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De cómo se trataba de elegir general: la respuesta a ello del piloto mayor, y el consejo que dio un hombre a la gobernadora, y pérdida de la fragata Como llevaba el piloto mayor la agua tan en cuidado por ser poca, y haber por vías secretas grandes gastadores de ella, se hallaba presente al dar la ración. Era muy larga la gobernadora en gastarla, y en lavar con ella la ropa, y para este efecto le envió a pedir una botija, a que el piloto mayor dijo mirase el tiempo, y no parecía justo gastar largo el agua que había, pues era poca. Tuvo éste por gran delito, y sintióse tanto, que con mucha ira le dijo: --¿De mi hacienda no puedo yo hacer lo que quiero? Respondióle el piloto mayor, que de todos era, y por todos iba: que buena era la tasa para lo que faltaba por andar, y suya la obligación de acortarse para que los soldados no dijesen que lavaba su ropa con su vida de ellos; y que estimase en mucho la paciencia de los que estaban padeciendo, y no quitaban por fuerza cuanto en la nao llevaba; pues gentes hambrientas a veces saben pasar adelante. Quitó la gobernadora las llaves al despensero que era hombre fiel, y a quien el piloto mayor las había dado, las dio a un criado suyo. No faltó quien dijo al piloto mayor, que no se dejasen gobernar de una mujer, y que a más votos se eligiese un hombre; mas el piloto mayor respondió, que la dejasen gozar el breve espacio que le quedaba de su justo título; que cuando el tiempo obligase a ello, entonces parecería más razón decir lo que agora se decía sin ella. Deseoso un hombre de bien de ver en el galeón menos chismes, más orden y paz de la que había, sabiendo que ciertos hambrientos y mal sufridos estaban determinados a saquear la escotilla, cuando se abriese, y lo que podría resultar de esto así de encuentros como de mucho daño, que con asaltos recibiría el poco bastimento que había, dijo a la gobernadora muchas cosas tocantes a su buen gobierno; mas no faltaba quien a ella le decía que no se fiase de él, y sabiéndolo la dijo así: --Mirad, señora, que no son santos los que os hablan; y bien lo muestran en lo que os dicen, y piden en su provecho y daño ajeno. Fiad de los hombres de quien vuestro marido se fió; pues habéis visto que en sus necesidades y vuestras han hecho bien su deber, con ver su riesgo. Aquietaos, que aquí no hay quien se quiera alzar, ni tal se le consentirá, ni quien os deba más de una sola obediencia a cosas justas. Respondió: --Aquí me vienen con cuentos sin que yo los quiera saber. El otro dijo: --No oírlos, ni creerlos, y tratar bien a los hombres. Mirad que sobrecargas a tan grandes cargas como tienen, pueden como de apurados echarse con ellas y no querer levantarse, o hacer algún desconcierto malo de concertar después. Estad cierta que cada uno piensa que aunque le sobran miserias, no le faltan merecimientos. A estos vuestros hermanos refrenadlos, no se diga, chico gobierno de muchas cabezas sin pies, o de muchos pies sin cabeza. Mirad bien, que son noveles: vuelan poco, y aquí les sufren mucho, y no les deben nada, y ellos deben muchas, que por lo que se debe a vos se disimulan; y si no vinieran aquí, a nadie faltaba nada, ni lo que falta fuera falta; y a vos os sobra todo. Finalmente la preguntó este hombre: ¿qué debía hacer aquel que estaba avisado que le querían matar en la nao? Respondió ella que ganar por la mano. Y dijo él: --Pues sabed que me dijeron que vos y vuestro hermano sois los que tratáis de mi muerte, y afiláis los cuchillos; pero yo no me creí de ligero, aunque de amigo. Tampoco me descuidé, aunque no debo: y veis aquí cómo se va acertando; y si queréis acertar, no creáis a quien os engaña; mas no me espantó lo dicho y excusado; pues mujeres para cabezas hay muy pocas Didos, Cenobias y Semíramis. Con los contrastes dichos se fue navegando por el mismo rumbo Nornoroeste hasta martes diez y nueve de diciembre, que se llegó hasta tres grados y medio de la parte del Norte. La fragata venía fatigada por bomba; y tanto que fue necesario darles tres hombres, para que ayudasen a sus trabajos. Envióse gente de mar para tomar las aguas que por mucha parte entraban. No valieron diligencias, ni podía andar al paso de la capitana. La gente se mostró muy triste y deseosa de conservar aquel bajel, por el cuerpo del adelantado que iba en él. Conociendo el piloto mayor el peligro, dijo a la gobernadora algunas veces, que le parecía justo se dejase la fragata y recogiese la gente, con que quedaría sigura y el galeón más bien despachado; y como no aprovechó, le dijo a Don Diego de Vera, capitán de ella: --Pues sabe quejarse, ¿por qué no se sabe salvar? ¿No ve que es homicida de sí mismo y de todos sus compañeros?: aborde con este navío, que aquí les darán la mano con amor más que de hermanos. Al fin la fragata anocheció aún a vista, a cuya causa el piloto mayor hizo aventar las escotas, y esperó hasta el otro día a la tarde. Los soldados le daban voces, diciendo no era tiempo de perderle y navegase, que pues la fragata no parecía, iba adelante, y si no que Dios con todos y cada uno mirase por sí. Respondióles que sería muy mal hecho dejar aquel navío de amigos en un golfo, sin un tal piloto cual para salir de él era necesario, y que si perdía la compañía no asiguraba su llegada, y se quedó sin ser más vista.
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De cómo el gobernador, hechas las paces con los guaycurúes, les entregó los prisioneros Y visto por el gobernador lo que los indios guaycurúes dijeron por su mensaje, y que una gente que tan temida era en toda la tierra venían con tanta humildad a ofrecerse y ponerse en su poder (lo cual puso grande espanto y temor en toda la tiera), les mandó decir por las lenguas intérpretes que él era allí venido por mandado de Su Majestad, y para que todos los naturales viniesen en conoscimiento de Dios Nuestro Señor, y fuesen cristianos y vasallos de Su Majestad, y a ponerlos en paz y sosiego, y a favorescerlos y hacerlos buenas tratamientos y que si ellos se apartaban de las guerras y daños que hacían a los indios guaraníes, que él los ampararía y defendería y tendría por amigos, y siempre serían mejor tratados que las otras generaciones, y que les darían y entregarían los prisioneros que en la guerra habían tomado, así los que él tenía como los que tenían los cristianos en su poder, y los otros todos que tenían los guaraníes que en su compañía habían llevado (que tenían muchos de ellos); y poniéndolo en efecto, los prisioneros que en su poder estaban y los que los dichos guaraníes tenían, los trajeron todos ante el gobernador, y se los dio y entregó; y como los hobieron recebido, dijeron y afirmaron otra vez que ellos querían ser vasallos de Su Majestad, y dende entonces daban la obediencia y vasallaje, y se apartaban de la guerra de los guaraníes; y que dende en adelante vernían a traer en la ciudad todo lo que tomasen, para provisión de los españoles; y el gobernador se lo agradesció, y les repartió a los principales muchas joyas y rescates, y quedaron concertadas las paces, y de allí adelante siempre las guardaron, y vinieron todas las veces que el gobernador los envió a llamar, y fueron muy odedientes en sus mandamientos, y su venida era de ocho a ocho días a la ciudad, cargados de carne de venados y puercos monteses, asada en barbacoa. Esta barbacoa es como unas parrillas, y están a dos palmos altas del suelo, y son de palos delgados, y echan la carne escalad encima, y así la asan; y traen mucho pescado y otros muchos mantenimientos, mantecas y otras cosas, y muchas mantas de lino que hacen de unos cardos, las cuales hacen muy pintadas; y asimismo muchos cueros de tigres y de antes y de venados, y de otros animales que matan; y cuando así vienen, dura la contratación de los tales mantenimientos dos días, y contratan los de la otra parte del río que están con sus ranchos; la cual contratación es muy grande, y son muy apacibles para los guaraníes, los cuales les dan, en trueque de lo que traen, mucho maís y mandioca y mandubis, que es una fruta como avellanas o chufas, que se cría debajo de la tierra; también les dan y truecan arcos y flechas; y pasan el río a esta contratación doscientas canoas juntas, cargadas de estas cosas, que es la más hermosa cosa del mundo verlas ir; y como van con tanta priesa, algunas veces se encuentran las unas con las otras, de manera que toda la mercaduría y ellas con al agua; y los indios a quien acontesce lo tal, y los otros que están en tierra esperándolos, toman tan gran risa, que en dos días no se apacigua entre ellos el regocijo; y para ir a contratar van muy pintados y empenachados, y toda la plumería va por río abajo, y mueren por llegar con sus canoas unos primero que otros, y ésta es la causa por donde se encuentran muchas veces; y en la contratación tienen tanta vocería, que no se oyen los unos a los otros, y todos están muy alegres y regocijados.
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Cómo llegamos al río de Grijalva, que en lengua de indios llaman Tabasco, y de lo que más con ello pasamos En 12 días del mes de marzo de 1519 años llegamos con toda la armada al río de Grijalva, que se dice Tabasco; y como sabíamos ya de cuando lo de Grijalva que en aquel puerto e río no podían entrar navíos de mucho porte, surgieron en la mar los mayores, y con los pequeños e los bateles fuimos todos los soldados a desembarcar a la punta de los Palmares (como cuando con Grijalva, que estaba el pueblo de Tabasco, obra de media legua, y andaban por el río, y en la ribera, y entre unos manglares, todo lleno de indios guerreros; de lo cual nos maravillamos los que habíamos venido con Grijalva; y demás desto, estaban juntos en el pueblo más de doce mil guerreros aparejados para darnos guerra, porque en aquella sazón aquel pueblo era de mucho trato y estaban sujetos a él otros grandes pueblos, y todos los tenían apercibidos con todo género de armas, según las usaban. Y la causa dello fue porque los de Potonchan e los de Lázaro y otros pueblos comarcanos los tuvieron por cobardes, y se lo dieron en rostro, por causa que dieron a Grijalva las joyas de oro que antes he dicho en el capítulo que dello habla, y que de medrosos no nos osaron dar guerra, pues eran más pueblos y tenían más guerreros que no ellos; y esto les decían por afrentarlos, y que en sus pueblos nos. habían dado guerra y muerto cincuenta y seis hombres. Por manera que con aquellas palabras que les habían dicho se determinaron de tomar armas; y cuando Cortés los vio puestos de aquella manera dijo a Aguilar, la lengua, que entendía bien la de Tabasco, que dijese a unos indios que parecían principales, que pasaban en una gran canoa cerca de nosotros, que para qué andaban tan alborotados; que no les veníamos a hacer ningún mal, sino a decirles que les queremos dar de lo que traemos, como a hermanos; y que les rogaba que mirasen no comenzasen la guerra, porque les pesaría dello, y les dijo otras muchas cosas acerca de la paz; e mientras más les decía el Aguilar, más bravos se mostraban, y decían que nos matarían a todos si entrábamos en su pueblo, porque le tenían muy fortalecido todo a la redonda de árboles muy gruesos, de cercas e albarradas. Aguilar les tornó a hablar y requerir con la paz, y que nos dejasen tomar agua e comprar de comer a trueco de nuestro rescate, e también decir a los calachionis cosas que sean de su provecho y servicio de Dios nuestro señor; y todavía ellos a porfiar que no pasásemos de aquellos palmares adelante; si no, que nos matarían. Y cuando aquello vio Cortés mandó apercibir los bateles e navíos menores, e mandó poner en cada un batel tres tiros, y repartió en ellos los ballesteros y escopeteros; y teníamos memoria cuando lo de Grijalva, que iba un camino angosto desde los palmares al pueblo por unos arroyos e ciénegas. Cortés mandó a tres soldados que aquella noche mirasen bien si iba a las casas, y que no se detuviesen mucho en traer la respuesta; y los que fueron vieron que sí iba; e visto todo esto, y después de bien mirado, se nos pasó aquel día dando orden en cómo y de qué manera habíamos de ir en los bateles; e otro día por la mañana, después de haber oído misa, y todas nuestras armas muy a punto, mandó Cortés a Alonso de Ávila, que era capitán, que con cien soldados, y entre ellos diez ballesteros, fuese por el caminillo, el que he dicho que iba al pueblo; y que de que oyese los tiros, él por una parte e nosotros por otra diésemos en el pueblo; e Cortés y todos los más soldados e capitanes fuimos en los bateles y navíos de menos porte por el río arriba; y cuando los indios guerreros que estaban en la costa y entre los manglares vieron que de hecho íbamos, vienen sobre nosotros con tantas canoas al puerto adonde habíamos de desembarcar, para defendernos que no saltásemos en tierra, que en toda la costa no había sino indios de guerra con todo género de armas que entre ellos se usan, tañendo trompetillas y caracoles e atabalejos; e como Cortés así vio la cosa, mandó que nos detuviésemos un poco y que no soltásemos tiros ni escopetas ni ballestas; e como todas las cosas quería llevar muy justificadamente, les hizo otro requerimiento delante de un escribano del rey, que allí con nostros iba, que se decía Diego de Godoy, e por la lengua de Aguilar, para que nos dejasen saltar en tierra, e tomar agua y hablarles cosas de Dios nuestro señor y de su majestad; y que si guerra nos daban, que si por defendernos algunas muertes hubiese o otros cualesquier daños, fuesen a su culpa y cargo, e no a la nuestra; y ellos todavía haciendo muchos fieros y que no saltásemos en tierra; si no, que nos matarían. Luego comenzaron muy valientemente a nos flechar e hacer sus señas con sus atambores para que todos sus escuadrones apechugasen con nosotros, e como esforzados hombres vinieron e nos cercaron con las canoas con tan grandes rociadas de flechas, que nos hirieron e hicieron detener en el agua hasta la cinta y en otras partes más arriba; y como había allí en aquel desembarcadero mucha lama y ciénega, no podíamos tan presto salir della; e cargaron sobre nosotros tantos indios, que, con las lanzas a manteniente y otros a flecharnos, hacían que no tomásemos tierra tan presto como quisiéramos, e también porque en aquella lama estaba Cortés peleando y se le quedó un alpargate en el cieno, que no lo pudo sacar, y descalzo el un pie salió a tierra; y luego le sacaron el alpargate y se lo calzó. Y desque le hubimos sacado de aquella lama y tomado tierra, llamando y nombrando a señor Santiago e arremetiendo a ellos, les hicimos retraer, y aunque no muy lejos, por causa de las grandes albarradas y cercas que tenían hechas de maderos gruesos, adonde se amparaban, hasta que se las deshicimos, e tuvimos lugar por unos portillos de entrar en el pueblo y pelear con ellos, y los llevamos por una calle adelante adonde tenían hechas otras albarradas y fuerzas, e allí tornaron a reparar y hacer cara, y pelearon muy valientemente, con grande esfuerzo y dando voces e silbos, diciendo: "Ala, lala, al calachoni, al calachoni"; que en su lengua quiere decir que matasen a nuestro capitán. Estando desta manera envueltos con ellos, vino Alonso de Ávila con sus soldados, que había ido por tierra desde los Palmares, como dicho tengo, que pareció ser no acertó a venir más presto por causa de unas ciénagas y esteros que pasó; y su tardanza fue bien menester, según habíamos estado detenidos en los requerimientos y deshacer portillos en las albarradas para pelear; así que todos juntos los tornamos a echar de las fuerzas donde estaban, y los llevamos retrayendo; y ciertamente que como buenos guerreros iban tirando grandes rociadas de flechas y varas tostadas, y nunca volvieron de hecho las espaldas hasta un gran patio donde estaban unos aposentos y salas grandes, y tenían tres casas de ídolos, e ya habían llevado todo cuanto hato había. En aquel patio, mandó Cortés que reparásemos y que no fuésemos más en su seguimiento del alcance, pues iban huyendo; e allí tomó Cortés posesión de aquella tierra por su majestad, y él en su real nombre. Y fue desta manera: que desenvainada su espada, dio tres cuchilladas, en señal de posesión, en un árbol grande, que se dice ceiba, que estaba en la plaza de aquel gran patio, e dijo que si había alguna persona que se lo contradijese que él se lo defenderá con su espada y una rodela que tenía embrazada; y todos los soldados que presentes nos hallamos cuando aquello pasó dijimos que era bien tomar aquella real posesión en nombre de su majestad, y que nosotros seríamos en ayudarle si alguna persona otra cosa dijere; e por ante un escribano del rey se hizo aquel auto. Sobre esta posesión, la parte de Diego Velázquez tuvo que remurmurar della. Acuérdome que en aquellas reñidas gueras que nos dieron de aquella vez hirieron a catorce soldados, e a mí me dieron un flechazo en el muslo, mas poca la herida, y quedaron tendidos y muertos dieciocho indios en el agua y en tierra donde desembarcamos; e allí dormimos aquella noche con grandes velas y escuchas. Y dejarlo he, por contar lo que más pasamos.
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Capítulo XXXI De cómo Pizarro determinó de enviar los navíos a Panamá y a Nicaragua con el oro que se halló y de cómo vinieron algunos cristianos a se juntar con él y de cómo enfermaron muchos A cabo de algunos días que había que era llegado el gobernador a Cuaque, con acuerdo de Hernando Pizarro y de los otros principales que allí estaban, determinaron de que las naves fuesen vueltas a Panamá y Nicaragua para que pudiesen venir los españoles y caballos que se hubiesen juntado; y así entendió en escribir a Diego de Almagro, su compañero, todo lo que hasta entonces les había sucedido. Envió con los dos navíos que fueron a Panamá la mayor parte del oro que se tomó en Cuaque, en piezas ricas y vistosas; lo demás mandó que fuese llevado a Nicaragua en el otro navío que fue a cargo de un Bartolomé de Aguilar. Avisando Pizarro en cartas a sus amigos que con brevedad se diesen prisa a venir porque tenía gran noticia de la tierra de adelante y que la mandaba un señor solo y muy poderoso. Como los navíos se fueron, quedó el gobernador con los cristianos en Cuaque, tierra enferma, cerca de la línea equinoccial. Pasaron en ella mucho trabajo y molestia los nuestros, porque estuvieron más de siete meses, y acaeció: algunos de ellos, acostarse en sus lechos buenos y amanecer hinchados los miembros encogidos veinte días y más, y volvían a sanar; sin esto les nacían a los más de ellos unas verrugas por encima de los ojos tan malas y feas, como saben los que quedaron de aquel tiempo. Como no supiesen cura para enfermedad tan contagiosa, algunos las cortaban y se desangraban en tanta manera, que escaparon pocos sin morir de los que lo hicieron; con todos estos trabajos no faltó maíz, algunas frutas y raíces de la tierra, mas en muchos días no comieron carne ni pescado por no lo tener. Aguardaban las naos con gran deseo y como no venían, sentían mucho su tardanza; mas como se viesen unos tullidos; otros con verrugas y todos hartos de no comer más que maíz, se determinaron de salir de allí para otra tierra mejor, y como estuviese ya platicado el mudarse, vieron por la mar venir un navío de que todos mostraron gran contento; creyeron que no vendría solo esta nao: venía cargada bastimento y refresco para los españoles bien cumplidamente, y venían Alonso Riquelme, tesorero, y García de Saucedo, veedor; Antonio Navarro, contador; jerónimo de Aliaga, Gonzalo Farfán, Melchor Verdugo, Pero Díaz y otros. Como saltaron en tierra fueron bien recibidos de Pizarro y de los que estaban con él. Diéronle las cartas que le traían de Diego de Almagro, del "electo", con otras personas que le escribían. Y pasados ciertos días partieron de allí caminando la costa arriba hasta que llegaron al pueblo de Pasoa. Había derramado la fama grandes cosas de los españoles entre los indios, muy diferentes de lo que primero pensaron y creyeron: que era gente santa no amiga de matar, ni robar, ni hacer daño, sino que les fueran amigables y tuvieran con ellos toda paz; mas ahora (según, los que en este tiempo están, dicen) que era gente cruel sin razón ni verdad, porque andaban hechos ladrones de tierra en tierra, robando y matando a los que no les habían ofendido, y que traían grandes caballos que corrían como el viento y espadas que cortaban con todo lo que alcanzaban; y así decían de las lanzas. Unos de ellos lo creían y otros decían que no sería tanto, y aguardaban con sus ojos a ver lo cierto de la nueva gente que les habían entrado en su señorío; enviando avisos de todo a los delegados de los incas, los cuales avisaron de ello en el Cuzco, y en Quito, y en todas partes. El señor de este pueblo, contra el parecer de muchos de los suyos, aguardó de paz al gobernador con sus indios para ganarle la voluntad y que le tratase como amigo; y no le robase el pueblo, como si fuese enemigo. Diz que recibió placer Pizarro, loando su propósito; prometió de le hacer siempre honra los cristianos: no mataban, ni robaban a los que dando obediencia al rey de Castilla, quisiesen tener con ellos confederación; pero que mirasen no fuese su amistad fingida. Le respondió que era entera y con voluntad: y ansí sirvieron los indios a los cristianos: lo cual saben bien hacer porque están hechos a servir al rey suyo y a los que por su mandado andan por la tierra. Dijéronme, y es verdad que como hubiese necesidad de mujeres naturales para moler y hacer pan a los cristianos, el gobernador guardase la paz y alianza puesta con el cacique, le dio por concierto una piedra de esmeralda, tan gruesa como un huevo de paloma (creyendo que no era nada, y ¡valía un gran tesoro!) por diez y siete indias. Pasado esto, salió Pizarro en gracia de los de aquella tierra.
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Capítulo XXXI De la villa imperial de Santiago de Potosí Esta famosa y riquísima villa la pintan con una águila imperial y una corona en la cabeza y, según entiendo, le dio estas armas el invictísimo emperador don Carlos Quinto, y sus dos columnas. El edificio della comúnmente no es pulido ni labrado con gasto, porque, solamente los que en ella viven, han puesto la mira en sólo sacar plata y más plata, e irse a gastarla a otros lugares deste Reino de mejor temple y a su naturaleza, y así curan poco de edificar, y sólo las iglesias son de fábrica costosa. El temple desta villa es áspero y desabrido, especial en los meses que corren unos aires arrebatadísimos que llaman tomahabis, que se llevan las casas. No produce esta villa fruto ninguno de la tierra, sino sólo plata: pero no por eso le falta ninguna cosa necesaria a la vida humana, porque a siete, diez, doce y veinte leguas, tiene valles fertilísimos que la proveen de harina, maíz, cebada y de todos los géneros de frutas de la tierra y de Castilla que se pueden desear, y las tiene todo el año, sin que se sienta falta; y las quebradas y llanadas de leña la sustentan de carbón. Hay unas salinas a nueve leguas, que la hinchen de sal. Tiene siete lagunas hechas a mano y con artificio de los españoles con que muelen los ingenios, porque las aguas en Potosí son de tres a cuatro meses. Hay cerca de más de dos leguas de piedra de amolar, necesarísimas para deshacer el hierro, y hacerlo harina, con que se benefician los metales. La iglesia mayor es mediana, aunque había de ser mayor para la gente que encierra la villa, pero riquísima de ornamentos costosos. La lámpara que arde delante el Santísimo Sacramento tiene cuatrocientos y veinte marcos de plata, y otras dos: una de Nuestra Señora de la Concepción y otra del Sacramento de a cien marcos. La capilla de Santa Ana la adornan tres lámparas de ochenta marcos cada una, y la de las Ánimas y San Crispín a otros ochenta; y esta iglesia es continuamente servida de más de treinta sacerdotes, sin los curas y sacristanes y su vicario, que gozan de obvenciones y provechos muy ricos. También hay buena música con instrumentos, y todo lo que se requiere al culto divino abundantemente hay con que se ilustra, más cinco conventos de religiosos: dominicos, franciscos, augustinos y de Nuestra Señora de las Mercedes, donde está una imagen muy devota, que hace infinitos milagros, y Compañía de Jesús. Todos con lindos ornamentos y todo cuanto se puede pedir para ser bien servidos y, en ellos, famosos predicadores y observantísimos religiosos, que sustentan la villa y son murallas contra el poder de Satanás, que allí lo procura extender cada día más. La villa tiene por nombre Santiago, y los Patrones y abogados principales son: la Concepción Inmaculada de la Virgen Nuestra Señora y el gran doctor de la iglesia San Agustín y Santa Bárbara. El hospital no se sabe si en todo el mundo le haya más rico, porque pasan de cuarenta mil pesos de renta los que en él se gastan cada año, sin las limosnas; y así es muy bien servido de todos los ministros que hay en él, y siempre el médico principal es de los más experimentados del Reino, y son los enfermos curados allí con mucho amor y regalo, y ninguno que sea pobre sale de allí desnudo, que son tantas las limosnas que acuden de personas caritativas, que lo podrán vestir de plata y oro. Hay catorce parroquias de indios alrededor de la villa, que son: Nuestra Señora de los Carangas, San Bernardo, San Martín, Nuestra Señora de Copacabana, San Pedro, San Pablo, San Juan, San Sebastián, la Concepción, San Francisco, San Christóbal, Santiago, Santa Bárbara, San Benito y otra iglesia de San Lázaro. Estas parroquias están muy bien adornadas con ornamentos muy ricos y lámparas de plata, muchas cofradías muy bien servidas, y tienen los curas de salario ochocientos pesos ensayados, pagados en la caja real, sin su pie de altar, que en algunas llega a tres y, cuatro mil pesos, y así estos beneficios son muy estimados y, pretendidos. Reside en esta villa un corregidor con cuatro mil pesos ensayados de salario, y siempre suele ser un caballero de hábito de gran valor y brío, que es bien menester para la gente que en ella hay, porque debe de ser clima que influye sobre aquella villa y su distrito que, entrando en ella un hombre pobre y desventurado y de naturaleza cobarde, en el instante que la pisa, se le levantan los pensamientos a no estimar la plata ni hacer caudal della, y a parecerle que él solo es bastante a pelear con un batallón de hombres armados. Tiene sus alcaldes ordinarios y regidores y un fiel ejecutor, cuyo oficio se vendió en sesenta mil pesos ensayados, y el alferasgo de la villa, en otros sesenta mil, y la vara de alguacil mayor que cría otros puestos dieciséis menores, en ciento y veinticinco mil ducados de Castilla. Las Casas Reales son lo principal de la villa, donde viven factor, tesorero y, contador de Su Majestad que tienen a tres mil pesos ensayados de salario. Tiene esta casa, dentro de sí, el almacén de los azogues, donde se recogen seis mil quintales, que se gastan cada año. También está la fundición y la casa del ensayador. Es fama pública que se fundirán en ella, cada año, sobre veinte mil barras, que salen de ochenta marcos cada una, de las cuales se paga a su Majestad el quinto y, se entiende, que del de alcabalas, azogues y otros derechos reales, le valdrá cada año tres millones, que es renta que muchos reyes de la cristiandad no lo tienen en todo su reino, y al Rey católico de España se la da sólo una villa. Hay casa de moneda, que es única el día de hoy, en el Perú, donde del rey y de particulares se labra cada año más de millón y medio en reales. Tiene tesorero, cuyo oficio se vendió en sesenta mil pesos ensayados, y le vale de provechos de seis a ocho mil pesos cada año. Hay escribano de entradas, guarda mayor y menor, cuatro capataces, un ensayador, cuatro trujuleros y veinte negros del rey, sin otras personas que sirven, y todos con muy crecidos salarios. Por aquella puerta no se ve otra cosa, sino entrar piñas, y sacar barras hermosísimas. Hay en la villa de Potosí, Tarapaya, que está dos leguas della, con un río y laguna junto a ella y ciento y cincuenta y ocho cabezas de ingenios que muelen con el agua que se trae de las lagunas, que he dicho, y diez y ocho ingenios de caballos. Cada cabeza de agua muele en el año más de treinta mil quintales de metal. Andan ocupados en cada ingenio en moler, cernir, repasar y quemar lo más cincuenta indios de día y de noche, treinta en cada ingenio. Para su avío, hay un carpintero, un beneficiador, un ayudante, un mayordomo mayor. Cada cabeza tiene ocho mazos con ocho almadenetas, que pesan cinco arrobas, sin infinitos pertrechos, que sería nunca acabar el referirlos. Los indios, repartidos por cédulas de Su Majestad, son catorce mil y ochocientos, que nunca han de faltar y, para cumplir éstos, han de asistir al trabajo cuarenta y cuatro mil y cuatrocientos por el tiempo de un año, y éstos van de todas las provincias, de ciento y cincuenta leguas alrededor, al trabajo, conforme les cabe. Son menester tantos indios, porque se trabaja de día y de noche, que en los socavones siempre es noche; lo que se les paga a cada indio de repartición que trabaja en el cerro, son cuatro reales, y a los indios que se alquilan de su voluntad, que son infinitos y llaman mincas, si son apires, les dan un peso y, si un indio, obligado una semana, alquila otro, le da nueve pesos y más el jornal que el español le había de dar, y así al respecto. En los ingenios tiene por orden Su Majestad tres reales y medio cada indio y, a los que se alquilan, a seis reales y, a los que echan metal en los morteros, a peso, y hay otras mil diferencias de pagas. Si acaso algún indio se muere por descuido del español a cuyo cargo está, paga una barra corriente de doscientos y cincuenta pesos, y ahora le añaden seis meses de destierro. Debe de haber ordinariamente en Potosí, estantes y habitantes, que trabajan de cédula o se alquilan, que entran y salen con comida, leña, carbón, paja y otras cosas, más de ochenta mil indios y más de doscientas y cincuenta mil mujeres, y muchachos más de cincuenta mil. Habrá hasta ocho o diez mil españoles y mestizos y tres mil mujeres españolas, más de cuatro mil negros y negras, muchas tiendas de ropa de Castilla, y muchas más de la tierra; pulperos y regatones. Son sin cuento oficiales de todos oficios: zapateros, sastres, herreros, carpinteros, cerrajeros, plateros y panaderos. No se pueden contar; y todos ganan y todos enriquecen, y es cierto que, si guardasen lo que ganan, pudieran, todos los que he referido, dentro de muy pocos años, fundar grandísimos mayorazgos; pero con la misma facilidad que entra la plata en casa, sale que, como he dicho, crecen allí los ánimos para menospreciar la plata, y la expenden y desperdician sin orden, que acontece en una tarde jugar y gastar lo que en un año han ganado, y salir contentos y sin muestra de sentirlo. Mataránse en la villa de Potosí cada semana doscientas y cincuenta vacas y carneros de la tierra más de quinientos sin los de Castilla que son infinitos. Vino sube de noventa mil botijas cada año, y de harina, trigo y maíz, cebada, papas, chuño y legumbres y frutas no hay aresmético que lo alcance. De leña pasan de quinientos mil pesos cada año, y de carbón trescientos mil. En el trajín de los metales se consumen cada año más de treinta mil carneros de la tierra, y de tablas y madera para aderezar los ingenios se gastan treinta mil pesos. Sólo concluiré en lo que es gasto, haberme certificado muchas personas antiguas en la villa que se gastan en una Pascua, las del año, más de cien mil pesos ensayados en colaciones, azúcares, dulces, conservas, regalos, vinos y convites y cenas, y que no hay semana que no pasen de veinte mil pesos de sola chicha, y que valga a los indios, que andan recogiendo por las calles y corrales excrementos de los hombres y animales, cada año más de treinta mil pesos, que parece cosa increíble, a quien no ha estado en aquella villa, y también lo parecerá, que la fuente del agua, que dicen de Castilla por ser dulce, sabrosa y sanísima, la cual está en el Empedradillo y tiene cuatro caños de agua, costó de traer de fuera del pueblo y hacer más de un millón. Este Empedradillo está junto a la Iglesia Mayor, y fue lo primero que se empedró, y coge todo el lado de la plaza hacia arriba, y a una esquina le cae la calle de los mercaderes y a la otra, la plazuela del hospital y el gato de la fruta, y está lleno de tiendas de confituría. Ha sido el teatro y centro, donde la ira ha tenido su trono y silla ordinariamente, por ser el lugar de más concurso de Potosí, y allí son los desafíos, las pendencias, las cuchilladas, las heridas, los palos, afrentas y muertes, y casi se tiene por refrán en el Perú, para llamar a uno valiente y bravo, decir: Es soldado del Empedradillo. Sin las plazas principales, que son tres, hay otras veinte y nueve plazuelas, donde todo el día se venden todos los géneros de cosas y puede pedir la necesidad humana, y, con estar Potosí ochenta leguas de la mar, es proveído con exceso de pescado que le sobre, y aun a veces fresco, como si estuviera una o dos leguas no más. Hay en esta villa hombres riquísimos y que, entre semana, andan con un vestido pardo de paño, como si no tuvieran otro que ponerse, porque así se usa y, entrando en su casa, la hallarán lastrada de barras. Hay señor de minas, que paga de sólo salarios a criados más de ocho mil ensayados. También hay hombres pobrísimos, que se perdieron por no entenderse, o por jugar sus haciendas o por no querer trabajar; pero, al fin, ninguno muere de hambre. Finalmente, hay mucho bueno en esta villa y de limosnas y obras pías y de caridad que se hacen, porque se dan cada año de limosna más de cien mil pesos, y mucho malo de maldades que se cometen en logros, usuras y malos tratos, nacidos de la codicia, raíz de todos los males. Concluyendo con las grandezas desta villa imperial, ilustre y famosa, de quien se tiene noticia en todo el orbe, no ha querido la Virgen sin mancilla, abogada de los pecadores, que en ella falten sus regalos e intercesiones, porque hay imágenes della, que han resplandecido con famosos milagros: la de Nuestra Señora de las Mercedes, que en el cerro ha sacado indios que, habiéndose derrumbado la mina, era imposible salir ni sacarlos, y la de Copacabana ha hecho esto otras dos y tres veces; otra, Nuestra Señora de Guadalupe, de la misma suerte, y la Virgen del Rosario, que ha hecho en la vida muchos milagros, y la de la Limpia Concepción y la de la Piedad, que está en el mismo convento de Nuestra Señora de las Mercedes, que ha hecho dos patentísimos, y así son seis las imágenes que son tenidas en suma veneración, y se han hecho informaciones dellos para gloria de la Virgen, que en todo el mundo hace favores y mercedes a los que a ella se encomiendan de corazón. Y a estos indios, como amos flacos y miserables, cada día les va mostrando cuánto los quiere y ama, para que así se confirmen en le fe viva de su Hijo Unigénito Jesuchristo, Criador y Redentor de los hombres, y olviden los errores, pecados y supersticiones, en que por tantos siglos vivieron y murieron sus antepasados, y el demonio acabe ya de perder el dominio y señorío que gozó, antes que los Católicos Reyes de España enviasen sus predicadores y ministros a convertir tanto número de almas como se perdían. Con esto se acaba y fenece esta Historia General y Descendencia de los Yncas Reyes, que fueron destos Reinos del Pirú, y de sus Ritos y Ceremonias y Particularidades de sus ciudades, a honra del Omnipotente Dios, Criador de todas las cosas visibles e invisibles, y de Jesuchristo, verdadero Dios y hombre, su hijo unigénito y de la Serenísima Reina de los Ángeles, Virgen María, Patrona y Abogada de mi sagrada religión de Nuestra Señora de las Mercedes, Redención de Cautivos; y todo lo que en esta historia estuviere escripto va sujeto a la corrección de la Santa Madre Iglesia Católica Romana y, al parecer, de quien mejor lo entendiere. Ad laudem del Omnipotentis, et S. V. MAP. de Mercede, Red. capt.-Anno a nativitate domini, 1613.
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CAPÍTULO XXXI Qué provecho se ha de sacar de la relación de las supersticiones de los indios Baste lo referido para entender el cuidado que los indios ponían en servir y honrar a sus ídolos y al demonio, que es lo mismo. Porque contar por entero lo que en esto hay, es cosa infinita, y de poco provecho, y aún de lo referido podrá parecer a algunos que lo hay muy poco o ninguno, y que es como gastar tiempo en leer las patrañas que fingen los libros de caballerías. Pero éstos si lo consideran bien, hallarán ser muy diferente negocio, y que puede ser útil para muchas cosas tener noticia de los ritos y ceremonias que usaron los indios. Primeramente en las tierras donde ello se usó, no sólo es útil, sino del todo necesario, que los cristianos y maestros de la ley de Cristo, sepan los errores y supersticiones de los antiguos, para ver si clara o disimuladamente las usan también agora los indios, y para este efecto, hombres graves y diligentes escribieron relaciones largas de lo que averiguaron, y aún los Concilios Provinciales han mandado que se escriban y estampen, como se hizo en Lima, y esto muy más cumplidamente de lo que aquí va tratado. Así que en tierras de indios, cualquier noticia que de aquesto se da a los españoles, es importante para el bien de los indios. Para los mismos españoles, allá y donde quiera, puede servir esta narración de ser agradecidos a Dios nuestro Señor, dándole infinitas gracias por tan gran bien como es habernos dado su santa Ley; la cual toda es justa, toda limpia, toda provechosa; lo cual se conoce bien cotejándola con las leyes de Satanás, en que han vivido tantos desdichados. También puede servir para conocer la soberbia y envidia, y engaños y mañas del demonio con los que tiene cautivos; pues por una parte quiere imitar a Dios y tener competencias con Él y con su santa Ley, y por otra, mezcla tantas vanidades y suciedades, y aún crueldades, como quien tiene por oficio estragar todo lo bueno y corrompello. Finalmente, quien viere la ceguedad y tinieblas en que tantos tiempos han vivido provincias y reinos grandes, y que todavía viven en semejantes engaños muchas gentes y grande parte del mundo, no podrá (si tiene pecho cristiano), dejar de dar gracias al altísimo Dios, por los que ha llamado de tales tinieblas a la admirable lumbre de su Evangelio, suplicando a la inmensa caridad del Creador, las conserve y acreciente en su conocimiento y obediencia, y juntamente doliéndose de los que todavía siguen el camino de su perdición, instar al Padre de Misericordias, que les descubra los tesoros y riquezas de Jesucristo, el cual con el Padre y con el Espíritu Santo, reina por todos los siglos. Amén.
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CAPÍTULO XXXI Del número de los indios que en la batalla de Mauvila murieron El número de los indios que en este rompimiento perecieron a hierro y a fuego se entendió que pasó de once mil personas, porque alderredor del pueblo quedaron tendidos más de dos mil y quinientos hombres, y entre ellos hallaron a Tascaluza el mozo, hijo del cacique. Dentro del pueblo murieron a hierro más de tres mil indios, que las calles no se podían andar de cuerpos muertos. El fuego consumió en las casas más de tres mil y quinientas ánimas, porque en sola una casa se quemaron mil personas, que el fuego tomó por la puerta y los ahogó y quemó dentro sin dejarlos salir fuera, que era compasión ver cuál los dejó, y los más de éstos era mujeres. Cuatro leguas en circuito, en los montes, arroyos y quebradas, no hallaban los españoles, yendo a correr la tierra, sino indios muertos y heridos en número de dos mil personas, que no habían podido llegar a sus casas, que era lástima hallarlos aullando por los montes sin remedio alguno. De Tascaluza, cuya fue toda esta mala hacienda, no se supo qué se hubiese hecho, porque unos indios decían que había escapado huyendo y otros que se había quemado, y esto fue lo que se tuvo por más cierto y lo que él mejor merecía. Porque, según después se averiguó, desde el primer día que tuvo noticia de los castellanos y supo que habían de ir a su tierra, había determinado de los matar en ella, y con este acuerdo había enviado al hijo a recibir al gobernador al pueblo Talise (como atrás queda dicho), para que él y los que con él fuesen, a título de servir al gobernador y a su ejército, sirviesen de espías y notasen cómo se habían los españoles de noche y de día en su milicia para, conforme al recato o descuido de ellos, ordenar la traición que pensaba hacerles para los matar. También se halló que, habiéndose quejado a Tascaluza los indios del pueblo Talise, de quien dijimos que eran mal obedientes a su curaca, de que su señor les hubiese mandado dar a los españoles cierto número de indios e indias que el gobernador había pedido y doliéndose con él de su cacique, que sin entender al bien de los suyos propios, los entregaba a los extraños y no conocidos para que se los llevasen por esclavos. Tascaluza les había dicho: "No tengáis pena de entregar los indios e indias que vuestro cacique os manda entregar, que muy presto os los volveré yo, no solamente los vuestros sino también los que traen los españoles presos y cautivos de otras partes. Y aun los mismos españoles os entregaré para que sean vuestros esclavos y os sirvan de cultivar y labrar vuestras tierras y heredades cavando y arando todos los días de su vida." Asimismo las indias que de esa batalla de Mauvila quedaron en poder de los castellanos, confirmaron este dicho de Tascaluza y declararon al descubierto la traición que tenía armada a los cristianos, porque dijeron que las más de ellas no eran naturales de aquel pueblo ni de aquella provincia sino de otras diversas de la comarca, y que los indios que por llamamiento y persuasión de Tascaluza se habían juntado para aquella batalla las habían traído con grandes promesas que les habían hecho. A unas, de darles capas de grana, y a otras, ropas de seda, de raso y terciopelo que en sus bailes y fiestas sacasen vestidas. A otras habían certificado con grandes juramentos darles caballos, y que, en señal de su victoria y triunfo, las pasearían en ellos delante de los españoles. Otras salieron diciendo: "Pues a nosotras nos prometieron los mismos españoles por criados y esclavos nuestros." Y cada una declaró el número de cautivos que les habían ofrecido que habían de llevar a sus casas. De esta manera confesaron otras muchas promesas que les habían hecho de lienzos y paños y otras cosas de España. También declararon que muchas que eran casadas habían venido por obedecer a sus maridos, que se lo habían mandado; otras, que eran solteras, dijeron que ellas vinieron por importunidad de sus parientes y hermanos, que les habían certificado las llevaban para que viesen unas fiestas solemnes y grandes regocijos que después de la muerte y destrucción de los castellanos habían de solemnizar y celebrar en hacimiento de gracias a su gran dios el Sol por la victoria que les había de dar. Otras muchas confesaron que habían venido a requesta y petición de sus galanes y enamorados, los cuales, pretendiendo casar con ellas, las habían rogado y persuadido fuesen a ver las valentías y hazañas que en servicio y en presencia de ellas presumían hacer contra los españoles. Por los cuales dichos quedó bien averiguado cuán de atrás tenía imaginado este curaca la traición que a los nuestros hizo, de la cual él y sus vasallos y aliados quedaron bien castigados, aunque con tanto daño de los castellanos como se ha visto. La cual pérdida no solamente fue en la falta de los caballos que les mataron y en los compañeros que perdieron sino en otras cosas que ellos estimaban en más respeto de aquello para que las tenían dedicadas, que fue una poca de harina de trigo, en cantidad de tres hanegas, y cuatro arrobas de vino, que ya no tenían más cuando llegaron a Mauvila. La cual harina y vino de muchos días atrás lo traían muy guardado y reservado para las misas que les decían, y, porque anduviese a mejor recaudo y más en cobro, lo traía el mismo gobernador con su recámara. Todo lo cual se quemó con los cálices, aras y ornamentos que para el culto divino llevaban, y, de allí adelante, quedaron imposibilitados de poder oír misa, por no tener materia de pan y vino para la consagración de la eucaristía. Aunque entre los sacerdotes, religiosos y seculares hubo cuestiones en teología si podrían consagrar o no el pan de maíz, fue de común consentimiento acordado que lo más cierto y seguro era guardar y cumplir en todo y por todo lo que la Santa Iglesia Romana, madre y señora nuestra, en sus santos concilios y sacros cánones nos manda y enseña que el pan sea de trigo y el vino de vid, y así lo hicieron estos católicos españoles, que no procuraron hacer remedios en duda por no verse en ella en la obediencia de su madre la Iglesia Romana Católica. Y también lo dejaron porque, ya que tuvieran recaudo para la consagración de la eucaristía, les faltaban cálices y aras para celebrar.
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Capítulo XXXI Que trata de la orden que el general Pedro de Valdivia dio para el combate de este fuerte Llegado que fue el general a vista del fuerte de los indios y así como ellos vieron a los cristianos, comenzaron a dar gran grita como ellos acostumbran. Luego el general despachó al capitán Francisco de Aguirre con diez de a caballo, que fuese por la falda y ladera de la loma. También despachó al capitán Francisco de Villagran con otros diez de a caballo pasase un pequeño río y como pudiese fuese por la loma de los peñascos, y que caminasen hacia la cordillera nevada, hiciesen por juntarse y que en todas maneras entrasen, y que abajasen por el valle, que dos lomas hacía, porque él se quería apear con la demás gente y romper la trinchera que los indios tenían. Despachados estos capitanes cada uno por su parte y avisados lo que habían de hacer, el general se apeó y se allegó más adelante, donde dio en un camino que los indios tenían muy limpio. Luego fueron recebidos de sus adversarios, comenzando a defenderse por las troneras y entrada del fuerte. Iba delante el general animándolos y diciéndoles palabras que los convidaban a tener animosos ánimos, embrazadas sus adargas, nombrando a alta voz al apóstol señor Santiago, patrón y socorredor de España y españoles donde quiera que estén. Con este esforzado apellido allegaron a las manos, donde con ánimo de valerosos españoles, hirieron tan denodadamente con presuroso denuedo que los indios no osaban esperar el ímpetu de los cristianos y huían por las espesuras de los más espesos montes. En esta sazón venían los dos capitanes por lo llano del fuerte, y viendo los indios combatirse por dos partes y que si acometían a una parte, no tenían seguras las espaldas, desmayaron en tal manera que cada uno no entendía sino en buscar por donde escapar la vida, porque los españoles de a pie les daban por una parte e los de a caballo los acosaban por la otra. Ganóse la principal plaza, y como el general era tan animoso, se adelantó y entró dentro de los indios. Y como le vieron solo entre ellos procuraba cada cual tomarle a manos, y el que allegaba dejaba la vida en sus manos. Esta batalla duraría hora y media, de suerte que viendo su ánimo anechilado y sus fuerzas desmenuidas, y que los combatían gentes que nunca habían visto ni peleado con ellas, procurando desmamparar el fuerte. Y viendo Michimalongo sus indios muertos y desbaratados, salió a que los cristianos le viesen, desnudo en carnes, embijado y arrayado con tinta negra todo el rostro y cuerpo, porque así lo acostumbran ellos por ferocidad. Traía sus vergüenzas tapadas con una cobertura hecha de pluma. Traía su arco y flechas en las manos, diciendo: "Inchi Michimalongo", que quiere decir, yo soy Michimalongo. Y esto decía con grande ánimo. Visto por los cristianos, fue preso por un español que se dice Rodrigo de Quirova, natural de Galicia. Y preso el Michimalongo, hizo una seña a su gente, que fue tirar una flecha en alto, la cual iba silbando, las cuales traen para este efecto. Cuando hace esta seña el señor o capitán es que no peleen más. E luego los indios sosegaron que no peleaban ni daban más grita. Los españoles llevaron a Michimalongo ante el general, y hubo miedo que le matase el general, temiendo las amenazas y blasfemias que le había enviado a decir. En esta fuerza y batalla se hallaron cuatro mil indios. Matáronse trescientos y cincuenta, y los indios nos mataron un español e hirieron veinte.
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De cómo pasó Nezahualcoyotzin a México con su ejército en favor de los mexicanos Viendo Nezahualcoyotzin el aprieto en que estaban sus tíos y los mexicanos sus vasallos, juntó a gran prisa la gente que pudo y le quisieron seguir por agua y tierra y fue marchando con ella la vuelta de México, aunque al embarcarse le dio a las espaldas Iztlacauhtzin su capitán general, que se le había rebelado con todos los demás que estaban alzados y que apellidaban el nombre tepaneco. Nezahualcoyotzin se fue entrando por la laguna adentro lo mejor que pudo, disimulando la desvergüenza de su general y remitiendo el castigo para otro tiempo más oportuno. Llegado que fue a México se desembarcó en la parte de Tlatelulco, en donde Itzcoatzin, su tío y Quauhtlatoatzin con los demás señores mexicanos le salieron a recibir y habiendo tratado lo importante a su libertad, juntaron su gente y comenzaron a pelear con los tepanecas hasta que los echaron de toda la ciudad y prosiguiendo la batalla salieron en dos escuadrones contra Maxtla, que tenía puesto su campo sobre unas albarradas que tenía hechas y pelearon tres días con él y al cuarto día por la mañana Nezahualcoyotzin con su gente dio por una parte, Itzcoatzin y los mexicanos por otra y peleando con toda furia, de tal manera que de la una y otra parte que murió mucha gente; mas al fin Maxtla se fue retirando con su ejército, que iba de vencida, hasta que los echaron de los términos mexicanos. A esta ocasión llegaron los señores huexotzincas, tlaxcaltecas y otros amigos y se juntaron con la gente de Nezahualcoyotzin y luego acordaron Nezahualcoyotzin, Itzcoatzin y los demás señores, que el ejército se repartiese en tres escuadrones, que el uno capitanease Nezahualcoyotzin y en su compaña Xayacamachan con la mitad de los huexotzincas y el, general de Tlaxcalan con los suyos y que entrasen por la parte del cerro Quauhtépetl y el otro capitanease Itzcoatzin con la otra mitad de los huexotzincas que acaudillaba Temayahuatzin su señor y mucha cantidad de los amigos que habían venido en favor de Nezahualcoyotzin y se pusiese por otra parte y el otro escuadrón tomase Motecuhzoma y Quauhtlatoatzin señor de Tlatelulco; diciéndoles que ninguno rompiese hasta que él mandase hacer una seña y que vista, todos diesen a un tiempo sobre sus enemigos y así otro día en rompiendo el alba se comenzó la batalla y aunque Nezahualcoyotzin y los mexicanos fueron ganando tierra a los enemigos, fue con gran trabajo y muertes de mucha gente de ambas partes. Duraron estas guerras ciento quince días, porque el rey Maxtla se defendía valerosamente y para ello había echado el resto de todo su poder; mas al cabo de los días referidos, Nezahualcoyotzin les dio tanta prisa a los de Maxtla y cada uno de los señores mexicanos por su parte, hasta que rompieron y desbarataron el ejército de Maxtla, haciendo huir sus gentes y en el alcance quedaron muertos muchos de ellos y entrando por la ciudad, la destruyeron y asolaron, echando por el suelo todas las más principales casas de los señores y gente ilustre y los templos, pasando a todos a cuchillo. Maxtla que se había escondido en un baño de sus jardines, fue sacado con gran vituperio y Nezahualcoyotzin lo llevó a la plaza principal de la ciudad y allí le sacó el corazón como en víctima y sacrificio a sus dioses, diciendo lo hacía en recompensa de la muerte de su padre el emperador Ixtlilxóchitl y que aquella ciudad por ignominia suya fuese desde aquel tiempo un lugar donde se hiciese feria de esclavos. Este fin tuvo aquella ciudad insigne, que fue una de las mayores que hubo en esta Nueva España y que por su grandeza se le puso el nombre que tiene de Acaputzalco, que quiere decir hormigonero. Y aunque los tepanecas se tornaron a rehacer, los que escaparon de la ciudad, haciéndose fuertes en Coyohuacan y Tlacopan, fueron en su seguimiento Nezahualcoyotzin e Itzcoatzin y los sujetaron; aunque el señor de Tlacopan luego se rindió, el que de secreto favorecía el bando de Nezahualcoyotzin y de los señores mexicanos, que eran sus deudos muy cercanos y luego prosiguieron con su ejército asolando con el mismo rigor las demás ciudades más principales del reino de los tepanecas, como fueron Tenayocan, Tepanoaya, Toltitlan, Quauhtitlan, Xaltocan, Huitzilopochco y Colhuacan y las demás ciudades, pueblos y lugares de este reino, que aquí no se hace mención de ellas, se rindieron y se dieron de paz. Todo lo cual acaeció en el año de mil cuatrocientos veintiocho atrás referido y los otros dos años siguientes se ocuparon en irse sobre la ciudad y reino de Tetzcuco, que lo tenían alterado Iztlacautzin señor de Huexotla, y otros señores caballeros de su valía; y aunque pretendieron defenderse, no pudieron resistir la fuerza de Nezahualcoyotzin y así, viéndose desbaratados y vencidos, se le huyeron y se pasaron unos a la provincia de Chalco y otros a la de Tlaxcalan y Huexotzinco y porque fueron partícipes en este alzamiento casi todas las ciudades, pueblos y lugares del reino de Tetzcuco, las saqueó Nezahualcoyotzin y quemó algunas de las casas de los señores y templos más principales de ellos y dejando en la ciudad de Tetzcuco y en otras, donde le Pareció ser conveniente, gente de guarnición, se volvió a México, en donde él y su tío el rey Itzcoatzin dieron orden de sujetar a la ciudad y provincia de Xochimilco y luego la de Cuitláhuac, que por ser lugares metidos en la laguna, se habían estado recios y no habían querido dar la obediencia. En lo referido y en cercar el bosque de Chapoltépec y traer en una atarjea el agua a la ciudad de México y edificar unos palacios en ellas y en otras obras públicas, se ocupó Nezahualcoyotzin hasta el año de 1430 con que quedó la mayor parte del imperio sojuzgado.
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Del río de Santa Marta y de las cosas que hay en sus riberas Ya que he llegado a la ciudad de Popoyán y declarado lo que tienen sus comarcas, asiento, fundación, poblaciones, para pasar adelante me paresció dar razón de un río que cerca della pasa, el cual es uno de los dos brazos que tiene el gran río de Santa Marta. Y antes que deste río trate, digo que hallo yo que entre los escriptores, de cuatro ríos principales se hace mención, que son: el primero, Ganges, que corre por la India Oriental; el segundo, el Nilo, que divide a Asia de Africa y riega el reino de Egipto; el tercero y cuarto, el Tigris y Eufrates, que cercan las dos regiones de Mesopotamia y Capadocia; estos son los cuatro que la Santa Escriptura dice salir del paraíso terrenal. También hallo que se hace mención de otros tres, que son: el río Indo, de quien la India tomó nombre, y el río Danubio, que es el principal de la Europa, y el Tanais, que divide a Asia de Europa. De todos éstos, el mayor y más principal es el Ganges, del cual dice Ptolomeo, en el libro de Geografía, que la menor anchura que este río tiene es ocho mil pasos y la mayor es veinte mil pasos; de manera que sería la mayor anchura del Ganges espacio de siete leguas. Esta es la mayor anchura del mayor río del mundo que antes que estas Indias se descubriesen se sabía; mas agora se han descubierto y hallado ríos de, tan extraña grandeza que más parescen senos de mar que ríos que corren por la tierra. Esto paresce por lo que afirman muchos de los españoles que fueron con el adelantado Orellana, los cuales dicen que el río por do descendió del Perú hasta la mar del Norte (el cual río comúnmente se llama de las Amazonas o del Marañón) tiene en largura más de mil leguas y de anchura en partes más de veinte y cinco. Y el río de la Plata se afirma por muchos que por él han andado que en muchos lugares, yendo por medio del río, no se ve la tierra de sus reberas, así que por muchas partes tiene más de ocho leguas de ancho, y el río de Darién grande, y no menos lo es el de Uraparia; y sin éstos hay en estas Indias otros ríos de mucha grandeza, entre los cuales es este río de Santa Marta; éste se hace dos brazos; del uno dellos digo que por cima de la ciudad de Popayán, en la grande cordillera de los Andes, cinco o seis leguas della, comienzan unos valles que de la misma cordillera se hacen, los cuales en los tiempos pasados fueron muy poblados y agora también lo son, aunque no tanto ni con mucho, de unos indios a quien llaman los coconucos; y destos y de otro pueblo que está junto, que nombran Cotora, nasce este río que, como he dicho, es uno de los brazos del grande y riquísimo río de Santa Marta. Estos dos brazos nacen el uno del otro más de cuarenta leguas, y adonde se juntan es tan grande el río que tiene de ancho una legua, y cuando entra en la mar del Norte, junto a la ciudad de Santa Marta tiene más de siete, y es muy grande la furia que lleva y el ruido con que su agua entra entre las ondas para quedar convertido en mar, y muchas naos toman agua dulce bien dentro en la mar; porque con la gran furia que lleva, más de cuatro leguas entra en la mar sin mezclarse con la salada; este río sale a la mar por muchas bocas y aberturas. Desde esta sierra de los coconucos (que es, como tengo dicho, nascimiento deste brazo) se ve como un pequeño arroyo, y extiéndese por el ancho valle de Cali. Todas las aguas, arroyos y lagunas de entrambas cordilleras vienen a parar a él; de manera que cuando llega a la ciudad de Cali va tan grande y poderoso que, a mi ver, llevará tanta agua como Guadalquivir por Sevilla. De allí para abajo, como entran muchos arroyos y algunos río, cuando llega a Buritica, que es como a la ciudad de Antiocha, ya va muy mayor. Hay ciertas provincias y pueblos de indios desde el nascimiento deste río hasta que entra en el mar Océano, y tanta riqueza, así de minas ricas de oro como lo que los indios tenían, y aun tienen algunos, y tan grande la contratación dél, que no se puede encarescer, según es mucho; y hácelo ser menos no ser de mucha razón las más de las gentes naturales de aquellas regiones, y son de tan diferentes lenguas que era menester llevar muchos intérpretes para andar por ellas. La provincia de Santa Marta, lo principal de Cartagena, el nuevo reino de Granada y esta provincia de Popayán, toda la riqueza dellas está cerca deste río, y demás de lo que se sabe y está descubierto hay muy grande noticia de mucho poblado entre la tierra que se hace entre el un brazo y el otro, que mucha della está por descubrir; y los indios dicen que hay en ella mucha cantidad de riqueza y que los indios naturales desta tierra alcanzan de la mortal hierba de Urabá. El adelantado don Pedro de Heredia pasó por la puente de Brenuco, adonde, con ir el río tan grande, estaba hecha por los indios en gruesos árboles y recios bejucos, que son del arte de los que atrás dije, y anduvo por la tierra algunas jornadas, y por llevar pocos caballos y españoles dio la vuelta. También por otra parte más oriental, que es menos peligrosa, que se llama el valle de Aburra, quiso el adelantado don Sebastián de Belalcázar enviar un capitán a descubrir enteramente la tierra que se hace en las juntas destos tan grandes ríos; y estando ya de camino, se deshizo la entrada porque llevaron la gente del visorey Blasco Núñez Vela en aquel tiempo que tuvo la guerra con. Gonzalo Pizarro y sus secaces. Volviendo, pues, al río de Santa Marta, digo que cuando se juntan entrambos brazos hacen muchas islas, de las cuales hay algunas que son pobladas; y cerca de la mar hay muchos y muy fieros lagartos y otros grandes pescados y manatíes, que son tan grandes como una becerra y casi de su talle, los cuales nascen en las playas y islas y salen a pascer cuando lo pueden hacer sin peligro, volviéndose luego a su natural. Por bajo de la ciudad de Antiocha, ciento y veinte leguas poco más o menos, está poblada la ciudad de Mopox, de la gobernación de Cartagena, donde llaman a este río Cauca; tiene de corrida desde donde nace hasta entrar en la mar más de cuatrocientas leguas.