Capítulo XXXVIII Del orden que tuvieron los indios en el año No tuvieron los indios y sus Reyes menor cuidado en la división del año, y en ordenar las fiestas que en él se habían de hacer a sus tiempos y ocasiones, midiendo las diferencias y mudanzas del año, que en las demás cosas que para la policía y gobierno y regimiento deste reino establecieron porque, según veremos ahora, no les llevaron ventaja los antiguos egipcios, ni los astrónomos más sabios, que ordenaron el año, partiéronle en doce lunas o meses, y los más días que sobraban, consumíanlos con las mismas lunas, y a cada luna o mes tenían puesto su mojón o pilar alrededor del Cuzco, donde llegaba el sol aquel mes; y estos pilares eran principales adoratorios, a los cuales los indios ofrecían diversos sacrificios, y todo lo que sobraba de los sacrificios de las huacas, se llevaba a estos pilares que se llamaban sucanca. El que era principio del invierno se llamaba pucuy sucanca; y el principio del vereno, chirao sucanca. Al año le nombraban huata en la lengua quíchua, y en la aymara mara. A la luna y mes llamaban quilla, y en lengua aymara pacsi. Cada mes del año tenía diferentes fiestas y sacrificios por su orden, todo lo cual ordenó y dispuso el prudentísimo Pacha Cuti Ynga, haciendo que el año comenzase por diciembre, que es cuando el sol llega a lo último de su curso, al polo antártico de acá. Algunos dicen que, antes que esto mandase Pacha Cuti Ynga, el año, según la orden antigua, tenía su principio desde enero. Viniendo, pues, particularmente a hacer mención de las fiestas y solemnidades: cómo las celebraban y regocijaban los indios por sus meses. La primera que hacían, en el mes de diciembre; y ésta era la más principal, que llamaban el capacraymi, porque al mes de diciembre decían raymi. En esta fiesta ofrecían una multitud de carneros y de corderos en sacrificio, y se quemaban con leña labrada y olorosa, y traían para ella carneros de oro y, plata, y se ponían las estatuas del Sol y del Trueno, porque decían que era padre, hijo y hermano que los tenía el Sol. En estas fiestas se dedicaban los muchachos hijos del Ynga, y les ponían los pañetes y horadaban las orejas, armándolos caballeros, y los viejos los azotaban con hondas, y el rostro se lo untaban con sangre; todo en señal que habían de ser leales, y, servir con mucho amor y fidelidad al Ynga. Ningún extranjero podía, en este mes y en su solemne fiesta, estar en el Cuzco y, mientras se hacían, estaban todos fuera y, acabadas, entraban dentro, y les daban ciertos bollos de maíz con sangre del sacrificio, los cuales comían en señal de unión y amistad con el Ynga, y de que quedaban confederados. Con esto hacían diferentes ceremonias, de las cuales algunas han perseverado hasta el día de hoy, como son el poner los pañetes a los muchachos, como dijimos arriba, aunque con recato y disimulación, porque no se entienda. Aún en la fiesta del raymi, en muchos lugares del Reino, la suelen celebrar encubiertamente, al tiempo de sembrar, con muchos bailes y danzas, y al coger, que es por Corpus Christi, haciendo ritos antiguos que ya se van olvidando. La fiesta del segundo mes se llamaba camay, en que hacían diversos sacrificios, y las cenizas echarían por un arroyo abajo. Este mes es enero. Al tercero mes y fiesta llamaban huatunpucuy, y en ella sacrificaban cien carneros. Este mes corresponde a febrero. El quinto mes y fiesta se decía arihuaquis, que es abril, y en él sacrificaban otros cien carneros moro moros, que son pintados. El sexto mes llamaban atumcuscuy amoray, que es mayo, y en él sacrificaban otros cien carneros de todos colores. En esta luna y mes, que es cuando se traía el maíz de la era a casa, se hacía la fiesta que aún hoy es muy usada entre ellas. Dicha aymoray, la cual ordenaban viniendo desde la chácara a su casa, con mucha alegría, refiriendo ciertos cantares en que rogaban dure mucho el maíz, y llegados a casa, hacían una huaca del maíz, la cual ponían por nombre Mamacara, tomando de la chácara cierta parte de maíz más señalado, en alguna cantidad, y poniéndolo en alguna troje pequeña llamada pirua, con ciertas ceremonias, y velando tres noches. Este maíz metíanlo en las mantas más ricas y preciosas que tenía cada uno, y lo tapaban con ellas y, cubierto y aderezado, adoraban esta pirua, y tenían en suma veneración, y dicen que es la madre del maíz de su chácara, y que, mediante ella, se daba y conservaba el maíz por todo el año. En este mes se hacía un sacrificio particular: los pontífices y hechiceros preguntaban al maíz si tenía fuerza y vigor para el año que viene, y si el maíz respondía que no le tenía, le llevaban a la mesma chácara, a quemarlo y ritos que la pasada, diciendo que la renuevan, para que no perezca la semilla del maíz, y haciendo nuevos sacrificios, le preguntan si durará hasta otro año. Si respondía que tenía fuerza, la festejaban y dejaban estar, guardándola. Aunque haya cesado esto en público, en secreto lo hacen, mudando las ceremonias y supersticiones, porque sea oculto y se advierta menos en ello, lo que los con la mayor solemnidad que cada uno podía. De nuevo hacían otra pirua con las mismas ceremonias curacas deben advertir con cuidado. El séptimo mes, que corresponde al de junio, se llamaba aucay cuzqui intiraymi. En él se hacía fiesta llamada intiraimi, en que sacrificaban cien carneros huanacos, y a ésta llamaban ellos la fiesta del Sol. En este mes se labraban mucho número de estatuas de leña de quisuar, y las vestían de ropa y las vestiduras ricas, y con ellas ordenaban el baile dicho caio, y derramaban flores en gran cantidad por el camino, y los indios venían embijados, y los señores con unas patenillas de oro puestas en las barbas y cantando. Esta fiesta cae al mismo tiempo que la nuestra tan celebrada del Corpus Christi, como está dicho; y a vueltas de las solemnidades que hacen para ella, mezclan ceremonias y ritos antiguos, de los que solían en este mes. El octavo decían chahuahuarquis, y en él se quemaban cien carneros, todos pardos, de color de viscachas, que son como conejos de Castilla. Este mes es nuestro julio. Los demás, y las fiestas extraordinarias, irán en el siguiente capítulo.
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De lo que pasó hasta que la gente se fue a Manila Pasó este alegre día y vino la noche, en la cual no faltaron algunos nuevos, pero usados disgustos, con el alcalde de la costa, porque doña Isabel le informó a sus solas, y él se mostró juez que partía con la primera sin oír las partes; que si las oyera, supiera cuánto aquella señora debía a quien la trajo a donde estaba, y cuán poco por ninguna vía se le debía a ella: pero es ya muy usado en pobres trabajar sin paga y sin gracias, y debiéndoles bienes, darles males. Prendió a un marinero, y a otro trató con palabras bien ásperas, y a otros amenazó, diciendo ser costumbre antigua de la gente del Perú ser briosos, y que si venían alzados no pensasen que estaban allá en su isla, a donde se alargaron cuanto quisieron, y que lo que allá dejaron de pagar a falta de haber castigo, que acá lo pagarían doblado, o con las vidas; y otras razones a que se le respondió, que todos cuantos venían allí habían sido y eran de su Rey buenos vasallos, y en lo demás tanto como otros. Estas y otras cosas al fin pasaron, y así se pasó esta deseada noche con menos contento que se entendió; pero los contentamientos de esta vida llegan tarde, y duran poco más de un soplo. La siguiente mañana vino a la nao el maese de campo por orden del gobernador, y un regidor por orden del Cabildo popular, y un clérigo por el Cabildo de la Iglesia, todos a recibir a la gobernadora y dar orden como fuesen los enfermos a Manila. A la gobernadora la sacaron luego a las casas reales del puerto, y de nuevo se le hizo salva al desembarcar; y en habiendo comido, la embarcaron y llevaron a la ciudad. Entró de noche y fue recibida con aparato de hachas y bien hospedada. A los enfermos sacaron de la nao en brazos y fueron llevados al hospital. Las viudas a casas de hombres principales, y después se casaron todas a su gusto. Los convalecientes y demás soldados fueron alojados de vecinos ricos. Los casados pusieron casas, donde los unos y los otros fueron delos honrados ciudadanos de Manila recibidos, hospedados y curados con mucho amor y gusto. A pocos días murieron diez, y cuatro se entraron religiosos. La fragata nunca más pareció. Nuevas hubo que la habían hallado con todas sus velas arriba, y la gente muerta y podrida, dada a la costa en cierta parte. La galeota fue a aportar a una isla que se dice Mindanao, en tierra de diez grados, andando perdida por entre todas aquellas islas. Llegaron a estar tan necesitados, que saltaron en una pequeña que se dice Camaniguin, y mataron y comieron un perro que en ella vieron; y unos indios que acaso encontraron, los encaminaron a un puerto, a donde había unos padres de la Compañía de Jesús, y los padres a un corregidor de aquel partido el cual envió cinco presos a Manila, porque su capitán se querelló de ellos diciendo que se le quisieron alzar, con carta para el doctor Antonio de Morga, teniente general de aquel gobierno, que se la mostró al piloto mayor. Decía ansí: "Aquí vino a aportar una galeota que traía su capitán tan impertinente como las cosas que decía. Preguntéle de dónde venía, y dijo que de la jornada del adelantado Álvaro de Mendaña, que salió a hacer desde el Perú a las Islas de Salomón, y que habían salido cuatro navíos. Este aportó aquí, y por traer una bandera del Rey le recibí como es debido. Si los otros fueron allá, se sabrá esto mejor. Contra los soldados no se procedió. Dijeron, como porque quiso el capitán se apartó de la nao con su galeota."
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De cómo se quemó el pueblo de la Ascensión A 4 días del mes de febrero del año siguiente de 543 años, un domingo de madrugada, tres horas antes que amaneciese, se puso fuego a una casa pajiza dentro de la ciudad de la Ascensión, y de allí saltó a otras muchas casas; y como había viento fresco andaba el fuego con tanta fuerza, que era espanto de lo ver, y puso grande alteración y desasosiego a los españoles, creyendo que los indios por les echar de la tierra lo habían hecho. El gobernador a la sazón hizo dar alarma para que acudiesen a ella y sacasen sus armas, y quedasen armados para se defender y sustentar en la tierra; y por salir los cristianos con sus armas, las escaparon, y quemóseles toda su ropa, y quemáronse más de doscientas casas, y no les quedaron más de cincuenta casas, las cuales escaparon por estar en medio un arroyo de agua, y quemáronseles más de cuatro o cinco mil fanegas de maíz en grano, que es el trigo de la tierra, y mucha harina de ello, y muchos otros mantenimientos de gallinas y puercos en gran cantidad, y quedaron los españoles tan perdidos y destruidos y tan desnudos, que no les quedó con que se cubrir las carnes; y fue tan grande el fuego, que duró cuatro días; hasta una braza debajo de la tierra se quemó, y las paredes de las casas con la fortaleza de él se cayeron. Averiguóse que una india de un cristiano había puesto el fuego, sacudiendo una hamaca que se le quemaba, dio una morcella en la paja de la casa; como las peredes son de paja, se quemó; y visto que los españoles quedaban perdidos y sus casas y haciendas asoladas, de lo que el gobernador tenía de su propria hacienda los remedió, y daba de comer a los que no lo tenían, mercando de su hacienda los mantenimientos, y con toda diligencia los ayudó y les hizo hacer sus casas, haciéndolas de tapias, por quitar la ocasión que tan fácilmente no se quemasen cada día; y puestos en ello, y con la gran necesidad que tenían de ellas, en pocos días las hicieron.
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Cómo llegamos con todos los navíos a San Juan de Ulúa, y lo que allí pasamos En jueves santo de la Cena del Señor de 1519 años llegamos con toda la armada al puerto de San Juan de Ulúa; y como el piloto Alaminos lo sabía muy bien desde cuando venimos con Juan de Grijalva, luego mandó surgir en parte que los navíos estubiesen seguros del norte, y pusieron en la nao capitana sus estandartes reales y veletas, y desde obra de media hora que surgimos, vinieron dos canoas muy grandes (que en aquellas partes a las canoas grandes llaman piraguas), y en ellas vinieron muchos indios mexicanos, y como vieron los estandartes y navío grande, conocieron que allí habían de ir a hablar al capitán, y fuéronse derechos al navío, y entran dentro y preguntan quién era el tlatoan, que en su lengua dicen el señor. Y doña Marina, que bien lo entendió, porque sabía muy bien la lengua, se lo mostró. Y los indios hicieron mucho acato a Cortés a su usanza, y le dijeron que fuese bien venido, e que un criado del gran Moctezuma, su señor, les enviaba a saber qué hombres éramos e qué buscábamos, e que si algo hubiésemos menester para nosotros y los navíos, que se lo dijésemos, que traerían recaudo para ello. Y nuestro Cortés respondió con las dos lenguas, Aguilar y doña Marina, que se lo tenía en merced; y luego les mandó dar de comer y beber vino, y unas cuentas azules, y cuando hubieron bebido, les dijo que veníamos para verlos y contratar, y que no se les haría enojo ninguno, e que hubiesen por buena nuestra llegada a aquella tierra. Y los mensajeros se volvieron muy contentos a su tierra; y otro día, que fue viernes santo de la Cruz, desembarcamos, así caballos como artillería, en unos montones de arena, que no había tierra llana, sino todos arenales, y asentaron los tiros como mejor le pareció al artillero, que se decía Mesa, e hicimos un altar, adonde se dijo luego misa, e hicieron chozas y enramadas para Cortés y para los capitanes, y entre tres soldados acarreábamos madera e hicimos nuestras chozas, y los caballos se pusieron adonde estuviesen seguros; y en esto se pasó aquel viernes santo. Y otro día sábado, víspera de pascua, vinieron muchos indios que envió un principal que era gobernador de Moctezuma, que se decía Pitalpitoque, que después le llamamos Ovandillo, y trajeron hachas y adobaron las chozas del capitán Cortés y los ranchos que más cerca hallaron, y les pusieron mantas grandes encima, por amor del sol, que era cuaresma e hacía muy gran calor, trajeron gallinas y pan de maíz y ciruelas, que era tiempo dellas, y paréceme que entonces trajeron unas joyas de oro, y todo lo presentaron a Cortés, e dijeron que otro día había de venir un gobernador a traer más bastimento. Cortés se lo agradeció mucho y les mandó dar ciertas cosas de rescate, con que fueron muy contentos. Y otro día, pascua santa de resurrección, vino el gobernador que habían dicho, que se decía Tendile, hombre de negocios, e trajo con él a Pitalpitoque, que también era persona entre ellos principal, y traían detrás de sí muchos indios con presentes y gallinas y otras legumbres, y a estos que los traían mandó Tendile que se apartasen un poco a un cabo, y con mucha humildad hizo tres reverencias a Cortés a su usanza, y después a todos los soldados que más cercanos nos hallamos. Y Cortés les dijo con nuestras lenguas que fuesen bien venidos, y los abrazó, y les mandó que esperasen y que luego les hablaría, y entre tanto mandó hacer un altar lo mejor que en aquel tiempo se pudo hacer, y dijo misa cantada fray Bartolomé de Olmedo, y la beneficiaba el padre Juan Díaz, y estuvieron a la misa los dos gobernadores y otros principales de los que traían en su compañía; y oído misa, comió Cortés y ciertos capitanes de los nuestros y los dos indios criados del gran Montezuma. Y alzadas las mesas, se apartó Cortés con las dos nuestras lenguas doña Marina y Jerónimo de Aguilar y con aquellos caciques, y les dijimos cómo éramos cristianos y vasallos del mayor señor que hay en el mundo, que se dice el emperador don Carlos, y que tiene por vasallos y criados a muchos grandes señores, y que por su mandado veníamos a aquestas tierras, porque ha muchos años que tienen noticias dellas y del gran señor que las manda, y que lo quiere tener por amigo, y decirle muchas cosas en su real nombre, y cuando las sepa e haya entendido se holgará dello, y para contratar con él y sus indios y vasallos de buena amistad, y quería saber dónde manda que se vean y se hablen. Y el Tendile le respondió algo soberbio, y le dijo: "Aun ahora has llegado y ya le quieres hablar; recibe ahora este presente que te damos en su nombre, y después me dirás lo que te cumpliere"; y luego sacó de una petaca, que es como caja, muchas piezas de oro y de buenas labores y ricas, y más de diez cargas de ropa blanca de algodón y de pluma, cosas muy de ver, y otras joyas que ya no me acuerdo, como ha muchos años, y tras esto mucha comida, que eran gallinas de la tierra, fruta y pescado asado. Cortés las recibió riendo y con buena gracia, y les dio cuentas de diamantes torcidas y otras cosas de Castilla; y les rogó que mandasen en sus pueblos que viniesen a contratar con nosotros, porque él traía muchas cuentas a trocar a oro, y le dijeron que así lo mandarían. Y según después supimos, estos Tendile y Pitalpitoque eran gobernadores de unas provincias que se dicen Cotastlan, Tustepeque, Guazpaltepeque, Tlatalteteclo, y de otros pueblos que nuevamente tenían sojuzgados; y luego Cortés mandó traer una silla de caderas con entalladuras muy pintadas y unas piedras margajitas que tienen dentro en sí muchas labores, y envueltas en unos algodones que tenían almizcle porque oliesen bien, y un sartal de diamantes torcido y una gorra de carmesí con una medalla de oro, y en ella figurado a san Jorge, que estaba a caballo con una lanza y parecía que mataba a un dragón; y dijo a Tendile que luego enviase aquella silla en que se asiente el señor Montezuma para cuando le vaya a ver y hablar Cortés, y que aquella gorra que la ponga en la cabeza, y que aquellas piedras y todo lo demás le mandó dar el rey nuestro señor, y que mande señalar para qué día y en qué parte quiere que le vaya a ver. Y el Tendile le recibió y dijo que su señor Montezuma es tan gran señor, que se holgará de conocer a nuestro gran rey, y que le llevará presto aquel presente y traerá respuesta. Y parece ser que el Tendile traía consigo grandes pintores, que los hay tales en México, y mandó pintar al natural rostro, cuerpo y facciones de Cortés y de todos los capitanes y soldados, y navíos y velas e caballos, y a doña Marina e Aguilar, hasta dos lebreles, e tiros e pelotas, e todo el ejército que traíamos, e lo llevó a su señor. Y luego mandó Cortés a nuestros artilleros que tuviesen muy bien cebadas las bombardas con buen golpe de pólvora para que hiciesen gran trueno cuando las soltasen, y mandó a Pedro de Alvarado que él y todos los de a caballo y se aparejasen para que aquellos criados de Montezuma los viesen correr, y que llevasen pretales de cascabeles; y también Cortés cabalgó y dijo: "Si en estos médanos de arena pudiéramos correr, bueno fuera; mas ya veran que a pie atollamos en la arena: salgamos a la playa desque sea menguante, y correremos de dos en dos"; e al Pedro de Alvarado, que era su yegua alazana, de gran carrera y revuelta, le dio el cargo de todos los de a caballo. Todo lo cual se hizo delante de aquellos dos embajadores, y para que viesen salir los tiros dijo Cortés que les quería tornar a hablar con otros muchos principales, y ponen fuego a las bombardas, y en aquella sazón hacía calma; iban las piedras por los montes retumbando con gran ruido, y los gobernadores y todos los indios se espantaron de cosas tan nuevas para ellos, y lo mandaron pintar a sus pintores para que Montezuma lo viese. Y parece ser que un soldado tenía un casco medio dorado, viole Tendile, que era más entremetido indio que el otro, y dijo que parecía a unos que ellos tienen que les habían dejado sus antepasados del linaje donde venían, el cual tenían puesto en la cabeza a sus dioses Huichilobos, que es su ídolo de la guerra, y que su señor Montezuma se holgará de lo ver, y luego se lo dieron; y les dijo Cortés que porque quería saber si el oro desta tierra es como el que sacan de la nuestra de los ríos, que le envíen aquel casco lleno de granos para enviarlo a nuestro gran emperador, Y después de todo esto, el Tendile se despidió de Cortés y de todos nosotros, y después de muchos ofrecimientos que les hizo el mismo Cortés, le abrazó y se despidió de él, y dijo el Tendile que él volvería con la respuesta con toda brevedad; e ido, alcanzamos a saber que, después de ser indio de grandes negocios, fue el más suelto peón que su amo Montezuma tenía; el cual fue en posta y dio relación de todo a su señor, y le mostró el dibujo que llevaba pintado y el presente que le envió Cortés; y cuando el gran Montezuma le vio quedó admirado, y recibió por otra parte mucho contento, y desque vio el casco y el que tenía su Huichilobos, tuvo por cierto que éramos del linaje de los que les habían dicho sus antepasados que vendrían a señorear aquesta tierra. Aquí es donde dice el cronista Gómara muchas cosas que no le dieron buena relación. Dejarlos he aquí, y diré lo que más nos acaeció.
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Capítulo XXXVIII De cómo Pizarro salió de Túmbez y llegó a Solana, donde Soto y Belalcázar salieron con gente a la sierra, y de cómo se fundó la ciudad de San Miguel Habíanle dado a Pizarro grandes nuevas del Cuzco, de Bilcas, de Pachacama, donde decían que había grandes edificios de los reyes, muchos de los cuales estaban chapados con oro y plata; así lo decía a los suyos para que se esforzasen anduvieron hasta que llegaron a una casa real con yerba y oficiales reales con los más que se dijo; y anduvo por aquellos llanos con asaz trabajo, por la mucha arena que fatigaba a los que iban a pie; y como no había sombra y el sol fuese mucho y agua no otra que la que llevaban en algunas calabazas, encalmábanse y pasaban mucha fatiga. De esta manera anduvieron hasta que llegaron a una casa real con yerba y agua, que los consoló mucho y se refrescaron ellos y los caballos. Partieron de allí poco trecho, vieron el río y el valle muy hermoso y alegre, y por él pasar el ancho camino de los incas. De estos caminos y edificios mucho tengo escrito en mi Primera parte; por eso no reiteraré nada de ello, porque es fastidioso para el que escribe y más para el que lee. Los naturales del valle habían tenido nueva de lo que había pasado por los españoles, y cuán mal les iba a los que se querían oponer contra ellos. Temiendo sus caballos y el cortar de las espadas, determinaron que sería para ellos más seguro tomarlos por amigos, aunque fuese con fingimiento, que no aguardar a que los cautiven o roben; y así como lo determinaron lo pusieron por obra, saliendo los principales a hablar a Pizarro, el cual los trató honradamente; mandó, con pena que tenía puesta, que ninguno fuese osado de hacer molestia ni enojo a los que, saliendo de paz, hiciesen con ellos alianza, y a los naturales rogó, que por evitar que los cristianos no saliesen a destruir los sembrados ni robarles las tierras, que proveyesen de mantenimiento. Holgaron de lo hacer, y sin mostrar que de ello recibían ninguna pesadumbre, los proveían de lo que tenían. Visto por Pizarro haber buen aparejo en aquel valle para estara algunos días habiéndose aconsejado con su hermano Hernando Pizarro, y con los otros capitanes, determinó de que saliese Soto con algunos caballos y rodeleros a descubrir a la parte de levante lo que había; porque le afirmaban los indios la grandeza de los pueblos ser en la sierra. Soto salió con los que con él fueron, llevando guías que sabían la tierra; anduvieron hasta llegar a lo que llaman Casas, provincias de la sierra; vieron grandes edificios, muchas manadas de ovejas y carneros, hallaron tejuelos de oro fino, con que más se holgaron; mantenimiento había tanto, que se espantaron. Los serranos, como supieron que los cristianos habían entrado en su tierra, decían que eran locos, pues andaban unos por una parte y otros por otra. Había derramado la fama grandes cosas de ellos, afeaban que eran crueles, soberbios, lujuriosos, haraganes y otras cosas que ellos pintaban. Andaban en los reales de Atabalipa los mitimaes, con muchos de los naturales; entre los que había platicaron de los matar, y así salieron a Soto buen golpe de éstos llevando cordeles recios, pareciéndoles que eran algunos pacos que ligeramente se habían de dejar prender (paco, llaman, a cierto linaje de sus carneros). Soto, con los cuales estaban con él vinieron a las manos con los indios, de los cuales mataron muchos; hirieron a un cristiano llamado Ximénez, el que lo hizo, pagólo, porque con golpes de espada lo hicieron pedazos. Los indios, espantados, se mostraron tan tímidos que, faltándoles el brío con que entraron en la batalla o guazabara, volviendo las espaldas, comenzaron a huir; algunos fueron presos; y Soto, con los cristianos, después de haber robado todo lo que pudieron, dieron la vuelta adonde habían dejado a Pizarro; que ya había enviado por los españoles que habían quedado en Túmbez. Vio Soto el camino real, que llamaban de Guaynacapa, que atraviesa por la sierra, de que se espantó, contemplando el modo con que iba hecho. Como se juntasen con los españoles dieron cuenta al gobernador de lo que habían visto; los indios presos contaron mucho de las guerras que había entre Guascar y Atabalipa; decían que iba caminando la vuelta de Caxamalca. Con estas nuevas y con lo que habían visto, los nuestros estaban bien alegres; creían más de lo que los indios decían, Pizarro, como vio que ya se comenzaba a dar en la buena tierra, y que los indios contaban, de las grandes ciudades y provincias de adelante, mucho; determinó de fundar alguna nueva población de cristianos, y que sería bueno entre aquellos valles dejar asentada alguna villa; y como se hubiese andado hasta el valle de Tangara, fundó en él la ciudad de San Miguel, haciendo repartimiento por vía de depósito de la comarca que convino que allí sirviese. En el libro de las fundaciones tengo escrito largo de esta ciudad, donde remito al lector, si no lo ha visto, que lo vea, si quisiere. Quedaron aquí por vecinos los españoles, los que estaban más flacos y oficiales del rey; por teniente de gobernador quedó el contador Navarro. Con la resta de la gente, que serían ciento y setenta españoles, determinó pasar adelante.
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CAPÍTULO XXXVIII Hechos notables que pasaron en la batalla de Chicaza Luego que hubieron enterrado los muertos y curado los heridos, salieron muchos españoles al campo donde había sido la batalla a ver y notar las heridas que los indios con las flechas habían hecho en los caballos que mataron. Los cuales abrían, como lo habían de costumbre, así para ver hasta dónde hubiesen penetrado las flechas como por guardar la carne para la comer. Y hallaron que casi todos ellos tenían flechas atravesadas por las entrañas y pulmones, o livianos cerca del corazón, y particularmente hallaron once o doce caballos con el corazón atravesado por medio, que, como otras veces hemos dicho, estos indios, pudiendo tirarles al codillo, no les tiraban a otra parte. Hallaron asimismo cuatro caballos que cada uno tenía dos flechas atravesadas por medio del corazón, acertadas a tirar a un mismo tiempo, una de un lado y otra de otro. Cosa maravillosa y dura de creer, aunque es cierto que pasó así, y, por ser cosa notable, se convocaron los españoles que por el campo andaban para que la viesen todos. Otro tiro hallaron de extraña fuerza, y fue que un caballo de un trompeta llamado Juan Díaz, natural de Granada, estaba muerto de una flecha que le había atravesado por ambas tablillas de las espaldas y pasado cuatro dedos de ella de la otra parte. El cual tiro, por haber sido de brazo tan fuerte y bravo, porque el caballo era uno de los más anchos y espesos que en todo el ejército había, mandó el gobernador que quedase memoria de él por escrito y que un escribano real diese fe y testimonio del tiro. Así se hizo, que luego vino un escribano que se decía Baltasar Hernández (que yo conocí después en el Perú), natural de Badajoz e hijodalgo de mucha bondad y religión, cual se requería y convenía que lo fueran todos los que ejercitaran este oficio pues se les fía la hacienda, vida y honra de la república. Este hidalgo en sangre y en virtud asentó por escrito y dio testimonio de lo que vio de aquella flecha, que fue lo que hemos dicho. Tres días después de la batalla acordaron los castellanos mudar su alojamiento a otra parte, una legua de donde estaban, por parecerles mejor sitio para los caballos. Y así lo hicieron con mucha presteza y diligencia. Trajeron madera y paja de los otros pueblos comarcanos; acomodaron lo mejor que pudieron un pueblo que Alonso de Carmona llama Chicacilla, donde dice que a mucha prisa hicieron sillas, lanzas y rodelas, porque dice que todo esto les quemó el fuego y que andaban como gitanos, unos sin sayos y otros sin zaragüelles. Palabras son todas suyas. En aquel pueblo pasaron con mucho trabajo lo que les quedaba del invierno, el cual fue rigurosísimo de fríos y hielos. Y los españoles quedaron de la batalla pasada desnudos de ropa con que resistir el frío, porque no escaparon del fuego sino lo que acertaron a sacar vestido. Cuatro días después de la batalla quitó el gobernador el cargo a Luis Moscoso y lo dio a Baltasar Gallegos, porque, haciendo pesquisa secreta, supo que en la ronda y centinela del ejército había habido negligencia y descuido en los ministros del campo y que por esto habían llegado los enemigos sin que los sintiesen y hecho el daño que hicieron, que, además de la pérdida de los caballos y muerte de los compañeros, confesaban los españoles haber sido vencidos aquella noche por los indios, sino que la bondad de algunos particulares y la necesidad común les había hecho volver por sí y cobrar la victoria que tenían ya perdida, aunque la ganaron a mucha costa propia y poco daño de los indios, porque no murieron en esta batalla más de quinientos de ellos. Todo lo que de esta nocturna y repentina batalla de Chicaza hemos dicho lo dice muy largamente Alonso de Carmona en su relación, con grandes encarecimientos del peligro que los españoles aquella noche corrieron por el sobresalto no pensado y tan furioso con que los enemigos acometieron. Y dice que los más de los cristianos salieron en camisa por la mucha prisa que el fuego les dio. En suma, dice que huyeron y fueron vencidos y que la persuasión de un fraile les hizo volver y que milagrosamente cobraron la victoria que habían perdido, y que sólo el gobernador peleó a caballo mucho espacio de tiempo con los enemigos hasta que le socorrieron, y que llevaba la silla sin cincha. Y Juan Coles concuerda con él en todo lo más de esto, y particularmente dice que el gobernador peleó solo como buen capitán. Demás de lo que, conforme a nuestra relación, Alonso de Carmona cuenta de esta batalla, añade las palabras siguientes: "Estuvimos allí tres días, y, al cabo de ellos, acordaron los indios de volver sobre nosotros y morir o vencer. Y cierto no pongo duda en ello que, si la determinación viniera en efecto, nos llevaran a todos en las uñas por la falta de armas y sillas que teníamos. Fue Dios servido que, estando un cuarto de legua del pueblo para dar en nosotros, vino un gran golpe de agua que Dios envió de su cielo y les mojó las cuerdas de los arcos y no pudieron hacer nada y se volvieron. Y a la mañana, corriendo la tierra, hallaron el rastro de ellos, y tomaron un indio que nos declaró y avisó de todo lo que los indios venían a hacer, y que habían jurado por sus dioses de morir en la demanda. Y así el gobernador, visto esto, determinó salir de allí e irse a Chicacilla, donde luego, a gran prisa, hicimos rodelas, lanzas y sillas, porque, en tales tiempos, la necesidad a todos hace maestros. Hicimos de dos cueros de oso fuelles y con los cañones que llevábamos armamos nuestra fragua, templamos nuestras armas y apercibímonos lo mejor que pudimos." Todas son palabras de Carmona, sacadas a la letra. Pues como los enemigos hubiesen reconocido y sabido de cierto el daño y estrago que en los castellanos habían hecho, cobrando más ánimo y atrevimiento con la victoria pasada, dieron en inquietarlos todas las noches con rebatos y arma, y no como quiera, sino que venían en tres y en cuatro escuadrones, por diversas partes, y con gran grita y alarido acometían todos juntos a un tiempo para causar mayor temor y alboroto en los enemigos. Los españoles, porque no les quemasen el alojamiento como lo habían hecho en Chicaza, estaban todas las noches fuera del pueblo, puestos en cuatro escuadrones a las cuatro partes de él, y con sus centinelas puestas, y todo velando, porque no había hora segura para poder dormir, que todas las noches venían dos y tres veces, y muchas hubo que vinieron cuatro veces. Y sin la inquietud perpetua que con estas batallas daban, aunque las más de ellas eran ligeras, nunca dejaban de herir o matar algún hombre o caballo, y de los indios también quedaban muchos muertos, mas no escarmentaban por eso. El gobernador, por asegurarse de que los enemigos no viniesen la noche siguiente, enviaba cada mañana, por amedrentarlos, cuatro y cinco cuadrillas de a catorce y quince caballos, que corriesen todo el campo en contorno del pueblo, los cuales no dejaban indio a vida, que fuese espía o que no lo fuese, que no lo alanceasen, y volvían a su alojamiento el sol puesto, y más tarde, con relación verdadera que cuatro leguas en circuito del pueblo no quedaba indio vivo. Mas dende a cuatro horas, o cinco o más tardar, ya los escuadrones de los indios andaban revueltos con los de los castellanos, cosa que los admiraba grandemente, que en tan breve tiempo se hubiesen juntado y venido a inquietarlos. En estas refriegas que cada noche tenían, aunque siempre hubo muertos y heridos de ambas partes, no acaecieron cosas particulares notables que poder contar, si no fue una noche que un escuadrón de indios fue a dar donde estaba el capitán Juan de Guzmán y su compañía, el cual salió a ellos a caballo con otros cinco caballeros, y también salieron los infantes. Y porque cuando los enemigos ondearon sus hachos y encendieron lumbre estaban muy cerca de los nuestros, pudieron peones y caballos llegar juntos a embestir con ellos. Juan de Guzmán, que era un caballero de gran ánimo, empero delicado de cuerpo, arremetió con el alférez que traía un estandarte y venía en la primera hilera, al cual tiró una lanzada. El indio, hurtando el cuerpo, le asió la lanza con la mano derecha y corrió la mano por ella hasta topar con la de Juan de Guzmán; entonces soltó la lanza y le asió de los cabezones y, dando un gran tirón, lo arrancó de la silla y dio con él a sus pies sin soltar la bandera que llevaba en la mano izquierda, y todo fue hecho con tanta presteza que apenas se pudo juzgar cómo hubiese sido. Los soldados, cuando vieron su capitán en tal aprieto, antes que el indio le hiciese otro mal, arremetieron con él y lo hicieron pedazos, y desbarataron su escuadrón y libraron de peligro a Juan de Guzmán; pero no quedaron sin daño, porque los indios dejaron muertos dos caballos y heridos otros dos, de seis que a ellos habían salido. Y los españoles no sentían menos la pérdida de los caballos que las de los compañeros. Y los indios gustaban más de matar un caballo que cuatro caballeros, porque les parecía que solamente por ellos les hacían ventaja sus enemigos.
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Capítulo XXXVIII Que trata de cómo estando el general en la provincia de los pormocaes dieron los indios en la ciudad y de la victoria que hubieron Traía Michimalongo con su gente tanto secreto en el caminar como hombres que iban a casa ajena a hurtar, y por no ser sentidos ni vistos, mataban a todos los yanaconas e indias de servicio que hallaban. Y sin ser sentidos se allegó a la ciudad muy junto. Dios nuestro Señor y benigno padre, que siempre de sus hijos tiene cuidado, fue servido socorrer sus solos y pelegrinos cristianos e inspiro y alumbró en un principal, amigo de los cristianos, indio que le servían. Y no le daban por este respeto parte de estos negocios ninguno de los otros caciques. Antes le querían mal porque era amigo de los cristianos. Díjole al teniente cómo sabía que en aquel momento había llegado Michimalongo con diez mil indios, y que estaba muy cerca de la ciudad, y que lo sabía por un indio suyo que se había huido del real de Michimalongo, y que venían repartidos en cuatro partes y que habían de dar en la ciudad. Luego que el teniente supo la nueva, mandó apercebir su gente y cabalgar los de a caballo. Repartiólos en cuatro cuadrillas, cada una de treinta y dos de a caballo. Dio a Francisco de Villagran, la otra a Francisco de Aguilar y la otra dio a Juan de Avalos, otra tomó para si, dándoles aviso a cada cuadrilla acudiese a su cuadrillero y que cada cuadrillero acudiese a la plaza si fuese menester. Escuadra eran veinte y dos hombres de a pie, había entre ellos algunos arcabuces y ballestas. A éstos de a pie mandó el teniente que guardasen a los caciques que estaban presos. Mandó echar las velas acostumbradas y rondar por de fuera de la ciudad, en domingo once de septiembre del año de mil y quinientos y cuarenta. Allegados los indios de guerra a la ciudad, visto que eran sentidos de las centinelas, dieron un alarido muy grande como ellos lo tienen por costumbre. Acometieron al cuarto del alba con toda su furia, echando fuego que traían escondido en ollas, y como las casas eran de madera y paja y la cerca de los solares de carrizos, ardía muy de veras la ciudad por todas cuatro partes. Luego los de a caballo salieron por sus partes con gran ímpetu y alanceaban con todo ánimo por vender bien sus vidas y defender bien sus casas y hacer lo que debían. Como era de mañana antes del día, a la luz de la lumbre que ardía, detrás de los cestos flechaban los indios a los cristianos a su salvo, y los españoles alanceaban a los indios que fuera de los cestos estaban, tantos en cantidad, que apenas podían los de a caballo romper en ellos. Y si guerra le hacían los indios, grande se la hacía el humo, y ellos la sufrieron y pasaron hasta que el día vino. Y a esta hora allegaron otros indios de refresco. Ya que la luz dio lugar a que mejor se aprovechasen los españoles, con ayuda del cielo comenzaron más de veras la guazábara o batalla, tan reñida que era cosa admirable. Los españoles, por defender tan justa causa, peleaban como lo suele hacer en las necesidades, y los indios prosiguiendo su determinación peleaban como aquellos que defendían su patria. Que con pasar doce de a caballo por entre ellos de tal manera que siempre dejaban indios muertos. En esta sazón supo el teniente que venían indios de refresco y que acometieron por todas partes, y entre ellos venía un capitán con mil indios que acometiesen a la casa donde estaban los caciques presos, que era la del general, y le pusieron fuego, y puesto por fuerza de armas sacasen de la prisión al cacique Quilicanta y los demás caciques. Y como hallaron gente que se lo defendían, tardaron hasta que el teniente lo supo, que vino a socorrer aquel lugar más peligroso. Cuando allegó al patio, vio que estaban en gran priesa los veinte y dos cristianos con los indios por defenderles la casa y cacique. Acudía más gente de refresco que se henchía el patio, que era grande. Y como vido arder la casa, apeóse con toda furia, peleando rompió de presto, temiendo que el fuego no le daría lugar a entrar a matar los caciques que estaban presos, haciendo la cuenta cierta que si mataba a los caciques, era deshecha la guerra. Y cuando allegó a la puerta de la casa, salió una dueña que en casa del general estaba, que con él había venido sirviéndole del Pirú, llamada Inés Suares, natural de Málaga. Como sabía, reconociendo lo que cualquier buen capitán podía reconocer, echó mano a una espada e dio de estocadas a los dichos caciques, temiendo el daño que se recrecía si aquellos caciques se soltaban. A la hora que él entraba, salió esta dueña honrada con la espada ensangrentada, diciendo a los indios: "Afuera, auncaes --que quiere decir, traidores--, que ya yo os he muerto a vuestros señores y caciques", diciéndoles que lo mismo harían a ellos y mostrándoles la espada. Y los indios no le osaban tirar flecha ninguna, porque les había mandado Michimalongo la tomasen viva y se la llevasen. Y como les decía que había muerto a los caciques, oído por ellos y viendo que su trabajo era en vano, volvieron las espaldas y echaron a huir los que combatían la casa. Y el fuego ardía por todas partes. Y como los indios andaban dentro de la ciudad, peleaban con los españoles y aquel campo estaba más seguro. Llegó el teniente a esta dueña e indias de su servicio que con ella estaban en aquella casa recogidos, púsolas todas en un sitio bueno con los veinte y dos españoles, y dejando el teniente a recaudo esta gente, fue a socorrer a la cuadrilla que más necesidad tenía, y halló que los indios les habían ganado ciertas casas y de allí le ofendían malamente. Y cuando los indios mataban un caballo daban muy gran alarido dando a entender que se animasen, que ya tenían uno menos de sus enemigos. Mandó luego el teniente llevar los malheridos a donde aquella dueña estaba, y ella los curaba y animaba. Ya la ciudad en esta sazón estaba casi ardida. Recorriendo el teniente los cuadrilleros y a la parte que más necesidad había como buen capitán, acometían tan recio que parecía que entonces comenzaban matando e hiriendo. Era cosa admirable de ver. Y dos horas antes que el sol se pusiese apretaron los españoles de tal suerte con los indios que aunque estaban cansados e muchos de ellos malheridos, los indios no osaban salir de la ciudad por temor de los caballos, a causa de ser las salidas de la ciudad llanas e los montes para acogerse lejos. Mas en fin, no pudiendo sufrir a los cristianos, determinaron de salir de la ciudad y aun tenían por bien dejarla. E como era campo ancho y largo, los de a caballo, aunque cansados, no dejaban de alcanzar algunos. Prendiéronse muchos. E preguntándoles que por qué huían tan temerosos, respondían: porque un viracocha viejo en un caballo blanco vestido de plata con una espada en la mano los atemorizaba, y que por miedo de este cristiano huyeron. Entendido los españoles tan gran milagro, dieron muchas gracias a nuestro Señor y al bienaventurado apóstol señor Santiago, patrón y luz de España. En esta batalla murieron ochocientos indios y los indios mataron dos españoles y catorce caballos.
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Que trata de las ochenta leyes que estableció Nezahualcoyotzin y cómo las mandó guardar Puso Nezahualcoyotzin la ciudad de Tetzcuco y todas las demás repúblicas de su reino en grandísimo orden y concierto (que describiendo de ella se entenderá de las demás), la cual la dividió en seis parcialidades, como fueron Mexicapan, Colhuaca, Tepanecapan, Huitznáhuac, Chimalpan y Tlailotlacan, poniendo en ellas por su orden y gobierno los vecinos y cada género de oficio por sí los plateros de oro y plata en un barrio, los artífices de plumería en otro, por esta orden todos los demás, que eran muchos géneros de oficiales. Asimismo hizo edificar muchas casas y palacios para los señores y caballeros que asistían en su corte, cada uno conforme a la calidad y méritos de su persona, las cuales llegaron a ser más de cuatrocientas casas de señores y caballeros de solar conocido. Y para el buen gobierno, así de su reino como para todo el imperio, estableció ochenta leyes que vio ser convenientes a la república en aquel tiempo y sazón, las cuales dividió en cuatro partes, que eran necesarias para cuatro consejos supremos que tenían puestos, como eran el de los pleitos de todos los casos civiles y criminales, en donde se castigaban todos los géneros de delitos y pecados, como era el pecado nefando que se castigaba con grandísimo rigor, pues al agente, atado en un palo lo cubrían todos los muchachos de la ciudad con ceniza, de suerte que quedaba en ella sepultado y al paciente, por el sexo le sacaban las entrañas y asimismo lo sepultaban en la ceniza. Al traidor, al rey o a la república lo hacían pedazos por sus coyunturas, la casa de su morada la saqueaban y echaban por el suelo sembrándola de Sal y quedaban sus hijos y los de su casa por esclavos hasta la cuarta generación. El señor que se alzaba contra las tres cabezas, habiendo sido sujetado una vez, si no era vencido y preso en batalla, cuando venía a ser habido le hacían pedazos la cabeza con una porra y lo mismo hacían al señor o caballero que se ponía las mantas o divisas que pertenecían a los reyes; aunque en México era cortarles una pierna, aunque fuese el príncipe heredero del reino, porque nadie era osado a ataviarse ni componer su persona, ni edificar casas sin orden ni licencia del rey, habiendo hecho hazañas o cosas por donde lo mereciese, porque de otra manera moría por ello. Al adúltero si le cogía el marido de la mujer en el adulterio con ella, morían ambos apedreados; y si era por indicios o sospechas del marido y se venia a averiguar la verdad del caso, morían ambos ahorcados y después los arrastraban hasta un templo que fuera de la ciudad estaban, aunque no los acusase el marido, sino por la nota y mal ejemplo de la vecindad; el mismo castigo se hacía a los que servían de terceros o terceras. Los adúlteros que mataban al adulterado, el varón moría asado vivo y mientras se iba asando, lo iban rociando con agua y sal hasta que allí perecía; y a la mujer la ahorcaba; y si eran señores o caballeros los que habían adulterado, después de haberles dado garrote, les quemaban los cuerpos, que era su modo de sepultar. Al ladrón si hurtaba en poblado y dentro de las casas, como fuese de poco valor el hurto, era esclavo de quien había hurtado, como no hubiese horadado la casa, porque el que lo hacía moría ahorcado; y lo mismo el que hurtaba cosa de valor y cantidad, o en la plaza o en el campo, aunque no fuese más de siete mazorcas, porque el que hurtaba en el campo lo mataban, dándole con una porra en la cabeza. A los hijos de los señores si malbarataban las riquezas o bienes muebles que sus padres tenían, les daban garrote. Asimismo al borracho, si era prebeyo le trasquilaban la cabeza, la primera vez que caía en este delito, públicamente en la plaza y mercado, y su casa era saqueada y echada por el suelo, por que dice la ley, que el que se priva de juicio que no sea digno de tener casa, sino que viva en el campo como bestia; y la segunda vez era castigado con pena de muerte; y al noble desde la primera vez que era cogido en este delito, era castigado luego con pena de muerte. Asimismo en este tribunal se reconocían las leyes, que trataban acerca de los esclavos y de las contiendas y pleitos de haciendas, tierras y posesiones y los estados y diferencias de oficios. En el consejo de músicas y ciencias se guardaban las leyes convenientes a este consejo, en donde se castigaban las supersticiones y los géneros de brujos y hechiceros que había en aquel tiempo, con pena de muerte; sólo la nigromancia se admitía por no ser en daño de persona alguna. En el consejo de guerra había otras leyes, como eran, el soldado que no cumplía el mandato de su capitán o caía en alguna falta de las de su obligación, era degollado: y el que usurpaba cautivo o despojo ajeno, era ahorcado; y lo mismo se hacía con el que daba su cautivo a otro. El que era noble y de linaje, si era cautivo y se venía huyendo a su patria, tenía la misma pena y el plebeyo era premiado; pero si el noble en donde fue cautivo, vencía o mataba cuatro soldados que para el efecto se señalaban, cuando le querían sacrificar (que para este fin los cautivaban), habiéndose librado de esta manera, era muy bien recibido y premiado del rey. La misma pena de muerte tenían todos los soldados y capitanes que iban en guarda del rey, cuando personalmente iba a la guerra, si lo dejaban en poder de los enemigos, porque era obligación que estos tales lo habían de volver muerto o vivo; y si era el príncipe o alguno de los hijos del rey, tenían la misma pena los soldados y capitanes que eran sus ayos y maestros. Cuando se había de hacer alguna entrada o guerra contra algún señor de los de las provincias remotas, había de ser por causas bastantes que hubiese para ello, que eran que este tal señor hubiese muerto a los mercaderes que iban a tratar y contratar en su provincia, no consintiendo trato ni comunicación con los de acá (porque estas tres cabezas se fundaban ser señoríos e imperios sobre todas las demás, por el derecho que pretendían sobre toda la tierra, que había sido de los toltecas, cuyos sucesores y herederos eran ellos y por la población y nueva posesión que de ella tuvo el gran chichimécatl Xólotl su antepasado); para lo cual todos tres en consejo de guerra con sus capitanes y consejeros se juntaban y trataban del orden que se había de tener; y la primera diligencia que se hacía era que iban ciertos mensajeros de los mexicanos que llamaban quaquauhnochtzin y estos les requerían a los de la provincia rebelada, en especial a todos los ancianos, juntando para ello cantidad de viejos y viejas a quienes de parte de las tres cabezas requerían y decían, que ellos como personas que habían de padecer las calamidades y trabajos que causan las guerras si su señor se desvanecía en no admitir la amistad, protección y amparo del imperio, pues tenían experiencia de todo, le fuesen a la mano y procurasen de que enmendase el avieso y desacato que había tenido contra el imperio, dentro de veinte días que le daban de término; y para que no dijesen en ningún tiempo que violentamente habían sido conquistados y ganados, les daban cierta cantidad de rodelas y macanas; y se ponían estos mensajeros en cierta parte, en donde aguardaban la resolución de la república y de los ancianos de la tal provincia, los cuales respondían lo que a ellos les parecía o dentro del término referido allanaba al señor y entonces dándole su fe y palabra de nunca ser contrario al imperio y dejar entrar y salir, tratar y contratar a los mercaderes y gente de él, enviando cierto presente de oro, pedrería, plumas y mantas, era perdonado y admitido por amigo del imperio; y si no hacía esto, cumplidos los veinte días, llegaban a esta sazón otros mensajeros que eran naturales de la ciudad de Tetzcuco de los aculhuas, llamados achcacauhtzin que eran de los de aquellos jueces que en otra parte se dijeron pesquisidores, los cuales daban su embajada al mismo señor de la tal provincia y a todos los naturales y caballeros de su casa y linaje, apercibiéndoles que dentro de otros veinte días que les daban de término se redujesen a paz y concordia con el imperio, con el apercibimiento de que si se cumplía el término y no se allanaban, que sería el señor castigado con pena de muerte, conforme a las leyes que disponían hacerle pedazos la cabeza con una porra, si no moría en batalla o cautivo en ella para ser sacrificado a los dioses; y los demás caballeros de su casa y corte, asimismo serían castigados conforme a la voluntad de las tres cabezas del imperio; haciendo este apercibimiento al señor y a todos los nobles de su provincia, si dentro de los veinte días se allanaba, quedaban los de su provincia obligados de dar un reconocimiento a las tres cabezas en cada un año, aunque moderado, y el señor perdonado con todos los nobles y admitido en la gracia y amistad de las tres cabezas; y si no quería, luego incontinenti le ungían estos embajadores el brazo derecho y la cabeza con cierto licor que llevaban, que era para forzarle a que pudiese resistir la furia del ejército de las tres cabezas del imperio, y asimismo le ponían en la cabeza un penacho de plumería que llamaban tecpílotl, atado con una correa colorada y le presentaban muchas rodelas, macanas y otros adherentes de guerra, luego se juntaban con los otros primeros embajadores, aguardando a que se cumpliese el término de los veinte días, y cumplido, no habiéndose dado de paz, a esta sazón llegaban terceros embajadores, que eran de la ciudad de Tlacopan, de nación tepaneca, y tenían la misma dignidad y oficio que los demás, los cuales daban su embajada de parte de las tres cabezas del imperio a todos los capitanes, soldados y otros hombres de milicia, apercibiéndolos, por último apercibimiento, que como tales personas habían de recibir los golpes y trabajos de la guerra, que procurasen dentro de veinte días dar la obediencia al imperio, que serían perdonados y admitidos en su gracia; donde no, pasado el tiempo, vendrían sobre ellos y a fuego y sangre asolarían toda su provincia y se quedarían por esclavos todos los cautivos en ella, los demás por tributarios vasallos del imperio, los cuales si dentro de este término se rendían, sólo el señor era castigado y la provincia quedaba sujeta a dar algún más tributo y reconocimiento que en el segundo apercibimiento y esto había de ser de las rentas pertenecientes al tal señor; y donde no, cumplidos los veinte días, estos embajadores tepanecas daban a los capitanes y hombres militares de aquella provincia rodelas y macanas y se juntaban con los otros, luego juntos se despedían del señor de la república y de los hombres de guerra, apercibiéndoles que dentro de otros veinte días estarían las tres cabezas o sus capitanes con ejércitos sobre ellos, ejecutarían todo lo que les tenían apercibido; y cumplidos luego se daba batalla, porque ya a esta sazón había venido marchando el ejército; y conquistados y ganados que eran, se ejecutaba todo lo atrás referido, repartiendo las tierras y los tributos entre las tres cabezas: al rey de México y al de Tetzcuco por iguales partes y al de Tlacopan una cierta parte, que era como la quinta; aunque se tenía atención de dar a los herederos de tal señor tierras y vasallos suficientes a la calidad de sus personas, entrando en la sucesión del señorío el heredero y sucesor legítimo de la tal provincia con las obligaciones y reconocimiento referido y dejándole guarnición de gente del ejército de las tres cabezas, la que era conveniente para la seguridad de aquella provincia, se volvía la demás; y de esta manera sujetaron a toda la tierra. Otras leyes había que se guardaban en el consejo y tribunal de guerra, de menos entidad. En el cuarto y último consejo, que era el de hacienda, se guardaban las leyes convenientes a ella acerca de la cobranza de tributos y distribución de ellos y de los padrones reales. Tenían pena de muerte los cobradores que cobraban más de lo que debían pagar los súbditos y vasallos. Los jueces de estos tribunales no podían recibir ningún cohecho, ni ser parciales a ninguna de las partes, pena de la vida; a todos los cuales el rey sustentaba, cada ochenta días hacía mercedes, dándoles dones y presentes de oro, mantas, plumería, cacao y maíz, conforme a la calidad de sus oficios y méritos, sin que en esto hubiese límite señalado, más de lo que al rey le parecía ser conveniente; y lo mismo hacía con los capitanes y personas valerosas en la guerra y con los criados de su casa y corte.
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En que se trata quién fueron los reyes ingas y lo que mandaron en el Perú Porque en esta primera parte tengo muchas veces de tratar de los ingas y dar noticia de muchos aposentos suyos y otras cosas memorables, me pareció cosa justa decir algo dellos en este lugar para que los lectores sepan lo que estos señores fueron y no ignoren su valor ni entiendan uno por otro, no embargante que yo tengo hecho libro particular dellos y de sus hechos, bien copiosos, Por las relaciones que los indios del Cuzco nos dan se colige que había antiguamente gran desorden en todas las provincias deste reino que nosotros llamamos Perú, y que los naturales eran de tan poca razón y entendimiento que es de no creer; porque dicen que eran muy bestiales y que muchos comían carne humana, y otros tomaban a sus hijas y madres por mujeres, cometiendo, sin esto, otros pecados mayores y más graves, teniendo gran cuenta con el demonio, al cual todos ellos servían y tenían en gran estimación. Sin esto, por los cerros y collados altos tenían castillos y fortalezas, desde donde, por causas muy livianas, salían a darse guerra unos a otros, y se mataban y captivaban todos los más que podían. Y no embargante que anduviesen metidos en estos pecados y cometiesen estas maldades, dicen también que algunos dellos eran dados a la religión, que fue causa que en muchas partes deste reino se hicieron grandes templos, en donde hacían su oración y era visto el demonio y por ellos adorado, haciendo delante de los ídolos grandes sacrificios y supersticiones. Y viviendo desta manera las gentes deste reino, se levantaron grandes tiranos en las provincias de Callao y en los valles de los yungas y en otras partes, los cuales unos a otros se daban grandes guerras, y se cometían muchas muertes y robos, y pasaron por unos y por otros grandes calamidades; tanto que se destruyeron muchos castillos y fortalezas, y siempre duraba entre ellos la porfía, de que no poco se holgaba el demonio, enemigo de natura humana, porque tantas ánimas se perdiesen. Estando desta suerte todas las provincias del Perú, se levantaron dos hermanos, que el uno dellos había por nombre Mangocapa, de los cuales cuentan grandes maravillas los indios y fábulas muy donosas. En el libro por mí alegado las podrá ver quien quisiere cuando salga a luz. Este Mangocapa fundó la ciudad del Cuzco, y estableció leyes a su usanza, y él y sus descendientes se llamaron ingas, cuyo nombre quiere decir o significar reyes o grandes señores. Pudieron tanto, que conquistaron y señorearon desde Pasto hasta Chile, y sus banderas vieron por la parte del Sur al río de Maule, y por la del Norte al río de Angasmayo y estos ríos fueron término de su imperio, que fue tan grande que hay de una parte a otra más de mil y trescientas leguas. Y edificaron grandes fortalezas y aposentos fuertes, y en todas las provincias tenían puestos capitanes y gobernadores. Hicieron tan grandes cosas y tuvieron tan buena gobernación que pocos en el mundo les hicieron ventaja; eran muy vivos de ingenio y tenían gran cuenta, sin letras, porque éstas no se han hallado en estas partes de las Indias. Pusieron en buenas costumbres a todos sus súbditos, y diéronles orden para que se vistiesen y trajesen ojotas en lugar de zapatos, que son como albarcas. Tenían grande cuenta con la inmortalidad del ánima y con otros secretos de naturaleza. Creían que había Hacedor de las cosas, y al sol tenían por dios soberano, al cual hicieron grandes templos; y engañados del demonio, adoraban en árboles y en piedras, como los gentiles. En los templos principales tenían gran cantidad de vírgenes muy hermosas, conforme a las que hubo en Roma en el templo de Vesta, y casi guardaban los mismos estatutos que ellas. En los ejércitos escogían capitanes valerosos y los más fieles que podían. Tuvieron grandes mañas para sin guerra hacer de los enemigos amigos, y a los que se levantaban castigaban con gran severidad y no poca crueldad. Y pues (como digo) tengo hecho libro destos ingas, basta lo dicho para que los que leyeren este libro entiendan lo que fueron estos reyes y lo mucho que valieron; y con tanto, volveré a mi camino.
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CAPITULO XXXVIII Expedición tercera para el mismo registro de la Costa. No quedó el fervoroso corazón de S. Excâ. sosegado ni satisfecho con las Expediciones dichas, y proyectó la tercera con más empeño y mayores prevenciones; y aunque ésta no se hizo hasta el año de 79, me ha parecido adelantar la noticia de ella y de las antecedentes, para quedar después más desembarazado para seguir la Relación Histórica de estos Establecimientos y de las tareas apostólicas de mi V. Padre Lector y Presidente Fr. Junípero Serra. En cuanto el Exmô. Señor Bucareli recibió la noticia con los Diarios de la segunda Expedición, intentó con más fervor repetir tercer registro, dando cuenta a la corte de lo descubierto y de la resolución en que se hallaba. Interin venía la respuesta mandó construir una Fragata al propósito para dicha Expedición, y envió al Reino del Perú a un Teniente de Navío y a un Piloto graduado de Alférez para que en el Puerto del Callao comprasen una Fragata de cuenta del Rey, y la condujesen al Puerto de San Blas: así se ejecutó todo, y viéndose con la aprobación Real y orden de S. M. se hiciese tercera Expedición, a fin de descubrir el paso para la mar del Norte. Mandó luego S. Excâ. aprontar las dos Fragatas, la nueva, llamada la Princesa, de Comandanta, y la Limeña nombrada la Favorita, y que se les pusiese todo lo que se juzgase necesario y conveniente para el viaje de un año. Mandó asimismo proveerlas de Tropa de Marina para lo que se ofreciese. Nombró de Comandante al Teniente de Navío D. Ignacio Arteaga, y de Subalternos otros dos Tenientes, y dos Alféreces de Marina, y Pilotos correspondientes. Pidió su Excâ. a nuestro Colegio dos Misioneros para ir a la Expedición, que fueron los Padres Fr. Juan Antonio Riobó, y Fr. Matías Noriega. Salieron dichas Fragatas del Puerto de San Blas el día 12 de Febrero de 1779, y llevaron su Práctico, por haber fallecido de muerte natural Don Juan Pérez en el mar entre Monterrey y San Blas de regreso del viaje de la segunda Expedición. Salieron con la orden de ir en conserva, y de no apartarse sino por grande necesidad, y en tal caso señalasen Punto de unión, como lo hicieron, señalando el Paso de Bucareli, a los 55 grados, para donde navegaron prósperamente, y llegaron a él día 3 de Mayo, entraron a dentro, y hallaron un grande Aechipiélago, o Mar mediterráneo, poblado de muchas Islas. Mantuviéronse en él hasta el 1 de Julio, gastando casi caos meses en el registro, y hallaron en él trece Puertos a cual mejor, y capaces para poder estar en cada uno una Armada. No pudieron cerciorarse si por dentro se comunica por algún brazo con el mar del Norte, porque no hallaron por dicho rumbo término, y para poder hacer perfectamente este registro, era necesario una Expedición, que no tuviese otra atención, como tenían, de subir al registro de cuanta altura pudiesen. No obstante, en el tiempo que estuvieron en este Archipiélago, levantaron plan y formaron sus mapas de cuanto habían registrado, fondeado y visto. Trataron con muchas naciones de Gentiles, que pueblan las islas y Playas de tierra firme: son los indios corpulentos, bien formados, y de buenos colores; tienen sus Lanchas de madera, bien grandes, con las que navegan aquel mar y pescan. Consiguieron el comprarles tres muchachos, y dos muchachas, que todos lograron el Bautismo, como diré después. Concluido el registro de dicho Puerto de Puertos, que llamaron de Bucareli, a contemplación del Señor Virrey, salieron el 1 de Julio para registrar la Costa de la altura. El día 1 de Agosto se hallaron en la altura de 60 grados: un mes cabal tardaron para adelantar sólo 5 grados; y no fue por falta de buen tiempo, sino por lo mucho que declina la Costa al Noroeste. Hallaron en dicha altura un grande Puerto, y con todas las conveniencias que se puedan desear de seguridad de los vientos, de leña, lastre y agua, y muy, abundante de pescado sano y muy sabroso, fácil de coger, de que hicieron grande prevención, y salaron bastante para el viaje. Salieron a tierra, y tomaron posesión de ella, y del Puerto, que nombraron de Santiago: Fijaron en un alto una grande Cruz, que la subieron en procesión cantando el Himno Vexilla Regis. Habiendo reparado el Comandante, que este Puerto tenía un brazo de Mar que se interna mucho hacia el Norte, mando se dispusiese una Lancha armada en Guerra con un Oficial y Piloto, y con Tropa para que se registrase. Hízose así, y habiendo navegado así al Norte algunos días, vieron venir a ellos dos Lanchones grandes, llenos de Gentiles, que cada uno de ellos traía más gentes que la de los nuestros. Manifestáronse de paz, regalando a los nuestros con pescado y otras cositas de las suyas, y los nuestros correspondieron con abalorios, espejos y otras chucherías, que estimaron mucho, y despidiéndose siguieron su viaje. El Oficial y Piloto que iba en la Lancha de los nuestros viendo esto, y que habiéndose internado tanto que ya se hallaba en mayor altura que el Puerto en que estaban fondeadas las Fragatas, y que no se veía el término de dicho mar, sino que se le hacía Horizonte, no se atrevió a entrar más adentro, receloso de lo que podía encontrar adentro, sino que le pareció conveniente volver atrás, y dar cuenta al Señor Comandante de lo que había visto, como lo practicó. Mientras estaba en dicho registro la Lancha trataron y comunicaron los de las Fragatas con muchos Gentiles, que con sus Lanchas y Canoas de varias figuras se les arrimaban y subían a bordo, los que procuraron regalar con comida y abalorios, y correspondían ellos con pescado y algunas cosas de las suyas. Entre los muchos Gentiles que fueron a bordo repararon en uno que al parecer se distinguía entre los otros; advirtieron en él, que no le causaba admiración el ver la Fragata, como si estuviera hecho a ver Barcos tan grandes. Preguntáronle si había visto otra vez Barcos grandes, y respondió por señas que sí; y señalando a un Cerro alto que estaba apartado de la Playa, dio a entender que detrás de aquel Cerro había muchos Barcos. Por lo que sospecharon muchos, que por allí estaría la factoría de los Rusos, que dicen tienen estos por aquella altura. Confirmábanse en esto, por tener a la vista el Volcán llamado por los Rusos de San Elias, y aún eran muchos de sentir que aquel Gentil a quien no había causado admiración la vista de las Fragatas, podría ser algún Ruso en traje de Indio enviado a registrar y observar. Llegada la lancha del registro esperaban todos que mandaría el comandante entrasen las dos Fragatas a registrar aquel brazo de mar; pero fue lo contrario, dando orden se siguiese el registro por la Costa a la vista de tierra. Así lo practicaron, y en breve observaron que ya bajaban de altura, y que la Costa declinaba al Sur. Hallándose en la altura de 59 grados, más bajo que el Puerto de Santiago, les sobrevino una tempestad de agua y neblina muy espesa que nada veían, sin saber como se hallaban: pusieron los Barcos a la capa, y así se mantuvieron por el espacio de veinte y cinco horas, que abrió un poco para que pudiesen ver el peligro en que se hallaban. Viéronse por todos lados cercados de Islas, metidos en un Archipiélago; y conociendo el evidente peligro en que se hallaban, mandó el Comandante, (que era muy devoto de Nuestro Señora de Regla) que subiesen la imagen de Ntrâ. Señora sobre el Alcázar, y que se le cantase la Salve: así se hizo con viva fe y esperanza en el patrocinio de Ntrâ. Señora, y se logró abrirse más la neblina, y que se divisase una gran Bahía pegada a una Isla, y mandó el Comandate que arrimados a ella se diese fondo, como se logró con toda felicidad, y se libraron del evidente peligro en que estaban. Registraron la Bahía, que nombraron de nuestra Señora de Regla, y hallaron varios fondeaderos. Saltaron a tierra, y tomaron posesión de ella con las mismas ceremonias que queda dicho del Puerto de Santiago. En este paraje no trataron con Gentiles, ni los vieron, sólo a lo lejos divisaron lumbradas. Viendo el Señor Comandante que eran ya muchos los enfermos, la estación avanzada, y que estaba cerca el Equinoccio, no quiso se pasa se adelante el registro, sino que dio por concluida la Expedición, dando órden a los Pilotos para navegar a alguno de los Puertos de estos Establecimientos a fin de curar los enfermos, y de resguardarse por el Equinocio. Practicáronlo así, y entraron a este Puerto de N. P. San Francisco el 14 y 15 de Septiembre, en el que se mantuvieron hasta últimos de Octubre. Celebraron en esta Misión la Fiesta el día de gracia con Misa cantada y Sermón a nuestra Señora de los Remedios, cuya Imagen en Lámina de bronce, grande, de buen pincel, tocada a la Original de México, adornada con su grande marco de plata de martillo, y con su cristal puesta en su Nicho de cedro, regaló a esta Iglesia D. Juan Francisco de la Bodega y Quadra Capitán de la Fragata Limeña nombrada Ntrâ. Señora de los Remedios, alias la Favorita, la que se colocó en el Altar mayor, haciéndole la Fiesta el día 3 de Octubre con Misa cantada, y Sermón, y el siguiente día con la misma solemnidad, y asistencia de toda la gente celebramos la Fiesta de N. S. P. S. Francisco, Patrono de la Misión y del Puerto, también con Misa, Sermón y Procesión. En el tiempo de mes y medio que se mantuvieron en este Puerto, se curaron, y sanaron todos los enfermos, y los Señores Pilotos dibujaron sus Mapas de toda la Costa y sus Puertos. Tuve el gusto de bautizar a tres de los Gentiles muchachos que ya dije consiguieron en el Puerto de Bucareli; y los dos por más grandecitos que necesitaban de instrucción, y no entendían todavia la lengua, los reservaron para después de llegados a San Blas. Cuando ya se disponían para salir de este Puerto para San Blas, llegó Correo de tierra desde la antigua California con la funesta noticia de la muerte de el Exmô. Señor Virrey Frey Don Antonio Bucareli, que fue para todos de mucha tristeza, para nosotros por haber perdido tan grande Bienhechor y Patrono de estos Establecimientos. No dudo que en el Cielo habrá recibido el premio de las muchas almas que se han logrado por el fomento que dió a estas espirituales Conquistas. Fue también sentida de los Señores Marítimos, pues desde luego presumieron pararían las Expediciones, y más con la noticia de las Guerras con el Inglés, que llegó por el mismo correo. Así como lo recelaron, así ha sucedido, pues han parado las Expediciones. Aunque en estas Expediciones Marítimas no trabajó personalmente el V. P. Presidente Fr. Junípero, no pude menos cine insertarlas en esta Historia por ser ocasionadas de su trabajoso viaje a México, e influidas por su Apostólico celo en el noble y religioso corazón de su Excâ. dirigidas a extender la Fe Católica hasta las más remotas regiones: confiado el dicho Exmô. Señor de conseguir este principal fin de las Expediciones por medio del infatigable celo del V. P. Junípero, como vimos en la Carta inserta en el Capítulo antecedente, y lo veremos repetido en otra que le escribió con la misma fecha, y en una posdata de letra del mismo Señor, que dicen así: Copia de la Carta de S. Excâ. "El Informe de las Misiones que V. R. pasó a mis manos con Carta de 5 de Febrero del año anterior me deja sumamente complacido por los efectos progresivos que se experimentan debidos al cuidadoso Apostólico celo de V. R. y demás Padres, de que he dado cuenta al Rey, y quedo confiado de que continuando como hasta aquí, llegará tiempo de que S. M. pueda contar con unos Establecimientos que hagan gloriosas sus Reales piadosas intenciones por la propagación de la Fe en esas remotas tierras. Dios guarde a V. R. muchos años. México 20 de Enero de 1776." Copia de la Posdata "El Puerto de la Trinidad descubierto por Don Bruno Exca. nos convida a un Establecimiento; y para no perder de vista este objeto, que tanta extensión puede dar a el Evangelio, debemos consolidar estos Establecimientos, y es a lo que espero contribuya el fervoroso celo de V. Rmâ. Para podernos establecer en lo más distante ya descubierto, es preciso que esas Reducciones puedan subsistir por sí en lo correspondiente a víveres, y a eso espero se dedique el celo de los Padres Misioneros fomentando las siembras y la cría de ganados. El gasto de mantener la Tropa para Escolta, sin embargo de ser de consideración, no es lo que me detiene, sino la dificultad de que se conduzcan desde San Blas tantos víveres, y las contingencias que ofrece la navegación = El Baylio Frey D. Antonio Bucareli y Ursua = R. P. Fr. Junípero Serra". Si este fervoroso Señor Excmô. hubiese sobrevivido a la última Expedición, hubiera visto, como vio el V. P. Junípero tan aumentado el ganado vacuno, que habiendo dado a cada una de las Misiones en su Fundación sólo diez y ocho cabezas; en el último Informe del año próximo pasado de 84 contaban ya entre todas las nueve Misiones 5384 cabezas, y de ganado menor de lana 5629, y de pelo o cabrío 4294, siendo así que de estas dos especies de ganados no se dieron para la fundación, sino que de un corto número de Borregas y Cabras se logró este aumento, habiendo los Misioneros solicitado de limosna el pie de dicho ganado menor. Asimismo vio el V. Padre Fundador, que dicho año que murió fueron las cosechas de Trigo, Maíz, Cebada, Frijol y demás legumbres: fue el total de todas las nueve Misiones quince mil y ochocientas fanegas: con lo que tienen y han tenido estos últimos años, no sólo para mantenerse por sí las Misiones, sino que les sobró para proveer a la Tropa. Si esta abundancia hubiera llegado a ver S. Excâ. como la llegó a ver el V. P. Fr. Junípero, ¿quién duda que ya estaría la Fe Católica hasta el último término de lo descubierto, o a lo menos estaría ya resonando el Clarín Evangélico por aquel Archipiélago del famoso Puerto de Bucareli? Pero ya que lo suspendió la sensible muerte de dicho fervoroso Señor Bucareli, nos queda el consuelo de quedar descubierta tan abundante mies, como también de estar ya en el Cielo las primicias de aquellas gentes, por los tres que de menor edad bauticé en esta Misión, y poco después de llegados a San Blas murieron; y de los dos mas grandes, que llevaron para bautizar en San Blas murió la muchacha poco después de bautizada; y no dudo que estas cuatro almas bienaventuradas pedirán a Dios por la conversión de sus compatriotas que gimen bajo el tirano yugo del Enemigo, suplicando al Señor les envie Operarios que les prediquen e impongan en la ley Evangélica, para que logren como ellos las celestiales delicias por toda la eternidad. He querido adelantar estas noticias para el curioso lector, a fin de que tenga una completa noticia así de estos Establecimientos, como de todas las expediciones hechas para la extensión de la Santa Fe Católica, y de los Dominios de nuestro Católico Monarca; y que enterado de ellas pueda leer la relación de estos nuevos Establecimientos, y Apostólicas tareas del V. P. Junípero y sus Compañeros, que se irán refiriendo en los siguientes Capítulos.