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CAPÍTULO XXXIII De los ganados ovejuno y vacuno De tres maneras hallo animales en Indias: unos que han sido llevados de españoles; otros que aunque no han sido llevados por españoles, los hay en Indias de la misma especie que en Europa; otros que son animales proprios de Indias y no se hallan en España. En el primer modo son ovejas, vacas, cabras, puercos, caballos, asnos, perros, gatos y otros tales, pues estos géneros los hay en Indias. El ganado menor ha multiplicado mucho, y si se pudieran aprovechar las lanas enviándose a Europa, fuera de las mayores riquezas que tuvieran las Indias; porque el ganado ovejuno allá tiene grande abundancia de pastos, sin que se agoste la yerba en muchas partes; y es de suerte la franqueza de pastos y dehesas, que en el Pirú no hay pastos proprios: cada uno apacienta do quiere, por lo cual la carne es comúnmente abundante y barata por allá; y los demás provechos que de la oveja proceden, de quesos, leche, etc. Las lanas dejaron un tiempo perder del todo hasta que se pusieron obrajes, en los cuales se hacen paños y frazadas, que ha sido gran socorro en aquella tierra para la gente pobre, porque la ropa de Castilla es muy costosa. Hay diversos obrajes en el Pirú; mucho más copia de ellos en Nueva España, aunque agora sea la lana no ser tan fina, agora los obrajes no labralla tan bien, es mucha la ventaja de la ropa que va de España, a la que en Indias se hace. Había hombres de setenta y de cien mil cabezas de ganado menor, y hoy día los hay poco menos, que a ser en Europa, fuera riqueza grande y allá lo es moderada. En muchas partes de Indias, y creo son las más, no se cría bien ganado menor, a causa de ser la yerba alta y la tierra tan viciosa, que no pueden apacentar sino ganados mayores, y así de vacuno hay innumerable multitud. Y de esto en dos maneras: uno, ganado manso y que anda en sus hatos, como en tierra de los Charcas y en otras provincias del Pirú, y en toda la nueva España. De este ganado se aprovechan como en España, para carne, y manteca y terneras, y para bueyes de arado, etc. En otra forma hay de este ganado alzado al monte, y así por la aspereza y espesura de los montes como por su multitud, no se hierra ni tiene dueño proprio, sino como caza de monte el primero que la montea y mata, es el dueño. De este modo han multiplicado las vacas en la isla Española y en otras de aquel contorno, que andan a millares sin dueño por los montes y campos. Aprovéchanse de este ganado para cueros; salen negros o blancos en sus caballos con desjarretaderas, al campo, y corren los toros o vacas, y la res que hieren y cae, es suya. Desuéllanla y llevando el cuero a su casa, dejan la carne perdida por allí, sin haber quien la gaste ni quiera por la sobra que hay de ella. Tanto que en aquella isla me afirmaron que en algunas partes había infección, de la mucha carne que se corrompía. Este corambre que viene a España, es una de las mejores granjerías de las islas y de Nueva España. Vinieron de Santo Domingo en la flota de ochenta y siete, treinta y cinco mil y cuatrocientos y cuarenta y cuatro cueros vacunos. De la Nueva España vinieron sesenta y cuatro mil y trescientos y cincuenta cueros, que los avaluaron en noventa y seis mil y quinientos y treinta y dos pesos. Cuando descarga una flota de estas, ver el río de Sevilla, y aquel arenal donde se pone tanto cuero y tanta mercadería, es cosa para admirar. El ganado cabrío también se da, y ultra de los otros provechos de cabritos, de leche, etc., es uno muy principal el sebo, con el cual comúnmente se alumbran ricos y pobres, porque como hay abundancia, les es más barato que aceite, aunque no es todo el sebo que en esto se gasta, de macho. También para el calzado adereza los cordovanes, mas no pienso que son tan buenos como los que llevan de Castilla. Caballos se han dado y se dan escogidamente en muchas partes o las más de Indias, y algunas razas hay de ellos tan buenos como los mejores de Castilla, así para carrera y gala como para camino y trabajo. Por lo cual allá el usar caballos para camino, es lo más ordinario, aunque no faltan mulas y muchas, especialmente donde las recuas son de ellas, como en Tierrafirme. De asnos no hay tanta copia ni tanto uso, y para trabajo es muy poco lo que se sirven de ellos. Camellos algunos, aunque pocos, vi en el Pirú llevados de las Canarias y multiplicados allá, pero cortamente. Perros en La Española han crecido en número y en grandeza, de suerte que es plaga de aquella isla, porque se comen los ganados y andan a manadas por los campos. Los que los matan tienen premio por ello, como hacen con los lobos en España. Verdaderos perros no los había en Indias, sino unos semejantes a perrillos, que los indios llamaban alco; y por su semejanza a los que han sido llevados de España también los llaman alco, y son tan amigos de estos perrillos, que se quitaran el comer por dárselo; y cuando van camino, los llevan consigo a cuestas o en el seno y si están malos, el perrito ha de estar allí con ellos, sin servirse de ellos para cosa, sino sólo para buena amistad y compañía.
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Capítulo XXXIII De los sortilegios y adivinos que había entre los indios Ya que hemos entrado en esta materia, tan intrincada y aún tan acostumbrada entre esta gente ciega, enseñada por el demonio, por concluirla de una vez, no quiero saltar a Otras cosas que quizá darán más gusto a los lectores. Había también entre los indios muchos menos que tenían oficio de sortilegios, cosa tenida entre ellos por útil y necesaria y, como ninguna cosa trataban ni emprendían, que no precediese a ella echar suertes, así hubo muchos deste oficio, y lo usaron algunas mujeres, para saber culquier negocio que querían hacer, y cuál sacrificio era agradable a la huaca. Usaban de palabras mezclando con ellas idolatrías y supersticiones. Escogían los curacas para este oficio a indios pobres, que ya les faltaban las fuerzas para otros ejercicios de trabajo, y así era gente vil y miserable, los tales. Para darles oficio, hacían primero ayunos y ceremonias y ritos. De la manera que dijimos hacían elección de los demás hechiceros. Para este oficio usaban de diferentes artificios, en especial con pedrezuelas de diferentes colores o con piedras negras o con maíz o con chaquira. Todos los instrumentos del oficio los guardaban sus herederos y sucesores con grandísimo cuidado, como reliquias, para usarlas a su tiempo, que es el de la vejez, para engañar al vulgo. Decían que el trueno o alguna huaca les dio los tales instrumentos; otros decían que un difunto se las trujo de noche; otros decían que, en tiempo tempestuoso, algunas mujeres se empreñaron del Chuquii Llaquees, el trueno, y al cabo de nueve meses las parieron con excesivo dolor, y que les fue enseñado entre sueños, que serían muy ciertas las suertes que con ellas echasen. Estos tales adivinos eran tenidos en gran crédito y veneración de los indios, y era, de manera que si decían a algún indio que había de morir, porque así lo significaban las suertes que había hechado, no dudaba de sacrificar su propio hijo, para trocar su vida con la de su padre. De adivinanzas era más general entre los chinchay suyos de echar suertes. Otros adivinaban con mazorcas de maíz o algún tiesto quebrado por las manos, y palmas de los dedos y, conforme como corrían, así adivinaban los sucesos. Otros echaban para esto unos frijoles colorados, que llaman guaitos, y otras diferentes cosas que del todo no las han olvidado, y las usan algunos hoy, aunque con mucho secreto. Otra suerte había de sortilegios, que decían lo que estaba por venir, mascando cierta coca, y echaban del zumo con la saliva en la palma de la mano, y tendían los dos dedos mayores y, si caía por ambos igualmente, el suceso habría de ser bueno y, si caía por uno solo, malo y siniestro. Para esto precedía un sacrificio con adoración al Sol; y otros solían preguntar los sucesos a las huacas, y aun recibían respuesta como quien la daba. Estas suertes se hacían para todas las cosas que querían hacer: como para sembrar y coger el maíz, caminar, edificar alguna casa, casarse o apartarse de su mujer, y para saber cuál sacrificio agradaba al trueno, a cuyo cargo decían que estaba el llover, helar y granizar. En estas suertes echaban conchas de la mar y, si salía que no, echaban otras suertes hasta que el adivino las aprobaba, y entonces el sacrificio se tenía por acepto. Contribuía el pueblo, como hemos dicho; lo entregaban a los oficiales de los sacrificios, diferentes que los adivinos, los cuales hacían lo que está ya dicho, y volvían cada uno por su parte a decir la respuesta del trueno y la causa por que estaba enojado y cuál sacrificio le era más acepto y, si quería que le añadiesen aquel u otros. El día de hoy deben advertir los curas que, si algunos indios tratan de hacer divorcio con su mujer, por las causas que ellos refieren, siempre suelen empezarlo a tratar, precediendo estos sacrificios y suertes, y así se ha de desterrar este abuso de entre ellos. Otros, y especialmente indias, usaban para las adivinanzas echar un poco de agua en algún vaso o plato y luego coca mascada, o sin mascarla, y allí decían ellas que sabían lo que estaba por suceder, y respondían mil mentiras. El día de hoy lo usan gente, como tenemos dicho, pobre y miserable, sólo porque les den algo de comer, que a este fin lo hacen y, aunque muchos indios ya de razón y entendimiento conocen que es todo burlería y mentira, todavía llevados de la costumbre de sus mayores, acuden a estos adivinos en los negocios que se ofrecen.
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De cómo se tuvo vista de las islas de los Ladrones, y lo que allí pasó Siguióse el rumbo Nornoroeste, y lunes primero de enero se halló altura de catorce grados. Gobernóse al Oeste franco. El viento era largo y fresco; y miércoles tres del dicho, al amanecer, se tuvo vista de dos islas de los Ladrones, en cuya demanda se iba. La una era Guan, y la otra la Serpana. Pasóse por entre las dos, que se corren Nordeste Sudueste por canal de diez leguas arrimado a la de Guan. Cayó un hombre a la mar estando mareando el trinquete, y no había en toda la nao más de una cuerda, y ésta la tenía uno en la nao, que echada a la mar acertó de ser en parte donde salía el caído debajo la nao, a la cual asido, subió arriba ¡gracias a Dios! De la isla de Guan salieron muchas piraguas con sus velas y muchos de aquellos indios ladrones, que son unos hombres fornidotes, de razonable color. Venían diciendo charume, que quiere decir amigos; herrequepe, que quiere decir daca hierro, que esto es lo que venían a buscar, por ser muy amigos de ello. Como venían tantos, y se daban mucha priesa, se encontraban y trastornaban algunas embarcaciones, cuyos dueños nadando las volvían boca arriba con grande facilidad. Son embarcaciones de dos proas; virando la vela están a camino, sin que se vire el bajel. Trajeron muchos cocos, plátanos, arroz, agua, petates, y unos grandes pescados voladores y dorados, y todo lo dieron a trueque de hierros viejos. Con esta gente y refresco, la de la nao se alegró extremadamente. Acabóse el rescate: fuéronse los indios, dos menos, que mató un arcabuz, por un pedazo de arco de pipa. Los soldados instaron mucho con el piloto mayor que tomase puerto en la isla para procurar que comer. Buena fue su voluntad, mas dejólo de hacer por no tener aparejos en que echar la barca al agua: y esto lo dijo a todos; mas ellos instaban más, diciendo a manos la echarían. Preguntóles: --¿Y al recoger, qué será?-- Respondieron: --¿ Qué más que se quedase allí? El piloto mayor dijo: --No está bien perder la barca, habiéndose de navegar por entre las muchas islas que se iban a buscar. Porfiaron mucho; mas él, haciéndose sordo, siguió al Oeste franco su camino hasta viernes doce, que se tomo del sol trece grados.
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De la sentencia que se dio contra los agaces, con parescer de los religiosos y capitanes y oficiales de Su Majestad Después de haber rescebido el gobernador a obediencia de Su Majestad los indios (como habéis oído), mandó que le mostrasen el proceso y probanza que se había hecho contra los indios agaces; y visto por él y por los otros procesos que contra ellos se había hecho, paresció por ellos ser culpados por los robos y muertes que por toda la tierra habían hecho, mostró el proceso de sus culpas y la instrucción que tenía de Su Majestad a los clérigos y religiosos, estando presentes los capitanes y oficiales de Su Majestad; y habiéndolo muy bien visto todos juntamente, sin discrepar en ninguna cosa, le dieron por parescer que les hiciese la guerra a fuego y a sangre, porque así convenía al servicio de Dios y de Su Majestad; y por lo que resultaba por el proceso de sus culpas, conforme a derecho, los condenó a muerte a trece o catorce de su generación que tenía presos; y entrando en la cárcel su alcalde mayor a sacarlos, con unos cuchillos que tenían escondidos dieron ciertas puñaladas a personas que entraron con el alcalde, y los mataran si no fuera por otra gente que con ellos iban, que los socorrieron; y defendiéndose de ellos, fuéles forzado meter mano a las espadas que llevaban; y metiénronlos en tanta necesidad, que mataron dos de ellos y sacaron los otros a ahorcar en ejecución de la sentencia.
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Cómo Cortés mandó que para otro día nos aparejásemos todos para ir en busca de los escuadrones guerreros, y mandó sacar los caballos de los navíos, y lo que más nos avino en la batalla que con ellos tuvimos Luego Cortés supo que muy ciertamente nos venían a dar guerra, y mandó que con brevedad sacasen todos los caballos de los navíos en tierra, y que escopeteros y ballesteros e todos los soldados estuviésemos muy a punto con nuestras armas, e aunque estuviésemos heridos; y cuando hubieron sacados los caballos en tierra, estaban muy torpes y temerosos en el correr, como había muchos días que estaban en los navíos, y otro día estuvieron sueltos. Una cosa acaeció en aquella sazón a seis o siete soldados, mancebos y bien dispuestos, que les dio mal de lomos, que no se pudieron tener poco ni mucho en sus pies si no los llevaban a cuestas: no supimos de qué; decían que de ser regalados en Cuba, y que con el peso y calor de las armas que les dio aquel mal. Luego Cortés los mandó llevar a los navíos, no quedasen en tierra, y apercibió a los caballeros que habían de ir los mejores jinetes, y caballos y que fuesen con pretales de cascabeles, y les mandó que no se parasen a alancear hasta haberlos desbaratado, sino que las lanzas se les pasasen por los rostros; y señaló trece de a caballo, a Cristóbal de Olí, y Pedro de Alvarado, e Alonso Hernández Puertocarrero, e Juan de Escalante, e Francisco de Montejo; e a Alonso de Ávila le dieron un caballo que era de Ortiz el músico y de un Bartolomé García, que ninguno dellos era buen jinete; e Juan Velázquez de León, e Francisco de Morla, y Lares el buen jinete (nómbrole así porque había otro Lares), e Gonzalo Domínguez, extremado hombre de a caballo; Morón el del Bayamo y Pedro González de Trujillo; todos estos caballeros señaló Cortés, y él por capitán. E mandó a Mesa el artillero que tuviese muy a punto su artillería, e mandó a Diego de Ordás que fuese por capitán de todos nosotros, y aun de los ballesteros y escopeteros, porque no era hombre de a caballo. Y otro día muy de mañana, que fue dia de nuestra señora de marzo, después de haber oído misa, puestos todos en ordenanza con nuestro alférez, que entonces era Antonio de Villarroel, marido que fue de una señora que se decía Isabel de Ojeda, que desde allí a tres años se mudó el nombre, el Villarroel, y se llamó Antonio Serrano de Cardona. Tornemos a nuestro propósito: que fuimos por unas sabanas grandes, donde habían dado guerra a Francisco de Lugo y a Pedro de Alvarado, y llamábase aquella sabana e pueblo Cintla, sujeta al mismo Tabasco, una legua del aposento donde salimos; e nuestro Cortés se apartó un poco espacio de trecho de nosotros por causa de unas ciénagas que no podían pasar los caballos; e yendo de la manera que he dicho con el Ordás, dimos con todo el poder de escuadrones de indios guerreros que nos venían ya a buscar a los aposentos, e fue donde los encontramos junto al mismo pueblo de Cintla en un buen llano. Por manera que si aquellos guerreros tenían deseos de nos dar guerra y nos iban a buscar, nosotros los encontramos con el mismo motivo. Y dejarlo he aquí, e diré lo que pasó en la batalla, y bien se puede nombrar ansí, como adelante verán.
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Capítulo XXXIII De cómo el gobernador prosiguió su camino habiendo grande contento en los españoles, y de cómo de la Puná vinieron mensajeros estando los isleños con determinación de dar la muerte a los nuestros No daban los cristianos paso en toda la tierra que de ello no le fuese aviso a Atabalipa, que ya en este tiempo había tomado la borla, y como tenían mandado, por fuerza y de voluntad, en la costa y tierra por donde los nuestros andaban, corrían a él como señor; y cuentan que algo le desasosegó saberlo, y que pensó con alguna gente de su ejército enviar contra los cristianos; más veníanles tantos capitanes con grandes compañías de su hermano a le dar guerra que dejó de enviar contra Pizarro: temiendo en más la otra guerra. Porque, como le dijesen que tan poquitos eran, reíase diciendo que los dejasen, que ellos le servirían de anaconas; y como era tan agudo envió ciertos orejones que, disfrazados, fuesen a entender lo que se decía de aquellas gentes. Por esta causa, de parte del inca, no vinieron a defender la tierra en la entrada a los españoles; ni los naturales, por donde pasaban, estaban todos, antes faltaban los principales con muchos de ellos, que andaban en los reales de los incas. Y la fama de cómo los españoles querían señorearlos y tomarles su tierra habíase extendido por todas partes. Los de Puná, isla comarcana con la tierra firme, rica y muy poblada, como conté en mi Primera parte, estaban más poderosos y siempre anduvieron de cautela, creían matar con engaño a los españoles, si en su isla fuesen, riéndose de los de Túmbez, sus enemigos, porque el año pasado tanto los loaron, cuando, con los trece, Pizarro andaba descubriendo. A todo esto, Pizarro venía con los suyos, caminando hasta que llegaron a la punta de Santa Elena, lugar conocido a los que habemos andado por esta tierra. Los españoles no les parecía bien lo que veían, ni creían que fuese verdad lo que Pizarro y Candía, con los otros, dijeron que vieron (esto depende de nuestra condición tan hirviente, que lo queremos ver luego; y aquellos ya lo tenían por tarde, el no topar las tinajas y los cántaros, que después hubieron de ver). Y decían que para qué los llevaban más adelante, pues lo que veían era tan malo; y que volviesen a poblar en Puerto Viejo. Pizarro los esforzaba, animándolos para que fuesen, diciéndoles que si volvían a poblar en donde decía, creyeran los indios que volvían huyendo y los hallarían "de guerra" y correrían peligro. Con esto que dijo el gobernador, prosiguieron con su descontento y aun con falta de algunas cosas; el cual mandó a Diego de Agüero y a cinco o seis, que fuesen la costa adelante y mirasen por donde podrían descubrir la ensenada de Guayaquil. Estos anduvieron descubriendo lo que les pareció, volvieron a Pizarro; le dijeron que debería pasar a la Puná, pues había entre la tierra firme, y la isla, poco mar. Los principales de la isla, como supieron que los cristianos estaban tan cerca y que querían venir a su isla, queriendo ganar por la mano enviaron mensajeros avisados de lo que habían de decir: que fue que les rogaban pasasen todos a se holgar con ellos, donde serían bien recibidos y servidos de ellos, y que para que pudiesen pasar sin trabajo, enviarían muchas balsas en que viniesen ellos y sus caballos; teniendo concertado, según se dijo, que los que los llevasen desatasen en la mar las sogas, para que fuesen muertos en el agua todos en un tiempo y una hora. Como Pizarro ignorase esta hazaña que querían hacer, respondió bien a los mensajeros, prometiendo alianza y paz con los de la isla y que los nuestros no harían daño ninguno en ella. Con esto dieron la vuelta, de que Tumbala, señor principal, recibió mucha alegría; mandó luego hacer muchas balsas, y tal diligencia tenían en todo, y contento, que se conoció por las lenguas en el trato en que andaban, según se afirma; y lo supieron de algunos, que como a naturales no lo tendrían en nada descubrirles tal secreto. Oyéronlo con disimulación sin se deturbar. Y como por ser lenguas, jubilados y tan bien tratados, no quisieron perder tal dignidad, antes en secreto a Pizarro dieron cuenta de lo que sabían. Agradeciólo mucho, prometiéndoles que los tendría por hijos y como a tales les haría el tratamiento. Sin se alterar mandó que ningún español pasase a la isla sin su mandado. El capitán Hernando Pizarro, su hermano, había quedado atrás con alguna gente; deseaba el gobernador que llegasen. Los de la Puná, vista la flojedad que había en los cristianos para pasar, temieron no fuesen avisados de su propósito (si era el que se ha dicho); por los asegurar pasó a ellos Tumbala; con disimulación grande, dijo a Pizarro que cómo no pasaba con los cristianos como antes se había concertado. Respondióle Pizarro, descubriendo lo que sabía; que por qué eran tan mañosos y cautelosos que sin él y sus cristianos haberles hecho enojo ni daño, ni entrado en su isla hubiese hecho monipodio para les matar con trato tan feo; que supiesen que Dios todopoderoso era con ellos y los guardaba y libraba de sus mentiras y traiciones. Respondió excusándose (y con más ánimo de lo que ellos suelen tener) que era mentira, que alguno por se congraciar con él había dicho: porque él nunca tal pensó, ni acostumbró matar sus huéspedes y amigos. Y para que viese cómo era lo que decía, que le rogaba él mismo se metiese en una de las balsas, y viese cuánto descuido en todos los suyos había, para ponerse a lo que decían. Pizarro, como vio hablar al cacique tan de veras y con poca turbación, creyó que lo que le habían dicho, debió de ser consejo de ellos mismos, porque a la verdad son muy alharaquientos. Mandó a los suyos que pasasen yendo todos recatados. Los isleños los recibieron y proveyeron de lo que tenían cumplidemente, teniendo, a lo que por cierto cuentan algunos, ruin propósito contra los españoles, que estuvieron allí más de tres meses; otros salvan a los indios, porque dicen que los nuestros absolutamente se hacían señores de lo que no era suyo, con otras cosas que la gente de guerra suele acometer, que fue causa que del todo fuesen aborrecidos de los indios de la Puná, que quisiesen antes morir que por los ojos ver lo que veían.
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CAPÍTULO XXXIII El gobernador se certifica del motín y trueca sus propósitos El gobernador no quiso, en cosa tan grave, dar entero crédito a los que se la habían dicho sin primero certificarse en ella de sí mismo. Con este cuidado dio en rondar solo de noche, y más a menudo que solía, y en hábito disimulado por no ser conocido. Andando así, oyó una noche al tesorero Juan Gaytán y a otros que con él estaban en su choza que decían que, llegando al puerto de Achusi, donde pensaban hallar los navíos, se habían de ir a la tierra de México o del Perú, o volverse a España, porque no se podía llevar vida tan trabajosa por ganar y conquistar tierra tan pobre y mísera. Lo cual sintió el gobernador gravísimamente, porque entendió de aquellas palabras que su ejército se deshacía y que los suyos, en hallando por donde irse, lo desamparaban todos como lo hicieron al principio del descubrimiento y conquista del Perú con el gobernador y marqués don Francisco Pizarro, que vino a quedar con solos trece hombres en la isla de Gorgona y que, si los que entonces tenía se le iban, no le quedaba posibilidad para hacer nuevo ejército y quedaba descompuesto de su grandeza, autoridad y reputación, gastada su hacienda en vano y perdido el excesivo trabajo que hasta allí habían pasado en el descubrimiento de aquella tierra. Las cuales cosas, consideradas por un hombre tan celoso de su honra como lo era el gobernador, causaron en él precipitados y desesperados efectos, y, aunque por entonces disimuló su enojo, reservando el castigo para otro tiempo, no quiso sufrir ni quiso ver ni experimentar el mal hecho que temía de los que tenían sus ánimos flacos y acobardados. Y así, con toda la buena industria que pudo, sin dar a entender cosa alguna de su enojo, dio orden cómo volverse a entrar la tierra adentro y alejarse de la costa por quitar a los mal intencionados la ocasión de desvergonzársele y amotinar toda su gente. Este fue el primer principio y la causa principal de perderse este caballero y todo su ejército. Y, desde aquel día, como hombre descontento a quien los suyos mismos habían falsado las esperanzas y cortado el camino a sus buenos deseos y borrado la traza que para poblar y perpetuar la tierra tenía hecha, nunca más acertó a hacer cosa que bien le estuviese, ni se cree que la pretendiese, antes, instigado del desdén, anduvo de allí adelante gastando el tiempo y la vida sin fruto alguno, caminando siempre de unas partes a otras sin orden ni concierto, como hombre aburrido de la vida, deseando se le acabase, hasta que falleció según veremos adelante. Perdió su contento y esperanzas, y, para sus descendientes y sucesores, perdió lo que en aquella conquista había trabajado y la hacienda que en ella había empleado; causó que se perdiesen todos los que con él habían ido a ganar aquella tierra. Perdió asimismo de haber dado principio a un grandísimo y hermosísimo reino para la corona de España y el haberse aumentado la Santa Fe Católica, que es lo que más se debe sentir. Por lo cual fuera muy acertado, en negocio tan grave, pedir y tomar consejo de los amigos que tenía, de quien podía fiarse, para hacer con prudencia y buen acuerdo lo que al bien de todos más conviniese. Que pudiera este capitán remediar aquel motín con castigar los principales de él, con lo cual escarmentaran los demás de la liga, que eran pocos, y no perderse y dañar a todos los suyos por gobernarse por sólo su parecer apasionado, que causó su propia destrucción. Que, aunque era tan discreto como hemos visto, en causa propia, y estando apasionado, no pudo regirse y gobernarse con la claridad y juicio libre que las cosas graves requieren, por tanto, quien huyere de pedir y tomar consejo desconfíe de acertar. Con el temor del motín deseaba el gobernador salir presto de aquel alojamiento y volverse a meter la tierra adentro por otras provincias que no hubiesen visto porque los suyos no sospechasen su intención y atinasen con su pretensión si volviese por el camino que hasta allí había traído. Y así, con ánimo fingido, ajeno del que hasta entonces había tenido, esforzaba a sus soldados diciéndoles convaleciesen presto para salir de aquella mala tierra donde tanto daño habían recibido, y mandó echar bando para caminar tal día venidero.
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Capítulo XXXIII Que trata de cómo mandó el general Pedro de Valdivia que fuesen seis hombres de a caballo a ver las minas y de cómo fueron y de lo que les sucedió Oído el general las nuevas que le daban de las minas de oro, e cómo habían sacado en ellas gran cantidad de oro para los ingas, señores del Pirú, y para informarse si era verdad porque los indios muy pocas veces la dicen, despachó los dos capitanes que tengo dicho con los cuatro compañeros, dándoles el aviso que habían de tener en el camino. Y dioles una gría para que los llevasen. Estaban estas minas catorce leguas de donde quedaba el general hacia la costa. Yendo caminando el valle abajo estos dos capitanes, les salían algunos principales de paz de parte de un señor que se decía Tanjalongo, que era señor de la mitad del valle. Y llegados a las minas vieron ser verdad lo que Michimalongo decía por las señas que vieron. Y aquí se les huyó la guía que llevaban. Visto los indios aquellos seis cristianos que iban el valle abajo, se ajuntaron y por el camino que habían los cristianos de pasar hicieron un fuerte en esta manera: junto a una laguna de la cual desaguaba un río no muy grande, muy montuoso, de grandes árboles, e desde la laguna hasta el río, en un codo que la laguna y el río hace, hicieron una cava honda de más de una lanza e más de diez pies en ancho, con una puente levadiza. Y en esta plaza que hacía esta cava tenían sus hijos y mujeres. Adelante de esta cava había otra plaza casi tan larga, e luego una trinchera de palos muy gruesos de rama muy bien entretejido, y hechas sus troneras para flechar, y hecha en medio una pequeña puerta que no cabía más que un hombre abajado. Iba esta trinchera o palizada en arco, e por de fuera de esta palizada iba un foso de más de veinte pies en hondo y casi otros tantos en ancho, llena de agua, e tenía por puente tres palos. Dentro de esta plaza estaba la gente de guerra. Junto a la puente a un lado había tres casas. Todo el llano de la frontera de este fuerte tenían echadas las acequias de agua, que estaba todo empantanado y como la tierra es fofa y se hinche de agua, no se puede andar a caballo a causa que se ahondan. La gente de guerra que había en este fuerte eran seiscientos hombres, y tenían por general un indio que se llamaba Leve, indio belicoso. Estaba este fuerte para no tener artillería ni ser torreado muy fuerte. Viniendo los seis de a caballo por su camino, una legua de este fuerte tomaron una espía que los indios tenían. Luego les confesó lo que había e cómo les estaban aguardando los indios en aquel fuerte. Informándose muy bien determinaron de dar en él y desbaratar los indios. E como era sobretarde detuviéronse aquella noche y otro día amaneciendo caminaron. Ya que estaban a media legua del fuerte fueron al galope, e como entraron en la tierra empantanada, se ahondaban los caballos de manera que no podían andar todo lo que ellos querían. Y en trecho de los cinco iba un soldado que se dice Diego Sánches de Morales, natural de la villa de Mairena. Acertó a ir por una buena parte o su ventura que lo llevaba, llegó al foso, e viéndose en aquella ventura, e los demás cristianos no podían venir, e confiándose en su animo, se apeó del caballo y embrazando su adarga y echando mano a su espada, pasó la puente del foso e llegó a la puerta de la trinchera. Entró dentro en la plaza y sin ser sentido de los indios, a causa de ser de mañana, llegó a la puerta de las tres casas donde estaban los capitanes. E visto por los indios quedaron admirados. Escomenzó a dar entre ellos muy gran murmullo, que no se acordaban de pelear, preguntado unos a otros por dónde había venido e entrado. No podían creer sino que era caído del cielo, y esto tenían por cierto, e como tenían las puertas que no podían salir sus capitanes e mandarlos, temiendo de ser muertos por aquel cristiano no osaban hablar, antes estaban espantados. Y a esta sazón llegaron los cinco a la puerta. Apeóse uno de ellos y entró a donde el otro estaba. Viendo los indios dos cristianos dentro e cuatro a la puerta, pareciéndoles que no eran solos sino que venían más, e como tenían noticia del fuerte que había desbaratado el general a Michimalongo, cobraron gran miedo y comenzaron a huir y desmamparar el fuerte. Prendieron al capitán Leve e otro principal, e se volvieron muy alegres a donde el general estaba.
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De cómo Nezahualcoyotzin dio orden de irse a la ciudad de Tetzcuco con toda su gente y las demandas y respuestas que sobre esto hubo Iztlacauhtzin, señor de Huexotla y capitán general que había sido y Motoliniatzin señor de Coatlichan (que eran estos dos señores los mayores que había en el reino de Tetzcuco, de cuya casa y linaje procedían otros muchos de lo más ilustre del imperio), habiendo visto cómo Nezahualcoyotzin estaba jurado y recibido por rey de Tetzcuco y por sucesor del imperio (aunque ellos habían andado ausentes, por su rebeldía, desde que saqueó la ciudad y reino de Tetzcuco), acordaron de enviarle un gran presente de oro, piedras preciosas y plumería y mantas ricas, rogándole les perdonase por las ofensas pasadas y les hiciese merced de las vidas, echando por tercero al rey Itzcoatzin su tío y a otros señores mexicanos, a quienes enviaron otros presentes. Nezahualcoyotzin los perdonó y envió a decir que se asegurasen y no anduviesen ausentes de su patria, que les daba su fe y palabra de no ofenderles ni hacerles mal. Habiendo alcanzado este perdón de Nezahualcoyotzin, enviaron a suplicarle segunda vez, se dignase de venir a su casa y corte, porque con su ausencia andaban sus súbditos y vasallos huérfanos y desamparados, echando asimismo para el efecto por su tercero al rey Itzcoatzin su tío y aunque Nezahualcoyotzin había estado muy ofendido de sus súbditos y vasallos, tuvo por bien de irse a la ciudad de Tetzcuco con toda su casa y corte, que la había tenido en la ciudad de México casi cuatro años, como se ha visto y antes de irse partió la tierra entre el rey Itzcoatzin su tío, echando una línea de norte a sur desde un cerro que se llama Cuexómatl por medio de la laguna, hincando unos morillos muy gruesos y poniendo mohoneras y paredones hasta el río de Acolhuacan, y de allí a un cerro que se dice Xóloc, y a otro que se llama Techimali hasta llegar a la tierra de Tototépec que era hasta allí lo que estaba en esta sazón ganado, que es corriendo hacia el norte y todo lo que queda por la parte del oriente, tomó para sí Nezahualcoyotzin y lo de la parte del poniente, Itzcoatzin su tío, juntamente con lo que le cupo de parte de Totoquihuatzin rey de Tlacopan. Y asimismo, para ilustrar más a la ciudad de Tetzcuco, pidió a su tío le diese cantidad de oficiales de todas las artes mecánicas, que trajo a la ciudad de Tetzcuco con otros que sacó de la ciudad y reino de Azcaputzalco y de la de Xochimilco y otras partes. Y al tiempo y cuando fue a la ciudad de Tetzcuco, que fue por la laguna, se desembarcó en el bosque que llaman Acayácac, por estar cerca de la laguna, en donde fue recibido de todos los señores y de la gente ilustre de todo el reino con grandes fiestas y regocijos, aunque echó menos a Itlacauhtzin señor de Huexotla y a Ochpáncatl señor que asimismo era de Coatlichan, a Motoliniatzin y a Tozquentzin y a otro que se decía Tochpilli; que aunque es verdad los tenía perdonados, viendo la gravedad de sus culpas, no se atrevieron a aguardarle. Nezahualcoyotzin, cuando supo que se habían ido recibió gran pena y envió a un caballero llamado Coyohua para que los volviese y asegurase, enviándoles a decir que a dónde iban, desamparando sus casas y patria por vivir con mengua y desdicha en las ajenas y que él no venía a su corte porque quería, sino sólo por amor de ellos y por el grande amor que les tenía y que si se recelaban de las cosas pasadas, que ya él las tenía olvidadas y perdonadas, que sin recelo podían volverse. El mensajero los fue a alcanzar en la sierra en donde llaman Chalchihuitetemi, los cuales respondieron, que su alteza los perdonase, que de ninguna manera habían de parecer en su presencia, pues habían sido tan graves sus delitos y que se reconocían por dignos de muy gran castigo; sólo Totomihua señor de Coatépec envió a sus dos hijos, llamados el uno Ayocuantzi y el otro Quetzaltecolotzin, diciéndoles: "id y servid a vuestro rey y señor natural, que vuestra inocencia os salva" y así solos estos dos mancebos se volvieron con el mensajero de Nezahualcoyotzin y otros para Huexotzinco y a la provincia de Chalco, lo cual le causó mucha pena a Nezahualcoyotzin. Y habiendo entrado en la ciudad fue muy bien recibido y festejado y se fue a vivir a sus palacios llamados Cillan.
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En que se da relación de lo que hay desde Popayán a la ciudad de Pasto, y quién fue el fundador della, y lo que hay que decir de los naturales sus comarcanos Desde la ciudad de Popayán hasta la villa de Pasto hay cuarenta leguas de camino, y pueblos que tengo escripto. Salidos dellos, por el mismo camino de Pasto se allega a un pueblo que en los tiempos antiguos fue grande y muy poblado, y cuando los españoles lo descubrieron asimismo lo era, y agora en el tiempo presente todavía tiene muchos indios. El valle de Patia, por donde pasa el río que dije, se hace muy estrecho en este pueblo, y los indios toda su población la tienen de la banda del poniente en grandes y muy altas barrancas. Llaman a este pueblo los españoles el pueblo de la sal. Son muy ricos, y han dado grandes tributos de fino oro a los señores que han tenido sobre ellos encomienda. En sus armas, traje y costumbres conforman con los de atrás, salvo que éstos no comen carne humana como ellos y son de alguna más razón. Tienen. muchas y muy olorosas piñas, y contratan con la provincia de Chapanchita y con otras a ella comarcanas. Más adelante de este pueblo está la provincia de los Masteles, que terná o tenía más de cuatro mil indios de guerra. Junto con ella está la provincia de los Abades y los pueblos de Isancal y Pangan y Zacuanpus, y el que llaman los Chorros del Agua, y Pichilimbuy, y también están Tuyles y Angayan, y Pagual y Chuchaldo, y otros caciques y algunos pueblos. La tierra adentro, más hacia el poniente, hay gran noticia de mucho poblado y ricas minas y mucha gente que allega hasta la mar del Sur. También son comarcanos con estos otros pueblos, cuyos nombres son Ascual, Mallama, Tucurres, Zapuys, Iles, Gualmatal, Funes, Chapal, Males y Piales, Pupiales, Turca, Cumba. Todos estos pueblos y caciques tenían y tienen por nombre Pastos, y por ellos tomó el nombre la villa de Pasto, que quiere decir población hecha en tierra de pasto. También comarcan con estos pueblos y indios de los Pastos otros indios y naciones a quien llaman los quillacingas, y tienen sus pueblos hacia la parte del oriente, muy poblados. Los nombres de los más principales dellos contaré, como tengo de costumbre, y nómbranse Mocondino y Berjendino, Buyzaco, Guajanzangua y Mocoxonduque, Guacuanquer y Macaxamata. Y más al oriente está otra provincia algo grande, muy fértil, que tiene por nombre Cibundoy. También hay otro pueblo que se llama Pastoco, y otro que está junto a una laguna que está en la cumbre de la montaña y más alta sierra de aquellas cordilleras, de agua frigidísima, porque con ser tan larga que tiene más de ocho leguas en largo y más de cuatro en ancho, no se cría ni hay en ella ningún pescado ni ninguno ni arboledas. Otra laguna hay cerca desta, de su misma natura. Más adelante se parecen grandes montañas y muy largas, y los españoles no saben lo que hay de la otra parte dellas. Otros pueblos y señores hay en los términos desta villa, que, por ser cosa superflua, no los nombro, pues tengo contado los principales. Y concluyendo con esta villa de Pasto, digo que tiene más indios naturales subjetos a sí que ninguna ciudad ni villa de toda la gobernación de Popayán, y más que Quito y otros pueblos del Perú. Y cierto, sin los muchos naturales que hay, antiguamente debió de ser muy más poblada, porque es cosa admirable de ver que, con tener grandes términos de muchas vegas y riberas de ríos, y sierras y altas montañas, no se andará por parte (aunque más fragosa y dificultosa sea) que no se vea y parezca haber sido poblada y labrada del tiempo que digo. Y aun cuando los españoles los conquistaron y descubrieron había gran número de gente. Las costumbres destos indios quillacingas ni pastos no conforman unos con otros, porque los pastos no comen carne humana cuando pelean con los españoles o con ellos mismos. Las armas que tienen son piedras en las manos y palos a manera de cayados, y algunos tienen lanzas mal hechas y pocas; es gente de poco ánimo. Los indios de lustre y principales se tratan algo bien; la demás gente son de ruines cataduras y peores gestos, así ellos como sus mujeres, y muy sucios todos; gente simple y de poca malicia. Y así ellos como todos los demás que se han pasado son tan poco asquerosos, que cuando se expulgan se comen los piojos como si fuesen piñones, y los vasos en que comen y ollas donde guisan sus manjares no están mucho tiempo en los lavar y limpiar. No tienen creencia ni se les han visto ídolos, salvo que ellos creen que después de muertos han de tornar a vivir en otras partes alegres y muy deleitosas para ellos. Hay cosas tan secretas entre estas naciones de las Indias que sólo Dios las alcanza. Su traje es que andan las mujeres vestidas con una manta angosta a manera de costal, en que se cubren de los pechos hasta la rodilla; y otra manta pequeña encima, que viene a caer sobre la larga, y todas las más son hechas de hierbas y de cortezas de árboles, y algunas de algodón. Los indios se cubren con una manta asimismo larga, que terná tres o cuatro varas, con la cual se dan una vuelta por la cintura y otra por la garganta, y echan el ramal que sobra por encima de la cabeza, y en las partes deshonestas traen maures pequeños. Los quillacingas también se ponen maures para cubrir sus vergüenzas, como los pastos, y luego se ponen una manta de algodón cosida, ancha y abierta por los lados. Las mujeres traen unas mantas pequeñas, con que también se cubren, y otra encima que les cubre las espaldas y les cae sobre los pechos, y junto al pescuezo dan ciertos puntos en ella. Los quillacingas hablan con el demonio; no tienen templo ni creencia. Cuando se mueren hacen las sepulturas grandes y muy hondas; dentro dellas meten su haber, que no es mucho. Y si son señores principales les echan dentro con ellos algunas de sus mujeres y otras indias de servicio. Y hay entre ellos una costumbre, la cual es (según a mí me informaron) que si muere alguno de los principales dellos, los comarcanos que están a la deronda cada uno da al que ya es muerto, de sus indios y mujeres dos o tres, y llévanlos donde está hecha la sepultura, y junto a ella les dan mucho vino hecho de maíz; tanto, que los embriagan; y viéndolos sin sentido, los meten en las sepulturas para que tenga compañía el muerto. De manera que ninguno de aquellos bárbaros muere que no lleve de veinte personas arriba en su compañía; y sin esta gente, meten en las sepulturas muchos cántaros de su vino o brebaje y otras comidas. Yo procuré, cuando pasé por la tierra destos indios, saber lo que digo con gran diligencia, inquiriendo en ello todo lo que pude, y pregunté por qué tenían tan mala costumbre que, sin las indias suyas que enterraban con ellos, buscaban más de las de sus vecinos; y alcancé que el demonio les aparece (según ellos dicen) espantable y temeroso, y les hace entender que han de tornar a resuscitar en un gran reino que él tiene aparejado para ellos, y para ir con más autoridad echan los indios y indias en las sepulturas. Y por otros engaños deste maldito, enemigo caen en otros pecados. Dios Nuestro Señor sabe por qué permite que el demonio hable a estas gentes y haya tenido sobre ellos tan gran poder y que por sus dichos estén tan engañados. Aunque ya su divina majestad alza su ira dellos; y aborresciendo al demonio, muchos dellos se allegan a seguir nuestra sagrada religión. Las pastos, algunos hablan con el demonio. Cuando los señores se mueren también les hacen la honra a ellos posible, llorándolos muchos días y metiendo en las sepulturas lo que de otros tengo dicho. En todos los términos destos pastos se da poco maíz, y hay grandes criaderos para ganados, especialmente para puercos, porque éstos se crían en gran cantidad. Dase en aquella tierra mucha cebada y papas xiquimas, y hay muy sabrosas granadillas, y otras frutas de las que atrás tengo contado. En los quillacingas se da mucho maíz y tienen las frutas que estotros; salvo los naturales de la laguna, que éstos ni tienen árboles ni siembran en aquella parte maíz, por ser tan fría la tierra como he dicho. Estos quillacingas son dispuestos y belicosos, algo indómitos. Hay grandes ríos, todos de agua muy singular, y se cree que ternán oro en abundancia algunos dellos. Un río destos está entre Popayán y Pasto, que se llama río Caliente. En tiempo de invierno es peligroso y trabajoso de pasar. Tienen maromas gruesas para pasarlo los que van de una parte a otra. Lleva la más excelente agua que yo he visto en las Indias, ni aun en España. Pasado este río, para ir a la villa de Pasto hay una sierra que tiene de subida grandes tres leguas. Hasta este río duró el grande alcance que Gonzalo Pizarro y sus secuaces dieron al visorrey Blasco Núñez Vela, el cual se tratará adelante en las cuarta parte desta crónica, que es donde escribo las guerras civiles, donde se verán sucesos grandes que en ellas hubo.