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obra
Se cree que esta obra pudiera ser una copia de un grupo anterior realizado por Leocares, que homenajeaba al joven Alejandro por la victoria de una gran batalla. El todavía príncipe, aparece desnudo tal y como se representaba a los héroes en la escultura griega y en actitud de subir a un carro.
Personaje Político
Los pretorianos acabaron con el reinado de Heliogábalo y proclamaron emperador a su primo, Marco Aurelio Alejandro Severo. Los asuntos de estado quedaron en manos de Julia Mesa, su ambiciosa abuela, quien controló en todo momento las decisiones del emperador. Cuando ella murió Alejandro pasó a depender de su madre, Julia Mamea. El Senado aprovechó la debilidad del emperador para intentar suprimir el régimen militar y recuperar sus privilegios antiguos. En el Senado se eligió un comité asesor de Alejandro entre quienes destacaba Ulpiano. La crisis económica motivó que los sueldos de la tropa fueran reducidos lo que provocó el descontento del ejército y el estallido de revueltas en Roma. Los impuestos fueron aumentados y las calles de Roma se volvieron inseguras al incrementarse el número de bandidos. En la política exterior los partos se habían hecho fuertes en oriente, invadiendo Capadocia y Siria. Alejandro se trasladó en persona a oriente al frente de tres ejércitos, pero la victoria sonrió a los partos. Los bárbaros rompieron la línea fortificada en el Danubio y llegaron hasta las fronteras italianas. El ejército de oriente, de regreso a Roma, pudo restablecer la situación. Para solucionar una nueva invasión en la frontera del Rin, Alejandro compró la paz a los bárbaros. El ejército dirigido por Maximino se rebeló y le proclamó emperador. Alejandro fue asesinado en su tienda, en los brazos de su madre.
contexto
El pontificado de Alejandro V estuvo presidido por las preocupaciones de carácter político; inspirado por el cardenal Baltasar Cossa, trataría de aislar totalmente a Gregorio XII, de modo que se viera obligado a la abdicación. Para arrebatarle el único verdadero apoyo con que contaba era preciso desplazar a Ladislao del trono de Nápoles; para ello bastaba con resucitar las ambiciones angevinas sobre Italia. El proyecto parecía, desde luego, un retorno a la "via facti", hacia tiempo aparentemente olvidada. El proyecto era viable: Luis II de Anjou era el primer convencido de sus posibilidades; Florencia buscaba una seguridad que, a causa de su apoyo al concilio, no hallaría sin un cambio dinástico en Nápoles. Es significativo que, el mismo día de la elección de Alejandro V, Luis de Anjou y Florencia firmasen una alianza en la que también entro Siena. Luis de Anjou llegó a Pisa antes de la clausura del concilio; en los meses siguientes recorrió Toscana y Umbría e intentó la ocupación del Patrimonio. Se recuperó Roma para Alejandro V, pero éste no se instaló en ella, sino en Bolonia. Su pontificado fue demasiado breve para poder calibrar las consecuencias del concilio; algunas de sus decisiones provocaron protestas que, quizá, hubiesen subido de tono de haber dispuesto de un mandato más prolongado. Alejandro V murió en Bolonia el 4 de mayo de 1410, sin conocer que, tres días antes, Aviñón le reconocía como Pontífice. Tras unas jornadas de desconcierto, la obediencia pisana, dirigida por el activo Baltasar Cossa, y apoyada por las tropas de refuerzo traídas por Luis de Anjou, procedía a nueva elección pontificia. Los votos recaían, no era una sorpresa, en el cardenal Cossa, que tomaba el nombre de Juan XXIII. El proyecto de acción militar contra Nápoles tomaba nuevos impulsos, aunque, el mismo día de la elección del nuevo Papa, una flota angevina sufría una importante derrota a manos de otra de Ladislao de Nápoles. La guerra se llevó con alternativas y cierto cansancio por parte de Luis de Anjou que abandonaría definitivamente Italia en agosto de 1411, sin haber logrado sus propósitos. Este acontecimiento forzó a Juan XXIII a realizar un acercamiento a Ladislao, mientras efectuaba los preparativos del concilio de su obediencia que había convocado para el 1 de abril de 1412 en Roma. Las sesiones conciliares vieron incorporarse a los conciliares con una extraordinaria parsimonia, de tal forma que la apertura real de las sesiones no tuvo lugar hasta el 10 de febrero de 1413. Dos meses después, ante el desinterés general, era preciso aplazar indefinidamente sus sesiones. Para entonces, la aproximación de Juan XXIII y Ladislao de Nápoles se había materializado en un acuerdo, con mutuo reconocimiento, que arrinconaba a Gregorio en Rímini, su último refugio. El entendimiento, sin embargo, duró muy poco porque el rey de Nápoles entendía disponer del Pontificado como de algo propio. En julio de 1413 Juan XXIII tenía que refugiarse en Florencia, no menos aislado que Gregorio XII, mientras tropas napolitanas saqueaban Roma. Sólo aparentemente era más sólida la posición de Benedicto XIII, que había obtenido, con el Compromiso de Caspe, una baza política de primera magnitud; pese a ello, el apoyo del nuevo monarca aragonés, Fernando I, no será tan incondicional como el Papa hubiera querido. Peñíscola no dejara de ser, como Rímini o Florencia, un refugio, más o menos confortable, pero refugio al fin. La solución a esta situación, aparentemente estancada, procederá de Alemania, donde, el 21 de julio de 1411, había sido elegido unánimemente Segismundo como rey de romanos. El se convertiría en el más entusiasta impulsor de una solución para la división de la Iglesia. El peligro turco, ante cuyo ataque se hallaba, como rey de Hungría, en primera línea, hace que esta cuestión sea para él de primera importancia. Para resolver tan acuciante amenaza precisaba crear un fuerte poder político que lograría uniendo la Corona de Hungría, el título de rey de romanos y la Corona de Bohemia; era imprescindible lograr que ese poder fuera operativo y, para ello, se requería resolver el Cisma, terminar con el enfrentamiento franco-inglés y unir la Iglesia romana y oriental. Sólo la solución a esos difíciles objetivos permitiría una acción contundente contra los infieles. La solución de todos esos problemas parecía tener como necesario intermediario a Juan XXIII: lo primero que se necesitaba era reunir un concilio en el que se arbitraran los medios más convenientes para resolverlos; un concilio regularmente convocado y presidido por un Papa, eliminando los graves errores cometidos en Pisa. Benedicto XIII y Gregorio XII no lo convocarían o, en todo caso, su convocatoria no tendría el eco necesario; en cambio, Juan XXIII ni siquiera tenía que convocarlo, puesto que, oficialmente, las sesiones del iniciado Concilio de Roma sólo se hallaban temporalmente interrumpidas. Segismundo necesitaba apremiantemente una aproximación al Papa de Pisa; también Juan XXIII necesitaba obtener nuevos apoyos después de su ruptura con Ladislao, y la única posibilidad parecía la del rey de romanos. Los motivos de desconfianza eran numerosos y los intereses bastante diferentes; en las largas negociaciones de septiembre de 1413, los representantes imperiales impusieron la ciudad de Constanza como lugar de reunión del concilio que Juan XXIII había de convocar para el 1 de noviembre de 1414. Una ciudad imperial que permitiría a Segismundo controlar el curso de los acontecimientos. Había convocatoria pontificia, lo que, al menos formalmente, impedía tachar a la nueva asamblea de ilegítima desde sus mismos comienzos. Juan XXIII entraba en esta vía como la única solución posible, consciente de los graves problemas a los que iba a enfrentarse, pero con la esperanza de verse reconocido como único Pontífice, aunque Segismundo no se comprometió a ninguna solución previamente establecida. Lograda la legítima convocatoria, había que conseguir una representación universal de las naciones cristianas, de tal forma que el concilio, legalmente convocado y universalmente constituido, pudiese dar un único e indubitado Pontífice y, con él, proceder a la reforma por la que venía clamándose desde hacía tanto tiempo. Un camino netamente definido, pero erizado de unas dificultades que ni siquiera era posible sospechar.
Personaje Religioso Político
La famosa familia Borgia tiene su origen en este hombre de origen español llamado Rodrigo de Borja que adoptó el nombre de Alejandro VI cuando fue elegido papa. Ya su elección vino acompañada de polémica debido a su conducta licenciosa, producto de la cual tenía un hijo llamado César. Precisamente fue César el beneficiario de la concesión de un amplio número de territorios eclesiásticos para su disfrute personal, lo que motivó que Alejandro VI fuera tildado de nepotismo y criticado abiertamente por Savonarola. Su habilidad diplomática benefició a Isabel y Fernando con el nombramiento de Reyes Católicos al tiempo que por las bulas "Inter Caetera" cedía a Castilla el dominio americano. Alejandro también favoreció la lucha contra los turcos y la formación de una Liga Santa contra Francia.
Personaje Religioso Político
Nacido en Italia, alcanzó el solio pontificio a la muerte de Inocencio X, no sin controversias. El cónclave papal se dividió nuevamente entre los partidarios de los Habsburgo y la facción francesa, como había ocurrido en la elección del papa anterior, Inocencio X. Igualmente, el candidato francés, Sachetti, fue derrotado tras alcanzar treinta y tres votos, saliendo elegido el cardenal Fabio Chigi, antiguo legado pontificio en la Paz de Westfalia. Alejandro VII hubo de enfrentarse a la hostilidad francesa, solventada con el Tratado de Pisa (1664). Durante su mandato, Cristina de Suecia, hija de Gustavo Adolfo, arribó a Roma para fijar su residencia, convirtiéndose al catolicismo y renunciando por ello al trono. Su constante inmiscusión en asuntos vaticanos fue motivo de no pocos roces con el Papa. El mayor problema al que hubo de enfrentarse fue consecuencia de la controversia jansenista, confirmando la condena impuesta por su predecesor en 1654 a los seguidores de Antonio Arnauld. Éste apoyó la ideología jansenista y se colocó enfrente del Papado. En 1657, los obispos franceses asumieron su sumisión al pontífice vaticano, excepto Arnauld y sus partidarios de la abadía de Port-Royal, lo que mantiene abierta la brecha en el seno del catolicismo. En 1664, Alejandro VII realizó un nuevo intento por atraerse a la totalidad de la curia francesa, proponiendo una fórmula de sumisión que, nuevamente, fue rechazada por los obispos díscolos. Murió en 1667 sin conseguir atraer para sí a los discordantes. Alejandro VII fomentó las artes, encargando a Bernini la columnata de la Plaza de San Pedro.
Personaje Religioso Político
Sucesor de Inocencio XI, fue designado Sumo Pontífice en 1689. De su predecesor heredó el enfrentamiento con el monarca francés Luis XIV por los privilegios de éste sobre el clero francés. Alejandro VIII condenó en 1690 los cuatro artículos galicanos, que restringían notablemente el poder del Papa en suelo francés, logrando el beneplácito de Luis XIV. Por otro lado, su reinado ha pasado a la historia eclesiástica como un mandato imbuido de nepotismo. Falleció en 1691.
contexto
A la muerte de Filipo, Macedonia se había extendido hasta el mar Negro, conquistando buena parte de Tracia, y había ocupado Tesalia, mientras que el resto de la Hélade y del Epiro aparecían como estados aliados o vasallos. Al heredar Alejandro el trono macedonio contaba pues con un excelente punto de partida para alcanzar su máximo objetivo: la conquista de Asia. En la primavera de 334 a.C. Alejandro partía de Macedonia, avanzando hacia Tracia y alcanzando las costas de Asia Menor, donde se produjo el primer enfrentamiento con los persas en la batalla de Gránico. La victoria permitió al macedonio continuar su avance hacia Lidia, ocupando las ciudades de Mileto y Halicarnaso. Las regiones de Caria y Frigia cayeron en sus manos. Tras cortar el famoso nudo en Gordión, la Capadocia y Cilicia serán ocupadas antes de producirse una segunda batalla decisiva, la de Issos donde Alejandro bate a Darío de manera contundente. La decisión del monarca macedonio será descender hacia Siria para tomar Tiro y Sidón, sirviendo de cabeza de puente para la conquista de Egipto, donde fundará la famosa Alejandría. Tras visitar el oráculo de Amón se embarcará en la toma de Mesopotamia, produciéndose la definitiva batalla de Gaugamela donde Darío será contundentemente derrotado. Susa y Persépolis caerán bajo su dominio, estableciendo el próximo objetivo en las satrapías superiores: Bactriana y Sogdiana. Los territorios más septentrionales del Imperio Persa eran ocupados en el año 328 y desde allí Alejandro descendió hasta la India, alcanzando el Indo. Tras ocho años alejadas de Grecia, las tropas presentan sus primeras muestras de cansancio por lo que se impone el regreso desde Patala. Alejandro dirigía el cuerpo de ejército por tierra mientras Nearco costeaba con una flota hasta llegar al golfo Pérsico. El rey macedonio llegó otra vez a Persépolis y a Babilonia, donde falleció el 30 de junio de 323 a.C. antes de cumplir los 33 años.
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La historia de la imagen de Alejandro resulta así tan importante como la misma personalidad del Rey. Ello se acentúa por el hecho de que los historiadores que en su tiempo se ocuparon de él sólo se conservan en fragmentos citados por otros que pueden haber introducido matices en los aspectos que lo retratan. Es lo que ocurre, según se admite tradicionalmente, con el libro XVII de Diodoro de Sicilia y con la "Historia de Alejandro" de Quinto Curcio, que al parecer se apoyan en la tradición de Clitarco. En toda esta literatura, la base se encuentra en la relación que existe entre grandeza y excesos, definida de modo privilegiado en la figura de Alejandro. Es también el fundamento de toda la otra tradición, diferente pero inseparable de la anterior, constituida por las novelas de Alejandro, de gran proyección posterior. Junto a ello se encuentra la tradición representada por Arriano, que recoge los datos transmitidos por Ptolomeo y por Aristobulo, que estuvo con Antípatro, portador de la imagen macedónica de la realeza nacional, la que imagina al Rey como representante de la comunidad. Tal vez sea Plutarco quien, a pesar de su declaración de intenciones como escritor moral y no historiador, sea capaz de recopilar los datos de origen más variado como para transmitir una imagen de esa importante diversidad de fuentes, síntoma de la diversidad de imágenes que dejó de sí el mismo Alejandro. Los primeros autores interpretan, condicionados por su propia intencionalidad, pero los recopiladores también lo hacen, como Diodoro, al mezclar las fuentes, cuando quiere dar una visión favorable a la Tebas sojuzgada, por ejemplo. Arriano, ejemplo para muchos de ecuanimidad, se ha revelado, en estudios como los de Vidal-Naquet, como un historiador profundamente condicionado por las realidades de la época en que vivió, creadora de una imagen del poder para la que podía servir de fundamento un Alejandro conquistador pero equitativo, equiparable a Trajano o a Adriano, según los aspectos que se tratara de resaltar. El estudio de Alejandro es, pues, inevitablemente, el de Alejandro y su imagen.
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Una vez que Alejandro hubo restaurado el poder macedónico en el continente, emprende lo que en principio había de ser la continuación de la obra en que la muerte había sorprendido a su padre. La campaña se inicia en el año 334 con el paso del Helesponto. De hecho, los primeros contactos de Alejandro en las costas occidentales de Asia Menor fueron los establecidos con los griegos de la zona, cuya historia reciente les había dado una especial configuración. Las relaciones específicas, establecidas con los persas desde la paz del Rey, habían servido para consolidar regímenes oligárquicos o tiránicos dependientes, en los que era difícil avivar sentimientos de rebelión. Así, como de entrada las ciudades griegas no mostraban especial entusiasmo por acoger al macedonio que se presentaba como liberador, Alejandro optó por emprender directamente la vía militar, para lo que se dirigió hacia el este y se enfrentó a las tropas persas en la batalla de Gránico, en la Frigia Helespóntica. La victoria, indiscutible, abrió para los ejércitos de Alejandro las puertas de Asia Menor, donde las ciudades griegas comenzaron a reaccionar de manera diferente y a buscar la alianza con Alejandro, a través de modificaciones internas que se definen como formas de democratización. En los documentos conservados gracias a la epigrafía, Alejandro aparece como firmante unido a los griegos, con lo que se da a su empresa un carácter panhelénico, desprendido de la realeza macedónica, para identificarse con el conjunto de los helenos y con su propia persona individualmente. Él y los griegos serán los protagonistas de las primeras campañas y los promotores de un nuevo marco de encuadramiento de las ciudades asiáticas. Alejandro llegó por el sur hasta Sardes y Éfeso, donde favorecía igualmente sistemas denominados democráticos bajo la vigilancia de Alejandro mismo. Sin embargo, un griego, Memnón de Rodas, típico producto de las formas de colaboración que se vienen anudando entre persas y griegos de Asia a lo largo del siglo IV, fue el encargado de organizar la contraofensiva, de modo que recuperó el control sobre gran parte de las Cícladas y, especialmente, sobre las ciudades de las islas de Quíos, Rodas y Lesbos. Alejandro, una vez sometida a control la zona suroccidental de Asia Menor, se dirigió hacia el interior de nuevo y tuvo que atender, aunque sólo desde lejos, las necesidades de la flota a la que ya había dado de lado, como factor secundario en su nuevo empeño. Sin embargo, la muerte de Memnón y las necesidades del Rey de concentrar fuerzas para volver a intentar la resistencia a la penetración grecomacedónica hicieron innecesaria la acción, de modo que, desde lejos y con el apoyo de su prestigio creciente en las acciones dentro del territorio persa, los griegos se reestructuraron en la Liga de Corinto, con la entrada de las ciudades liberadas, de las que se expulsaba a los tiranos, se hacía volver a los exiliados, naturalmente a los que lo habían sido por las tropas aliadas de los persas y no a los exiliados por la acción de los macedonios, y se organizaba un nuevo sistema en que el demos compartía teóricamente el control de la situación con Alejandro mismo. Arriano habla de leyes democráticas bajo la vigilancia de Alejandro. Alejandro continuaba entre tanto su expedición de control de los territorios de Asia Menor, por Gordion, donde tuvo lugar el famoso episodio consistente, para la mayoría de las fuentes que retratan un Alejandro valeroso y afortunado pero violento, en el corte tajante del famoso nudo que se le ofrecía como obstáculo, mientras que para Aristóbulo, autor de una imagen de Alejandro serena e inteligente, modelo del tipo de emperador que en sus tiempos le gustaría ver gobernando el imperio romano, el rey habría desatado hábilmente el nudo. Luego descendió hasta llegar a Tarso, de nuevo en la costa del Mediterráneo, donde ya podía entrar en contracto con los refuerzos que había hecho transportar a Siria.
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En el año 327 Alejandro llegó a la India. Cuáles fueran los objetivos concretos, de realizar ciertas acciones para llegar a los valles de los ríos que se encuentran en la India, será siempre difícil de determinar, pues entra dentro de un tipo de dinámica que las fuentes antiguas envuelven en la leyenda y en el mito. Cada paso parecía implicar que se acercaba a los territorios señalados como confines por las tradiciones referentes a Heracles o a Dioniso, divinidades que habían adquirido en la tradición, entre otras, la función de señalar los límites del mundo habitado o habitable por los griegos. Sin embargo, todo ello tuvo una doble vertiente, señalada por los aspectos negativos surgidos tanto en el interior como en el exterior. En este último aspecto, la lucha contra el rey Poros complicó sin duda los planes. Pero más importante fue el hecho de que en estas circunstancias se produjeran las revueltas de las colonias militares asentadas en las Altas Satrapías, provocadas por las noticias de la muerte de Alejandro, lo que indicaría el fuerte grado de personalismo que se está extendiendo en la proyección oriental de la política griega. Pero también resulta significativo que los colonos militares allí asentados echaran de menos la polis como sistema organizativo. Aquí están presentes los problemas resultantes del proceso de formación del mundo helenístico, aunque, momentáneamente, el problema concreto se resolviera a través de la represión y de la destrucción simple de los asentamientos. Desde el año 324, la obra de Alejandro se traduce en una nueva organización del reino y del territorio. La conquista queda sustituida por la organización. Pero, de repente, se ponen de manifiesto todos los problemas que han ido quedando ocultos por la dinámica conquistadora y expansiva de cada momento. En líneas generales, puede decirse que el sistema persa se convierte en el dominante, plasmado desde el principio en la organización de las satrapías. Paralelamente, la herencia ideológica materializada en el proyecto de control de la ecúmene desempeña también un papel en el límite de las realidades, cuando éstas llegan al límite del mundo. Cada etapa se convierte así en el punto de arranque de una nueva etapa conquistadora, único argumento capaz de sustentar sólidamente una forma de poder como la que Alejandro ahora pretende. El problema viene en este momento a traducirse en el de los modos de aplicar a occidente los métodos asimilados en la conquista de oriente. Así, se plantea por primera vez la cuestión de si es posible que en una misma estructura política se incluyan Oriente y Occidente. Pero, desde 324, Alejandro se dirige a las ciudades griegas como el Rey sucesor de los Aqueménidas, el Rey Alejandro, no el Rey de los macedonios que, voluntariamente, dejaba fuera de la fórmula a los griegos, como si se tratara de un estado aliado y colaborador de las ciudades griegas libres. En el mensaje que transmitió a través de Nicanor, además, Alejandro exigía de ellas el culto como si se tratara de un dios invencible, theós aníketos, una vez que se considera realizada la misión para la que han apoyado la presencia de una fuerte autoridad exterior, que ahora reclama su compensación. La transformación de la monarquía macedónica, operada al servicio de los griegos en la epopeya oriental, se traduce ahora en una presencia despótica en el mundo griego. La muerte puso punto final a una empresa, antes de que sus consecuencias lógicas y paradójicas pudieran ser constatadas en la práctica, cuando sólo era posible comprobar lo que quedaba después de la desaparición de su principal protagonista individual, creador, al tiempo que víctima, de unas circunstancias generales realmente específicas y peculiares. La helenización se traduciría, parcialmente, en una orientalización de las formas políticas y sociales.