Capítulo XXXII De cómo Pizarro prosiguió su camino y le mataron dos cristianos, y llegó Belalcázar con otros cristianos de Nicaragua, y lo que más pasó Deseaba mucho don Francisco Pizarro llegar a la buena tierra que había de Túmbez para adelante, y habíale pesado porque tan atrás había empezado a tomar puerto; y permitiólo así Dios nuestro señor porque si fuera de golpe adonde quería, sin que hubiera venido la gente que con él se había juntado, no hay que dudar sino que a soplos los mataran; mas como enteramente cuando es comienzo de cualquier negocio no se deja entender hasta que va descubriendo, así Pizarro estaba ignorante de que tenía por delante grandes ejércitos formados, y que fue venturoso que peleasen unos contra otros como enemigos. Y habiéndose despedido del principal del pueblo que se dejaba en amistad, anduvo hasta que llegó a la bahía de los Caraques; como era muy ancha, no la pudieron atravesar, mas subieron bien arriba por donde abaja el río que entra en ella, y pasaron fácilmente y entraron en un pueblo: de una india cuyo marido se había muerto había pocos días, donde había en los ánimos de los indios de por allí novedad, porque en lo secreto odiaban a los españoles, en lo público con temor de ellos y de los caballos mostraban buen rostro "a guisa de gallegos", como dicen. En sus pláticas y juntas trataban con qué modo y arte los matarían; esforzábanse unas veces de salir todos juntos y matarlos; mas cuando pensaban que habían de venir al hecho, desmayaban, acobardándose. Todo esto hoy día nos lo cuentan ellos mismos. No determinaron más el negocio de hacer cuanto, pudiesen a su salvo, daño a los españoles: los cuales estaban alojados en el pueblo ya dicho, de donde salió uno de ellos, encima de un caballo, tres o cuatro tiros de ballesta, a proveerse de alguna necesidad, llamado Santiago; fue visto por los indios, y como iba descuidado, salieron a él en cuadrilla y le mataron. Antes de esto habían conocido los nuestros cómo los indios andaban de mal arte; y puesto que el gobernador, con buenas palabras, procuraba de los traer a su amistad, no bastaba; y con enojo mandó a Cristóbal de Mena que fuese con algunos españoles a procurar de prender los que de estos tales pudiese haber, y como volviesen de la entrada, apartándose otro español un poco del camino, fue también muerto: porque debajo de esta amistad eran más enemigos. Pizarro sintióse de esto, publicando guerra contra los indios de aquella parte; pues sin les hacer él ni ellos daño ni afrenta, le matasen los suyos. Y con gran saña que tomó de esto, mandó a los de caballo que picasen con los hierros de las lanzas en los que más presto topasen; y así fueron muertos algunos de ellos, y un principal que prendieron fue traído delante de él a quien con las lenguas habló, quejándose porque sus parientes le habían muerto dos cristianos sin les hacer daño ni tomarles por cautivos ni prisioneros. Respondió el principal que eran locos los que lo habían hecho y que lo mandasen soltar para los castigar. Pizarro, como oyó su buena razón, mandó traer allí un indio que se tomó y que había sido de los que mataron al uno de los cristianos; el cacique le habló ásperamente diciendo que en pena de su maldad fuese ahorcado, y así lo pusieron en un palo, y él no habló ni se excusó, antes dio a entender darse poco de la vida y holgarse con la muerte que le daban. Soltóse el principal, a quien Pizarro habló con palabras blandas y amorosas, rogándole que no se ausentasen de sus tierras ni se alzasen para le dar guerra, y que tendrían en los cristianos buenos amigos. Y como esto pasó, caminaron delante a la provincia de Puerto Viejo, donde los indios guardan grandes religiones, y se vieron en algunos lugares formas con miembros deshonestos en que adoran; mas como los principales andaban en las guerras que se trataban entre Atabalipa y Guascar, no se formó ejército con potencia para procurar la muerte de los cristianos, antes determinaron de les mostrar buen semblante y proveerlos de lo que hubiese en su provincia, pues que eran tan pocos, y así salieron a Pizarro mostrando alegría con su venida; el cual mandó que se guardase la paz a los amigos sin les hacer daño ni ningún agravio. Ellos proveían de comida y servían en lo que más podían sin que por ello recibiesen Paga. Mas como en la guerra no baste para conseguir los soldados ninguna buena disciplina, cometiéronse algunos desaguisados; los cuales Pizarro no era parte a castigar. Estuvo quince días en aquella tierra, supo de un pequeño navío que había salido de Nicaragua, cómo por tierra venía Sebastián de Belalcázar con otros cristianos y algunos caballos de que recibió placer y dende a pocos días llegó Belalcázar y Mogrovejo, Francisco de Quiñones, Juan de Porras, De Fuentes, Diego Prieto, Rodrigo Núñez, Alonso Beltrán, y otros, hasta treinta, los caballos eran doce; y fueron bien recibidos del gobernador y de los que con él estaban.
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CAPÍTULO XXXII Lo que hicieron los españoles después de la batalla de Mauvila, y de un motín que entre ellos se trataba Como en la batalla de Mauvila se hubiese quemado todo lo que llevaban para decir misa, de allí adelante, por orden de los sacerdotes, se componía y adornaba un altar los domingos y fiestas de guardar, y esto cuando había lugar para ello, y se revestía un sacerdote de ornamentos que hicieron de gamuza a imitación del primer vestido que en el mundo hubo, que fue de pieles de animales, y, puesto en el altar, decía la confesión y el introito de la misa y la oración, epístola y evangelio, y todo lo demás, hasta el fin de la misa, sin consagrar, y llamábanla estos castellanos misa seca, y el mismo que la decía, u otro de los sacerdotes, declaraba el evangelio y sobre él hacía su plática o sermón. Y con esta manera de ceremonia que hacían en lugar de la misa se consolaban de la aflicción que sentían de no poder adorar a Jesucristo Nuestro Señor y Redentor en las especies sacramentales, lo cual les duró casi tres años, hasta que salieron de la Florida a tierra de cristianos. Ocho días estuvieron nuestros españoles en las malas chozas que hicieron dentro en Mauvila y, cuando estuvieron para poder salir, se pasaron a las que los indios tenían hechas para alojamiento de ellos, donde estuvieron más bien acomodados. Y pasaron en ellas otros quince días, curándose los heridos, que eran casi todos. Los que menos lo estaban salían a correr la tierra y buscar de comer por los pueblos que en la comarca había, que eran muchos, aunque pequeños, donde hallaron asaz comida. Por todos los pueblos que cuatro leguas en contorno había, hallaron los españoles muchos indios heridos que habían escapado de la batalla, mas no hallaban indio ni india con ellos que los curasen. Entendiose que venían de noche a darles recaudo y que se volvían de día a los montes. A estos tales indios heridos antes los regalaban los castellanos, y partían con ellos de la comida que llevaban, que no los maltrataban. Por los campos no parecía indio alguno, y, por la mucha diligencia que los de a caballo hicieron buscándolos, prendieron quince o veinte para tomar lengua de ellos. Y, habiéndoseles preguntado si en alguna parte se hacía junta de indios para venir contra los españoles, respondieron que, por haber perecido en la batalla pasada los hombres más valientes, nobles y ricos de aquella provincia, no había quedado en ella quien pudiese tomar armas. Y así pareció ser verdad, porque en todo el tiempo que los nuestros estuvieron en este alojamiento, no acudieron indios de día ni de noche siquiera a darles rebato y arma, que con sólo inquietarlos les hicieran mucho daño y perjuicio, según quedaron de la batalla mal parados. En Mauvila tuvo nuevas el gobernador de los navíos que los capitanes Gómez Arias y Diego Maldonado traían descubriendo la costa y cómo andaban en ella, la cual relación tuvo antes de la batalla y, después de ella, se certificó por los indios que quedaron presos, de los cuales supo que la provincia de Achusi, en cuya demanda iban los españoles, y la costa de la mar estaban pocas menos de treinta leguas de Mauvila. Con esta nueva holgó mucho el gobernador, por acabar y dar fin a tan larga peregrinación, y principio y comienzo a la nueva población que en aquella provincia pensaba hacer, que su intento, como atrás hemos dicho, era asentar un pueblo en el puerto de Achusi para recibir y asegurar los navíos que de todas partes a él fuesen, y fundar otro pueblo, veinte leguas la tierra más adentro, para desde allí principiar y dar orden en reducir los indios a la fe de la Santa Iglesia Romana y al servicio y aumento de la corona de España. En albricias de esta buena nueva, y porque fue certificado que de Mauvila hasta Achusi había seguridad por los caminos, dio libertad el gobernador al curaca que el capitán Diego Maldonado trajo preso del puerto de Achusi, al cual había traído consigo el adelantado haciéndole cortesía. Y no lo había enviado antes a su tierra por la mucha distancia que había en medio y por el peligro de que otros indios lo matasen o cautivasen por los caminos. Pues como supiese el general que estaba su tierra cerca y que había seguridad hasta llegar a ella, le dio licencia para que se fuese a su casa, encargándole mucho conservarse la amistad de los españoles, que muy presto los tendría por huéspedes en su tierra. El cacique se fue, agradecido de la merced que el gobernador le hacía, y dijo que holgaría mucho verlo en su tierra para servir lo que a su señoría debía. Todos estos deseos que el adelantado tenía de poblar la tierra, y la orden y las trazas que para ello había fabricado en su imaginación, los destruyó y anuló la discordia, como siempre suele arruinar y echar por tierra los ejércitos, las repúblicas, reinos e imperios donde la dejan entrar. Y la puerta que para los nuestros halló fue que, como en este ejército hubiese algunos personajes de los que se hallaron en la conquista del Perú y en la prisión de Atahuallpa, que vieron aquella riqueza tan grande que allí hubo de oro y plata, y hubiesen dado noticia de ella a los que en esta jornada iban, y como, por el contrario, en la Florida no se hubiese visto plata ni oro, aunque la fertilidad y las demás buenas partes de la tierra fuesen tantas como se han visto, no contentaban cosa alguna para poblar ni hacer asiento en aquel reino. A este disgusto se añadió la fiereza increíble de la batalla de Mauvila, que extrañamente les había asombrado y escandalizado, para desear dejar la tierra y salirse de ella luego que pudiesen porque decían que era imposible domar gente tan belicosa ni sujetar hombres tan libres, que por lo que hasta allí habían visto les parecía que ni por fuerza ni por maña podrían hacer con ellos que entrasen debajo del yugo y dominio de los españoles, que antes se dejarían matar todos y que no había para qué andarse gastando poco a poco en aquella tierra sino irse a otras ya ganadas y ricas como el Perú y México donde podrían enriquecer sin tanto trabajo, para lo cual sería bien, luego que llegasen a la costa, dejar aquella mala tierra e irse a la Nueva España. Estas cosas, y otras semejantes, murmuraban y platicaban entre sí algunos pocos de los que hemos dicho. Y no pudieron tratarlas tan en secreto que no las oyesen algunos de los que con el gobernador habían ido de España y le eran leales amigos y compañeros, los cuales le dieron cuenta de lo que en su ejército pasaba y cómo hablaban resolutamente de salirse de la tierra luego que llegasen donde pudiesen haber navíos, o barcos, siquiera.
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Capítulo XXXII Que trata de lo que hizo el general Pedro de Valdivia preso a Michimalongo y apoderado en fuerte Llegado Michimalongo ante el general, se anticipó como hombre avisado, a hablar al general con ánimo de señor y hombre de guerra. Y díjole en su lengua: "Tata", que quiere decir señor, "manda a estos cristianos que no me maten más gente, porque yo ya he mandado a la mía que no peleen y les he mandado que vengan a servir". Luego comenzaron a venir, rindiendo las armas en señal de vencidos porque es costumbre entre ellos, y Michimalongo tomando más ánimo, aunque no le parecía tener la vida segura, haciendo cuenta prometer largo para aplacar la ira y asegurar la vida, como dice el provervio: dádivas quebrantan peñas. Y fue cautela según después pareció, porque suplicó al general mandase a los cristianos que fuesen a la segunda plaza del fuerte, y que en ella hallarían a sus mujeres y dos talegas de oro en polvo, que según demostró habría media fanega. Y cuando fueron a donde el cacique les había mandado, no lo hallaron y trajeron las mujeres sin el oro. Dijo Michimalongo que no hiciesen mal a sus mujeres y que él era su prisionero y que todo era suyo: "A ti lo doy y a ti lo ofrezco, y de aquí en adelante te serviré como debo". Respondió el general que él le daría sus mujeres sanas y sin ofensa, y con ellas el oro si lo trujesen, porque él no venía por oro, sino a que supiesen que habían de vivir en nuestra Santa Fe, y darles la obediencia y servir como los indios del Pirú. Y que haciendo de hoy en adelante esto, serían bien tratados y amparados él y sus indios e mujeres e hijos y haciendas. Y que supiesen que no se habían de alzar en ningún tiempo contra ellos. Y que haciendo esto, le perdonaba la guerra que le había hecho y el trabajo que le había dado. Por tanto que mirase y tuviese tino a servir bien de ahí en adelante, y que haciendo lo contrario, él y todos sus indios serían muertos, y que no les valdrían las sierras ni las nieves, ni aun esconderse debajo de la tierra. En esta sazón allegaron las mujeres e hijos del cacique Michimalongo. Luego el general las mandó dar y entregar al cacique, y le dijo: "Toma tus mujeres e hijos, y pésame porque no trujeron el oro para dártelo también, pues es tuyo, que yo al presente no tengo necesidad de ello. Búscalo entre tus indios que ellos lo tendrán escondido, y aprovéchate de él que yo no lo quiero". Luego se salió el general con toda su gente fuera del fuerte y aquí se estuvo hasta que los heridos estuvieron sanos. En todo este tiempo fue bien tratado el cacique Michimalongo, el cual proveyó de maíz y algunas ovejas. Mandó el cacique a todos sus indios que sirviesen a los cristianos. El cacique Michimalongo tenía noticia que cuando don Diego de Almagro vino del Pirú a esta tierra de Chile que le pidieron oro, y considerando que aquellos cristianos eran como éstos y pedían el oro, que también lo amarían y querrían. Considerando esta consideración acometió e dijo al general: "Tata, yo te quiero servir con cierta cantidad de oro que haré sacar, que no lo tengo sacado de las minas. Y para sacarlo tengo necesidad que me sueltes y que me des licencia". Y que si se le daba, señaló allí un atambor que le sacaría lleno, que al parecer cabrían en él más de ciento y veinte mil pesos. De esto se alegró el general de las nuevas que le daba este cacique, porque era señal que lo había en la tierra, porque a las entradas en estas tierras nuevas, como no haya semejante metal van los españoles de mala gana, que si se volvió don Diego de Almagro de esta tierra, fue por haber dejado el Perú, tierra tan rica de plata y oro, y a esta causa se fue importunado de los suyos a que se volviese. Y como es metal tan codicioso y que por él vienen los españoles a estas partes más que por otra cosa, según pareció, fue cautela para dividir a los cristianos, pues viendo el general las nuevas que aquel señor le daba de las minas e como eran ricas, para informarse más cierto, despachó al capitán Francisco de Aguirre y Francisco de Villagran con cuatro soldados que fuesen a ver si era verdad aquella noticia que el cacique le daba.
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De cómo fue jurado Nezahualcoyotzin por rey de Tetzcuco Acolhuacan y por emperador del imperio de los chichimecas, juntamente con su tío Itzcoatzin rey de México y Totoquihuatzin de Tlacopan, en quien se traspasó el reino de Atepaneco y Azcaputzalco Había cerca de cuatro años que Nezahualcoyotzin, juntamente con el rey Itzcoatzin su tío y los demás señores sus confederados, que habían sojuzgado a la ciudad de Atzcaputzalco y casi tres años que había saqueado y castigado su reino de Acolhuacan y hecho las demás cosas referidas, cuando en el año de 1431 de la encarnación de Cristo nuestro señor que llaman nahui ácatl, le pareció ser ya tiempo que fuese jurado y recibido con la solemnidad que convenía en el imperio y lo que en tiempo de sus pasados había sido gobernado por una sola cabeza, parecióle ser mejor y más permanente que fuese gobernado por tres (los cuales fueron los reyes y señores de los tres reinos, México, Tetzcuco y Tlacopan), para lo cual lo trató y comunicó con el rey Itzcoatzin su tío, dándole las causas bastantes que para esto le movían. A Itzcoatzin le pareció muy bien lo que tenía determinado, aunque en lo de Tlacopan era de contrario parecer; lo uno, porque Totoquihuatzin no era más de un señor particular, que había estado sujeto al de Azcaputzalco y lo otro, que por el mismo caso que era de aquella casa, no convenía hacer en él semejante elección, porque no fuese que con ella se tornase a encender otro fuego que fuese mayor que el Pasado; Nezahualcoyotzin replicó, que sería gran tiranía, de todo punto acabar el reino tan antiguo de los tepanecas, de donde procedían tantos señores, caballeros y personas ilustres; demás de que se pondría la cosa en tal punto y estado que no hubiese lugar de novedades y alteraciones. Y habiendo dado y tomado sobre este caso, hubo de permanecer el voto y parecer de Nezahualcoyotzin y así juntos todos los señores mexicanos y los de la parte de Nezahualcoyotzin, fueron jurados todos tres por sucesores al imperio y cada uno de por si por rey y cabeza principal de su reino. Al de Tezcuco llamándole Acolhua Tecuhtli y dándole juntamente el título y dignidad de sus antepasados, que es llamarse Chichimécatl Tecuhtli que era el título y soberano señorío que los emperadores chichimecas tenían. A su tío Itzcoatzin se le dio el título de Colhua Tecuhtli, por la nación de los culhuas tultecas. A Totoquihuatzin se le dio el título de Tepanécatl Tecuhtli, que es el título que tuvieron los reyes de Azcaputzalco. Y desde este tiempo los que fueron sucediendo, tuvieron estos títulos y renombres, que es como los romanos emperadores llamarse Césares. Y así los tres señores imperaron todos tres el imperio de esta Nueva España hasta la venida de la santa fe católica; aunque es verdad, que siempre el de México y Tetzcuco fueron iguales en dignidad, señorío y rentas y después de los otros dos. Y para mayor claridad de esta verdad (demás de ser público y notorio), se echa de ver en un canto antiguo que llaman Xopancuícatl, que casi en todos los más de los pueblos de esta Nueva España en donde se usa hablar la lengua mexicana, lo cantan los naturales en sus fiestas y convites, ser las tres cabezas de la Nueva España los reyes de México, Tetzcuco y Tlacopan que dice así: "canconicuilotehua que on intlactícpac: conmahuicotitihuya a Tliantépetl México nican Acolihuacan Nezahualcoyotzin Motecuhzomatzin, Tlacopan on in Totoquihuatzin Yeneli ai con-piaco inipetlícpal intéotl a Ipalnemoani, etcétera" que significa conforme a su verdadero sentido: "Dejaron memoria en el universo los que ilustraron el imperio de México y aquí en Acolihuacan, los reyes Nezahualcoyotzin, Motecuhzomatzin y en Tlacopan Totoquihuatzin; de verdad que será impresa, eternizada vuestra memoria (por lo bien que juzgásteis) en el trono y tribunal de dios creador de todas las cosas, etcétera". Y así muy a la clara se ve ser las tres cabezas de esta Nueva España los tres referidos y el de Tetzcuco y México ser iguales y después de ellos Tlacopan; demás de que esto está averiguado, habiéndose hecho la jura con los ritos y ceremonias que los mexicanos usaban en la coronación de sus reyes, como en otra parte se trata y se hicieron muy grandes y solemnes fiestas.
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En que se concluye la relación de los más pueblos y señores subjetos a la ciudad de Popayán y lo que hay que decir hasta salir de sus términos Tiene esta ciudad de Popayán muchos y muy anchos términos, los cuales están poblados de grandes pueblos, porque hacia la parte de oriente tiene (como dije) la provincia de Guambia, poblada de mucha gente, y otra provincia que se dice Guamza, y otro pueblo que se llama Maluasa, y Polindara y Palace, y Tembio y Colaza, y otros pueblos; sin éstos, hay muchos comarcanos a ellos, todos los cuales están bien poblados; y los indios desta tierra alcanzaban mucho oro de baja ley, de a siete quilates, y alguno a más y otro menos. También poseyeron oro fino, de que hacían joyas; pero en comparación de lo bajo fue poco. Son muy guerreros y tan carniceros y caribes como los de la provincia de Arma y Pozo y Antiocha; mas, como no hayan tenido estas naciones de por aquí entero conoscimiento de nuestro Dios verdadero Jesucristo, paresce que no se tiene tanta cuenta con sus costumbres y vida, no porque dejan de entender todo aquello que a ellos les paresce que les cuadra y les está bien, viviendo con cautelas, procurándose la muerte unos a otros con sus guerras, y con los españoles la tuvieron grande, sin querer estar por la paz que prometieron luego que por ellos fueron conquistados; antes llegó a tanta su dureza, que se dejaban morir por no subjetarse a ellos, creyendo que con la falta de mantenimiento dejarían la tierra; mas los españoles, por sustentar y salir a luz con su nueva población, pasaron muchas miserias y necesidades de hambres, según que adelante diré; y los naturales, con su propósito ya dicho, se perdieron y consumieron muchos millares dellos, comiéndose unos a otros los cuerpos y enviando las ánimas al infierno; y puesto que a los principios se tuvo algún cuidado de la conversión destos indios, no se les daba entera noticia de nuestra santa religión porque había pocos religiosos. En el tiempo presente hay mejor orden, así en el tratamiento de sus personas como en su conversión, porque su majestad, con gran fervor de cristiandad, manda que les prediquen la fe, y los señores de su muy alto Consejo de las Indias tienen mucho cuidado que se cumpla, y envían frailes doctos y de buena vida y costumbres, y mediante el favor de Dios se hace gran fruto. Hacia la Sierra Nevada o cordillera de los Andes están muchos valles poblados de los indios que ya tengo dicho; llámanse los coconucos, donde nasce el río grande ya pasado, y todos son de las costumbres que he puesto tener los de atrás, salvo que no usan el abominable pecado de comer la humana carne. Hay muchos volcanes o bocas de fuego por lo alto de la sierra; del uno sale agua caliente, de que hacen sal, y es cosa de ver y de oír del arte que se hace; lo cual tengo prometido de dar razón en esta obra de muchas fuentes de gran admiración que hay en estas provincias; acabando de decir lo tocante a la villa de Pasto lo trataré. También está junto a estos indios otro pueblo, que se llama Zotara, y más adelante, al mediodía, la provincia de Guanaca; y a la parte oriental está asimismo la muy porfiada provincia de los Páez, que tanto daño en los españoles ha hecho, la cual terná seis o siete mil indios de guerra. Son valientes, de muy grandes fuerzas, diestros en el pelear, de buenos cuerpos y muy limpios; tienen sus capitanes y superiores, a quienes obedescen; están poblados en grandes y muy ásperas sierras; en los valles que hacen tienen sus asientos, y por ellos corren muchos ríos y arroyos, en los cuales se cree que habrá buenas minas. Tienen para pelear lanzas gruesas de palma negra, tan largas que son de a veinte y cinco palmos y más cada una, y muchas tiraderas, grandes galgas, de las cuales se aprovechan a sus tiempos. Han muerto tantos y tan esforzados y valientes españoles, así capitanes como soldados, que pone muy gran lástima y no poco espanto ver que estos indios, siendo tan pocos, hayan hecho tanto mal; aunque no ha sido esto sin culpa grande de los muertos, por tenerse ellos en tanto que pensaban no ser parte estas gentes a las hacer mal, y permitió Dios que ellos muriesen y los indios quedasen victoriosos; y así lo estuvieron hasta que el adelantado don Sebastián de Belalcázar, con gran daño dellos y destruición de sus tierras y comidas, los atrajo a la paz, como relataré en la cuarta parte, de las guerras civiles. Hacia el oriente está la provincia de Guachicone, muy poblada; más adelante hay muchos pueblos y provincias; por estotra parte el sur está el pueblo de Cochesquio y la lagunilla y el pueblo que llaman de las Barrancas, donde está un pequeño río que tiene este nombre; más adelante está otro pueblo de indios y un río que se dice las Juntas, y adelante está otro que llaman de los Capitanes, y la gran provincia de los Masteles, y la población de Patia, que se extiende por un hermoso valle, donde pasa un río que se hace de los arroyos y ríos que nascen en los más destos pueblos, el cual lleva su corriente a la mar del Sur. Todas sus vegas y campañas fueron primero muy pobladas; hanse retirado los naturales que han quedado de las guerras a las sierras y altos de arriba. Hacia el poniente está la provincia de Bamba y otros poblados, los cuales contratan unos con otros; y sin éstos, hay otros pueblos poblados de muchos indios, donde se ha fundado una villa, y llaman a aquellos provincias de Chapancita. Todas estas naciones están pobladas en tierras fértiles y abundantes y poseen gran cantidad de oro bajo de poca ley, que a tenerla entera no les pesara a los vecinos de Popayán. En algunas partes se les han visto ídolos, aunque templo ni casa de adoración no sabemos que la tengan; hablan con el demonio, y por su consejo hacen muchas cosas conforme al que se las manda; no tienen conoscimiento de la inmortalidad del ánima enteramente; mas creen que sus mayores tornan a vivir, y algunos tienen (según a mí me informaron) que las ánimas de los que mueren entran en los cuerpos de los que nascen; a los difuntos les hacen grandes y hondas sepulturas, y entierran a los señores con algunas sus mujeres y hacienda, y con mucho mantenimiento y de su vino; en algunas partes los queman hasta los convertir en ceniza, y en otras no más de hasta quedar el cuerpo seco. En estas provincias hay en las mismas comidas y frutas que tienen los demás que quedan atrás, salvo que no hay de las palmas de los pixivaes; mas cogen gran cantidad de papas, que son como turmas de tierra; andan desnudos y descalzos, sin traer más que algunas pequeñas mantas, y enjaezados con sus joyas de oro. Las mujeres andan cubiertas con otras pequeñas mantas de algodón, y traen sus cuellos collares de unas moxquitas de fino oro y de bajo, muy galanas y vistosas. En la orden que tienen en los casamientos no trato, porque es cosa de niñería; y así otras cosas dejo de decir por ser de poca calidad; algunos son grandes agoreros y hechiceros. Asimismo sabemos que hay muchas hierbas provechosas y dañosas en aquellas partes; todos los más comían carne humana. Fue la provincia comarcana a esta ciudad la más poblada que hubo en la mayor parte del Perú, y si fuera señoreada y subjetada por los ingas, fuera la mejor y más rica, a lo que todos creen.
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CAPITULO XXXII Baja el V. Padre a San Diego y de paso funda la Misión de San Luis. Viendo el V. Padre por las Cartas de los Capitanes de los Barcos, que no podían subir a Monterrey, y la falta de mulas que imposibilitaba conducir las cargas por tierra; tomó el trabajo de bajar a San Diego, para estrecharse allí con los Señores Marítimos, y de paso dar principio a la Misión de San Luis Obispo de Tolosa, y a la vuelta fundar la de S. Buenaventura. Salió de Monterrey con el Comandante D. Pedro Fages (que iba al mismo fin) luego que se despachó el Correo, y se llevó al P. Fr. José Cavaller para el establecimiento de la Misión de San Luis. Caminaron otras veinte y cinco leguas, y llegaron a la vista de la Cañada de los osos (donde dije hicieron matanza de estos animales para matar la hambre que padecían las gentes) hallando desde luego en ella proporcionado sitio con buenas tierras de pan llevar y un cristalino Arroyo que las fecundaba. Formaron luego una grande Cruz, que después de enarbolada adoraron, y se tomó posesión del terreno. Diose principio al Establecimiento el día 1 de Septiembre de 72, diciendo Misa bajo de una enramada nuestro V. Fr. Junípero, quien saliendo de aquella Misión el día siguiente segundo de Septiembre, prosiguió su viaje para San Diego. Dejó en ella a dos Indios Californios para que ayudasen, y el Señor Comandante un Cabo con cuatro Soldados para Escolta, prometiendo al Padre que a la vuelta se la completaría hasta el número de diez Hombres, porque necesitaba gente para la conducción del ganado y recua de víveres; por cuya carestía le dejó sólo para la manutención del Padre, los cinco Soldados, y los citados dos Indios, dos arrobas de harina, y tres almudes de trigo; y para que comprasen semillas de los Indios Gentiles le dejó un cajón de azúcar rojo, quedando muy contento el Padre con tan limitado bastimento, poniendo toda su confianza en Dios: y con esto se despidieron. Luego que empezaron su dilatado viaje los Caminantes, dio providencia el Padre Misionero de San Luis para que los dos Indios hiciesen el corte de la madera para la construcción de una pequeña Capilla que sirviese de interina Iglesia, y la respectiva vivienda para los Padres. Lo mismo hicieron los Soldados formando su cuartel, y estacada para la defensa. Aunque por aquel paraje no había Ranchería alguna de Gentiles, en breve tiempo ocurrieron a la novedad; y como quiera que ya habían comunicado cerca de tres meses a los Soldados que estuvieron en la matanza de los Osos (de que daban agradecidos las gracias por haberles quitado de su tierra tan fieros animales, que habían matado a muchos Indios, no siendo pocos los que, aunque vivos, quedaban señalados de tan terribles uñas) hubieron de manifestarse muy contentos con que los nuestros se domiciliasen en aquel terreno. Visitaban con frecuencia la Misión, llevando al Padre algunos regalitos de carne de Venado y semillas silvestres, que les correspondía con abalorios y azúcar. Por medio de este socorro de los Gentiles pudieron mantenerse en el sitio los Cristianos entretanto llegaban los Barcos que conducían los bastimentos. Al año de fundada, que estuve en ella, tenían ya doce Cristianos, y con cuatro familias de Indios Cafilornios, y algunos Solteros Neófitos que allí dejé, se aumentó la Misión, así en lo material como en lo espiritual, y se fueron convirtiendo los Gentiles de modo que cuando murió el V. P. Presidente, tenían ya bautizados seiscientos diez y seis. Esta Misión de S. Luis Obispo de Tolosa, está situada sobre una loma, por cuya falda corre un Arroyo con bastante agua para el gasto, y para el riego de la tierra que tiene a la vista, y les produce abundantes cosechas, no sólo para mantener todos los Cristianos, sino también para proveer los Presidios, con lo cual consiguen ropas para vestir a los Indios. Es tanta la fertilidad del terreno, que de cuantas semillas se siembran, se cogen abundantes cosechas. Se halla situada en la altura del Norte de 35 grados y 38 minutos, distante como tres leguas del Mar (que es la Ensenada nombrada el Buchón, hacia el Poniente) de buen camino, y en aquella Playa tienen los Indios Neófitos sus canoítas para la pesca de varias clases de Pescado muy sabroso. Se halla la Misión distante del Presidio de Monterrey cincuenta leguas al rumbo Noroeste, y veinte y cinco de la de San Antonio, pobladas de Gentilidad, cuya reducción, por la crecida distancia de las citadas Misiones, no será fácil conseguir ínterin no se pongan otras en los intermedios; respecto a que aquellos habitantes no se avienen a salir de sus suelos patricios, y a la variedad de su idioma, pues a cada paso se encuentra distinto, de modo que hasta la presente no hay dos Misiones de igual lengua. Es la de San Luis de un temperamento muy saludable, haciendo en el Invierno frío, y calor en el Verano, aunque sin exceso. E1 Pueblo por temporadas es algo molestado de los vientos por la altura en que se halla. Ha sido esta Misión incomodada del fuego, pues en tres distintas ocasiones se ha incendiado. La primera vez le puso fuego un Gentil con una mecha encendida que amarró a una flecha, y disparó al techumbre, que siendo pajizo prendió mucha parte, por cuya causa padeció considerable atraso la Misión en la casa y utensilios. La segunda fue un día de la Natividad, que a tiempo que los Padres estaban en la Iglesia cantando la Misa del Gallo, se prendió fuego sin saberse como, el cual se apagó luego, por haber acudido prontamente la gente que asistía a la Misa, y la última, habiendo sido más voraz la quemazón, causó mayores estragos, sin poderse averiguar si fue por casualidad, o por malicia. Para evitar semejantes peligros y atrasos, idearon los Padres techarla con teja, a que se ingenió uno de ellos, porque no había quien la supiese hacer; con lo cual se ve libre del fuego, quedándoles las viviendas bien techadas; a imitación de ésta han hecho lo mismo en las demás Misiones.
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Capítulo XXXII Cómo Huayna Capac envió a la conquista de Pasto parte de su ejército y fue desbaratado, y al fin él sujetó y conquistó a Pasto Una cosa que quedaba por advertir y notar, acerca de las conquistas de estos Yngas, para que fuesen tenidos por injustos tiranos usurpadores de lo ajeno, y es que primero que llegaban a rompimiento con alguna nación se hacían guerra entre sí, si la hacían, o daños en las provincias sujetas al Ynga, enviaba sus mensajeros a que hiciesen entera satisfacción de los agravios que había hecho a sus vasallos y, si requeridos una y dos y tres veces, no querían, pregonaban la guerra a fuego y a sangre y se la hacían muy cruel hasta sujetarlos y traerlos a su obediencia. A otros requerían con dádivas y presentes, y representaban los daños y trabajos de la guerra, y si se sujetaban y por bien de su voluntad, venían a su mandado, a estos tales estimaba en mucho el Ynga y los honraba y daba libertades y exenciones y privilegios y dádivas ricas y preciosas, y a los caciques y señores les daba para sus mujeres, parientas y deudas suyas y de su linaje, y con esta benevolencia y amor los atraía y vencía. Estos, viéndose tan honrados y favorecidos del Ynga, y llenos de bienes de sus manos, publicaban dondequiera las mercedes que el Ynga les había hecho, y su gran afabilidad con todos y así atraían a otros señores y caciques a la obediencia del Ynga, con lo cual fueron cada día más extendiendo su señorío e imperio, y haciéndose más poderosos y temidos. Después de concluidos los grandes edificios y población hecha en Tomebamba por mandado del Ynga, hizo Junta General de todos sus consejeros, gobernadores y capitanes, y hombres de guerra, adonde trató y propuso en qué lugar o provincia empezaría la guerra y conquistas, en primer lugar si hacia la mar o hacia los Andes, que estaban por aquellas provincias o partes, o a los caranguis, y después de muchas diferencias y diversidad de pareceres, se determinó Huayna Capac de ir al principio hacia Pasto. Publicada su voluntad y mandato, dos capitanes, el uno llamado Cauana de Ylabi, y otro Mullu Pucara de Atuncolla, que es la provincia del Collado, se levantaron y con ellos otros dos de Conti Suyo llamados Apucaucac Cauana y Contimollo, y todos cuatro con mucha humildad suplicaron a Huayna Capac fuese servido de a ellos antes que a otros concederles la entrada y conquista de aquella provincia, donde querían mostrar el grandísimo deseo que de aventajarse en su servicio tenían, porque por espías que secretamente habían enviado, sabían por cosa cierta que era tierra fragosa, de montañas y nieves como las suyas, donde ellos eran naturales y que los indios chinchay suyos que en el ejército había eran acostumbrados a tierra caliente donde habían nacido y criádose, y así no eran para tanto como ellos y que a ellos les tocaba aquella jornada. Huayna Capac, habiéndoles agradecido con palabras alegres la voluntad que mostraban en querer señalarse ellos antes que otros, les dijo que se mirasen bien en ello, que estaba informado ser la tierra muy áspera y no quería se metiesen en peligro, donde se perdiesen y fuesen causa de perder su ejército, o a lo menos disminuirse y dificultasen con ello la conquista, a lo cual con gran determinación le replicaron que por saber ser la tierra áspera y fría como la suya lo pretendían, y en ello le querían hacer aquel servicio, y muy ahincadamente le rogaron se lo concediese. Visto por Huaina Capac su ánimo, se lo concedió, y para más fortalecerlos y que fuesen con mayor esperanza de buen suceso les dio dos mil orejones del Cuzco, y por capitán dellos a Auqui Toma, su hermano, y a Colla Topa, del linaje de Viracocha Ynga, y a otros, y mandóles fuesen con los collas con mucha orden y concierto. Salidos los cuatro capitanes ya dichos con los orejones a la conquista de la provincia de Pasto, comenzaron a entrar por las sierras arriba, en las cuales había ciertas abras y quebradas grandes y anchurosas, donde habitaban las gentes de aquella provincia y así fueron conquistando con mucho trabajo y necesidad, facilitando con sus brazos y ánimos la dificultad de la fragura de la tierra, venciendo a los naturales que, con grandísimo ánimo, ponían sus cuerpos a todo trance y peligro, y viéndose subrepujar y que la multitud del ejército de Hayna Capac todo lo allanaba, usaron de un ardid para probar si, mediante él, la ventura les concedía lo que les negaban sus fuerzas. Y fue que dejaron en las poblaciones a las mujeres e indios viejos, y viejas, y la gente de guerra se retrujo y fortaleció en el pueblo principal, esperando el fin y medio que tomaba el ejército del Ynga, el cual viendo tan súbita huida o retirada, pensando que desamparaban la tierra, los fue siguiendo hasta donde hallaron las casas principales del señor de la provincia, en una grandísima población donde entraron con poco trabajo, venciendo la gente della y se apoderaron de toda aquella tierra, y entendiendo que la gente se había huido fuera de la provincia y que ya no había con quién más pelear, que todo estaba llano, y ellos seguros, de los enemigos que no parecían, dejaron las armas y se pusieron a descansar del trabajo pasado. Y convidados de la hambre y de la abundancia que hallaron de comida y cantidad de chicha regalada, dejado todo aquello de industria de los enemigos, para mejor poner en ejecución su intento, se dieron a comer y beber, y regocijos y bailes mediante el aparejo que había, y descuidados del daño que se les aparejaba. Estando en estas fiestas gozando con contento de los despojos de los enemigos, toda la gente de aquella provincia de Pasto, que para el efecto se juntó con su cacique principal, sabiendo por sus espías el poco recato de sus enemigos, no queriendo perder tan buena ocasión, una noche al mejor tiempo que estaban ocupados comiendo y bebiendo, súbitamente dieron por tres o cuatro partes en la gente de Huayna Capac collas y orejones, donde fue lamentable y triste la destrucción y matanza que hicieron en ellos y principalmente en los collas, que como era gente que peleaba con ayllos, y no con otras armas, y tomados de repente en lugares angostos y desacomodados, donde no podían mandar aquellas armas ni aprovecharse dellas, fue fuerza que muriesen muchos dellos. Y llevando lo peor de la batalla se desbarataron y unos se escaparon y otros quedaron muertos y otros en poder de los enemigos, gozosos de tan señalada victoria. Visto este tan inconsiderado suceso, y la destrucción de los collas, por los orejones ingas y sus capitanes, se empezaron a retirar y recoger los que pudieron escapar del desbarate de los collas, de los cuales murió peleando como buen capitán en la batalla Contimollo de Conti Suyo. Juntos todos los que se salieron en buen orden de guerra, desamparando los puestos que habían ganado, caminaron poco a poco hasta que llegaron a donde venía el resto del ejército con Huayna Capac, su señor, que les hacía espaldas, aunque tarde. Y cuando Huayna Capac vio su ejército y gente desbaratada y tantos muertos de los principales, y que faltaban tan señalados soldados, recibió grandísima pena y enojo, y con muy afrentosas palabras reprendió y riñó a los capitanes, increpando el descuido y negligencia que habían tenido en no fortalecerse en el pueblo principal, y haber puesto guardas y espías, según el orden que en la guerra se suele guardar para prevenir con ella lo que les había sucedido. Hechos, reseña y alarde de toda la gente, no queriendo dar lugar a que los enemigos se rehiciesen y fortaleciesen en los puestos de más importancia, ni darles tiempo a que se juntasen en más número, con suma presteza ordenando su ejército volvió a entrar por donde sus capitanes habían entrado, conquistando de nuevo y haciendo con los enemigos mortal y nunca visto estrago, quemando las poblaciones, deshaciendo los fuertes, destruyendo las chacaras y sementeras y asolando toda la tierra, y matando y prendiendo toda cuanta gente hallaba en toda aquella provincia, no perdonando a sexo ni edad, por mostrarse más terrible y espantoso a los principios, y desta suerte estuvo hasta que a fuerza de brazos, y con grandes muertes y derramamiento de sangre, acabó de conquistar toda la provincia y sujetó todas las naciones y pueblos della. Concluido con la guerra hizo señalados y temerosos castigos en los que no habían querido venir a su obediencia, y en los que se habían señalado en la muerte de sus capitanes y gente, para que su nombre corriese por todas aquellas provincias que pensaba conquistar, y temerosos dél le obedeciesen y sujetándosele reconociesen por señor. Y, habiendo puesto en la provincia gobernador de su mano, y recaudo de capitanes y soldados en puestos y fortalecidos para guarnición y guarda della, como era costumbre de los ingas, se volvió con los demás de su ejército a Tomebamba, de do había salido.
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Cómo fue a las naves el rey principal de aquella isla, y la majestad con que iba Después, el martes, a 18 de Diciembre, aquel rey que el día antes había venido adonde estaba la canoa de la Tortuga, y habitaba cinco leguas de aquel paraje donde estaban los navíos, a la hora de tercia llegó una población que estaba próxima al mar, donde también se hallaban algunos de la nave, a quienes el Almirante había mandado para ver si llevaban alguna mayor muestra de oro. Estos, viendo que iba el rey, se lo fueron a decir al Almirante, diciendo que llevaba consigo más de doscientos hombres, y que no venía a pie sino en unas andas, llevado por cuatro hombres con gran veneración, aunque era muy joven. Llegado este rey no lejos de las naves, después que hubo descansado un poco, se acercó a la nave con todos los suyos; acerca de lo cual, escribe el Almirante en su Diario: "Sin duda pareciera bien a Vuestras Altezas su estado y acatamiento que todos le tienen, puesto que todos andan desnudos. El, así como entró en la nao, halló que estaba comiendo a la mesa, debaxo del castillo de popa, y a buen andar, se vino a sentar a par de mí, y no quiso dar lugar que yo me saliese a él, ni me levantase de la mesa; salvo que yo comiesse; y cuando entró debaxo del castillo, hizo señas, con la mano, que todos los suyos quedasen fuera, y así lo hizieron con la mayor priessa y acatamiento del mundo, y se assentaron todos en la cubierta, salvo dos hombres de una edad madura, que yo estimé por sus consejeros y ayos, que se assentaron a sus pies. Yo pensé quel ternia a bien de comer de nuestras viandas; mandé luego traerle cosas que comiese; de las viandas que le pusieron delante, tomava de cada una tanto como se toma para hazer la salva, y lo demás enviávalo a los suyos, y todos comían della, y así hizo en el beber, que solamente llegaba a la boca, y después lo dava a los otros; todo con un estado maravilloso y muy pocas palabras; y aquellas quél dezia, según yo podía entender, eran muy assentadas, y de seso; y aquellos dos le miravan, y hablavan por él y con él, y con mucho acatamiento. Después de aver comido, un escudero suyo traía un cinto, que es propio como los de Castilla en la hechura, salvo que es de otra obra, y me lo dió, y dos pedaços de oro labrados, que eran muy delgados, que creo que aquí alcançan poco dél, puesto que tengo que están muy vezinos de donde nasce, y ay muncho. Yo vide que le agradava un arambel que yo tenía sobre mi cama, y se le di, e unas cuentas muy buenas de ámbar que yo traya al pescueço; y unos çapatos colorados, y una almarraxa de agua de azahar, de que quedó tan contento que fue maravilla. Y él y su ayo y consejeros llevan gran pena porque no me entendían, ni yo a ellos; con todo, le cognosci que me dixo que si me complia algo de aquí, que toda la isla eslava a mi mandar. Yo envié por unas cuentas mías, adonde, por señal tengo un excelente de oro, en que están esculpidos Vuestras Altezas, y se lo amostré, y le dixe otra vez, como ayer, que Vuestras Altezas mandavan y señoreavan todo lo mejor del mundo, y que no avía tan grandes Príncipes; y le mostré las banderas Reales y las otras de la cruz, que él tuvo en mucho; y qué grandes señores serían Vuestras Altezas, decía el con sus consejeros, pues de tan lejos y del cielo me avian enviado hasta aquí sin miedo; y otras cosas munchas se pasaron que yo no entendía, salvo que bien via que todo tenía a grande maravilla". "Siendo ya tarde y queriéndose ir, lo envié a tierra, en la barca, muy honradamente, e hice disparar muchas lombardas. Puesto en tierra, subió a sus andas, y se fue con más de doscientos hombres. Un hijo suyo era llevado en hombros por un nombre muy principal; mandó dar de comer a todos los marineros y demás gente de los navíos que halló en tierra, y ordenó que se les hiciera mucho agasajo. Después, un marinero que lo halló en el camino, me dijo que todas las cosas que yo le había dado, las llevaba delante de aquél un hombre muy principal, y que el hijo no iba con aquél, sino que le seguía un poco detrás, con otros tantos hombres; y con una compañía casi igual, caminaba a pie un hermano, apoyado en los brazos de dos hombres principales; también a éste le había dado yo algunas cosillas cuando fue a las naves después que su hermano".
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Del cuarto Inca que hobo en el Cuzco, llamado Mayta Capac; y de lo que pasó en el tiempo de su reinado. Pasado, pues, lo que se ha escripto, Mayta Capac se fue haciendo grande; el cual, después de haber hecho las cerimonias que se requerían, le fueron abiertas las orejas; y, siendo más hombre, en presencia de muchas gentes, así naturales como extranjeros que para ello se juntaron, rescebió la corona o borla del imperio; e porque no tenía hermana con quien casar, tomó por mujer a una hija de un señorete o capitán del pueblo de Oma, que estaba en el Cuzco hasta dos leguas; la cual por nombre había Mama Cahua Pata. Hechas las bodas, estaba un barrio cerca de la ciudad donde vivía un linaje de gente a quien llamaban Alcaviquiza, y estos no habían querido tener amistad con los del Cuzco ninguna. Y, estado llenos de sospechas unos de otros dicen que, yendo a tomar agua una muger del Cuzco a ciertas fuentes que por allí estaban, salió un muchacho del otro barrio y le quebró el cántaro y habló no sé qué palabras; la cual, dando gritos, volvió al Cuzco; y como estos indios son tan alharaquientos, salieron luego con sus armas contra los otros, que también habían tomado las suyas al ruido que oían, para ver en lo que paraba el negocio; y llegando el Inca con su gente cerca se pusieron en orden de pelea, habiendo tomado por achaque cosa tan liviana como entre la india y muchacho había pasado, para querer sojuzgar los del aquel linaje o que la memoria dellos se perdiese. Y esto por los de Alcaviquiza bien era entendido; y como hombres de valor salieron a la batalla con grand denuedo, que fue la primera que se dio en aquellos tiempos, y pelearon gran rato así los unos como los otros, porque habiendo sido el caso tan súpito no habían podido allegar favores ni buscar ayudas los de Alcaviquiza; los cuales, aunque mucho pelearon, fueron vencidos después de ser muertos todos los mas, que casi no escaparon cincuenta con la vida. Y luego el rey Mayta Capac, tomando posesión en los campos y heredades de los muertos, usando de vencedor lo repartió todo por los vecinos del Cuzco y se hicieron grandes fiestas por la vitoria, yendo todos a sacrificar a los oráculos que tenían por sagrados. Deste Inca no cuentan los orejones más de que Mayta Capac: reynó en el Cuzco algunos años; y estando allegando gente para salir a lo que llaman Condesuyo le vino tal enfermedad que hobo de morir, dejando por su heredero al hijo mayor, llamado Capac Yupanqui.
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Cómo vimos rastro de cristianos Después que vimos rastro claro de cristianos, y entendimos que tan cerca estábamos de ellos, dimos muchas gracias a Dios nuestro Señor por querernos sacar de tan triste y miserable captiverio; el placer que de esto sentimos júzguelo cada uno cuando pensare el tiempo que en aquella tierra estuvimos y los peligros y trabajos porque pasamos. Aquella noche yo rogué a uno de mis compañeros que fuese tras los cristianos, que iban por donde nosotros dejábamos la tierra asegurada, y había tres días de camino. A ellos se les hizo de mal esto, excusándose por el cansancio y trabajo; y aunque cada uno de ellos lo pudiera hacer mejor que yo, por ser más recios y más mozos; mas, vista su voluntad, otro día por la mañana tomé conmigo al negro y once indios, y por el rastro que hallaba siguiendo a los cristianos pasé por tres lugares donde habían dormido; y este día anduve diez leguas, y otro día de mañana alcancé cuatro cristianos de caballo, que recebieron gran alteración de verme tan extrañamente vestido y en compañía de indios. Estuviéronme mirando mucho espacio de tiempo, tan atónitos, que ni me hablaban ni acertaban a preguntarme nada. Yo les dije que me llevasen a donde estaba su capitán; y así, fuimos media legua de allí, donde estaba Diego de Alcaraz, que era el capitán; y después de haberle hablado, me dijo que estaba muy perdido allí, porque había muchos días que no había podido tomar indios, y que no había por donde ir, porque entre ellos comenzaba a haber necesidad y hambre; yo le dije cómo atrás quedaban Dorantes y Castillo, que estaban diez leguas de allí, con muchas gentes que nos habían traído; y él envió luego tres de caballo y cincuenta indios de los que ellos traían; y el negro volvió con ellos para guiarlos, y yo quedé allí, y pedí que me diesen por testimonio el año y el mes y día que allí habían llegado, y la manera en que venía, y ansí lo hicieron. De este río hasta el pueblo de los cristianos, que se llama Sant Miguel, que es de la gobernación de la provincia que dicen la Nueva Galicia hay treinta leguas.