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CAPÍTULO XXXVII Prosigue la batalla de Chicaza hasta el fin de ella Del cuartel del pueblo, que estaba hacia levante, donde el fuego y el ímpetu de los enemigos fue mayor y más furioso, salieron cuarenta o cincuenta españoles huyendo a todo correr (cosa vergonzosa y que hasta aquel punto, en toda esta jornada de la Florida, no se había visto tal). En pos de ellos salió Nuño Tovar con una espada desnuda en la mano y una cota de malla vestida, toda por abrochar, que la prisa de los enemigos no le había dado lugar a más. Este caballero a grandes voces iba diciendo a los suyos: "Volved, soldados, volved, ¿dónde vais? Que no hay Córdoba ni Servilla que os acoja. Mirad que en la fortaleza de vuestros ánimos y en la fuerza de vuestros brazos está la seguridad de vuestras vidas, y no en huir." A este punto salieron al encuentro de los que huían treinta soldados del cuartel del pueblo, hacia el sur, donde el fuego aún no había llegado, y era alojamiento del capitán Juan de Guzmán, natural de Talavera de la Reina, y los soldados eran de su compañía. Los cuales, afeando su malhecho a los que huían, los detuvieron y, todos juntos, rodeando el pueblo porque no podían pasar por el fuego que entre ellos y los enemigos había, salieron por la parte de levante al campo a pelear con ellos. Al mismo tiempo que salieron estos infantes, salió el capitán Andrés de Vasconcelos, que estaba alojado en el propio cuartel, y sacó veinticuatro caballeros fidalgos de su compañía, todos portugueses y gente escogida, que los más de ellos habían sido jinetes en las fronteras de África. Estos caballeros salieron de la parte del poniente y con ellos se fue Nuño Tovar, así a pie, como estaba. Y los unos por la una parte y los otros por la otra, en descubriendo los enemigos, cerraron con ellos y les hicieron retirar al escuadrón de en medio, que era el principal, donde era lo más recio de la batalla, y donde el gobernador y los pocos que con él andaban había hasta entonces peleado con mucho aprieto y riesgo de las vidas por ser pocos y los enemigos muchos. Mas, cuando vieron el socorro de los suyos, arremetieron con nuevo ánimo a ellos, y el general, con deseo de matar un indio que había andado y andaba muy aventajado en la pelea, cerró con él y, habiéndole alcanzado a herir con la lanza, para acabarle de matar, cargó sobre ella y sobre el estribo derecho y, con el peso y fuerza que hizo, llevó la silla tras sí y cayó con ella en medio de los enemigos. Los españoles, viendo a su capitán general en aquel peligro, aguijaron al socorro, caballeros e infantes, con tanta presteza y pelearon tan varonilmente que lo libraron de que los indios no lo matasen, y, ensillando el caballo, lo subieron en él y volvió a pelear de nuevo. El gobernador cayó porque sus criados, con el sobresalto del repentino y furioso asalto de los indios y con la turbación de la muerte que les andaba cerca, dieron el caballo sin haber echado la cincha a la silla, y así, los españoles que llegaron al socorro la hallaron puesta sobre la silla, doblada como se suele poner cuando desensillan un caballo. De manera que había peleado el gobernador más de una hora de tiempo (la silla sin cincha), cuando cayó, habiéndole valido la destreza que a la jineta tenía, que era mucha. Los indios, reconociendo el ímpetu con que los españoles por todas partes acudían, y que salían muchos caballos, aflojaron de la furia con que hasta entonces habían peleado, mas no dejaron de porfiar en la batalla, unas veces arremetiendo con grande ánimo y otras retirándose con mucho concierto, hasta que no pudieron sufrir la fuerza de los españoles y se apellidaron unos a otros para retirarse y dejar la batalla, y volvieron las espaldas huyendo a todo correr. El gobernador, con los de a caballo, siguió el alcance persiguiendo a los enemigos todo lo que la lumbre del fuego que en el pueblo andaba les alcanzó a alumbrar. Acabada la batalla tan repentina y furiosa como ésta fue, la cual duró más de dos horas, y habiendo el general seguido el alcance, mandó tocar a recoger y volvió a ver el daño que los indios habían hecho, y halló más del que se pensó porque hubo cuarenta españoles muertos y cincuenta caballos. Alonso de Carmona dice que fueron ochenta los caballos entre muertos y heridos, y más de los veinte de éstos murieron quemados o flechados en las mismas pesebreras donde estaban atados, porque sus dueños, viéndolos muy lozanos con la mucha comida que en aquel alojamiento tenían, por tenerlos más seguros les habían hecho grandes cadenas de hierro por cabestros, con que los tenían atados, y, con la prisa que el fuego y los enemigos les dieron, no habían acertado a desatarlas, y así dejaron los caballos entregados al fuego y a los enemigos, para que, atados como estaban, los flechasen. Demás de la pena que nuestros españoles sintieron por la pérdida de los compañeros y muerte de los caballos, que era la fuerza de su ejército, hubieron lástima de un caso particular que aquella noche sucedió, y fue que entre ellos había una sola mujer española, que había nombre Francisca de Hinestrosa, casada con un buen soldado que se decía Hernando Bautista, la cual estaba en días de parir. Pues como el sobresalto de los enemigos fuese tan repentino, el marido salió a pelear y, acabada la batalla, cuando volvió a ver qué era de su mujer, la halló hecha carbón porque no pudo huir del fuego. Lo contrario sucedió en un soldadillo llamado Francisco Enríquez, que no valía nada, y, aunque tenía buen nombre, era un cuitado más para truhán que para soldado, con quien se burlaban muchos españoles, el cual estaba enfermo en la enfermería, que muchos días había lo traían a cuestas. Pues como sintiese el fuego y el ímpetu de los enemigos, salió huyendo de la enfermería y, a pocos pasos que dio por la calle, topó un indio que le dio un flechazo por una ingle, que casi le pasó a la otra parte, y le dejó tendido en el suelo por muerto, donde estuvo más de dos horas. Después de amanecido le curaron, y en breve tiempo sanó de la herida, que se tuvo por mortal, y también de la enfermedad, que había sido muy larga y enfadosa. Por lo cual, burlándose después con él los que solían burlarse, le decían: "Válgate la desventura, duelo, que para ti, que no vales dos blancas, hubo doblada salud y vida, y hubo muerte para tantos caballeros y tan principales soldados como han muerto en estas dos últimas batallas." Enríquez lo sufría todo y les decía otras cosas peores. Dicho hemos atrás cómo el gobernador llevó ganado prieto para criar en la Florida, y lo traía con mucha guarda para lo sustentar y aumentar, y, por tenerlo en este alojamiento de Chicaza más guardado de noche, le habían hecho un corral de madera dentro en el pueblo, con muchos palos hincados en el suelo y su cobertizo de paja por cima. Pues como el fuego de aquella noche de la batalla fuese tan grande, los alcanzó también a ellos y los quemó todos, que no escaparon sino los lechones que pudieron salir por entre palo y palo del cerco. Estaban tan gordos con la mucha comida que en aquel territorio hallaron que corrió la manteca de ellos más de doscientos pasos. No se sintió esta pérdida menos que las demás, porque nuestros castellanos padecían mucha necesidad de carne y guardaban ésta para el regalo de los enfermos. Juan Coles y Alonso de Carmona concuerdan en toda la relación de esta batalla y ambos dicen el estrago que el fuego hizo en el ganado prieto. Y encarecen mucho la destreza que el gobernador tenía en la silla jineta y cuentan su caída y el haber peleado más de una hora sin cincha. Y Alonso de Carmona añade que cada indio traía ceñido al cuerpo tres cordeles: uno para llevar atado un castellano, y otro para un caballo, y otro para un puerco, y que se ofendieron mucho los nuestros cuando lo supieron.
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Capítulo XXXVII Que trata de la salida del general a hacer la guerra a los indios rebelados y de la plática que hizo a toda su gente, ansí a la que llevaba como a la que dejaba en la ciudad Al tiempo que el general Pedro de Valdivia quiso salir de la ciudad para ir contra la gente y escuadrón de los indios que estaban asentados en el río Cachapoal, hizo ajuntar a todos los españoles, así a los que habían de ir con él, como a los que habían de quedar en la ciudad para la sustentación de ella, y ayuntados les habló de esta manera: "Ya veis y sabéis, señores amigos y compañeros, en el tiempo que aquí allegamos a esta tierra, la mala voluntad que los caciques y señores de ella nos han mostrado y muestran, y las maldades y traiciones y mentiras que nos tratan y siempre con nosotros han usado. "También sabéis que Dios nuestro Señor y su sagrada madre Santa María nos han favorecido y librado y defendido de ellos y de sus cautelas y abominaciones, como claramente habemos visto. Yo espero en Dios y en su bendita madre que como ha sido en nuestro favor hasta ahora será de hoy más y siempre. Y porque en esta jornada hay necesidad de mi ida y que yo en persona vaya a traer de paz la provincia de los pormocaes, pues tanto nos hace al caso, pues viniendo ésta como más principal, toda la tierra vendrá a servir muy presto. "También, señores, sabéis que es coyuntura para servir a Su Majestad, pues es mi principal intento, así como el de todos vuestras mercedes. Por tanto, juntamente con esto se ofrece a los caballeros españoles que quedáis en amparo y sustentación de esta ciudad de Santiago, la cual todos en general y cada uno en particular la debe de tener por propia patria. "Yo, señores míos, compañeros y amigos, os pido por merced, que cada uno de vuestras mercedes tenga este negocio por tan propio como yo mismo lo tengo, estando a la continua tan apercebidos como yo tengo la confianza, y siempre lo habéis, señores, usado y estado, obedesciendo vuestro capitán que presente está, para que le obedescáis a él y a sus mandamientos, tan bien y tan enteramente como siempre lo habéis acostumbrado y hecho. Él queda avisado de lo que debe hacer. "Tengan, señores, aviso, no duerman de noche, aunque no les quepa la vela, desarmados ni descalzos los pies, porque el peso de las armas no canse ni ha de cansar a los hombres de guerra, ni los alpargates en los pies dan tanta pena calzados, como darán las espinas y púas y palos y trompezones, cuando dan una arma los indios, si los toman descalzos, aunque sea hasta cabalgar en su caballo. Y por consiguiente no cansan ni enflaquecen las sillas a los caballos. Pues sabéis, señores, que sois obligados a cumplir con la fama que de españoles tenéis, y junto con esto no tenemos en esta tierra otro amparo ni socorro, sino el de Dios y de su madre Santa María, y de nuestra buena diligencia y ánimo y solicitud del arte militar. "Tengan, señores, aviso, que todos los más caciques de esta tierra les dejo presos. Sólo quiero llevar conmigo dos que aquí hay de los pormocaes para tratar con ellos la paz y por no dejallos en compañía de estos otros, atento a que no son tan cautelosos, y no quería que deprendiesen de ellos. Ya sabéis, señores, tornando a encargaros esto, que no hay ningún prisionero que no procure libertarse y salir de prisión. "Ya veis y sabéis que nuestros enemigos están continuo en casa y tratan y conversan con nosotros. Conviene que viváis recatados y avisados con ellos. Y así mesmo sabéis que todo el valle de Anconcagua y todas las comarcas de esta ciudad están alterados y alzados, y podrá ser que faltando yo de esta ciudad os viniesen acometer, y si salgo y voy, os dejo en esta ciudad debajo de la protestación de ser españoles, y debajo de la confianza que tengo del grande ánimo y valor de vuestras personas". Mandó a su teniente que pusiese muy gran vigilancia en todo y que tuviese al cacique Quilicanta a mejor recaudo que a los otros caciques, y que tuviese aviso con él y que no se descuidase. Acabada esta plática, se salió de la ciudad y caminó hasta el río de Cachapoal donde los indios tenían hecho un fuerte. Estaba con ellos un señor que se decía Cachapoal, de donde el río llamaron por esta causa Cachapoal. Y Llegado a vista del fuerte donde los indios estaban, les hizo muestre con toda su gente española, y visto por los indios, una mañana mandó dar vuelta a sus españoles y caminó todo el día, dándoles a entender que se volvía a la ciudad para ver si los indios salían del fuerte. Viendo los indios que el general se volvía, entendiendo que no les había osado acometer, escomenzaron a seguille. Venida la noche, el general mandó volver a su gente y caminó toda la noche, y al cuarto del alba dio sobre el fuerte, tomándolos descuidados. Y dio en ellos de tal suerte que hirió y mató muchos de ellos, de tal suerte que el que pudo huir no pensaba que había sido poco valiente. Los indios que habían salido en seguimiento del general para tomalle la delantera, por tomalle los pasos habían ido por otro camino. Y de esta suerte se desbarató esta junta. Sabido por Michimalongo la salida del general de la ciudad y que iba contra los indios que estaban en el río de Cachapoal, y que ya había cinco días que era salido, pareciéndole que agora tenía tiempo de venir sobre la ciudad, acordó salir con su gente.
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Que prosigue en la descripción de las casas de Nezahualcoyotzin y templos que dentro de ellas tenía Estas casas que hemos ido describiendo no tenían más de tan solamente tres puertas y entradas principales, que la una caía por la parte de hacia el oriente y la otra hacia el mediodía; y eran a manera de calles que tenían dieciocho varas de ancho: otras entradas y portadas tenía la casa, que calan donde estaban los templos, los cuales tenían unas gradas, por donde en las entradas de ellas recibían y bajaban dentro de estos palacios. Por las parte del poniente de los templos estaban otros cuartos con su patio, sala y aposentos, que se llamaba Tlacateo, en donde criaban y doctrinaban los hijos del rey, allí asistían con ellos sus ayos y maestros, que les enseñaban toda la policía de su buen modo de vivir, todas las ciencias y artes que sabían y alcanzaban, hasta las mecánicas de labrar oro, pedrería y plumería y las demás, asimismo el ejercicio militar, con tanto cuidado que no los dejaban un punto estar ociosos. En otros, que estaban divididos de éstos, se doctrinaban y criaban las hijas del rey; y cada ochenta días era ley, que el rey con todos sus hijos y deudos, con sus ayos, maestros y los grandes del reino estaban en una sala grande que había en estos cuartos de Tlacateo, asimismo todas las hijas con sus ayas y maestras, aunque fuesen las muy pequeñas sentándose por su orden los varones a una parte y las hembras por la otra, los hijos aunque fuesen del rey iban vestidos de unas mantas groseras de nequen; en donde se subía en un teatro a manera de púlpito un orador y allí comenzaba desde el rey hasta el más pequeño a reprender todos los vicios y cosas mal hechas, trayendo a la memoria los daños que de ellos se seguían y encareciendo la virtud, sus utilidades y provechos; relataba las cosas que habían sido mal hechas en aquellos ochenta días: si el rey había hecho algunos agravios, se las relataba, de manera que no quedaba cosa que allí no pareciese y fuese reprendida con toda la libertad del mundo; y traía a la memoria las ochenta leyes, que tenía constituidas el rey, cómo se debían guardar y ejecutar. Hacía esta plática muy elocuente este orador, que abominaba todos los vicios y engrandecía la virtud y lo que de ella se seguía, hasta mover el afecto a lágrimas y otras muchas cosas que decía y persuadía, de muy buena moralidad. Los templos eran más de cuarenta; pero el principal y mayor que era Huitzilopochtli y Tláoc cuadrado y macizo, hechas de cal y canto las paredes de la parte de afuera, lo de dentro terraplenado de barro y piedra: tenía en cada cuadro ochenta brazas largas y de alto este terraplén lo que veintisiete estados y se subía por la parte de poniente por unas gradas que eran ciento y sesenta: comenzaba su edificio por el cimiento ancho y como iba levantándose, iba disminuyendo y estrechando de todas partes en forma piramidal con sus grandes relieves, que como iba subiendo, asimismo le iban disminuyendo y de trecho en trecho las gradas hacían un descanso, encima estaba edificado un templo con dos capillas, la una mayor que la otra: la mayor caía a la parte del sur en donde estaba el ídolo Huitzilopochtli y la menor que estaba a la parte norte, era el ídolo Tláoc, estas capillas y sus ídolos miraban hacia la parte del poniente; y por delante de este templo había un patio prolongado de norte a sur en donde cabían muy bien quinientos hombres y en medio de las puertas de las dos capillas estaba una piedra tumbada que llamaban téchcatl, en donde sacrificaban los cautivos en guerra; y tenía cada una de estas capillas tres sobrados que se mandaban por la parte de adentro por unas escaletas de madera movediza y los sobrados estaban llenos de todo género de armas, como eran macanas, rodelas, arcos, flechas, lanzas y guijarros, y todo género de vestimentos, arreos y adornos de guerra. Los demás templos casi todos eran a este talle; unos tenían dos, tres y más capillas, y algunos que no tenían más de sólo una: había más de cuatrocientas salas y aposentos en donde estaban estos templos y en donde se criaban y doctrinaban los muchachos de la ciudad; en estos templos había uno en donde había muchas mujeres reclusas y encerradas, asimismo se criaban algunas de las hijas de los señores y ciudadanos. Había un templo redondo que era de Quetzalcoatl, dios del aire, asimismo un estanque que se decía Tetzapan, en donde se lavaban todos los vasos de los sacrificios y los que se sacaban sangre se iban a lavar allí. Asimismo había en un cercado cantidad de árboles y matas de todo género de espinas llamado Teotlapan, que significa tierra de dios. Tenía esta maquina de edificios más de cuarenta patios entre grandes y chicos, sin los jardines y laberintos. Y porque de la compostura y ornato de los templos, ídolos y diversidad de sacerdotes tratan muchos autores, así no se trata ni especifica aquí.
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De los pueblos y provincias que hay desde la villa de Pasto hasta la ciudad de Quito Pues tengo escripto de la fundación de la villa viciosa de Pasto, será bien, volviendo a ella, proseguir el camino dando noticia de lo que hay hasta llegar a la ciudad del Quito. Dije que la villa de Pasto está fundada en el valle de Atris, que cae en la tierra de los quillacingas, gentes desvergonzadas, y ellos y los pastos son muy sucios y tenidos en poca estimación de sus comarcanos. Saliendo de la villa de Pasto, se va hasta llegar a un cacique o pueblo de los pastos, llamado Funes; y caminando más adelante se llega a otro que está dél poco más de tres leguas, a quien llaman Iles, y otras tres leguas más adelante se van los aposentos de Gualmatán, y prosiguiendo el camino hacia Quito se ve el pueblo de Ipiales, que está de Gualmatán tres leguas. En todos estos pueblos se da poco maíz, o casi ninguno, a causa de ser la tierra muy fría y la semilla del maíz muy delicada; más críanse abundancia de papas y quinio y otras raíces que los naturales siembran. De Ipiales se camina hasta llegar a una provincia pequeña que ha por nombre de Guaca, y antes de llegar a ella se ve el camino de los ingas, tan famoso en estas partes como el que hizo Aníbal por los Alpes cuando abajó a la Italia. Y puede ser este tenido en más estimación, así por los grandes aposentos y depósitos que había en todo él, como por ser hecho con mucha dificultad por tan ásperas y fragosas sierras, que pone admiración verlo. También se llega a un río, cerca del cual se ve a donde antiguamente los reyes ingas tuvieron hecha una fortaleza, de donde daban guerra a los pastos y salían a la conquista dellos; y está una puente en este río, hecha natural, que paresce artificial, la cual es de una peña viva, alta y muy gruesa, y hácese en el medio della un ojo, por donde pasa la furia del río, y por encima van los caminantes que quieren, Llámase esta puente Lumichaca en lengua de los ingas, y en la nuestra querrá decir puente de piedra. Cerca desta puente está una fuente cálida; porque en ninguna manera, metiendo la mano dentro, podrán sufrir tenerla mucho tiempo, por el gran calor con que el agua sale; y hay otros manantiales, y el agua del río y la disposición de la tierra tan fría que no se puede compadescer si no es con muy gran trabajo. Cerca desta puente quisieron los reyes ingas hacer otra fortaleza, y tenían puestas guardas fieles que tenían cuidado de mirar sus propias gentes no se les volviesen al Cuzco o a Quito, porque tenían por conquista sin provecho la que hacían en la región de los pastos. Hay en todos los más de los pueblos ya dichos una fruta que llaman mortuños, que es más pequeña que endrina, y son negros; y entre ellos hay otras uvillas que se parescen mucho a ellos, y si comen alguna cantidad destas se embriagan y hacen grandes bascas y están un día natural con gran pena y poco sentido. Sé esto porque yendo a dar la batalla a Gonzalo Pizarro íbamos juntos un Rodrigo de las Peñas, amigo mío, y un Tarazona, alférez del capitán don Pedro de Cabrera, y otros; y llegados a este pueblo de Guaca, habiendo el Rodrigo de las Peñas comido destas uvillas que digo, se paró tal que creímos muriera dello. De la pequeña provincia de Guaca se va hasta llegar a Tuza, que es el último pueblo de los pastos, el cual a la mano derecha tiene las montañas que están sobre el mar Dulce y a la izquierda las cuestas sobre la mar del Sur; más adelante se llega a un pequeño cerro, en donde se ve una fortaleza que los ingas tuvieron antiguamente, con su cava, y que para entre indios no debió ser poco fuerte. Del pueblo de Tuza y desta fuerza se va hasta llegar al río de Mira, que no es poco cálido, y que en él hay muchas frutas y melones singulares, y buenos conejos, tórtolas, perdices, y se coge gran cantidad de trigo y cebada, y lo mismo de maíz y otras cosas muchas, porque es muy fértil. Deste río de Mira se abaja hasta los grandes y suntuosos aposentos de Carangue; antes de llegar a ellos se ve la laguna que llaman Yaguarcocha, que en nuestra lengua quiere decir mar de sangre, adonde, antes que entrasen los españoles en el Perú, el rey Guaynacapa, por cierto enojo que le hicieron los naturales de Carangue y de otros pueblos a él comarcanos, cuentan los mismos indios que mandó matar más de veinte mil hombres y echarlos en esta laguna; y como los muertos fuesen tantos, parescía algún lago de sangre, por lo cual dieron la significación o nombre ya dicho. Más adelante están los aposentos de Carangue, adonde algunos quisieron decir que nasció Atabaliba, hijo de Guaynacapa, aunque su madre era natural deste pueblo. Y cierto no es así, porque yo lo procuré con gran diligencia, y nasció en el Cuzco Atabaliba, y lo demás es burla. Están estos aposentos de Carangue en una plaza pequeña; dentro dellos hay un estanque hecho de piedra muy prima, y los palacios y morada de los ingas están asimismo hechos de grandes piedras galanas y muy sutilmente asentadas, sin mezcla, que es no poco de ver. Había antiguamente templo del sol, y estaban en él dedicadas y ofrecidas para el servicio dél más de doscientas doncellas muy hermosas, las cuales eran obligadas a guardar castidad, y si corrompían sus cuerpos eran castigadas muy cruelmente. Y a los que cometían el adulterio (que ellos tenían por gran sacrilegio) los ahorcaban o enterraban vivos. Eran miradas estas doncellas con gran cuidado, y había algunos sacerdotes para hacer sacrificios conforme a su religión. Esta casa del sol era en tiempo de los señores ingas tenida en mucha estimación, y teníanla muy guardada y reverenciada, llena de grandes vasijas de oro y plata y otras riquezas, que no así ligeramente se podrían decir; tanto, que las paredes tenían chapadas de planchas de oro y plata; y aunque está todo esto muy arruinado, se ve que fue grande cosa antiguamente; y los ingas tenían en estos aposentos de Carangue sus guarniciones ordinarias con sus capitanes, las cuales en tiempo de paz y de guerra estaban allí para resistir a los que se levantasen. Y pues se habla destos señores ingas, para que se entienda la calidad grande que tuvieron y lo que mandaron en este reino, trataré algo dellos antes que pase adelante.
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CAPITULO XXXVII Sale la Fragata a la Expedición del Registro de la Costa, envía dos Padres Misioneros a la Expedición: hácese segunda para lo mismo Quedan ya insinuados en el Capítulo XXXV los deseos que en el noble y religioso corazón de S. Excâ. engendraron las conversaciones del V. Padre sobre la conversión de los Gentiles, que no contentándose con lo limitado de lo descubierto en Monterrey, anhelaba se propagase la Fe Católica mucho mas allá, si se encontrase poblado; y para adquirir alguna noticia determinó que la Fragata Santiago, al mando de su Capitán D. Juan Pérez, luego que hiciese en Monterrey el desembarque de los víveres que conducía, saliese al registro de la Costa hasta la altura que pudiese, y le diera lugar la estación del tiempo, para estar de vuelta en Monterrey por el Equinoccio. Insinuó S. Excâ al V. Padre los deseos que tenía de que fuese algún Misionero a la citada Expedición, confiado en la promesa que hizo Dios a N. S. P. S. Francisco (que tenía muy presente, y no olvidaba S. Exca. desde que la oyó al V. Fr. Junípero) de que los Gentiles con sólo ver a sus hijos se convertirían a nuestra Santa Fe. Para cumplir estos piadosos deseos y buena intención de S. Excâ. envió a los dos Misioneros Fr. Juan Crespí, y Fr. Tomás de la Peña Saravia, que gustosos se sacrificaron a un viaje tan peligroso como era la navegación del registro de una Costa no conocida, ni mapeada, y de consiguiente en continuo peligro de dar en alguna isla, en bajos o farallones, y perderse sin remedio; pero confiados en Dios, por el santo fin a que se dirigía, tomada la bendición del Prelado, se embarcaron el día 11 de Junio del año de 1774, que se hizo a la vela la Fragata, y el 27 de Agosto estuvo de vuelta, dando fondo en Monterrey, sin más novedad que traer algunos de la Tripulación accidentados de escorbuto. Con este registro se consiguió en parte el deseo de S. E. pues subió la Fragata hasta la altura de 55 grados del Norte, en que hallaron una isla de tierra, que se interna mucho a la mar, a la cual nombraron de Santa Margarita, por haberse descubierto en el día de esta Santa, y desde dicha Isla bajando hasta Monterrey, registraron toda la Costa, que hallaron limpia, y con bastantes fondeaderos. Advirtieron que estaba toda poblada de Gentilidad, aunque no saltaron a tierra, pues una vez que lo intentaron con el fin de enarbolar en ella el Estandarte de la Santa Cruz, que tanto deseaba y encargaba S. Excâ. no lo pudieron conseguir por haberse levantado un viento tan contrario y recio, que estuvo a peligro de perderse la Lancha con los Marineros. Aunque, como queda dicho, no desembarcaron en tierra; pero lograron en muchas partes tratar con los Gentiles de la Costa, que con sus Canoas de madera, bien formadas y bastantemente grandes, capaces de cargar crecido número de gente, se arrimaban a la Fragata, y subían a bordo a hacer cambalaches de bateitas de madera, bien labradas y buriladas; mantas bien tejidas de pelo, como lana, listadas de varios colores, muy vistosas, y petates o esteras de cortezas de árbol de varios colores, tejidas como si fuesen de palma, como también sombreros de dicha materia de forma piramidal y de a la angosta, por pedazos de hierro, a que los vieron muy inclinados, como también con abalorios y otras chucherías. Son Indios afables, de buen talle, y de buenos colores, andan cubiertos con cueros de animales y con mantas de las citadas, y algunos totalmente desnudos. Las mujeres honestamente cubiertas, son de buenos colores, y bien parecidas; aunque las afea mucho el tener todas (hasta las chiquitas) taladrado el labio inferior, del cual les cuelga una tablita, que con facilidad, y con solo el movimiento del labio la levantan, tapando la boca y nariz. Todas estas noticias escribieron a S. Excâ. remitiéndole el V. P. Presidente el Diario que formaron los Padres, el cual remitió a la Corte, con mucha complacencia aquel Señor Exmô. EXPEDICIÓN SEGUNDA No llenando aún todavía esto el espacioso campo de los deseos de S. Excâ. dispuso se hiciese segunda Expedición, a fin de que se subiese a mayor altura, y que se procurase registrar si se hallaba algún Puerto, para que en él, en señal de posesión por nuestro Católico Monarca, se pusiese el Estandarte de la Santa Cruz; y para conseguirlo a satisfacción de sus deseos, determinó fuese a más de la Fragata una Goleta, para que facilitase el registro. Nombró para Comandante de la Expedición y Capitán de la Fragata a D. Bruno de Ezeta, Teniente de Navío de la Real Armada, y de su segundo a D. Juan Francisco de la Bodega y Quadra. Pidió S. Excâ. a nuestro Colegio dos Religiosos Sacerdotes para ir a esta Expedición, y fueron nombrados los Padres Fr. Miguel de la Campa y Fr. Benito Sierra. Salió la Expedición del Puerto de San Blas a mediados de Marzo del año de 1775, experimentando al principio contrarios los vientos y corrientes que la bajaron hasta el grado 17, en cuya altura se hallaba el día 10 de Abril; pero mejorando el viento al siguiente 11, empezaron a subir, y el 9 de Junio se hallaron en altura de 41 grados y 6 minutos. Se arrimaron a tierra para hacer aguada, y encontraron un razonable Puerto, que tenía su resguardo para algunas Embarcaciones. Saltaron a tierra, donde hallaron a los Gentiles de las Rancherías inmediatas muy amigos y afables, y el día 11 de dicho mes se tomó posesión solemne con Misa cantada y Sermón, después de haber enarbolado una grande Cruz; concluyendo la fiesta con el Himno Te Deum laudamus; y por ser el día de la Santísima Trinidad, se le puso al Puerto este inefable nombre. Hicieron su aguada y leña, ayudados de aquellos Naturales Gentiles, a quienes regalaron y dieron de comer en los ocho días que permanecieron allí, y después salieron siguiendo el registro a vista de la tierra. El día 13 de Julio, estando en la altura de 47 grados y 23 minutos, encontraron una grande y hermosa rada donde dieron fondo; y el día siguiente fue la Lancha con el Comandante y uno de los Padres a tierra y fijaron otra Cruz en la Playa, no pudiendo hacer con la mayor solemnidad la función por impedirlo la marejada y resaca. Salieron de allí siguiendo su viaje para la altura los dos Barcos en conserva hasta el día 30 del citado Julio, en que desapareció la Goleta, y no la volvieron a ver hasta Octubre en Monterrey, que era el Puerto y punto de reunión. Viendo el Comandante que la Goleta no aparecía, entró en cuidado de si se habría perdido, o vuelto atrás; pero no obstante, la Fragata subió hasta los 49 grados y medio, a donde llegó el día 11 de Agosto; y mirando que la mayor parte de la Tripulación estaba accidentada de escorbuto, hizo Junta de Oficiales, y se determinó bajar costeando en busca de la Goleta, y registrar los tramos que a la subida no habían visto. Así lo practicaron y llegaron a Monterrey el 29 de Agosto, con la mayor parte de los Marineros enfermos, aunque con el refresco que tomaron, sanaron todos. La Goleta, que el día 30 se halló sin la Comandanta, siguió Costa a Costa, presumiendo que se había adelantado; y no pudiendo encontrarla, subió hasta el grado 58, y halló en esta altura un grande Puerto, bueno y seguro, que desde luego llamaron de N. Srâ de los Remedios, del que tomaron posesión, y dejaron enarbolada en él una Santa Cruz, fijándola a vista de una Ranchería de Gentiles que estaban cerca de la Playa: hicieron agua y leña, y salieron de dicho Puerto de Ntrâ. Señora de los Remedios. Aunque forcejaron para subir a más altura, no pudieron por los vientos contrarios y las corrientes, que en breve los bajaron a los 55 grados poco más arriba de la Punta de Santa Margarita, último término de la primera Expedición. Arrimáronse a tierra, y hallaron un estrecho de como dos leguas de una punta a otra, y a la medianía una Isla, que llamaron de San Carlos. Vieron que adentro internaba mucho la mar, que les hacía Horizonte, y les pareció que si en la realidad hay paso del mar del Norte a este Pacífico, que con tanto empeño se busca por los Ingleses, en ninguna parte mejor que en ésta puede estar. En cuya atención, y a contemplación del Señor Virrey que los envió, nombráronle el Paso de Bucareli, que se halla en la altura de 55 grados cabales. Arrimáronse a una de las dos puntas, y saltaron a tierra, y tomaron de ella posesión, dejando enarbolada una grande Cruz. Salieron del dicho Paso de Bucareli, y fueron bajando arrimados siempre a la Costa, mapeándola para formar sus Cartas. En 3 de Octubre, Vigilia de N. S. P. S. Francisco, se hallaron cerca de la punta de Reyes, cuatro leguas más al Norte, en donde hallaron un Puerto, y en él dieron fondo, y les pareció que a la entrada tenía Barra. En cuanto dieron fondo, se juntaron en la Playa más de doscientos Gentiles de todas edades y sexos, todos muy contentos y placenteros, que de noche hicieron sus lumbradas. El día siguiente, fiesta de N. P. S. Francisco, se vio la Goleta en evidente peligro de perderse, por haberse levantado una gran marejada, que les metió muy adentro, y les llevó la Lanchita o Bote, y lo hizo pedazos. Recelosos no sucediese lo propio con la Goleta, levantaron la ancla, y dejándolo con el nombre de la Bodega, salieron de él, y navegaron para Monterrey, en donde dieron fondo el 7 de Octubre, hallando fondeados en él la Fragata, que no habían visto desde la noche del 29 de Julio, y al Paquebot San Carlos, que había vuelto del registro que hizo de este Puerto de N. P. S. Francisco. A los ocho días de llegada la Goleta fueron todos desde el Capitán hasta el último Grumete a la Misión de San Carlos, a cumplir la promesa de confesar y comulgar en una Misa cantada a Nrâ. Srâ. de Belén, que se venera en la iglesia de dicha Misión, que pidió el Capitán se cantase en acción de gracias por el feliz éxito de la Expedición, de la que dieron cuenta los Señores Marítimos al Exmô Señor Virrey, y el R. P. Presidente le escribió los parabienes, y le respondió con las expresiones que se verán en su Carta; de la que es copia la siguiente, que tengo a la vista su original. Carta del Exmô. Señor Virrey "Los nuevos Descubrimientos hechos por los Buques del Rey en esas Costas, son el objeto de la Carta de V. R. de 12 de Octubre del año próximo pasado de 1775, y por ellos, como por el honor que me resulta, me da V. R. una enhorabuena, que recibo con gusto, siendo también V. R. acreedor a gracias por la disposición dada para que celebraran ahí estas felicidades con la solemnidad de que es capaz eso en el día; y tengo la satisfacción de que el celo de V. R. y el de los demás Padres ha de ser el mejor apoyo de la extensión del Evangelio, a que se dirigen las piadosas intenciones de su Majestad. Dios guarde a V. R. muchos años. México 20 de Enero de 1776.= El Baylio Frey D. Antonio Bucareli y Ursua= R. P. Fr. Junípero Serra.
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Capítulo XXXVII Cómo prosiguiendo Huayna Capac en su conquista se vio en gran peligro, y de su muerte Después que Huayna Capac hubo despachado a la guerra con los chiriguanas al capitán Yasca, como se ha dicho, y él quedó en Tomebamba en poner en orden y concierto toda la tierra de allá abajo, y prosiguiendo en su conquista, llegó hasta Ancasmayo, que es el último remate y mojón de su señorío y Reinos. Allí por dejar en los tiempos venideros mayor ostentación y muestras de su poder y grandeza, amojonó toda la tierra, poniendo en algunas partes estacas de oro fino a imitación de Alejandro Magno, cuando a petición de los suyos en la Yndia levantó trofeos para señalar el fin de su conquista y espantar a los siglos futuros. Concluido Huayna Capac con esto, se volvió con su ejercito el río abajo hacia la mar, buscando nuevas gentes y naciones que meter debajo de su dominio. Entonces sujetó Curua y Ninan y gente de la Puna. Y viniendo caminando Huayna Capac con su ejército por grandísimos arenales, y habiendo subido la costa arriba de la mar, faltísimo de agua y de mantenimientos, y por esto estando sus gentes fatigadas y tristes, teniendo asentado el Real de una infinidad de gente sin saber qué nación era o de qué provincia. Y el ejército y soldados del Ynga como iban trabajados y aun desganados del camino y descuidados de tan súbito caso y peligro viéndose rodeados de los enemigos comenzaron con harto temor y recelo de perderse todos a retirarse, yéndose juntando hacia el lugar donde estaba Huayna Capac en sus andas, admirado de lo que veía, no pudiendo imaginar quién fuesen los que en tal aprieto le ponían. La gente vulgar y de poco ánimo, viendo esto estuvo determinada de salvarse huyendo como pudiese o la suerte le guiase, porque no les parecía tener remedio en aquel trance que delante de los ojos se les mostraba. Pero a esta sazón, dicen los indios, que un mozo inca, vestido con una camiseta negra, se llegó a Huayna Capac y le dijo: Señor, no temas, que éstas son las gentes que de tan lejanas tierras venimos a buscar para sujetarlos, manda que todos pongamos nuestros hatos en tierra y apercibidos con nuestras armas con grandísimo ánimo salgamos a la batalla, mostrando no tener miedo dellos, que sin duda los venceremos y mataremos, gozando del despojo y de sus haciendas. Dichas estas palabras por el mozo inca, los capitanes Mihi y Chalcomaita y otros que junto al Ynga estaban para proveer lo que conviniese en aquel peligro, todos a una voz aprobaron el parecer y consejo de aquel mozo, diciendo que no había que detenerse, sino salir luego a la batalla con ánimo y braveza, y así el Inga les dijo que lo hiciesen, y poniendo sus hatos, de que estaban ya cargados, en el suelo, se armaron de sus armas acostumbradas y con nuevo brío y valor, que tomaron con una plática que les hizo Huayna Capac, salieron hacia los enemigos, bien ordenados y más con una licencia que les dio Huayna Capac, que todo lo que cada uno pudiese haber del despojo fuese para él. Y así arremetieron con bravo ímpetu y osadía contra los enemigos, y les dieron tal prisa, que en poco espacio los hicieron retirar desamparando el cerco que tenían puesto al Real, y viendo que la retirada la hacían con mucha turbación y sin orden ninguna de guerra, se alentaron a seguir la victoria con más denuedo y braveza, y empezaron a hacer en ellos una matanza increíble, hasta que no pudiendo sufrir la furia de la gente de Huayna Capac, empezaron a huir hacia su pueblo, que no estaba lejos, desbaratados y medrosos, y los soldados del Ynga sobre ellos sin darles lugar ni tiempo de repararse, y así todos juntos y revueltos entraron en el pueblo donde aquella nación habitaba, que era junto al mar, y allí los mataron a cuantos se defendieron sin perdonar a ninguno, sino fueron los que se escaparon huyendo y los que viéndose perdidos rindieron las armas y se dieron a misericordia de los vencedores. Halláronse en este pueblo innumerables riquezas en el despojo y saco que hicieron, que fue riquísimo, de muy grandes y finas esmeraldas nunca hasta entonces vistas del Ynga. Preciosas turquesas y grande abundancia de mulli, que es hecho de concha de mar y era tenido en mucho precio y estima de aquella gente y en más que el oro. Hallóse en el despojo número de llautos y orejeras del Cuzco y ropa de cumbi muy fina, que según los señores de aquella tierra dijeron a Huayna Capac les había dado Topa Ynga Yupanqui, cuando por allí pasó en sus conquistas. Alegres y victoriosos los soldados del Ynga hicieron grandes regocijos, viéndose libres de tan evidente peligro y ricos despojos de sus enemigos, lo que nunca pensaron aquel día por la mañana. Acabado este suceso, Huayna Capac, como quien era de ánimo real y magnánimo, no quiso que aquel mozo inca, que estando en tal turbación y aprieto, le había animado y dicho que aquella gente era la que venían a buscar de sus tierras y que diesen en ellos y alcanzarían victoria, quedase sin el premio y galardón que merecía el consejo tan provechoso, para que los demás se animasen en tales trances. Y aunque se hicieron exquisitas diligencias, buscándole en todas las capitanías de los yngas y orejones del Cuzco y en las demás del ejército, no fue posible hallarno ni jamás hasta hoy pareció, ni se supo dél, por lo cual todos los capitanes y consejeros de Huayna Capac dijeron a una voz que no podía ser otro que mensajero del Huaina Cauri, su huaca principal y tenida en más veneración en común, y que así a él se le habían de dar las gracias del vencimiento y de tan poderosa victoria como lo hicieron. Estando en esto Huaina Capac, le llegaron embajadores de parte del señor de la Isla de la Puná, y le trajeron presentes de mucha estimación y valor; como fue de esmeraldas finas, de Mulli y ropa de algodón muy rica y delgada, y le dijeron que su señor le suplicaba humildemente le recibiese por suyo y aquel don y presente y de la sujeción de la Isla como de cosa propia que era, y que fuese a la Isla a verla y lo que en ella había. Y visto por Huaina Capac, que tan liberalmente se le ofrecía aquel señor, acordó de hacer lo que le pedía, y recibidos los presentes y habiendo tratado los mensajeros con grande humanidad y cortesía, los despidió enviando con ellos el retorno de otras dádivas para su señor, así de oro como de plata, ropa de cumbi del Cuzco y otras cosas preciosas. Después de hecho esto, partió Huaina Capac con dos mil soldados escogidos, dejando la demás gente de su ejército allí. Y llegado a la Isla le hizo un solemnísimo recibimiento el señor della, y con muestras de gran contento se holgó allí admirado de ver la fertilidad y deleite de la tierra, y entonces mandó hacer a mano un camino que fuese de la tierra firme allá, porque el trecho es poco. Y habiéndose allí holgado y regocijado con sus gentes, salió a Huanca Vilca, do había dejado el restante del ejército y allí le llegaron nuevas de gran tristeza y sentimiento; como en el Cuzco había pestilencia y que della eran muertos Auqui Topa Ynga, su hermano, y Apo Hilaquita, su tío, y su hermana Mama Coca y otra cantidad de señores de su linaje. Sabido esto por Huaina Capac, recibió mucha pena y dolor, y así para poner en orden algunas cosas de la tierra como para enviar mensajeros al Cuzco, se partió con todo su ejército a Tomebamba y llegado a Quito, unos dicen que murió en él de calenturas, y otros dicen que habiendo gran pestilencia de viruelas en un pueblo llamado Pisco, se encerró debajo de la tierra en unos edificios por escaparse de la enfermedad, pero dondequiera le halló la muerte, que no pudo escaparse della, y muerto él, murieron infinitos millares de la gente común de viruelas sobre quien dieron. Fue Huayna Capac el más poderoso señor de todos sus pasados y el que más extendió su señorío y más gentes conquistó, y el que más las tuvo sujetas y debajo de su obediencia, y el más rico de plata y oro que entre ellos hubo, tanto que, por grandeza, cuando le nació Topa Cusi Hualpa, su hijo, mandó hacer una cadena de oro de increíble valor y peso, que muchos indios no podían alzarla del suelo, y en memoria desta tan señalada cadena puso por nombre al hijo Huascaringa, que quiere decir Señor y Rey soga, y esta poderosa cadena, dicen algunos indios viejos y antiguos, que después fue echada, cuando vinieron los españoles, en una laguna grande, que está en Huaypon, tres leguas desta ciudad del Cuzco, y otros dicen que en la laguna que está en el camino real de Potosí, seis leguas de esta ciudad, sobre el pueblo y Tambo de Urcos. Cuando murió este valeroso Ynga, mataron más de mil personas en su enterramiento y obsequias de los que más él había querido en esta vida y mostrado más afición, así de criados y oficiales como de mujeres, como siempre fue costumbre antigua de los incas. Hizo Huaina Capac en el Cuzco insignes y famosos edificios, y en otras partes caminos, calzadas, fuentes y baños. En los Lares, doce leguas del Cuzco, fue temido y respetado de los suyos como cosa divina. Severo en castigar delitos de hurtos y fuerzas, procuró con extrema vigilancia que no se le rebelasen sus vasallos. Fue franco y magnánimo con los soldados que se señalaban en las peleas, y en su tiempo las acllas, que como dijimos y diremos, eran indias que se criaban en toda la tierra escogida, envejecieron porque no quiso dar comisión a nadie que las repartiese, por hacerlo él personalmente, para premiar y gratificar con ellas los soldados que habían aventajádose en la conquista y en la toma de las fortalezas. Por su orden y mandamiento hicieron los indios dos caminos, uno en la sierra, allanando las quebradas, y otro en los llanos, cuyas reliquias y señales hasta hoy se ven, que todos son indicios manifiestos del gran poderío, ser y majestad de los Yngas, señores de estos reinos y cuán obedecidos y respetados fueron y cuán puntualmente se cumplían sus preceptos en todas partes. A este Ynga, Huayna Capac, se atribuye haber mandado en toda la tierra se hablase la lengua de Chinchay Suyo, que agora comúnmente se dice la Quíchua general, o del Cuzco, por haber sido su madre Yunga, natural de Chincha, aunque lo más cierto es haber sido su madre Mama Ocllo, mujer de Tupa Ynga Yupanqui su padre, y esta orden de que la lengua de Chinchay Suyo se hablase generalmente haber sido, por tener él una mujer muy querida, natural de Chincha. Lo que en su testamento y última voluntad dejó ordenado e institución de heredero de todos sus reinos, se dirá en el capítulo XXXIX, que agora habremos de hacer mención de Rahua Ocllo, su mujer.
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Cómo el Almirante salió para Castilla, y por una gran tempestad se separó de su compañía la carabela Pinta Miércoles, que fue 16 de Enero del año 1493, con buen tiempo, el Almirante salió del mencionado Golfo de las Flechas, que ahora llamamos de Samaná, con rumbo a Castilla; porque ya las dos carabelas hacían mucha agua y era muy grande el trabajo que se padecía en remediarlas; fue la última tierra que se perdió de vista el Cabe, de San Telmo; veinte leguas hacia Nordeste, vieron mucha hierba de aquella otra, y veinte leguas más adelante, hallaron el mar casi cubierto de atunes pequeños, de los que vieron también un gran número los dos días siguientes, que fueron el 19 y el 20 de Enero, y muchas aves de mar; todavía, la hierba seguía en hiladas del Este a Oeste, juntamente con las corrientes, porque ya sabían que éstas toman la hierba de muy lejos, como quiera que no siguen constantemente un camino, pues unas veces van hacia una parte y otras hacia otra; y esto sucedía casi todos los días, hasta pasada casi la mitad del mar. Siguiendo luego su camino con buenos vientos, corrieron tanto que, al parecer de los pilotos, el 9 de Febrero, estaban hacia el Sur de las islas de los Azores, Pero el Almirante decía que estaba más a la derecha, cuarenta leguas, y esta es la verdad, porque aún encontraban hiladas de mucha hierba, la cual, yendo a las Indias no habían visto hasta estar 263 leguas al Occidente de la isla del Hierro. Navegando así con buen tiempo, de día en día comenzó a crecer el viento, y el mar a ensoberbecerse, de modo que con gran fatiga lo podían soportar. Por lo cual, el jueves, a 14 de Febrero, corrían, de noche, donde la fuerza del viento los llevaba, y como la carabela Pinta, en la que iba Pinzón, no se podía sostener tanto en el mar, se fue derechamente al Norte, con viento Sur, y el Almirante siguió a Nordeste para acercarse más a España; lo cual, por la obscuridad, no pudieron hacer los de la carabela Pinta, aunque el Almirante llevaba siempre su farol encendido. Así, cuando fue de día, se encontraron del todo perdidos de vista el uno del otro. Y tenía por cierto cada uno, que los otros habían naufragado; por cuyos motivos, encomendándose a las oraciones y a la religión, los del Almirante echaron a suerte el voto de que uno de ellos fuese en peregrinación por todos a Nuestra Señora de Guadalupe; y tocó la suerte al Almirante. Después sortearon otro peregrino para Nuestra Señora del Loreto, y cayó la suerte a un marinero del puerto de Santa María de Santoña, llamado Pedro de la Villa. Luego, echaron suertes sobre un tercer peregrino que fuese a velar una noche en Santa Clara de Moguer, y tocó también al Almirante. Pero creciendo todavía la tormenta, todos los de la carabela hicieron voto de ir descalzos y en camisa a hacer oración, en la primera tierra que encontrasen, a una iglesia de la advocación de la Virgen. Aparte de estos votos generales, se hicieron otros muchos de personas particulares; porque la tormenta era ya muy grande y el navío del Almirante la soportaba difícilmente, por falta de lastre, que se había disminuido con los bastimentos gastados. Como remedio de lastre, pensaron que sería bien llenar de agua del mar, todos los toneles que tenían vacíos, lo cual que de alguna ayuda e hizo que se pudiese sustentar mejor el navío, sin peligro tan grande de voltear. De tan áspera tempestad, escribe el Almirante estas palabras: "yo habría soportado esta tormenta con menor pena, si solamente hubiese estado en peligro mi persona, tanto porque yo sé que soy deudor de la vida al Sumo Creador, como también porque otras veces me he hallado tan próximo a la muerte, que el menor paso era lo que quedaba para sufrirla. Pero, lo que me ocasionaba infinito dolor y congoja, era el considerar que, después que a Nuestro Señor le había placido iluminarme con la fe y con la certeza de esta empresa, de la que me había dado ya la victoria, cuando mis contradictores quedarían desmentidos, y Vuestras Altezas servidas por mí, con gloria y acrecentamiento de su alto estado, quisiera Su Divina Majestad impedir esto, con mi muerte; la que todavía sería más tolerable si no sobreviniese también a la gente que llevé conmigo, con promesa de un éxito muy próspero. Los cuales, viéndose en tanta aflicción, no sólo renegaban de su venida, sino también del miedo y del freno que por mis persuasiones tuvieron, para no volver atrás del camino, según que muchas veces estuvieron resueltos de hacer. A más de todo esto, se me redoblaba el dolor al ponérseme delante de los ojos el recuerdo de dos hijos que había dejado al estudio en Córdoba, abandonados de socorro y en país extraño, y sin haber yo hecho, o al menos sin que fue manifiesto, mi servicio, por el que se pudiese esperar que Vuestras Altezas tendrían memoria de aquéllos. Y aunque de otro lado me confortase la fe que yo tenía de que Nuestro Señor no permitiría que una cosa de tanta exaltación de su Iglesia, que yo había llevado a cabo con tanta contrariedad y trabajos, quedase imperfecta y yo quedara deshecho; de otra parte, pensaba que por mis deméritos, o porque yo no gozase de tanta gloria en este mundo, le agradaba humillarme, y así, confuso en mí mismo, pensaba en la suerte de Vuestras Altezas, que, aun muriendo yo, o hundiéndose el navío, podrían hallar manera de no perder la conseguida victoria, y que sería posible que por cualquier camino llegara a vuestra noticia el éxito de mi viaje; por lo cual, escribí en un pergamino, con la brevedad que el tiempo demandaba, cómo yo dejaba descubiertas aquellas tierras que les había prometido; en cuántos días, y por qué camino lo había logrado; la bondad del país y la condición de sus habitantes, y cómo quedaban los vasallos de Vuestras Altezas en posesión de todo lo que por mí se había descubierto, Cuya escritura, cerrada y sellada, enderecé a Vuestras Altezas con el porte, es a saber: promesa de mil ducados a aquel que la presentara sin abrir; a fin de que si hombres extranjeros la encontrasen, no se valiesen del aviso que dentro había, con la verdad del porte. Muy luego, hice llevar un gran barril, y habiendo envuelto la escritura en una tela encerada, y metido ésta dentro de una torta u hogaza de cera, la puse en el barril, bien sujeto con sus cercos, y lo eché al mar, creyendo todos que sería alguna devoción; y porque pensé que podría suceder que no llegase a salvamento, y los navíos aún caminaban para acercarse a Castilla, hice otro atado semejante al primero, y lo puso en lo alto de la popa, para que sumergiéndose el navío, quedase el barril sobre las olas al arbitrio de la tormenta."
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Cómo los orejones trataron sobre quién sería Inca y lo que pasó hasta que salió con la borla Viracocha Inca, que fue el octavo rey que reinó. Pasado lo que se contó conforme a la relación que los orejones del Cuzco dan de estas cosas, dicen más, que como se hobiese hecho grandes lloros por la muerte del Inca, se trató entre los principales de la ciudad quién sería llamado rey e merescía tener la tal dignidad. Sobre esto había diversas opiniones; y porque tales hobo que querían que no hobiese rey, sino que gobernasen la ciudad los que señalasen, otros decían que se perdía sin tener cabeza. Sobre estas cosas había gran ruido; y temiendo su porfía se cuenta que salió una mujer de través de los Anancuzcos, la cual dijo: "¿En qué estáis ahí? ¿Por qué no tomáis a Viracocha Inca, pues lo merece tan bien?" Oída esta palabra, como son tan determinables estas gentes, dejando los vasos del vino a gran priesa fueron por Viracocha Inca, hijo de Inca Yupanqui diciéndole, como le vieron, que ayunase lo acostumbrado y recebiese la borla que darle querían. Viniendo Viracocha en ello, se entró a hacer el ayuno y encargó la ciudad a Inca Roca Inca, su pariente, y salió al tiempo con la corona, muy adornado, y se hicieron fiestas solenes en el Cuzco y que muchos días duraron, mostrando todos gran contento con la elección del nuevo Inca. Del cual algunos quisieron decir que este Inca se llamó Viracocha por venir de otras partes y que traía traje diferenciado y que en las faiciones y aspectos mostró ser como un español, porque traía barbas. Cuentan otras cosas que más cansarán si as hobiese de escribir. Yo pregunté en el Cuzco a Cayo Tayar Yupanqui y a los otros más principales que en el Cuzco me dieron la relación de los Incas que yo voy escribiendo y me respondieron ser burla y que nada es verdad; porque Viracocha Inca fue nascido en el Cuzco y criado y que lo mesmo fueron sus padres y abuelos; y que el nombre de Viracocha se lo pusieron por nombre particular, como lo tiene cada uno. Y como le fue entregada la corona, se casó con él una señora principal llamada Runtu Caya, muy hermosa. Y como la fiesta del regocijo hobiese pasado determinó de salir a conquistar algunos pueblos de la redonda del Cuzco que no habían querido el amistad de los Incas pasados, confiados en la fuerza de sus pucaraes; y con la gente que quiso juntar salió del Cuzco con sus ricas andas, con guarda de los más principales, y enderezó su camino a lo que llamaban Calca, donde habían sido rescebidos sus mensajeros con mucha soberbia; mas, como supieron que los del Cuzco ya estaban cerca dellos, se juntaron armándose de sus armas y se ponían por los altos de los collados en sus fuerzas y albarradas, de do desgalgaban grandes piedras encaminadas a los reales del Inca para que matasen a los que alcanzasen. E los enemigos, poniéndolo por obra, subieron por la sierra y, a pesar de los contrarios, pudieron ganarles una de aquellas fuerzas. Como los de Calca vieron a los del Cuzco en sus fuerzas salieron a una gran plaza, a donde pelearon con ellos reciamente y duró la batalla desde por la mañana hasta el medio día y murieron muchos de entrambas partes y fueron más los presos. La victoria quedó por los del Cuzco. El Inca estaba junto a un río, donde tenía asentados sus reales, y como supo la victoria sintió mucha alegría. Y en esto, sus capitanes abajaban con la presa y cativos. Y los indios que habían escapado de la batalla con otros capitanes de Calca y de sus comarcas, mirando que, pues tan mal les había cuadrado el pensamiento, que el final remedio que les quedaba era tentar la fe del vencedor y pedirle paz con obligarse a servidumbre moderada, como otros muchos hacían, y así acordado, salieron por una parte de la sierra diciendo a voces grandes: "Viva, para siempre viva el poderoso Inca Viracocha, nuestro Señor". Al roido que hacía el resonante de las voces se pusieron en armas los del Cuzco, mas no pasó mucho tiempo cuando ya los vencidos estaban postrados por tierra delante de Viracocha Inca; a donde, sin levantar, uno que entre ellos se tenía por más sabio, alzando la voz, comenzó a decir: "Ni te debes, Inca, ensoberbecer con la vitoria que Dios te ha dado, ni tener en poco a nosotros por ser vencidos, pues a ti y a los Incas es permitido señorear las gentes y a nosotros es dado con todas nuestras fuerzas defender la libertad que de nuestros padres heredamos y, cuando con ello salir no pudiéramos, obedecer y recibir con buen ánimo la subjeción. Por tanto, manda que ya no muera más gente ni se haga daño y dispón de nosotros a tu voluntad". Y como el indio principal hobo dicho estas palabras, los demás que allí estaban dieron aullidos grandes, pidiendo misericordia. El rey respondió que, si daño venido les había, que su ira había sido la culpa, pues al principio no quisieron creer sus palabras ni tener su amistad, de que a él había pesado; y liberalmente les otorgó que pudiesen estar en su tierra poseyendo, como primero, sus haciendas, con tanto que, a tiempo y conforme a las leyes, tributasen de lo que hobiese en sus pueblos al Cuzco; y que dellos mismos fuesen luego a la ciudad y le hiciesen dos palacios, uno dentro della y otro en Caqui xahuana, para se salir a recrear. Respondió que lo harían y el Inca mandó soltar los cativos sin que uno sólo faltase y restituir sus haciendas a los que ya tenían por sus confederados; y para que entendiesen lo que habían de hacer y entre ellos no hobiese disensiones, mandó quedar un delegado suyo con poder grande, sin quitar el señorío al señor natural. Pasado lo que se ha escripto, Inca Viracocha envió un mensajero a llamar a los de Caitomarca, questaban de la otra parte de un río hechos fuertes, sin jamás haber querido tener amistad con los Incas que había habido en el Cuzco; y como llegó el mensajero de Viracocha Inca le maltrataron de palabra, llamando al Inca loco, pues así creía que ligeramente se habían de someter a su señorío.
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De lo que suscedió a los demás que entraron en las Indias Pues he hecho relación de todo lo susodicho en el viaje, y entrada y salida de la tierra, hasta volver a estos reinos, quiero asimismo hacer memoria y relación de lo que hicieron los navíos y la gente que en ellos quedó, de lo cual no he hecho memoria en lo dicho atrás, porque nunca tuvimos noticia de ellos hasta después de salidos, que hallamos mucha gente de ellos en la Nueva España, y otros acá en Castilla, de quien supimos el suceso y todo el fin de allí de qué manera pasó, después que dejamos los tres navíos porque el otro era perdido en la costa brava, los cuales quedaban a mucho peligro, y quedaban en ellos hasta cien personas con pocos mantenimientos, entre los cuales quedaban diez mujeres casadas, y una de ellas había dicho al gobernador muchas cosas que le acaecieron en el viaje, antes que le suscediesen y ésta le dijo, cuando entraba por la tierra, que no entrase, porque ella creía que él ni ninguno de los que con él iban no saldrían de la tierra y que si alguno saliese, que haría Dios por eso muy grandes milagros; pero creía que fuesen pocos los que escapasen o no ninguno; y el gobernador entonces le respondió que él y todos los que con él entraban iban a pelear y conquistar muchas y muy extrañas gentes y tierras, y que tenía por muy cierto que conquistándolas habían de morir muchos; pero aquellos que quedasen serían de buena ventura y quedarían muy ricos, por la noticia que él tenía de la riqueza que en aquella tierra había; y díjole más, que le rogaba que ella le dijese las cosas que había dicha pasadas y presentes, ¿quién se las había dicho? Ella le respondió, y dijo que en Castilla una mora de Hornachos se lo había dicho, lo cual antes que partiésemos de Castilla nos lo había a nosotros dicho, y nos había suscedido todo el viaje de la misma manera que ella nos había dicho. Y después de haber dejado el gobernador por su teniente y capitán de todos los navíos y gente que allí dejaba a Carvallo, natural de Cuenca, de Huete, nosotros nos partimos de ellos, dejándoles el gobernador mandado que luego en todas maneras se recogiesen todos a los navíos y siguiesen su viaje derecho la vía del Pánuco, y yendo siempre costeando la costa y buscando lo mejor que ellos pudiesen el puerto, para que en hallándolo parasen en él y nos esperasen. En aquel tiempo que ellos se recogían en los navíos, dicen que aquellas personas que allí estaban vieron y oyeron todos muy claramente cómo aquella mujer dio a las otras que, pues sus maridos entraban por la tierra adentro y ponían sus personas en tan gran peligro, no hiciesen en ninguna manera cuenta de ellos; y que luego mirasen con quién es habían de casar, porque ella así lo había de hacer, y así lo hizo; que ella y las demás se casaron y amancebaron con los que quedaron en los navíos; y después de partidos de allí los navíos, hicieron vela y siguieron su viaje, y no hallaron el puerto adelante y Volvieron atrás; y cinco leguas más abajo de donde habíamos desembarcado hallaron el puerto, que entraba siete o ocho leguas la tierra adentro, y era el mismo que nosotros habíamos descubierto, adonde hallamos las cajas de Castilla que atrás se ha dicho, a do estaban los cuerpos de los hombres muertos, los cuales eran cristianos; y en este puerto y esta costa anduvieron los tres navíos y el otro que vino de la Habana y el bergantín buscándonos cerca de un año; y como no nos hallaron, fuéronse a la Nueva España. Este puerto que decimos es el mejor del mundo, y entra la tierra adentro siete o ocho leguas, y tiene seis brazas a la entrada y cerca de tierra tiene cinco, y es lama el suelo de él, y no hay mar dentro ni tormenta brava, que como los navíos que cabrán en él son muchos, tiene muy gran cantidad de pescado. Está cien leguas de la Habana, que es un pueblo de cristianos en Cuba, y está a norte sur con este pueblo, y aquí reinan las brisas siempre, y van y vienen de una parte a otra en cuatro días, porque los navíos van y vienen a cuartel. Y pues he dado relación de los navíos, será bien que diga quién son y de qué lugar de estos reinos, los que nuestro Señor fue servido de escapar de estos trabajos. El primero es Alonso del Castillo Maldonado, natural de Salamanca, hijo del doctor Castillo y de doña Aldonza Maldonado. El segundo es Andrés Dorantes, hijo de Pablo Dorante, natural de Béjar y vecino de Gibraleón. El tercero es Alvar Núñez Cabeza de Vaca, hijo de Francisco de Vera y nieto de Pedro de Vera, el que ganó a Canaria, y su madre se llamaba doña Teresa Cabeza de Vaca, natural de Jerez de la Frontera. El cuarto se llama Estabanico; es negro alárabe, natural de Azamor.
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CAPÍTULO XXXVIII De animales de monte Fuera de los géneros de animales que se han dicho de monte, que son comunes a Indias y a Europa, hay otros que se hallan allá, y no sé que los haya por acá, sino por ventura traídos de aquellas partes. Saynos llaman unos como porquezuelos, que tienen aquella extrañeza de tener el ombligo sobre el espinazo; éstos andan por los montes a manadas; son crueles y no temen, antes acometen y tienen unos colmillos como navajas, con que dan muy buenas heridas y navajadas si no se ponen a recaudo los que los cazan. Súbense los que quieren cazarlos a su seguro, en árboles, y los saynos o puercos de manada, acuden a morder el árbol, cuando no pueden al hombre; y de lo alto, con una lancilla, hieren y matan los que quieren. Son de muy buena comida, pero es menester quitalles luego aquel redondo que tienen en el ombligo del espinazo, porque de otra suerte dentro de un día se corrompen. Otra casta de animalejos hay, que parecen lechones, que llaman guadatinajas. Puercos de la misma especie de los de Europa, yo dudo si los había en Indias antes de ir españoles, porque en la relación del descubrimiento de las islas de Salomón se dice que hallaron gallinas y puercos de España. Lo que es cierto es haber multiplicado cuasi en todas partes de Indias este ganado, en grande abundancia. En muchas partes se come carne fresca de ellos, y la tienen por tan sana y buena como si fuera carnero, como en Cartagena. En partes se han hecho montaraces y crueles y se va a caza de ellos, como de jabalíes, como en La Española y otras islas, donde se ha alzado al monte este ganado. En partes se ceban con grano y maíz y engordan excesivamente, para que den manteca, que se usa a falta de aceite. En partes se hacen muy escogidos perniles, como en Toluca, de la Nueva España, y en Paria, del Pirú. Volviendo a los animales de ella, como los saynos son semejantes a puercos, aunque más pequeños, así lo son a las vaquillas pequeñas las dantas, aunque en el carecer de cuernos más parecen muletas; el cuero de éstas es tan preciado para cueras y otras cubiertas, por ser tan recias que resisten cualquier golpe o tiro. Lo que defiende a las dantas la fuerza del cuero, defiende a los que llaman armadillos la multitud de conchas que abren y cierran como quieren a modo de corazas. Son unos animalejos pequeños que andan en montes, y por la defensa que tienen, metiéndose entre sus conchas y desplegándolas como quieren, los llaman armadillos. Yo he comido de ellos; no me pareció cosa de precio. Harto mejor comida es la de iguanas, aunque su vista es bien asquerosa pues parecen puros lagartos de España, aunque éstos son de género ambiguo, porque andan en agua y sálense a tierra, y súbense en árboles que están a la orilla del agua, y lanzándose de allí al agua, las cogen, poniéndoles debajo los barcos. Chinchillas es otro género de animalejos pequeños como ardillas; tienen un pelo a maravilla blanco, y sus pieles se traen por cosa regalada y saludable para abrigar el estómago y partes que tienen necesidad de calor moderado; también se hacen cubiertas o frazadas del pelo de estas chinchillas. Hállanse en la sierra del Pirú, donde también hay otro animalejo muy común que llaman cuy, que los indios tienen por comida muy buena, y en sus sacrificios usaban frecuentísimamente ofrecer estos cuyes. Son como conejuelos y tienen sus madrigueras debajo de tierra, y en partes hay donde la tienen toda minada. Son algunos de ellos pardos; otros blancos, y diferentes. Otros animalejos llaman vizcachas, que son a manera de liebres, aunque mayores, y también las cazan y comen. De liebres verdaderas también hay caza en partes, bien abundante. Conejos también se hallan en el reino de Quito, pero los buenos, han ido de España. Otro animal donoso y el que por su excesiva tardanza en moverse le llaman pericoligero, que tiene tres uñas en cada mano; menea los pies y manos como por compás, con grandísima flema; es a la manera de mona y en la cara se le parece; da grandes gritos; anda en árboles y come hormigas.