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En el momento de la dimisión de Adenauer la República Federal tenía la misma edad que había tenido la de Weimar, pero si ésta había llegado a tener trece cancilleres, la RFA no había pasado de uno. Se acusaba al canciller de haber restaurado el capitalismo, pero en realidad había conseguido un sistema democrático estable en el que los grandes partidos no se enfrentaban por motivos ideológicos sino que coincidían en gran parte al mismo tiempo que los pequeños desaparecían. Erhard, su sucesor, era un político cosmopolita con pretensiones no partidistas que siempre buscaba una solución de consenso a pesar de que ésta no fuera siempre posible. Su prestigio en el terreno económico le dio la victoria política. En las elecciones de septiembre de 1965 la CDU obtuvo una victoria impresionante después de haber retrocedido en elecciones locales y regionales: logró el 47% mientras que el SPD permanecía en el 39% y el FDP tenía el 9%. "Nosotros no queremos menos distensión sino más", afirmó Erhard y, en efecto, el punto de partida respecto al predecesor fue la apertura hacia el Este. Schröder, a su lado como ministro de Exteriores, era la segunda personalidad de la nueva CDU e intentó seriamente llevarla a cabo gracias a los permisos de visita que permitieron que en Navidades un millón de personas visitaran Alemania oriental. Por su parte, Egon Bahr en el SPD defendió el "cambio por aproximación": en su opinión, el comercio con la otra Alemania serviría para la distensión. En la práctica fue tratada, de modo indirecto, como una especie de miembro adicional del Mercado Común con las consiguientes ventajas. Otra cuestión de la máxima importancia para la política exterior fue la relativa al pasado; de ahí la apertura de relaciones diplomáticas con Israel. Entre 1959 y 1964 Alemania Federal había entregado 1.000 millones de marcos a quienes habían sido víctimas de los nazis. En 1963, reabriendo procesos anteriores, fueron juzgados 16 carceleros de Auschwitz y de ellos 6 fueron condenados a penas de reclusión por toda la vida. Alemania experimentó pronto el malestar estudiantil. En 1961 la construcción del muro tuvo un resultado paradójico en la Universidad Libre de Berlín: en vez de rechazar el marxismo se comenzó a interesar por él. En 1966 hubo las primeras manifestaciones en contra de la Guerra de Vietnam. Entre los dirigentes estudiantiles el principal fue Dutschke, que procedía de la Alemania del Este. Como en otras partes, el malestar en la cultura precedió al estudiantil: en 1963 se publicó la obra de Rolf Hochhuth titulada El vicario, muy crítica con respecto al papel de Pío XII en el momento de la persecución de los judíos por Hitler. Además, los esposos Misterlicht criticarían desde una óptica freudiana la incapacidad de Alemania de asumir su pasado. Pero, también como en otras partes, al mismo tiempo la sociedad vivía en la prosperidad: de 59 millones de alemanes occidentales casi diez tenían su propio vehículo en 1965. La sociedad de consumo estaba, por tanto, perfectamente implantada y era obra en gran medida del canciller. Su abandono del poder se explica, sin embargo, por su carácter: apolítico, no fue capaz de luchar para evitar las querellas internas de su partido; además, su atlantismo le hacía oponerse al pacto con Francia. También contribuyó el abandono de la coalición por el FDP. Pero Erhard, aparte de sus éxitos económicos, supuso un cambio muy importante desde el punto de vista del estilo de Gobierno, mucho menos autocrático que el de Adenauer. Una gran coalición SPD-CDU ocupó el poder desde diciembre de 1966 hasta octubre de 1969. La hizo posible el deseo de la CDU de lograr una ley electoral nueva con la que convertiría en posible un sistema bipartidista desplazando al FDP. Por su parte, Wehner, el gran estratega del SPD, creía que ésa sería una fórmula para aproximar a su partido al poder. La política interna se centró, por tanto, sobre la reforma electoral. La mayoría del CDU era partidaria de un sistema mayoritario pero Wehner utilizó el cambio para provocar la coalición pero, al mismo tiempo, para cortejar también al FDP haciendo muy poco para ponerla en práctica. El nuevo Gobierno, presidido por Kiesinger, una de las pocas personalidades democristianas propicias a una apertura al Este, contó con 10 ministros de la CDU y 9 del SPD. Un núcleo formado por un equipo reducido tomó las decisiones más importantes. En general, la coalición funcionó bien con dos hombres de orientación política muy distinta, jugando un papel esencial a la hora de llevar la política económica, el bávaro Strauss y el socialdemócrata Schiller. En 1968-9 el crecimiento anual se situaba entre el 7 y el 8% y la inflación había disminuido; ya en los años setenta había más de dos millones de trabajadores extranjeros. En la segunda mitad de la década de los sesenta fue derrotado en el seno del FDP el grupo de los nacional-liberales de Mende. En cambio, dominaron otras personas como Genscher o Scheel que procedían de Sajonia, en el Este, y que eran decididos partidarios de la apertura hacia la RDA en lo que coincidían con la prensa y la opinión pública y la propia política norteamericana, que no parecía tener en cuenta las necesidades objetivas de Alemania al proponer, por un lado, el tratado de no proliferación de armas nucleares y, por otro, imponer el pago del mantenimiento de las fuerzas de guarnición. Ya Brandt empleó expresiones nuevas como las de considerar que él no podía considerar como Gobierno extranjero al de la Alemania oriental. Kiesinger, por su parte, hizo desaparecer el término Pankow para referirse a la capital de la Alemania oriental. En la práctica, sin embargo, ésta hizo lo posible por suprimir los vestigios de relación con la Alemania histórica, recalcando su propia especificidad. Otra cuestión importante fue la de la reforma de las Universidades, que en 1970 habían llegado a acoger a 510.000 estudiantes. Los estudiantes radicales seguidores de Dutschke pretendían llevar a cabo una oposición extraparlamentaria que definían como de democracia directa. En realidad, el contenido de su propuesta era netamente anarquista; la subversión universitaria llevó a hacer aparecer una legislación extraordinaria que dificultó las relaciones entre la CDU y el SPD. En abril de 1968 Dutschke fue objeto de un atentado que le llevaría muchos años después a la muerte. En medio de la protesta, una estudiante llegó a abofetear al canciller Kiesinger y recibió flores por ello del escritor Böll. Una buena parte de la protesta de fines de los sesenta nació en medios intelectuales alemanes: Galtung denunció la "violencia estructural" y Marcuse caracterizó las democracias occidentales como dominadas por la "tolerancia represiva". Los nuevos ideólogos proclamaron frente a una sociedad de "placer" y de consumo una sociedad de "realización". Una parte de los estudiantes subversivos se encaminaron hacia la acción violenta. Baader, Ensslin y Meinhof, los líderes de este terrorismo, procedían de medios universitarios e intelectuales; los dos primeros incendiaron unos grandes almacenes como protesta contra el consumo. En prisión, los tres optaron en 1976-1977 por suicidarse. El FDP dio la victoria en la elección presidencial de 1969 al socialdemócrata Heinemann por un solo voto diferencia de un modo que presagiaba el final de la gran coalición. En las elecciones de 1969 el SPD ofreció, por un lado, el mensaje de la moderación en manos de Schmidt mientras que Brandt y Heinemann movilizaban a los intelectuales y a los medios de comunicación. El SPD consiguió finalmente superar la barrera del 40% con el 42%, frente al 46% de la CDU y menos del 6% del FDP. Los democristianos intentaron entonces seducir al FDP, pero Brandt fue más rápido y más decidido; fue su resolución más que la decisión de los electores la que dio lugar a la alternancia. Wehner rechazaba la idea de un Gobierno SPD que dependiera de los votos de cinco liberales y dudaba de la capacidad de Brandt como parlamentario para presidir un Gobierno. Era demasiado poco tenaz en la acción política y demasiado bohemio en la forma de vivir. En el Gobierno de Berlín le había llevado a una gestión financiera poco responsable y, además, se sentía demasiado atraído por los jóvenes radicales de su partido. Pero la llegada al poder de una persona como Willy Brandt, hijo de un padre desconocido y una vendedora, significaba un cambio con respecto al pasado. Él mismo llegó a decir que suponía el final de la Segunda Guerra Mundial y el escritor Heinrich Böll afirmó que suponía el final de la tradición de los alemanes de sentirse una raza superior. Su política respecto al Este fue realista y facilitó una penetración económica de la Alemania occidental que contribuyó poderosamente a la caída posterior del muro pero sólo pudo realizarse a base de cesiones que de momento dieron la sensación de suponer un reconocimiento de Alemania del Este a cambio de muy poco. Tras la firma de los diversos acuerdos, el problema que le quedaba por solventar a Brandt era la aprobación en el Bundestag de lo acordado pues, en definitiva, la CDU en un momento, gracias a cuatro diputados liberales y un SPD, dispuso de la mayoría. Para ella la SPD había concedido demasiado y demasiado rápido pero perdió gracias a que dos diputados de la CDU parecían haber cambiado su voto. Es posible que ambos partidos presionaran por todos los medios, incluso la corrupción, a los diputados adversarios pero la cuestión superaba las líneas de confrontación ideológica. Finalmente, los Tratados de Moscú y de Varsovia fueron ratificados en mayo de 1972 y el Tratado entre las dos Alemanias en diciembre de 1972 tras unas elecciones que dieron un resultado más confortable al SPD. Entre tanto, las reformas aprobadas supusieron la rebaja en la edad de voto a los 18 años y una ley marco sobre las Universidades que introdujo reformas no tan importantes. También fue una ley de aborto que luego en 1975 rectificó el Tribunal Constitucional. La apertura hacia la inmigración supuso que en 1982 el número de extranjeros residentes en Alemania fuera el 7.5% del total. En realidad, las medidas políticas tomadas no hicieron otra cosa que ratificar y ampliar disposiciones anteriores. Otro problema fue el de la seguridad interior frente al terrorismo: se aprobó una legislación que permitía excluir de la burocracia a quienes profesaran unas ideas contrarias a la Constitución, pero apenas 235 personas de 454.000 recibieron este trato. En cuanto a la política económica, Brandt había prometido una profunda transformación pero las reformas sociales dejaron a Alemania mal protegida respecto a la futura crisis del petróleo. La inflación pasó del 2% al 5.3% en 1969-1972. Brandt reconocía no saber absolutamente nada de cuestiones económicas y en ellas se apoyaba en Schiller, un economista ortodoxo, pero en el seno del SPD había quienes, como Eppler, eran partidarios de un incremento draconiano de los impuestos directos. Schmidt tuvo problemas personales con Schiller y éste, que dimitió, acabó apoyando a la CDU en la elección de 1972. A ella llegó Brandt, que en 1971 había logrado el Premio Nobel de la Paz, con un gran apoyo de los intelectuales. Grass, uno de ellos, afirmó que quizá se dirigía a la utopía con la velocidad de un caracol pero al menos en la dirección correcta. El SPD logró el 45% y el FDP el 8%. Con menos del 45% la CDU obtuvo su peor resultado en veinte años. Brandt había obtenido un gran éxito personal pero en el Congreso de su partido en abril de 1973 se presenció una fuerte radicalización que tuvo como resultado que acabara perdiendo el poder. En él se propuso y aceptó un plan a largo plazo que habría de suponer la socialización de todas las empresas. Brandt se enfrentó a estas tendencias radicales, pero la dirección del partido perdió a sus dirigentes centristas. A fines de 1973, Brandt daba, además, una marcada sensación de debilidad mientras que Schmidt parecía la estrella ascendente del PSD. Wehner no dudó en criticar a Brandt fuera de Alemania por distante y poco activo. Para calmar la tempestad el SPD hizo pública una declaración política que parecía prometedora: "Sin el centro -aseguraba- no existe mayoría en democracia. Quien abandona el centro sacrifica la capacidad de gobernar. La determinación social-demócrata impone asegurarse el centro". Pero la dimisión de Brandt acabó por producirse con el asunto Guillaume, uno de los funcionarios de su Secretaría, acusado de ser espía por el Ministerio del Interior. Brandt dejó pasar un año después de haber sido advertido, sin tan siquiera ponerle dificultades para consultar la documentación secreta. Tal comportamiento irresponsable hizo que debiera abandonar el poder, confirmando las reticencias que había despertado en su propio partido.
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El imperio alemán proclamado en el Salón de los Espejos de Versalles el 18 de enero de 1871, estaba compuesto por cuatro reinos (Prusia, Baviera, Württemberg y Sajonia), seis grandes ducados, cinco ducados, siete principados, tres ciudades libres (Hamburgo, Bremen y Lübeck) y las provincias imperiales de Alsacia y Lorena. Estas 26 unidades eran muy diversas; por encima de todas destacaba Prusia cuya extensión y población eran mayores que las del resto del Imperio junto. La Constitución del imperio, aprobada en abril de 1871, era similar a la Constitución de la Confederación de la Alemania del Norte, de 1867, y establecía una estructura federal. Bajo la atribución del Imperio quedaban las funciones de defensa, relaciones exteriores, comercio, aduanas, finanzas centrales y moneda y, excepto en Baviera, los servicios de ferrocarriles, correos y telégrafos. Baviera además de conservar estos servicios, tenía otros derechos excepcionales como eran la conservación de su propio cuerpo diplomático y -lo mismo que Sajonia y Württemberg- de su propio ejército. Las unidades de pesos y medidas, junto con la moneda, también quedaron unificadas. El ejército imperial se asentaba sobre el servicio militar obligatorio de tres años, más cuatro en la reserva. Al frente de toda esta estructura estaba el emperador, "kaiser" -título que recaía en el rey de Prusia-, quien delegaba el poder civil en un canciller -nombrado por él y responsable sólo ante él-, y el poder militar en un Estado mayor. Existía también un Parlamento Imperial compuesto por dos Cámaras, la Cámara alta, "Bundesrat", y la Cámara baja, "Reichstag". Aquélla se componía de 58 miembros -un representante elegido anualmente por los órganos legislativos de cada uno de los 26 Estados, excepto Prusia que tenía 17 representantes; Baviera, seis y Württemberg, cuatro-. Debía manifestar su acuerdo con las leyes antes de que éstas fueran aprobadas por la Cámara baja, y tenía que ser consultada en todos los temas importantes de las relaciones exteriores, incluida la declaración de guerra. Los 382 miembros del "Reichstag" eran elegidos cada tres años por sufragio universal directo, en el que participaban todos los varones mayores de veinticinco años. Esta Cámara tenía el derecho de aprobar o rechazar las leyes, pero no el de proponerlas, y debía aprobar la implantación de nuevos impuestos, aunque no la continuación de los existentes; no ejercía, sin embargo, ningún control sobre el canciller ni los ministros, y podía ser disuelta por el emperador con el acuerdo del "Bundesrat". Como resulta evidente, Prusia ejercía una influencia dominante en el Imperio, tanto porque en su rey recaía la dignidad imperial -con las fundamentales atribuciones anejas a la misma-, como por el peso que tenía en el "Bundesrat" -donde con sus 17 miembros disponía de un decisivo poder de veto, para el que sólo eran necesarios 14 votos-, y en el "Reichstag", dado el número de miembros que le correspondía por el volumen de su población. Por otra parte, cada uno de los Estados conservó su propia forma de gobierno, que era competente en los asuntos locales, junto con sus familias gobernantes -en el caso de los monárquicos-. La mayor parte de los Estados se vieron obligados a promulgar Constituciones que establecían sistemas representativos, con Dietas compuestas por dos Cámaras: la Cámara de los señores, "Herrenhaus", y la Cámara baja, "Landtag". Componían la primera personas por derecho propio, junto a otras nombradas por el soberano o elegidas por la nobleza o los mayores contribuyentes. El procedimiento electoral para los "Landtage" era variable, pero excepto en Baden, Hesse y Sajonia, se seguía un sistema de clases, en lugar del voto uniforme. En Prusia se mantuvo el sistema establecido por la Constitución de 1850, mediante el que la población era dividida en tres clases o grupos, de acuerdo con el volumen de impuestos que pagaba; cada uno de los grupos pagaba la misma cantidad de impuestos y elegía el mismo número de diputados; la minoría de hombres ricos, agrupados en las dos primeras clases, tenía así la misma representación que la gran masa del pueblo. En el "Landtag" de 1908, por ejemplo, seis diputados socialdemócratas debían su escaño a 600.000 votos, mientras 2,12 conservadores habían sido elegidos por 418.000. La estructura política del imperio alemán era, como puede apreciarse, básicamente autocrática, jerárquica y extremadamente respetuosa, al menos, con el papel desempeñado tradicionalmente por los grupos sociales más poderosos. No era absolutista, dadas las limitaciones del poder real y la existencia de Cámaras representativas, pero era escasamente liberal, sobre todo, por la irresponsabilidad ministerial ante el Parlamento. Su único elemento democrático, el "Reichstag" elegido por sufragio universal masculino -ya presente en la Constitución de 1867-, era una nota discordante, cuya existencia se debía a la creencia de Bismarck -de acuerdo con el precedente de Napoleón III- en que mediante el voto supuestamente leal de la mayoría campesina del país, podría neutralizar el voto urbano, que consideraba más peligroso para el mantenimiento del orden establecido, por ser más independiente del poder. Bismarck que, a pesar de algunas diferencias con el emperador Guillermo I, contó con la plena confianza de éste, fue el canciller del imperio desde su fundación hasta 1890 -salvo un breve período en 1872-, y a él cabe atribuir la dirección general de la política alemana, tanto doméstica como internacional y colonial. Según una reciente y popular interpretación histórica, la de Hans-Ulrich Wehler, el control de Bismarck sobre el sistema político fue tan completo que cabe hablar de "dictadura plebiscitaria de tipo bonapartista", entendiendo por tal un sistema político que tiene ciertas apariencias parlamentarias pero que de hecho es una dictadura que se basa en la manipulación de la opinión mediante concesiones y distracciones imperialistas. "Una estructura social y política tradicional e inestable que, ante la amenaza de potentes fuerzas de cambio social y político, es defendida y estabilizada distrayendo la atención popular de la política constitucional hacia la política económica, y de la liberación interna hacia los éxitos en el exterior". Otros historiadores, sin negar el protagonismo de Bismarck, han rechazado esta interpretación por considerar que exagera tanto el poder del canciller como de la movilización popular -que hasta los años noventa no alcanzó carácter masivo- al mismo tiempo que minimiza la vitalidad y la fuerza de los partidos parlamentarios. La política interior, que es la que en este apartado nos interesa, giró sucesivamente en torno a tres grandes problemas: el enfrentamiento con la Iglesia católica, que recibió el nombre de "kulturkampf", el proteccionismo económico, y la lucha contra el partido socialdemócrata. Apoyándose hábilmente en distintos partidos del "Reichstag", según las circunstancias, el canciller logró mantener, aunque no sin graves dificultades, el equilibrio constitucional y llevar a cabo en cierta medida sus proyectos políticos. Los grandes partidos políticos alemanes de la época eran originalmente partidos prusianos que, a partir de la constitución del Imperio, ensancharon su ámbito de actuación. Entre ellos estaban los tradicionales partidos conservador y liberal, junto a otros nuevos, como el partido del centro o el socialdemócrata. Tanto conservadores como liberales se hallaban divididos en dos grandes grupos, como consecuencia de su diferente actitud hacia la política de Bismarck en el período precedente. El viejo partido conservador, que se había opuesto a la política de unificación del canciller y a la entrada de Prusia en el imperio, recibía su apoyo casi exclusivamente de los grandes propietarios prusianos del este del Elba; el partido conservador libre, fundado en 1866, favorable a Bismarck, se hallaba más extendido territorialmente y recibía sus votos de las clases altas de base industrial, comercial y profesional. Los liberales, por su parte, se habían escindido en 1866 en una derecha, los liberales nacionales, que ratificaron la política del canciller y se mostraron dispuestos a colaborar con él, y una izquierda, los progresistas, que se negaron a hacerlo y continuaron ejerciendo la oposición. Su base social predominante eran las clases medias urbanas. El partido del centro creado por los católicos para defender sus intereses específicos frente al Estado en el que eran minoría, era lógicamente más fuerte en Baviera y Renania, donde esta confesión religiosa se hallaba más extendida. El partido socialdemócrata, por último, había surgido en 1875 de la fusión en Gotha de los dos partidos obreros alemanes, la Asociación Alemana de Trabajadores de Ferdinand Lasalle, y el Partido Socialdemócrata de los Trabajadores, fundado por Wilhelm Liebknecht y August Bebel -que habrían de ser sus dos primeros representantes en el "Reichstag"-. Hasta 1891, en el Congreso de Erfurt, no adoptaría el marxismo como programa oficial; hacia el final de la década, sin embargo, se desató una fuerte polémica doctrinal en su seno, a raíz de la exposición por E. Bernstein de las ideas revisionistas. Fue ensanchando progresivamente su influencia entre los obreros industriales, hasta convertirse en el partido con mayor porcentaje de votos del Imperio, a pesar de su escasa influencia en las áreas rurales y católicas. En líneas generales, lo más destacado es el mantenimiento de la fuerza de los partidos conservadores en su conjunto y del partido del centro, después del fuerte aumento de éste en los años setenta, el acusado declive de los liberales y el espectacular crecimiento de los socialdemócratas. El sufragio universal no funcionó como Bismarck había previsto y deseado. Hacia 1890 llegó a hablar abiertamente de la posibilidad de un golpe de Estado contra el "Reichstag", en caso de que la coalición de católicos y conservadores no fuera suficiente para llevar adelante su política. El conflicto entre el Estado y la Iglesia Católica, conocido como "kulturkampf", se inició por el apoyo que Bismarck prestó a los católicos "viejos", aquellos católicos alemanes que se negaron a aceptar la declaración de la infalibilidad del Papa hecha por el Concilio Vaticano I, en 1870. Contra los deseos de la jerarquía eclesiástica, que los había excomulgado y pretendía que fueran apartados de todos los puestos que desempeñaban, especialmente los de carácter docente, Bismarck les mantuvo en sus funciones. A los ataques del partido del centro, el canciller respondió retirando al representante alemán ante el Vaticano y con una serie de medidas anticlericales como la expulsión de los jesuitas, el control de las escuelas y el establecimiento con carácter obligatorio del matrimonio civil; en Prusia, estas medidas fueron todavía más severas: mediante las leyes de mayo de 1873, los nombramientos eclesiásticos y los seminarios quedaron bajo el control del Gobierno, y las órdenes religiosas fueron disueltas o expulsadas. Bismarck, que en todo este episodio contó con el apoyo de los partidos liberales, trataba, por una parte, de establecer la separación entre la iglesia y el Estado, de liberar a la sociedad civil de la tutela eclesiástica -aunque algunas de sus medidas suponían claras intromisiones en la esfera interna de la Iglesia-; por otra parte, quería debilitar a los católicos cuyo partido político, el centro, consideraba un peligro, un enemigo interior que siempre estaría dispuesto a aliarse con las potencias católicas, Francia y Austria, principales enemigos del Imperio. Sin embargo, la resistencia católica y las simpatías que despertó entre otras fuerzas religiosas o nacionalistas que se oponían a la creciente centralización, fueron más allá de lo que Bismarck había previsto. En 1876, todos los obispos alemanes estaban en prisión o habían abandonado el país, y 1.400 parroquias estaban sin sacerdote; el partido del centro había multiplicado por dos sus escaños en la Dieta prusiana y había incrementado considerablemente su número de diputados en el "Reichstag". Para evitar males mayores, Bismarck decidió dar marcha atrás y aprovechó la sustitución en el pontificado de Pío IX por León XIII, con un talante más conciliador, en 1878, para iniciar negociaciones directas con el Vaticano que dieron como resultado la progresiva desaparición de todas las medidas restrictivas sobre la Iglesia católica, excepto la expulsión de los jesuitas, la inspección estatal de las escuelas y el matrimonio civil. Ésta fue la primera gran derrota política del canciller prusiano. El proteccionismo económico y las relaciones con el partido socialdemócrata sustituyeron al enfrentamiento con los católicos, a fines de los años setenta, como principales problemas políticos. En 1879 fue aprobado un arancel que defendía el hierro, el acero y los cereales alemanes frente a las importaciones extranjeras. Esta medida suponía el fin del relativo librecambio predominante en Alemania desde mediados de siglo y el comienzo de una política proteccionista, común a la mayoría de los países europeos, que no haría sino incrementarse en las siguientes décadas. En favor del proteccionismo en Alemania jugaron, sobre todo, factores económicos -la presión de los grandes terratenientes e industriales afectados por la competencia agrícola de Estados Unidos y Rusia, y por las consecuencias de la "gran depresión"- pero también los intereses políticos de Bismarck, quien trataba de ganar independencia económica respecto al "Reichstag" gracias a los ingresos que obtendría de los derechos de aduanas. La nueva orientación de la política económica también le permitió a Bismarck sacudirse la tutela de los liberales, que le habían apoyado en la "kulturkampf", a quienes cambió como aliados por los conservadores y, en cierta medida, por los católicos del centro que apoyaron el proteccionismo aunque impidieron que los beneficios de aduanas pasaran íntegramente al Gobierno central como el canciller pretendía. En relación con los socialdemócratas, Bismarck se sintió alarmado por su crecimiento y trató de anular su influencia mediante una política represiva sobre el partido, al mismo tiempo que hacía concesiones sociales a las clases trabajadoras. En 1878, culpó de dos atentados contra la vida del emperador a una conspiración socialista y, aunque no se probó que los socialistas estuvieran implicados en los mismos, consiguió que fuera aprobada la Ley Excepcional por la cual el partido socialdemócrata era declarado ilegal y prohibidas todas sus actividades, aunque no podía impedir que sus miembros se presentaran como candidatos a las elecciones y fueran elegidos diputados. Conservadores y católicos apoyaron también esta medida, frente a los liberales. En los años ochenta, se inició una importante legislación social, de la que nos ocuparemos más adelante, mediante la que trataba de fortalecer la lealtad popular hacia el Imperio. Según la interpretación que tiene en Wehler su expositor más destacado, los cambios en la política económica de Bismarck en 1878-1879 y los consiguientes realineamientos políticos, transformaron en tal medida la política interior que su resultado en la práctica fue una segunda fundación del Reich, de acuerdo con líneas más conservadoras. Los hechos más significativos serían: 1) la creación de una coalición, "Sammlung", una nueva alianza entre los "junkers", el partido del centro y los representantes de la industria pesada, como un baluarte autoritario frente a la amenazante invasión democrática, y que hasta 1918 habría de constituir la base de la política gubernamental; y 2) el recurso cada vez mayor a las tácticas bonapartistas de elecciones plebiscitarias y distracciones colonialistas. Para otros historiadores, 1878-1879 supuso obviamente un importante punto de inflexión tanto en la política interior como exterior del Reich, pero la transformación del sistema no fue tan absoluta dadas las dificultades que Bismarck encontró en el Parlamento para llevar a cabo sus proyectos fiscales y sociales. En 1888, tras la muerte de Guillermo I y del príncipe Federico, que murió de un cáncer de garganta a los tres meses de haber sucedido a aquél, Guillermo II, un joven de veintinueve años, fue coronado emperador. Decidido a intervenir más directamente en la política de lo que lo había hecho su abuelo, tardó poco tiempo en enfrentarse a Bismarck, tanto en la política interior como exterior. El nuevo emperador se negó a refrendar el endurecimiento de las medidas antisocialistas que su canciller le propuso después del aumento de los diputados socialdemócratas en las elecciones de 1890 -que pasaron de 11 a 35 escaños- y se mostró dispuesto a apoyar el control austríaco de los Balcanes, aunque ello supusiera el enfrentamiento con Rusia, frente a la tradicional política de equilibrio seguida hasta entonces. Bismarck fue forzado a dimitir en marzo de 1890, siendo sustituido por el general prusiano Georg Caprivi. Durante la última década del siglo, tanto la política económica como las relaciones con los socialdemócratas continuaron ocupando un lugar destacado en la política alemana. El proteccionismo fue rectificado en parte, mediante tratados comerciales con diversos países, lo que provocó la reacción de los terratenientes agrupados en la Liga Agraria, fundada en 1893. La actitud del poder hacia los socialdemócratas siguió siendo una mezcla de medidas represivas y de concesiones. Pero, bajo la dirección del nuevo emperador, a través de los cancilleres Caprivi, hasta 1894, y Hohenlohe, desde esta fecha hasta 1900, los problemas militares -relativos al incremento del ejército y la armada- fueron los más importantes. Guillermo II consiguió que el Parlamento aprobara un considerable aumento de tropas, y un ambicioso programa de construcción naval, que eran consecuentes con la nueva orientación de la política exterior y con el propósito de hacer de Alemania una gran potencia mundial.
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El 22 de junio de 1941, tres grupos de ejércitos alemanes (von Leeb, von Bock y von Rundstedt), con efectivos de unos 3.300.000 hombres, invadieron la Unión Soviética. Se abría así el frente más duro de la Segunda Guerra Mundial. En este capítulo trataremos el primer año de guerra en el Este desde diversos ángulos. Comienza con el amargo despertar soviético ante la agresión nazi. Sigue con el caso de Richard Sorge, el espía más famoso de toda la guerra, que con sus informaciones contribuyó a la salvación soviética en sus momentos más críticos. Después se analiza la Operación Barbarroja y los motivos por los que no alcanzó las metas perseguidas. A continuación se recuerda el asedio de Leningrado, uno de los más largos de la historia y, sin duda, el más sangriento. Luego, un recuerdo para la División Azul y, finalmente, una de las cuestiones claves para la resistencia soviética: el formidable esfuerzo y el éxito del traslado de miles de industrias más allá del Volga, lejos del alcance alemán.
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Resulta sumamente difícil hablar de Alemania como una entidad única para los siglos bajomedievales, ya que la nota dominante de su historia en este momento es la dispersión y disgregación del poder político. Sólo a finales del XV surgirá en la literatura y en las expresiones artísticas cierta conciencia nacional unitaria, como reacción frente a la preponderancia de los modelos italianos en el mundo de la cultura. La historiografía, enfocada mayoritariamente hacia la institución imperial, ha tratado el periodo como una etapa de crisis y decadencia, opuesta a la capitalizada por figuras como Federico Barbarroja o Federico II. El emperador alemán pierde poco a poco sus parcelas de poder en beneficio de los pequeños y grandes estados autónomos que surgen en el país. Curiosamente, este fenómeno se produce en un momento en el que Inglaterra, Francia, Portugal, Aragón o Castilla asientan sus bases como monarquías centralizadas. En Alemania son los príncipes autónomos como el margrave de Brandeburgo o el conde de Württemberg los que llevan a cabo la centralización política en el seno de sus dominios. La corona imperial no llegó nunca a transmitirse por vía hereditaria, aunque a lo largo de los siglos bajomedievales fue monopolizada por los Luxemburgo y los Habsburgo, como resultado de las llamadas "elecciones a saltos" (Springwahlen). El reino de Alemania formaba parte de los territorios del Sacro Romano Imperio. La península italiana, integrada teóricamente en los dominios del Reich, vivía al margen de la autoridad imperial, a pesar de los intentos de revitalización de la misma por parte de algunos emperadores como Enrique VII (1308-1313). El Imperio encontraba dificultades en sus fronteras occidentales, en donde la presión de los reyes franceses provocó la pérdida de algunos territorios de tradición imperial. Así, en 1312 Felipe IV consiguió controlar Lyon y su comarca, territorios que se sumaron a la región de Verdun, posesión francesa desde la celebración de la entrevista de Quatrevaux (1299). Algunos años mas tarde, Felipe VI adquirió para su hijo el Delfinado (1349), tras un periodo de largas negociaciones iniciado en 1342. Este, en teoría, continuó ligado al Imperio al ser gobernado por el delfín -heredero de la corona francesa- en calidad de vicario imperial. Por el contrario, sus fronteras orientales, pese a contar con dos estados no pertenecientes a la órbita imperial como Hungría y Polonia, crecieron gracias a la acción de las Ordenes Militares, promotoras de la colonización germana de los territorios situados al Norte de Polonia y continuadoras de la expansión alemana sobre la Europa Oriental (Drang nach Osten). La Orden Teutónica se apodero desde 1228 de los territorios bálticos situados en torno a las desembocaduras de los ríos Oder, Vístula y Memel. Por su parte, los Caballeros Portaespadas se adentraron hasta el golfo de Finlandia, en donde, al noreste del Memel, fundaron algunas ciudades como Riga o Reval.
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"Quedaba después Alemania. Ni las atribuciones exactas del Consejo de Control, ni las cuestiones económicas, ni lo que tenía que hacerse con la flota nazi, eran temas que estaban listos para ser estudiados. "¿Qué se entiende por Alemania?", pregunté, "Lo que ha quedado después de la guerra", replicó Stalin. "La Alemania de 1937", dijo Mr. Truman. Stalin dijo que era imposible olvidar la guerra. El país ya no existía. No había fronteras definitivas, ni guardas fronterizos, ni tropas, sino únicamente cuatro zonas ocupadas... (W, S. Churchill, Memorias.) Alemania pagó muy caro su intento de dominar Europa. Había anhelado por encima de todo la victoria en aquella guerra, pero sólo había cosechado la más total y completa derrota. Y los alemanes, no preparados psicológicamente para la catástrofe, según comenta Snyder, acostumbrados tradicionalmente a la obediencia y la disciplina, se sentían tan desvalidos como peces fuera del agua. Ahora parecía venirse encima todo el peso de la catástrofe, y la responsabilidad de una pérdida superior a los doscientos setenta mil millones de dólares, sumada a los casi siete millones de muertos y casi diez millones entre heridos y desaparecidos, daba como resultado final la invasión del III Reich por las tropas aliadas y una terrible devastación, El día 5 de junio, menos de un mes después de la capitulación, los aliados anunciaron que se encargarían de la dirección de Alemania, y como solución curiosa mantenían teóricamente la nación, pero se reservaban y aseguraban ellos mismos la soberanía interna y exterior. En el mismo día una segunda declaración delimitaba la nueva Alemania, volvía a sus fronteras de 31 de diciembre de 1937, que incluía el Sarre, pero excluía las demás anexiones del Reich. El trazado definitivo de fronteras quedaba aplazado para el tratado de paz. Así, concluida la derrota del ejército y la caída del régimen nacionalsocialista, la ocupación de los territorios convertía en realidad la rendición de primeros de mayo y se daba cumplimiento al propósito declarado en el comunicado final de Crimea, de 11 de febrero de 1945: "Nuestro inflexible propósito consiste en destruir el militarismo alemán y el nazismo y asegurarnos que en lo sucesivo no podrá nunca jamás Alemania perturbar la paz del mundo. Estamos decididos a desarmar y a dispersar todas las fuerzas armadas alemanas, a abatir para siempre el Estado Mayor alemán, a trasladar o a destruir todas las instalaciones militares alemanas, a eliminar o a controlar toda la industria alemana que pueda utilizarse para la producción de guerra, a dar a todos los criminales de guerra un justo y pronto castigo, a obtener por la fuerza reparaciones en especie por la destrucción causada por los alemanes, a hacer desaparecer el partido nazi, así como las leyes, instituciones y organizaciones hitlerianas, a alejar todas las influencias nazis y militaristas de las oficinas públicas y de la vida cultural y económica del pueblo alemán y a tomar, en armonía, todas aquellas medidas que sean precisas en Alemania para la futura paz y seguridad del mundo..." Más tarde, el comunicado del 2 de agosto, de la Conferencia de Potsdam, concretará, aún más, a lo largo de todo su apartado III, el sistema y orden de la ocupación y división alemanas, llegándose así a la coronación de la derrota y rendición, ratificada en el cuartel general ruso de Berlín. En este apartado III se señalaban los "principios políticos y económicos del tratamiento del que será objeto Alemania en el período inicial de control". Y estos principios concretan la ocupación y condicionan tanto la economía alemana como el futuro de su población, de sus ejércitos y armamentos y de su política y organización democráticas. Como primera medida, a consecuencia de los cambios de fronteras, el territorio de Alemania se había reducido en 127.000 kilómetros cuadrados, con claro beneficio para la Unión Soviética. Pero, por encima de todo, las nuevas fronteras significaban una nueva línea de división europea que iba hasta el oeste del Danubio, en la Europa central, y hasta el Elba, en el norte. Esto había consternado especialmente a Mr. Winston Churchill, para el que la penetración militar rusa y la consiguiente emergencia de Estados clientes del Kremlin en Europa central y oriental quedan simbólica y patéticamente resumidos en el célebre cablegrama enviado al nuevo presidente americano, Mr. Truman, el día 12 de mayo: "Han echado sobre su frente de guerra una cortina de hierro".
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La opinión pública británica era contraria al ataque de ciudades y el Gobierno no autorizó objetivos más allá del Rhin hasta el 15 de mayo de 1940, cuando 99 bombarderos lanzaron sus explosivos sobre los objetivos ferroviarios y depósitos de combustible alemanes. La sensibilidad popular se transformó a consecuencia de la Batalla de Inglaterra y de los grandes bombardeos de Rotterdam, el 14 de mayo, y Londres, el 24 de agosto de 1940. Durante las noches claras de octubre, los aviones ingleses bombardearon objetivos destinados a desmoralizar a la población enemiga y, con el mismo objeto, desde febrero de 1942, los ataques se dirigieron contra centros fabriles. La Conferencia de Casablanca decidió bombardear masivamente Alemania, como preparación a la futura invasión de Europa, y la Conferencia de Washington acordó que el principal objetivo de los bombardeos debía ser la destrucción de la Luftwaffe y de la industria aeronáutica. Entre marzo y julio de 1943 se llevaron a cabo 43 grandes bombardeos sobre el Ruhr, destinados a acabar con su industria metalúrgica. Las ciudades de Essen, Duisburgo, Dortmund, Düsseldorf, Bochum y Aachen quedaron seriamente afectadas; Barmen-Wuppertal desapareció en un sólo ataque. Entre julio y noviembre, despegaron 17.000 aviones contra Hamburgo y, desde finales de mayo, la aviación norteamericana se unió a la británica y, en los siguientes meses, fueron desvastadas Mannheim, Francfort, Hannover y Kassel. El bombardeo de Berlín resultaba menos eficaz a causa de la distancia, pero se intensificó entre noviembre de 1943 y marzo de 1944. Los bombardeos americanos, que, a diferencia de los ingleses preferían atacar de día, aumentaron en 1943. Sus fortalezas volantes había sido concebidas para autodefenderse, pero los ataques de la caza alemana obligaron a protegerlas con Mustang. Los bombardeos se extendieron a todo el Reich cuando la ocupación de Italia proporcionó aeródromos más cercanos; en 1942 se habían lanzado 48.000 toneladas de bombas sobre Alemania; en 1943 se elevaron a 207.000 y en 1944, a 915.000. En la preparación del desembarco de Normandía, los bombardeos destrozaron el sistema alemán de transporte, produciendo también bajas entre la población francesa; después del desembarco se concentraron en blancos menores, aunque sin abandonar los bombardeos masivos. Entre octubre y mayo de 1945, cuando los aviones aliados volaron casi sin oposición, los bombardeos sobre Alemania aplastaron su capacidad de resistencia y, aterrorizaron a la población. El ejemplo más espeluznante fue la destrucción de Dresde, ciudad sin otro objetivo que la población civil y miles de refugiados. Después de la resistencia encontrada en Sicilia, los aliados permanecieron estáticos dando tiempo a la llegada de reservas enemigas. Cuando reanudaron la marcha, las tropas alemanas del sur (Kesselring) ya estaban apoyadas por ocho divisiones situadas en los Alpes (Rommel) y una división de paracaidistas se había trasladado a Roma. Los ingleses cruzaron el estrecho de Messina, el 3 de septiembre de 1943, coincidiendo con la rendición del Gobierno Badoglio; los americanos desembarcaron en Salerno el 9 con gran resistencia alemana. La unión de ambos desembarcos obligó a los alemanes a abandonar Nápoles y la región de Foggia, replegándose sobre el río Volturno. Sin embargo, se apoderaron de Roma, inmovilizaron a la escuadra italiana en La Spezia y, el 12, dieron un golpe de mano que liberó a Mussolini, entonces detenido en el Gran Sasso, obligándole a presidir una títere República Social Italiana con capital en Saló, junto al lago de Garda. Paralelamente, Kesselring estableció sus tropas en defensiva en la línea Gustav, al sur de Roma y a la altura de Montecassino. El 13 de octubre, el Gobierno Badoglio declaró la guerra a Alemania. La campaña submarina de 1943 fue la más dura de la guerra. El almirante Raeder fue sustituido por Dönitz, que tomó a su cargo toda la Kriegmarine y, en marzo, sus submarinos hundieron 627.000 toneladas. Exito que resultó desastroso al provocar una gran reacción antisubmarina enemiga. Apoyándose en el radar y el asdic perfeccionados y el avión de gran radio de acción Liberator, los aliados hundieron la tercera parte de los submarinos del Atlántico norte y Dönitz se vio obligado a ordenar la retirada. A la escalada técnica aliada, los alemanes respondieron incrementando su producción de submarinos y adoptando el "schnorkel", que permitía largas navegaciones sin salir a la superficie. La réplica aliada desarrolló nuevos cohetes antisubmarinos, una bomba pleneadora y torpedos autodirigidos tan eficaces que Dönitz debió abandonar los ataques masivos a los convoyes y, en marzo de 1944, ordenó replegar los submarinos hacia la costa para prevenir la invasión.
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En octubre de 1982 Helmuth Kohl llegó al poder en Bonn tras un voto de desconfianza constructivo logrado gracias a la división de los liberales hasta entonces aliados al SPD. Kohl se había afiliado a la CDU a los 16 años y fue el primer dirigente que maduró en la Alemania de posguerra que llego al puesto de canciller. Heredero de Adenuaer y representante de la política renana de vinculación con Europa, fue un personaje de calma imperturbable que dio siempre una sensación de indolencia y de provincianismo pero que demostró estar a la altura de su tiempo, sobre todo en los momentos más difíciles. En la elección de 1983 Kohl pidió de forma explícita que sus electores dieran el segundo voto a la FDP porque si ésta no llegaba al 5% era imaginable un Gobierno minoritario del SPD. Además, Genscher, el dirigente liberal, se oponía radicalmente a participar en un Gabinete en que estuviera Strauss, el dirigente del ala bávara, la más derechista de la Democracia Cristiana. Por otro lado, los verdes obtuvieron el 5.7% del voto y el SPD se quedó tan sólo en el 38%. Esta derrota provocó una inequívoca tendencia al izquierdismo del partido derrotado. Su dirigente Lafontaine pareció tener más reparos a los norteamericanos que a los soviéticos y mostró su voluntad de sobrepasar a los verdes por la izquierda. El SPD mantuvo, incluso, contactos con el Partido Comunista de la Alemania Oriental. Bahr, otro de los dirigentes del ala izquierda del partido, propuso un plan para conseguir la desnuclearización del Centro de Europa que implicaba de hecho la neutralidad alemana. Schmidt, oído con atención en el Congreso de su partido acerca de la política de defensa, fue derrotado de forma abrumadora. Por su parte, Kohl mantuvo la apertura hacia el Este pero con menor sensación de "apaciguamiento". Strauss, movido por él, propugnó préstamos a la Alemania comunista que hubieran sido inconcebibles en otro tiempo. De este modo, las relaciones entre las dos Alemanias se hicieron más estrechas. En 1983 hubo 5 millones de visitantes occidentales a la Oriental y 1.6 orientales a la Occidental y ya en 1988 40.000 disidentes pudieron traspasar la frontera como contrapartida de la ayuda económica occidental. Mientras tanto, el SPD rechazaba cualquier intento de poner en duda la legitimidad de la Alemania del Este y mostraba su deseo de sustituir las armas nucleares por otras tecnológicamente avanzadas pero que serían tan sólo defensivas. Un factor esencial para entender la Historia alemana de los ochenta es el debate sobre la Historia ("Historikerstreit") iniciado con la proyección de la serie televisiva "Holocausto" en 1979. Kohl a los cuarenta años del fin de la Guerra Mundial, tuvo el vehemente deseo de pasar la página del nazismo; eso explica la visita al cementerio de Bitburg con Reagan, pero inmediatamente se desencadenó la polémica sobre la pretendida voluntad de la derecha de eludir el pasado. El presidente Weizsäcker recordó que la culpabilidad no es nunca colectiva sino personal, pero que también se debía aceptar el pasado en su conjunto. La polémica, no obstante, fue principalmente intelectual. Historiadores profesionales afirmaron que la voluntad de castigar a Alemania fue anterior al descubrimiento de los campos de exterminio y que el Gulag de Stalin fue anterior al de los nazis y contribuyó a producirlo. Afirmaciones como éstas fueron interpretadas por escritores de izquierda como exculpatorias. El debate que abundó en exageraciones, resultado de la tendencia alemana a oscilar entre la euforia y la depresión, tuvo, sin embargo, resultados positivos. En 1987 se votó una cantidad complementaria para reparar los daños del nazismo: en el 2020 la cantidad total pagada se elevaría a 100.000 millones de marcos. En las elecciones de enero de 1987 la CDU perdió dos millones de votos que en su mayoría fueron al FDP pero el SPD mejoró muy poco mientras Brandt llegó a dimitir como consecuencia de su incapacidad para lograr la unidad del partido. Kohl, por su parte, mantuvo una política centrista. Aunque en un principio había comparado a Gorbachov con Goebbels su tono hacia él se fue dulcificando: en 1988 visitó Moscú y prometió créditos para estimular el desarrollo de las industrias de consumo que en adelante fueron un estímulo esencial para la política reformista. Lo mismo puede decirse de su política interalemana. El líder de la Alemania Oriental, Honecker, había visitado la zona occidental un año antes. En este momento ya sólo el 24% de los alemanes veía a la URSS como un peligro. Pero seguían existiendo problemas graves entre las dos Alemanias. El liberal Genscher, que era el ministro de Asuntos Exteriores, había llegado a Occidente a mediados de los cincuenta, lo que implicaba un conocimiento del Este y una elección política propia. Desde 1961 se produjeron 193 muertos en el Muro y el último cayó en febrero de 1989 como consecuencia de la aplicación de instrucciones precisas dadas por las autoridades orientales. Como en otros países europeos, los ochenta supusieron en Alemania la aparición de fuertes escándalos políticos que afectaron al político liberal Lambsdorff, a constructoras de los sindicatos socialistas y a políticos democristianos como Barschel, que fue acusado de haber empleado métodos de calumniar al adversario y acabó suicidándose. Este ambiente afectó de forma especial al partido gobernante. En 1989 la CDU estaba a punto de perder en Bundesrat y había sido derrotada en Berlín. Allí habían aparecido con casi el 12% de los votos los "republicanos", un partido de extrema derecha que enarbolaba la oposición a la emigración y la delincuencia. Además, una coalición roja-verde -es decir, de socialdemócratas y verdes- acabó sustituyendo a la CDU desde la izquierda. En las europeas de 1989 los "republicanos" llegaron al 7% pero ésa fue su cota máxima. Lo que realmente demostró la capacidad de Kohl e hizo resucitar a la CDU fue la reacción de ambos ante la posibilidades de lograr la unificación alemana. Caído el Muro de Berlín, en tan sólo trece meses se llevó a cabo la unificación de Alemania que tuvo lugar en octubre de 1990 y fue seguida inmediatamente por las primeras elecciones libres. Durante el proceso, una buena parte del SPD y de la intelectualidad de izquierdas estuvo en contra de la política gubernamental a pesar de que Brandt y Schmidt nunca expresaron opiniones parecidas. En el mismo mes de noviembre de 1989 Kohl presentó una declaración de diez puntos de los que los cuatro primeros contenían promesas de colaboración económica para las reformas en Alemania del Este y los otros seis eran seguridades dirigidas a los socios en la unidad europea. La izquierda quería una fórmula de confederación pero los propios disidentes habían pasado de revindicar que eran "el pueblo" a la afirmación de que eran "un pueblo" con los alemanes occidentales. Los todavía comunistas dirigentes del Este pidieron ayuda económica pero Kohl la rechazó en un momento en que sólo podía servir para mantener un Estado por completo ficticio. El SPD quiso entonces elaborar una nueva Constitución en la que aparecieran reivindicaciones sociales y la neutralidad pero el procedimiento de unificación al que se llegó fue una simple ampliación de la Republica Federal. En las elecciones celebradas en el Este la CDU ganó con un 48% mientras que el SPD se quedó en el 21% y el PDS (antiguos comunistas) en el 16%. Cinco días después de celebradas estas elecciones Kohl ratificó sus seguridades a las autoridades europeas y sólo entonces se puso en marcha un auténtico Plan Marshall para el Este. Después de sortear, con ayuda norteamericana, las reticencias inglesa y francesa, Kohl pudo aprovecharse de que la resistencia rusa no era ya tan decidida, más preocupado Gorbachov por la evolución en su propio país. Tras conversaciones en el Cáucaso consiguió la aceptación soviética a cambio de una reducción de los efectivos militares alemanes a tan sólo 370.000 hombres, lo que venía a ser un tercio del total de los Ejércitos de las dos repúblicas previas. Las tropas soviéticas se mantendrían hasta 1994 y las pagarían los propios alemanes. Conseguido el acuerdo definitivo para la unificación de Alemania, desde el punto de vista de la política internacional se planteó a continuación toda la problemática interna en relación con esta cuestión. No faltaron las críticas de los intelectuales de izquierda de la antigua República Federal para alguno de los cuales -Habermas- lo sucedido fue "la política del Anschluss", es decir, una reproducción de lo que en su momento hizo Hitler con Austria. También los políticos de la SPD, poco propicios en principio a una absorción, ahora exageraron lo que podría significar desde el punto de vista económico. Los problemas fueron, en efecto, agudos. Nacieron, por ejemplo, de las peticiones de indemnización: el 85% de los edificios del centro de Postdam fue reivindicado por sus antiguos propietarios. Para privatizar la propiedad expropiada se creó una gigantesca empresa pública, "Treuhand", destinada a realizar la operación. En un primer momento, las consecuencias de la unificación fueron negativas para los residentes en la Alemania del Este. A mediados de 1991 había allí unos 850.000 parados mientras dos millones de personas sólo tenían trabajo parcial y, en general, los salarios eran un 40% inferiores a los occidentales. Otros problemas nacían de la "desestasificación", es decir de la depuración de los antiguos colaboradores de la policía política ("Stasi") o de la recepción de oleadas de inmigrantes que Alemania no podía dejar de acoger porque a ello venía obligada por su propia legislación. Como contrapartida, Alemania tenía a su disposición un potencial económico envidiable. Había sido el motor del crecimiento europeo y uno de los tres más importantes del mundo y podía permitirse un empréstito por valor del 5% de su PIB para financiar la absorción de Alemania del Este. El capitalismo de modelo renano, más propicio al éxito colectivo y a largo plazo que el americano, demostró tener capacidad de responder al reto. La construcción de un nuevo Berlín como capital federal ofreció la prueba visible de ello.
Personaje Pintor
Pintor romántico de la Escuela madrileña. Alenza vivió su infancia entre la guerra y la reacción fernandina. Fue un muchacho enfermizo, sensible e introvertido. Estudió en la Academia de San Fernando de Madrid con Juan Antonio Ribera, José Aparicio y José Madrazo, todos ellos pintores neoclásicos al estilo de Jacques Louis David. El ambiente académico le llevó a hacer temas históricos como Fernando VII llorando por las Artes y las Ciencias y La Proclamación de Isabel II; ambas obras son de 1833, pero no se conservan. Su producción la constituyen óleos de pequeño tamaño y dibujos de asuntos populares. Alenza se centró en escenas de la vida popular y suburbial de Madrid. Su estilo costumbrista es sobrio y amargo, rasgo característico de la Escuela madrileña. Rara vez es satírico, aunque alguna vez satiriza la manía al suicidio de algunos románticos. Alenza se diferencia de otros pintores académicos en que él no dibuja las escenas sino que las mancha con color. No perfila los contornos con una línea sino con luz. Alenza fue considerado imitador de Goya porque su temática es la misma, sin embargo, más bien se le puede considerar discípulo de Goya en el sentido de que por él se adentró en el mundo de la realidad, de lo popular y de la observación directa de la vida. Alenza vivió la segunda etapa del Absolutismo fernandino alejado del arte oficial pero también de la oposición liberal y romántica.