtuvo del Senado una serie de decretos que consolidaban su posición. Al mismo tiempo, tanto Sulpicio Rufo como Mario y un grupo de destacados seguidores, fueron declarados enemigos públicos y los proyectos legales impulsados por Sulpicio fueron abolidos. Sulpicio fue asesinado y Mario consiguió huir a África. Las competencias de los Concilia plebis tributa fueron sumamente reducidas ya que las Leges Corneliae Pompeiae trasladaron prácticamente todas las competencias legislativas a los comicios centuriados, en un intento de conservar el orden atacando directamente lo que él consideraba el origen de los problemas. Además limitó el derecho que los tribunos de la plebe tenían para intervenir en contra de las decisiones públicas -ius intercessionis-. Al mismo tiempo, obligaba a éstos a someter sus proyectos de ley a la apreciación del Senado. Con estas medidas preventivas Sila consideraba salvaguardado el orden institucional, al menos durante el tiempo que él permaneciera en Oriente librando la guerra contra Mitrídates.Lo que no consiguió Sila fue dejar en Roma a dos cónsules adictos para el 87. Uno de ellos, C. Octavio, era un hombre de Sila, mientras que el otro, L. Cornelio Cinna, era manifiestamente contrario. Para evitar que pudieran repetirse nuevos golpes de mano, dejó el control militar de Italia a Pompeyo Rufo, acantonando las tropas de Italia lejos de la Urbs, lo que resultó una esperanza falaz. En palabras de Syme, el drama de Sila fue "no poder abolir el propio ejemplo". Antes de partir hacia Oriente Sila hizo jurar a Cinna el respeto al ordenamiento que había establecido, en un intento más de evitar la quiebra del orden establecido. Pero tales juramentos se desvanecieron rápidamente. Pompeyo Rufo murió en un motín que estalló entre las tropas asentadas en el Piceno. Cinna, por su parte, adoptó como primera medida el proyecto de Sulpicio Rufo que repartía a los ciudadanos itálicos en el conjunto de las 35 tribus. Las asambleas de la plebe eran el instrumento que sistemáticamente había servido a los intereses de los populares en su política frecuentemente demagógica y era imprescindible para Cinna restituir su capacidad de acción. Al mismo tiempo, decidió amnistiar a los exiliados por Sila. De nuevo estalló la revuelta y el enfrentamiento entre los dos cónsules y el Senado que apoyaba a Cneo Octavio. Éste expulso a Cinna de Roma y le desposeyó de la magistratura consular. Cinna huyó a Nola y organizó en torno a él un contingente militar nutrido fundamentalmente por itálicos. Mario volvió a Italia y reclutó tropas en Etruria. Ambos ejércitos rodearon Roma, Cinna desde el Sur y Mario por el Norte, mientras el Senado se preparaba a defender la ciudad con los efectivos que Estrabón había conducido desde el Piceno. Una primera batalla, sobre el Janículo, dio la victoria a Mario. Toda resistencia era inútil. Cinna y Mario entraron en Roma triunfalmente y se dividieron el consulado. La intención de Mario era partir lo antes posible a Oriente para quitar a Sila el mando del ejército, pero muy poco tiempo después cayó enfermo y murió. Durante tres años, desde el 86 al 84, Cinna llevó las riendas del poder, como cónsul. Su política constituyó un intento fallido de reconciliación de todos los órdenes y de las más opuestas facciones. Tomó medidas como la condonación de las deudas, que eran eminentemente populares y que afectaban, en ese momento, también a muchos senadores frecuentemente endeudados con los caballeros. Pero las victorias de Sila en Oriente llegaban a Roma como amenazas para Cinna. Se preveía el inminente final de las operaciones y la imagen de un Sila triunfante entrando en Roma hacía muy difícil la resistencia de Cinna a soltar el poder. Estas dificultades se hicieron patentes cuando en el 85 a.C. Cinna y su colega en el consulado, Papirio Carbón, se aprestaran a preparar la defensa de Italia y rechazar a Sila, que se disponía a regresar. En un motín del ejército, que se negaba a ser trasladado al Adriático con la misión de frenar el avance de Sila, murió el propio Cinna. Papirio Carbón y el hijo de Mario siguieron en su empeño de reclutar tropas entre los veteranos de Mario y entre los lucanios y samnitas que habían sido duramente castigados por Sila durante la guerra social. Sila desembarcó en Brindisi en el año 83 a.C. y su avance hacia Roma, aunque lento, era inexorable. La batalla decisiva tuvo lugar ante los muros de Roma, en Porta Colina, en noviembre del 82. Cuando Sila entró en Roma se propuso la reforma del Estado en el plano político-constitucional, restablecer y consolidar el orden republicano y fortalecer las instituciones, evitando que el Estado dependiera de las decisiones de la asamblea de la plebe que tantas veces había sido instrumentalizada demagógicamente con los consiguientes desórdenes y enfrentamientos. Las tintas sombrías con las que la historiografía ha pintado el régimen silano no se apoyan en el conjunto de sus reformas, sino en la represión de Sila -puesto que su retorno se había producido en medio de una resistencia armada- contra los partidarios de Mario y de Cinna. Esta represión sin duda fue muy dura y el sistema de proscripciones pronto se prestó a la legitimación de la venganza personal.