Los profetas de alabastro del remate superior de la sillería alta del coro de la catedral de Toledo constituyen una serie que comienza a partir de la verja. La desigualdad es la nota predominante de esta parte de alabastro, tanto en el diseño de los personajes como en la calidad técnica, un indicio de la injerencia de los ayudantes, sin olvidar que la imaginación de Berruguete parece adaptarse mejor a una talla más directa, como es la madera.
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Esta obra fundamental de la escultura castellana del Renacimiento, contratada por Alonso de Berruguete y Felipe Vigarny en 1535, constituye un claro exponente de la diferente sensibilidad de sus autores. Si en la sillería alta de la zona del Evangelio, Vigarny, ya al final de su vida, sigue fiel a unos criterios compositivos de una figuración serena y reposada, ligada a los modelos clásicos del Renacimiento, Berruguete, en la sillería alta del lado de la Epístola, hace gala de soluciones más artificiosas y de unos criterios figurativos en consonancia con las experiencias manieristas más radicales.
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El contrato con Bigarny y Covarrubias para realizar la sillería alta del coro de la catedral de Toledo lo firma Berruguete en 1539, sin la colaboración de Siloe y la poca conocida del famoso rejero burgalés Cristóbal de Andino, que se ocupa de las cupulillas de alabastro. En la tasación de 1542 intervinieron Jerónimo Quijano, Juan de Juni y Pedro Machuca, nombres que completan la elite artística relacionada con la obra y testimonio de ese peregrinar e interrelación de los artistas del siglo XVI que dio su fruto en el nacimiento de múltiples centros artísticos. La labor de las sillas de nogal rematadas con tableros de alabastro se repartió entre Bigarny y Berruguete, quedando a cargo de Covarrubias su ordenación arquitectónica. La parte de la derecha, antigua de la Epístola, fue de la responsabilidad de Berruguete, que inicia la serie de sus personajes con las figuras de nuestros primeros padres, en las que la belleza de Eva tiene ecos leonardescos. De talla perfecta, como si en estas últimas obras de su vida quisiera mejorar las imperfecciones que en casos le achacaron, la inventiva del artista ha plasmado de forma magistral escenas como por ejemplo la de Moisés y la zarza ardiendo, que analiza su sentido con el prosaico motivo de calzarse: todas ellas magistrales, de composiciones trabajadas, bellos mantos que acentúan el movimiento apasionado de las figuras en posiciones inestables o en actitudes de contraposto que nos hablan de su genial maniera con recuerdos del Laocoonte, de un Miguel Angel menos corpóreo, de Leonardo o de sus contemporáneos. Las figuras de alabastro que representan los antecedentes bíblicos de Jesús mantienen el tono heroico de las figuras en nogal, pero posiblemente contó con ayudantes para la dura labra del material, en años avanzados de su vida. La obra se completa con la magnífica silla arzobispal que no pudo realizar Bigarny por su muerte, y con la ayuda del hijo de éste, Gregorio Bigarny o Pardo. Sobre la silla arzobispal, con bellos relieves dinámicos como el del Juicio Universal, representa la Transfiguración, de talla exenta en mármol, culminación de su arte en la sabia composición y el fuego que anima a sus figuras. En el zócalo, extraordinarios relieves de temas profanos con historias de caballeros y tritones de nervioso y vibrante modelado. Entre los ayudantes de la obra destacan Francisco Giralte, Isidro Villoldo y Pedro de Frías.
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El coro catedralicio de Toledo es un rectángulo de tres lados y con dos filas de sillas situadas a diferente altura; la primera destinada a beneficiados y cantores, es la del siglo XV, realizada por Rodrigo Alemán. Para acceder a la silería alta hay accesos distribuidos de la siguiente manera: uno en el fondo, que da paso directo a la silla del arzobispo; dos situados en el centro de los laterales; más otros dos cercanos a la verja. Los respaldos de la sillería baja son siempre pequeños porque sirven de atriles a la sillería alta, es decir, en el coro todo se ajusta a su propia funcionalidad. En la sillería alta, ejecutada por Felipe Vigarny y Alonso Berruguete en el XVI, es donde se da con mayor fuerza la expresión simbólica.
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La fachada principal de la catedral toledana se diseñó con dos torres pero sólo se concluyó la de la izquierda. Se alza hasta los 90 metros de altura y se remata con una aguja flamígera.