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Capítulo XXX Que trata cómo fue el general Pedro de Valdivia con sesenta hombres a un fuerte donde estaba el cacique Michimalongo Andando el general y los españoles trazando su ciudad y entendiendo en las cosas que más convenía para el remedio de su vida, mandó a todas partes mensajeros a avisar a todos los señores de toda la tierra. Y vino toda la mayor parte de todos los comarcanos, que no restaban por venir sino Michimalongo. Hizo luego el general mensajeros a hacerles saber que viniesen, como los demás caciques habían venido, y que sería tratada su persona y tierra y gente como de señor, pues lo era, con tanto que le viniese a dar la obediencia y sirviese a Su Majestad y a los cristianos. La respuesta que dio y envió fue que no quería venir, que antes tenía voluntad y propósito de matar a todos los señores que habían venido a le dar la obediencia, y que él estaba en parte tan segura que no tenía miedo a los cristianos ni a otros muchos más, y que de allí donde estaba era parte para ofendernos y matar a todos cuantos cristianos estábamos y los indios que de paz estaban. Y puesto que las amenazas eran demasiadas, no dejaban los indios amigos que de paz habían venido, de traer sin temor de Michimalongo ovejas y maíz y pescado y palomas y perdices y otras cosas, de suerte que a nadie faltó. Viendo el general la contumacia y soberbia y graves amenazas de Michimalongo, y conocido que así como amenazaba a los cristianos, amenazaría a los indios que de paz habían venido, y junto con esto, consideró que este cacique Michimalongo era uno de los mayores señores de esta tierra y más belicoso y de todos naturales más temido. Vistas y bien pensadas todas aquestas particularidades y el fin que había de tener, acordó salir pasados tres meses después de la fundación de la ciudad, dejando como dejó en ella el recaudo que convenía. Llegado al valle de Anconcagua doce leguas de la ciudad, antes que entrase en el valle, supo su venida Michimalongo en donde estaba con su gente de guerra. Como hombre guerrero y astuto en la guerra tenía un fuerte hecho estrañamente ordenado en esta forma, como no de otras naciones lo acostumbran hacer en esta tierra: los algarrobos son árboles grandes en esta tierra y de grandes y gruesas púas, son tan largas como clavos de medio tillado y recias y muy espesas. De estas ramas y árboles tenía este cacique hecho un fuerte tan fuerte que era tan aparejado para ofender como para defender, principalmente a gente de a caballo. Estaba tan tejido y tan gruesa que parecía muralla. Y aquella trinchera iba por la delantera de este fuerte. De una parte tenía una loma alta y por el otro lado tenía un gran cerro de muy grandes peñascos, y por la falda corría un pequeño río montuoso. Y en este compás que había entre estos dos cerros era llano y aquí estaban los indios de guerra con sus hijos y mujeres. Y casi estos dos cerros se juntan con la cordillera nevada, y venían abajo ensanchando donde dijo que estaba la trinchera, la cual estaba de la una punta del cerro a la otra que casi estaba derecho y a partes convinientes hechas troneras para flechar y para salir por ellas. Ansí como el general llegó junto a él lo anduvo mirando, admirándose de ver tan fuerte sitio y peligroso para combatir.
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De cómo viendo los mexicanos que estaban oprimidos por el tirano Maxtla, acordaron entre ellos enviar sus embajadores al príncipe Nezahualcoyotzin para que los socorriese y las cosas que le acaecieron en este tiempo Los mexicanos, que eran los principales aliados del tirano Tezozómoc rey de los tepanecas, le negaron la obediencia, por haberles muerto sus señores, usando de otras crueldades e insolencias contra ellos, compeliéndolos a que le tributasen cosas dificultosas de hallar y poderlo hacer: fue una entre las cuales, que le llevasen por el agua jardines y aves de volatería. Y sobre todo, quiso forzar y afrentar a la reina mujer legítima del rey Itzcoatzin, menospreciando y vituperando a los mexicanos. Los cuales viéndose en grande aflicción con las cosas referidas y que por otra parte el príncipe Nezahualcoyotzin los amenazaba como partícipes en la traición y muerte que se le había dado a su padre, entraron en consejo de lo que debía hacer y así entre ellos fue acordado, que convenía a su quietud y libertad ganar la voluntad a Nezahualcoyotzin, que ya la fortuna le había empezado a favorecer y aunque se hallaban culpantes en la tiranía de Tezozómoc, se determinaron de enviarle sus embajadores, disculpándose lo mejor que pudiesen y le pidiesen que con toda brevedad los favoreciese, porque Maxtla los tenía muy oprimidos y acabarlos, ofreciéndole de su parte todas sus fuerzas y ayuda para recobrar el imperio; que tuviese atención a la grande obligación que tenía a la nobleza mexicana, pues de ella descendía; para lo cual fueron escogidos para embajadores Motezuhzomatzin Ilhuicamina que era su gran capitán general, primo hermano y muy querido de Nezahualcoyotzin y otros dos caballeros, que el uno se decía Totopilatzin y el otro Télpoch, los cuales lo más secretamente que pudieron salirse de la ciudad de México, se fueron para la de Tetzcuco y en las fronteras de Acolhuacan fueron presos por los soldados de Nezahualcoyotzin que allí asistían, los cuales, conociendo ser deudos de su señor, no los mataron, mas se los llevaron presos y a buen recaudo; llegados que fueron a su presencia y dada su embajada, aunque se holgó Nezahualcoyotzin de verlos, le pesó mucho saber la aflicción en que los mexicanos estaban y para poderlos socorrer con brevedad, despachó a la provincia de Chalco (que era la parte más cercana de donde aguardaba socorro) a su hermano Quauhtlehuanitzin juntamente con su primo Motecuhzomatzin y Totopilatzin, quedándose con él el otro caballero llamado Télpoch, a pedir socorro a Toteotzintecuhtli con toda la brevedad que la necesidad les obligaba y asimismo envió a llamar a Iztlacauhtzin señor de Huexotla, su capitán general, que andaba haciendo gente y apercibiéndose para la jornada que estaba tratada de hacer contra el tirano, para lo cual envió a su hermano Xinocacatzin y a otros tres principales. Esta embajada y mensaje que Nezahualcoyotzin envió, no sonaban bien a los oídos de los chalcas, ni de Iztlacauhtzin su capitán general, porque aborrecían infinito a los mexicanos, por las insolencias y crueldades que contra ellos se habían usado cuando estaban en su pujanza y en gracia de los reyes tepanecas y así el capitán general la respuesta que dio fue mandar hacer pedazos al hermano del príncipe y a los otros caballeros que con él fueron, queriendo ser más aínas traidor a su rey, que favorecerles y a los que fueron a Chalco Toteotzintecuhtli los mandó prender y poner a buen recaudo y en su guarda Coateotzin, uno de los dos señores de Tlalmanalco, el cual luego aquella noche los libertó, dando orden de sacarlos de la prisión en que estaban y Toteotzintecuhtli envió por la posta a dar aviso a Maxtla de cómo los tenía presos; de manera, que aunque quiso ganar gracias con él, estaba tan indignado por la ayuda que dio a Nezahualcoyotzin en recobrar su reino, que le respondió amenazándole que le había de destruir y que de los presos hiciese lo que quisiese y sabiendo Toteotzintecuhtli que la noche antes se habían escapado se indignó contra Coateotzin y lo mandó matar. Los embajadores llegaron a la ciudad de Tetzcuco, Nezahualcoyotzin los consoló y despachó a México, ofreciéndoles que luego tras de ellos con toda la más gente que pudiese, porque de Tlaxcalan, Huexotzinco y otras provincias había tenido nuevas de que ya venían a socorrerle.
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En que se contiene el camino que hay desde la ciudad de Cali a la de Popayán y los pueblos de indios que hay en medio De la ciudad de Cali (de que acabo de tratar) hasta la ciudad de Popayán hay veinte y dos leguas, todo de buen camino de campaña, sin montaña ninguna, aunque hay algunas sierras y laderas; mas no son ásperas y dificultosas, como las que quedan atrás. Saliendo pues, de la ciudad de Cali, se camina por unas vegas y llanos, en las cuales hay algunos ríos, hasta llegar a uno que no es muy grande, que se llama Xamundi, en el cual hay hecha siempre puente de las cañas gordas, y quien lleva caballo échalo por el vado y pasa sin peligro. En el nascimiento deste río hay unos indios que se extienden tres o cuatro leguas a una parte, que se llaman Xamundi124, como el río, el cual nombre tomó el pueblo y el río de un cacique que se llama así. Contratan estos indios con los de la provincia de los Timba, y poseyeron y alcanzaron mucho oro, de lo cual han dado cantidad a las personas que los han tenido por encomienda. Adelante este río, en el mismo camino de Popayán, cinco leguas dél, está el río grande de Santa Marta, y para pasarlo sin peligro hay siempre balsas y canoas, con las cuales pasan los indios comarcanos a los que van y vienen de una ciudad a otra. Este río, hacia la ciudad de Cali, fue primero poblado de grandes pueblos, los cuales se han consumido con el tiempo y con la guerra que les hizo el capitán Belalcázar, que fue el primero que los descubrió y conquistó, aunque el haberse acabado tan breve ha sido gran parte, y aun la principal, su mala costumbre y maldito vicio, que es comerse unos a otros. De las reliquias destos pueblos y naciones ha quedado alguna gente a las riberas del río de una parte y otra, que se llaman los aguales, que sirven y están subjetos a la ciudad de Cali. Y en las sierras en la una cordillera y en la otra hay muchos indios, que por ser la tierra fragosa y por las alteraciones del Perú no se han podido pacificar, aunque, por escondidos y apartados que estén, han sido vistos por los indomables españoles, y por ellos muchas veces vencidos. Todos, unos y otros, andan desnudos y guardan las costumbres de sus comarcanos. Pasado el río grande, que está de la ciudad de Popayán catorce leguas, se pasa una ciénaga que dura poco más de un cuarto de legua, la cual pasada, el camino es muy bueno hasta que se allega a un río que se llama de las Ovejas; corre mucho riesgo quien en tiempo de invierno pasa por él, porque es muy hondo y tiene la boca y el vado junto al río grande, en el cual se han ahogado muchos indios y españoles; luego se camina por una loma que dura seis leguas, llana y muy buena de andar, y en el remate della se pasa un río que ha por nombre Piandamo. Las riberas deste río y toda esta loma fue primero muy poblado de gente; la que ha quedado de la furia de la guerra se ha apartado del camino adonde piensan que están más seguros; a la parte oriental está la provincia de Guambia y otros muchos pueblos y caciques; las costumbres dellos dirá adelante. Pasado este río de Piandamo se pasa a otro río, que se llama Plaza, poblado, así su nascimiento como por todas partes; más adelante se pasa el río grande, de quien ya he contado, lo cual se hace a vado porque no lleva aun medio estado de agua. Pasado, pues, este río, todo el término que hay desde él a la ciudad de Popayán está lleno de muchas y hermosas estancias, que son a la manera de las que llamamos en nuestra España alcarías o cortijos; tienen los españoles en ellas sus ganados. Y siempre están los campos y vegas sembrados de maíces; ya se comenzaba a sembrar trigo, el cual se dará en cantidad, por ser la tierra aparejada para ello. En otras partes deste reino se da el maíz a cuatro y a cinco meses: de manera que hacen en el ano dos sementeras. En este pueblo no se siembra sino una vez cada año, y viénense a coger los maíces por mayo y junio y los trigos por julio y agosto, como en España. Todas estas vegas y valle fueron primero muy pobladas y subjetadas por el señor llamado Popayán, uno de los principales señores que hubo en aquellas provincias. En este tiempo hay pocos indios, porque con la guerra que tuvieron con los españoles vinieron a comerse unos a otros, por la hambre que pasaron, causada de no querer sembrar a fin de que los españoles, viendo falta de mantenimiento, se fuesen de sus provincias. Hay muchas arboledas de frutales, especialmente de los aguacates o peras, que destas hay muchas y muy sabrosas. Los ríos que están en la cordillera o sierra de los Andes abajan y corren por estos llanos y vegas y son de muy linda agua y muy dulce; en algunos se ha hallado muestra de oro. El sitio de la ciudad está en una meseta alta, en muy buen asiento, el más sano y de mejor temple que hay en toda la gobernación de Popayán y aun en la mayor parte del Perú; porque verdaderamente la calidad de los aires más paresce de España que de Indias. Hay en ella muy grandes casas hechas de paja; esta ciudad de Popayán es cabeza y principal de todas las ciudades que tengo escripto, salvo de la de Urabá, que ya dije ser de la gobernación de Cartagena. Todas las demás están debajo del nombre desta, y en ella hay iglesia catedral; y por ser la principal y estar en el comedio de las provincias se intituló la gobernación de Popayán. Por la parte de Oriente tiene la larga cordillera de los Andes; al Poniente están della las otras montañas que están por lo alto de la mar del Sur; por estotras partes tiene los llanos y vegas que ya son dichas. La ciudad de Popayán fundó y pobló el capitán Sebastián de Belalcázar en nombre del emperador don Carlos, nuestro señor, con poder del adelantado don Francisco Pizarro, gobernador de todo el Perú por su majestad, año del Señor de 1536 años.
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CAPITULO XXX Envía el V. Padre a su Compañero al reconocimiento del Puerto de N. P. S. Francisco. Llegó el Comandante D. Pedro Fages a Monterrey, y hallando mudada ya la Misión de San Carlos al Río Carmelo, paso allí a ver al V. P,. Fr. Junípero para comunicarle cuanto había pasado. Causóle al Siervo de Dios mucha pena, que se frustrase el Establecimiento de San Buenaventura, por Ser esta Misión de las tres proyectadas primeramente, y la que llamaba peculiar suya el Illmô. Señor Visitador general D. José de Gálvez; pero viendo que no había sido por causa de los Misioneros, dio a Dios las gracias, así por esto, como porque se hubiese conseguido la fundación de San Gabriel, confiando en su Divina Majestad, que cuando fuese de su mayor agrado, se establecería aquella con mejores proporciones, y menos ansias. Así se lo concedió el Señor después de trece arios de proyectada; y aunque fue la última que el V. Padre fundó, pudo decir de ella lo que la Iglesia Santa de la Canonización del mismo Seráfico Dr. San Buenaventura: Tamen quo tardius eo solemnius, como en la narración de este Establecimiento se verá. Viendo el V. Fr. Junípero desgraciada aquella fundación, le propuso al Comandante la de San Luis, pero se excusó por la misma razón, diciéndole, que si se disminuía la Tropa, y venía de San Gabriel noticia de alguna novedad en aquella Misión por parte de los Indios, se vería desde luego imposibilitado de pasar a socorrerla; que luego que se supiese dile estaban en quietud, se daría mano a fundar la Reducción de San Luis. Considerando aquel fervoroso Prelado, que entretanto no se verificase novedad alguna por abajo, omitirían el despacho de Correo, y que con esta expectación se estarían todo el año sin adelantamiento alguno, propuso al Comandate Fages, que ínterin se recibía noticia, se fuese al reconocimiento del Puerto de Ntrô. Padre San Francisco, para ver qué sitio se encontraba proporcionado para la Misión, y a comunicar y congratular a los Gentiles, para que hubiese esto adelantado cuando llegase la ocasión del Establecimiento. Convino el Comandate a esta Expedición, ofreciendo ir en persona con el Padre Crespí, luego que pasase la estación de las aguas, si para este tiempo no había novedad. Viendo a mediados del mes de Marzo, que ya no llovía, ni había venido Correo de San Luis, y dando por supuesto que no habría por allá ningún acaecimiento, salieron de Monterrey el día 20 de dicho mes del año de 1772, de cuyo viaje y registro formó su Diario el citado Padre Crespí, que asentó a continuación de los demás (al cual remito al Lector curioso). Impidióle concluir aquel registro a su satisfacción la noticia que recibieron por un Correo que llegó de S. Diego de que aquel Puerto estaba a peligro de desampararse, por írseles acabando los víveres, y que para remediarlo había bajado a la antigua California el Padre Durnetz; pues aunque el Paquebot S. Antonio había traído aquel año igual carga de comestibles que en los antecedentes; pero también se habían aumentado los consumidores, así con los Peones que quedaron del Barco, como con los Neófitos que se agregaban a la Misión por cuya causa iban dando fin insensiblemente los bastimentos que había. Luego que el Comandante recibió esta noticia (estando en la Expedición del citado reconocimiento) retrocedió para Monterrey, como se advierte en el expresado Diario, y despachó la Recua cargada de víveres para abastecer a S. Diego y a San Gabriel, que por dicho Correo se supo no había habido novedad alguna con los Indios de esta última Misión, y sí, que los dos Ministros de ella se habían retirado enfermos para la antigua California, y quedaban supliendo los de San Buenaventura, como dejo dicho. En atención a esto y a que quedaba sólo en San Diego el P. Fr. Luis Jayme, envió con la Recua al P. Fr. Juan Crespí, que acababa de llegar del reconocimiento del Puerto de N. P. San Francisco. Llegó a San Gabriel y San Diego este socorro, y poco después recibieron otro, que les remití yo de la antigua California con un Misionero, y al mismo tiempo llegó el Padre Dumetz. Quedó con esto socorrida aquella necesidad, que dentro de poco tiempo se trasladó a Monterrey, porque retardándose el Barco que conducía las provisiones tres meses más que los años antecedentes, hubieron de padecer aquellos vecinos los efectos de la escasez, haciéndoles desde luego notable falta los víveres que enviaron al Puerto de San Diego. En esta atención se vió precisado el Comandante D. Pedro Fages a tomar la providencia de dejar en el Presidio un corto número de Soldados, y pasar con los demás a la Cañada, que llamaron de los Osos, distante cincuenta leguas del Presidio, para hacer matanza de estas fieras, y comprar semillas silvestres a los Indios, con que pudiera mantenerse la gente. Duró esta necesidad hasta que con el arribo del Barco quedó remediada, aunque a los Padres no les alcanzaron tanto sus tristes efectos, por haberlos socorrido los Gentiles, como se verá en la siguiente carta del V. P. Junípero.
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Capítulo XXX Del llanto que hizo Huayna Capac por su padre y madre, y visita de muchas provincias personalmente Acabado que concluyó Huayna Capac con lo perteneciente a su casamiento y fiestas, trató luego, queriéndose mostrar piadoso con su padre y madre, que ya eran muertos, de hacer por ellos llanto y honras por toda la tierra. Y para la solemnización dello mandó pregonarlo en todas las provincias que hay desde Quito hasta Chile, universalmente, y todos los gastos que en el llanto se hicieron fueron a costa de la hacienda que había dejado su padre Tupa Ynga Yupanqui y su madre Mama Ocllo, porque habían sido muy ricos como está dicho, y así se expendió y consumió infinita cantidad de oro, plata, ganados, comida, bebida, vestidos de cumbi, avasca y algodón; porque a los señores y principales que habían llorado a los muertos, se les dieron muchos vasos de oro y plata, ollas y cántaros, y a la demás gente común abundantísimamente de comer, y a los pobres vistieron conforme su necesidad suficientemente. Pidió licencia Huayna Capac al Sol para ir a llorar a sus padres hasta Caja Marca, y así salió del Cuzco con infinito acompañamiento, y fue por todos los lugares donde había andado su padre, haciéndole honras y obsequias a su usanza, con grandes demostraciones de tristeza y pesar. Hacían en el año, por los difuntos, tres suertes de honras, a la primera llamaban tioya, que eran cinco días después de muerto, y otro llanto hacían a los seis meses del año, éste era en el Cuzco. El último, llamaban culluhuacani, que era al fin del año. Este se hacía universalmente en toda la tierra y entonces desechaban el luto y toda muestra de pena y dolor, y se lavaban las caras del jabón negro con que las traían tiznadas, y para hacer este último llanto fue Huayna Capac hasta Caja Marca, como está dicho. Dejó en esta ocasión por gobernador en el Cuzco a un hermano suyo, bastardo, llamado Sinchiroca, el cual era hombre de gran ingenio e industria en edificios y arquitectura; a éste mandó que hiciese su casa en Cassana porque antes era en Uchullo y que fuesen hechas con grandísima majestad y gasto, que lo que al presente es la Iglesia Mayor en el Cuzco, era un buhío muy grande, que servía cuando estaban en la plaza y venía algún aguacero grande para recogerse dentro de él a beber, y también era como despensa donde los Collas, que era la gente a quien tocaba y pertenecía esto por mandado del Ynga, daban ración de carne a los que él ordenaba. Este Sinchiroca hizo todos los edificios famosos que hay en Yucay, todo para Huayna Capac, en que se ocuparon mucha multitud de indios. En este tiempo Huayna Capac llegó a los chachapoyas y conquistó alguna parte dellos, aunque no todos, y volviéndose al Cuzco, donde entró con triunfo, como los demás antecesores suyos, y de allí a algún tiempo fue a las provincias del Collao a visitarlas y ver si se quebrantaba el orden que en ellas había dejado su padre Tupa Ynga Yupanqui. Y, porque tenía intención de hacer la jornada tan famosa, que después hizo hacia Quito, de los caranguis y otras provincias, mandó que con mucha diligencia y cuidado se fuese poco a poco haciendo gente de guerra y apercibiesen de los más esforzados, recios y animosos de aquella provincia, y pasó adelante hacia los charcas y entonces quiso entrar a conquistar los mojos y chiriguanaes, pero viendo que la gente de los chiriguanaes era pobre y desnuda, sin habitación y casa cierta, y lo poco que aventuraba ganar sujetándolos, no hizo caso dellos, sino vínose a Cochabamba y allí conociendo la fertilidad y abundancia de la tierra, bastante para sustentar infinitos millares de indios y siendo los naturales della pocos en número, hizo y mando que viniesen gran muchedumbre de mitimas de otras partes, los cuales se poblaron allí y hizo a Cochabamba cabeza de provincia, de cuyo nombre cómo le fue impuesto se dirá cuando se trate de su fundación. Hecho esto se fue Huayna Capac a Pocona a poner en orden la frontera que allí había, y reedificar la fortaleza que Tupa Ynga su padre había allí fundado, para tener en freno a sus enemigos, lo cual hizo y ordenó con mucho concierto, por causa de los chiriguanaes, que como salteadores hacían mucho daño en aquellas tierras y en las chacaras y sementeras. Concluido con esto se vino visitando todas las provincias de arriba y llegó a Tia-huanaco, cuyos edificios soberbios y espantosos ponen admiración a todos los que de España pasan a este reino y los ven. Y estando allí Huayna Capac mandó con grandísima solemnidad pregonar la guerra, que pensaba hacer en las provincias de Quito, y que de todas las provincias se fuesen apercibiendo los soldados y gente que estaba señalada para servir al Ynga en sus conquistas, que era sin número, y luego en todas partes se comenzaron a aparejar los soldados de armas, conforme a su usanza, vestidos de toda suerte: ojotas, chuspas y las más cosas necesarias para su camino, de comida y carneros, unos con grandísima alegría, pensado volver ricos y prósperos de la jornada, como habían vuelto de otras que habían hecho con Tupa Ynga Yupanqui, y otros de mala voluntad y con pena y tristeza por ir a tierras tan lejanas, ásperas e incógnitas, y a pelear con gentes que tenían fama de valentísimas y donde no sabían lo que les sucediera. Pero todos se aparejaban unos y otros, porque el mando y orden de Huayna Capac nadie le osaba quebrantar de ninguna manera. Visitó el templo de La Laguna de Titicaca, donde hizo infinitos sacrificios a los ídolos de todos géneros que allí había por el felice suceso de la jornada que esperaba hacer, y dejó encomendado a los sacerdotes que rogasen al Hacedor por él continuamente. Concluido con esto dio orden como viniesen los uros en las lagunas, dándoles términos y señalándoles límites, por evitar las diferencias y disensiones que entre ellos ordinariamente había sobre las pescas, mandando que ninguno se entremetiese a pescar en el término del otro. Y acabado esto volvió al Cuzco, dejando toda la tierra de arriba puesta en gran concierto y orden, y gobernadores que la guardasen en su ausencia y soldados de guarnición en las fronteras, para defenderla de sus enemigos, si repentinamente las acometiesen, porque pensaba que la jornada adonde iba sería muy dificultosa y así habría de gastar muchos años en ella, como fue en efecto.
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Cómo el Almirante volvió a seguir su camino hacia Oriente para ir a la Española, y separóse de su compañía uno de los navíos El lunes, a 19 de Noviembre, el Almirante salió de Cuba, del Puerto del Príncipe y del mar de Nuestra Señora para ir hacia Levante, a la isla de Babeque y a la Española; mas por ser los vientos contrarios, que no le dejaban navegar como deseaba, fue obligado a barloventear tres o cuatro días entre la isla Isabela, que los indios llamaban Samoeto, y el mencionado Puerto del Príncipe, que está casi al Norte Sur, veinticinco leguas de uno y otro lugar; en cuyos mares aún hallaba hiladas de hierba como antes había encontrado en el océano. Y notó que iban siempre a lo largo de las corrientes sin atravesarlas. En aquel viaje, noticioso Martín Alonso Pinzón por algunos indios que llevaba presos en su carabela, de que en la isla de Bohio, que, como hemos dicho, así llamaban a la Española, había mucho oro, impulsado por su gran codicia, se alejó del Almirante a 21 de Noviembre, sin fuerza de viento, ni otra causa; porque, con viento en popa, podía llegarse a él; mas no quiso, antes bien, procuró adelantar su camino cuanto podía, por ser su navío muy velero, y habiendo navegado todo el jueves siguiente, uno a visto de otro; llegada la noche, desapareció del todo, de manera que el Almirante se quedó con los dos navíos, y no siendo el viento a propósito para ir con su nave a la Española, le fue conveniente volverse a Cuba, no lejos del mencionado Puerto del Príncipe, en otro que llamó de Santa Catalina, para proveerse de agua y de leña. En aquel puerto vio por casualidad, en un río donde tomaban el agua, ciertas piedras que daban muestras de oro; y en la tierra montes poblaclos de pinos tan altos que podían hacerse de ellos mástiles para navíos y carracas; ni faltaba madera para tablazón y tabricar buenos bájeles, tantos como se quisiera; también había encinas y otros árboles semejantes a los de Castilla. Pero, viendo que todos los indios le encaminaban a la Española, siguió la costa abajo, más a Sudeste, diez o doce leguas, por parajes llenos de puertos muy buenos y de muchos y caudalosos ríos. De la amenidad y hermosura de esta región, es tanto lo que dice el Almirante, que me gusta poner aquí sus palabras acerca de la entrada de un río que desemboca en el puerto que llamó Puerto Santo; dice así: "cuando fui con las barcas frente a la boca del puerto, hacia el mediodía, hallé un río en que podía entrar cómodamente una galera, y era su entrada de tal modo que no se veía sino estando muy cerca; su hermosura me movió a entrar, si bien no más de cuan larga era la barca; hallé de fondo de cinco a ocho brazas; siguiendo mi camino, fui no poco tiempo río arriba, con las barcas, porque era tanta la amenidad y la frescura de este río, la claridad del agua, en donde llegaba la vista hasta las arenas del fondo; multitud de palmas de varias formas, las más altas y hermosas que había hallado, y otros infinitos árboles grandes y verdes; los pajarillos, y la verdura de los campos, que me movían a permanecer allí siempre. Es este país, Príncipes Serenísimos, en tanta maravilla hermoso, que sobrepuja a los demás en amenidad y belleza, como el día en luz a la noche. Por lo cual, solía yo decir a mi gente muchas veces, que por mucho que me esforzase a dar entera relación de él a Vuestras Altezas, no podría mi lengua decir toda la verdad, ni la pluma escribirla; y en verdad, quedé tan asombrado viendo tanta hermosura, que no sé cómo expresarme. Porque yo he escrito de otras regiones, de sus árboles y frutos, de sus hierbas, de sus puertos y de todas sus calidades, cuanto podía escribir, no lo que debía; de donde todos afirmaban ser imposible que hubiera otra región más hermosa. Ahora callo, deseando que ésta la vean otros que quieran escribir de ella, Para que se vea, dada la excelencia de aquel paraje, cuanto más afortunado que, yo se puede ser en escribir o razonar acerca de esto". Navegando el Almirante en sus barcas, vio entre los árboles de este puerto una canoa echada en tierra, bajo una enramada, labrada del tronco de un árbol, y tan grande como una fusta de doce bancos; en algunas casas cerca de allí encontraron un pan de cera y una cabeza de muerto, en dos cestillas colgadas de un poste; en otra casa hallaron después lo mismo, por lo que imaginaron ser del fundador de aquella casa. Mas no había gente alguna de quien los nuestros pudieran informarse de cosa alguna; porque en cuanto veían a los cristianos huían, y se pasaban a la otra parte del puerto. Después hallaron otra canoa larga de noventa y cinco palmos, capaz para ciento cincuenta hombres, hecha igualmente que la mencionada.
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Del segundo rey o Inca que hobo en el Cuzco, llamado Sinchi Roca. Pues con la más brevedad que pude escribí lo que entendí de la gobernación y costumbre de los Incas, quiero volver con mi escriptura a contar lo que hobo desde Manco Capac hasta Guascar, como atrás prometí. Y así, déste como de otros no dan mucha noticia los orejones, porque, a la verdad, hicieron pocas cosas; porque los inventores de lo escripto y los más valerosos de todos ellos fueron Inca Iupanqui y Tupac Inca, su hijo y Guayna Capac su nieto; aunque también lo debe causar la razón, que ya tengo escripta, de ser éstos los más modernos. Luego, pues, que fue muerto Manco Capac y hechos por él los lloros generales y osequias, Sinchi Roca Inca toma la borla o corona con las cirimonias acostumbradas, procurando luego de alargar la casa del sol y allegar a sí la mas gente que pudo con halagos y grandes ofrecimientos, llamando, como ya se llamaba a la nueva población, Cuzco. Y algunos de los indios naturales dél afirman que, a donde estaba la grande plaza, ques la misma que agora tiene, había un pequeño lago y tremedal de agua que les era dificultoso para el labrar los edificios grandes que querían comenzar y edificar; mas, como esto fuese conocido por el rey Sinchi Roca, procura con ayuda de sus aliados y vecinos deshacer aquel palude, cegándolo con grandes losas y maderos gruesos, allanando por encima donde el agua solía estar, de tal manera que quedó como agora lo vemos. Y aún cuentan más, que todo valle del Cuzco era estéril y jamás daba buen fruto la tierra dél de lo que sembraron y que de dentro de la grand montaña de los Andes trajeron muchos millares de cargas de tierra, la cual tendieron por él; con lo cual, si es verdad, quedó el valle muy fértil, como agora lo vemos. Este Inca hobo en su hermana y mujer muchos hijos: al mayor nombraron Lloque Yupanqui. Y visto por los comarcanos al Cuzco la buena orden que tenían los nuevos pobladores que en él estaban y cómo traían a su amistad las gentes más por amor y binivolencia que no por armas ni rigor, algunos capitanes y principales vinieron a con ellos tener sus pláticas, holgándose de ver el templo de Curicancha y la buena orden con que se reglan; que fuese causa que firmaron con ellos amistades de muchas partes. Y dicen más, que, como hobiese venido al Cuzco, entre éstos que digo, un capitán del pueblo que llaman Zañu, no muy lejos de la ciudad, que rogó a Sinchi Roca, con gran veemencia que en ello puso, que tuviese por bien que una hija que él tenía muy apuesta y hermosa la quisiese recibir para darla por mujer a su hijo, entendido esto por el Inca pesóle, porque era lo que se le pedía cosa que si lo otorgaba iba contra lo establecido y ordenado su padre; y, si no concedía al dicho deste capitán, quél y los demás los ternían por hombres inhumanos, publicando que no eran más de para sí. Y, habiendo tomado consejo con los orejones y principales de la ciudad, paresció a todos que debía de recibir la doncella para la casar con su hijo, porque hasta que tuviesen mas fuerza y potencia no se habían de guiar en aquel caso por lo que su padre dejó mandado. Y así, dicen que respondió al padre de la que había de ser mujer de su hijo que la trajiesen y se hicieron las bodas con toda solenidad, a su costumbre e modo, y fue llamada en el Cuzco Coya; y una hija que tenía el rey, que había de ser mujer de su hermano, fue colocada en el templo de Curicancha, a donde ya habían puesto sacerdotes y se hacían sacrificios delante de la figura del sol y había porteros para guardarla de las mujeres sagradas de la manera y como está contado. Y como este casamiento se hizo, cuentan los mismos indios que aquella parcialidad se juntó con los vecinos del Cuzco y, haciendo grandes convites y borracheras, confirmaron su hermandad y amistad de ser todos uno. Y por ello se hicieron grandes sacrificios en el cerro de Guanacaure y en Tampuquiro y en el mesmo templo de Curicancha. Lo cual pasado, se juntaron más de cuatro mill mancebos y, hechas las cirimonias que para ello se habían inventado, fueron armados caballeros y quedaron tenidos por nobles y les fueron rasgadas las orejas y puestos en ellas aquel redondo que usar solían. Pasado esto y otras cosas que sucedieron al rey Sinchi Roca, que no sabemos, después de ser viejo y de dejar muchos hijos y hijas murió y fue muy llorado y plañido y le hicieron osequias muy suntuosas, guardando su bulto para memoria que había sido bueno, creyendo que su ánima descansaba en os cielos.
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De como seguimos el camino del maíz Pasados dos días que allí estuvimos, determinamos de ir a buscar el maíz, y no quesimos seguir el camino de las Vacas, porque es hacia el Norte, y esto era para nosotros muy gran rodeo, porque siempre tuvimos por cierto que yendo la puesta del sol habíamos de hallar lo que deseábamos; y ansí, seguimos nuestro camino, y atravesamos toda la tierra hasta salir a la mar del Sur; y no bastó a estorbarnos esto el temor que nos ponían de la mucha hambre que habíamos de pasar, como a la verdad la pasamos, por todas las diez y siete jornadas que nos habían dicho. Por todas ellas el río arriba nos dieron muchas mantas de vacas, y no comimos de aquella su fruta; mas nuestro mantenimiento era cada día tanto como una mano de unto de venado, que para estas necesidades procurábamos siempre de guardar, y ansí pasamos todas las diez y siete jornadas y al cabo de ellas atravesamos el río, y caminamos otras diez y siete. A la puesta del sol, por unos llanos, y entre unas sierras muy grandes que allí se hacen, allí hallamos una gente que la tercera parte del año no comen sino unos polvos de paja; y por ser aquel tiempo cuando nosotros por allí caminamos, hebímoslo también de comer hasta que, acabados estas jornadas, hallamos casas de asiento, adonde había mucho maíz allagado, y de ello y de su harina nos dieron mucha cantidad, y de calabazas y frísoles y mantas de algodón, y de todo cargamos a los que allí nos habían traído, y con esto se volvieron los más contentos del mundo. Nosotros dimos muchas gracias a Dios nuestro Señor por habernos traído allí, donde habíamos hallado tanto mantenimiento. Entre estas casas había algunas de ellas que eran de tierra, y las otras todas son de estera de cañas; y de aquí pasamos más de cien leguas de tierra, y siempre hallamos casas de asiento, y mucho mantenimiento de maíz, y frísoles, y dábannos muchos venados y muchas mantas de algodón, mejores que las de la Nueva España. Dábannos también muchas cuentas y de unos corales que hay en la mar del Sur, muchas turquesas muy buenas que tienen de hacia el Norte; y finalmente, dieron aquí todo cuanto tenían, y a mí me dieron cinco esmeraldas hechas puntas de flechas, y con estas flechas hacen ellos sus areitos y bailes; y paresciéndome a mí que eran muy buenas, les pregunté que dónde las habían habido, y dijeron que las traían de unas sierras muy altas que están hacia el Norte, y las compraban a trueco de penachos y plumas de papagayos, y decían que había allí pueblos de mucha gente y casas muy grandes. Entre éstos vimos las mujeres más honestamente tratadas que a ninguna parte de Indias que hobiésemos visto. Traen unas camisas de algodón, que llegan hasta las rodillas, y unas medias mangas encima de ellas, de unas faldillas de cuero de venado sin pelo, que tocan en el suelo, y enjabónanlas con unas raíces que alimpian mucho, y ansí las tienen muy bien tratadas; son abiertas por delante, y cerradas con unas correas; andan calzados con zapatos. Toda esta gente venía a nosotros a que los tocásemos y santiguásemos; y eran en esto tan importunos, que con gran trabajo lo sufríamos, porque dolientes y sanos, todos querían ir santiguados. Acontescía muchas veces que de las mujeres que con nosotros iban parían algunas, y luego en nasciendo nos traían la criatura a que la santiguásemos y tocásemos. Acompañábannos siempre hasta darnos entregados a otros, y entre todas estas gentes se tenía por muy cierto que veníamos del cielo. Entretanto que con éstos anduvimos caminamos todo el día sin comer hasta la noche, y comíamos tan poco, que ellos se espantaban de verlo. Nunca nos sintieron cansancio, y a la verdad nosotros estábamos tan hechos al trabajo, que tampoco lo sentimos. Teníamos con ellos mucha autoridad y gravedad, y para conservar esto les hablábamos pocas veces. El negro les hablaba siempre; se informaba de los caminos que queríamos ir y los pueblos que había y de las cosas que queríamos saber. Pasamos por gran numero y diversidades de lenguas; con todas ellas Dios nuestro Señor nos favoreció, porque siempre nos entendieron y les entendimos; y ansí, preguntábamos y respondían por señas, como si ellos hablaran nuestra lengua y nosotros la suya; porque, aunque sabíamos seis lenguas, no nos podíamos en todas partes aprovechar de ellas, porque hallamos más de mil diferencias. Por todas estas tierras, los que tenían guerras con los otros se hacían luego amigos para venirnos a recibir y traernos todo cuanto tenían, y de esta manera dejamos toda la tierra en paz, y dijímosles, por las señas porque nos entendían, que en el cielo había un hombre que llamábamos Dios, el cual había criado el Cielo y la Tierra, y que Este adorábamos nosotros y teníamos por Señor, y que hacíamos lo que nos mandaba, y que de su mano venían todas las cosas buenas, y que si ansí ellos lo hiciesen, les iría muy bien de ello; y tan grande aparejo hallamos en ellos, que si lengua hobiera con que perfectamente nos entendiéramos, todos los dejáramos cristianos. Esto les dimos a entender lo mejor que podimos, y de ahí adelante, cuando el sol salía, con muy gran grita abrían las manos juntas al cielo, y después las traían por todo su cuerpo, y otro tanto hacían cuando se ponía. Es gente bien acondicionada y aprovechada para seguir cualquiera cosa bien aparejada.
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CAPÍTULO XXXI De las plantas y frutales que se han llevado de España a las Indias Mejor han sido pagadas las Indias en lo que toca a plantas, que en otras mercaderías; porque las que han venido a España son pocas y danse mal; las que han pasado de España son muchas y danse bien. No sé si digamos que lo hace la bondad de las plantas para dar la gloria a lo de acá, o si digamos que lo hace la tierra para que sea la gloria de allá. En conclusión, cuasi cuanto bueno se produce en España hay allá, y en partes aventajado, y en otras no tal: trigo, cebada, hortaliza y verdura y legumbres de todas suertes, como son lechugas, berzas, rábanos, cebollas, ajos, perejil, nabos, zanahorias, berengenas, escarolas, acelgas, espinacas, garbanzos, habas, lentejas y finalmente cuanto por acá se da de esto, casero y de provecho, porque han sido cuidadosos los que han ido, en llevar semillas de todo, y a todo ha respondido bien la tierra, aunque en diversas partes de uno más que de otro, y en algunas poco. De árboles, los que más generalmente se han dado allá, y con más abundancia, son naranjos y limas, y cidras y fruta de este linaje. Hay ya en algunas partes, montañas y bosques de naranjales, lo cual haciéndome maravilla pregunté en una isla quién había henchido los campos de tanto naranjo. Respondiéronme que acaso se había hecho porque cayéndose algunas naranjas y pudriéndose la fruta, habían brotado de su simiente, y de la que de éstos y de otros llevaban las aguas a diversas partes, se venían a hacer aquellos bosques espesos. Pareciome buena razón. Dije ser esta la fruta que generalmente se haya dado en Indias, porque en ninguna parte he estado de ellas donde no hay naranjas, por ser todas las Indias, tierra caliente y húmeda, que es lo que quiere aquel árbol. En la sierra no se dan; tráense de los valles o de la costa. La conserva de naranjas cerradas que hacen en las islas, es de la mejor que yo he visto allá ni acá. También se han dado bien, duraznos, y sus consortes melocotones, y priscos y alvarcoques, aunque éstos más en Nueva España; en el Pirú, fuera de duraznos, de ese otro hay poco, y menos en las islas. Manzanas y peras se dan, pero moderadamente; ciruelas muy cortamente; higos en abundancia, mayormente en el Pirú. Membrillos en todas partes y en Nueva España, de manera que por medio Real nos daban cincuenta a escoger, y granadas también asaz, aunque todas son dulces; agras no se han dado bien. Melones, en partes los hay muy buenos como en Tierrafirme y algunas partes del Pirú. Guindas ni cerezas hasta agora no han tenido dicha de hallar entrada en Indias; no creo es falta del temple, porque le hay de todas maneras, sino falta de cuidado o de acierto. De frutas de regalo apenas siento falte otra por allá. De fruta basta y grosera faltan bellotas y castañas, que no se han dado hasta agora, que yo sepa, en Indias. Almendras se dan, pero escasamente. Almendra, y nuez y avellana, va de España para gente regalada. Tampoco sé que haya nísperas ni serbas, ni importan mucho. Y esto baste para entender que no falta regalo de fruta asaz; agora digamos otro poco de plantas de provecho que han ido de España, y acabaremos esta plática de plantas que ya va larga.
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Capítulo XXXI De los ministros que tenían en los sacrificios y modo de hacerlos No ha habido nación tan bárbara e ignorante, que no haya tenido sacerdotes mayores o menores, y siempre han sido respetados y reverenciados, de lo cual nos dan verdadero testimonio las historias humanas que desto tratan. Así los indios tenían sacerdotes que se ocupaban en los sacrificios, y estaban sólo ocupados en este ministerio y aunque no refieran sus nombres ni hayan observado memorial de ellos, bien se acuerdan haberlos tenido, y sabemos que al tiempo que fue preso Guascar Ynga, era gran pontífice del Sol Chalco-Yupanqui. Este residía de ordinario en el famoso templo de Curi-Cancha, dedicado al Sol, y tenía infinito número de criados y gente de servicio particular, fuera de la que estaba dedicada al ministerio del templo. Cuando el Ynga iba al templo a ofrecer los sacrificios que tenemos dicho, este sacerdote mayor se ponía ante él, y habiendo hecho muchas ceremonias, hablaba con el hacedor, diciendo: Señor, acuérdate de nosostros que somos tuyos, danos salud, concédenos hijos y prosperidad, para que tu pueblo se aumente. Danos agua y buenos temporales para que con ellos nos mantengamos y vivamos bien. Oye nuestras peticiones, recibe nuestras plegarias. Ayúdanos contra nuestros enemigos y danos holganza y descanso. Todas estas peticiones y palabras decía, de manera que todo el pueblo que allí estaba, lo oía. Cuando había de sacrificar, subía al altar del sacrificio, y el Ynga le ponía la víctima en las manos, conforme era la cualidad y suerte della, como tenemos ya dicho, y él, con sus ministros, guardando la orden que solían, sacaba el corazón a lo que había de ofrecer, y mostrábaselo al Sol, a la imagen de Ticci Viracocha o trueno. Con dos o tres dedos tomaba la sangre y rociaba el ídolo, y luego hacia la parte del nacimiento del Sol, y así se andaba rociando los demás ídolos, que estaban en sus altares. También guardaban en el sacrificio este modo, y era que, cualquiera res, chica o grande que querían matar para víctima, la tomaban encima del brazo derecho, y le volvían los ojos hacia la imagen del sol o hacia el nacimento suyo, diciendo las palabras diferentes, conforme era lo que sacrificaban porque, si es pintado, dirigían las palabras al trueno, llamado chuquilla, para que no les faltase agua y, si era pardo, dirigían las palabras al Viracocha y, si era blanco el carnero y raso, ofrecíanle al Sol con unas palabras y, si era blanco y lanudo, con otras, pidiéndole que alumbrase el mundo y criase las plantas. Todos los días en el Cuzco se sacrificaba un carnero raso blanco al Sol, y lo quemaban vestido con una camiseta colorada y, al tiempo de quemarlo, echaban en el fuego unos cestillos de coca. Para estos sacrificios había diputada gente, que no entendía en otra cosa ninguna. También había indios señalados, para hacer sacrificios a las fuentes y manantiales o arroyos que pasaban por el pueblo y por las chácaras, y estos sacrificios los hacían, cuando acababan de sembrar, para que no se secasen, para que no dejasen de correr, y regasen sus chácaras. Para esto hacían una contribución de todo el pueblo y, hecha, lo entregaban a los que tenían a cargo hacer los sacrificios, los cuales se hacían al principio del invierno, que es cuando las fuentes y ríos crecen, como empieza el tiempo a humedecerse, y ellos, ciegos e ignorantes, atribúyenlo a los sacrificios que les ofrecían; y es de advertir que no sacrificaban a las fuentes y manantiales de los despoblados y desiertos, de los cuales no se aprovechaban para regar sus chácaras y sementeras, como a cosa que les traía provecho, y si les faltaba, les podía hacer grandísimo daño, secándoseles las chácaras y sembrados. Aunque también hacían reverencia y temían a las fuentes, manantiales y arroyos de los desiertos porque, cuando por allí pasasen, no les hiciesen daño en sus personas y ganados. Pero no les hacían ofrendas ni sacrificios y, cuando cerca de sus pueblos y chácaras se encontraban y venían a juntarse dos ríos, los temían y hacían reverencia, porque no les hiciesen daño, saliendo de madre, y destruyese las chácaras, y porque se juntaban a fertilizarlas y a darles abundancia de agua; y lavábanse en estos ríos, untándose primero el cuerpo con harina de maíz y con otras cosas. Para ello, cuando les faltaba agua hacían un sacrificio pequeño, para echar con él suertes y saber qué sacrificio sería más acepto al trueno, y las suertes se echaban con conchas de la mar y, si salía bueno, entonces concurría todo el pueblo, contribuyendo, y lo entregaban a los sacerdotes dedicados para ello, y cada uno tomaba su parte y se subía a lo alto de las punas y allí lo ofrecían al trueno, y volvían diciendo que el trueno les había respondido, y la causa por la que estaba enojado, y lo que pensaba hacer en lo que le rogaban y pedían; y, conforme el sacerdote decía, así le daban crédito, obedeciéndole en todo. Con esto, hacían sacrificios e idolatrías, haciendo grandes bailes y borracheras de día y de noche. El modo que tenían para nombrar estos sacerdotes falsos, para este efecto, era que si algún varón o hembra nacía en el campo, en tiempo que tronaba, se llamaba chuquiilla, y ya que era viejo, le mandaban entendiese en esto, porque entendían que sus sacrificios serían más aceptos. Otros había hijos del trueno, porque sus madres decían habían concebido hijos del trueno y parido dél. A éstos señalaban para este ministerio y, cuando nacían dos o tres de un vientre y, finalmente, a aquellos en quien la naturaleza ponía más de lo común, diciendo que no había sido sin misterio.