Capítulo XXXIX De lo que ordenó Huayna Capac en su testamento, y de cómo alzaron por Ynga a Tupa Cusi Hualpa y por otro nombre Huascar Ynga Después de aquella famosa monarquía que fue en el mundo la primera de los asirios, ninguna ha habido más ilustre, terrible y temerosa ni que por mayores siglos haya durado que la de los romanos y ésa la división la acabó y consumió, y Roma, que tantas naciones y reinos y ciudades tuvo debajo de su mano, fue hollada, sujetada y saqueada de todas las que ella había postrado, y en fin, no hay ninguna cosa que un ser y consistencia permanezca mucho tiempo o los accidentes y ocasiones dél la disminuyan y menoscaben. La monarquía indiana había subido en estos Reinos desde Manco Capac, primer fundador della, con tanta prisa y celeridad que no había provincia en él que al gusto de su monarca no estuviese sujeta; y en riqueza y extensión de señorío no creo yo que la Romana se le aventajase. Todo este imperio y Reino, todo este poder y majestad, todas las riquezas y mandos declinaron y fenecieron por la división, verificándose claramente el dicho del Salvador, que todo Reino y señorío diviso sería asolado y sus ciudades y casas destruidas y allanadas por la tierra, como la experiencia nos lo muestra y enseña en la monarquía presente de que vamos hablando, que la división, discordia y guerras civiles de Huascar Inga, señor de estos Reinos, y de Ata Hualpa su hermano, fueron causa principal y única que de su generación y linaje saliese esta monarquía y ellos muriesen miserablemente y pasase a la sujeción de la monarquía hispánica, debajo de cuyo dominio está al presente; y viviesen los naturales della con otros señores diferentes, nuevas leyes, distintas costumbres, diversos ritos y ceremonias. Aunque todo ha resultado en mayor bien de tantas y tan innumerables almas como por medio desta nueva monarquía y señorío se salvan, que se condenaran estando en la obediencia y sujeción de sus antiguos señores. Estando Huayna Capac enfermo de la enfermedad que dijimos de que murió, nombró por sucesor a un hijo suyo que quería mucho, llamado Ninan Cuyuchi, y le tenía consigo, el cual estaba así mismo tocado del mal de su padre. Y poco después murió, de manera que la sucesión del Reino pasó a Tupa Cusi Hualpa, por otro nombre Huascar Inga, hijo legítimo de Huayna Capac, habido en segunda mujer legítima Rahua Ocllo. Cuando murió Huaina Capac dejó ordenado a sus testamentarios, que eran Colla Topa y la Tunqui y Adcayqui y Ataurimache y Cusi Tupa Yupanqui, Huachao Chico Tupa Yupanqui, todo lo que se había de hacer después de haber fallecido, porque Mihi, el capitán de los orejones ya era muerto, y para que mejor pusiesen en efecto su voluntad les dio una vara larga, a manera de bordón, poniendo señalares de colores en ella, les compuso el quipo y dio la traza cómo habían de entrar triunfando con su cuerpo en el Cuzco y de todo lo que habían de traer de Tomebamba, y del gobierno, que en todas las provincias conquistadas habían de quedar guarniciones y guardas, y con esto murió. Muerto Huayna Capac, sus parientes y Capitanes embalsamaron su cuerpo, y con todo el silencio del mundo, sin hacer llantos ni muestras de dolor ninguno, porque los naturales de la tierra no se lo sintiesen y se alzasen, lo trujeron a Tomebamba con el mismo recato, hasta dar orden en el gobierno de aquellas provincias, en las cuales dejaron puestos gobernadores y guarnición de soldados, y en Tomebamba, por principal y superior a todos, Aqui Hual Topa, natural del Cuzco. Salieron de Tomebamba y pusieron por obra su camino, trayendo consigo la figura del Sol, y las demás huacas que habían traído del Cuzco cuando vinieron a la jornada. Así mismo todas las naciones que en la guerra habían andado trajeron las suyas que tenían consigo, y los señores principales cautivos y demás gente común cautiva, que de todas las provincias conquistadas habían señalado para el triunfo que en el Cuzco se había de hacer, y todos los despojos, así de riquezas de oro y plata, esmeraldas, mulli, vestidos, ropas y armas, dejando en Tomebamba en la casa de Mullucancha toda la riqueza que en ella estaba, que le pertenecía y había puesto en ella Huayna Capac, cuando hizo aquellos famosos edificios. Vinieron acompañando el cuerpo de Huaina Capac al Cuzco los más principales señores y curacas de toda aquella tierra, por muestra de mayor majestad y grandeza. Y de sus hijos sólo quedó en Tomebamba Atao Hualpa, que no quiso volver al Cuzco. A la partida hizo un largo y fundado razonamiento a los capitanes y señores que traían el cuerpo de su padre, que les causó grandísima lástima y sentimiento, y concluyó diciendo que él quería y era su última voluntad morir y acabar la vida donde su padre Huayna Capac había muerto. Nunca se entendió que esta quedada de Atao Hualpa fuese con mal ánimo de rebelarse contra su hermano Huascar Inga, pues no dio muestras della en dichos ni en obras hasta que los revolvedores y su hermano le incitaron a ello. Al menos si su quedada fue con siniestra relación no se imaginó. Fue hombre valeroso y de gran ánimo y esfuerzo y consejo, y prudente en conocer las ocasiones y, sobre todo, liberal y franco con los suyos, que fue ocasión de llegar al señorío y grandeza, que llegó si la ventura hasta allí favorable no se cansara, como veremos. Luego que Huayna Capac murió en Quito, despacharon los principales capitanes al Cuzco, con gran prisa, mensajeros, haciendo saber la muerte de su señor y la de Ninan Cuyuchi a Topa Cusi Hualpa, por otro nombre Huascar Inga, como está dicho; las cuales nuevas sabidas en el Cuzco todo se convirtió en tristeza y pena, en lugar del contento y regocijo, que esperaban con la venida y triunfo de Huaina Capac, y se empezó a hacer llanto en aquella ciudad con las solemnidades que lo acostumbraban a hacer por los Yngas, reyes y señores suyos y lo mismo, con público mandato, se pregonó por todo el Reino, en todos los lugares y provincias dél, por el cual corrió luego la fama de la muerte de Huayna Capac y se hizo el llanto y lutos por el que era temido y respetado de todos. Alzaron en el Cuzco por Ynga y señor a Tupa Cusi Hualpa, por otro nombre Huascar Inga, con gran solemnidad, alegría y majestad, siendo sacerdote mayor del sol Apochalco Yupanqui, nieto de Viracocha Ynga. Y acabadas las ceremonias de la coronación y fiestas della, le dieron por compañeros para el Gobierno a Tito Atauchi y Topa Atao, sus hermanos de padre, y así empezó a gobernar con muchas esperanzas de que había de ser Rey acepto y querido de sus vasallos. Concluido todo esto, despachó mensajeros a los capitanes y principales que venían con el cuerpo de su padre y con el ejército y despojos para el triunfo, que se viniesen poco a poco, que él los esperaba en el Cuzco y que en todo trujesen buen orden y cuidado, y nombró por sus consejeros a Ynga Roca y a Manco y Vico Huaranga, y a Tizo Conde Mayta, y como se vio pacífico y obedecido en tan gran señorío y tierras y tantos millares de gentes, comenzó con gran presteza, franqueza y liberalidad a hacer mercedes a todos sus privados y favorecidos, y a todos los principales que habían sido en vida de su padre, inclinados a él, dándoles oro, plata, vestidos y mujeres, porque había muchas represadas del tiempo de su padre, y dio criados y tierras. Con esto ganó las voluntades a sus capitanes y a los soldados de su guarda y todo era contento y placeres. Luego salió del Cuzco y fue a hacer los edificios de Huascar, el lugar donde había nacido, que es junto a la laguna de Mohina, para hacer su recreación, y mandó hacer para su vivienda y asiento las casas de Amaru Canhca y las de Colcampata, donde vivió después un sobrino suyo, don Carlos Ynga.
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Cómo el Almirante corrió otra tormenta, y al fin recuperó su gente con la barca Pareciendo al Almirante que tardaban mucho los que habían ido en la barca a tierra, porque era ya casi mediodía y habían salido al alba, sospechó que algún mal o percance les habría sucedido en mar o en tierra, y porque desde el lugar en que había surgido no se podía ver la ermita donde habían ido, resolvió salir con el navío e ir detrás de una punta, desde la cual se descubría la iglesia. Llegado más cerca, vio en tierra mucha gente a caballo, la que, apeándose, entraba en la barca para ir y asaltar con las armas la carabela. Por lo cual, temiendo el Almirante lo que podría suceder, mandó a los suyos que se pusiesen en orden y se armasen, pero que no hiciesen muestra de quererse defender, a fin de que los portugueses se acercaran más confiadamente. Pero éstos, yendo al encuentro del Almirante, cuando lo tuvieron ya cerca, el capitán se levantó, pidiendo muestra de seguridad, la que fue dada por el Almirante, creyendo que subiría a la nave, y que así como éste, a pesar del salvoconducto que dio había tomado la barca juntamente con la gente, así él podía retenerle, bajo la fe, hasta que le restituyese lo mal apresado. Pero, el portugués, no se atrevió a acercarse más de lo que bastaba para ser oído; entonces el Almirante le dijo que se maravillaba de tal innovación, y de que no viniese alguno de los suyos a la barca, pues eran bajados a tierra con salvoconducto y con ofertas de regalos y socorro, mayormente habiendo el capitán mandado saludarle. A más de esto, le rogaba considerar que, lo hecho por él no se usa ni aun entre enemigos, no es conforme a las leyes de caballería, y ofendería mucho al rey de Portugal, cuyos súbditos, en tierras de los Reyes Católicos, sus señores, son bien tratados y reciben mucha cortesía, arribando y estando, sin algún salvoconducto, con mucha seguridad, no de otro modo que si estuvieran en Lisboa; añadiendo que Sus Altezas le habían dado cartas de recomendación para todos los príncipes y señores y hombres del mundo, las cuales mostrara si se hubiese acercado; porque si en todas partes eran respetadas estas letras, y él era bien acogido, y todos sus vasallos, mucha más razón había para que fuesen recibidos y agasajados en Portugal, por la vecindad y el parentesco de sus príncipes; especialmente, siendo él, como era, su Almirante mayor del Océano, y virrey de las Indias, por él recientemente descubiertas; de todo lo que le mostraría las cartas, firmadas de sus Reales nombres y selladas con su sello. Y así, de lejos, se las enseñó, y le dijo que podía acercarse sin miedo, pues por la paz y la amistad que había entre los Reyes Católicos y el Rey de Portugal, le habían mandado que hiciese toda honra y cortesía que pudiese a los navíos de portugueses que encontrara. Añadiendo que, aunque el quisiera obtinadamente y con descortesía retener su gente, no por esto quedaría impedido de ir a Castilla, porque le quedaban bastantes hombres en el navío para navegar hasta Sevilla, y aún para hacerle daño, si era necesario, del cual él mismo habría dado ocasión, y tal castigo se atribuiría justamente a su culpa; a más, que, por ventura, su Rey lo castigaría como a hombre que daba causa para que se rompiese la guerra entre él y los Reyes Católicos. Entonces el capitán con los suyos respondió: "No cognoscemos acá al Rey e Reina de Castilla, ni sus cartas, ni le habían miedo, antes les darían a entender que cosa era Portugal". De cuya respuesta conoció el Almirante y temió que después de su partida habría sucedido alguna rotura o discordia entre un reino y el otro; sin embargo, se inclinó a responderle como a su locura convenía. últimamente, al marcharse, el capitán se levantó, y desde lejos le dijo que debía ir al puerto con la carabela, porque todo lo que hacía y había hecho, se lo había encargado el Rey su señor por cartas. Habiendo oído esto el Almirante, puso por testigos a los que estaban en la carabela; y llamados el capitán y los portugueses, juró no bajar de la carabela hasta que no hubiese hecho prisioneros un centenar de portugueses para llevarlos a Castilla y despoblar toda aquella isla. Dicho esto, volvió a surgir en el puerto donde antes estaba, porque el viento no permitía hacer otra cosa. Pero al siguiente día, arreciando mucho más el viento, y siendo desventajoso aquel lugar donde había surgido, perdió las áncoras y no tuvo más remedio que desplegar las velas hacia la isla de San Miguel, donde, si por la gran tormenta y temporal que todavía duraba, no pudiese echar las anclas, había resuelto ponerse a la cuerda, no sin infinito peligro, tanto por causa del mar que estaba muy alborotado, como porque no le quedaban más que tres marineros y algunos grumetes; toda la otra gente era de tierra, y los indios no tenían práctica alguna de manejar velas y jarcias. Pero supliendo con su persona la falta de los ausentes, con bastante fatiga y no leve peligro pasó aquella noche hasta que, venido el día, viendo que había perdido de vista la isla de San Miguel, y que el tiempo había abonanzado algo, decidió volver a la isla de Santa María, para intentar, si podía, recuperar su gente y las áncoras y la barca, donde arribó el jueves, a la tarde, el 21 de Febrero. No mucho después que llegó fue la barca con cinco marineros, y todos ellos con un notario, confiados con la seguridad que les dio, entraron en la carabela, en la que, por ser ya tarde, durmieron aquella noche. Al día siguiente, dijeron que venían de parte del capitán a saber con certeza de dónde y cómo venía aquel navío, y si navegaba por comisión del Rey de Castilla; porque, constando la verdad de esto, estaban prontos a darle toda honra. Cuya mudanza y oferta se debió a que veían claro que no podían tomar el navío y la persona del Almirante, y que les podría resultar daño de lo que habían hecho. Pero el Almirante, disimulando lo que sentía, respondió que les daba gracias por su ofrecimiento y cortesía; y pues lo que pedían era según uso y costumbre de la mar, él estaba dispuesto a satisfacer su demanda; y así les mostró la carta general de recomendación de los Reyes Católicos, dirigida a todos sus súbditos, y a los otros príncipes; y también la comisión y mandato que aquéllos le habían hecho para que emprendiese tal viaje. Lo cual, visto por los portugueses, se fueron a tierra satisfechos, y devolvieron pronto la barca y los marineros; de los cuales supo el Almirante decirse en la isla, que el Rey de Portugal había dado aviso a todos sus vasallos, para que hiciesen prisionero al Almirante, por cualquier medio que pudieran.
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Del sexto rey que hobo en el Cuzco y lo que pasó en sus tiempos y de la fábula o historia que cuentan del río que pasa por medio de la ciudad del Cuzco. Muerto por la manera que se ha contado Capac Yupanqui, sucedió en el señorío Inca, su hijo, y para el tomar de la borla vinieron, como lo solían hacer, de muchas partes número grande de gente a se hallar presentes a ello; y fueron hechos grandes sacrificios en los oráculos y templos, conforme a su ceguedad. Y cuentan estos indios que al tiempo que le fueron rasgadas las orejas a este Inca para poner en ellas aquel redondo que hoy en día traen los orejones, que le dolió mucho la una dellas, tanto que se salió de la ciudad con esta fatiga y fue a un cerro que está cerca de ella muy alto, a quien llaman Chaca, a donde mandó a sus mugeres y a la Coya, su hermana Micai Coca, la cual en vida de su padre había recibido por muger, que con él estoviese. Y cuentan en este paso que sucedió fabuloso, el cual fue que como en aquel tiempo no corriese por la ciudad ni pasase ningún arroyo ni río, que no se tenía por poca falta y necesidad porque cuando hacía calor se iban a bañar por la redonda de la ciudad en los ríos que había y aún sin calor se bañaban, y para proveimiento de los moradores había fuentes pequeñas, las que agora hay; y estando en este cerro el Inca desviado algo de su gente comenzó a hacer su oración el gran Ticiviracocha y a Guanacaure y al sol y a los Incas sus padres y abuelos, para que quisiesen declararle cómo y por dónde podrían, a fuerzas de manos de hombre, llevar algún río o acequia a la ciudad: y que estando en su oración se oyó un trueno grande, tanto que espantó a todos los que allí estaban; y aquel mesmo Inca, con el miedo que recibió, abajó hasta poner la oreja izquierda en el suelo, de la cual le corría mucha sangre; y que, súpitarnente, oyó un gran ruido de agua que por debajo de aquel lugar iba; y que, visto el misterio, con mucha alegría mandó que viniesen muchos indios de la ciudad, los cuales con priesa grande cavaron hasta que toparon con el golpe de agua que, habiendo abierto camino por las entrañas de la tierra, iba caminando sin dar provecho. Y prosiguiendo con este cuento, dicen más, que después que mucho hobieron cavado y vieron el ojo de agua hicieron grandes sacrificios a sus dioses, creyendo que por virtud de su deidad aquel beneficio les había venido; y que con mucha alegría se dieron tal maña que llevaron el agua por medio de la ciudad, habiendo primero enlosado el suelo con losas grandes, sacando con cimientos fuertes unas paredes de buena piedra por una parte y por otra del río; y, para pasar por él, se hicieron a trechos algunos puentes de piedra. Este río yo lo he visto y es verdad que corre de la manera que cuentan, viniendo el nacimiento de hacia aquella sierra. Lo demás, no sé lo que es, más de escribir lo que sobre ello cuentan; y bien podría ser algún ojo de agua metido en la mesma tierra sin ser visto ni oído el ruido del agua, hechallo por la ciudad como agora lo vemos; porque en muchas partes deste gran reino van o corren ríos grandes y pequeños por debajo de la tierra, como ternán noticia los que por los llanos y sierras dél hubieren andado. En este tiempo muladares grandes hay por la orilla deste río, lleno de inmundicias y bascosidades lo que no estaba en tiempo de los Incas, sino muy limpio, corriendo el agua por encima de las losas dichas; y algunas veces se iban a lavar los Incas con sus mugeres; y en diversas veces han algunos españoles hallado cantidad de oro, no puro sino en joyas menudas y de sus topos que dejaban o se les caían cuando se bañaban. Después de pasado esto Inca Roca salió, a lo que dicen, del Cuzco a hacer sacrificios, procurando con grandes mañas y buenas palabras atraer a su amistad las gentes que más podía; y salió y fue hacia lo que llaman Condesuyo; a donde, en el lugar que llaman Pomatambo, tuvo una batalla con los naturales de aquellas comarcas, de la cual quedó por vencedor y señor de todos; porque, perdonando con muchas liberalidades y comunicando con ellos sus cosas grandes, le tomaron amor y ofrecieron a su servicio obligándose de le acudir con tributos. Después de haber estado algunos días en Condesuyo y visitado los oráculos y templos que hay por aquellas tierras se volvió victorioso al Cuzco yendo dél indios principales guardando su persona con hachas y alabardas de oro. Tuvo este Inca muchos hijos y no hija ninguna; y habiendo ordenado y mandado algunas cosas grandes y de importancia para la gobernación murió, habiendo primero casado a su primogénito, que por nombre había Inca Yupanqui, con una señora natural de Ayarmaca, a quien nombraban Mama Chiquia.
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De cómo el alcalde mayor nos recibió bien la noche que llegamos Como el alcalde mayor fue avisado de nuestra salida y venida, luego aquella noche partió, y vino adonde nosotros estábamos, y lloró mucho con nosotros, dando loores a Dios nuestro Señor por haber usado de tanta misericordia con nosotros; y nos habló y trató muy bien; y de parte del gobernador Nuño de Guzmán y suya nos ofresció todo lo que tenía y podía; y mostró mucho sentimiento de la mala acogida y tratamiento que en Alcaraz y los otros habíamos hallado, y tuvimos por cierto que si él se hallara allí, se excusara lo que con nosotros y con los indios se hizo; y pasada aquella noche, otro día nos partimos, y el alcalde mayor nos rogó mucho que nos detuviésemos allí, y que en esto haríamos muy gran servicio a Dios y a Vuestra Majestad, porque la tierra estaba despoblada, sin labrarse, y toda muy destruida, y los indios andaban escondidos y huídos por los montes, sin querer venir a hacer asiento en sus pueblos, y que los enviásemos a llamar, y les mandásemos de parte de Dios y de Vuestra Majestad que viniesen y poblasen en lo llano, y labrasen la tierra. A nosotros nos pareció esto muy dificultoso de poner en efecto, porque no traíamos indio ninguno de los nuestros ni de los que nos solían acompañar y entender en estas cosas. En fin, aventuramos a esto dos indios de los que traían allí captivos, que eran de los mismos de la tierra, y éstos se habían hallado con los cristianos; cuando primero llegamos a ellos, y vieron la gente que nos acompañaba, y supieron ellos la mucha autoridad y dominio que por todas aquellas tierras habíamos traído y tenido, y las maravillas que habíamos hecho, los enfermos que habíamos curado, y otras muchas cosas. Y con estos indios mandamos a otros del pueblo, que juntamente fuesen y llamasen los indios que estaban por las sierras alzados, y los del río de Petaan, donde habíamos hallado a los cristianos, y que les dijesen que viniesen a nosotros, porque les queríamos hablar; y para que fuesen seguros, y los otros viniesen, les dimos un calabazo de los que nosotros traíamos en las manos (que era nuestra principal insignia y muestra de gran estado), y con éste ellos fueron y anduvieron por allí siete días, y al fin de ellos vinieron, y trujeron consigo tres señores de los que estaban alzados por las sierras, que traían quince hombres, y nos trujeron cuentas y turquesas y plumas, y los mensajeros nos dijeron que no habían hallado a los naturales del río donde habíamos otra vez huir a los montes; y el Melchior Díaz dijo a la lengua que de nuestra parte les hablase a aquellos indios, y les dijese cómo venía de parte de Dios que está en el cielo, y que habíamos andado por el mundo muchos años, diciendo a toda la gente que habíamos hallado que creyesen en Dios y lo sirviesen, porque era señor de todas cuantas cosas había en el mundo, y que él daba galardón y pagaba a los buenos, y pena perpetua de fuego a los malos; y que cuando los buenos morían, los llevaba al cielo, donde nunca nadie moría, ni tenían hambre, ni frío, ni sed, ni otra necesidad ninguna, sino la mayor gloria que se podrían pensar; y que los que no le querían creer ni obedecer sus mandamientos, los echaba debajo la tierra en compañía de los demonios y en gran fuego, el cual nunca se había de acabar, sino atormentarlos para siempre; y que allende de esto, si ellos quisiesen ser cristianos y servir a Dios de la manera que les mandásemos, que los cristianos tenían por hermanos y los tratarían muy bien, y nosotros les mandaríamos que no les hiciesen ningún enojo ni los sacasen de sus tierras, sino que fuesen grandes amigos suyos; mas que si esto no quisiesen hacer, los cristianos los tratarían muy mal, y se los llevarían por esclavos a otras tierras. A esto respondieron a la lengua que ellos serían muy buenos cristianos, y servirían a Dios; y preguntados en qué adoraban y sacrificaban, y a quién pedían el agua para sus maizales y la salud para ellos, respondieron que a un hombre que estaba en el cielo. Preguntámosles cómo se llamaba, y dijeron que Aguar, y que creían que él había criado todo el mundo y las cosas de él. Tornámosles a preguntar cómo sabían esto, y respondieron que sus padres y abuelos se lo habían dicho, que de muchos tiempos tenían noticia de esto, y sabían que el agua y todas las buenas cosas las enviaba Aquél. Nosotros les dijimos que Aquel que ellos decían nosotros lo llamábamos Dios, y que ansí lo llamasen ellos, y lo sirviesen y adorasen como mandábamos, y ellos se hallarían muy bien de ello. Respondieron que todo lo tenían muy bien entendido, y que así lo harían; y mandámosles que bajasen de las sierras, y vinieron seguros y en paz, y poblasen toda la tierra, y hiciesen sus casas, y que entre ellas hiciesen una para Dios, y pusiesen a la entrada una cruz como la que allí teníamos, y que cuando viniesen allí los cristianos, los saliesen a recibir con las cruces en las manos, sin los arcos y sin armas, y los llevasen a su casas, y les diesen de comer de los que tenían, y por esta manera no les harían mal; antes serían sus amigos; y ellos dijeron que ansí lo harían como nosotros lo mandábamos; y el capitán les dio mantas y los trató muy bien; y así, se volvieron, llevando los dos que estaban captivos y habían sido por mensajeros. Esto pasó en presencia del escribano que allí tenían y otros muchos testigos.
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CAPÍTULO XXXV De aves que hay de acá, y cómo pasaron allá en Indias Menos dificultad tiene creer lo mismo de aves que hay del género de las de acá, como son perdices y tórtolas, y palomas torcaces y codornices, y diversas castas de halcones, que por muy preciados se envían a presentar de la Nueva España y del Pirú, a señores de España. Iten garzas y águilas de diversas castas. Estos y otros pájaros semejantes no hay duda que pudieron pasar, y muy mejor como pasaron los leones, y tigres y ciervos. Los papagayos también son de gran vuelo, y se hallan copiosamente en Indias, especialmente en los Andes del Pirú, y en las islas de Puerto Rico y Santo Domingo andan bandas de ellos como de palomas. Finalmente, las aves con sus alas, tienen camino a doquieren, y el pasar el Golfo no les será a muchos muy difícil, pues es cosa cierta, y la afirma Plinio, que muchas pasan la mar y van a regiones muy extrañas, aunque tan grande golfo como el mar Océano de Indias, no sé yo que escriba nadie que le pasen aves a vuelo; mas tampoco lo tengo por del todo imposible, pues de algunas, es opinión común de marineros, que se ven doscientas y aún muchas más leguas lejos de tierra, y también según que Aristóteles enseña, las aves fácilmente sufren estar debajo del agua, porque su respiración es poca, como lo vemos en aves marinas, que se zabullen y están buen rato, y así se podría pensar que pájaros y aves que se hallan en islas y tierra firme de Indias, hayan pasado la mar descansando en islotes y tierras, que con instinto natural conocen, como de algunos lo refiere Plinio; o quizá dejándose caer en el agua cuando están fatigados de volar, y de allí, después de descansar un rato, tornando a proseguir su vuelo. Y cuanto a los pájaros que se hallan en islas donde no se ven animales de tierra, tengo por sin duda que han pasado en una de las dos maneras dichas. Cuanto a las demás que se hallan en tierra firme, máxime las que no son de vuelo muy ligero, es mejor camino decir que fueron por do los animales de tierra que allá hay de los de Europa. Porque hay aves también en Indias, muy pesadas, como avestruces, que se hallan en el Pirú, y aún a veces suelen espantar a los carneros de la tierra, que van cargados. Pero dejando estas aves, que ellas por sí se gobiernan sin que los hombres curen de ellas sino es por vía de caza; de aves domésticas, me he maravillado de las gallinas, porque en efecto las había antes de ir españoles, y es claro indicio tener nombres de allá, que a la gallina llaman gualpa, y al huevo ronto, y el mismo refrán que tenemos, de llamar a un hombre gallina para notalle de cobarde, ese proprio usan los indios. Y los que fueron al descubrimiento de las islas de Salomón, refieren haber visto allá gallinas de las nuestras. Puédese entender que como la gallina es ave tan doméstica y tan provechosa, los mismos hombres las llevaron consigo cuando pasaron de unas partes a otras, como hoy día vemos que caminan los indios llevando su gallina o pollito sobre la carga que llevan a las espaldas, y también las llevan fácilmente en sus gallineros hechos de paja o de palo. Finalmente, en Indias hay muchas especies de animales y aves de las de Europa, que la que hallaron allá los españoles, como son las que he referido, y otras que otros dirán.
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Capítulo XXXV De otras supersticiones y abusos que tenían los indios En todas las cosas que salían fuera de los términos comunes, o que podían causar algún miedo y espanto, tenían supersticiones y abusos, y creían dellas mil disparates fuera de toda verdad, que algunos de ellos causan risa: cuando temblaba la tierra, decían que tenían sed ella y las huacas, y que querían beber, y con esto hacían mil ceremonias, y le echaban agua para que bebiese y se hartase. Si les temblaban los párpados de los ojos o los labios, o los oídos les zumbaban o les temblaba el cuerpo, o tropezaban al salir de su casa a algún camino, decían, y aún dicen, que verán u oirán algo bueno o malo. Bueno, si fue el ojo u oído derecho, y malo, si fue el izquierdo; y al zumbar de los oídos, decían que otros estaban entonces murmurando y diciendo mal dellos. Si al tiempo de salir de casa cargados, no les pesaba mucho la carga, decían que volverían presto, y no les sucedería cosa mala en el camino. Si tenían comezón en las manos, que les darían algo, o que ellos quizás andarían mendigando. Si los pies les hormigueaban, que el curaca o su mandón les mandarían fuesen a algún camino. De manera que cualquiera mudanza del cuerpo la tenían por agüero y señal de algún bueno o malo acontecimiento. Los enfermos se embadurnaban el cuerpo con maíz o con otras cosas, y lo mismo hacían a otros, para sanar de sus enfermedades, o para tener ventura en lo que trataban. Del espinco, que es una yerba de que usan los indios, olorosas, y con climpi que sacan del azogue, suelen hacer mil supersticiones, y con una flor llamada ciaya, y con otras colores de tierra se embadurnan las caras en tiempo de fiestas o para otros fines malos, añadiendo ceremonias. Algunas naciones se solían señalar los brazos, manos y piernas con fuego, haciéndose rajas y señales para superstición y malos fines. En el fuego, cuando salta o hace centellas, echan maíz y chicha ti otras cosas para aplacarlo, haciéndole veneración, porque dicen que, pues así salta, es indicio que está enojado y les quiere hacer mal. Tenían otro abuso que, cuando querían mal a otro y deseaban que se muriese u otro daño, llevaban su ropa y vestidos, y vestían con ellos alguna estatua que hacían en nombre de la tal persona, y la colgaban y maldecían, escupiéndola, y así mismo hacían estatuas pequeñas de barro o de cera o de masa, y las ponían en el fuego, para que allí se derritiese la cera o el barro se endureciese, creyendo que con esto quedarían vengados, o hacían mal al que aborrecían y, finalmente, a este propósito hacen mil ceremonias. En tiempos señalados y con ciertas ceremonias, aguardando tal edad, que comúnmente era cuando sus hijos se tenían en pie, y los destetaban, los solían trasquilar, que ellos dicen el rutuchicui, juntándose toda la parentela y, después de haber comido, traían al muchacho por todos los que allí estaban, y cada uno le ofrecía, conforme su posibilidad, plata, oro, ropa, lana, algodón y así lo trasquilaban, y luego bebían y danzaban toda la noche, y esta ceremonia era para consagrar la criatura y dedicarla por hija del Sol, y para pedir que aquel niño viva rico y próspero y suceda a sus padres. Esto aún se usa el día de hoy, haciéndolo con mucho secreto y recato, porque no llegue a noticia de los sacerdotes que los doctrinan y los castiguen, y aguardan a cuando hace ausencia del pueblo a otra ciudad, para hacerlo más a su salvo y con más solemnidad y regocijo. Entre los yngas y gente del Cuzco principal de los orejones, que decían solían agujerear a sus hijos las orejas, cuando llegaban a edad de catorce años, y entonces les ofrendaban plata, oro y ropa, y en todo intervenían supersticiones y borracheras. Esto se hacía para armarlos caballeros y darles señal y armas de nobleza. El día de hoy se ha ido olvidando esto, y, si acaso lo hacen, que es rarísimas veces, es con mucho cuidado y secreto, porque no se entienda, y sin borracheras. Otro abuso tenían -y aún hoy lo guardan algunos-, y es, en llegando a la edad de catorce años o quince, poner a sus hijos los panetes con ciertas ceremonias. A esto llaman huarachicuy, y en esto usan de muchas fiestas y borracheras, danzando y bailando de día y de noche, y así mismo a las doncellas, cuando les venía la primera flor, sus padres y madres las lavaban y peinaban vistiéndoles ropas nuevas, y les ofrecían algo como a los varones; y otros hacían lo mesmo. Aún no está del todo extinto este abuso y superstición, especial en indios que no acostumbran mucha compañía con españoles, y lo más del tiempo se están retirados en las punas con sus ganados, porque, sin duda, éstos, como saben menos de la policía cristiana, y los curas no los ven tan a menudo ni pueden todavía, tienen asentada en sus corazones la enseñanza y documentos que sus padres y abuelos les dejaron, y lo que les vieron hacer en ocasiones; y no se les arranca de la memoria para olvidarlo del todo y dejalo. Así lo usan con varias ceremonias, que cada día inventan de nuevo, y aún muchos curacas desalmados lo suelen hacer, y dan documentos para ello, consintiendo y tapando a los que tal hacen, y en ello no se pone remedio, y Dios sabe la causa.
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De lo que pasó en el tiempo que la nao estuvo en la bahía Fueron los indios a su pueblo, de donde vinieron otros, y uno con vara alta de justicia, que por verla, y una cruz en tierra, se creyó ser gente de paz y cristiana. Trajeron gallinas y puercos, que por dos y tres reales daban uno, y juntamente vino de palmas, con que algunos hablaron varias lenguas: muchos cocos, plátanos, cañas dulces, papayas, raíces, agua en cañutos, leña en tercios; al fin, socorro tal cual lo había menester gente tan necesitada. De todo se rescató por reales, cuchillos, cuentas de vidrio, que estiman más que la plata; y con esto, en tres días con sus noches, no se apagaron los fogones, ni dejaron de amasar y cocinar, comiendo, cuando la olla del uno y el asado del otro; de suerte, que sólo se trataba de comer de día y de noche. Con las bocas dulces y los estómagos satisfechos, quedaron todos tan contentos, cuanto se puede entender. Mas el piloto mayor dijo que estaba la obra presente, y ellos por llegar donde tanto deseaban. Unos le querían abrazar, otros le decían haber hecho feliz, y él a todos, que diesen las gracias a Dios; y dijo a los dos marineros que no te quisieron oír: --¿Paréceos que si hubiese seguido vuestro parecer que hubiera dado buena cuenta? Decid si estáis mejor aquí que donde me importunabais que fuese. Los indios son de color parda, no muy altos, y todos los cuerpos labrados. No tienen barba ni señal de ella: los cabellos negros y largos. Traían cubiertas partes con unos medriñaques, y de lo mismo en los pueblos traen una túnica sin cuello que llega a la pantorrilla. En las orejas unos grandes zarcillos de oro, en los brazos unas manillas de marfil, y en las piernas de latón dorado, con que engañaron algunos nuestros. Es gente tan interesada que sin plata, o cosas que ellos apetecen, no dan nada. Los enfermos, como venían tan poco usados a comer y comían sin tasa, les hizo notable daño, de que murieron tres o cuatro. Los indios venían mañana y tarde, trayendo y llevando su rescate, con que en catorce días se reformaron y sacaron comida que duró hasta donde se veía. La entrada de la bahía está abierta al Noroeste, que por soplar reciamente era de ver la nao combatida de tantas olas y gruesas y tanto viento, amarrada con un cablecito que parecía un hilo, en que se conocía ser nueva merced que Dios hacía, en darle fuerzas para que tuviese la nao, dos días y una noche que allí estuvo proejando sobre su delgada amarra, con bajos a sotavento, mezcla de mangles, la tierra anegadiza y despedazada. El piloto mayor, como vio el peligro de la nao, dijo a la gobernadora que convenía echar fuera la artillería del Rey y municiones, y ponerla en uno de aquellos pueblos que cerca estaban y juntamente su hacienda, la de los soldados, mujeres y niños, o a lo menos las cosas de más valor; y que lo tocante a la nao él, con la gente de mar, estaría siempre en ella presto para lo que sucediese. Respondióle que para ocho días que había de estar allí, ¿qué peligros podía haber? Díjole ser tan puntuales que no asiguraba la nao sola una hora, y por ver el descuido con que la gobernadora estaba se lo volvió a decir; y como no quiso, le dijo haría un protesto para su descargo, pues ella tenía cierta su disculpa con su cuidado dél. Por esto hizo una breve protestación, diciendo en ella lo que le pareció debía y convenía; y como fue leída, juntóse el consejo y salió proveído un auto, que le mandaba se hiciese luego a la vela, y siguiese el camino de Manila, a donde se le mandó que fuese, y no que entrase en aquel puerto. El piloto mayor dijo que daba lo pasado por respuesta, y que la nao no estaba de presente para navegar sin que primero se aderezase y avituallase de todo lo necesario, y que el viento entraba por la boca de la bahía, por donde había de salir; y que de nuevo la volvía a protestar mandase hacer lo pedido, porque un momento no estaba sigura la nao. Proveyó segundo auto, y mandó que dentro de una hora saliese con la nao e hiciese el viaje a Manila, y que lo que hacía era desacato o motín. Todas estas y otras cosas tales pasaron allí, a que el piloto mayor decía a los soldados: --¿No ven que concertadas respuestas son éstas para sus necesidades? No sé qué orden me tenga para que esta señora se aficione a la razón. Debe de entender que yo nací con obligación de servirla y de sufrirla. ¿No ven esta nao cuál está sustentada de esta amarra que con dos dedos se abarca? ¿No ven que aunque ve su daño al ojo usa de su condición? Los marineros firmaron con esta ocasión un papel y lo dieron al piloto mayor, pidiendo en él que pues era su mandador, les diese de comer, o dinero a cuenta de su salario, o los despidiese luego porque lo fuesen a buscar, porque allí ya habían vendido lo que tenían, y si trataban de ración, o de prestado, o de paga, para todo había excusas y malas respuestas. Mostró el piloto mayor el papel a la gobernadora; y díjole ser traza suya que todos se le querían ir, o alzarse con la nao. Los marineros decían que era tiranía: que el Rey, con lo ser de todos, pagaba, daba de comer, y libertad. La gobernadora a esto decía al sargento mayor: --No quiero decir que hice en esta jornada otra cosa buena más de solo sufrir una gobernadora mujer y a sus dos hermanos, y todo esto y más puede el deseo de no ofender el nombre del servicio del Rey: que de presente estaba en manos de doña Isabel Barreto. El piloto mayor, no se descuidando de lo que le tocaba, hizo sondar cierto puerto que parecía estaba allí al abrigo de una punta a donde luego fue a surgir la nao; y se podrá con razón decir que fue a excusar un peligro para acometer otro más cierto y el uno tan a la ventura como el otro; pues los dos ramales de la escota del trinquete de sotavento, fuera de la escotera, estaban rotos: tieso el viento, los escollos cerca; pero en semejantes dudas suele salvar la temeridad, como lo fue ésta. Y dado un pruis en tierra, quedaron en puerto muerto, y allí se mandó hacer a los indios de un pueblo que cerca estaban un grueso cable de bejucos y otros delgados, con que se enjarceó el trinquete, y se amarró la nao, que se aprestó del todo. Por respeto de los marineros había la gobernadora mandado echar un bando, que so pena la vida nadie saliese a tierra sin su licencia. Sucedió que un soldado casado, que fue a un pueblo a buscar de comer sin licencia, o con ella que él bien decía que la había pedido, y por esta razón lo mandó prender. Juntóse el consejo y luego salió resuelto que fuese el preso estropeado. El sargento mayor, a quien la ejecución tocaba, muy solícito pegaba en uno y otro cabo, y como no los conocía ni se daba maña, dijo al contramaestre hiciese guarnir un motón y subir la verga arriba. En este paso estaba la comedia, cuando iban saliendo por la escotilla un alférez con unos alabarderos tan largos y flacos como él lo era, que venían por autoridad desta justicia, y el atambor que cerca de difunto estaba en rostro y fuerzas, y en vestido y caja extragadísimo, porque no hay obra sin entremés. Era el contramaestre un Marcos Marín, de nación arragocés, hombre de gran cuerpo, ya viejo y muy de bien, y como sabía mejor conocer cosas y quejarse de ellas, que no pronunciar la lengua castellan, era donosa cosa oír sus libertades honradas y bien fundadas quejas, de que usó hasta con el mismo adelantado; pero era muy cuidadoso y grandemente entendido en su oficio. Como el sargento mayor le daba tanta priesa, y él tenía tan poca gana, le dijo: --Reportaos, señor sargento mayor, que harto estropeados estamos con tantas hambres, enfermedades y muertes que por la mar se han pasado y pasan: mejor será que se vea esto que no se estropee el otro. El sargento mayor le replicó, que diese orden se aprestase, que la gobernadora lo mandaba. Respondió el contramaestre: --Igual hiciera la señora en darnos de comer de lo que tiene guardado, y las botijas de vino y aceite que aquí vende un secreto mercader, gastarlas con quien tiene necesidad, que no esas estropeaduras. Mandador tengo que me mandará lo que convenga. El sargento mayor se enojó, y él, sin ninguna pena, dijo: --Buen recaudo tenemos: estropea acá, ahorca acullá, mucha orden y morir de hambre. Estando en esto sonaron quejas y llantos, que su mujer del preso hacía pidiendo justicia a Dios, del agravio que a su marido querían hacer. El piloto mayor fue a hablar a la gobernadora y representarle, que parecía cosa injusta, en pago de tantas calamidades como aquel hombre había pasado, muertos cuatro hijos, gastada su hacienda, en remate, por causa poca y mal averiguada, quedar sin todo y morir sin honra. Respondió la gobernadora, que había quebrantado su mandamiento y era razón lo pagase. Y el piloto mayor replicó diciendo: que también se quebrantaban los de Dios con pena de la vida eterna, y los de la Santa Madre Iglesia con pena de excomunión, y los del Rey con pena de traidor, pérdida de la vida, honra y hacienda, y que no se ensangrentaba luego la espada. Dijo la gobernadora que había mandado hacer aquello para poner miedo a los marineros. Pidióla el piloto mayor que no fuese a tanta costa ajena, y que él los asiguraba y se hacía cargo de ellos. Con esto fue libre el preso y paró la solicitud del sargento mayor.
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Cómo se volvieron de la entrada los tres cristianos e indios que iban a descubrir Pasados veinte días que los tres españoles hobieron partido de la ciudad de la Ascensión a ver el camino que los indios se ofrescieron a les enseñar, volvieron a la ciudad, y dijeron que llevando por guía principal Aracare, indio principal de la tierra, habían entrado por el que dicen puerto de las Piedras, y con ellos hasta ochocientos indios, poco más o menos; y habiendo caminado cuatro jornadas por la tierra por donde los dichos indios iban, guiando el indio Aracare, principal, como hombre que los indios le temían y acataban con mucho respeto, les mandó, desde el principio de su entrada, fuesen poniendo fuego por los campos por donde iban caminando, que era dar grandes aviso a los indios de aquella tierra, enemigos, para que saliesen a ellos al camino y los matasen; lo cual hacían contra la costumbre y orden que tienen los que van a entrar y a descubrir por semejantes tierras y entre los indios se acostumbraba; y allende de esto, el Aracare públicamente iba diciendo a los indios que se volviesen y no fuese con ellos a les enseñar el camino de las poblaciones de la tierra, porque los cristianos eran muy malos, y otras palabras muy malas y ásperas, con las cuales escandalizó a los indios; y no embargantes que por ellos fueron rogados e importunados siguiesen su camino y dejasen de quemar los campos, no lo quisieron hacer; antes al cabo de las cuatro jornadas se volvieron, dejándoles desamparados y perdidos en la tierra, y en muy gran peligro, por lo cual les fue forzado volverse, visto que todos los indios y las guías se habían vuelto.
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Cómo envió Cortés a llamar a todos los caciques de aquellas provincias, y lo que sobre ello se hizo Ya he dicho cómo prendimos en aquella batalla cinco indios, e los dos dellos capitanes; con los cuales estuvo Aguilar, la lengua, a pláticas, e conoció en lo que le dijeron que serían hombres para enviar por mensajeros; e díjole al capitán Cortés que les soltasen, y que fuesen a hablar con los caciques de aquel pueblo e otros cualesquier; y a aquellos dos indios mensajeros se les dio cuentas verdes e diamantes azules, y les dijo Aguilar muchas palabras bien sabrosas y de halagos, y que les queremos tener por hermanos y que no hubiesen miedo, y que lo pasado de aquella guerra que ellos tenían la culpa, y que llamasen a todos los caciques de todos los pueblos, que les queríamos hablar, y se les amonestó otras muchas cosas bien mansamente para atraerlos de paz; y fueron de buena voluntad, e hablaron con los principales e caciques, y les dijeron todo lo que les enviamos a hacer saber sobre la paz. E oída nuestra embajada, fue entre ellos acordado de enviar luego quince indios de los esclavos que entre ellos tenían, y todos tiznadas las caras e las mantas y bragueros que traían muy ruines, y con ellos enviaron gallinas y pescado asado e pan de maíz; y llegados delante de Cortés, los recibió de buena voluntad, e Aguilar, la lengua, les dijo medio enojado que cómo venían de aquella manera prietas las caras; que más venían de guerra que para tratar paces, y que luego fuesen a los caciques y les dijesen que si querían paz, como se la ofrecimos, que viniesen señores a tratar della, como se usa, e no enviasen esclavos. A aquellos mismos tiznados se les hizo ciertos halagos, y se envió con ellos cuentas azules en señal de paz y para ablandarles los pensamientos. Y luego otro día vinieron treinta indios principales e con buenas mantas, y trajeron gallinas y pescado, e fruta y pan de maíz, y demandaron licencia a Cortés para quemar y enterrar los cuerpos de los muertos en las batallas pasadas, porque no oliesen mal o los comiesen tigres o leones; la cual licencia les dio luego, y ellos se dieron prisa en traer mucha gente para los enterrar y quemar los cuerpos, según su usanza; y según Cortés supo dellos, dijeron que les faltaba sobre ochocientos hombres, sin los que estaban heridos; e dijeron que no se podían tener con nosotros en palabras ni paces, porque otro día habían de venir todos los principales y señores de todos aquellos pueblos, e concertarían las paces. Y como Cortés en todo era muy avisado, nos dijo riendo a los soldados que nos hallamos teniéndole compañía: "¿Sabéis, señores, que me parece que estos indios temerán mucho a los caballos, y deben de pensar que ellos solos hacen la guerra e asimismo las bombardas? He pensado una cosa para que mejor lo crean, que traigan la yegua de Juan Sedeño, que parió el otro día en el navío, e atarla han aquí adonde yo estoy, e traigan el caballo de Ortiz "el músico", que es muy rijoso, y tomará olor de la yegua; e cuando haya tomado olor della, llevarán la yegua y el caballo, cada uno de por sí, en parte que desque vengan los caciques que han de venir, no los oigan relinchar ni los vean hasta que estén delante de mí y estemos hablando"; e así se hizo, según Y de la manera que lo mandó; que trajeron la yegua y el caballo, e tomó olor della en el aposento de Cortés; y demás desto, mandó que cebasen un tiro, el mayor de los que teníamos, con una buena pelota y bien cargada de pólvora. Y estando en esto que ya era mediodía, vinieron cuarenta indios, todos caciques, con buena manera y mantas ricas a la usanza dellos; saludaron a Cortés y todos nosotros, y traían de sus inciensos, zahumándonos cuantos allí estábamos, y demandaron perdón de lo pasado, y que allí adelante serían buenos. Cortés les respondió con Aguilar, nuestra lengua, algo con gravedad, como haciendo del enojado, que ya ellos habían visto cuantas veces les habían requerido con la paz, y que ellos tenían la culpa, y que ahora eran merecedores que a ellos e a cuantos quedan en todos sus pueblos matásemos; y. porque somos vasallos de un gran rey y señor que nos envió a estas partes, el cual se dice el emperador don Carlos, que manda que a los que estuvieren en su real servicio que les ayudemos e favorezcamos; y que si ellos fueren buenos, como dicen, que así lo haremos, e si no, que soltará de aquellos tepustles que los maten (al hierro llaman en su lengua tepustle), que aun por lo pasado que han hecho en darnos guerra están enojados algunos dellos. Entonces secretamente mandó poner fuego a la bombarda que estaba cebada, e dio tan buen trueno y recio como era menester; iba la pelota zumbando por los montes, que, como en aquel instante era mediodía e hacía calma, llevaba gran ruido, y los caciques se espantaron de la oír; y como no habían visto cosa como aquella, creyeron que era verdad lo que Cortés les dijo, y para asegurarles del miedo, les tornó a decir con Aguilar que ya no hubiesen miedo, que él mandó que no hiciese daño, y en aquel instante trajeron el caballo que había tomado olor de la yegua, y átanlo no muy lejos de donde estaba Cortés hablando con los caciques; y como a la yegua la habían tenido en el mismo aposento adonde Cortés y los indios estaban hablando, pateaba el caballo, y relinchaba y hacía bramuras, y siempre los ojos mirando a los indios y al aposento donde había tomado olor de la yegua, e los caciques creyeron que por ellos hacía aquellas bramuras del relinchar y el patear, y estaban espantados. Y cuando Cortés los vio de aquel arte, se levantó de la silla, y se fue para el caballo y le tomó del freno, e dijo a Aguilar que hiciese creer a los indios que allí estaban que había mandado al caballo que no les hiciese mal ninguno; y luego dijo a dos mozos de espuelas que lo llevasen de allí lejos, que no lo tornasen a ver los caciques. Y estando en esto, vinieron sobre treinta indios de carga, que entre ellos llaman tamemes, que traían la comida de gallinas y pescado asado y otras cosas de frutas, que parece ser se quedaron atrás o no pudieron venir juntamente con los caciques. Allí hubo muchas pláticas Cortes con aquellos principales, y dijeron que otro día vendrían todos, e traerían un presente e hablarían en otras cosas; y así, se fueron muy contentos. Donde los dejaré ahora hasta otro día.
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Capítulo XXXV De cómo los de la Puná con sus aliados dieron batalla a los cristianos, en la cual fueron vencidos, y lo que más pasó Estaban juntos más de tres mil y quinientos hombres, todos con sus armas, aguardando a Tumbala, con los otros señores y principales que habían sido muertos como se ha dicho atrás. Como los que huyeron de la refriega se juntaron con ellos, contáronles lo que pasaba y que los españoles habían inhumanamente habídose con los mayores suyos, porque los entregaron en manos de los de Túmbez, que luego descabezaron a todos, y que Tumbala estaba en poder de los cristianos con quien ellos con desesperación de ver tal cosa, habían peleado, y que muchos de sus compañeros quedaban muertos. Esto oído por los isleños, dieron tales gritos y gemidos, que se oían lejos de ellos. Quejábanse de su fortuna y de sus dioses, porque permitían que los cristianos, siendo tan pocos, fuesen poderosos de matar a tantos. Preguntábanse unos a otros, que por qué hacían aquello. Querellábanse de los incas porque teniendo enemigos tan feroces en su tierra, trataban la guerra entre ellos y daban lugar a lo que pasaba. Determinaron de morir en el campo como buenos hombres, o con la muerte de los españoles vengar la que dieron los de Túmbez a sus caciques y principales. Y así mandaron con un súbito furor, que fuesen setecientos flecheros en sus balsas a dar en un navío que estaba en el puerto, y los demás todos determinaron de acercarse a los españoles a tener con ellos su batalla; y así marcharon en sus escuadrones yendo delante sus capitanes y mandones. Pizarro creyó estar seguro con tener en su poder a Tumbala; mas oyeron presto el estruendo que traían la gente de guerra. Y habían llegado los que iban en las balsas a la nave; mas los que estaban dentro pusieron las velas de tal manera que con ellas se ampararon de los tiros de dardo y flechas. Los demás llegaron a vista de los españoles; de los cuales se habían desmandado tres o cuatro codiciosos a buscar oro entre los muertos; de ellos fueron vistos los dos por los indios y muertos cruelmente. En esto Pizarro animó su gente con palabras de capitán esforzado, como él fue y de ánimo grande, Los caballos fueron puestos en orden; lo mismo los rodeleros aguardaron a los indios, que por tres partes dieron en ellos determinadamente y con gran denuedo; los nuestros se mezclaron entre ellos alanceando con las lanzas y cortando con las espadas en aquellos hombres isleños y sus confederados; tanto que el campo estaba lleno de sangre. Como tantos vieron morir y caer heridos, hostigados y muy espantados volvieron las espaldas, habiendo procurado, lo a ellos posible, de salir con su intención; no hicieron otro daño que herir dos españoles y tres caballos. Los que fueron contra el navío tuvieron la misma fortuna que ellos, sin haber efecto su propósito. Volviéronse acuitándose, pareciéndoles que repugnaba a toda buena razón lo que veían que tan poquitos hombres prevaleciesen contra las millaradas que ellos eran. Teníanlo por gran dislate y así ellos mismos se afligían, llamando bienaventurados a los muertos. Los que salieron de la batalla, con los más que habían quedado, tomaron por fuerte unas pequeñas sierras que venían a rematarse cerca de donde los españoles estaban. Pizarro mandó curar los heridos y caballos, encargando a todos no se descuidasen, ni ninguno por codicia de oro saliese de su alojamiento. Los indios que estaban en los collados salían algunas veces dando la grita que suelen ellos dar, y tirando muchos dardos y otros tiros, volvían a donde se tenían por seguros. Como Pizarro viese que tantos indios habían muerto y morirían en aquella guerra, doliéndose de la perdición de sus ánimas, pues es notorio iban todos a parar al infierno, con mucha tristeza que de ello sintió, llamando a las lenguas, dijo a Tumbala: "por qué has causado tanto mal, pues por tu causa ha venido el daño en la isla, estando en tu libertad procuraste por todas vías la muerte mía y de todos los cristianos librónos Dios de vuestras asechanzas mandéte prender porque te asegurases, no te quise matar por la dignidad del señorío que tienes, no ha manado de tu voluntad para mandar a los tuyos que dejen las armas y querer nuestra amistad. Si os va bien de querer ser nuestros enemigos, ya lo habéis visto, la experiencia se ha hecho con vuestro daño; creed que de los muertos has de dar a Dios cuenta, que es otro negocio más importante". Y que para que el daño no fuese adelante que, le amonestaba de parte de Dios y requería, enviase mensajeros a mandar a los indios que dejasen las armas y viniesen a sus casas, poblando los pueblos con sus mujeres e hijos. Porque yo prometo de no hacer guerra, ni consentir robo ni que les fuese hecha injuria. Tumbala respondió pocas palabras; que muchos habían dicho de él que era mentiroso, y que veía su tierra gastada y disipada y andar por ella sus enemigos los de Túmbez, cosa lamentable para ellos; mas que por le hacer placer, enviaría a rogar y mandar a los indios, dejasen las armas y viniesen en buena confederación y amistad. Pizarro se alegró, porque deseaba no conquistar derramando sangre. Fueron a los indios mensajeros; mas cuando oyeron lo que Tumbala mandaba, se indignaron contra él, diciendo con grandes fieros, que no tendrían paz con quien tanto mal les había hecho; y fueron y vinieron diversas veces mensajeros, mas no se concluyó nada; de que recibió enojo Pizarro. Mandó a Juan Pizarro, su hermano y a Sebastián de Belalcázar, que fuesen por la isla con alguna gente que hiciesen la guerra a los isleños, pues tan obstinados estaban en su mal propósito. Como lo mandó se hizo; mas los indios se metieron en las ciénagas tembladeras, que hay en estas partes, y por otros lugares fuertes, donde estaban seguros de no recibir daño. Hallaron éstos, que fueron, siete ovejas; matáronlas e hiciéronles cuartos para comer; y habiendo ruinado lo que pudieron de la isla volvieron a juntarse con Pizarro. En este tiempo que andaban en estas barajas los españoles con los de la Puná, llegó Hernando de Soto con caballos y gente de Nicaragua. Fue bien recibido del gobernador ellos y él; no le dio el cargo de general, porque lo usaba Hernando Pizarro, y quitárselo fuera mal contento; mas nombrólo por capitán. Soto encubrió lo que de ello sintió. Como Hernando de Soto llegase con la gente dicha, determinó Pizarro de salir de la Puna, pues tanta rebeldía había en sus naturales, e ir a Túmbez, tierra de sus amigos, y adonde creyó serían bien hospedados y proveídos; porque hasta entonces los de Túmbez debían mucho a los españoles y los españoles no nada a ellos.