Capítulo XXXIX De las demás fiestas ordinarias de los indios Prosiguiendo los meses por el orden que los indios los contaban, el noveno tenía por nombre Yapaquis, que es nuestro agosto, en el cual hacían sacrificio de otros cien carneros castaños, y se degollaban y quemaban mil cuyes, que son, como está dicho, a modo de gazapos, y los crían comúnmente en sus casas con increíble multiplico, y aún no hay hechicería en que no entren. Este sacrificio era ordenado, para que el hielo, el aire, agua y sol no dañasen a las chácaras. El décimo mes era loyaraimi, en el cual se quemaban otros cien carneros blancos lanudos. Corresponde a septiembre, y se hacía en él la fiesta dicha citua. En esta manera juntábanse todos los indios, antes que saliese la luna. El primer día, y en viéndola, comenzaban a gritar, dando voces, con hachos de fuego en las manos, y se daban unos a otros con ellos diciendo: vaya el mal fuera. Decían a éstos panconcos. Concluida esta ceremonia, se hacía el lavatorio general en los arroyos y fuentes, cada uno en su pertenencia, y luego empezaba la borrachera por cuatro días enteros. En este mes, las Mamaconas del Sol sacaban una infinidad de bollos, hechos con sangre de los sacrificios, y a cada forastero daban un bocado dellos, y también daban a las huacas forasteras de todo el reino, y a muchos curacas, en señal de amistad y confederación y lealtad al Sol y al Ynga. Ya todo esto ha cesado en público, aunque en secreto, variando las ceremonias, algunos indios desalmados lo deben de usar. El undécimo mes se decía Homaraymi Puchaiquis, en el cual sacrificaban cien carneros, y si faltaba agua del cielo, para que lloviese, ponían un carnero todo negro, atado, en un valle llano, derramando mucha chicha alrededor, y no le daban de comer hasta que lloviese. Este mes es octubre. El último mes, llamado Ayarmaca, que corresponde a noviembre, se sacrificaban en él otros cien carneros, y en él se hacía la fiesta, dicha Raimy Cantaraiquis. En este mes se aparejaba todo lo necesario para los muchachos principales que se habían de horadar las orejas y armar caballeros el mes siguiente de diciembre; y los muchachos con los viejos hacían cierto alarde, dando algunas vueltas. Esta fiesta se decía Yturaimi, la cual también hacían de ordinario cuando llovía poco, porque entonces es la fuerza de las sementeras en tierras templadas, o venían hambre o pestilencia. Demás de estas fiestas, que eran ordinarias, siguiendo los meses como venían y no se podían excusar, también tenían los indios otras extraordinarias, que se hacían y celebraban cuando querían, sin que fuese fuerza. Destas era la fiesta, dicha del ytu, la cual no tenía tiempo señalado, sino que a grandísima necesidad se hacía para celebrarla. Toda la gente se juntaba, ayunando dos días arreo, y, en ellos, no llegaban a sus mujeres y no comían cosa con sal, y así, ni bebían chicha y, acabado el ayuno, se juntaba en una plaza, donde no había de haber ningún forastero ni rastro de animales. Para esta fiesta tenían dedicadas ciertas mantas, vestidos y aderezos, que sólo servían en ella, y así cubiertas las cabezas, andaban en procesión muy despacio, sin hablar uno con otro, tocaban sus atambores. Esto duraba un día y una noche, y el día siguiente comían y bebían en grandísima abundancia, dos días con sus noches, danzando y bailando y diciendo que su oración había sido acepta al Sol y al Hacedor, y que por eso se holgaban y alegraban, y hacían fiesta en demostración de su contento. El día de hoy, al disimulo en las fiestas del Corpus Christi, traen a la memoria esta fiesta del ytu, aunque variando las ceremonias por no ser descubiertos; pero en efecto ya se van poco a poco olvidando. Cuando el Ynga era muerto, y levantaban por rey al hijo mayor que le sucedía en el señorío, al darle la Mascaypacha, que es la borla, como está dicho, insignia y corona de los Yngas, hacían millones de ceremonias, fiestas y sacrificios con invenciones y regocijos; y, entre otras, usaban sacrificar doscientos niños de cuatro años hasta diez, los cuales se ofrecían al Hacedor y al Sol por la vida del nuevo Ynga, y para que le guardase y diese victoria de sus enemigos, y viviese muchos años, y en su tiempo no hubiese hambres ni falta de los frutos de la tierra, ni a sus tiempos dejase de llover, ni viniesen pestilencias, ni hubiese rebeliones y, en fin, todo le sucediese al Ynga prósperamente, siendo temido de los suyos y de los enemigos. Demás de las dichas fiestas, había otras que se solemnizaban, cuando el Ynga se casaba, y cuando volvía con triunfo de las provincias conquistadas, y cuando sus capitanes alcanzaban alguna victoria famosa, o le nacía el hijo heredero de su reino. En las provincias particulares también se hacían otras fiestas especiales, por buenos sucesos dellas en alguna batalla, donde la gente della se señalaba más que de las otras provincias, o ganaba alguna fortaleza. Entonces, con licencia del Ynga, hacían sus fiestas y regocijos, precediendo sacrificios al Hacedor y al Sol, por la salud y vida del Ynga. Luego entraban las solemnidades, juntándose para ellas la provincia o el pueblo, conforme la calidad que eran.
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En que se pone un discurso que el piloto mayor hizo porqué no se hallaron las islas de Salomón Porque las Islas de Salomón de que Hernán Gallego, piloto mayor que las descubrió, hace mención en su relación, y en cuya demanda iba el adelantado Álvaro de Mendaña, no son las Islas Marquesas de Mendoza, ni las de Santa Cruz, que en este viaje hallamos, y se pasó tan adelante del paraje en que él decía que estaban conforme a su instrucción; me pareció conveniente decir aquí lo que siento, para satisfacer las dudas que se pueden ofrecer por no haberse dado en ellas. Tres causas hallo que pudieran ser impedimento para que las islas de Salomón, a donde íbamos, no fuesen halladas. La primera, es decirse haber menos longitud de la que realmente había, porque no pareciesen tan lejos a las gentes que habían de ir a la población de ellas. La segunda, alguna pasión nacida de particulares intereses, y por éstos negarse la verdadera latitud, dando de ella más, o menos parte. La tercera es ignorancia, o la falta de los instrumentos, que no hay para mostrar ciertas distancias, o por razón de la estimativa con que se navega, parecer una cosa y ser otra, o yerro en el escribir. A la primera, si fue ansí que no se dijo la verdadera longitud de las islas de Salomón; digo que realmente no llegamos a ellas, y están más al Poniente de las otras que descubrimos. La razón es, porque si es verdad como me dijo el adelantado, por cuya orden hice las cartas para navegar, y verdad lo que dice su instrucción y la relación de Hernán Gallego, que de siete grados hasta doce de la parte del Sur, mil cuatrocientas y cincuenta leguas de Lima, estaban las islas de Salomón, no podían ser erradas, por haberse siempre navegado sin llegar a sus tremos, y haberse pasado por en medio de ellas cuatrocientas leguas más al Poniente: y es de creer que no quedan atrás y que están adelante. A la segunda, si fue pasión, como muchas personas dicen, que Hernán Gallego, pidiéndole el adelantado la derrota de aquellas islas, no le dio su verdadero lugar según latitud; porque cuando fue a la corte a dar noticia a Su Majestad, no había negociado una de ellas para él mismo, y que el adelantado en el tiempo que las fue a descubrir, no entendía el arte de navegar, y que a esta falta le pudo engañar: a esto digo que no pudo ser tan secreta su altura, cuando se descubrieron con cuatro pilotos, que no la supieran todos cuatro y toda cuanta gente fue con ellos, ni Hernán Gallego sabía entonces que se había de desavenir con el adelantado, ni yo creo que un hombre de tan buena fama como lo es el dicho, hiciese una cosa tal. Mas si en esto hubo engaño, digo que si las islas estaban de siete para menos grados, o de doce para más, y las buscamos por de siete a doce, bien podían quedar atrás a una de las dos partes. A la tercera, si fue ignorancia, no hay más que decir en esta parte; y lo más cierto es que navegando tanto como ellos navegaron del Leste a Oeste, que es rumbo por donde no se determina altura, ni se conoce longitud más de aquella que la estimación de cada uno puede determinar; en que puede haber muy grande engaño, así en el que estima, como en el navío, que en tal caso bien podían haber entendido andar menos camino del que realmente hicieron. Y para prueba de la mayor distancia que tienen del Perú las islas de Salomón, digo que dice Hernán Gallego en su relación, y también el adelantado me dijo, que en ocho grados y dos tercios, parte del Norte, estuvieron en las islas de San Bartolomé, que están en el paraje de los Barbudos, y vieron salir huyendo dellas una embarcación con vela de gavia; y enviada la barca a tierra, toda la parte natural se huyó de un pueblo suyo, y los nuestros lo entraron, y trajeron dél a los navíos un escoplo hecho de un clavo, por donde se entendió que habían estado, o estaban allí españoles. Lo que acerca de esto sospecharon es que cuando el adelantado Miguel López de Legazpi descubrió las islas Filipinas, un piloto llamado Lope Martín, sin orden suya se volvió a la Nueva España, a dar la nueva al virrey don Luis de Velasco, que había enviado a hacer aquel descubrimiento, de quien fue muy bien recibido y despachado con el socorro para ellas, y una carta, que llevaba el Lope Martín u otro de los que iban con él, que cierto amigo del adelantado Legazpi le escribía desde Méjico, en que decía que vista aquella, ahorcase luego al Lope Martín, por haber tomado la licencia que no le dio. Esta carta la hubo a las manos, no sé por qué orden, el Lope Martín. Demás de esto, entre él y los otros hubo encuentros y algunas muertes con la del capitán, y llegados a los Barbudos, salió a tierra Lope Martín con otros amigos suyos; y el contramaestre con los de su bando se concertaron y se hicieron a la vela, y los dejaron en la isla; y como el adelantado Álvaro de Mendaña llegó a estas islas, que fue poco tiempo después de este suceso, sospéchase que los quedados entendieron que los iban a buscar para castigarlos, y a esta causa se huyeron en aquella embarcación que sobre la barca debían ya de tener hecha, y fueron a parar a la Nueva Guinea. Digo yo, que si esto es verdad, como se dice que las islas de los Barbudos están de la parte del Norte en ocho, nueve y diez grados, más y menos, y dos mil leguas y más del Perú, y que saliendo Hernán Gallego de las islas de Salomón, que dice están a mil cuatrocientas y cincuenta leguas de Lima, yendo a buscar tierra de la Nueva España, navegando del Nordeste para el Norte, que así se corren las islas con aquella costa, que no podían encontrar con las islas de los Barbudos, estando con las islas de Salomón a menos que al Norueste, sino es habiendo salido de mucha más longitud de la que realmente pensaron, o no quisieron decir; y más, que las islas pobladas no es poco indicio estar la Nueva Guinea cerca. Dice más Hernán Gallego con estas formales palabras: "En dos y tres grados, hasta cuatro de la parte del Sur, hallamos grandísimas señales de tierra, y nunca vimos tierra ninguna. Al fin, que había tierra de la parte del Oeste de nosotros, y era la Nueva Guinea, y no está en más altura de cuatro grados de la parte del Sur, porque la descubrió Iñigo Ortiz de Rates, y no otro ninguno; que Bernardo de la Torre no descubrió ni vio tal, ni hay tal Cabo de la Cruz." Yo digo que lo tocante a señales de palmas en la mar y las demás que dice Hernán Gallego, también yo vi muchas que me estaban haciendo fuerza a creer que fue la causa estar la Nueva Guinea cerca, por ser en la misma altura y paraje, y por otras razones que adelante en su lugar daré: y que también en la parte del Norte encontré, en altura de seis grados paraje de los Barbudos, una isla poblada de buenos indios; mas que yo salí de la isla de Santa Cruz, mil ochocientas y cincuenta leguas de Lima, y después navegué más al Oeste otras cuarenta leguas, que vienen a ser cuatrocientas y cuarenta de más camino que no salió Hernán Gallego, según él dice; y que porque yo navegaba a las islas Filipinas, que es más al Poniente, estaba más anejo a mí dar vista a las señales de isla que hallé, que no a Hernán Gallego, pues confiesa que salió de punto apartado de Lima mil cuatrocientas y cincuenta leguas, y llevaba su vía a la Nueva España, que es de Norte al Nordeste. Con que está probado que no podía ver las tales señas, ni las islas que vio, sino habiendo salido de mucha más longitud de la que dice. Dice más Hernán Gallego, hablando en su relación con el licenciado Castro, presidente que era en aquel tiempo en la audiencia de la ciudad de los Reyes, que es quien despachó para que se hiciera aquel descubrimiento, estas palabras: "Estando en siete grados parte del Sur, treinta leguas apartados de la isla de Jesús, que fue la primera que descubrimos, porque como vimos el archipiélago de las islas, nunca quisieron que descubriese para adelante, sino que volviésemos al Perú como es público y notorio; que si adelante fuéramos, otro gallo nos catara: porque descubriéramos otra tierra diferente de ésta y muy cerca de adonde estábamos. La bondad de la tierra que dijo no la quiero decir porque V.? S.? lo sabrá de otros." Digo a esto, que pues Hernán Gallego estaba tan cierto que se hallaba tan cerca de la Nueva Guinea como él dice, que esto no lo podía él sentir sino era sabiendo que estaba las dos mil y más leguas que hay de Lima a ella, porque en el sitio suyo no puede haber grande engaño, por ser descubierta a muy poca distancia, como hay del Maluco a ella; porque Miguel Rojo de Brito, natural de Lisboa, fue del Maluco a la Nueva Guinea, y dice estar muy cerca, como se verá en un capítulo de una relación suya que irá al pie deste discurso. Y aunque yo no sé el fundamento que se llevaba en aquel descubrimiento de que se trata, sospecho que iban en su demanda, porque lo da a entender cuando dice que Iñigo Ortiz de Rates la descubrió, y no Bernardo de la Torre; y según esto bien se puede tener por cierto que era relación de alguno de ellos, o de ambos que iban siguiendo; pues dice que no hay tal Cabo de Cruz, y que la Nueva Guinea no está más de en cuatro grados de la parte del Sur, dando a entender que el uno decía en los cuatro grados que él tenía por más cierto, y el otro en más; que decía ir buscando, y no la halló: y como acaso encontró la isla del nombre de Jesús en seis grados y tres cuartas, y luego encontró los bajos de la Candelaria y la isla de Santa Isabel, y siempre fue descubriendo para más altura y a menos longitud. Fuele quizás el impedimento para no ver la Nueva Guinea, el que yo entiendo fue a nosotros la isla de Santa Cruz, que encontramos para no ver las islas de Salomón, y lo que de esto entiendo es que la Nueva Guinea, islas de Salomón, islas de Santa Cruz, todas son vecinas, unas de otras, por algunas razones que luego daré. Dice más Hernán Gallego, que cuando el adelantado le pidió su parecer para la vuelta de aquellas islas al Perú, que quedaban mil y setecientas leguas de golfo que navegar: y luego dice que salido del puerto de la isla de San Cristóbal, estando tres leguas de tierra a la parte del Leste della, que les dio un recio viento del Sueste, con que navegó veinte leguas al Nordeste, cuarta del Leste, y quince al Nordeste cuarta del Norte, y al Nordeste veinte y cinco, y diez y ocho al Norte cuarta del Nordeste, y que estando en aqueste punto, estaba en siete grados largos parte del Sur-Leste-Oeste cuarta del Noroeste-Sueste, treinta leguas apartado de la isla de Jesús de la parte del Leste della. Digo, que él dice, que aquesta isla de Jesús fue la primera que descubrió, y que estaba en seis grados y tres cuartas de la parte del Sur, y que había de ella a la ciudad de Lima mil cuatrocientas y cincuenta leguas: y si es ansí como lo dice, que esta isla de Jesús con el puerto de donde salió se corre casi Norte-Sur, síguese luego que las mismas leguas que hay de la isla de Jesús a Lima, había de haber del puerto de San Cristóbal, por estar ambos puertos casi en un mismo meridiano. Y pues a lo claro se ve que en esto se descuidó, o no hizo bien su cuenta, muy mejor se puede entender que lo debió de haber en el todo en determinar la verdadera longitud; pues en tan poco espacio como hay de un punto a otro, hubo engaño de ducientas y cincuenta leguas: por donde infiero que en tanto camino como hay de Lima a las islas de Salomón, mucho mayor sería el yerro, y siendo, como es, navegación de Leste a Oeste. Si su relación se mira, hallarse han otros puntos de poca claridad y aun de contradicción, porque una vez dice: los indios le dijeron había de aquellas islas al Sueste mucha tierra, y dice que la vio: y luego dice que un marinero subió en la palma, y que no la vio. Dice más, que a la isla de Guadalcanal no la vio el cabo, y que su costa iba corriendo al Oeste: y luego dice que era menester seis meses para andarla; y a la tierra que no vio la vende por muy buena, y afirma lo no visto por muy cierto: y dice que era mejor ir a la parte del Norte para volver al Perú, porque por la del Sur tenía por dificultoso hallar vientos; razón que la confesaron pocos pilotos, porque no la hay más par haber vientos generales fuera de los trópicos en tanta altura de la parte del Norte como de la del Sur. Y ¿cuánto más barato era, estando (como dice) cierto de no haber tierra al Sueste, ir de once grados, donde se hallaba a treinta o cuarenta de su parte, que no disminuir once y subir a treinta y más de la parte contraria, y quedar más lejos del Perú? Y porque también puede ser duda, cómo el adelantado la primera vez no encontró las islas que agora descubrimos, digo; que cuando salió a navegar del Perú, hicieron una vuelta larga a diez y ocho grados al Oessudueste, y otra al Oesnorueste, y puestos en seis grados más y menos, fueron siguiendo aquella altura, según que lo he sabido de quien se halló en aquella navegación: y por esto no pudieron encontrar aquellas islas, que estaban en más altura, y las dejaron a la parte del Sur, y pasaron por el Norte de ellas. Para más prueba de que las islas de Santa Cruz parece que están más cerca de las de Salomón, viene bien ser sus naturales parejos en color, teñirse de colores los cabellos, llamar al capitán jauriquí, tener las mismas armas, los puercos, gallinas de Castilla, y otras tantas cosas de unos mismos géneros como en ambas relaciones se puede ver, y realmente se puede tener por cierto que todas las gentes de las islas de Santa Cruz, islas de Salomón, proceden del Archipiélago de las Filipinas. Demás que el teñir los indios de Santa Cruz los dientes de colorado y de negro, y usar comer el buyo, como lo comen en Filipinas, y haber en la isla de Luzón negros que dicen ser los naturales de la tierra, a quien llaman pogotes, retirados en una isla que se dice Maragondon, y en otras islas; por manera que los morillos e indios vizayas, y otras castas de gentes que hay por allí, les ocupan sus tierras, y los echaron de ellas, y arrinconaron los que quedaron a donde están: y bien podría ser, que por razón de los advenedizos, los perseguidos fuesen buscando a donde poblar, hasta hinchir y ocupar la Nueva Guinea, como más cerca, y de allí a las islas de Salomón, y de estas a la de Santa Cruz; y los mulatos, y las diferencias de color que hay entre todos proceda de las mezclas de unos y otros. En conclusión digo, que me dijo el adelantado, y también ciertos pilotos de aquel tiempo, que Hernán Gallego, yendo navegando a la costa de Méjico, se hizo un día con tierra, y que después se navegó para llegar a ella setecientas leguas, que juntadas con las mil cuatrocientas y cincuenta, que él dice de las islas de Salomón a Lima, vienen a ser más de dos mil, que digo ponen de Lima a la Nueva Guinea, del cual paraje realmente debió de salir. Y siendo así, viene todo bien a mi sospecha, y podría ver, como él dice, las señales de la tierra de la Nueva Guinea, encontrar con los Barbudos, y no se ver la tierra cuando se dijo; porque si saliera de las mil cuatrocientas y cincuenta que dice, parece mucho tiempo más de cuatro meses de navegación, para poco más de setecientas leguas que hay desde allí a la costa de la Nueva España, navegando por rumbos tan fáciles de conocer, el camino hecho, Por ser al Norte. Con que se ve no Podía haber tan grande engaño, si no era habiendo entendido salía de aquel punto, y ser de otro más al Poniente las dichas setecientas leguas; y parece que satisface lo dicho, hasta que se vea lo contrario.
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Cómo vino Domingo de Irala A 15 días del mes de febrero vino a surgir a este pueblo de la Ascensión Domingo de Irala, con los tres bergantines que llevó al descubrimiento del río del Paraguay; el cual salió en tierra a dar relación al gobernador de su descubrimiento; y dijo que dende 20 de octubre, que partió del puerto de la Ascensión, hasta el de los Reyes, 6 días del mes de enero, había subido por el río del Paraguay arriba, contratando y tomando aviso de los indios naturales que están en la ribera del río hasta aquel dicho día; que había llegado a una tierra de una generación de indios labradores y criadores de gallinas y patos, los cuales crían estos indios para defenderse con ellos de la importuidad y daño que les hacen los grillos, porque cuantas mantas tienen se las roen y comen; críanse estos grillos en la paja con que están cubiertas sus casas, y para guardar sus ropas tienen muchas tinajas, en las cuales meten sus mantas y cueros dentro, y tápanlas con unos tapaderos de barro, y de esta manera defienden sus ropas, porque de la cumbre de las casas caen muchos de ellos a buscar qué roer, y entonces dan los patos con ellos con tanta priesa, que se los comen todos; y esto hacen dos o tres veces cada día que ellos salen a comer, que es hermosa cosa de ver la montanera con ellos; y estos indios habitan y tienen sus casas dentro de unas lagunas y cercados de otras; llámanse cacocies chaneses; y que de los indios habían tenido aviso que por la tierra era el camino para ir a las poblaciones de la tierra adentro; y que él había entrado tres jornadas, y que le había parescido la tierra muy buena, y que la relación de dentro de ella le habían dado los indios; y allende de esto, en estos pueblos de los indios de esta tierra habían grandes bastimentos, adonde se podían fornescer para poder hacer por allí la entrada de la tierra y conquista; y que había visto entre los indios muestra de oro y plata, y se habían ofrescido a le guiar y enseñar el camino, y que en todo su descubrimiento que había hecho por todo el río, no había hallado ni tenido nueva de tierra más aparejada para hacer la entrada que determinaba hacer; y que teniéndolo por tal, había entrado por la tierra adentro por aquella parte, que por haber llegado en el mismo día de los Reyes a ella, le había puesto por nombre el puerto de los Reyes, y dejaba los naturales de con gran deseo de ver los españoles, y que el gobernador fuese a los conoscer; y luego como Domingo de Irala hobo dado la relación al gobernador de lo que había hallado y traía, mandó llamar y juntar a los religiosos y clérigos y a los oficiales de Su Majestad y a los capitanes y estando juntos, les mandó leer la relación que había traído Domingo de Irala, y les rogó que sobre ello hobiesen su acuerdo, y le diesen su parescer de lo que se había de hacer para descubrir aquella tierra, como convenía al servicio de Dios y de Su Majestad, como otra vez lo tenía pedido y rogado; porque así convenía a servicio de Su Majestad, pues tenían camino cierto descubierto, y era el mejor que hasta entonces habían hallado; y todos juntos, sin discrepar ninguno, dieron su parescer, diciendo que convenía mucho al servicio de Su Majestad que con toda presteza se hiciese la entrada por el puerto de los Reyes, y que así convenía y lo daban por su parescer, y lo firmaban de sus nombres; y que luego, sin dilación ninguna se había de poner en efecto la entrada, pues la tierra era poblada de mantenimientos y otras cosas necesarias para el descubrimiento de ello. Visto los paresceres de los religiosos, clérigos y capitanes, y conformándose con ellos el gobernador, paresciéndole ser así cumplidero al servicio de Su Majestad, mandó aderezar y poner a punto los diez bergantines que él tenía hechos para el mismo descubrimiento, y mandó a los indios guaraníes que le vendiesen los bastimentos que tenían, para cargar y fornescer de ellos los bergantines y canoas que estaban prestos para el viaje y descubrimiento, porque el fuego que habían pasado antes le había quemado todos los bastimentos que él tenía, y por esto le fue forzado comprar de su hacienda a los indios muchos rescates por ellos, por no aguardar a que viniesen otros frutos, para despachar y proveer con toda brevedad; y para que más brevemente se hiciese y le trajesen los bastimentos sin que los indios viniesen cargados con ellos, envió al capitán Gonzalo de Mendoza con tres bergantines por el Paraguay arriba a la tierra y lugares de los indios sus amigos y vasallos de Su Majestad que les tomase los bastimentos, y mandó que los pagase a los indios y les hiciese muy buenos tratamientos, y que los contentase con rescates, que llevaban mucha copia de ellos; y que mandase y apercibiese a las lenguas que habían de pagar a los indios los bastimentos, los tratasen bien y no les hiciesen agravios y fuerzas, so pena que serían castigados, y que así lo guardasen y cumpliesen.
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Cómo fue Tendile a hablar a su señor Montezuma y llevar el presente, y lo que hicimos en nuestro real Desque fue Tendile con el presente que el capitán Cortés le dio para su señor Montezuma, e había quedado en nuestro real el otro gobernador que se decía Pitalpitoque, quedó en unas chozas apartadas de nosotros, y allí trajeron indios para que hiciesen pan de maíz, y gallinas, frutas y pescado, y de aquella proveían a Cortés y a los capitanes que comían con él (que a nosotros los soldados, si no lo mariscábamos o íbamos a pescar, no lo teníamos); y en aquella sazón vinieron muchos indios de los pueblos por mí nombrados, donde eran gobernadores aquellos criados del gran Montezuma, y traían algunos dellos oro y joyas de poco valor y gallinas a trocar por nuestros rescates, que eran cuentas verdes, diamantes y otras cosas, y con aquello nos sustentábamos, porque comúnmente todos los soldados traíamos rescate: como teníamos aviso cuando lo de Grijalva que era bueno traer cuentas, y en esto pasaron seis o siete días; y estando en esto vino el Tendile una mañana con más de cien indios cargados, y venía con ellos un gran cacique mexicano, y en el rostro, facciones y cuerpo se parecía al capitán Cortés, y adrede lo envió el gran Montezuma; porque, según dijeron, cuando a Cortés le llevó Tendile dibujada su misma figura, todos los principales que estaban con Montezuma dijeron que un principal que se decía Quintalbor se le parecía a lo propio a Cortés, que así se llamaba aquel gran cacique que venía con Tendile; y como parecía a Cortés, así le llamábamos en el real Cortés allá, Cortés acullá. Volvamos a su venida y lo que hicieron en llegando donde nuestro capitán estaba, y fue que besó la tierra con la mano, y con braseros que traían de barro, y en ellos de su incienso le zahumaron, y a todos los demás soldados que allí cerca nos hallamos; y Cortés les mostró mucho amor y asentólos cabe sí; e aquel principal que venía con aquel presente traía cargo de hablar juntamente con el Tendile (ya he dicho que se decía Quintalbor); y después de haberle dado el parabién venido a aquella tierra, y otras muchas pláticas que pasaron, mandó sacar el presente que traían encima de unas esteras que llaman petates, y tendidas otras mantas de algodón encima dellas, lo primero que dio fue una rueda de hechura de sol, tan grande como de una carreta, con muchas labores, todo de oro muy fino, gran obra de mirar, que valía, a lo que después dijeron que le había pesado, sobre veinte mil pesos de oro, y otra mayor rueda de plata, figurada la luna con muchos resplandores, y otras figuras en ella, y esta era de gran peso, que valía mucho, y trajo el casco lleno de oro en granos crespos como lo sacan de las minas, que valía tres mil pesos. Aquel oro del casco tuvimos en más, por saber cierto que había buenas minas, que si trajeran treinta mil pesos. Mas trajo veinte ánades de oro, de muy prima labor y muy al natural, e unos como perros de los que entre ellos tienen, y muchas piezas de oro figuradas, de hechura de tigres y leones y monos, y diez collares hechos de una hechura muy prima, e otros pinjantes, e doce flechas y arco con su cuerda, y dos varas como de justicia, de largo de cinco palmos, y todo esto de oro muy fino de obra vaciadiza; y luego mandó traer penachos de oro y de ricas plumas verdes y otras de plata, y aventadores de lo mismo, pues venados de oro sacados de vaciadizo; e fueron tantas cosas, que, como ha ya tantos años que pasó, no me acuerdo de todo; y luego mandó traer allí sobre treinta cargas de ropa de algodón tan prima y de muchos géneros de labores, y de pluma de muchos colores, que por ser tantos no quiero en ello más meter la pluma, porque no lo sabré escribir. Y después de haberlo dado, dijo aquel gran cacique Quintalbor y el Tendile a Cortés que reciba aquello con la gran voluntad que su señor se lo envía, e que lo reparta con los teules que consigo trae; y Cortés con alegría los recibió; y dijeron a Cortés aquellos embajadores que le querían hablar lo que su señor Montezuma le envía a decir. Y lo primero que le dijeron, que se ha holgado que hombres tan esforzados vengan a su tierra, como le han dicho que somos, porque sabía lo de Tabasco; y que deseaba mucho ver a nuestro gran emperador, pues tan gran señor es, pues de tan lejanas tierras como venimos tiene noticias de él, e que le enviará un presente de piedras ricas, e que entre tanto que allí en aquel puerto estuviéremos, si en algo nos puede servir que lo hará de buena voluntad; e cuanto a las vistas, que no curasen dellas, que no había para qué; poniendo muchos inconvenientes. Cortés les tornó a dar las gracias con buen semblante por ello, y con muchos halagos dio a cada gobernador dos camisas de holanda y diamantes azules y otras cosillas, y les rogó que volviesen por su embajador a México a decir a su señor el gran Montezuma que, pues habíamos pasado tantas mares y veníamos de tan lejanas tierras solamente por le ver y hablar de su persona a la suya, que si así se volviese, que no lo recibiría de buena manera nuestro gran rey y señor, y que adonde quiera que estuviese le quiere ir a ver y hacer lo que mandare. Y los embajadores dijeron que irían y se lo dirían; mas que las vistas que dice, que entienden que son por demás. Y envió Cortés con aquellos mensajeros a Montezuma de la pobreza que traíamos, que era una copa de vidrio de Florencia, labrada y dorada, con muchas arboledas y monterías que estaban en la copa, y tres camisas de holanda, y otras cosas, y les encomendó la respuesta. Fuéronse estos dos gobernadores, y quedó en el real Pitalpitoque, que parece ser le dieron cargo los demás criados de Montezuma para que trajese la comida de los pueblos más cercanos. Dejarlo he aquí, y diré lo que en nuestro real pasó.
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Capítulo XXXIX De cómo los capitanes de Guascar, recogida la gente que escapó de la batalla, hicieron más llamamientos, y se dio la tercera batalla en el valle de Xauxa, la cual fue muy sangrienta, y cómo Atabalipa se quedó en Caxamalca Bien me acuerdo que concluí, en la segunda parte, donde trato de los incas, en la batalla que Atabalipa dio a los capitanes de Guascar, su hermano, en la provincia de los Paltas, donde fue vencedor Atabalipa, con muerte de muchos hombres; y ahora en el tiempo que vamos entrando, que Pizarro con los suyos venían a Túmbez, iba Atabalipa en seguimiento de sus enemigos, gozando del trofeo de su victoria; sabía por días, y aun por horas, todo lo que había pasado en los españoles en la guerra que tuvieron en la Puná. Admirábase cómo podían prevalecer siendo tan pocos contra tantos como les impedían la andada en la tierra. Echábalo a la flojedad de los suyos y no al esfuerzo de los nuestros; no quiso dejar su demanda por volver contra ellos; negoció guiado por Dios, pues su entendimiento se cegó en lo que más le iba. Enviaba a mandar que no les diesen cabida en sus pueblos; y él, con su gente, pasó de los Paltas. Guancanque, Inca Roca, Urco Guaranga, con los otros capitanes del rey Guascar como huyeron de la batalla, diéronse risa a salir de entre el enemigo; y aun muchos de los que escaparon les fueron a buscar, juntándose, con ellos, para con lealtad morir en el servicio de Guascar, inca verdadero, y no consentir que el bastardo quedase con tal dignidad. Ceguedad de unos y otros, porque por permisión y ordenación divina su señorío se acababa y ninguno, de los que ellos pensaban, había de reinar, sino gente tan extraña y apartada de sus memorias como lo estaba España del Perú y el Perú de España, hoy ha cincuenta años. Al Cuzco fue la nueva de la batalla y sabido por Guascar cómo su enemigo había salido vencedor, tanto enojo recibió, que me contaron indios viejos que con él estaban, que estuvo determinado de se ahorcar y que hizo grandes exclamaciones a sus dioses. Sus consejeros le amonestaron, que se dejase de lloros y mandase hacer nuevo llamamiento de gente, para procurar la destrucción de Atabalipa. Así lo hizo, volando la fama hasta Chile. De los cristianos también se contaba lo que habían hecho desde que entraron en Cuaque hasta que salieron de la Puná. No trataban resistencia a ellos ni lo tomaban por cosa dificultosa, porque de Atabalipa era de quien temían y a quien desamaban; el cual, muy alegre por las victorias pasadas, cobró tal estimación, que le acudieron muchos que no lo pensaron; él se mostraba muy arrogante y que le parecía ser poco reino el Perú todo para él; fingía mil desvaríos, afirmándolos por verdad: que el sol le favorecía, y así hablaba. No faltaba quien lo creía, sustentando con porfías que decía verdad. Fue caminando hacia el Cuzco, poniendo debajo de su señorío las provincias por donde pasaba, donde dejaba de su mano puestos delegados y gobernadores. Cuentan que usó de gran crueldad y desafueros, matando a muchos con quien tenía odio porque seguían la parte de Guascar. Así anduvo hasta que llegó a Caxamalca, adonde le llegó nueva de cómo Pizarro pasó a Túmbez, y que se juntaban con él cada día cristianos y caballos que venían por la mar. En esta provincia cuentan que tomó su parecer con los principales capitanes y mandones que con él venían que sería bueno hacer; y que después de bien pensado, se resumieron en que Atabalipa quedase en Caxamalca, sin pasar su persona adelante, por dos razones: la principal, porque los de Tomebamba y muchos de los comarcanos a Quito, y otras tierras de los chachapoyas, guancachupachos, yuncas de "los llanos" se mostraban amigos, de temor y no de amor; los cuales tenían gran fe con Guascar, y como le viesen cerca del Cuzco, todos se juntarían y darían en él por las espaldas, conque se vería en trabajo de muerte o de perdición; la otra, que se decía cómo aquellos barbados haraganes que, por no sembrar andaban de tierra en tierra comiendo y robando lo que hallaban, eran tan esforzados que, siendo tan pocos, con los caballos que traían, habían bastado a hacer lo que habían hecho; que podían entrar en la sierra y ocupar alguna provincia de ella o hacer alguna alianza con su enemigo por donde se viese en mayor peligro. Para remedio de lo uno y de lo otro era necesario quedarse en Caxamalca con fuerza de gente para hallarse poderoso para lo que sucediese, y que Chalacuchima y el Quizquiz con otros de sus capitanes fuesen la vuelta del Cuzco y procurasen acabar la guerra con la muerte de Guascar. A todo esto, Guancanque, con los otros capitanes habían andado hasta que llegaron al valle de Xauxa, a donde hallaron mandado de Guascar, para que tornasen a dar batalla a Atabalipa, y estaban juntos muchos de los huancas, de los yauyos, chancas, yuncas, chachapoyas, guancachupachos con otras naciones, porque como a cosa hecha y que convenía poner remedio, se juntó potente ejército de gente, todos con sus armas; deseando que la fortuna les fuese más favorable que hasta allí, para castigar a Atabalipa y a los que le seguían. Concuerdan que la gente que se juntó de parte de Guascar eran ciento y treinta mil hombres. Pues, como también dije atrás, partió de Caxamalca Chalacuchima y el Quizquiz con los otros capitanes y gentes, que afirman los que de esto me informaron (que fueron señores capitanes que lo vieron todo por sus ojos y se hallaron en las batallas y por la cuenta que de ello tan grande tienen, saben los que son, mejor que por listas) que venían ciento cuarenta mil hombres de guerra, sin los que venían subiendo y trayendo el bagaje; porque veáis la gran calamidad de todo aquel tiempo en el Perú y cuán claro se conocía permitir Dios la entrada de los españoles en este tiempo tan revuelto: cual nunca tuvieron nacidos en él; la enemistad entre estos indios ya era grande, no se guardaba amistad, ni feudo ninguno, ni estimaban la religión para guardar la fe debida a su rey con lealtad, como estaba por sus antepasados ordenado; ni querían hacer caso de los que, naciendo más cerca del Tajo que de Apurima, les estaban a las espaldas para haber el señorío supremo de sus provincias, y que la dignidad real quedase en don Carlos, emperador quinto de los romanos. Pasados algunos acaecimientos entre una hueste y otra, se acercaron unos a otros, estando inflamados en ira, para la pelea, tanto que llegaron a vista en el mismo valle adonde cada capitán esperaba su gente, y luego comenzaron entre ellos gran grita y alarido, porque usan mucho los de acá despender muchas voces al viento, y tocaron muchos atabales y bocinas, con otros instrumentos que ellos tienen. Deshonrábanse con palabras, que bien lo saben hacer: decían los de Guascar, que por qué seguían a un tirado hijo de una mujer baja. Respondían al tono que Atabalipa era rey verdadero y Guascar no era digno de serlo, pues tanto deleite tenía en el Cuzco, cercado de mujeres y mancebas. Todos estaban en escuadrones; y al tiempo ordenado, pelearon unos con otros sin dejar el zumbido de sus bocas, que bastaba a atronar a más que ellos eran. El suelo estaba lleno de muertos y la tierra vuelta de color de sangre. Chalacuchima era sesudo y muy cursado en la guerra, peleó con Avante, capitán de Guascar, y lo prendió; y tal maña se dio, que después de haberse muerto y herido muchos, los guascareños, por algún secreto divino, fueron vencidos y huyeron a toda prisa. Siguióse el alcance que fue causa de mayor daño, por lo que murieron y prendieron; los muertos de ambas partes fueron, a lo que ellos dicen, más de cuarenta mil hombres, y algunos afirman pasar este número de setenta; pero yo siempre digo lo más cierto, que sería, a mi creer, lo primero; heridos, a razón, quedaron muchos. También cuentan que con el regocijo de la victoria hubo descuido en la persona de Avante y que huyó y se juntó con los demás que escaparon de la batalla, que llaman de Xauxa.
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CAPÍTULO XXXIX De una defensa que un español inventó contra el frío que padecían en Chicaza Con estas batallas nocturnas, que por ser tantas y tan continuas causaban intolerable trabajo y molestia, estuvieron nuestros castellanos en aquel alojamiento hasta fin de marzo, donde, sin la persecución y afán que los indios les daban, padecieron la inclemencia del frío, que fue rigurosísimo en aquella región. Y, como pasasen todas las noches puestos en escuadrones y con tan poca ropa de vestir, que el más bien parado no tenía sino unas calzas y jubón de gamuza, y casi todos descalzos sin zapatos ni alpargates, fue cosa increíble el frío que padecieron y milagro de Dios no perecer todos. En esta necesidad contra el frío se valieron de la invención de un hombre harto rústico y grosero llamado Juan Vego, natural de Segura de la Sierra, a quien en la isla de Cuba, al principio de esta jornada, le pasó con Vasco Porcallo de Figueroa un cuento gracioso, aunque para él riguroso, que por ser de burla y donaires no lo ponemos aquí más de decir que Juan Vego, aunque tosco y grosero, daba en ser gracioso. Burlábase con todos, decíales donaires y gracias desatinadas, conforme el aljaba de donde salían. Vasco Porcallo de Figueroa, que también era amigo de burlas, le hizo una pesada, en cuya satisfacción le dio en La Habana, donde pasó la burla, un caballo alazano que después, en la Florida, por haber salido tan bueno, le ofrecieron muchas veces siete y ocho mil pesos por él para la primera fundición que hubiese, porque las esperanzas que nuestros castellanos a los principios y medios de su descubrimiento se prometían fueron tan ricas y magníficas como esto. Mas Juan Vego nunca quiso venderlo, y acertó en ello, porque no hubo fundición, sino muerte y pérdida de todos ellos, como la historia lo dirá. Este Juan Vego dio en hacer una estera de paja (que allí la hay muy buena, larga, blanda y suave) para socorrerse del frío de las noches. Hízola de cuatro dedos en grueso, larga y ancha; echaba la mitad debajo por colchón y la otra mitad encima, en lugar de frezada; y, como se hallase bien en ella, hizo otras muchas para los compañeros con la ayuda de ellos mismos, que a las necesidades comunes todos acudían a trabajar en ellas. Con estas camas que llevaba a los cuerpos de guarda, o plaza de armas, donde todas las noches estaban puestos en escuadrón, resistieron el frío de aquel invierno, que ellos mismos confesaban hubieran perecido si no fuera por el socorro de Juan Vego. Ayudó también a llevar el mal temporal la mucha comida de maíz y fruta seca que había en aquella comarca que, aunque los españoles padecieron el rigor del frío y las molestias de los enemigos, que no les dejaban dormir de noche, no tuvieron hambre, antes hubo abundancia de bastimentos. FIN DEL LIBRO TERCERO DE LA FLORIDA
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Capítulo XXXIX Que trata de cómo habida la victoria lo hicieron saber al general Pedro de Valdivia e de lo que hizo llegado a la ciudad Habida la victoria, dieron inmensas gracias a nuestro Señor por tan grandes mercedes como les había hecho y victoria que les había dado. Luego el teniente hizo mensajeros al general, dándole a entender y cuenta del suceso y victoria que por mano de Dios y ayuda del bienaventurado apóstol señor Santiago hubieron. Y sabida la nueva por el general, mandó a su maestre de campo que luego mandase cargar de bastimento a todos los indios yanaconas, y se viniesen con toda brevedad, porque él se partía por la posta a remediar y animar con su presencia. Luego lo puso por obra para ver a sus amigos y hermanos que tenían necesidad. Allegado a la ciudad le dio muy gran tristeza verla quemada y los españoles heridos. Y admirándose de ver tan gran mortandad en la plaza y calles y patios de las casas, luego mandó el general hacer grandes hoyos y enterrar todos aquellos indios muertos. Y vista la ciudad de la suerte que estaba, dio muchas gracias a nuestro Señor, consolando a los españoles les habló en esta manera: "Excelentes varones, para contrastar a fortuna tan contraria y para tan gran necesidad sacad fuerzas de flaquezas, porque éste es merecer para con Dios, pues veis claramente que nos tiene y sostiene y defiende con su mano. Ya vemos, estando tantas veces sin otro remedio sino el de Dios nuestro Señor, nos favorece y nos ampara y tristes nos alegra, abriéndonos harta, y entre nuestros adversos nos defiende, así agora, y siempre que tuviéremos firme fe y confianza en su gran misericordia, gratificará vuestros inmensos trabajos y remediará nuestras adversidades. Su Majestad tendrá noticia y gratificarnos ha, y con más liberalidad nos hará las mercedes tan bien merecidas. "Por tanto, señores y hermanos míos, me parece que se entienda reedificar nuestra ciudad y estar recatados. Y démonos a sembrar y criar, y no esperemos que los naturales nos lo den, ni nos lo darán, ni de ellos lo habemos de haber. Tomemos ejemplo de los romanos que por esta vía y camino, contrastando a fortuna haciéndose a los trabajos, sojuzgaron y señorearon el mundo. Más justa y más cierta es nuestra razón, pues lo hacemos con celo de cristiandad, ensalzando nuestra Santa fe católica y ensanchando nuestra religión cristiana, pues en ello ganamos gloria para el ánima y descanso y quietud para el cuerpo, pues haciendo esto, hacemos como varones. Tengamos como os he dicho, esperanza y confianza a nuestro Señor Jesuscristo e reedifiquemos esta ciudad a su santo nombre y sustentemos esta tierra. E yo por lo que a mí toca y a todos, procuraré con toda diligencia enviar por socorro a Pirú, porque tantas necesidades no se padescan". Dichas estas y otras razones que convenían, se animaron todos los españoles y luego se pusieron con ánimo deliberado a todo el trabajo que les podía venir y dijeron que mandase su merced que ellos estaban prestos para obedecer. El general se lo tuvo de parte de Su Majestad en señalado servicio y les prometió en su cesáreo nombre muy largas mercedes, y de su parte por lo que le tocaba, se lo agradecía, diciéndoles que Su Majestad, sabidos sus trabajos, se lo gratificarían y les harían otras mayores mercedes andando el tiempo y perseverándoles servir.
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Cómo el rey Nezahualcoyotzin amplió las tierras de la señoría de Tlaxcala y las capitulaciones que con ellos tuvo La señoría de Tlaxcala en las guerras que a Nezahualcoyotzin se le habían ofrecido para recobrar el reino de Tetzcuco y sujetar a los tepanecas, le había siempre favorecido; y así en agradecimiento de esto siempre los visitaba y enviaba grandes presentes de oro, pedrería, mantas, plumería y otras cosas; y así yendo una vez a visitarlos les alargó los términos de sus tierras por la parte del reino de Tetzcuco, echando sus mohoneras por el cerro que se llama Quauhtépetl, prosiguiendo a otro que se dice Ozelotépetl, luego a Huehue y Chocayan hasta el cerro que llaman Coliuhcan; y luego hicieron las capitulaciones siguientes a pedimento de la señoría, que fueron: Que desde aquel tiempo se favoreciesen unos a otros, sin que jamás se pretendiesen quitar los señoríos por vía de violencia, guerra ni por otra cosa, sino que si algún tirano se levantase contra el dicho Nezahualcoyotzin o sus descendientes, que la señoría les socorrería con todo su poder y fuerzas y la misma obligación tuviesen los del reino de Tetzcuco en favorecer y amparar las causas de la señoría, dando su favor y ayuda contra los que la quisiesen ofender y lo mismo hiciesen los años estériles, se favoreciesen con bastimentos los unos a los otros. Hechas estas capitulaciones se volvió Nezahualcoyotzin a la ciudad de Tetzcuco, en donde comenzó a apercibir sus gentes para hacer guerra a la provincia de Tolantzinco y de la sierra de Totonapan y así dio principio con la de Tolantzinco perteneciente al reino y habiéndola ganado, restituyó en el señorío a Tlalolintzin como atrás queda referido, con ciertos reconocimientos; y la de Quauhchinanco se le dio de paz y confirmó en el señorío a Nauhecatzn; y lo mismo hizo en Xicotépec hasta ganar toda la sierra de Totanapan que contiene más de ochenta leguas; y volviendo de esta conquista, que era perteneciente a su patrimonio, juntó sus gentes con las de Itzcoatzin su tío; y con las de Totoquihuatzin rey de Tlacopan y fueron sobre la tierra de los tlalhuicas y la ganaron, haciendo la repartición conforme atrás queda referido, cupieron a Nezahualcoyotzin con la cabecera de Quauhnahuac nueve pueblos. Al que puso por mayordomo de la cobranza de los tributos, sacaba cuatro mil y trescientos fardos de mantas ricas, pañetes y huepiles que montan por todo ochenta y seis mil mantas, huepiles, naguas y pañetes; y cierta cantidad de preseas de oro, pedrería y plumería en cada un año, sin las amas y criadas necesarias para el servicio de la cada del rey, asimismo las flores que de ordinario se gastaban en palacio. Al rey de México cupo lo de Tepozotlan, Huaxtépec y otros con la misma cantidad de tributos; al de Tlacopan la parte que le pertenecía; después prosiguieron su conquista y ganaron la provincia de Chalco, aunque luego se rebeló; ganada esta provincia, pasaron a la de Itzocan y la ganaron, luego prosiguieron y ganaron las provincias de Tepecyacan, Tecalco, Teohuacan, Coaixtlahuacan, Cuetlachtlan, Hualtépec y Quauhtochco, dejándolas sujetas al imperio con la misma calidad que a las demás, Nezahualcoyotzin fue con su gente sobre la gran provincia de Tochpan y la de Tizauhcóac, habiéndolas ganado puso a sus mayordomos en la de Tizcohuacaláotl, que cobraba en cada un año de tributos mil y ochocientos fardos de mantas así de las ricas veteadas de todos colores, que servían para entapizar las salas y cuartos del rey, como de otras llanas, naguas y huepiles, sin más cien fardos de mantas de ilacatziuhque de a tres piernas, que tenía de largo cada una de ellas ocho brazas, otros cien fardos de las más delicadas y primas de a cuatro brazas, que las unas y las otras venían a ser cuarenta mil piezas, sin más cuatrocientas petacas, cuatrocientos pellejos de venado, cien venados vivos, cien cargas de chile y cien cargas de pepitas, cien papagayos grandes, cuarenta costales de pluma blanca con que hacían telas y otros cuarenta costales de plumería de aves de diferentes colores, sin más doscientos fardos de pañetes, que venían a ser cuatro mil, con las amas y criadas necesarias para el servicio de palacio. En la gran provincia de Tochpan puso por su mayordomo a Huehutli, que cobraba en cada un año de las mantas del género atrás referido, mil quinientos y ochenta fardos, y más veinticinco mantas y huepiles, sin más cuatrocientos fardos y más diez mantas de ilacatziuhqui de a ocho brazas y otros tantos fardos de mantas del ilacatziuhqui delgado de a cuatro brazas, que por todo venían a ser cuarenta y siete mil seiscientas cuarenta y cinco mantas, naguas y huepiles, piezas de ilacatziuhqui y pañetes, sin más las amas de palacio y criadas que eran necesarias para el servicio. La gran provincia de Tochpan se dividía en siete provincias, que contenían todas ellas sesenta y ocho pueblos a ellas sujetos. Conquistadas estas provincias que pertenecían al patrimonio del rey de Tetzcuco, pasó de allí con su ejército costeando la Mar del Norte hasta otra provincia que se dice Teochtépec que asimismo la ganó y sojuzgó, puso en ella por su mayordomo y cobrador de tributos (de más de la gente de guarnición que en cada una de ellas dejaba) a Toyectzin, que cobraba en cada año cuarenta fardos de mantas ricas y veinte de unas camisetas, asimismo ricamente tejidas de finos colores, que montan ciento y veinte piezas: igualmente le sembraban y cultivaban en cada un año una sementera de cacao, que tenía de longitud cuatrocientas medidas y de latitud doscientas, sin más treinta y tres cargas de cacao que se cobraban de tributo, dos mil pelotas de hule y cuatrocientos paños de grana, sin más muchas de plumería, como eran rodelas, penachos y otras divisas que los reyes usaban cuando salían a las guerras, hechas de la plumería rica que llaman quetzali. Esta provincia contenía doce pueblos, asimismo sujetos, que daban tributo cierta cantidad de amas y criadas para el servicio de palacio. Y dando la vuelta, fue sobre la provincia de Mazahuacan en compañía de los reyes de México y de Tlacopan y la de Tlapacyan; y habiéndolas sujetado con las mismas calidades atrás referidas, fue sobre la de Tlauhcocautitlan y la ganó, en donde puso por su mayordomo a Huitziltecuh, en donde se le daban de tributo y reconocimiento en cada un año dieciséis bateas de color y veinte cargas de copal, doscientas sesenta y ocho jícaras y tecomates finos, veinte cargas de varas de tlacuítol quahuitle. Esta provincia y las demás, en donde puso sus mayordomos y cobradores, fueron las que se adjudicaron al reino de Tetzcuco, sin entrar en partición los otros dos reyes; y en las que no puso sus mayordomos fueron las que se repartían sus rentas entre las tres cabezas de esta Nueva España por la orden referida, las cuales rentas se llevaban a la ciudad de México todas juntas y allí hacer la repartición y división, en donde los mayordomos y agentes de los tres reyes, cada uno recibía lo que le pertenecía a su señor; y las rentas que eran de la parte del rey Nezahualcoyotzin se guardaban en la ciudad de México en sus palacios antiguos, con las que premiaba a todos los señores de su señorío, a sus hijos, deudos y otras personas beneméritas por mano de los señores mexicanos, para que justificadamente a cada uno se le diese lo que por sus virtudes merecía: este fue el principal intento de que sus rentas (las que tenía de la partición con los otros reyes) se guardasen en la ciudad de México. En el ínterin que había andado ocupado en estas guerras, los de la provincia de Tolantzinco, permaneciendo en su rebeldía, una noche quemaron las fuerzas en donde el rey tenía su gente de guarnición (que estaban en tres partes, que era en Macanacazco, Tlayácac y Chiquiuhtépec), matando a todos los soldados que en los presidios tenía Nezahualcoyotzin. Cuatro años había desde que había sojuzgado la provincia referida, por lo cual determinó hacer un grueso ejército y fue sobre ellos y los castigó con todo rigor; y sin embargo de que dejó al señor de allí en su mismo puesto y por uno de los catorce grandes del reino, todavía quedó obligado a dar en cada un año de tributo sesenta fardos de mantas y cuatrocientas medidas de frijol, que son quinientas fanegas; asimismo estuvo a su cargo el tener cuenta de planar arboledas en los jardines y bosques; y nombró por mayordomo de la cobranza de este tributo y servicio a Pachcálcatl; con que quedaron desde allí en adelante sujetos y oprimidos; asimismo en donde estaban los presidios, fundó un pueblo Nezahualcoyotzin, que llamó Tzihuinquilocan, con gente de la ciudad de Tetzcuco, que fue de su patrimonio, y duró hasta la muerte de don Fernando Cortés Ixtlilxóchitl su nieto.
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De los más pueblos y aposentos que hay desde Carangue hasta llegar a la ciudad de Quito, y de lo que cuenta del hurto que hicieron los del Otabalo a los de Carangue Ya conté en el capítulo pasado el mando y grande poder que los ingas, reyes del Cuzco, tuvieron en todo el Perú, y será bien, pues ya algún tanto se declaró aquello, proseguir adelante. De los reales aposentos de Carangue, por el camino famoso de los ingas, se va hasta llegar al aposento de Otabalo, que no ha sido ni deja de ser muy principal y rico, el cual tenía a una parte y a otra grandes poblaciones de indios naturales. Los que están al Poniente destos aposentos son Poritaco, Collaguazo, los guancas y cayambes, y cerca del río grande del Marañón están los quixos, pueblos derramados, llenos de grandes montañas. Por aquí entró Gonzalo Pizarro a la entrada de la canela que dicen, con buena copia de españoles y muy lucidos y gran abasto de mantenimiento; y con todo esto, pasó grandísimo trabajo y mucha hambre. En la cuarta parte desta obra daré noticia cumplida deste descubrimiento y contaré cómo se descubrió por aquella parte del río Grande y cómo por él salió al mar Océano el capitán Orillana, y la ida que hizo a España, hasta que su majestad lo nombró por su gobernador y adelantado de aquellas tierras. Hacia el oriente están las estancias o tierras de labor de Cotocoyambe y las montañas de Yumbo y otras poblaciones muchas, y algunas que no se han por descubierto enteramente. Estos naturales de Otabalo y Carangue se llaman los guamaraconas, por lo que dije de las muertes que hizo Guaynacapa en la laguna, donde mató los más de los hombres de edad; porque, no dejando en estos pueblos sino a los niños, díjoles guamaracoma, que quiere decir en nuestra lengua "agora sois muchachos". Son muy enemigos los de Carangue de los de Otabalo, porque cuentan los más dellos que, como se divulgase por toda la comarca del Quito (en cuyos términos están estos indios) de la entrada de los españoles en el reino y de la prisión de Atabaliba, después de haber recebido grande espanto y admiración, teniendo por cosa de gran maravilla y nunca vista lo que oían de los caballos y de su gran ligereza, creyendo que los hombres que en ellos venían y ellos fuese todo un cuerpo, derramó la fama sobre la venida de los españoles cosas grandes entre estas gentes; y estaban aguardando su venida, creyendo que, pues habían sido poderosos para desbaratar al inga su señor, que también lo serían para sojuzgarlos a todos ellos. Y en este tiempo dicen que el mayordomo o señor de Carangue tenía gran cantidad de tesoro en sus aposentos, suyo y del Inga. Y Otabalo, que debía de ser cauteloso, mirando agudamente que en semejantes tiempos se han grandes tesoros y cosas preciadas, pues estaba todo perturbado, porque, como dice el pueblo, a río vuelto, etc., llamó a los más de sus indios y principales, entre los cuales escogió y señaló los que le parecieron más dispuestos y ligeros, y a éstos mandó que se vistiesen de sus camisetas y mantas largas, y que tomando varas delgadas y cumplidas subiesen en los mayores de sus carneros y se pusiesen por los altos y collados de manera que pudiesen ser vistos por los de Carangue, y él con otro mayor número de indios y algunas mujeres, fingiendo gran miedo y mostrando ir temerosos, llegaron al pueblo de Carangue, diciendo cómo venían huyendo de la furia de los españoles, que encima de sus caballos habían dado en sus pueblos, y por escapar de su crueldad habían dejado sus tesoros y haciendas. Puso, según se dice, grande espanto esta nueva, y tuviéronla por cierta, porque los indios en los carneros parecieron por los altos y laderas, y como estuviesen apartados, creyeron ser verdad lo que Otabalo afirmaba, y sin tiento comenzaron a huir. Otabalo, haciendo muestra de querer hacer lo mismo, se quedó en la rezaga con su gente y dio la vuelta a los aposentos destos indios de Carangue, y robó todo el tesoro que halló, que no fue poco, y vuelto a su pueblo, dende a pocos días fue publicado el engaño. Entendiendo el hurto tan extraño, mostraron gran sentimiento los de Carangue, y hubo algunos debates entre unos y otros; mas como el capitán Sebastián de Belalcázar, con los españoles, donde a pocos días que esto pasó, entró en las provincias del Quito, dejaron sus pasiones por entender en defenderse. Y así, Otabalo y los suyos se quedaron con lo que robaron, según dicen muchos indios de aquellas partes, y la enemistad no ha cesado entre ellos. De los aposentos de Otabalo se va a los de Cochesqui, y para ir a estos aposentos se pasa un puerto de nieve, y una legua antes de llegar a ellos es la tierra tan fría que se vive con algún trabajo. De Cochesqui se camina a Guallamaba, que está del Quito cuatro leguas, donde, por ser la tierra baja y estar casi debajo de la equinocial, es cálido; mas no tanto que no esté muy poblado y se den todas las cosas necesarias a la humana sustentación de los hombres. Y agora los que habemos andado por estas partes hemos conocido lo que hay debajo desta línea equinocial, aunque algunos autores antiguos (como tengo dicho) tuvieron ser tierra inhabitable. Debajo della hay invierno y verano, y está poblada de muchas gentes, y las cosas que se siembran se dan muy abundantemente, en especial trigo y cebada. Por los caminos que van por estos aposentos hay algunos ríos, y todos tienen sus puentes, y ellos van bien desechados, y hay grandes edificios y muchas cosas que ver, que, por acortar escriptura, voy pasando por ello. De Guallabamba a la ciudad de Quito hay cuatro leguas, en el término de las cuales hay algunas estancias y caserías que los españoles tienen para criar sus ganados hasta llegar al campo de Añaquito; adonde en el año 1546 años, por el mes de enero, llegó el visorey Blasco Núñez Vela con alguna copia de españoles que le seguían, contra la rebelión de los que sustentaban la tiranía; y salió desta ciudad de Quito Gonzalo Pizarro, que con colores falsas había tomado el gobierno del reino, y llamándose gobernador, acompañado de la mayor parte de la nobleza de todo el Perú, dió batalla al visorey, en la cual el mal afortunado visorey fué muerto, y muchos varones y caballeros valerosos, que mostrando su lealtad y deseo que tenían de servir a su majestad quedaron muertos en el campo, según que más largamente lo trataré en la cuarta parte desta obra, que es donde escribo las guerras civiles tan crueles que hubo en el Perú entre los mismos españoles, que no será poca lástima oírlas. Pasado este campo de Añaquito se llega luego a la ciudad de Quito, la cual está fundada y trazada de la manera siguiente:
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CAPITULO XXXIX Continúan las Apostólicas tareas del V. P. Presidente después de llegado a su Misión de S. Carlos. A los pocos días de haber llegado el V. P. Presidente a su misión de San Carlos, que fue a mediados de Mayo de 1774, entró en el Presidio de Monterrey el nuevo Comandante Don Fernando de Rivera y Moncada, Capitán de Tropa de Cuera, que venía a remudar a D. Pedro Faxes, Capitán graduado, y Teniente de los Voluntarios de Cataluña, como se había determinado en Junta de Guerra y Real Hacienda, por ser la Tropa de Cuera más al propósito para la reducción de Gentiles, que la Tropa de a pie, y venían subiendo las Reclutas que traía de Sinaloa el dicho Señor Capitán Rivera. Luego que el fervoroso P. Presidente se vio desahogado con la salida de la Fragata para la primera Expedición, y el Príncipe (que habiendo llegado el día que salió la Fragata, y hecha la descarga, bajó a San Diego a dejar la carga que allí pertenecía) hallándose ya el V. Padre sin los estorbos de antes con abundancia de víveres y ropas, tendió la red entre los Gentiles, convidándolos a la Doctrina: fueron tantos los que concurrieron, que todos los días tenía una grande rueda de Catecúmenos, a quienes con la ayuda del Intérprete instruía en la Doctrina y misterios necesarios, en cuyo santo ejercicio empleaba una gran parte del día; y así como iban quedando instruidos los bautizaba, y en breve fue en gran manera aumentando el número de Cristianos; al paso que se bautizaban ocurrían otros pidiendo instrucción. No quedaba sosegado con esto el ardiente celo de nuestro V. Fr. Junípero, ni con saber que se practicaba lo mismo en las otras cuatro Misiones, sino que se extendían sus anhelos a la fundación de otras, respecto a la abundancia de Ministros que habiendo subido de la antigua California, estábamos como ociosos; y aunque veía que el nuevo Reglamento disponía, que se suspendiesen por entonces nuevas fundaciones hasta tanto que se verificase aumento de Tropa; pero facilitaba sus designios la prevención que se hace en el mismo Reglamento: "Salvo que se juzgase poderse fundar una o dos Misiones minorando las Escoltas de las Misiones más inmediatas a los Presidios, juntos con algunos de Presidio que no hiciesen notable falta". En atención a esta puerta que deja abierta el Reglamento, intentó fundar una Misión, a lo menos en el intermedio de San Diego y San Gabriel, bajo la advocación de San Juan Capistrano. Trató este punto el V. Padre con el nuevo Comandante Don Fernando Rivera, quien conviniendo en ello, señaló para Escolta cuatro Soldados de la de los Presidios, y dos de las Misiones inmediatas a ellos San Carlos y San Diego; y el V. Fr. Junípero nombró para Ministros de ella a dos de los que habíamos subido de la California antigua, de cuya determinación dieron cuenta a S. E. quien a más de aprobarla, quedó complacido de ella, según lo manifiesta en las expresiones de su siguiente Carta. "Después de los acuerdos tenidos con el Comandante de esos Establecimientos D. Fernando Rivera y Moncada, que V. R. refiere en Carta de 17 de Agosto del año próximo antecedente, me da V. R. la gustosa noticia de quedar resuelta además de las dos Misiones del Puerto de S. Francisco, otra con el título de San Juan Capistrano entre San Diego y San Gabriel, para la cual quedaban nombrados los Padres Fr. Fermín Francisco Lazuén, y Fr. Gregorio Amurrio, a quienes se dio la Escolta necesaria, y franqueó cuanto contiene la Memoria, de que V. R. me saca copia." "Todas estas noticias acrecientan mi gusto, y hacen patente el infatigable desvelo con que V. R. se dedica a la felicidad de esos Establecimientos. Dios protege visiblemente tan buen servicio, y las intenciones con que el Rey eroga estos gastos, pues al paso que se aumentan las Misiones y crece el número de Neófitos, va la tierra dispensándoles copiosas cosechas de frutos para su alimento, y serán mayores las sucesivas, según lo que V. R. manifiesta en su citada Carta, con la que quedo muy complacido. Dios guarde etc." Luego que se resolvió hacer la nueva fundación, salieron de Monterrey los dos Misioneros nombrados con los avíos y Escolta que se destinó, y llegados a la Misión de San Gabriel, quedó en ella el P. Fr. Gregorio Amurrio con el fin de disponer lo demás para estar pronto al primer aviso; y el P. Fr. Fermín Lazuén pasó a San Diego, para salir con el Teniente Comandante de aquel Presidio a hacer el registro, y habiéndolo verificado y hallado sitio al propósito para el establecimiento, se regresaron al Presidio a disponer todo lo necesario para pasar de una vez a establecerse. Salieron de San Diego a fines de octubre el citado Padre Lazuén, el Teniente, Sargento y Soldados necesarios, y llegando al sitio formaron una enramada y una grande Cruz, que bendita y adorada de todos, enarbolaron, y en el Altar que se dispuso dijo el P. Lazuén la primera Misa. El día 30 de octubre, octava de San Juan Capistrano Patrono de la nueva Misión, concurrieron muchos Gentiles, manifestando alegrarse mucho con la nueva vecindad, pues muy oficiosos ayudaron a cortar madera, y a acarrearla para la Fábrica de Capilla y Casa. Cuando estaban en estas faenas parando ya los palos para la Fábrica, llegó a los ocho días de principiada la Misión el P. Fr. Gregorio Amurrio con todos los avíos, que por el aviso que le enviaron, salió de San Gabriel; y cuando muy alegres pensaban prontamente poner en corriente la Misión por la alegría que veían en los naturales de aquel lugar, les llegó el mismo día un Correo de San Diego con la triste noticia de haber los Gentiles pegado fuego a la Misión, y quitado la vida a uno de sus Ministros. Luego que recibió el Teniente la noticia, subió a caballo, y lo mismo el Sargento y parte de los Soldados, y a toda prisa se puso en el Presidio de San Diego; y habiendo suplicado a los Padres hiciesen lo mismo con parte de los Soldados que dejó para este fin, pararon la fábrica, enterraron las campanas, y con todo lo demás de carga se encaminaron para el Presidio de San Diego, en donde hallaron la novedad que referiré en el Capítulo siguiente, que es según y como lo escribieron los Padres, y conforme a las declaraciones que hicieron los Indios, así Cristianos como Gentiles ante el Comandante del Presidio.