CAPITULO XXXIII Sigue el V. Padre su camino, visita de paso la Misión de San Gabriel, y lo que practicó en la de Saya Diego. Tan incesante era el anhelo de nuestro V. Padre Junípero para la consecución de establecer nuevas Misiones, que no saciándose jamás, hubo de morir con esta sed; si no es que diga, que viendo la imposibilidad de fundar (por falta de Ministros) las que ya había conseguido se erigiesen, este cuidado le abrevió el paso para salir de esta vida y pasar a la eterna, a pedir a Dios en la Corte Celestial Operarios Evangélicos para las nuevas Reducciones. Veía ya fundada la de San Luis, que era la quinta en esta nueva California; y faltaban tres de las proyectadas y entre ellas la que le llevaba la primera atención, que era la del Seráfico Doctor San Buenaventura, así por lo que se expresó en el Capítulo XXV, como porque concebía de la innumerable Gentilidad que puebla la Canal, que se había de conseguir mucho fruto con esta Misión, por ser el sitio destinado para ella el que se nombró la Asumpción de nuestra Señora, en donde había un gran Pueblo de Gentiles, aunque no había estado en él nuestro Apostólico Fr. Junípero. Con esta ansia salió de la Misión de San Luis, y apresurando las jornadas por lo que importaba su pronto arribo a San Diego, anduvo las ochenta leguas que hay de distancia hasta San Gabriel, todas pobladas de Gentilidad, y en las veinte de la Costa que forma la Canal de Santa Bárbara le pareció todavía mayor la abundancia de Pueblos de Gentiles que lo que le habían dicho; y robándole cada uno el corazón, con los deseos más eficaces de establecer en aquel tramo tres Misiones, llegó al término de la Canal, bajando de Monterrey, o principio de ella para la subida a aquel Puerto, que es el sitio y Pueblo de la Asunción; y supuesto que era el mismo lugar premeditado para la Misión de San Buenaventura, no quiso pasar adelante el V. Padre sin registrarlo, como lo hizo acompañado del Comandante, pareciéndole a ambos ser terreno muy proporcionado para una buena Misión, por tener todas las circustancias que en las Leyes de Indias se previenen; y concluido el reconocimiento siguieron su viaje. Llegaron a la Misión de San Gabriel (que era la única que no había visto el V. Siervo de Dios) y le causó extraordinaria alegría ver ya allí tantos Cristianos que alababan a Dios. Procuró acariciarlos y regalarlos a todos, y juntamente a sus padres Gentiles, causándole especial complacencia ver aquella espaciosa llanada, capaz para fundar en ella una Ciudad. Dio a los Padres los parabienes y gracias por lo mucho que habían trabajado en lo espiritual y temporal; y sin admitir descanso alguno, salió a continuar su viaje con uno de los de aquella Misión, para que recibiese los avíos pertenecientes así a ella, como a la de San Buenaventura, y llegaron sin especial novedad al Puerto de S. Diego, el día 16 de Septiembre. Luego que se halló allí, sin tratar de tomar ningún descanso de un viaje tan dilatado (y para el V. Siervo de Dios tan penoso por el habitual accidente que padecía en el pie y pierna) se fue a estrechar con el Capitán y Comandante de los Barcos Don Juan Pérez, su Paisano, haciéndole presente la imposibilidad de transitar las ciento y setenta leguas que hay, de camino por tierra hasta Monterrey, pobladas todas de Gentiles, por carecerse de Mulas para ello, y de Tropa para resguardo de la recua; manifestándole al propio tiempo las necesidades que se habían padecido por la dilación de los Barcos, siendo causa de que muchos Soldados desertasen de la Tropa, y se introdujesen con los Gentiles, igualándose en sus depravadas costumbres; y que si los demás no habían hecho lo mismo, era por la expectación que tenían de la pronta venida del Barco; pero si ahora habiendo llegado dos, se quedaban con la misma necesidad, se marcharían, ocasionando la pérdida de las tres Misiones del Norte que quedaban fundadas. Excusábase el Comandante de subir a Monterrey, por estar el tiempo tan avanzado, y que el Invierno le había de coger precisamente en aquel Puerto, no pudiendo aguantar el Paquebot los temporales de aquella altura. Pero el V. P. Junípero lo animó diciéndole, que confiase en Dios nuestro Señor, por quien se hacía este servicio, pues se dirigía ala conversión de las almas, y que el Señor no había de permitir contratiempo, cuando se hiciese a su Divina Majestad este servicio. Con estas razones eficaces, unidas al gran concepto que tenía hecho de la virtud del V. P. Junípero, y confiado en sus oraciones, se resolvió el Comandante Pérez a subir con su Paquebot, y carga a Monterrey, dando mano luego a disponerse para la subida. Evacuado este principal asunto de su bajada a San Diego, tiró a concluir los demás. Veíase el fervoroso Prelado con cuatro Misioneros en San Diego con el que había subido en compañía del P. Dumetz de la antigua California, y con Carta mía, en que le daba noticia de la subida de otros dos que le despaché desde Loreto, y en vista de esto, envió para Monterrey, con la recua de los víveres que remitía el Comandante Fages, a los Padres Crespí, y Dumetz, con el ánimo de dejar en San Diego con el Padre Fr. Luis Jayme al Padre Fr. Tomás de la Peña (de la Provincia de Cantabria) que acababa de subir de la antigua California, y con los otros, que esperaba, pasar a la fundación de San Buenaventura. Luego que se vieron desocupados, así de la salida del Paquebot el Príncipe para Monterrey, como de la de la recua de víveres que caminaba por tierra, trató nuestro V. Fr. Junípero de la nueva fundación, esperando por instantes los dos Padres arriba dichos. Consultó el punto con el Comandante Fages para el efecto de la Escolta y demás auxilios necesarios para la fundación; pero halló cerrada la puerta, y que iba dando tales disposiciones, que si llegasen a ponerse en planta, lejos de poder fundar, amenazaban el riesgo de que se perdiese lo que tanto trabajo había costado para lograrse. Para atajar estos acaecimientos, de que podían resultar notables quebrantos, hizo el V. Padre cuantas diligencias le dictó su mucha prudencia y notorio alcance; pero nada bastó para lograr su intento. Este motivo le dió a conocer, que semejante novedad procedía de mutación en el Superior Gobierno, por la falta de los Señores Virrey y Visitador general, que habían pasado a España, a cargo de los cuales, como principales motores de esta espiritual Conquista, corría su protección; y que por no estar el nuevo Señor Virrey enterado de los nuevos Establecimientos, tomaba esta obra tan contrario semblante. Tratólo todo con los tres Misioneros que se hallaban en San Diego, los dos de aquella Reducción, y el otro de la de San Gabriel, y fueron de parecer que convenía fuese en el Barco que estaba próximo a salir para San Blas el V. P. Presidente, o el Misionero que gustase enviar, para ir a México a informar a S. Excâ. Desde luego le pareció al V. Padre muy conveniente este informe; pero para deliberar con mayor acierto, dispuso que el día siguiente 13 de Octubre, dedicado a San Daniel y sus Compañeros, se les cantase una Misa solemne, para que pidiesen a Dios luz para determinar lo que fuese de su mayor agrado, y que entretanto cada uno de los Religiosos por su parte lo encomendase a nuestro Señor. Hiciéronlo así, y después de cantada la Misa, se juntaron los cuatro Misioneros, y fueron de parecer que fuese uno de ellos; y que sería más conveniente fuera el V. Padre, que como Presidente estaba impuesto en todo; pero que si por sus accidentes y avanzada edad no pudiese, nombrara al Religioso que gustase. En vista del dictamen de los tres Padres Compañeros, se avino nuestro V. Fr. Junípero a hacer el viaje de doscientas leguas por tierra, después de la navegación, olvidando sus accidentes y avanzada edad de sesenta años. Poniendo toda su confianza en Dios, por quien se sacrificaba, se embarcó en el expresado Paquebot San Carlos, que salió de San Diego el 20 de Octubre, y después de quince días de navegación dio fondo el 4 de Noviembre en San Blas, sin haber experimentado novedad alguna en el viaje. Desembarcó en aquel Puerto el V. Padre, y se halló con las novedades que demostrará el Capítulo siguiente en la copia de la Carta que insertaré, las cuales habría sabido en San Diego si se hubiera dilatado en salir algún corto tiempo, pues se las escribí por Septiembre en Carta que llevaron los Padres que le enviaba para la Misión de S. Buenaventura, que llegaron a San Diego a pocos días de haber salido de allí el Barco.
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Capítulo XXXIII Cómo Huayna Capac conquistó las provincias de los Caranguis, y del peligro en que se vio Vuelto Huayna Capac a Tomebamba como está dicho, descansó allí algunos días, dándose a placeres y contentos con su gente. Para reparar la del Collao que se había perdido y muerto en la batalla de Pasto, los caciques y capitanes de los collas enviaron a la provincia del Collao por nueva gente, con que se rehicieron y reformaron cumplidamente para nuevas empresas. Entonces Huayna Capac hizo allí cacique a Apucari y le nombró por Capitán General de todo el ejército del Collao, que hasta entonces era solamente cabeza de la gente de Chucuito, lo cual hizo Huayna Capac por haberse mostrado en aquella jornada hombre de gran valor y ánimo y de mucha industria y prudencia, sobre todos los demás capitanes de la provincia del Collao. Habiéndose aumentado el ejército y aderezado de lo necesario de armas, vestidos y ojotas para el camino, acordó Huayna Capac con todos sus capitanes de ir a conquistar la provincia de los caranguis, donde hay una nación que tiene por nombre Cayambis, belicosa y brava gente de mucho ánimo e industria, y que se entendía dellos se defenderían con grandísimo ánimo y valor y así quiso el mismo Huayna Capac entrar a ellos personalmente. Y metió todo su ejército, conquistando al principio mucha diversidad de gentes y naciones llamadas mazas, y a los confines de los cañares y los quisnas y los de Anca Marcas y los de Puruay y Novitoa, y otras naciones que están allí cerca, y bajó hacia Tumbes. Llegó a la frontera de los caranguis y cochisque, do mostró Huayna Capac bien el valor de su persona y gran ánimo y esfuerzo, porque ordinariamente en los peligros y trabajos era el primero de todos sus capitanes, queriendo con su ejemplo moverlos a dejar fama inmortal de sí en los siglos venideros, y así en las batallas y recuentos donde hallaba más resistencia en los enemigos, peleaba por su persona valientemente, y se metía en las mayores presas y riesgos, de suerte que todos se admiraban de su gran ánimo y atrevimiento, y era temido de sus enemigos donde quiera que oían su nombre, y de los suyos era respetado, y le llamaban por excelencia Unchi Capac Inga, que quiere decir valeroso y fuerte, señor poderoso. Llegó a la fortaleza de Cochisque y halló en ella puesto mucho recaudo y gran resistencia, por se haber allí recogido y amparado en ellos mucho número de gente, fortaleciéndose con gran cuidado de todo lo necesario por haber oído las nuevas de la braveza del Ynga y de su ejército. Y cercó la fortaleza de Cochisque y la empezó a combatir por diferentes Partes do halló grandísima defensa y dificultad y tuvo bravos rencuentros, donde perdió mucho número de gente de la más valerosa y valiente de su ejército, que como veían que estaban delante de su señor, todos procuraban de señalarse. Al fin vino a tomar la fortaleza por fuerza de armas, y mató en ella infinita gente, y parte de los que pudieron escaparse se fueron huyendo a la fortaleza de Carangui, donde se recogieron. Tomada la fortaleza de Cochisque, hizo Huayna Capac derrocar los lugares fuertes que cerca della estaban y mandó descansar la gente por algún tiempo, y después entró en consejo de guerra, proponiendo en él la toma de la fortaleza de Carangui, y en él hubo diferentes pareceres de los capitanes, en el modo cómo se podía facilitar la empresa dello, y al fin acordaron los capitanes Collatopa y Mini y Auquitoma, con otros orejones, que el más acertado medio para el fin deseado era conquistar y destruir toda la tierra alrededor de la fortaleza, para que con esto no les pudiese entrar socorro de ninguna parte y ansí sería más fácil la conquista. Y acordado esto salió con todo su ejército Huayna Capac y entró por Ancas Mayo y Otavalo con temeraria furia, destruyendo y asolando toda aquella tierra con grandísimo espanto de los moradores y naturales della. Unos por un cabo y otros por otro, desamparando sus lugares y tierra, se iban retirando y huyendo hacia la fortaleza de Carangui, y allí se iban fortaleciendo con mucha diligencia, y Huayna Capac, habiendo destruido los contornos de la fortaleza, llegó a ella con todo su ejército y asentó su real alrededor en los lugares y sitios que le parecieron más cómodos, a él y a sus capitanes, para apretallos más e impedilles el socorro que les tentasen meter los alzados de los Caranguis. Y habiendo estado algunos días sobre la fortaleza y tentado por buenos medios rendirla por evitar muertes de los suyos, que sabía le habían de costar muchas, por ser casi inexpugnable la fortaleza y en lugar áspero y fuerte, al cabo trató de asaltarla con la mejor oden que supo, y con los más valientes y animosos soldados de su ejército, que embistieron con grande ánimo y determinación de vencer o morir; y con no menor les recibieron los cayambis, y habiéndose peleado con temeraria porfía y muerto mucha gente de la de Huayna Capac, queriendo mostrar su brío y esfuerzo, salieron de la fortaleza en su seguimiento, y fue tal la arremetida que mataron infinitos orejones y Huayna Capac, que con ellos estaba, cayó en el suelo y gran parte de los suyos le desampararon, teniéndole por muerto, y sin duda lo fuera si a esta sazón no llegara la gente de su guarda con los capitanes Tupi Tupa Yupanqui y Huaina Achache, que serían hasta mil indios y éstos le ayudaron a levantar de donde estaba caído, porque estos capitanes fueron muy valerosos y hermanos en armas de Huayna Capac. Levantado juntamente con un capitán suyo, llamado Capan, llegaron de nuevo los orejones avergonzados y corridos de haber dejado a su señor y con nuevo esfuerzo embistieron con los cayambis, y matando muchos dellos los hicieron retirar a la fortaleza de do habían salido. Libre Huayna Capac del aprieto en que se había visto, que fue el mayor que tuvo en su vida y donde perdió mucha gente de la más granada de su ejército, volvió a su real habiendo los enemigos encerrádose en su fortaleza, muy gozosos del buen suceso. Considerada después por Huayna Capac la dificultad de la empresa, y que sin duda le costaría mucho número de gente que deseaba conservar para otras conquistas, determinó con los de su consejo de tomar todos los caminos por donde les podía entrar socorro de gente y comidas para hambrear a los enemigos de la fortaleza y necesitarlos, con la falta de comida, a venir a su sujeción, aunque se alargase la guerra más de lo que él había entendido al principio, y hecho y ordenado esto y puestos buenas guardias y presidios, se volvió a Tomebamba a dar oden en las provincias conquistadas. Llegado a Tomebamba compuso a su modo las provincias de Paso, Macas y Quisna Anca Marca y Novitoa y Otavalo, dándoles leyes por donde viniesen. Las más destas naciones no tenían huacas ni idolatrías ningunas, salvo que los cayambis y cañares eran grandísimos hechiceros. A todos se dio por principal huaca el sol como lo era suya. Y de sus tierras hizo señores de los naturales de aquellas provincias, como lo tenía de costumbre y de su generación y linaje; puso gobernadores y puestos, se informó muy por extenso dellos, qué gente se podía sacar de aquellas provincias y de cada una dellas, y de las personas que en ellas había belicosas, y de quién se podía esperar o temer que harían, andando el tiempo, algunos movimientos de rebelión, para asegurando la tierra sacarlos dellas y traspantarlos a otras de sus temples y calidades, haciéndolos mitimas, como siempre había observado en todas las regiones que había conquistado, y los que podía meter en su triunfo cuando volviese al Cuzco, que era lo que más deseaba, y que fuese el más soberbio que ninguno de sus antecesores hubiese hecho, y conforme la relación que le dieron sus gobernadores, así lo dispuso todo y lo ordenó.
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Cómo el Almirante perdió su nave en unos bajos, por negligencia de los marineros, y el auxilio que le dio el rey de aquella isla Continuando el Almirante lo que sucedió, dice que el lunes, 24 de Diciembre, hubo mucha calma, sin el menor viento, excepto un poco que le llevó desde el Mar de Santo Tomás, a la Punta Santa, junto a la cual estuvo cerca de una legua, hasta que, pasado el primer cuarto, que sería una hora antes de media noche, se fue a descansar, porque hacía ya dos días y una noche que no había dormido; y, por haber calma, el marinero que tenía el timón, lo entregó a un grumete del navío; "lo cual, dice el Almirante, yo había prohibido en todo el viaje, mandándoles que, con viento, o sin viento, no confiasen nunca el timón a mozos". A decir la verdad, yo me creía seguro de bajos y de escollos, porque el domingo que yo envié las barcas al rey, habían pasado al Este de la Punta Santa, unas tres leguas y media, y los marineros habían visto toda la costa, y las peñas que hay desde la Punta Santa al Este Sudoeste, por tres leguas, y habían también visto por dónde se podía pasar. Lo cual en todo el viaje yo no hice; y quiso Nuestro Señor que, a media noche, hallándome echado en el lecho, estando en calma muerta, y el mar tranquilo como el agua de una escudilla, todos fueron a descansar, dejando el timón al arbitrio de un mozo. De donde vino que, corriendo las aguas, llevaron la nave muy despacio encima de una de dichas peñas, las cuales, aunque era de noche sonaban de tal manera que a distancia de un legua larga se podían ver y sentir. Entonces, el mozo que sintió arañar el timón, y oyó el ruido comenzó a gritar alto; y oyéndole yo, me levanté pronto, porque antes que nadie sentí que habíamos encallado en aquel paraje. Muy luego, el patrón de la nave a quien tocaba la guardia, salió, y le dije a él y a los otros marineros, que, entrando en el batel que llevaban fuera de la nave, y tomada un áncora, la echasen por la popa. Por esto, él con otros muchos, entraron en el batel, y pensando yo que harían lo que les había dicho, bogaron adelante, huyendo con el batel a la carabela, que estaba a distancia de media legua. Viendo yo que huían con el batel, que bajaban las aguas y que la nave estaba en peligro, hice cortar pronto el mástil, y aligerarla lo más que se pudo, para ver si podíamos sacarla fuera. Pero bajando más las aguas, la carabela no pudo moverse, por lo que se ladeó algún tanto y se abrieron nuevas grietas y se llenó toda por abajo de agua. En tanto llegó la barca de la carabela para darme socorro, porque viendo los marineros de aquélla que huía el batel, no quisieron recogerlo, por cuyo motivo fue obligado a volver a la nave. No viendo yo remedio alguno para poder salvar ésta, me fui a la carabela, para salvar la gente. Como venía el viento de tierra, había pasado ya gran parte de la noche, y no sabíamos por donde salir de aquellas peñas, temporicé con la carabela hasta que fue de día, y muy luego fui a la nao por dentro de la restinga, habiendo antes mandado el batel a tierra con Diego de Arana, de Córdoba, alguacil mayor de justicia de la armada, y Pedro Gutiérrez, repostero de estrados de Vuestras Altezas, para que hiciesen saber al rey lo que pasaba, diciéndole que por ir a visitarle a su puerto, como el sábado anterior me rogó, había perdido la nave frente a su pueblo, a legua y media, en una restinga que allí había. Sabido esto por el rey, mostró con lágrimas grandísimo dolor de nuestro daño, y luego mandó a la nave toda la gente del pueblo, con muchas y grandes canoas. Y con esto, ellos y nosotros comenzamos a descargar y, en breve tiempo, descargamos toda la cubierta. Tan grande fue el auxilio que con ello dió este rey. Después, él en persona, con sus hermanos y parientes, ponía toda diligencia, así en la nave como en tierra, para que todo fuese bien dispuesto; y de cuando en cuando mandaba a alguno de sus parientes, llorando, a rogarme que no sintiese pena, que él me daría cuanto tenía. "Certifico a Vuestras Altezas que, en ninguna parte de Castilla, tan buen recaudo en todas las cosas se pudiera poner, sin faltar una agujeta", porque todas nuestras cosas las hizo poner juntas cerca de su palacio, donde las tuvo hasta que desocuparon las casas que él daba para conservarlas. Puso cerca, para custodiarlas, hombres armados, a los cuales hizo estar toda la noche, y él con todos los de la tierra lloraba como si nuestro daño les importase mucho. "Tanto son gente de amor y sin codicia, y convenibles para toda cosa, que certifico a Vuestras Altezas, que en el mundo creo que no hay mejor gente, ni mejor tierra; ellos aman a sus próximos como a sí mismos, y tienen una habla la más dulce del mundo, y mansa, y siempre con risa; ellos andan desnudos, hombres y mujeres, como sus madres los parió; mas crean Vuestras Altezas que entre sí tiene costumbres muy buenas, y el rey muy maravilloso estado, de una cierta manera tan continente, que es placer de verlo todo; y la memoria que tienen, y todo lo que quieren ver, y preguntan qué es y para qué".
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Del quinto rey que hobo en el Cuzco, llamado Capac Yupanqui. Páreceme que destos Incas que al principio de la fundación del Cuzco reinaron en aquella ciudad, que los indios cuentan pocas cosas dello; y, cierto, debe ser lo que dicen, que entre los Incas cuatro o cinco dellos fueron los que tanto se señalaron y que ordenaron e hicieron lo que ya he escripto. Muerto Mayta Capac, le fueron hechas las osequias como se usaba entre ellos y, habiendo puesto su bulto en el templo para lo canonizar por santo conforme a su ceguedad Capac Yupanqui tomó la borla con grandes fiestas que para solenizar la coronación fueron hechas; y para ello de todas partes vinieron gentes. Y pasadas las alegrías, que lo más es beber y cantar, el Inca determinó de ir a hacer sacrificio al cerro de Guanacaure, acompañado del Gran Sacerdote y de los ministros del templo y de muchos orejones y vecinos de la ciudad. Y como en la provincia de Condesuyo se había entendido cómo al tiempo que el Inca pasado murió estaba determinado de él ir a dar guerra, habíanse apercibido porque no los tomase descuidados; y dende a pocos días tuvieron también noticias de su muerte y de la salida que quería hacer Capac Yupanqui, su hijo; a hacer sacrificios al cerro de Guanacaure, y determinaron de venir a le dar guerra y a cojer el despojo, si con la victoria quedasen. Y así lo pusieron por obra y salieron de un pueblo que está en aquella comarca, a quien llaman Marca, y así llegaron a donde ya era venido el Inca, que siendo avisado de lo que pasaba estaba a punto aguardando lo que viniese; y sin se pasar muchos días se juntaron unos con otros y se dieron batalla, la cual duró mucho espacio y que todos pelearon animosamente; mas, al fin, los de Condesuyo fueron vencidos con muerte de muchos dellos; y así, el sacrificio se hizo con más alegría, matando algunos hombres y mugeres, conforme a su ceguedad, e mucho ganado de ovejas y corderos, en las asaduras de los cuales pronosticaban sus desvaríos y liviandades. Acabados estos sacrificios grandes fiestas y alegrías por la victoria que había habido. Los que escaparon de los enemigos, como mejor pudieron, fueron a parar a su provincia, a donde de nuevo procuraron de allegar gente y buscar favores, publicando que habían de morir o destruir la ciudad del Cuzco, matando todos los advenedizos que en ella estaban; y con mucha soberbia, inflamados en ira, se daban priesa a recoger armas y, sin ver el templo de Curicancha, repartían entre ellos mesmos las señoras que en él estaban. Y estando aparejados, se fueron hacia el cerro de Guanacaure, para desde allí entrar en el Cuzco, donde había aviso destos movimientos y Capac Yupanqui había juntado todos los comarcanos al Cuzco y confederados. Y con los orejones aguardó a sus enemigos, hasta que supo estar cerca del Cuzco, a donde fueron a encontrarse con ellos, y entre los unos y los otros se dio la batalla, animando cada capitán a su gente. Mas, aunque los de Condesuyo pelearon hasta más no poder, fueron vencidos segunda vez con muerte de más de seis mill hombres dellos y los que escaparon volvieron huyendo a sus tierras. Capac Yupanqui los fue siguiendo hasta su propia tierra, donde les hizo la guerra de tal manera que vinieron a pedir paz, ofreciendo de reconoscer al Señor del Cuzco, como lo hacían los otros pueblos que estaban en su amistad. Capac Yupanqui los perdonó y se mostró muy alegre con todos, mandando a los suyos que no hiciesen daño ni robasen nada a los que ya tenían por amigos. Y en aquella comarca fueron luego buscadas algunas doncellas hermosas para llevar al templo del sol que estaba en el Cuzco. Y Capac Yupanqui anduvo algunos días por aquellas comarcas emponiendo a los naturales dellas en que viviesen ordenadamente, sin tener sus pueblos por los altos y peñascos de nieve; y así fue hecho como él lo mandó y volvióse a su ciudad. La cual se iba ennobleciendo más cada día y se adornaba el templo de Curicancha; y mandó hacer una casa para su morada, que era la mejor que hasta en aquel tiempo se había hecho en el Cuzco. Y cuentan que hobo en la Coya, su legítima muger, hijos que le sucedieron en el señorío; y como ya se extendiese la fama por todas las provincias comarcanas del Cuzco de la estada en ella de los Incas y orejones y del templo que habían fundado y de cuanta razón y de buena orden había en ellos y de cómo andaban vestidos y aderezados, y de todo esto se espantaban y la fama discurría por todas partes, dando pregones destas cosas. Y en aquellos tiempos los que tenían señorío a la parte del Poniente de la ciudad del Cuzco, y se extendía hasta donde agora es Andaguaylas, como los oyesen enviaron a Capac Yupanqui sus embajadores con grandes dones y presentes, enviándole a rogar los quisiese tener por amigos y confederados suyos; a lo cual respondió el Inca muy bien, dándoles ricas piezas de oro y de plata que diesen a los que los enviaron. Y haciéndoles buen tratamiento y hospedage, estuvieron estos mensajeros algunos días en la ciudad, paresciéndoles más lo que veían que no lo que habían oído; y así lo contaron en sus tierras, desque allá fueron vueltos. Y algunos de los orejones del Cuzco afirman que la lengua general que se usó por todas las provincias, que le la que usaban y hablaban estos Quichoas, los cuales fueron tenidos por sus comarcanos por muy valientes, hasta que los Chancas los destruyeron. Habiendo, pues, el Inca Capac Yupanqui vivido muchos años, murió siendo ya muy viejo; y, habiendo ya pasado los lloros y días de sus honras, su hijo fue recibido sin contraste ninguno por el rey del Cuzco, como su padre lo había sido: el cual había por nombre Inca Roca Inca.
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De cómo envié por los cristianos Pasados cinco días, llegaron Andrés Dorantes y Alonso del Castillo con los que habían ido por ellos, y traían consigo más de seiscientas personas, que eran de aquel pueblo que los cristianos habían hecho subir al monte, y andaban escondidos por la tierra, y los que hasta allí con nosotros habían venido los habían sacado de los montes y entregado a los cristianos, y ellos habían despedido todas las otras gentes que hasta allí habían traído; y venidos adonde yo estaba, Alcaraz me rogó que enviásemos a llamar la gente de los pueblos que están a vera del río, que andaban escondidos por los montes de la tierra, y que les mandásemos que trujesen de comer, aunque esto no era menester, porque ellos siempre tenían cuidado de traernos todo lo que podían, y enviamos luego nuestros mensajeros a que los llamasen, y vinieron seiscientas personas, que nos trujeron todo el maíz que alcanzaban, y traíanlo en unas ollas tapadas con barro, en que lo habían enterrado y escondido, y nos trujeron todo lo más que tenían; mas nosotros no quisimos tomar de todo ello sino la comida, y dimos todo lo otro a los cristianos para que entre sí la repartiesen; y después de esto pasamos muchas y grandes pendencias con ellos, porque nos querían hacer los indios que traíamos esclavos, y con este enojo, al partir, dejamos muchos arcos turquescos, que traíamos, y muchos zurrones y flechas, y entre ellas las cinco de las esmeraldas, que no se nos acordó de ellas; y ansí, las perdimos. Dimos a los cristianos muchas mantas de vaca y otras cosas que traíamos; vímonos con los indios en mucho trabajo porque se volviesen a sus casas y se asegurasen y sembrasen su maíz. Ellos no querían sino ir con nosotros hasta dejarnos, como acostumbraban, con otros indios; porque si se volviesen sin hacer esto, temían que se morirían; que para ir con nosotros no temían a los cristianos ni a sus lanzas. A los cristianos les pasaba de esto, y hacían que su lengua les dijese que nosotros éramos de ellos mismos, y nos habíamos perdido muchos tiempos había, y que éramos gente de poca suerte y valor, y que ellos eran los señores de aquella tierra, a quien habían de obedecer y servir. Mas todo esto los indios tenían en muy poco o en nada de lo que les decían; antes, unos con otros entre sí platicaban, diciendo que los cristianos mentían, porque nosotros veníamos de donde salía el sol, y ellos donde se pone; y que nosotros sanábamos los enfermos, y ellos mataban los que estaban sanos; y que nosotros veníamos desnudos y descalzos, y ellos vestidos y en caballos y con lanzas; y que nosotros no teníamos cobdicia de ninguna cosa, antes todo cuanto nos daban tornábamos luego a dar, y con nada nos quedábamos, y los otros no tenían otro fin sino robar todo cuanto hallaban, y nunca daban nada a nadie; y de esta manera relataban todas nuestras cosas y las encarescían, por el contrario, de los otros; y así les respondieron a la lengua de los cristianos, y lo mismo hicieron saber a los otros por una lengua que entre ellos había, con quien nos entendíamos, y aquellos que la usan llamamos propriamente primahaitu, que es como decir vascongados, la cual, más de cuatrocientas leguas de las que anduvimos, hallamos usada entre ellos, sin haber otra por todas aquellas tierras. Finalmente, nunca pudo acabar con los indicios creer que éramos de los otros cristianos, y con mucho trabajo e importunación les hicimos volver a sus casas, y les mandamos que se asegurasen, y asentasen sus pueblos, y sembrasen y labrasen la tierra, que, de estar despoblada, estaba ya muy llena de montes; la cual sin dubda es la mejor de cuantas en estas Indias hay, y más fértil y abundosa de mantenimientos, y siembran tres veces en el año. Tienen muchas frutas y muy hermosos ríos, y otras muchas aguas muy buenas. Hay muestras grandes y señales de minas de oro y plata; la gente de ella es muy bien acondicionada; sirven a los cristianos (los que son amigos) de muy buena voluntad. Son muy dispuestos, mucho más que los de Méjico, y, finalmente, es tierra que ninguna cosa le falta para ser muy buena. Despedidos los indios, nos dijeron que harían lo que mandábamos, y asentarían sus pueblos si los cristianos los dejaban; y yo así lo digo y afirmo por muy cierto, que si no lo hicieren será por culpa de los cristianos. Después que hubimos enviado a los indios en paz, y degraciádoles el trabajo que con nosotros habían pasado, los cristianos nos enviaron, debajo de cautela, a un Cebreros, alcalde, y con él otros dos, los cuales nos llevaron por los montes y despoblados, por apartarnos de la conversación de los indios, y porque no viésemos ni entendiésemos lo que de hecho hicieron; donde paresce cuánto se engañan los pensamientos de los hombres, que nosotros andábamos a les buscar libertad, y cuando pensábamos que la teníamos, sucedió tan al contrario, porque tenían acordado de ir a dar en los indios que enviábamos asegurados y de paz; y ansí como lo pensaron, lo hicieron; lleváronnos por aquellos montes dos días, sin agua, perdidos y sin camino, y todos pensamos perescer de sed, y de ella se nos ahogaron siete hombres, y muchos amigos que los cristianos traían consigo no pudieron llegar hasta otro día a mediodía adonde aquella noche hallamos con ellos veinte y cinco leguas, poco más o menos, y al fin de ellas llegamos a un pueblo de indios de paz, y el alcalde que nos llevaba nos dejó allí, y él pasó adelante otras tres leguas, a un pueblo que se llamaba Culiazan, adonde estaba Melchor Díaz, alcalde mayor y capitán de aquella provincia.
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CAPÍTULO XXXIV De algunos animales de Europa que hallaron los españoles en Indias, y cómo hayan pasado Todos estos animales que he dicho, es cosa cierta, que se llevaron de España, y que no los había en Indias cuando se descubrieron, aún no ha cien años, y ultra de ser negocio que aún tiene testigos vivos, es bastante prueba ver que los indios no tienen en su lengua vocablos proprios para estos animales, sino que se aprovechan de los mismos vocablos españoles, aunque corruptos, porque de donde les vino la cosa, como no la conocían, tomaron el vocablo de ella. Esta regla he hallado buena, para discernir qué cosas tuviesen los indios antes de venir españoles, y qué cosas no. Porque aquellas que ellos ya tenían y conocían, también les daban su nombre; las que de nuevo recibieron diéronles también nombres de nuevo, los cuales de ordinario son los mismos nombres españoles, aunque pronunciados a su modo, como al caballo, al vino y al trigo, etc. Halláronse pues, animales de la misma especie que en Europa, sin haber sido llevados de españoles. Hay leones, tigres, osos, jabalíes, zorras y otras fieras, y animales silvestres, de los cuales hicimos en el primer libro argumento fuerte, que no siendo verisímil, que por mar pasasen en Indias, pues pasar a nado el Océano es imposible, y embarcarlos consigo hombres, es locura; síguese que por alguna parte donde el un orbe se continúa y avecina al otro, hayan penetrado, y poco a poco poblado aquel mundo nuevo. Pues conforme a la Divina Escritura, todos estos animales se salvaron en el Arca de Noé, y de allí se han propagado en el mundo. Los leones que por allá yo he visto, no son bermejos ni tienen aquellas vedijas con que los acostumbran pintar: son pardos, y no son tan bravos como los pintan. Para cazallos, se juntan los indios en torno, que ellos llaman chaco, y a pedradas y con palos, y otros instrumentos, los matan. Usan encaramarse también en árboles estos leones, y allí, con lanzas o con ballestas, y mejor con arcabuz, los matan. Los tigres se tienen por más bravos y crueles, y que hacen salto más peligroso, por ser a traición. Son maculosos y del mismo modo que los historiadores los describen. Algunas veces oí contar que estos tigres están cebados en indios, y que por eso no acometían a españoles, o muy poco, y que de entre ellos sacaban un indio y se lo llevaban. Los osos, que en lengua del Cuzco llaman otoroncos, son de la misma especie de acá, y son hormigueros. De colmeneros poca experiencia hay porque los panales, donde los hay en Indias, danse en árboles o debajo de la tierra, y no en colmenas al modo de Castilla, y los panales que yo he visto en la provincia de los Charcas, que allá nombran lechiguanas, son de color pardo y de muy poco jugo; más parecen paja dulce que panales de miel. Dicen que las abejas son tan chiquitas como moscas, y que enjambran debajo de la tierra; la miel es aceda y negra. En otras partes hay mejor miel, y panales más bien formados, como en la provincia de Tucamán, y en Chile y en Cartagena. De los jabalíes tengo poca relación, mas de haber oído a personas que dicen haberlos visto. Zorros y animales que degüellan el ganado, hay más de los que los pastores quisieran. Fuera de estos animales, que son fieros y perniciosos, hay otros provechosos, que no fueron llevados por los españoles, como son los ciervos o venados, de que hay gran suma por todos aquellos montes, pero los más no son venados con cuernos; a lo menos ni yo los he visto ni oído a quien los haya visto; todos son mochos como corzos. Todos estos animales que hayan pasado por su ligereza, y por ser naturalmente silvestres y de caza, desde el un orbe al otro, por donde se juntan, no se me hace difícil, sino muy probable y cuasi cierto, viendo que en islas grandísimas y muy apartadas de tierra firme no se hallan, cuanto yo he podido por alguna experiencia y relación alcanzar.
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Capítulo XXXIV De los agüeros y abusiones que guardaban estos indios No creo que hay nación en el mundo que más observancia tenga de agüeros y abusiones, y más los crea y repare en ellos, que esta gente de los indios; tanto que no hay cosa por menuda y de poca consideración que sea, en que no reparen y hagan discursos, si les sucederá bien o mal por ella. Así ordinariamente, cuando ven culebras solas o trabadas, víboras, lagartijas y otras sabandijas, como ser arañas, gusanos grandes, sapos, mariposas grandes y negras, luego dicen, que es mal agüero y que les ha de suceder algún gran mal por ellos y, si pueden matar a las culebras, y después las pisaban con el pie izquierdo, habiéndose orinado en ellas, para con esto obviar el mal agüero, que temen les a de venir. En los cantos de las lechuzas que oyen de búhos, buitres, gallinas u otras aves tristes y nocturnas, o aullar los perros, lo tienen por agüero malo y pronóstico de muerte para sí o para sus hijos o para sus vecinos, y particularmente para aquel en cuya casa cantan o aúllan. Entonces les ofrecían coca u otras cosas, pidiéndoles que el daño, trabajos y muerte que les anunciaban, cayesen sobre sus enemigos, y no en ellos ni en sus mujeres, hijos ni ganados y sementeras pues, cuando oían cantar algún jilguero o al ruiseñor, decían que habían de reñir con alguno o tener pendencias, o que el curaca les reñiría. Aun hoy día lo refieren, diciendo que el sacerdote o el corregidor o el alcalde les han de azotar o afrentar. En los eclipses del Sol y de la Luna o, cuando acierta a demostrarse algún planeta, o se encienden en el aire algunos resplandores o exhalaciones, decían que la Luna y el Sol se morían, y solían gritar y llorar, y hacían que otros gritasen y llorasen, y aporreaban los perros, para que aullasen, y tomaban haces de fuego y hacían procesiones alrededor de sus casas, para que no les viniese el mal que tenían, y les amenazaba con los eclipses. El arco del cielo, a quien llamaban cuychi, les fue siempre cosa horrenda y espantable, y temían por que les parecía las más veces para morir o venirles algún mal. Reverenciábanlo, y no osaban alzar los ojos hacia él. Si lo miraban, no se atrevían a señalarlo con el dedo, entendiendo que se morirían o que se les entraría en la barriga, y tomaban tierra y untábanse con ella la cara y la parte y lugar donde les parecía que caía el pie del arco; le tenían por cosa temerosa, y que allí había alguna huaca u otra cosa digna de reverencia. Otros decían que salía el arco de algún manantial o fuente y que, si pasaba por algún indio, moriría o le sucederían desastres y enfermedades. Al tiempo que graniza o nieva con fuerza, o hay algunas tempestades o turbiones de vientos, daban gritos, entendiendo que así tendrían remedio, y entonces hacen sacrificios. En los partos de las mujeres, los maridos, y aun ellas, solían ayunar, absteniéndose de particulares comidas, y se confesaban con hechiceros y hacían sacrificios a las huacas o cerros o a sus ídolos, enderezándolos para que la criatura saliese a luz y sin lesión ni fealdad ninguna. Esto del ayunar lo usaban, y usan muy de ordinario, para diversos efectos: en hambres y trabajos, absteniéndose de particulares comidas y mezclando con ellas diferentes ceremonias. Si las mujeres parían dos de un vientre, decían y tenían por cierto que el uno de ellos era hijo del rayo, el cual hoy día llaman Santiago, y los ofrecían al trueno, para los ministerios y oficios que en los capítulos pasados dijimos de adivinos y hechiceros. En los llanos tenían de costumbre los indios enfermos poner su ropa y vestidos, para que los caminantes que pasaban, llevasen sus enfermedades, o los aires las purificasen. Esto también lo acostumbraron los serranos en algunas partes, y aún tienen hoy un abuso extraño y es cuando los jueves santos se disciplinan, en acabando las procesiones y estaciones y habiéndose curado, toman las disciplinas y las cuelgan en los brazos de las cruces que están en los cementerios o en las esquinas y entradas de los pueblos, diciendo, que el que de allí quitara las disciplinas, llevara a su cargo sus pecados, y así no las osan quitar, y en esto es necesario haya mucho cuidado con ellos por sus caras, desarraigando de sus corazones este engaño y terror, y no consintiéndoles ponga las disciplinas en las cruces, o quitándolas el cura luego de donde estuvieren colgadas. Suelen en diversas partes, estando enfermos o sanos, irse a lavar a los ríos o fuentes, haciendo ciertas ceremonias, creyendo que con esto lavaban sus almas de los pecados que habían cometido, y que los llevaban las corrientes de los ríos. Tomaban el Nichu, que es como esparto, y lo escupían, diciendo sus pecados a los hechiceros, y de esta manera creían que quedaban limpios y purificados o curados de las enfermedades que tenían. Otros tomaban la ropa con que cometieron los pecados, y la quemaban, entendiendo que el fuego los consumirá, y ellos desta manera quedan libres de pena y sin culpa.
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De cómo teniéndose vista de tierra de Filipinas, tuvo la nao muchos peligros, y cómo se surgió en un buen puerto El piloto mayor iba por sólo noticia y sin carta en demanda del cabo del Espíritu Santo, primera tierra de Filipinas. Domingo al romper del día se vio tierra, corona de un alto cerro, y no pareció otra cosa por la cerrazón que había. La tierra se pregonó con tanto contentamiento como si se hubiera llegado al cierto y seguro descanso. Unos decían: presto oiremos misa y veremos a Dios: no hay que temer la muerte sin confesión, porque ésta es tierra que pisan cristianos. Con estas cuentas y la grande alegría, ya parecían otros los que venían tales que no se podían tener en pie por flacos, y tan faltos de virtud, que con sola la armadura parecían la propia muerte: y así traían por refrán decir, que no querían sacar a luz más de los fustes apuntalados. Luego pidieron doblada ración de agua, por ser su falta la que más guerra les daba; mas el piloto mayor dijo no se diese más que la tasa, por ser muy poca la que había, y que hasta surgir todo era navegar. Llegados que fueron a tierra, se vio una abra en costa de Norte-Sur. Dio la gente en decir era el embocadero y que se entrasen por él, pues Dios les había hecho tan señalada merced, que de punto en blanco se había dado con él. Este parecer era el suyo, porque había un soldado que en los tiempos pasados había hecho aquel viaje, y lo certificaba a todos. íbase costeando la tierra por si se hallaban señas que fuesen de satisfacción. El viento era Lesnordeste y mucho, la tierra estaba anublada; el sol cubierto, y no se podía pesar. Al piloto mayor no le pareció aviso ir más adelante, ni menos entrar por un lugar tan peligroso, donde una vez entrado no se podía volver atrás por viento contrario, pocas fuerzas de gente, y mal aparejo de nao. Por esto la mandó virar a la mar, y por ver si aquella noche podía conocer la altura por la estrella, o el día siguiente por el sol, para estar cierto de que acertaba. Volviéronse a persuadir que embocase, y él a ellos que tuviesen un día de más sufrimiento en caso que no les iba menos que las vidas, y al soldado preguntó por muy menudo las razones de que se satisfacía de ser aquél el embocadero buscado; y las que dio fueron tan lejas de la verdad cuanto él estaba cerca de mal mirado, y con todo, éste y otros daban sus pareceres a la gobernadora. Hacían sus corrillos, y decían que el piloto mayor no sabía gozar de tan buena ocasión como le ofrecía el tiempo; y a todo esto respondió que ninguno deseaba más la salvación de aquella nao, a cuyo cargo estaba el buscar puerto con la pena al ojo de la honra, y cuanto a la vida todos eran parejos; y que pues Dios había sido servido de traerlos allí también lo sería de que él los llevase a Manila, y si no que hubiese quien le descargase y se obligase, pues no haría mucho si tan ciertos estaban en lo que decían. También la gobernadora decía que aquella debía de ser la boca, pues todos así lo decían. El piloto mayor la dijo que le dejase hacer como entendía su oficio, o si no que mandase lo hiciese otro, porque él sabía que acometer aquella entrada, en que veía no tiene disculpa un yerro tal cual lo sería si el navío tuviese algún mal tope en lugar que lo fuese sin remedio: y ¿cómo se podían salvar en sola la barca los muchos enfermos, mujeres y niños como había? Y cuando todos se salvasen, ¿cómo se podrían sustentar ni caminar? Y ¿qué certeza tenía ser de paz aquella tierra? Y cuando lo fuese, ¿cuánto mejor era procurar conservar aquella nao que estaba cierta, que no buscar después en duda embarcaciones para poder ir a Manila, que distaba de allí cien leguas? Y más, que venía la noche y picaba la necesidad de hacerse afuera. Al fin la nao fue virada, y velada con el cuidado que pedía noche sin luna. Venida el alba, se volvió a buscar la tierra, que no se vio por mucha neblina, a cuya causa se levantó contra el piloto mayor suma de murmuraciones. Decían que a todos los había de ahogar de una vez, y que mejor hubiera sido haber embocado cuando se lo dijeron, que no arriesgallos. De nuevo volvióse a ver la tierra en parte que hacía un cabo, que por estar algo a barlovento, se puso boneta, y se metió dello cuanto se pudo, con intención de ir costeando la tierra, la sondalesa en el brazo, y en la mano el escandallo, para en hallando fondo, surgir luego y elegir lo que más pareciese convenir. Hízose la verga arriba: rompiéronse las ostagas: cayóse la vela abajo, y la gente, que estaba ya aburrida, desconfió de manera que no querían ya el remedio; mas al fin, obligados de buenas razones y de unos bajos que a sotavento parecían, fue la verga levantada, y con unas bozas amarrada al mástil para que se detuviese. Rompiéronse las bozas: volvió a caer la verga, y para volverla a izar fue menester lengua y manos. Aquella noche había habido grandes olas, y al presente era lo mismo; y como la nao con la proa al viento trabajó tanto, la jarcia se rompió toda casi, en especial la del trinquete a quien no le quedó amante, y sólo un obenque por banda. Casi tan desacompañado parecía el árbol, que al primer balance había de tronchar; pero era bueno y tuvo firme; que firmeza es menester en todas cosas, porque sin ella todo vale poco, o nada. Por los arrecifes vistos, decían que eran las Catanduanes, que los tiene, y que había de zozobrar la nao en ellos y perecer todos; y si escapase alguno a nado los indios lo habían de flechar como a San Sebastián, que lo sabían hacer muy bien. Otros decían que estaban entre ellos y la isla de Manila, en parte donde la salida era imposible. Otros que el embocadero se quedaba atrás, y que el piloto mayor tenía la culpa. otros decían que varase la nao, muera el que muriere, y otras cosas tan desconcertadas como éstas, bastantes a desconcertar al más concertado. La gobernadora en su retrete pareció que se estaba concertando con la muerte. Unas horas en las manos, puestos los ojos en el cielo, echando jaculatorias, y tan afligida y llorosa como todos. El piloto mayor se quejaba de no poder hacer lo que entendía. Los unos hervían, los otros se mostraban tristes, y todos tenían los ojos en el piloto mayor con quien era todo el tema. Preguntábanle qué tierra era aquélla, o a dónde estaban, entendiendo que sólo bastaba verla allí para que sin más ni menos la conociese; pero al fin, de todo esto y mucho más que se deja, tenía la culpa el soldado que por práctico de aquella tierra se vendía, y parecía que algún espíritu se había aquel día encastillado en él para dar a todos muerte, si Dios no guardara un juicio. Dijo el piloto mayor: --¿Qué es lo que queréis que os diga? Esta tierra, yo no la he visto en mi vida si no es agora. Tampoco soy adivino; el cabo del Espíritu Santo vine a demandar. Aquí debe de estar dos leguas más o menos. Bien veis que la tierra está cubierta de nieblas y lo mismo el cielo, con que no me puedo aprovechar de mis instrumentos. Agora iremos costeando y a donde viéremos puerto o fondo, le daremos, porque la nao no ha de varar por ningún caso. Y dijo a dos marineros, que sin cortar el cable se pusiesen unos brandales al trinquete para sustentarle, y que el otro chicote se atalingase a una áncora para dar fondo donde se hallase. Dieron las espaldas sin responder nada, blasfemando de él. En este estado estaba la nao y gente, cuando el Señor con los ojos de su clemencia los miró, y fue servido que iba la nao con la proa derecha a una bahía. Luego se hizo el viento largo, con que se entró en ella por un canal, de una y otra parte de arrecifes, que la bahía tiene en su boca. Ya en este tiempo venían a reconocer tres indios en una barangay, y se pusieron a barlovento de la nao sin decir nada. El práctico, que de sólo la lengua lo era, les habló en ella, y sabiendo ser cristianos, se llegaron y entraron a enseñar el surgidero que ya se iba buscando; y en mitad de la bahía se surgió en catorce brazas. El uno destos indios era ladino, y el otro, según él dijo, era el que el inglés Tomás Candi, cuando pasó por allí, llevó consigo para que le enseñase entre aquellas islas sus canales. Preguntóseles qué tierra era aquélla. Dijeron que era el cabo del Espíritu Santo, y el puerto y bahía se decía de Cobos, y el embocadero cerca y la nao en su camino. Preguntósele: --¿Quién gobernaba a Manila? Respondió que don Luis Pérez de las Mariñas, y que estaba por españoles. Preguntóse esto por decirse en el Perú que bajaba sobre ellas el Japón con gruesa armada. Estas nuevas fueron dadas a gente que no había una hora tenían por sentenciados a muerte, y agora a vida. No pudieron encubrir la alegría que tenían de lo que ya se iba gozando. Manifestóse con lágrimas y gracias a Dios, que sabe hacer destas mercedes cuantas quiere a quien se sirve.
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De cómo el gobernador tornó a socorrer a los que estaban en Buenos Aires Como las cosas estaban en paz y quietud, envió el gobernador a socorrer la gente que estaba en Buenos Aires, y al capitán Juan Romero, que había enviado a hacer el mismo socorro con dos bergantines y gente; para el cual socorro acordó enviar al capitán Gonzalo de Mendoza con otros dos bergantines cargados de bastimentos y cien hombres; y esto hecho, mandó llamar los religiosos y clérigos y oficiales de Vuestra Majestad, a los cuales dijo que pues no había cosa que impidiese el descubrimiento de aquella provincia, que se debía de buscar lumbre y camino por donde sin peligro y menos pérdida de gente se pusiese en efecto la entrada por tierra, por donde hubiese poblaciones de indios y que tuviesen bastimentos, apartándose de los despoblados y desiertos (porque había muchos en la tierra), y que les rogaba y encomendaba de parte de Su Majestad mirasen lo que más útil y provechoso fuese y les paresciese, y que sobre ello le diesen su parescer, los cuales religiosos y clérigos, y el comisario fray Bernaldo de Armenta, y fray Alonso Lebrón, de la orden del señor Sant Francisco; y fray Juan de Salazar, de la orden de la Merced; y fray Luois de Herrezuelo, de la orden de Sant Hierónimo; y Francisco de Andrada, el bachiller Martín de Almenza, y el bachiller Martínez, y Juan Gabriel de Lezcano, clérigos y capellanes de la iglesia de la ciudad de la Ascensión. Asimismo pidió parescer a los oficiales de Su Majestad y a los capitanes; y habiendo platicado entre todos sobre ello, todos conformes dijeron que su parescer era que luego con toda brevedad se enviase a buscar tierra poblada por donde se pudiese ir a hacer la entrada y descugrimiento, por las causas y razones que el gobernador había dicho y propuesto, y así quedó aquel día sentado y concertado; y para que mejor se pudiese hacer el descubrimiento, y con más brevedad, mandó el gobernador llamar los indios más principales de la tierra y más antiguos de los guaraníes, y les dijo cómo él quería ir a descubrir las poblaciones a aquella provincia, de las cuales ellos le habían dado relación muchas veces; y que antes de lo poner en efecto quería enviar algunos cristianos a que por vista de ojos viesen el camino por donde habían de ir; y que pues ellos eran cristianos y vasallos de Su Majestad, tuviesen por bien de dar indios de su generación que supiesen el camino para los llevar y guiar de manera que se pudiesen traer buena relación, y a Vuestra Majestad harían servicio y a ellos mucho provecho, allende que les sería pagado y gratificado; y los indios principales dijeron que ellos se iban, y proveerían de la gente que fuese menester cuando se la pidiesen, y allí se ofrescieron muchos de ir con los cristianos; el primero fue un indio principal del río arriba que se llamaba Aracare, y otros señalados que adelante se dirá y vista la voluntad de los indios, se partieron con ellos tres cristianos lenguas, hombres pláticos en la tierra, e iban con ellos los indios que se le habían ofrescido muchas veces, de guaraníes y otras generaciones, los cuales habían pedido les diesen la empresa del descubrimiento; a los cuales encomendó que con toda diligencia y fidelidad y descubriesen aquel camino, adonde tanto servicio harían a Dios y a Vuestra Majestad; y entre tanto que los cristianos e indios ponían en efecto el camino, mandó adereszar tres bergantines y bastimentos y cosas necesarias, y con noventa cristianos envió al capitán Domingo de Irala, vizcaíno, por capitán de ellos, para que subiesen por el río del Paraguay arriba todo lo que pudiesen navegar y descubrir en tiempo de tres meses y medio, y viesen si en la ribera del río había algunas poblaciones de indios, de los cuales se tomase relación y aviso de las poblaciones y gente de la provincia. Partiéronse estos tres navíos de cristianos a 20 días del mes de noviembre, año de 1542. En ellos iban los tres españoles con los indios que habían de descubrir por tierra, a do habían de hacer el descubrimiento por el puerto que dicen de las Piedras, setenta leguas de la ciudad de la Ascensión, yendo por el río del Paraguay arriba. Partidos los navíos que iban a hacer el descubrimiento de la tierra, dende a ocho días escribió una carta el capitán Vergara cómo los tres españoles se habían partido con número de más de ochocientos indios por el puerto de las Piedras, debajo del trópico en 24 grados, a proseguir su camino y descubrimiento, y que los indios iban muy alegres y deseosos de enseñar a los españoles el dicho camino; y habiéndoles encargado y encomendado a los indios se partía para el río arriba a hacer el descubrimiento.
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Cómo nos dieron guerra todos los caciques de Tabasco y sus provincias, y lo que sobre ello sucedió Ya he dicho de la manera e concierto que íbamos, y cómo hallamos todas las capitanías y escuadrones de contrarios que nos iban a buscar, e traían todos grandes penachos, e atambores e trompetillas, e las caras enalmagradas e blancas e prietas, e con grandes arcos y flechas, e lanzas e rodelas, y espadas como montantes de a dos manos, e mucha onda e piedra, e varas tostadas, e cada uno sus armas colchadas de algodón; e así como llegaron a nosotros, como eran grandes escuadrones, que todas las sabanas cubrían, se vienen como Perros rabiosos e nos cercan por todas partes, e tiran tanta de flecha e vara y piedra, que de la primera arremetida hirieron más de setenta de los nuestros, e con las lanzas pie con pie nos hacían mucho daño, e un soldado murió luego de un flechazo que le dio por el oído, el cual se llamaba Saldaña; e no hacían sino flechar y herir en los nuestros; e nosotros con los tiros y escopetas, e ballestas e grandes estocadas nos perdíamos punto de buen pelear; y como conocieron las estocadas y el mal que les hacíamos, poco a poco se apartaban de nosotros, mas era para flechar más a su salvo, puesto que Mesa, nuestro artillero, con los tiros mataba muchos dellos, porque eran grandes escuadrones y no se apartaban lejos, y daba en ellos a su placer, y con todos los males y heridos que les hacíamos, no los podíamos apartar. Yo dije al capitán Diego de Ordás: Paréceme que debemos cerrar y apechugar con ellos; porque verdaderamente sienten bien el cortar de las espadas, y por esta causa se desvían algo de nosotros por temor dellas, y por mejor tirarnos sus flechas y varas tostadas, y tanta piedra como granizo. Respondió el Ordás que no era buen acuerdo, porque había para cada uno de nosotros trescientos indios, y que no nos podíamos sostener con tanta multitud, e así estuvimos con ellos sosteniéndonos. Todavía acordamos de nos llegar cuanto pudiésemos a ellos, como se lo había dicho al Ordás, por darles mal año de estocadas; y bien lo sintieron, y se pasaron luego de la parte de una ciénaga; y en todo este tiempo Cortés con los de a caballo no venía, aunque deseábamos en gran manera su ayuda, y temíamos que por ventura no le hubiese acaecido algún desastre. Acuérdome que cuando soltábamos los tiros, que daban los indios grandes silbos e gritos, y echaban tierra y pajas en alto porque no viésemos el daño que les hacíamos, e tañían entonces trompetas e trompetillas, silbos y voces, y decían Ala lala. Estando en esto, vimos asomar los de a caballo, e como aquellos grandes escuadrones estaban embebecidos dándonos guerra, no miraron tan de presto en los de a caballo, como venían por las espaldas; y como el campo era llano e los caballeros buenos jinetes, e algunos de los caballos muy revueltos y corredores, dánles tan buena mano, e alancean a su placer, como convenía en aquel tiempo; pues los que estábamos peleando, como los vimos, dimos tanta prisa en ellos, los de a caballo por una parte e nosotros por otra, que de presto volvieron las espaldas. E aquí creyeron los indios que el caballo e caballero era todo un cuerpo, como jamás habían visto caballos hasta entonces; iban aquellas sabanas e campos llenos dellos, y se acogieron a unos montes que allí había. Y después que los hubimos desbaratado, Cortés nos contó cómo no había podido venir más presto por causa de una ciénaga, y que estuvo peleando con otros escuadrones de guerreros antes que a nosotros llegasen, y traía heridos cinco caballeros y ocho caballos. Y después de apeados debajo de unos árboles que allí estaban, dimos muchas gracias y loores a Dios y a nuestra señora su bendita Madre, alzando todos las manos al cielo, porque nos había dado aquella victoria tan cumplida; y como era día de nuestra señora de marzo, llamóse una villa que se pobló el tiempo andando, Santa María de la Victoria, así por ser día de nuestra señora como por la gran victoria que tuvimos. Aquesta fue pues la primera guerra que tuvimos en compañía de Cortés en la Nueva España. Y esto pasado, apretamos as heridas a los heridos con paños, que otra cosa no había, y se curaron los caballos con quemarles las heridas con unto de un indio de los muertos, que abrimos para sacarle el unto, e fuimos a ver los muertos que había por el campo, y eran más de ochocientos, e todos los más de estocadas, y otros de los tiros y escopetas y ballestas, e muchos estaban medio muertos y tendidos. Pues donde anduvieron los de a caballo había buen recaudo, dellos muertos e otros quejándose de las heridas. Estuvimos en esta batalla sobre una hora, que no les pudimos hacer perder punto de buenos guerreros, hasta que vinieron los de a caballo, como he dicho; y prendimos cinco indios, e los dos dellos capitanes; y como era tarde y hartos de pelear, e no habíamos comido, nos volvimos al real, y luego enterramos dos soldados que iban heridos por las gargantas e por el oído, y quemamos las heridas a los demás e a los caballos con el unto del indio, y pusimos buenas velas y escuchas, y cenamos y reposamos. Aquí es donde dice Francisco López de Gómara que salió Francisco de Morla en un caballo rucio picado antes que llegase Cortés con los de a caballo, y que eran los santos apóstoles señor Santiago o señor san Pedro. Digo que todas nuestras obras y victorias son por mano de nuestro señor Jesucristo, y que en aquella batalla había para cada uno de nosotros tantos indios, que a puñados de tierra nos cegaran, salvo que la gran misericordia de Dios en todo nos ayudaba; y pudiera ser que los que dice el Gómara fueran los gloriosos apóstoles señor Santiago o señor san Pedro, e yo, como pecador, no fuese digno de verles; lo que yo entonces vi y conocí fue a Francisco de Morla en un caballo castaño, que venía juntamente con Cortés, que me parece que ahora que lo estoy escribiendo, se me representa por estos ojos pecadores toda la guerra, según y de la manera que allí pasamos. Y ya que yo, como indigno pecador, no fuera merecedor de ver a cualquiera de aquellos gloriosos apóstoles, allí en nuestra compañía había sobre cuatrocientos soldados, y Cortés y otros muchos caballeros; y platicárase dello y tomárase por testimonio, y se hubiera hecho una iglesia cuando se pobló la villa, y se nombrara la villa de Santiago de la Victoria u de san Pedro de la Victoria, como se nombró Santa María de la Victoria; y si fuera así como lo dice el Gómara, harto malos cristianos fuéramos, enviándonos nuestro señor Dios sus santos apóstoles, no reconocer la gran merced que nos hacía, y reverenciar cada día aquella iglesia; y pluguiere a Dios que así fuera como el cronista dice, y hasta que leí su crónica, nunca entre conquistadores que allí se hallaron tal se oyó. Y dejémoslo aquí, e diré lo que más pasamos.