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CAPITULO XXXI Carta del V. Padre con algunas noticias, y llegada de los Barcos. "Viva Jesús, María, y José= R. P. Lector y Presidente Fr. Francisco Palau= Carísimo Amigo y mi Señor: No me quiero querellar del limitado tiempo para escribir a V. R. porque no parezca maña vieja, harto tengo con significar el recelo de lo que con trabajo escribo llegue a sus títulos. Lo que primero digo, es que gracias a Dios, tengo salud, y que no me ha tocado a mí ni a ninguno de los Padres Compañeros la hambre que por estas tierras ha mortificado y mortifica a muchos pobres. Lo segundo, que cuando esperábamos el Barco, nos ha llegado la noticia de ser dos los que vienen a este Puerto; pero con haber llegado ambos a la altura, y aún el uno a dos leguas de esta Misión, ninguno h podido aportar acá; y escribe el Capitán del Príncipe (que es nuestro D. Juan Pérez) que ya no podrá venir, que se halla en S. Diego, y que vayan allá, si quieren lo que trae. El otro escribe (que es D. Miguel Pino, con Cañizares) que se halla en la Canal de Santa Bárbara, y que se va a S. Diego; con que allá lo tenemos todo, y aquí nada. El consuelo es, que aquellas dos Misiones de S. Diego y S. Gabriel ya quedan fuera de cuidado. Esta, la de S. Antonio y el Presidio, no están con peligro de abandonarse; pero están con el seguro de que les dure a la gente algunos días la mortificación. Las mulas para subir por tierra son pocas y maltratadas. Los principales mantenedores de la gente son los Gentiles; por ellos se vive porque Dios quiere, sin embargo de que la leche de Vacas, y la verdura de la Huerta han sido dos grandísimos sustentáculos de estos Establecimientos; pero ambos renglones ya escasean; mas no por lo dicho me pesa, ni le pese a V. R. el que estén fundadas estas Misiones, como que no le duele a Ministro alguno de los que las pueblan. El desconsuelo sólo se ha hallado en las vacantes por dificultad de proseguir las fundaciones. Ya se les ha quitado a los Padres de San Luis el continuo desconsuelo de catorce meses de espera, con la noticia de que con las abundantes provisiones que traen los Barcos, prontamente se pondrá su Misión, y ver ya para ella todas las cosas aportarlas. Si para la fundación de éstas se hubiera de esperar los tiempos en que se suben aquellas, y los adelantamientos dependiesen de la venida del barco, muchos años se habían de pasar para que se fundase alguna, con la dificultad de venir de esas remotas tierras los socorros, atentas las dificultades que V. R. mejor que yo conoce y palpa. Todos los Ministros gimen, y gemimos las vejaciones, trabajos y atrasos que tenemos que aguantar; pero ninguno desea ni piensa salir de su Misión. Ello es, que trabajos, o no trabajos, hay varias almas en el Cielo, de Monterrey, de San Antonio y de San Diego, que de San Gabriel no lo sé hasta ahora. Hay competente número de Cristianos que alaban a Dios, cuyo santo nombre es en la boca de los mismos Gentiles más frecuente que en la de los muchos Cristianos. Y aunque presumen algunos que de mansos Corderos, que son todos, se vuelvan algún día tigres y leones, bien puede ser, si lo permite Dios; pero de los de Monterrey, vamos ya para tres años de experiencia, y los de San Antonio para dos, y cada día son mejores. Y sobre todo, la promesa hecha por Dios en estos últimos siglos a N. P. S. Francisco (como dice la Seráfica M. María de Jesús) de que los Gentiles con solo ver a sus hijos se han de convertir a nuestra Santa Fe Católica, ya me parece que la veo y palpo; porque si aquí no son ya todos Cristianos, es a mi entender por solo la falta del idioma; trabajo que no me ha venido de nuevo, porque siempre imaginé que mis pecados tenían muy desmerecida esta gracia, y que en unas tierras como éstas, donde no se podía prometer Intérprete ni Maestro en lo humano, hasta que alguno de acá aprendiese el castellano, era preciso se pasase algún tiempo. Ya en San Diego venció el tiempo la dificultad, ya bautizan adultos, ya se celebran Matrimonios; y aquí estamos va en disposiciones bien próximas para lo mismo, porque va se comienzan a explicar los Muchachos en el Castellano; y en lo demás, si se nos diera algún auxilio, en breve se nos daría poco que viniese o no el barco para asunto de víveres; pero estando las cosas así, poca cabeza podrán levantar las Misiones; con todo, yo confío en Dios que todo se ha de remediar. Pues vamos ahora al asunto principal: Yo voy a San Diego con el Comandante D. Pedro Fages; y si V. R. algún día ha de reconocer el tramo intermedio entre San Fernando Vellicatá y dicho Puerto, para distribuir en él sus cinco Misiones, y pudiese ser ahora, podríamos darnos un abrazo por mediados o fines de Septiembre; y supliría nuestra comunicación la falta de muchas cartas, v discurriríamos como se pueda adelantar mejor esta gran obra, que sin merecerlo ha puesto Dios nuestro Señor en nuestras manos. El gran consuelo de que me serviría dicha concurrencia lo dejo a la consideración de V. R. pero no lo haga V. R. por mí, sino sólo si lo considera conducente al mayor bien de las almas. Procuraremos retirarnos cada uno a su destino antes de las aguas y me parece haber tiempo competente para todo. Pero sobre todo pido con eficacia que o con V. R. o por sí solos, vengan en dicho tiempo dos Religiosos para la fundación de San Buenaventura, o para Ministros de San Gabriel, en lugar de los que se fueron enfermos a esas Misiones. Viniendo éstos, que es puntualmente el número de los que han ido de acá enfermos, ya sabré que no tengo de pedir más sino del Colegio. Los que hubieren de venir, que vengan bien prevenirlos de paciencia y caridad, y lo pasarán alegremente, y se podrán hacer ricos, digo de trabajos; pero ¿donde irá el Buey que no are? y si no ara, ¿como podrá haber cosecha?. Para mientras ande fuera queda administrando esta Misión el P. Pieras con uno de los Padres de S. Luis; que el otro se va para San Antonio, donde queda solo el Padre Fr. Buenaventura Sitiar, para irse aproximando y dar principio a su Misión. La de San Antonio, que el día de San Buenaventura cumplió el año de fundada, ha sido en esta necesidad que ha habido el recurso todo para semillas gentílicas, y sus pinoles. Al buen P. Pieras le debe esta Misión la caridad de más de cuatro cargas de tales géneros, pues en esta última venida me trajo tres. Del P. Fr. Juan nada digo, porque ya por sus cartas sabrá todos sus viajes. En fin no digo más; si nos viéremos podremos hablar (con el favor de Dios) de todo; y si no, espero escribir más largo y tendido. Si V. R. tuviere ocasión de escribir a nuestro Colegio, comunique siempre las noticias ciertas de que por acá tenga, porque si no llegaren mis cartas, tengan siquiera por ese medio alguna razón de estas tierras y Misiones. Me encomiendo con finísima voluntad a cada uno de los Padres de esas Misiones, viejos y nuevos, y que me tengan presente en sus oraciones; y los amigos, y conocidos me tengan por excusado escribirles en particular, por lo dicho al principio, razón porque esta ha ido pro majori parte de noche. Si los Padres Lazuén, y Murguía fuesen de los que vengan por estos Desiertos, lo dicho dicho de paciencia y ánimos etc. Deseo a V. R. las mismas partidas, que según estoy algo entendido, no son por esas tierras menos necesarias. Concédanoslas a todos Dios, y guarde a V. R. muchos años en su santo amor y gracia. Misión de S. Carlos de Monterrey en el Carmelo, y Agosto 18 de 1772= B. L. M. de V. R. afecto Amigo, Compañero y Siervo= Fr. Junípero Serra". Al mismo tiempo que el V. Padre me escribía esta Carta recibí yo las del Excmô. Señor Virrey, y R. P. Guardián del Colegio, en que me daban noticia del Concordato hecho con los RR. Padres Dominicos para la entrega de la California antigua; y caminaban ya para Monterrey los dos Religiosos que me pedían para la Misión de San Buenaventura, con quienes le tenía escrita aquella novedad, pidiéndole me diese noticia del número de Religiosos que necesitaba, para que no se regresasen al Colegio. Pero cuando llegó a San Diego la Carta, ya el V. Siervo de Dios se había embarcado para San Blas con el fin de pasar a México a informar al Exmô. Señor Virrey, como diré adelante.
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Capítulo XXXI Cómo Huayna Capac juntó su ejército y salió del Cuzco y llegó a Tomebamba, y de los edificios que allí hizo Llegado Huayna Capac al Cuzco, descansó algunos días y después hizo juntar en la plaza todos los orejones del Cuzco y allí les hizo una plática muy concertada, proponiéndoles su intención de ir a aquella conquista de los cayampes y caranguis, en las provincias de Quito, personalmente, y que los de su linaje que le quisiesen seguir en ella se lo declarasen, para que con el tiempo supiese los que iban con él. Oyendo esto los orejones se le ofrecieron en grandísima cantidad de los más valientes y esforzados, y de sus hermanos y deudos muchos, con muestras de voluntad y sumo deseo de servirle, lo cual él agradeció con mucha humanidad y benevolencia, diciéndoles que los que fuesen compañeros en sus trabajos llevarían también su parte de la gloria y honra que él tuviese y que todos gozarían del premio de la victoria y de los despojos de sus enemigos, conforme se señalasen en la guerra. Con esto todos los ofrecidos y señalados se comenzaron a aderezar de las armas y aparatos necesarios para ir más lucidos y galanes. Luego empezaron a llegar los soldados y ejércitos que había dejado apercebidos en las provincias del Collao y Charcas, y como iban llegando al Cuzco hacían sus reseñas y alardes con gran concierto y orden de guerra, y allí descansaban del camino y se entretenían en fiestas y regocijos comiendo y bebiendo, y estando ya descansados los iba despachando hacia Quito poco a poco, e iba con ellos persona con orden del Ynga, que les hacía dar todo lo necesario para el camino, así de comida y bebida como de otras cosas, que tenía el Ynga en sus depósitos para estas ocasiones. Y después de haber enviado delante, por su orden, toda la gente del Colla Suyo, Andes y Conde Suyo, que no faltaba nadie por venir, hizo muestra de toda la gente del Cuzco, que son hanancuzcos y hurincuzcos. De los hurincuzcos hizo capitán a Mihi, y de los anancuzcos fue capitán Auqui Toma, su hermano de Huayna Capac, que fue el capitán más valeroso, de más ánimo y fuerzas que tuvo el Inga, y que más se señaló en esta jornada. Salieron los naturales del Cuzco y los orejones bizarros y galanes, con muy ricos vestidos y armas muy lucidas y vistosas, de lo cual quedó Huayna Capac muy contento y satisfecho. En esto llegó la gente de Chinchay Suyo a punto de guerra que así lo había mandado Huayna Capac secretamente, con un mensajero y que subiesen al Cuzco, para que allí se mostrasen y fuesen vistos, y le dijo el capitán della: Vamos, Señor, que ya es tiempo de ver nuestros enemigos y probarlos, que ha un año que nos detenemos en esta jornada y ya está todo aparejado. Oyendo esto se holgó mucho Huayna Capac, y así salió del Cuzco acompañado de la gente de más lustre de todo su ejército y con grandísimo aparato y orden de guerra, dejando un hijo suyo nombrado Tupacusi Hualpa, que por otro nombre llamaron Huascar Ynga, por rey, y sucesor suyo después de sus días, aunque en Quito, a la hora de su muerte, eligió otro por nombre Ninan Cuyuchi, que vivió pocos días y así éste, Topacusi Hualpa, le heredó y fue el hijo más querido que él tuvo. Era hijo de Rahua Ocllo, su hermana carnal, y no obstante, que era su hermana, no era su legítima mujer, sino Cusirimay, otra hermana con quien se había casado como está ya dicho. La cual Cusirimay murió en Quito y no dejó hijo varón ninguno, y así tomó por mujer legítima a Rahua Ocllo, madre de Huascar Ynga. Dejó en el Cuzco, haciendo el ayuno solemne que ellos usaban, en su nombre, a Tito Atauchi y por gobernador General a Apo Hilaquita su tío, hermano de Tupa Ynga Yupanqui, su padre, y a Auqui Toma Ynga, hermano de Huayna Capac, de padre y madre, para que guardasen la tierra y mirasen por ella. Llevó consigo a muchos de sus hijos que tenía, porque cuando fue a estas jornadas ya era hombre de edad Huayna Capac, que le apuntaban las canas. Entre los que llevó consigo fue Atao Hualpa, su hijo, porque no tenía madre, que ya era muerta, y dejó en el cuzco a Topacusi Hualpa, dicho Huascar Ynga, a Manco Ynga, Paulo y otros, muchos e hijos bastardos, por no tener edad para seguirle. Así, por sus jornadas se fue poco a poco sin que le sucediese cosa digna de contar, hasta que llegó a Tomebamba. En llegando Huayna Capac a Tomebamba, hizo alto con todo su ejército, que era sin número y de diversas naciones y provincias, y pareciéndole que era cómodo asiento para hacer allí cabeza de imperio y señorío, edificó famosos e ilustres edificios e hizo por grandeza una cancha que llamaron Mullo Cancha, a do hizo poner los pares en que había andado en el vientre de su madre con grandísima reverencia, y para ello mandó entallar un bulto de mujer y púsoselas en el vientre y grandísima cantidad de oro y piedras preciosas con ellas. Las paredes de esta casa eran de taracea de Mullo y las listas de oro por toda la pared; hizo la figura de su madre Mama Ocllo toda de oro, y púsola allí, llamábanla Tome Bamba Pacha Mama. Los que servían esta casa y la guardaban eran los cañares, que decían que a ellos les tocaba porque Mama Ocllo era madre y tía, y que Huayna Capac había nacido en este lugar cuando su padre Topa Ynga Yupanqui había ido a las guerras de Quito. Y en memoria desto y para celebrar y autorizar el lugar de su nacimiento hizo esta obra espantosa allí, pretendiendo hacerla cabeza de su señorío. Esta casa tenía el suelo a manera de empedrado, que los indios llaman raíces de oro, de lo cual está todo cubierto el suelo. Las paredes del patio estaban aforradas por de fuera en tallas de cristal, que fueron llevadas para este efecto desde la provincia de Huancavelica. Hizo para perpetuar allí más nombre, y que fuese mayor población, que todas las naciones que desde el Cuzco le habían seguido y de las Charcas y Collado y Chile, todas poblasen allí en torno de Tomebamba, e hizo allí las casas del hacedor del sol y del trueno, como en el Cuzco las había y dotólas de hacienda, criados, chacaras y ganados por el orden y manera que estaban en el Cuzco, y demás de esto puso la Huaca principal que ellos tenían en mayor veneración y respeto acá en el Cuzco, llamada Huana Cauri, y demás de esto todas las demás Huacas que tenían alrededor del Cuzco, todas por su orden y traza como estaban en el Cuzco. Hizo el edificio en la plaza para el usmo que llaman los indios Chuqui pillaca, para sacrificar la chicha al sol cuando bebían con él. De suerte que no quedó cosa en que se pudiesen semejar estos edificios nuevos de Tomebamba con los antiguos del Cuzco, que no la puso y ordenó de la misma manera y por el mismo estilo que en el Cuzco, y esto lo hizo porque pensó hacer allí cabeza nueva del Reino y señorío, y dividirlo entre sus hijos, y quedarse él allí con todos los ejércitos y naciones que había traído consigo a aquella jornada y que, viendo ante sus ojos las cosas más preciadas que en el Cuzco había dejado y a las que tenía más veneración, cuya memoria y recuerdo les podía hacer volver al Cuzco, perdiesen de todo el ánimo y voluntad de dejar a Tomebamba y huirse a aquellas naciones y así se perpetuasen en aquella tierra. Hizo esto para que, como los edificios, templos y huacas del Cuzco eran obra de todos los Yngas, sus antecesores, que cada cual había hecho su parte, él como mayor señor y más poderoso, rico y temido, quiso sólo hacer todos los edificios que muchos habían hecho, y mostrar que era para más que todos juntos y así hacer con esto su nombre más famoso para siempre. Sea lo que fuere, haya pretendido lo uno o lo otro, él no volvió al Cuzco, y en él se puede decir haberse acabado y fenecido todo el ser y majestad de esta monarquía y el Reino de los ingas, aunque su hijo Huascar lo gozó, pero fue poco tiempo, por la entrada de los españoles, como diremos.
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Cómo el Almirante se dirigió a la Española, y lo que en ella vio Habiendo el Almirante navegado ciento siete leguas hacia Levante por la costa de Cuba, llegó al cabo oriental de ésta, y le puso de nombre Alfa; de allí, miércoles, a 5 de Diciembre, salió para ir a la Española, que distaba diez y seis leguas de Alfa, con rumbo al Este; mas por algunas corrientes que allí hay, no pudo llegar hasta el día siguiente, que entró en el puerto de San Nicolás, llamado así en memoria de su fiesta, que cae en aquel día. Este puerto es grandísimo, muy bueno, rodeado de muchos y grandes árboles, y muy profundo; mas la tierra tiene pocas peñas, y son los árboles menores, semejantes a los de Castilla, entre los que había robles pequeños, madroños y mirtos; corría por un llano, a un lado del puerto, un río muy apacible. Por todo el puerto se veían canoas grandes, como fustas de quince bancos; mas porque el Almirante no podía platicar con aquella gente, siguió la costa hacía el Norte, hasta que llegó a un puerto que llamó la Concepción, que está al mediodía de una isla pequeña, a la que puso nombre de Tortuga, que es tan espaciosa como la Gran Canaria. Viendo que la isla de Bohio era muy grande, que las tierras y los árboles de ella se asemejaban a los de España, y que en un lance que los de las naves echaron con sus redes, cogieron muchos peces como los de España, a saber: caballos, lizas, salmones, sábalos, gallos, salpas, corvinas, sardinas y cangrejos, resolvió dar a la isla un nombre conforme al de España, y así, el domingo, a 9 de Diciembre, la llamó Española. Como todos tenían mucho deseo de saber la calidad de aquella isla, mientras la gente estaba pescando en la playa, tres cristianos se echaron a caminar por el monte, y dieron con una tropa de indios tan desnudos como los anteriores, los cuales, viendo que los cristianos se les acercaban mucho, con gran espanto echaron a correr por la espesura del bosque, como quienes no podían ser estorbados por las ropas y las faldas. Y los cristianos, por tener lengua de aquellos, fueron corriendo detrás; pero, sólo pudieron alcanzar a una moza, que llevaba colgando de la nariz una lámina de oro. A ésta, luego que fue llevada a los navíos, el Almirante le dio muchas cosillas, a saber, algunas baratijas y cascabeles; después la hizo volver a tierra sin que se le hiciese mal alguno; y mandó que fueran con ella tres indios de los que llevaba de otras islas, y tres cristianos, que la acompañaron hasta su pueblo. El día siguiente mandó nueve hombres a tierra, bien armados, los que, habiendo caminado cuatro leguas, hallaron un pueblo de más de mil casas repartidas en un valle, cuyos moradores, viendo a los cristianos, todos abandonaron el lugar y huyeron a los bosques; pero el guía indio que llevaban los nuestros, de San Salvador, fue en pos de ellos, y tanto los llamó y exhortó, y tanto bien dijo de los cristianos, afirmando que era gente bajada del cielo, que les hizo volver confiados y seguros. Y luego, llenos de asombro y de admiración, ponían la mano sobre la cabeza de los nuestros, como por honor. Les llevaban de comer, daban cuanto se les pedía, sin demandar por ello cosa alguna, y rogábanles que permaneciesen aquella noche en el pueblo. Pero, los cristianos no quisieron aceptar la invitación antes de ir a los navíos, llevando noticia de que la tierra era muy amena y abundante de las comidas de los indios; y que estos eran gente mucho más blanca y más hermosa que toda la que habían visto hasta entonces por todas las otras islas, afable y de buenísimo trato; decían que la tierra donde se cogía el oro estaba más al Oriente. El Almirante, sabido esto, hizo pronto desplegar las velas, aunque los vientos eran muy contrarios; por lo que el domingo siguiente, a 16 de Diciembre, barloventeando entre la Española y la Tortuga, encontró un indio solo en una pequeña canoa, y se maravillaban de que no se la hubiera tragado el mar, pues tan recios eran el viento y las olas. Recogido en la nave, lo llevó a la Española, y lo mandó a tierra con muchos regalos; el cual refirió a los indios los halagos que se le habían hecho, y tanto bien dijo de los cristianos, que pronto vinieron muchos de aquellos a la nave; pero no llevaban cosa de valor, excepto algunos granillos de oro, colgados de las orejas y en la nariz. Siendo preguntados de dónde habían aquel oro, dijeron, por señas que, más abajo de allí, había gran cantidad. Al día siguiente vino una gran canoa de la isla de Tortuga, vecina al sitio donde el Almirante era fondeado, con cuarenta hombres, a tiempo que el cacique o señor de aquel puerto de la Española estaba en la playa con su gente trocando una lámina de oro que había llevado. Y cuando él y los suyos vieron la canoa, se sentaron todos en tierra, en señal de que no querían pelear; entonces, casi todos los indios de la canoa, salieron con ánimo a tierra, contra los cuales el cacique de la Española se levantó solo, y con palabras amenazadoras les hizo volver a su canoa. Después, les echaba agua, y tomando cantos de la playa los arrojaba al mar, contra la canoa. Luego que todos, con aspecto de obediencia, volvieron a su canoa, tomó una piedra y la puso en la mano de un criado del Almirante, para que la tirase a la canoa, en demostración de que tenía al Almirante a su favor, contra los indios; pero el criado no llegó a tirarla, viendo que en breve se marcharon con la canoa. Después de esto, hablando el cacique sobre las cosas de aquella isla, a la que el Almirante había puesto nombre de Tortuga, afirmaba que en ella había mucho más oro que en la Española, e igualmente en Babeque había mucho más que en ninguna otra; la cual distaría unas catorce jornadas del paraje donde estaban.
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Del tercero rey que hobo en el Cuzco, llamado Lloque Yupanqui. Muerto de la manera que se ha contado Sinchi Roca, Lloque Yupanqui, su hijo, fue recebido por Señor, habiendo primero ayunado los días para ellos señalados; y como por sus adivinanzas y pensamientos se tuviese grande esperanza que en lo futuro la ciudad del Cuzco había de florescer, el nuevo rey comenzó a la ennoblecer con nuevos edificios que en ella fueron hechos. Y rogó, a lo que cuentan, a su suegro quisiese con todos sus aliados y confederados pasarse a vivir a su ciudad, a donde le sería guardado su honor y en ella ternía la parte que quisiese, Y el señor o capitán de Zañu haciéndolo así, se le dio y señaló para su vivienda la parte más occidental de la ciudad, la cual, por estar en laderas y collados, se llamó Anancuzco; y en lo llano y más bajo quedóse el rey con su casa y vecindad; y como ya todos eran orejones, ques tanto como decir nobles, y casi todos ellos hobiesen sido en fundar la nueva ciudad, tuviéronse siempre por ilustres las gentes que vivían en los dos lugares de la ciudad llamados Anancuzco y Orencuzco. Y aún algunos indios quisieron decir que el un Inca había de ser uno destos linajes y otro del otro; más no le tengo por cierto ni que es más de lo que los orejones cuentan, que es lo que ya está escripto. Por una parte y otra de la ciudad había grandes barrios en los collados, porque ella estaba atrazada en cerros y quebradas, como se contó en la Primera parte desta Crónica. No dan relación que en estos tiempos hobiese guerra notable; antes afirman que los del Cuzco, poco a poco, con buenas mañas que para ello tenían allegaban a su amistad muchas gentes de las comarcas de su ciudad y acrescentaban el templo de Curicancha, así en edificios como en riqueza; que ya buscaban metales de plata y oro y dello venía mucho a la ciudad al tianquez o mercado que en ella se hacía; y metíanse en el templo mujeres para no salir dél, segund y como está dicho en otros lugares. Y reinando desta manera Lloque Yupanqui en el Cuzco, pasándosele lo más de su tiempo allegó a ser muy viejo sin haber hij9 en su mujer. Mostrando mucho pesar dello los vecinos de la ciudad hicieron grandes sacrificios y plegarlas a sus dioses, así en Guanacaure como en Curicancha y en Tamboquiro; y dicen que por uno de aquellos oráculos donde iban por respuestas vanas oyeron que el Inca engendraría hijo que le sucediese en el reino; de lo cual mostraron mucho contento y, alegres con la esperanza, ponían al viejo rey encima de su mujer la Coya; y con tales burlas, al cabo de algunos días, claramente se conoció estar preñada y a su tiempo parió un hijo. Lloque Yupanqui murió, mandando primero que la borla o corona del Imperio fuese puesta y depositada en el templo de Curicancha hasta que su hijo tuviese edad para reinar, al cual pusieron por nombre Mayta Capac; y por gobernadores dicen que dejó a dos de sus hermanos, los nombres de los cuales no entendí. Muerto el Inca Yupanqui, fue llorado por todos los criados de su casa y en muchas partes de la ciudad, conforme a la ceguedad que tenían, se mataron muchas mujeres y muchachos con pensar que le habían de ir a servir al cielo, donde ya tenían por cierto que su ánima estaba; y santificándole por sancto, mandaron los mayores de la ciudad que fuese hecho bulto para sacar a las fiestas que se hiciesen. Y cierto, grande es el preparamiento que se hacía para enterrar a uno de estos reyes y generalmente en todas las provincias le lloraban y en muchas dellas se tresquilaban las mujeres, ciñéndose sogas de esparto; y al cabo del año se hacían unas lamentaciones y sacrificios gentílicos, mucho más de lo que se puede pensar. Y esto, los que se hallaron en el Cuzco el año de mill quinientos y cincuenta verían lo que allí pasó sobre las honras de Paulo, cuando le hicieron su cabo de año; que fue tanto, que las más de las dueñas de la ciudad subieron a su casa a lo ver; y yo me hallé presente y, cierto, era para concebir admiración. Y háse de entender que era aquello nada en comparación de lo pasado. Y diré agora de Mayta Capac.
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De cómo nos dieron los corazones de los venados En el pueblo donde nos dieron las esmeraldas dieron a Dorantes más de seiscientos corazones de venados, abiertos, de que ellos tienen siempre mucha abundancia para su mantenimiento, y por esto le pusimos nombre el pueblo de los Corazones, y por él es la entrada para muchas provincias que están a la mar del Sur; y si los que la fueren a buscar por aquí no entraren, se perderán, porque la costa no tiene maíz, y comen polvo de bledo y de paja y de pescado, que toman en la mar con bolsas, porque no alcanzan canoas. Las mujeres cubren sus vergüenzas con yerba y paja. Es gente muy apocada y triste. Creemos que cerca de la costa, por la vía de aquellos pueblos que nosotros trujimos, hay más de mil leguas de tierra poblada, y tienen mucho mantenimiento, porque siembran tres veces en el año frísoles y maíz. Hay tres maneras de venados: los de la una de ellas son tamaños como novillos de Castilla; hay casas de asiento, que llaman buhíos, y tienen yerba, y esto es de unos árboles al tamaño de manzanos, y no es menester más de coger la fruta y untar la flecha con ella; y si no tienen fruta, quiebran una rama; y con la leche que tienen hacen lo mesmo. Hay muchos de estos árboles que son ponzoñosos, que si majan las hojas de él y las lavan en alguna agua allegada, todos venados y cualquier otros animales que de ella beben revientan luego. En este pueblo estuvimos tres días, y a una jornada de allí estaza otro en el cual tomaron tantas aguas, que porque un río cresció mucho, no lo podimos pasar, y nos detuvimos allí quince días. En este tiempo, Castillo vio al cuello de un indio una hebilleta de talabarte de espada, y en ella cosido un clavo de herrar; tomósela y preguntámosle qué cosa era aquélla, y dijéronnos que habían venido del cielo. Preguntámosle más, que quién la había traído de allá, y respondieron que unos hombres que traían barbas como nosotros, que habían venido del cielo y llegado a aquel río, y que traían caballos y lanzas y espadas, y que habían alanceado dos de ellos; y lo más disimuladamente que podíamos les preguntamos qué se habían hecho aquellos hombres, y respondiéronnos que se habían ido a la mar, y que metieron sus lanzas por debajo del agua, y que ellos se habían también metido por debajo, y que después los vieron ir por cima hacia la puesta del sol. Nosotros dimos muchas gracias a Dios nuestro Señor por aquello que oímos, porque estábamos desconfiados de saber nuevas de cristianos; y, por otra parte, nos vimos en gran confusión y tristeza, creyendo que aquella gente no sería sino algunos que habían venido por la mar a descubrir; mas al fin, como tuvimos tan cierta nueva de ellos, dímonos más priesa a nuestro camino, y siempre hallábamos más nueva de cristianos, y nosotros les decíamos que los íbamos a buscar para decirles que no los matasen ni tomasen por esclavos, ni los sacasen de sus tierras, ni les hiciesen otro mal ninguno, y de esto ellos holgaban mucho. Anduvimos mucha tierra, y toda la hallamos despoblada, porque los moradores de ella andaban huyendo por las sierras, sin osar tener casas ni labrar, por miedo de los cristianos. Fue cosa de que tuvimos muy gran lástima, viendo la tierra muy fértil, y muy hermosa y muy llena de aguas y de ríos, y ver los lugares despoblados y quemados, y la gente tan flaca y enferma, huída y escondida toda, y como no sembraban, con tanta hambre, se mantenían con corteza de árboles y raíces. De esta hambre a nosotros alcanzaba parte en todo este camino, porque mal nos podían ellos proveer estando tan desventurados, que parescía que se querían morir. Trajéronnos mantas de las que habían escondido por los cristianos, y diéronnoslas, y aun contáronnos cómo otras veces habían entrado los cristianos por la tierra, y habían destruido y quemado los pueblos, y llevado la mitad de los hombres y todas las mujeres y muchachos, y que los que de sus manos se habían podido escapar andaban huyendo. Como los veíamos tan atemorizados, sin osar parar en ninguna parte, y que ni querían ni podían sembrar ni labrar la tierra, antes estaban determinados de dejarse morir, y que esto tenían por mejor que esperar y ser tratados con tanta crueldad como hasta allí, y mostraban grandísimo placer con nosotros, aunque temimos que, llegados a los que tenían la frontera con los cristianos y guerra con ellos, nos habían de maltratar y hacer que pagásemos lo que los cristianos contra ellos hacían. Mas como Dios nuestro Señor fue servido de traernos hasta ellos, comenzáronnos a temer y acatar como los pasados y aun algo más, de que no quedamos poco maravillados: por donde claramente se ve que estas gentes todas, para ser atraídas a ser cristianos y a obediencia de la imperial majestad, han de ser llevados con buen tratamiento, y que éste es camino muy cierto, y otro no. Estos nos llevaron a un pueblo que está en un cuchillo de una sierra, y se ha de subir a él por grande aspereza; y aquí hallamos mucha gente que estaba junta, recogidos por miedo de los cristianos. Recebiéronnos muy bien, y diéronnos cuanto tenían, y diéronnos más de dos mil cargas de maíz, que dimos a aquellos miserables y hambrientos que hasta allí nos habían traído; y otro día despachamos de allí cuatro mensajeros por la tierra como lo acostumbrábamos hacer, para que llamasen y convocasen toda la más gente que pudiesen, a un pueblo que está tres jornadas de allí; y hecho esto, otro día partimos con toda la gente que allí estaba, y siempre hallábamos rastro y señales adonde habían dormido cristianos; y a mediodía topamos nuestros mensajeros, que nos dijeron que no habían hallado gente, que toda andaba por los montes, escondidos huyendo, porque los cristianos no los matasen y hiciesen esclavos; y que la noche pasada habían visto a los cristianos estando ellos detrás de unos árboles mirando lo que hacían, y vieron cómo llevaban muchos indios en cadenas; y de esto se alteraron los que con nosotros venían, y algunos de ellos se volvieron para dar aviso por la tierra cómo venían cristianos, y mucho más hicieran esto si nosotros no les dijéramos que no lo hiciesen ni tuviesen temor; y con esto se aseguraron y holgaron mucho. Venían entonces con nosotros indios de cien leguas de allí, y no podíamos acabar con ellos que se volviesen a sus casas; y por asegurarlos dormimos en el camino; y el siguiente día, los que habíamos enviado por mensajeros nos guiaron adonde ellos habían visto los cristianos; y llegados a hora de vísperas, vimos claramente que habían dicho la verdad, y conoscimos la gente que era de a caballo por las estacas en que los caballos habían estado atados. Desde aquí, que se llama el río de Petutuan, hasta el río donde llegó Diego de Guzmán, puede haber hasta él, desde donde supimos de cristianos, ochenta leguas; y desde allí al pueblo donde nos tomaron las aguas, doce leguas; y desde allí hasta la mar del Sur había doce leguas. Por toda esta tierra donde alcanzan sierras, vimos grandes muestras de oro y alcohol, hierro, cobre y otros metales. Por donde están las casas de asiento es caliente; tanto, que por enero hace gran calor. Desde allí hacia el mediodía de la tierra, que es despoblada hasta la mar del Norte, es muy desastrosa y pobre, donde pasamos grande y increíble hambre; y los que por aquella tierra habitan y andan es gente crudelísima y de muy mala inclinación y costumbres. Los indios que tienen casa de asiento, y los de atrás, ningún caso hacen de oro y plata, ni hallan que pueda haber provecho de ello.
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CAPÍTULO XXXII De uvas, y viñas y olivas, y moreras y cañas de azúcar Plantas de provecho entiendo las que demás de dar que comer en casa, traen a su dueño dinero. La principal de éstas es la vid, que da el vino y el vinagre, y la uva y la pasa, y el agraz y el arrope; pero el vino es lo que importa. En las islas y tierra firme no se da vino ni uvas; en la Nueva España hay parras, y llevan uvas, pero no se hace vino. La causa debe de ser no madurar del todo las uvas por razón de las lluvias que vienen por julio y agosto, y no las dejan bien sazonar; para comer solamente sirven. El vino llevan de España o de las Canarias, y así es en lo demás de Indias, salvo el Pirú y Chile, donde hay viñas y se hace vino y muy bueno, y de cada día crece así en cantidad, porque es gran riqueza en aquella tierra, como en bondad, porque se entiende mejor el modo de hacerse. Las viñas del Pirú son comúnmente en valles calientes donde tienen acequias, y se riegan a mano, porque la lluvia del cielo en los llanos no la hay y en la sierra no es a tiempo. En partes hay donde ni se riegan las viñas del cielo ni del suelo, y dan en grande abundancia, como en el valle de Yca, y lo mismo en las hoyas que llaman de Villacuri, donde entre unos arenales muertos se hallan unos hoyos o tierras bajas de increíble frescura, todo el año, sin llover jamás ni haber acequia ni riego humano. La causa es ser aquel terreno, esponjoso, y chupar el agua de ríos que bajan de la sierra y se empapan por aquellos arenales, o si es humedad de la mar (como otros piensan) hase de entender que el trascolarse por el arena hace que el agua no sea estéril e inútil, como el filósofo lo significa. Han crecido tanto las viñas, que por su causa los diezmos de las iglesias son hoy cinco y seis tanto de lo que eran ora veinte años. Los valles más fértiles de viñas son Víctor, cerca de Arequipa; Yca, en términos de Lima; Caracato, en términos de Chuquiavo. Llévase este vino a Potosí y al Cuzco, y a diversas partes, y es grande granjería porque vale con toda el abundancia una botija o arroba, cinco o seis ducados, y si es de España (que siempre se lleva en las flotas) diez y doce. En el reino de Chile se hace vino como en España, porque es el mismo temple; pero traído al Pirú, se daña. Uvas se gozan donde no se puede gozar vino, y es cosa de admirar que en la ciudad del Cuzco se hallaran uvas frescas todo el año. La causa de esto me dijeron ser los valles de aquella comarca, que en diversos meses del año dan fruto; y agora sea por el podar las vides a diversos tiempos, ora por cualidad de la tierra, en efecto todo el año hay diversos valles que dan fruta. Si alguno se maravilla de esto, más se maravillará de lo que diré y quizá no lo creerá. Hay árboles en el Pirú, que la una parte del árbol da fruta la mitad del año y la otra parte la otra mitad. En Mala, trece leguas de la Ciudad de los Reyes, la mitad de una higuera que está a la banda del Sur, está verde y da fruta un tiempo del año, cuando es verano en la sierra, y la otra mitad que está hacia los llanos y mar, está verde y da fruta en otro tiempo diferente, cuando es verano en los llanos. Tanto como esto obra la variedad del temple y aire que viene de una parte o de otra. La granjería del vino no es pequeña, pero no sale de su provincia. Lo de la seda que se hace en Nueva España, sale para otros reinos como el Pirú. No la había en tiempo de indios; de España se han llevado moreras, y danse bien, mayormente en la provincia que llaman la Misteca, donde se cría gusano de seda, y se labra y hacen tafetanes buenos; damascos, y rasos y terciopelos, no se labran hasta agora. El azúcar es otra granjería más general, pues no sólo se gasta en Indias sino también se trae a España harta cantidad, porque las cañas se dan escogidamente en diversas partes de Indias. En islas, en México, en Pirú, y en otras partes han hecho ingenios de grande contratación. Del de la Nasca me afirmaron que solía rentar de treinta mil pesos arriba cada año. El de Chicama junto a Trujillo, también era hacienda gruesa, y no menos lo son los de la Nueva España, porque es cosa loca lo que se consume de azúcar y conserva en Indias. De la isla de Santo Domingo se trajeron en la flota que vine, ochocientas y noventa y ocho cajas y cajones de azúcar, que siendo del modo que yo las vi cargar en Puerto Rico será a mi parecer cada caja de ocho arrobas. Es ésta del azúcar la principal granjería de aquellas islas; tanto se han dado los hombres al apetito de lo dulce. Olivas y olivares también se han dado en Indias, digo en México y Pirú, pero hasta hoy no hay molino de aceite ni se hace, porque para comer las quieren más y las sazonan bien. Para aceite hallan que es más la costa que el provecho, así que todo el aceite va de España. Con esto quede acabado con la materia de las plantas, y pasemos a la de animales de las Indias.
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Capítulo XXXII De los hechiceros y hechiceras que usaban los indios El oficio de hechiceros (con el cual parece que pretende el demonio restaurar, cada día, lo que en estas provincias va perdiendo, por la predicación del Santísimo Evangelio, y diligencia que los sacerdotes y ministros de Christo hacen, para acabarlo de desterrar de una vez, y extirpar y sacar de raíz esta mala simiente, que sembró en los corazones de estos miserables), antiguamente lo usaban y usaron personas bajas y de poca estimación, porque aún ellos mismos conocían de ellos, que era oficio bajo y vil el de hechiceros. Como tenían puesto sumo cuidado, que en la república no hubiese persona alguna ociosa ni baldía, era bien, que semejante oficio lo usase gente baja y desventurada, y así mandaron que los indios viejos y viejas, impedidos para otro ministerio, tuviesen éste, ya que su edad y necesidad no les concedía facultad para otro. A todas las hechicerías, suertes, agüeros o adivinanzas había de preceder sacrificio grande o pequeño, según la causa y razón por que se hacía, y la necesidad que se ofrecía a la persona que lo pedía. De lo que les daban, se sustentaban los hechiceros, consumida en el sacrificio la parte que le bastaba. El modo que guardaban para instituir en el oficio de hechicero a alguna persona era, que hacían primero ceremonias de ayunar, el que lo había de ser por tiempo de un año más o menos; y en este tiempo se abstenía de ají y sal y de otras particulares comidas, y hacían diversas ceremonias y, con esto, quedaban graduados en este oficio tan vil e infame. De este oficio de hechiceros hubo en este reino infinito número, y aun el día de hoy lo hay, y así como son muchos, así son muchas y diferentes las maneras y distinción de ellos. Unos hay diestros en hacer confacciones de yerbas y raíces, para matar a las personas a que las dan. De estas yerbas y raíces, unas hay que tienen virtud de matar en poco tiempo y otras, que se tardan mucho en hacer su efecto, conforme a la mezcla y confactu que hacen. Los que en esto se señalaban, eran más de ordinario mujeres y, en sintiéndose algún indio enfermo, y no sabía de donde le procedía el mal, acudía a estos hechiceros, para que dijesen el daño que sospechaban le habían hecho sus enemigos, y estos hechiceros les decían, que ellos les curarían. En las curas hacían mil visajes y supersticiones y, algunas veces con los que les daban para sanar, los mataban, que así suele acontecer, y así en este género de hechiceros y hechiceras eran temidos en general aun hasta de los caciques. Otro género de esta gente había, que usaban de las hechicerías permitidas por sus leyes, pero siempre mezclaban con ellas cosas prohibidas y así, si el Ynga lo sabía, los castigaba con tanto rigor que a ellos y a sus descendientes quitaba la vida. Otro modo había de hechiceros permitido por el Ynga, en cierta manera, los cuales eran como brujos, y tomaban la figura que querían, iban por el aire en brevísimo tiempo mucho camino, y veían lo que pasaba y hablaban con el demonio, el cual les respondía en ciertas piedras, o en otras cosas que ellos respetaban mucho. Estos servían de adivinos, y referían lo que pasaba en lugares distintos y remotos, antes que se pudiese saber o venir la nueva de lo que les preguntaban, y así en este Reino se han dicho alzamientos y motines y sucesos de batallas, en distancia de más de doscientas leguas y trescientas, el mismo día y tiempo, en que sucedían, o el siguiente, en que por curso natural era imposible. Para hacer estas abusiones y adivinaciones, se metían en una casa cerrada por de dentro, y allí bebían y se emborrachaban hasta perder el juicio y, pasado un día, decían lo que se les preguntaba. También, para este efecto, se untaban en el cuerpo con ciertas unturas. Servían juntamente de declarar cosas perdidas y hurtadas, para hallarlas. De éstos había en muchas partes, y aun en todas, a los cuales acudían los indios y, aun el día de hoy, acuden yanaconas e indias, cuando han perdido alguna cosa de sus amos. Cuando iban al Cuzco al Ynga, o por su llamado les preguntaban lo que les sucedería: si los recibiría bien, si estaba enojado, si volverían presto; y aun lo mesmo hacen el día de hoy, cuando van a pleitos y diferencias suyas a algunos lugares. Los hechiceros, habiendo hablado primero con el demonio en un lugar obscuro y tenebroso, de modo que se oía la voz, pero no se veía quien hablaba y, habiendo hecho mil ceremonias y sacrificios, les respondían que sí o que no, conforme les parecía. Para este efecto usaban de la villca o achama, que dicen, echando el zumo de ella en la chicha o mascándola o tomándola por otra vía, y deste género de adivinar las cosas perdidas no sólo eran viejos, sino viejas y aun mozos. El día de hoy es compasión los engaños que con este medio hacen porque les den algo de comer o vestir. Aunque este oficio le usaron antiguamente indios viejos y pobres, y hoy lo usan, de la misma manera, compelidos de la necesidad. Si algún indio rico y poderoso lo usa, es porque le vino por herencia serlo, y después enriqueció; y esto es certísimo que si el padre fue hechicero y lo tuvo por oficio, el hijo y nietos lo han de ser, porque se lo enseñan muy en secreto; y, si la madre fue hechicera y curaba enfermedades, la hija y nietas la han de imitar de cualquiera manera que sea. En lugar de los sacrificios que antiguamente hacían, llevan agora oro, plata, coca, ropa o comidas, porque, como digo, por herencia lo dejan a sus hijos, y así, si se tiene noticia que el padre y madre fueron hechiceros, se ha de tener cuidado grandísimo en mirar a las manos, como dicen, a sus hijos e hijas y descendientes. Pues en negocios de mujeres, cuando algún indio se aficiona a alguna y ella le desdeñaba, acudían luego, y aún hoy acuden, a pedir remedio a los hechiceros, o cuando la manceba los quiere dejar. Las mujeres usaban lo mismo. Otros indios había y aún los hay, que traían consigo una manera de hechizos, que llaman huacanqui, para alcanzar mujeres y aficionarlas, y ellas a los varones. Estos eran huacanquis, hechos de plumas de pájaros o de otras cosas diferentes, conforme a la invención de cada provincia, los cuales también solían poner en la ropa o cama de la persona, que querían aficionar, otros hechizos. También usaban y aún usan de diferentes confacciones y yerbas, para impedir la generación, o para hacerse preñadas las mujeres, conforme tienen la voluntad o las ocasiones. Suéleles dar una enfermedad de bailar, que llaman taquioncoy. Para curarse de ella, llaman a los hechiceros, y se curaban con ellos con millones de supersticiones, y confesábanse entonces con los hechiceros. Usaron para saber las cosas venideras, o decir dónde estaba lo que se había perdido, de abrir diversos animales, asaduras y entrañas; miraban los sucesos buenos o malos, respondían respuestas equívocas y las más veces mentirosas, a tiento, como enseñados del diablo, padre de mentiras.
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De cómo se tuvo vista de una isla de la parte del Norte, y el peligro grande en que el galeón estuvo puesto Con viento Leste y Lesnordeste que ya se llevaba, se fue siguiendo el rumbo Nornoroeste, y el siguiente sábado se tuvo vista de una isla en cuya demanda se fue con ánimo de buscar puerto y provisión; mas no le pareciendo bien al piloto mayor ir de noche por junto a tierra no conocida, mandó virar la nao. Los marineros, gente harta de trabajar, le dijeron no los fatigase tanto, y que bien se podía ir más adelante. Ayudó uno del consejo que se fuese hasta cierta punta. El piloto mayor largó al trinquete la escota, y cambiado el timón, fue la nao virada; y parece fue inspiración de algún ángel, pues si no se vira, sin remedio alguno se pierde, como abajo se dirá. Fue haciendo y diciendo que hasta adonde estaba conocía ser la mar limpia y que más adelante no sabía lo que la nao toparía. Al cuarto del alba se volvió la nao, y vino a amanecer donde anochecido había. Mandó subir un marinero al tope, como lo tenía de costumbre mañana y tarde, y avisó que a la vuelta del Noroeste iban unos grandes arrecifes, y no les veía su fin. El viento era Nordeste y poco y travesía. La nao no llevaba velas de gavia para tenerse a barlovento; los bajos llevaban el agua a sí. La nao estuvo tan cerca de ellos que ya no se buscaba remedio, estando todos con la muerte tragada. Cierta persona hizo en su corazón una petición y promesa a San Antonio de Padua, y fue servido el Señor que este día, que lo era de su santo nacimiento, la nao salió de este peligro en que estuvo, y a las tres de la tarde se acabaron de doblar los bajos y puédese decir de milagro. De la isla salieron indios en sus embarcaciones de velas, y sin ellas: por no poder pasar el arrecife saltaron en él, y desde allí llamaban con las manos. A la tarde, por el remate de los bajos, vino un solo indio en una pequeña canoa. Púsose a barlovento y lejos; y por esto no se pudo divisar si tenía barbas, por ser aquel paraje de las islas de los Barbudos. Pareció ser hombre de buen cuerpo, desnuda: traía los cabellos largos y sueltos; apuntaba de hacia donde había venido, y partiendo cosa blanca con las manos, lo comía, y empinaba cocos como que bebía. Fue llamado, y no quiso venir. Era ya tarde, y a esta causa subió un marinero al tope a mirar la mar, y avisó de unas isletas bajas y muchas restingas, en que la nao estaba metida como en corral. Hubo otro poco de desabrimiento, con pareceres que si se hubieran de seguir (como de quienes no lo entendían), prometían danos. La nao se puso a camino, y se navegó al Nornoroeste. Esta isleta tiene de elevación de Polo ártico seis grados largos. Es casi redonda: bojea treinta leguas. No es muy alta en demasía: tiene mucha arboleda, y por sus laderas muchas rosas y simenteras. A tres leguas parte del Oeste tiene cuatro islas rasas, y otras muchas junto a sí, y todas cercadas de arrecifes. Pareció ser más limpia por la parte del Sur.
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Cómo vinieron los indios aperúes a hacer paz y dar la obediencia Dende a pocos días que los seis indios aperúes se volvieron para los suyos, después que los mandó soltar el gobernador para que fuesen a asegurar a los otros indios de su generación, un domingo de mañana llegaron a la ribera del Paraguay, de la otra parte, a vista de la ciudad de la Ascensión, hechos un escuadrón; los cuales hicieron seña a los de la ciudad, diciendo que querían pasar a ella; y sabido por el gobernador, luego mandó ir canoas a saber qué gente eran; y como llegaron a tierra, los dichos indios se metieron en ellas y pasaron de esta otra parte hacia la ciudad; y venidos delante del gobernador, dijeron como eran gente de paz, según su costumbre; y sentados, dijeron que eran los principales de aquella generación llamada aperúes, y que venían a conoscerse con el principal de los cristianos y a lo tener por amigo y hacer lo que él les mandase; y que la guerra que se habla hecho a los indios guaycurúes la habían sabido por toda la tierra, y que por razón de ello todas las generaciones estaban muy temerosas y espantadas de que los dichos indios, siendo los más valientes y temidos, fuesen acometidos y vencidos y desbaratados por los cristianos; y que en señal de la paz y amistad que querían tener y conservar con los cristianos, trujeron consigo ciertas hijas suyas, y rogaron al gobernador que las recebiese, y para que ellos estuviesen más cierto y seguros y los tuviesen por amigos, las daban en rehenes; y estando presentes a ello los capitanes y religiosos que consigo traía el gobernador, y ansimismo en presencia de los oficiales de Su Majestad, dijo que él era venido a aquella tierra a dar a entender a los naturales de ella cómo habían de ser cristianos y enseñados en la fe, y que diesen la obediencia a Su Majestad, y tuviesen paz y amistad con los indios guaraníes, pues eran naturales de aquella tierra y vasallos de Su Majestad, y que, guardando ellos el amistad y otras cosas que les mandó de parte de Su Majestad, los recebiría por sus vasallos y como a tales los ampararía y defendería de todos, guardando la paz y amistad con todos los naturales de aquella tierra, y mandaría a todos los indios que los favoresciesen y tuviesen por amigos y dende allí los tuviesen por tales, y que cada y cuando que quisiesen pudiesen venir seguros a la ciudad de la Ascensión a rescatar y contratar con los cristianos e indios que en ella residían, como lo hacían los guaycurúes después que asentó la paz con ellos; y para tener seguros de ellos, el gobernador recebió las mujeres e hijos que le dieron, y también porque no se enojasen, creyendo que, pues no los tomaba, no los admitía; las cuales mujeres y muchachos el gobernador dio a los religiosos y clérigos para que los doctrinasen y enseñasen la doctrina cristiana, y los pusiesen en buenos usos y costumbres; y los indios se holgaron mucho de ello, y quedaron muy contentos y alegres por haber quedado por vasallos de Su Majestad, y dende luego como tales le obedescieron y propusieron de cumplir lo que por parte del gobernador les fue mandado; y habiéndoles dado muchos rescates, con que se alegraron y contentaron mucho, se fueron muy alegres. Estos indios de que se ha tratado nunca están quedos de tres días arriba en un asiento; siempre se mudan de tres a tres días, y andan buscando la caza y monterías y pesquerías para sustentarse, y traen consigo sus mujeres e hijos, y deseoso el gobernador de atraerlos a nuestra santa fe católica, preguntó a los clérigos y religiosos si había manera para poder industriar y doctrinar aquellos indios. Y le respondieron que no podía ser, por no tener los dichos indios asiento cierto, y porque se las pasaban los días y gastaban el tiempo en buscar de comer; y que por ser la necesidad tan grande de los mantenimientos, que no podían dejar de andar todo el día a buscarlos con sus mujeres e hijos; y si otra cosa en contrario quisiesen hacer, morirían de hambre; y que sería por demás el trabajo que en ello se pusiese, porque no podrían venir ni sus mujeres e hijos a la doctrina, ni los religiosos estar entre ellos, porque había poca seguridad y menos confianza.
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Cómo mandó Cortés a todos los capitanes que fuesen con cada cien soldados a ver la tierra adentro, y lo que sobre ello nos acaeció Otro día de mañana mandó Cortés a Pedro de Alvarado que saliese por capitán con cien soldados, y entre ellos quince ballesteros y escopeteros, y que fuese a ver la tierra adentro hasta andadura de dos leguas, y que llevase en su compañía a Melchorejo, la lengua de la punta de Cotoche; y cuando le fueron a llamar al Melchorejo, no le hallaron, que se había huido con los de aquel pueblo de Tabasco; porque, según parecía, el día antes en las puntas de los Palmares dejó colgados sus vestidos que tenía de Castilla, y se fue de noche en una canoa; y Cortés sintió enojo con su ida, porque no dijese a los indios, sus naturales, algunas cosas que no trajesen provecho. Dejémosle ido con la mala ventura, y volvamos a nuestro cuento: que asimismo mandó Cortés que fuese otro capitán que se decía Francisco de Lugo por otra parte con otros cien soldados y doce ballesteros y escopeteros, y que no pasase de otras dos leguas, y que volviese en la noche a dormir en el real. Y yendo que iba el Francisco de Lugo con su compañía obra de una legua de nuestro real, se encontró con grandes capitanías y escuadrones de indios, todos flecheros, y con lanzas y rodelas, y atambores y penachos, y se vienen derechos a la capitanía de nuestros soldados, y les cercan por todas partes, y les comienzan a flechar de arte, que no se podían sustentar con tanta multitud de indios, y les tiraban muchas varas tostadas y piedras con hondas, que como granizo caían sobre ellos, y con espadas de navajas de a dos manos; y por bien que peleaba el Francisco de Lugo y sus soldados, no los podía apartar de sí; y cuando aquesto vio, con gran concierto se venía ya retrayendo al real, e habían enviado adelante un indio de Cuba gran corredor e suelto, a dar mandado a Cortés para que le fuésemos a ayudar; e todavía el Francisco de Lugo, con gran concierto de sus ballesteros y escopeteros, unos armando e otros tirando, y algunas arremetidas que hacían, se sostenían con todos los escuadrones que sobre él estaban. Dejémosle de la manera que he dicho, e con gran peligro, e volvamos al capitán Pedro de Alvarado, que pareció ser había andado más de una legua, y topó con un estero muy malo de pasar, e quiso Dios nuestro señor encaminarlo que volviese por otro camino hacia donde estaba el Francisco de Lugo peleando, como dicho tengo; y como oyó las escopetas que tiraban y el gran ruido de atambores y trompetillas, y voces e silbos de los indios, bien entendió que estaban revueltos en guerra y con mucha presteza e con gran concierto acudió a las voces e tiros, e halló al capitán Francisco de Lugo con su gente haciendo rostro y peleando con los contrarios, e cinco indios muertos; y luego que se juntaron con el Lugo, dan tras los indios, que los hicieron apartar, y no de manera que los pudiesen poner en huida, que todavía los fueron siguiendo los indios a los nuestros hasta el real; e asimismo nos habían acometido y venido a dar guerra otras capitanías de guerreros adonde estaba Cortés con los heridos; mas muy presto los hicimos retraer con los tiros, que llevaban muchos dellos, y a buenas cuchilladas y estocadas. Volvamos a decir algo atrás, que cuando Cortés oyó al indio de Cuba que venía a demandar socorro, y del arte que quedaba Francisco de Lugo, de presto les íbamos a ayudar, y nosotros que íbamos y los dos capitanes por mí nombrados, que llegaban con sus gentes obra de media legua del real; y murieron dos soldados de la capitanía de Francisco de Lugo, y ocho heridos, y de la de Pedro de Alvarado le hirieron tres, y cuando llegaron al real se curaron, y enterramos los muertos, e hubo buena vela y escuchas; y en aquellas escaramuzas matamos quince indios y se prendieron tres, y el uno parecía algo principal; y Aguilar, en nuestra lengua, les preguntaba que por qué eran locos e salían a dar guerra y que mirasen que les mataríamos si otra vez volviesen. Luego se envió un indio dellos con cuentas verdes para dar a los caciques porque viniesen de paz; e aquel mensajero dijo que el indio Melchorejo, que traíamos con nosotros de la punta de Cotoche, se fue a ellos la noche antes, les aconsejó que nos diesen guerra de día y de noche, que nos vencerían, porque éramos muy pocos; de manera que traíamos con nosotros muy mala ayuda y nuestro contrario. Aquel indio que enviamos por mensajero fue, y nunca volvió con la respuesta; y de los otros dos indios que estaban presos supo Aguilar, la lengua, por muy cierto, que para otro día estaban juntos cuantos caciques habían en aquella provincia, con todas sus armas, según las suelen usar, aparejados para nos dar guerra, y que nos habían de venir otro día a cercar en el real, y que el Melchorejo se lo aconsejó. Y dejarlos he aquí, e diré lo que sobre ello hicimos.