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CAPÍTULO XXXV Salen de Mauvila los españoles y entran en Chicaza y hacen piraguas para pasar un río grande Volviendo al hilo de nuestra historia, es de saber que pasados veintitrés o veinticuatro días que los españoles habían estado en el alojamiento de Mauvila curándose las heridas y habiendo cobrado algún esfuerzo para pasar adelante en su descubrimiento, salieron de la provincia de Tascaluza y, al fin de tres jornadas que hubieron caminado por unas tierras apacibles, aunque no pobladas, entraron en otra llamada Chicaza. El primer pueblo de esta provincia donde los nuestros llegaron no era el principal de ella sino otro de los de su jurisdicción, el cual estaba asentado a la ribera de un gran río hondo y de barrancas muy altas. El pueblo estaba a la parte del río por donde los españoles iban. Los indios no quisieron recibir de paz al gobernador, antes, muy al descubierto, se mostraron enemigos, respondiendo a los mensajeros que les habían enviado que querían guerra a fuego y a sangre. Cuando los nuestros llegaron a dar vista al pueblo, vieron antes de él un escuadrón de más de mil y quinientos hombres de guerra, los cuales, luego que asomaron los castellanos, salieron a recibirlos y escaramuzaron con ellos, y, habiendo hecho poca defensa, se retiraron al río desamparando el pueblo, que lo tenían desocupado de sus haciendas, mujeres e hijos porque habían determinado no pelear con los españoles en batalla campal sino defenderles el paso del río, que, por ser de mucha agua y muy hondo y de grandes y altas barrancas, les parecía podrían estorbarles el camino y forzarles a que tomasen otro viaje. Pues como los españoles arremetiesen a los indios con toda furia, ellos se arrojaron al agua y pasaron el río, de ellos en canoas, que las tenían muchas y muy buenas, y de ellos a nado como el temor dio la prisa. De la otra parte del río, frontero del pueblo tenían todo su ejército, donde había ocho mil hombres de guerra, los cuales habían protestado defender el paso del río, por cuya ribera tendían su alojamiento dos leguas en largo para que por todo aquel espacio no pudiesen pasar los castellanos. Sin esta defensa que los indios hacían en el río a los cristianos, los molestaban de noche con rebatos y armas que les daban, pasando el río en cuadrillas en sus canoas por diversas partes, acudiendo todos a una, con que daban mucha pesadumbre a los nuestros. Los cuales, para defenderse, usaron de un ardid muy bueno, y fue que en tres desembarcaderos que el río tenía en aquel espacio que los indios tenían ocupado, donde venían a desembarcar, hicieron de noche hoyos donde pudiesen encubrirse los ballesteros y arcabuceros, los cuales, cuando venían los indios, los dejaban saltar en tierra y alejarse de las canoas y luego arremetían con ellos y con las espadas les hacían mucho daño, porque no había por dónde los enemigos pudiesen huir. De esta manera los maltrataron tres veces, con que los indios escarmentaron de sus atrevimientos y no osaron más pasar por el río. Sólo atendían a defender el paso a los nuestros con mucho cuidado y diligencia. El gobernador y sus capitanes, viendo que por donde estaban les era imposible pasar el río por la mucha defensa que los enemigos hacían y que perdían tiempo en esperar descuido en ellos, dieron orden que cien hombres, los más diligentes, que entendían algo del arte, hiciesen dos barcas grandes, que por otro nombre les llaman piraguas y son casi llanas y capaces de mucha gente. Y, para que los indios no sintiesen que las hacían, se metiesen en un monte que estaba legua y media el río arriba y una legua apartado de la ribera. Los cien españoles diputados para la obra se dieron tal prisa que en espacio de doce días acabaron las piraguas. Y para las llevar al río hicieron dos carros, conforme a ellas, y, con acémilas y caballos que los tiraban, y con los mismos castellanos que rempujaban los carros y en los pasos dificultosos llevaban a cuestas las barcas, dieron con ellas una mañana, antes que amaneciese, en el río, en un muy espacioso embarcadero que en él había, y de la otra parte había asimismo un buen desembarcadero. El gobernador se halló delante al echar de las barcas en el río, porque había mandado que para entonces le tuviesen avisado. El cual mandó que en cada barca entrasen diez caballeros y cuarenta infantes tiradores y que diesen prisa a pasar el río antes que los indios viniesen a defenderles el paso. Los infantes habían de remar y los de a caballo, dentro en las barcas, iban encima de sus caballos por no detenerse en subir en ellos de la otra parte. Por mucho silencio que los españoles quisieron guardar en echar las barcas al río y embarcarse en ellas, no pudieron excusar que no los sintiesen quinientos indios que servían de correr el río por aquella banda, los cuales acudieron al paso y, viendo las barcas y los españoles que querían pasar, dieron un grandísimo alarido avisando a los suyos y pidiéndoles socorro y luego se pusieron al desembarcadero a defender el paso. Los españoles, temiendo no acudiesen más enemigos, pusieron toda la diligencia en embarcarse, y el gobernador quiso pasar en la primera barcada, mas los suyos se lo estorbaron por el mucho peligro que había en aquel primer viaje hasta tener libre de enemigos el desembarcadero. Con esta prisa dieron los nuestros a los remos y llegaron a la otra ribera todos heridos, porque los indios los flechaban de la barranca a todo su placer. La una de las barcas atinó bien al desembarcadero y la otra decayó en él, y, por las grandes barrancas del río, no pudo la gente saltar en tierra, por lo cual fue menester hacer mucha fuerza con los remos para arribar al desembarcadero. Los de la primera barca saltaron en tierra, y el primero que salió fue Diego García, hijo del alcaide de Villanueva de Barcarrota, un soldado valiente y en todo hecho de armas muy determinado, por lo cual todos sus compañeros le llamaban Diego García de Paredes, no porque le hubiese parentesco, aunque era hombre noble, sino porque le asemejaba en el ánimo, esfuerzo y valentía. El segundo de a caballo que saltó en tierra fue Gonzalo Silvestre. Los cuales dos arremetieron con los indios y los retiraron del desembarcadero más de doscientos pasos y volvieron a todo correr a los suyos por el mucho peligro que traían por ser dos solos y los enemigos tantos. De esta manera arremetieron con los indios y se retiraron de ellos cuatro veces sin haber tenido socorro de sus compañeros, porque unos a otros se habían embarazado y no se daban maña a saltar en tierra con los caballos. A la quinta vez que acometieron a los enemigos, iban ya seis de a caballo, que pusieron más temor a los indios para que no volviesen con tanta furia a defender el paso. Los infantes que iban en la primera barca, luego que saltaron en tierra, se metieron en un pueblo pequeño, que estaba en la misma barranca del río, y no osaron salir de él porque eran pocos y todos heridos, porque habían llevado la mayor carga de las flechas. Los de la segunda piragua, como hallaron desocupado de enemigos el desembarcadero, saltaron en tierra con más facilidad y sin peligro alguno, y acudieron a socorrer los compañeros que andaban peleando en el llano. El gobernador pasó en la segunda barcada con otros setenta u ochenta españoles, y, como los indios viesen que los enemigos eran muchos y que no podían resistirles, se fueron retirando a un monte que estaba no lejos del pueblo y de allí se fueron a los suyos, que en el real estaban, los cuales, habiendo sentido la grita y alarido que los corredores habían dado, acudieron a mucha prisa a defender el paso, mas, encontrando con los corredores y sabiendo de ellos que muchos españoles habían pasado ya el río, se volvieron a su ejército, donde se hicieron fuertes. Los cristianos fueron sobre ellos con ánimo de pelear, mas los indios se estuvieron quedos fortaleciéndose con palizadas de madera y con las mismas ramadas que para su alojamiento tenían hechas. Algunos que se mostraron muy atrevidos salieron a escaramuzar, mas ellos pagaron su soberbia porque murieron alanceados, que la ligereza de ellos no igualaba con la de los caballos. De esta manera gastaron todo aquel día, y la noche siguiente se fueron los indios, que no pareció más alguno. Entretanto había pasado el río todo el ejército de los españoles.
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Capítulo XXXV Que trata de cómo estando el general Pedro de Valdivia en la ciudad en estos negocios le vino nueva cómo habían muerto los indios a los cristianos que estaban haciendo el bergantín Como el general Pedro de Valdivia se tardó en la ciudad diez días por ser negocio tan importante, y como la gente estaba sacando el oro y haciendo el bergantín, y sirviéndoles los indios, y mostrándoles color de buenos servidores y amigos, e viendo Michimalongo lugar y coyuntura para poder hacer más a su salvo el daño que pudiese a los cristianos, envió secretamente sus mensajeros a sus indios viniesen. Luego fueron ayuntados y venidos donde el Michimalongo les había mandado. E salido el general de allí, servían los indios mejor finalmente, que cuando el servicio es trasordinario de aquellos cotidianos que ellos suelen hacer, téngase por avisado que les han de dar con el agraz y aun con la sal y salsa. Mas quiero decir que los que se sirven de estos indios han de tener y vivir con cuidado. Viendo Michimalongo que los cristianos que habían quedado allí eran pocos y el aparejo para matallos bueno, luego acometieron a hora de vísperas aunque pelearon hasta la noche, e mataron a todos los españoles que no se escapararon sino dos, que con la oscuridad de la noche huyeron. Sin ser sentidos de los indios vinieron a la ciudad. Vistos por el general y sabida la nueva, mandó en la ciudad prender todos los caciques y poner a buen recaudo, poniendo guarda sobre ellos, y dejándola en la ciudad, partió por la posta. Cuando el general allegó, hallaron la madera del bergantín quemada y muertos trece cristianos y cuatro esclavos negros y muchos yanaconas e indias del Pirú. Los españoles que habían escapado dijeron que siete días después que de ellos se habían apartado el general, se ajuntaron tan cerca los indios de los cristianos que acometieron a tomarlos a manos. Pelearon con todo ánimo aunque carecían de armas y pugnaron vender bien sus vidas, de suerte que con la oscuridad se habían escapado e ido a la ciudad. Viendo el general que de los pocos españoles que tenía se les apocaban los indios; junto con esto consideraba que no convenía estar allí en el puerto con tan poca gente, principalmente si los indios se rehacían. Por otra parte consideraba que estaba la ciudad en tanto peligro como él por no estar dentro. Y con estas desasosegadas consideraciones se fue a la ciudad. Y éste fue el principal remedio que en semejante tiempo se requería. Y hecho se apellidaron los indios todos a una y alzáronse de nuevo y escondieron los bastimentos y lo demás que tenían. Habían los indios sembrado poco maíz y no como otras veces, con intención que viendo los españoles que había poco sembrado, no aguardarían a coger las sementeras, y viendo poco bastimento perecerían o no permanecerían en la tierra. Y si acaso quisiesen porfiar, que los matarían, por una parte con la hambre y por otra los apocarían con la guerra, la cual comenzaron a hacer muy de veras, acometiendo dentro de la ciudad, matando los yanaconas, no admitiendo en sus requerimientos y amonestaciones que los yanaconas les hacían, dándoles a entender, pues no veníamos a matarlos a ellos, que qué era la causa que mataban a sus españoles, y que si eran venidos a esta tierra era para más bien suyo, porque serían cristianos y debajo de serlo y demás de esto deprenderían de nosotros cosas virtuosas. Y con decirles esto y otras cosas, con todo seguían su mala y perversa opinión.
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Que trata cómo Nezahualcoyotzin restituyó en sus señoríos a los señores pertenecientes al reino de los aculhuas y cómo repartió las tierras Fue por todos muy alabado lo que hizo Nezahualcoyotzin en la razón de la restitución de los señoríos, en que mostró su nobleza y gran valor y no tener memoria de hombre tirano, con que engrandeció la memoria de sus pasados y desde este tiempo los señores que andaban ausentes y fugitivos en las provincias de Tlaxcalan, Huexotzinco y Chalco, echaron de ver, de Nezahualcoyotzin que el perdón que les había hecho, no era fingido y que no los llamaba cogiéndolos, como pensaban, sobre seguro. El cual llegado que fue restituyó en el señorío de Huexutla a Tlazolyaotzin hijo de Itlacazatzin, el que se fue a Tlaxcalan huyendo por su rebelión y traiciones atrás referidas. En Coatlichan restituyó en el señorío al mismo Motoliniatzin, que solía ser, el cual lo fueron a traer de la provincia de Huexotzinco, que vivía en el pueblo de Tetzmolocan; a Tetzcapoctzin hizo señor del pueblo de Chimalhuacan. Los pueblos de Coatépec, Iztapalocan y otros que caían hacia aquella parte, los adjudicó para sí; y a Cocopintzin lo hizo señor del pueblo de Tepetlaóztoc y en Acolman a Motlatocacomatzin hijo de Teyolcocoatzin; a Tencoyotzin hizo señor de Tepechpan; a Techotlalatzin de Tezoyoacan; a Tezozomotzin de Chicuhnauhtla y en Chiauhtla dio allí a un hijo suyo llamado Quauhtlatzacuilotzin para que después de criado fuese señor de allí, que era pequeño. En esta sazón con los pueblos de Xaltocan, Papalotlan y otros hizo lo que con Coatépec. A Quetzalmemalitzin dio el señorío de Teotihuacan que había sido de Huetzin su padre ya difunto y le dio el título de capitán general del reino de la gente ilustre y que en su pueblo se despachasen todos los pleitos y negocios que hubiese entre los caballeros y gente noble de los pueblos de las provincias de la campiña. En Otompan hizo señor a Quecholtecpantzin, dándole el mismo título, pero de la plebe, y que asimismo despachase los negocios y demandas que hubiese entre la gente común y plebeya de las provincias de la campiña. Andando el tiempo restituyó y confirmó en los señoríos a Tlalolintzin de Tolantzinco y a Nauhecatzin de Quauhchinanco y a Quetzalpaintzin de Xicotépec. Todas las demás ciudades, pueblos y lugares del reino y provincia que se dice de los aculhuas, lo repartió en ocho partes, poniendo en cada una de ellas un mayordomo y cobrador de sus tributos y rentas, en esta manera: en la ciudad de Tetzcuco con sus barrios y aldeas, puso por su mayordomo a Matlalaca, el cual, demás de estar a su cargo todas las rentas y tributos de ella, tenía obligación de sustentar la casa y corte del rey setenta días, dando cada día en grano veinticinco tlacopintlis de maíz, para tomarles, que era una medida que en aquel tiempo se usaba, y cada tlacopintli tenía tres almudes más de una fanega, que reducidos a fanegas montan treinta y una fanegas y tres almudes; otros tres tlacopintlis de fríjoles y tortillas hechas cuatrocientas mil, de cacao cuatro xiquipiles que montan treinta y dos mil cacaos, cien gallos, veinte panes de sal, veinte cestones de chile ancho y otros veinte de chile menudo, diez de tomates y diez de pepitas: era lo que este mayordomo tenía obligación de dar cada día. El segundo mayordomo que se llamaba Atochtli, tenia a su cargo todas las rentas que pertenecían a Atenco (que era la parte de la ciudad que caía hacia la laguna con todos sus pueblos y aldeas, que eran por todos once) y demás de la obligación de cobrar los tributos, tenía asimismo la de sustentar y dar de comer con la misma cantidad a la casa del rey otros setenta días. Otro mayordomo que era el tercero y se llamaba Cóxcoch tenía a su cargo las rentas y tributos de Tepepolco con todos sus pueblos y lugares a él sujetos, que eran por todos trece y asimismo tenía obligación de sustentar en cada un día la casa del rey, otros setenta. El cuarto mayordomo se decía Tiemati y era a su cargo cobrar las rentas y tributos de Axapochco con todos sus lugares y aldeas, que eran otros trece y sustentar la casa del rey cuarenta y cinco días. El quinto se decía Ixotl, eran a su cargo los tributos y rentas de Quauhtlatzinco, que tenía veintisiete aldeas y lugares y tenía obligación de dar el dicho sustento sesenta y cinco días. El sexto se decía Quauhtecólotl que era mayordomo de Ahuatépec, con otras ocho aldeas y lugares que a él estaban sujetos; demás de la obligación de cobrar los tributos, tenía la misma de sustentar la casa del rey cuarenta y cinco días. El séptimo se decía Papálotl y era a su cargo cobrar los tributos de Tetitlan en que entran los pueblos de Coatépec, Iztapalocan, Tlapechhuacan y sus aldeas. El octavo se llamaba Quateconhua y era a su cargo cobrar los tributos de Tecpilpan, con otras ocho aldeas y lugares que se le juntaban. Esto era lo que pertenecía a Nezahualcoyotzin, que era lo realengo, sin más de ciento sesenta aldeas y lugares que repartió a sus hijos, deudos y personas beneméritas. Las tierras de cada pueblo o ciudad estaban repartidas en este modo: había unas suertes grandes en lo mejor de las demás de las tales ciudades y pueblos, que contenían cuatrocientas medidas de largo y de ancho ni más ni menos, que se llamaba por una parte Tlatocatlali o Tlatocamili, que quiere decir tierras o sementeras del señor y por otra Itónal Intlácatl, que significa las tierras que acuden conforme a la dicha o ventura de los reyes o señores; había otras suertes de tierras que llamaban Tecpantlali que significa tierras pertenecientes a los palacios y recámara de los reyes o señores y a los naturales que en ellas estaban poblados, llamaban Tecpanpouhque, que quiere decir gente que pertenece a la recámara y palacio de los tales reyes y señores. Otras suertes de tierras que se decían Calpollali o Altepetlali, que es lo mismo que decir, tierras pertenecientes a los barrios, al pueblo; en estas tierras estaba poblada toda la gente común en parte de ellas y las demás la labraban y cultivaban para la paga de sus tributos y sustento. Esto era lo más principal, que a solos los herederos de los reinos y señoríos pertenecía y no a otros, que esto era lo principal y la mayor parte de los pueblos y ciudades y no podían los mazehuales (que así se decían los que las tenían pobladas) darlas a otros, sino que sus hijos y deudos las heredaban con las calidades que ellos las habían tenido y gozado y si servían a otros pueblos, quedaban libres para poderlas dar a otros que las tuviesen con las mismas condiciones. Estos tres géneros de tierras y poblaciones sólo a los reyes y señores pertenecían y no a otros ningunos. Otras suertes había que se decían Pillali, que eran y pertenecían a los caballeros y descendientes de los reyes y señores referidos. Otras suertes se llamaban Tecpillali, que casi eran como las que se decían Pillali; éstas eran de unos caballeros, que se decían de los señores antiguos y asimismo eran las que poseían los beneméritos. De esta manera estaban sorteados los pueblos y ciudades con estos géneros de suerte de tierras; aunque en las de los señores conquistados y sujetos había otras suertes de tierras que llamaban Yaotlali, las cuales eran ganadas por guerras y de éstas lo más principal pertenecía a las tres cabezas del imperio y lo demás que restaba se daba y repartía a los señores y naturales que habían ayudado con sus personas y vasallos en la conquista de los tales pueblos ganados por guerra y esto las más veces venía a ser el tercio de los pueblos o provincias conquistados.
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De las notables fuentes y ríos que hay en estas provincias y cómo se hace sal muy buena por artificio muy singular Antes que trate de los términos del Perú ni pase de la gobernación de Popayán me pareció que sería bien dar noticia de las notables fuentes que hay en esta tierra y los ríos del agua, de los cuales hacen sal, con que las gentes se sustentan y pasan sin tener salinas, por no las haber en aquellas partes y la mar estar lejos de algunas destas provincias. Cuando el licenciado Juan de Vadillo salió de Cartagena atravesamos los que con él veníamos las montañas de Abibe, que son muy ásperas y dificultosas de andar, y las pasamos con no poco trabajo, y se nos murieron muchos caballos, y quedó en el camino la mayor parte de nuestro bagaje. Y entrados en la campaña, hallamos grandes pueblos llenos de arboledas de frutales y de grandes ríos. Y como se nos viniese acabando la sal que sacamos de Cartagena y nuestra comida fuese hierbas y frisoles, por no haber carne si no era de caballos y algunos perros que se tomaban, comenzamos a sentir necesidad y muchos, con la falta de sal, perdían la color y andaban amarillos y flacos, y aunque dábamos en algunas estancias de los indios y se tomaban algunas cosas, no hallábamos sino alguna sal negra, envuelta con el ají que ellos comen; y ésta tan poca que se tenía por dichoso quien podía haber alguna. Y la necesidad, que enseña a los hombres grandes cosas, nos deparó en lo alto de un cerro un lago pequeño que tenía agua de color negra y salobre, y trayendo della, echábamos en las ollas alguna cantidad, que les daba sabor para poder comer. Los naturales de todos aquellos pueblos desta fuente o lago, y de otras lagunas que hay, tomaban la cantidad de agua que querían, y en grandes ollas la cocían, y después de haber el fuego consumida la mayor parte della viene a cuajarse y quedar hecha sal negra y no de buen sabor; pero al fin con ella guisan sus comidas, y viven sin sentir la falta que sintieran si no tuvieran aquellas fuentes. La Providencia divina tuvo y tiene tanto cuidado de sus criaturas que en todas partes les dio las cosas necesarias. Y si los hombres siempre contemplasen en las cosas de la naturaleza, conocerían la obligación que tienen de servir al verdadero Dios nuestro. En un pueblo que se llama Cori, que está en los términos de la villa de Ancerma, está un río que corre con alguna furia; junto al agua deste río están algunos ojos del agua salobre que tengo dicha; y sacan los indios naturales della la cantidad que quieren; y haciendo grandes fuegos, ponen en ellos ollas bien crecidas en que cuecen el agua hasta que mengua tanto que de una arroba no queda medio azumbre; y luego, con la experiencia que tienen, la cuajan, y se convierte en sal purísima y excelente y tan singular como la que sacan de las salinas de España. En todos los términos de la ciudad de Antiocha hay gran cantidad destas fuentes, y hacen tanta sal que la llevan la tierra adentro, y por ella traen oro y ropa de algodón para su vestir, y otras cosas de las que ellos traen necesidad en sus pueblos. Pasado el río grande, que corre cerca de la ciudad de Cali y junto a la de Popayán, más abajo de la villa de Arma, hacia el norte, descubrimos un pueblo con el capitán Jorge Robledo, que se llama Mungia, desde donde atravesamos la cordillera o montaña de los Andes y descubrimos el valle de Aburra y sus llanos. En este pueblo de Mungia y en otro que ha por nombre Cenufata hallamos otras fuentes que nascían junto a unas sierras cerca de los ríos; y del agua de aquellas fuentes hacían tanta cantidad de sal que vimos las casas casi llenas, hechas muchas formas de sal, ni más ni menos que panes de azúcar. Y esta sal la llevaban por el valle de Aburra a las provincias que están al oriente, las cuales no han sido vistas ni descubiertas por los españoles hasta agora. Y con esta sal son ricos en extremo estos indios. En la provincia de Caramanta, que no es muy lejos de la villa de Ancerma, hay una fuente que nasce dentro de un río de agua dulce, y echa el agua della un vapor a manera de humo, que debe cierto salir de algún metal que corre por aquella parte, y desta agua hacen los indios sal blanca y buena. Y también dicen que tienen una laguna que está junto a una peña grande, al pie de la cual hay del agua ya dicha, con que hacen sal para los señores y principales, porque afirman que se hace mejor y más blanca que en parte ninguna. En la provincia de Ancerma, en todos los más pueblos della hay destas fuentes, y con su agua hacen también sal. En las provincias de Arma y Carrapa y Picara pasan alguna necesidad de sal, por haber gran cantidad de gente y pocas fuentes para la hacer; y así, la que se lleva se vende bien. En la ciudad de Cartago todos los vecinos della tienen sus aparejos para hacer sal, la cual hacen una legua de allí en un pueblo de indios que se nombra de Consota, por donde corre un río no muy grande. Y cerca dél se hace un pequeño cerro, del cual nasce una fuente grande de agua muy denegrida y espesa, y sacando de la de abajo y cociéndola en calderas o pañones, después de haber menguado la mayor parte della, la cuajan, y queda hecha sal de grano blanca y tan perfecta como la de España, y todos los vecinos de aquella ciudad no gastan otra sal más que la que allí se hace. Más adelante está otro pueblo, llamado Coinza; y pasan por él algunos ríos de agua muy singular. Y noté en ellos una cosa que vi (de que no poco me admiré), y fue que dentro de los mismos ríos, y por la madre que hace el agua que por ellos corre, nascían destas fuentes salobres, y los indios, con grande industria, tenían metidos en ellas unos cañutos de las cañas gordas que hay en aquellas partes, a manera de bombas de navíos, por donde sacaban la cantidad del agua que querían, sin que se envolviese con la corriente del río, y hacían della su sal. En la ciudad de Cali no hay ningunas fuentes destas, y los indios habían sal por rescate, de una provincia que se llama los Timbas, que está cerca del mar. Y los que no alcanzaban este rescate, cociendo del agua dulce, y con unas hierbas venía a cuajarse y quedar hecha sal mala y de ruin sabor. Los españoles que viven en esta ciudad, como está el puerto de la Buenaventura cerca, no sienten falta de sal, porque del Perú vienen navíos que traen grandes piedras della. En la ciudad de Popayán también hay algunas fuentes, especialmente en los Coconucos, pero no tanta ni tan buena como la de Cartago y Ancerma y la que he dicho en lo de atrás. En la villa de Pasto toda la más de la sal que tienen es de rescate, buena, y más que la de Popayán. Muchas fuentes, sin las que cuento, he visto yo por mis propios ojos, que dejo de decir porque me parece que basta lo dicho para que se entienda de la manera que son aquellas fuentes y la sal que hacen del agua dellas, corriendo los ríos de agua dulce por encima. Y pues he declarado esta manera de hacer sal en estas provincias, paso adelante, comenzando a tratar la descripción y traza que tiene este grande reino del Perú.
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CAPITULO XXXV Favorables providencias que consiguió del Exmó. Señor Virrey para la espiritual Conquista Tan importante fue la ida de nuestro V. P. Presidente a México, que si no emprende tan penoso viaje, estaba en evidente peligro de desampararse lo conquistado porque, como recién entrado en el Gobierno el Exmô. Señor Bailio Frey D. Antonio María Bucareli, se hallaba sin instrucción de lo que era esta Conquista, y que dependía su subsistencia del Departamento de S. Blas, para socorrer por mar estos Establecimientos, por no haber otra proporción; y que todavía no se hallaba entonces razón alguna, en el Palacio ni del Puerto ni de los Barcos, siendo el mes de Febrero; cuando por este tiempo navegaban ya en los años anteriores los Barcos para estos Puertos; y antes se trataba de desamparar y despoblar el de San Blas. Decían unos a S. Excâ. que con entregar al Habilitado de la Compañía del Presidio de Monterrey el situado de la Tropa, y al Síndico del Colegio los sínodos de los Misioneros, ya no había más que hacer. Y otros más piadosos, haciéndose cargo de que estos nuevos Establecimientos no podían tener comunicación para proveerse de ropas, y víveres sino por mar, decían, que para esto no era necesario el Departamento de S. Blas: que se podían conducir con recuas hasta las Provincias de Sinaloa y Puerto de Guaimas (como quinientas leguas de México) y de aquel Puerto, decía el Proyectista, que con lanchas (que no las hay) se podría transportar la carga por el Golfo hasta la Bahía de San Luis, cerca de doscientas leguas; y últimamente de allí con mulas se podría llevar hasta Monterrey, que es distancia de trescientas leguas pobladas casi todas de Gentiles. Con que tenían que caminar las cargas de vestuario, y víveres ochocientas leguas por tierra, y cerca de doscientas por mar, para cuyos fletes sólo era necesario todo el sínodo y situado, y dos años para un viaje, cuando no se perdiesen en el camino. En este estado halló mi V. Fr. Junípero el punto de provisiones para estos nuevos Establecimientos. Enterado de todo, y tomada la bendición del R. P. Guardián del Colegio, se fue a tratar con S. Excâ. este asunto; y habiendo sido recibido con afectuosas expresiones, hizo una relación en general del motivo de su ida; a que le respondió el Exmô. Señor Virrey, que haría cuanto pudiese en beneficio de aquella Conquista; y así que por escrito asentar se cuantos puntos considerara oportunos para el bien de ella, así en lo espiritual como en lo temporal. Respondióle el V. P. que lo haría; pero que no podía menos que suplicar de pronto, que se dispusiese la remisión de víveres cuanto antes, porque si no iba socorro de San Blas, no había por donde pudiese ir. Al oir esto S. Excâ. le encargó pusiese por escrito las razones por que consideraba necesaria la subsistencia del Departamento, pues se trataba de despoblar aquel Puerto. Con esta primera visita ya empezó a conseguir las favorables providencias que deseaba nuestro V. Padre. En cuanto se retiró para el Colegio a poner los informes pedidos por S. E. mandó este Señor preciso orden a S. Blas, para que se acabase de construir la Fragata que estaba comenzada, y mandada suspender su formación, como asimismo para que se aprontase un Paquebot, y que cargado de víveres saliese a toda diligencia para Monterrey. Así se practicó saliendo el S. Carlos al mando del Capitán D. Juan Pérez; pero tuvo la desgracia de los malos tiempos, que no dejándolo salir del Golfo, lo hicieron arribar a Loreto con el timón descompuesto, y por esta causa imposibilitado de hacer viaje. Descargó allí los bastimentos, y por no haber forma ni medios, para conducirlos, se originó la mayor hambre que se ha padecido en aquellas tierras, pues en los ocho meses que duró, fue la leche el maná para todos, de la cual fui participante como los demás; pero gracias a Dios todos con salud. Llevó el V. P. Junípero el Papel pedido por S. E. con las razones convincentes para que subsistiese el Departamento de San Blas, y fue tan a satisfacción de aquel Señor Exmô, que despachó el mismo original a la Corte, y resultó la Real Orden para la conservación del citado Puerto, y que se le diese todo fomento, como asimismo que S. M. mandase de los Departamentos de España siete Oficiales de Marina, Tenientes de Navío y de Fragata, y Alférez, como también Pilotos de Armada, Cirujanos y Capellanes, así para los viajes, como para administrar a los del Departamento. Conseguido de S. Excâ por de pronto la subsistencia del Departamento de San Blas, y la remesa de víveres para estos Establecimientos, se puso el V. Padre Junípero a trabajar el otro Informe para las providencias correspondientes a la Conquista, y extensión de nuestra Santa Fe Católica. Este lo redujo a treinta y dos puntos, poniendo en cada uno de ellos las razones con que probaba la necesidad de la providencia, y la utilidad que de ella se seguiría. Entregó esta extendida Representación en mano propia a S. Excâ. diciéndole de palabra las siguientes razones: "Señor Exmô. Pongo en manos de V. Excâ. esta Representación, por la cual verá que cuanto digo es la verdad pura, y cuanto expongo, me parece que en conciencia lo debo decir, porque lo considero muy preciso y necesario para que se consiga el fin que tiene S. M. en erogar tan crecidos gastos, que es la conversión de las muchas almas, que por carecer de conocimiento de nuestra Santa Fe Católica, gimen bajo la tirana esclavitud del enemigo; y con estos medios y providencias me parece fácil conseguirla. Espero que V. Excâ. la leerá, y determinará lo que juzgare justo y conveniente, lo cual podrá hacer con el seguro de que tengo de volverme, y deseo ejecutarlo cuanto antes, ahora consiga lo que pido, en cuyo caso me volveré contento; y si no lo consigo, iré algo triste; pero siempre muy conforme a la voluntad de Dios." De tal manera edificó a S. Excâ. tan humilde resignación, que desde luego se constituyó Juez, Abogado y Patrono de la causa. Mandó celebrar Junta de Guerra y Real Hacienda, que presidió el mismo Señor Excmô.; y habiéndose visto y examinado por todos los Señores de ella punto por punto la Representación, votaron todos a favor de la Conquista, concediendo mucho más de lo que pedía el V. Padre. Mandó se formara un Reglamento que sirviese de norma para el gobierno que debía observarse, y evitar por este medio las novedades, que se suelen experimentar por las mutaciones de Comandantes, pues gobierna cada uno según su genio. Aumentóse la Tropa: se fundó Presidio en San Diego de pronto, y después otro en este Puerto de Ntro. P. S. Francisco; y últimamente otro en la Canal de Santa Bárbara. Púsose en orden el modo de proveer a la Tropa de víveres y ropas; mandó retirar la de a pie de los Voluntarios de Cataluña, y que toda en adelante fuese de Cuera, como también el Capitán Comandante, por ser esta Tropa la mejor para conquistar Gentiles. Para fomento de las Misiones así fundadas, como por fundar, dispuso en el Reglamento, que a cada una se le diesen seis Mozos para sirvientes, pagándoles sueldo y ración de cuenta del Real Erario por el tiempo de cinco años, así para las obras precisas que se ofrecen en una Misión, como para el laborío de tierras, a fin de que a su ejemplo aprendiesen, se aplicasen, y civilizasen los Neófitos; y otras muchas providencias muy favorables y conducentes a la espiritual Conquista, a más de una gran limosna de Maíz, Frijol, Harina, Ropa, etc que importó más de doce mil pesos, y cien mulas, que mandó se repartiesen entre las Misiones. Para evitar que esta nueva y remotísima Provincia volviese en lo sucesivo a padecer necesidades por desgracia accidental de los Barcos, consultó S. Excâ. al V. P. Presidente si convendría descubrir paso por el Río Colorado, para que pudiese esta Provincia comunicar por tierra con las de Sonora, Sinaloa y demás de la N. E. a fin de que en caso de pérdida de Barcos, hubiese recurso por tierra para algún socorro. En vista del Billete de consulta de S. E. le respondió nuestro V. Fr. Junípero, también por escrito, que le parecía convenientísimo, como también, si fuese dable, que se practicara lo mismo con las Provincias del Nuevo México, o del Sur, y no bajando de altura de el dicho, darían luego con el Puerto de Monterrey. Luego que el Exmô. Señor Virrey vio aprobado su pensamiento por nuestro V. Padre, despachó orden al Capitán del Presidio de Tubac de las Fronteras de Sonora, nombrado D. Juan Bautista Anza, para que con la tropa y víveres necesarios saliese de Expedición a abrir camino desde su Presidio hasta el de Monterrey, pasando los dos Ríos Gila y Colorado. Así lo ejecutó, lográndose felizmente la Expedición, como diré adelante. Con la frecuente comunicación, y largas conversaciones que S. Excâ. tuvo con el fervoroso Fr. Junípero en los siete meses que este se mantuvo en México, se le pegó en gran manera el religioso celo de la conversión de las almas y extensión de nuestra Católica Fe, y Dominios de nuestro Soberano; de modo que ya no se le saciaba la sed que le había causado el continuo trato de tan dulce asunto con el V. Padre acerca de conseguir la reducción de los Gentiles, que se habían hallado en el espacioso tramo de trescientas leguas de Costa, que descubrieron las Expediciones; y deseaba saber si más arriba de lo descubierto estaría poblado de Gentilidad, para establecer también allí espirituales Conquistas. Propúsolo al V. Padre diciéndole, que deseaba hacer una Expedición marítima, para que se registrase la Conquista, a fin de ver si estaba poblada, y si se encontraba algún Puerto para nuevos establecimientos; pero que lo detenía por ahora la falta de Embarcación y de Sujetos al propósito. Al oir esto el V. P. Junípero, que estaba hidrópico en estos asuntos, pues jamás se le mitigó la sed que padecía en punto de la extensión de la Cristiandad, ni se le proponía dificultad alguna; no solo le alabó el pensamiento, sino que todo se lo facilitó, diciéndole, que en la Fragata que había mandado acabar, y con el Capitán D. Juan Pérez, tenía S. E. lo que necesitaba para el desempeño, saliendo de Monterrey y luego que dejara la carga de víveres, y avíos. Era tal el concepto que tenía formado S. Excâ. del V. Fr. Junípero, que sin más consulta que el parecer de S. R. dio las correspondientes órdenes para la citada Expedición; la cual tuvo el feliz éxito que diré en su lugar.
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Capítulo XXXV Cómo combatiendo la fortaleza de Carangui murió Auqui Toma, hermano de Huayna Capac, y después la tomó el mismo por su persona Después de haber apaciguado el motín ya dicho, las gentes y ejército que había mandado venir del Collao Huayna Capac comenzaron a llegar a Tomebamba, e hicieron ante el Ynga una muestra hermosa de ver, de que quedó muy contento y con grande satisfacción dellos. En esto llegaron a Tomebamba nuevas cómo los cayambis habían salido de la fortaleza, do estaban recogidos, contra los que había dejado el Ynga para guardar los pasos y habían desbaratado la gente y muerto mucha della, de lo cual se enojó mucho Huayna Capac, viendo los daños que causaba su ausencia en sus gentes; para remedio de esta rota envió luego con un ejército lucido a su hermano Auqui Toma, con muchos capitanes y hombres de valor y orden, que así mismo llevase consigo la guarnición que estaba en Huchalla Pucara, y con toda esta gente procurase de tomar venganza de los daños hechos por los cayambis, y tomase la fortaleza haciendo todo lo que pudiese en los combates. Salió de Tomebamba con este ejército de todas naciones Auqui Toma, muy deseoso de mostrarse en esta empresa, y siguiendo el orden de Huayna Capac, llegó sobre la fortaleza de Carangui y la sitió por todas partes, y dio algunos combates con mucho ánimo, y en ellos de ambas partes murió mucha gente. En el último, los orejones se señalaron sobre las demás naciones y tomaron cuatro cercas de la fortaleza, a pura fuerza de brazos, y en la última murió peleando como buen capitán Auqui Toma, y murió con él tanta gente de los suyos y de los enemigos, que estaban amontonados los cuerpos unos sobre otros en infinito número. Acabadas las lanzas y flechas, como se peleaba con mortal rabia, vinieron a las manos. En este tiempo visto por el ejército del Ynga su Capitán General muerto, desmayaron algún tanto y se empezaron con buen orden de guerra a retraer, y retirándose primero la gente común, llegó a un río, el cual en aquella sazón comenzó a venir crecido, por haber la noche antes llovido mucho, y con el temor que faltan todos los buenos discursos de la razón, se echaban a gran prisa al agua, no reparando en el peligro de la corriente del río, y el agua llevó mucha cantidad de gente, y otros con las heridas quedaron ahogados en las orillas y el río se tornó de color de sangre. Así la pérdida del ejército de Huayna Capac fue grande, así por la gente que murió en la fortaleza y retirada, como por la que se ahogó en el río, y los que pudieron pasar el río hicieron alto de la otra parte, y con grandísima diligencia despacharon mensajeros a su señor Huayna Capac, haciéndole saber todo lo sucedido en el combate de la fortaleza, y la muerte de Auqui Toma su hermano y el mucho número de soldados que habían muerto en la fortaleza a manos de los enemigos y en la retirada y en el río, ahogándose, y cómo ellos se quedaban fortaleciendo un puesto, porque de nuevo no saliesen los cayambis, hasta aguardar su mandado de lo que habían de hacer, si aguardarían allí nuevas fuerzas o se retirarían del todo. Oída esta nueva tan triste por Huaina Capac, no hay palabras que signifiquen el sentimiento que hizo especial por la muerte de su hermano Aqui Toma, por el cual hizo llanto general con todo su ejército, y ardiendo en deseo de venganza determinó de una vez echar el resto y, personalmente, concluir con aquella conquista, asolando la fortaleza de Carangui y matando todos los que en ella estaban. Así en el restante del ejército y poder que tenía, salió de Tomebamba, repartiendo su gente en esta manera: que Mihi fuese con los orejones del Cuzco por un lado de la fortaleza, con todo el secreto posible, y por el otro lado las naciones de Chinchay Suyo, y pasasen cinco jornadas de la fortaleza adelante haciendo muestras de ir a otras provincias y con esto desmintiesen las espías que los enemigos entendía tendrían sobre ellos, y que desmentidas las espías, cada uno de su parte, con la mayor presteza y diligencia posible, revolviesen sobre la fortaleza quemando y asolando todo cuanto delante hallasen, sin dar tiempo a los enemigos de fortalecerse en algún puesto, porque en esto consistía la victoria. Dada esta orden, se quedó Huayna Capac con el restante de su ejército, que fue grandísimo número de gente, y con él se fue acercando a la fortaleza de Carangui personalmente, queriéndose hallar en el combate y, llegado, se lo dio fortísimo con grandes muertes de ambas partes y brava resistencia de los enemigos. Prosiguió en esto algunos días, hasta que pareciéndole era ya ocasión que los ejércitos que habían de venir por las espaldas llegasen, y estando avisado dello, mandó dar asalto a la fortaleza con parte del ejército y, estando en la mayor prisa y furia dél, hizo señal a los suyos se retirasen dando muestras de huir por algún suceso, los cuales lo hicieron medio desbaratados y mostrando gran miedo. Visto por los cayambis tan súbita retirada, y que la gente del Ynga daba muestras de huir, ignorantes del daño que se les aparejaba, y no previniendo el peligro, pensando que sería como otras veces, comenzaron a salir de la fortaleza en confuso tropel, en seguimiento de los enemigos, y con grandísima vocería los ultrajaban, llamándolos de cobardes, y empezaron a pelear con ellos, matando e hiriendo algunos, pero estando en esto descuidados del daño y destrucción que por las espaldas les venía a deshora, por lo alto de la fortaleza comenzaron a asomar los ejércitos del Ynga, que habían llevado Mihi y los de Chinchay Suyo por el otro lado, con buen concierto y orden de guerra, los cuales les embistieron luego la fortaleza, confiados en hallar en ella poca resistencia, como en efecto no la hubo, por estar los más y mejores soldados de los cayambis trabados en la pelea, fuera de la fortaleza, con la gente del Ynga, y así les fue facilísima la entrada en ella, y en subiendo comenzaron a poner fuego a las casas y ranchos de los cayambis y a matar y herir en los que dentro de la fortaleza estaban, que viendo tal caso se esforzaban a defenderse, aunque en vano. Desque los cayambis al ruido y vocería entendieron lo que pasaba y volviendo las cabezas vieron la fortaleza tomada y el fuego y llamas por lo alto della y sus casas abrasándose, empezaron a desmayar y a faltarles el ánimo, como ordinario sucede en casos no esperados, y queriendo volverse a entrar en la fortaleza, cargaron los del Ynga sobre ellos, y ansí no hallaron otro remedio más conveniente por entonces que retirarse hacia una gran laguna que cerca estaba, pensando entretenerse en las ciénagas della, hasta que fuese de noche y con la oscuridad escaparse. Así se fueron entrando por unos juncales que había en laguna a un lado della. Pero Huayna Capac con gran presteza les fue siguiendo, y porque no se le escapase ninguno hizo cercar toda la laguna y entrar en ella los mejores soldados que tenía, y allí se hizo una cruel matanza en los cayambis, y fue tanta la sangre que se derramó que el agua se tornó colorada, y desde entonces le quedó a la laguna por nombre La Yanuarcocha, que quiere decir Laguna de Sangre. Había en medio de la laguna muchos sauces muy grandes, y en ellos se subieron muchos cayambis pensando escaparse, pero al fin fueron muertos y presos de la gente de Huayna Capac, y entre ellos fue derrocado a pedradas Acanto, un cacique muy principal de los cayambis. A la noche Pinto, otro cacique, con la confusión que había y revuelta, se escapó con mil indios.
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Cómo el Almirante salió para Castilla, y halló la otra carabela con Pinzón Viernes, al salir el sol, 4 de Enero, el Almirante desplegó las velas, con las barcas por la proa, hacia el Noroeste, para salir de aquellas peñas y bajos que había en la parte donde dejó el pueblo de cristianos, llamado, por él, Puerto de la Navidad, en memoria de que tal día había bajado a tierra, salvándose del peligro del mar, y dado principio a dicha población. Las mencionadas rocas y peñas duran desde el Cabo Santo al Cabo de la Sierpe, que hay seis leguas, y salen al mar más de tres leguas. Toda la costa hacia el Noroeste y Sureste es playa y tierra llana hasta cuatro leguas del interior, donde luego hay altos montes e infinitos pueblos, grandes, comparados a los de otras islas. Después navegó hacia un alto monte, al que puso nombre de Monte Cristo, que está diez y ocho leguas al Este del Cabo Santo; de tal modo que, quien quiera ir a la villa de la Navidad, después que descubra Monte Cristo, que es redondo como un pabellón, y casi como un peñasco, debe entrarse en el mar dos leguas lejos de aquél, y navegar al Oeste hasta que halle el mencionado Cabo Santo; entonces quedará distante la villa de la Navidad, cinco leguas, y entrará por ciertos canales que hay entre los bajos que están delante. El Almirante juzgó conveniente mencionar estas señales para que se supiese dónde estuvo el primer pueblo y tierra de cristianos que se fundó en aquel mundo occidental. Después que con vientos contrarios navegó más al Este de Monte Cristo, el domingo por la mañana, a 6 de Enero, desde la gavia del mástil vio un calatate la carabela Pinta, que con viento en popa venía caminando hacia el Oeste. Llegada que fue donde estaba el Almirante, Martín Alonso Pinzón, capitán de aquélla, subido presto a la carabela del Almirante, comenzó a fingir ciertos motivos y aducir algunas excusas de su alejamiento, diciendo que le había acontecido contra su voluntad y porque no pudo hacer otra cosa. El Almirante, aunque sabía bien lo contrario y la mala intención de aquel hombre, y se acordaba de la mucha insolencia que contra él se había tomado en muchas cosas de aquel viaje, sin embargo, disimuló con él, y todo lo soportó, por no deshacer el proyecto de su empresa, lo que fácilmente acontecería, porque la mayor parte de la gente que llevaba consigo, era de la patria de Martín Alonso, y aún muchos parientes de éste. La verdad es que, cuando se apartó del Almirante, que fue en la isla de Cuba, salió con propósito de ir a las islas de Babeque, porque los indios de su carabela le decían que allí había mucho oro. Llegado allí, y hallando lo contrario de lo que le habían dicho, se volvía a la Española, donde le habían afirmado otros indios que había mucho oro. En este viaje, que duró veinte días, no había caminado más de quince leguas al Este de la Navidad, hasta un riachuelo que el Almirante había llamado Río de Gracia; allí había estado Martín Alonso diez y seis días, y hallado mucho oro, lo que no pudo haber el Almirante en la Navidad, dando por ello cosas de poco valor; de cuyo oro, repartía la mitad entre la gente de su carabela para ganársela y tenerla conforme y contenta de que él, con título de capitán, se quedase con el resto, queriendo luego convencer al Almirante, de que nada sabía de ello. Después, continuando el Almirante su camino, para surgir cerca de Monte Cristo, como el viento no le dejaba ir adelante, entró con la barca en un río que está al Suroeste del monte, y lleva en su arena gran muestra del oro menudo; por esto, lo llamó el Río del Oro. Hallase a diez y siete leguas de la Navidad, a la parte del Este, y es poco menor que el río Guadalquivir que pasa por Córdoba.
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Del séptimo rey o Inca que en el Cuzco hobo, llamado Inca Yupanqui. Muerto que fue Inca Roca acudieron de Condesuyo, Vicos, de Ayarmaca y de las otras partes con que había asentado alianza y amistad mucha gente, así hombres como mugeres, e fueron hechos grandes llantos por el rey difunto; e muchas mugeres de las que en vida le amaron y sirvieron, conforme a la ceguedad de los indios general, de sus mesmos cabellos se ahorcaron y otras se mataron por otros modos, para de presto enviar sus ánimas para servir a la de Inca Roca; y en la sepoltura, que fue magnífica y suntuosa, echaron grandes tesoros y mayor cantidad de mugeres y sirvientes con matenimientos y ropa fina. Ninguna sepoltura destos reyes se ha hallado; y para que se conozca si serian ricas o no, no es menester más prueba que, pues se hallaban en sepolturas comunes a sesenta mill pesos de oro y más y menos, ¿qué serian las que metían estos que tanto deste metal poseyeron y que tenían por cosa importantísima salir deste siglo ricos y adornados? Así mesmo le fue hecho bulto a Inca Roca, contándole por uno de sus dioses, creyendo que ya descansaba en el cielo. Pasados los lloros y hechas las osequias, el nuevo Inca se encerró a hacer el ayuno; y, porque con su ausencia no recreciese alguna sedición o levantamiento de pueblo, mandó que uno de los más principales de su linage estuviese en público representando su mesma persona; al cual dio poder para que pudiese castigar al que hiciese por qué, y tener a ciudad en todo sosiego y paz hasta que él saliese con la insinia real de la borla. Y este Inca dicen que tienen por noticia que fue de gentil presencia, grave y de autoridad. El cual entró en lo más secreto de su palacio, a donde hizo el ayuno, metiéndole a tiempos el maíz con lo que más comía, y se estaba sin tener ayuntamiento carnal con muger. Acabado, se salió luego, mostrando con su vista las gentes gran contento; y se hicieron sus fiestas y sacrificios grandes; y, pasadas las fiestas, mandó el Inca que se trajese de todas partes cantidad de oro y plata para el templo; y se hizo en el Cuzco la piedra que llaman de la guerra, grande, y las engastonadas en oro y poiedras.
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De cómo hecimos hacer iglesias en aquella tierra Como los indios se volvieron, todos los de aquella provincia, que eran amigos de los cristianos, como tuvieron noticia de nosotros, nos vinieron a ver, y nos trujeron cuentas y plumas, y nosotros les mandamos que hiciesen iglesias, y pusiesen cruces en ellas, porque hasta entonces no las habían hecho; y hecimos traer los hijos de los principales señores y bautizarlos; y luego el capitán hizo pleito homenaje a Dios de no hacer ni consentir hacer entrada ninguna, ni tomar esclavo por la tierra y gente que nosotros habíamos asegurado, y que esto guardaría y cumpliría hasta que Su Majestad y el gobernador Nuño de Guzmán, o el visorrey en su nombre, proveyesen en lo que más fuese servicio de Dios y de Su Majestad; y después de bautizados los niños, nos partimos para la villa de Sant Miguel, donde, como fuimos llegados, vinieron indios, que nos dijeron cómo mucha gente bajaba de las sierras y poblaban en lo llano, y hacían iglesias y cruces y todo lo que les habíamos mandado, y cada día teníamos nuevas de cómo esto se iba haciendo y cumpliendo más enteramente; y pasados quince días que allí habíamos estado llegó Alcaraz con los cristianos que habían ido en aquella entrada, y contaron al capitán cómo eran bajados de las sierras los indios, y habían poblado en lo llano, y habían hallado pueblos con mucha gente, que de primero estaban despoblados y desiertos, y que los indios les salieron a recebir con cruces en las manos, los llevaron a sus casas, y les dieron de lo que tenían, y durmieron con ellos allí aquella noche. Espantados de tal novedad, y de que los indios les dijeron cómo estaban ya asegurados, mandó que no les hiciesen mal, y ansí se despidieron. Dios nuestro Señor, por su infinita misericordia, quiera que en los días de Vuestra Majestad y debajo de vuestro poder y señorío, estas gentes vengan a ser verdaderamente y con entera voluntad sujetas al verdadero Señor que las crió y redimió. Lo cual tenemos por cierto que así será, y que Vuestra Majestad ha de ser el que lo ha de poner en efecto (que no será tan difícil de hacer); porque dos mil leguas que anduvimos por tierra y por la mar en las barcas, y otros diez meses que después de salidos de captivos, sin parar, anduvimos por la tierra, no hallamos sacrificios ni idolatría. En este tiempo travesamos de una mar a otra, y por la noticia que con mucha diligencia alcanzamos a entender, de una costa a la otra, por lo más ancho, puede haber doscientas leguas, y alcanzamos a entender que en la costa del sur hay perlas y mucha riqueza, y que todo lo mejor y más rico está cerca de ella. En la villa de Sant Miguel estuvimos hasta 15 días del mes de mayo; y la causa de detenernos allí tanto fue porque de allí hasta la ciudad de Compostela, donde el gobernador Nuño de Guzmán residía, hay cien leguas y todas son despobladas y de enemigos, y hobieron de ir con nosotros gente, con que iban veinte de caballo, que nos acompañaron hasta cuarenta leguas; y de allí adelante vinieron con nosotros seis cristianos, que traían quinientos indios hechos esclavos; y llegados en Compostela el gobernador nos recebió muy bien, y de lo que tenía nos dio de vestir; lo cual yo por muchos días no pude traer, ni podíamos dormir sino en el suelo; y pasados diez o doce días partimos para Méjico, y por todo el camino fuimos bien tratados de los cristianos, y muchos nos salían a ver por los caminos y daban gracias a Dios de habernos librado de tantos peligros. Llegamos a Méjico domingo, un día antes de la víspera de Santiago, donde del visorrey y del marqués del Valle fuimos muy bien tratados y con mucho placer recebidos, y nos dieron de vestir y ofrescieron todo lo que tenían, y el día de Santiago hobo fiesta y juego de cañas y toros.
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CAPÍTULO XXXVI Cómo sea posible haber en Indias, animales que no hay en otra parte del mundo Mayor dificultad hace averiguar qué principio tuvieron diversos animales que se hallan en Indias, y no se hallan en el mundo de acá. Porque si allá los produjo el Creador, no hay para qué recurrir al Arca de Noé, ni aún hubiera para qué salvar entonces todas las especies de aves y animales, si habían de criarse después de nuevo; ni tampoco parece que con la creación de los seis días, dejara Dios el mundo acabado y perfecto, si restaban nuevas especies de animales por formar, mayormente animales perfectos, y de no menor excelencia que esos otros conocidos. Pues si decimos que todas estas especies de animales se conservaron en el Arca de Noé, síguese que como esos otros animales, fueron a Indias de este mundo de acá; así también éstos, que no se hallan en otras partes del mundo. Y siendo esto así, pregunto ¿cómo no quedó su especie de ellos por acá? ¿cómo sólo se halla donde es peregrina y extranjera? Cierto es cuestión que me ha tenido perplejo mucho tiempo. Digo por ejemplo, si los carneros del Pirú, y los que llaman pacos y guanacos, no se hallan en otra región del mundo, ¿quién los llevó al Pirú o cómo fueron, pues no quedó rastro de ellos en todo el mundo? y si no fueron de otra región, ¿cómo se formaron y produjeron allí? ¿Por ventura hizo Dios nueva formación de animales? Lo que digo de estos guanacos y pacos, diré de mil diferencias de pájaros y aves, y animales del monte que jamás han sido conocidas ni de nombre ni de figura, ni hay memoria de ellos en latinos ni griegos, ni en naciones ningunas de este mundo de acá. Si no es que digamos que aunque todos los animales salieron del arca, pero por instinto natural y providencia del cielo, diversos géneros se fueron a diversas regiones, y en algunas de ellas se hallaron tan bien, que no quisieron salir de ellas, o si salieron, no se conservaron, o por tiempo vinieron a fenecer, como sucede en muchas cosas. Y si bien se mira esto, no es caso proprio de Indias, sino general de otras muchas regiones y provincias de Asia, Europa y África, de las cuales se lee haber en ellas castas de animales que no se hallan en otras, y si se hallan, se sabe haber sido llevadas de allí. Pues como estos animales, salieron del arca, verbi gratia, elefantes, que sólo se hallan en la India Oriental, y de allá se han comunicado a otras partes; del mismo modo que no se hallan en otra parte del mundo. También es de considerar si los tales animales difieren específica y esencialmente de todos los otros, o si es su diferencia accidental, que pudo ser causada de diversos accidentes, como en el linaje de los hombres ser unos blancos y otros negros; unos gigantes y otros enanos. Así verbi gratia, en el linaje de los simios, ser unos sin cola y otros con cola, y en el linaje de los carneros, ser unos rasos y otros lanudos; unos grandes y recios y de cuello largo como los del Pirú; otros pequeños y de pocas fuerzas, y de cuellos cortos, como los de Castilla. Mas por decir lo más cierto, quien por esta vía de poner sólo diferencias accidentales pretendiere salvar la propagación de los animales de Indias y reducirlos a las de Europa, tomará carga, que mal podrá salir con ella. Porque si hemos de juzgar de las especies de los animales por sus propiedades, son tan diversas que quererlas reducir a especies conocidas de Europa, será llamar al huevo castaña.