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Desarrollo


El retorno de César probablemente había creado múltiples expectativas entre los populares y la plebe, puesto que la victoria de su líder haría posible una política revolucionaria que implicase los puntos que, tradicionalmente, habían constituido sus aspiraciones: reparto de las tierras tras la confiscación, abolición de las deudas... También, sin duda, los senadores partidarios de Pompeyo temerían las medidas de proscripción que cabía esperar de un dictador cuyo régimen comenzaba como consecuencia del triunfo de su bando en una guerra civil. Pero las intenciones de César, a juzgar por sus actos, no respondían ni a las demandas de unos ni a los temores de otros. La reforma de la República (apenas delineada y sólo parcialmente realizada antes del atentado de los idus de marzo) pretendía ser una política estatal que superase la idea de partidos. Después de muchos años de políticos pro-nobilitas, con alternancia de políticos populares, César aparecía como un político consciente y atípico, realista y eficaz, pero en ningún modo revolucionario. Así, algunos populares se vieron decepcionados porque advertían la independencia de César de los vínculos del partido popular. Algunos de estos personajes, oficiales con ambiciones frustradas o simplemente resentidos, participaron en la conjura con la que se selló su muerte. Los senadores que habían apoyado a Pompeyo fueron sencillamente perdonados.

La clemencia de César permitió que algunos de éstos le brindaran su apoyo en mayor o menor grado. Entre ellos, Cicerón, que había acompañado a Pompeyo a Farsalia aunque, justo es decirlo, con tantas incertidumbres y vacilaciones que debió resultar incómodo a su compañero Pompeyo. Cicerón pronunció en el 46 a.C. un discurso de adulación, el Pro Marcello, en el que llegó a esbozar una especie de programa político para César, pero la visión política de éste superaba la de Cicerón. La magnanimidad de César fue, en otros casos, considerada un signo de debilidad por algunos de estos orgullosos aristócratas. Una de las contradicciones que, sin duda, César calculó pero que no pudo evitar, fue su designación como dictador. Primero por un año, después, a partir del 46, se prolongó por un período de diez años más y, en el 44, fue designado dictador vitalicio. El cargo era un arma que podría ser utilizada por sus enemigos contra él y César era consciente de ello, pero su programa de reformas implicaba la necesidad de controlar la maquinaria política: promover leyes, designar gobernadores y ostentar el poder ejecutivo. Esta es la razón por la que se tramó su muerte y no la idea, bastante extendida, de que intentase convertir a Roma en una monarquía. Ciertamente, los poderes de un dictador no eran menores que los de un monarca (aunque tampoco lo eran los que algunos cónsules habían ejercido en la práctica), pero César no contempló la posibilidad de que tales poderes fueran hereditarios.

En los pocos años que tuvo aún de vida, César procedió a adoptar algunas medidas trascendentales. Una de ellas fue la concesión de la ciudadanía romana a toda la Galia Cisalpina, así como a otras ciudades galas e hispanas. Roma comienza a perfilarse no como la base del Imperio, sino como su capital. Emprendió también su amplio proyecto de creación de colonias fuera de Italia en las que no sólo se establecieron sus veteranos, sino muchos ciudadanos pobres. En su ley agraria contemplaba que todo proletario padre de tres hijos, recibiera un lote de ager publicus de dos hectáreas y media de terreno fértil. Esta medida tuvo una serie de consecuencias importantes: restauró la agricultura, alivió la presión de las masas urbanas, aumentó el potencial humano en Italia y, combinada con el aumento del número de ciudadanos, se amplió considerablemente la base de reclutamiento de los cuerpos legionarios. Supuso, además, un ahorro en la distribución del grano público ya que el número de beneficiarios se redujo considerablemente. Si estas medidas modificaron la base popular, el aumento del número de senadores de 600 a 900, con la incorporación en el Senado de muchos provinciales y caballeros acaudalados italianos, sin duda también incidió en la composición del equipo gobernante. Se incrementó el número de magistrados para el gobierno de las provincias: los cuestores pasaron de ser 40 y los pretores 16. Tomó también medidas que limitaran el gran capital de las sociedades de publicanos y de los comerciantes, controlando los créditos y la circulación monetaria, limitando la tesaurización de los beneficios mediante la obligación de invertir en tierras itálicas y restaurando en parte el pago de aduanas para las importaciones itálicas.

Otras medidas de importancia fueron las que limitaban el derecho de asociación, puesto que algunos collegia o asociaciones no eran sino focos de disturbios políticos, y la reforma del calendario que es, en esencia, nuestro calendario actual. Otra leyes menores fueron las destinadas a estimular el matrimonio y la natalidad, la regulación de las deudas, el pago de los alquileres. . .Su obra quedó truncada cuando, el 15 de marzo del año 44, César fue asesinado en la Curia por un grupo de conspiradores entre los que se encontraban antiguos pompeyanos, como Marco Bruto, oligarcas y defensores de la dignidad de su orden, cesarianos decepcionados y enemigos personales. El partido cesariano sobrevivió a la muerte de César bajo la guía, inicialmente, de Marco Antonio. Cuando surgió el nuevo líder, Octavio Augusto, éste había aprendido ya de la experiencia de César. No cometería el error de proclamarse dictador, sino de aceptar del Senado el título de princeps, aun cuando la diferencia fuera tan sutil que resulta imperceptible y, sobre todo, no haría uso de la tan elogiada pero peligrosa clemencia de César hacia sus adversarios. Su obra supondrá la culminación de la emprendida por César y la definitiva transformación del Estado romano.

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