CAPÍTULO XXVIII De los bailes y fiestas de los indios Porque es parte de buen gobierno tener la república sus recreaciones y pasatiempos, cuando conviene, es bien digamos algo de lo que cuanto a esto usaron los indios, mayormente los mexicanos. Ningún linaje de hombres que vivan en común, se ha descubierto que no tenga su modo de entretenimiento y recreación, con juegos o bailes, o ejercicios de gusto. En el Pirú vi un género de pelea, hecha en juego, que se encendía con tanta porfía de los bandos, que venía a ser bien peligrosa su puella, que así la llamaban. Vi también mil diferencias de danzas en que imitaban diversos oficios, como de ovejeros, labradores, de pescadores, de monteros; ordinariamente eran todas con sonido, y paso y compás, muy espacioso y flemático. Otras danzas había de enmascarados, que llaman guacones, y las máscaras y su gesto eran del puro demonio. También danzaban unos hombres sobre los hombros de los otros, al modo que en Portugal llevan las pelas, que ellos llaman. De estas danzas, la mayor parte era superstición y género de idolatría, porque así veneraban sus ídolos y guacas; por lo cual han procurado los perlados, evitarles lo más que pueden semejantes danzas, aunque por ser mucha parte de ella pura recreación, les dejan que todavía dancen y bailen a su modo. Tañen diversos instrumentos para estas danzas: unas como flautillas o cañutillos; otros como atambores; otros como caracoles; lo más ordinario es en voz, cantar todos, yendo uno o dos diciendo sus poesías y acudiendo los demás a responder con el pie de la copla. Algunos de estos romances eran muy artificiosos, y contenían historia; otros eran llenos de superstición; otros eran puros disparates. Los nuestros, que andan entre ellos, han probado ponelles las cosas de nuestra santa fe, en su modo de canto, y es cosa grande de provecho que se halla, porque con el gusto del canto y tonada, están días enteros oyendo y repitiendo sin cansarse. También han puesto en su lengua, composiciones y tonadas nuestras, como de octavas, y canciones de romances, de redondillas, y es maravilla cuán bien las toman los indios, y cuánto gustan. Es cierto gran medio este y muy necesario, para esta gente. En el Pirú llamaban estos bailes, comúnmente taqui; en otras provincias de indios se llamaban areytos; en México se dicen mitotes. En ninguna parte hubo tanta curiosidad de juegos y bailes como en la Nueva España, donde hoy día se ven indios volteadores, que admiran, sobre una cuerda; otros sobre un palo alto derecho, puestos de pies, danzan y hacen mil mudanzas; otros con las plantas de los pies, y con las corvas, menean y echan en alto, y revuelven un tronco pesadísimo, que no parece cosa creíble, si no es viéndolo; hacen otras mil pruebas de gran sutileza, en trepar, saltar, voltear, llevar grandísimo peso, sufrir golpes, que bastan a quebrantar hierro, de todo lo cual se ven pruebas harto donosas. Mas el ejercicio de recreación más tenido de los mexicanos, es el solemne mitote, que es un baile que tenían por tan autorizado, que entraban a veces en él los reyes, y no por fuerza como el Rey D. Pedro de Aragón con el Barbero de Valencia. Hacíase este baile o mitote, de ordinario en los patios de los templos y de las casas reales, que eran los más espaciosos. Ponían en medio del patio dos instrumentos: uno de hechura de atambor, y otro de forma de barril, hecho de una pieza, hueco por de dentro y puesto como sobre una figura de hombre o de animal, o de una columna. Estaban ambos templados de suerte que hacían entre sí buena consonancia. Hacían con ellos diversos sones, y eran muchos y varios los cantares; todos iban cantando y bailando al son, con tanto concierto, que no discrepaba el uno del otro, yendo todos a una, así en las voces como en el mover los pies con tal destreza, que era de ver. En estos bailes se hacían dos ruedas de gente: en medio, donde estaban los instrumentos, se ponían los ancianos y señores y gente más grave, y allí cuasi a pie, quedo, bailaban y cantaban. Alrededor de éstos, bien desviados, salían de dos en dos los demás, bailando en coro con más ligereza, y haciendo diversas mudanzas y ciertos saltos a propósito, y entre sí venían a hacer una rueda muy ancha y espaciosa. Sacaban en estos bailes las ropas más preciosas que tenían, y diversas joyas, según que cada uno podía. Tenían en esto, gran punto, y así desde niños se enseñaban a este género de danzas. Aunque muchas de estas danzas se hacían en honra de sus ídolos, pero no era eso de su institución, sino como está dicho, un género de recreación y regocijo para el pueblo, y así no es bien quitárselas a los indios, sino procurar no se mezcle superstición alguna. En Tepotzotlán, que es un pueblo siete leguas de México, vi hacer el baile o mitote que he dicho, en el patio de la iglesia, y me pareció bien ocupar y entretener los indios, días de fiestas, pues tienen necesidad de alguna recreación, y en aquella que es pública y sin perjuicio de nadie, hay menos inconvenientes que en otras que podrían hacer a sus solas, si les quitasen éstas. Y generalmente es digno de admitir que lo que se pudiere dejar a los indios de sus costumbres y usos (no habiendo mezcla de sus errores antiguos), es bien dejallo, y conforme al consejo de San Gregorio Papa, procurar que sus fiestas y regocijos se encaminen al honor de Dios y de los santos cuyas fiestas celebran. Esto podrá bastar, así en común, de los usos y costumbres políticas de los mexicanos, de su origen y acrecentamiento e imperio, porque es negocio más largo y que será de gusto entenderse de raíz, quedará el tratarse para otro libro.
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De cómo marchó con un poderoso ejército el príncipe Nezahualcoyotzin por la vía de Tetzcuco y cómo recobró el reino de los aculhuas y algunos acontecimientos notables que hubo Por ser una de las cosas que más específicamente trata la historia general del imperio de los chichimecas, el menaje que hizo Tecuhxólotl a la provincia de Chalco, como atrás queda referido, no será razón dejarlo en silencio, ni lo. que acaeció a Huitzilihuitzin, el maestro de Nezahualcoyotzin y es que después que lo dejó aquella noche dormido en el bosque de Tetzcutzinco, se vino a su casa con Tecuhxólotl, desde donde lo despachó a la provincia de Chalco y no lo hubo bien despachado, cuando entraron los enemigos y lo llevaron preso ante Yancuiltzin (que por orden de su tío Maxtla se había hecho señor de la ciudad de Tetzcuco), el cual le mandó dar tormentos de cordeles para que el viejo descubriese en dónde estaba su discípulo Nezahualcoyotzin y viendo que no quería confesar, lo mandó sacrificar en un templo del ídolo Comaxtla que allí cerca estaba y habiéndolo llevado encima de su templo para el efecto referido, se levantó una gran borrasca y viento que comenzó a arrancar algunos árboles y destechar las casas, el cual a las vueltas se llevó al referido viejo y a un gran trecho de allí fue a echar, de manera que dos hijos que tenía y estaban con el cuidado desde lejos mirando en lo que había de parar, lo llevaron a esconder en donde lo curaron. A Tecuhxólotl lo llevó por la vía de Chalco y viéndose libre del acaecimiento, se fue por las sierras y montanas porque no fuese visto de los enemigos; se perdió en lo más fragoso de ellas, hasta que fue a dar con un león muy feroz y queriendo lo sacó de toda aquella montaña hasta ponerlo a la salida del pueblo de Tlamanalco, en donde dio su embajada a Totequztecutli y a Quatcotzin, que sintieron infinito los trabajos y persecuciones del Príncipe Nezahualcoyotzin; y como en aquella ocasión Toteotzintecuhtli era el supremo señor, le dijeron fuese a él, que ellos estaban muy llanos a dar el socorro que se les demandaba y así fue a donde asistía y tenía su corte Toteotzintecuhtli y ante todas cosas habló con Atotoztzin su mujer hermana de Huitzilihuitzin, la cual afligida y llorosa de los trabajos del príncipe, le prometió de que haría todo lo posible para que Toteotzintecuhtli su marido diese el favor que se le pedía. El cual aquel día mandó llamar a todos los señores y gente ilustre para que el otro siguiente estuviesen en su corte y viesen si les convenía dar el socorro que Nezahualcoyotzin les pedía y luego antes que amaneciese mandó poner en un teatro que en la plaza estaba a Tecuhxólotl atado muy fuertemente de pies y manos en un palo, de tal modo que parecía crueldad y llegada la hora que los señores y caballeros estaban juntos y la plaza llena de gente, mandó descubrir al mensajero Tecuhxólotl y a un pregonero que a voces dijese a lo que venía para que los de la provincia dijesen su voluntad; porque si querían dar el socorro, que Toteotzintecuhtli lo mandaría soltar y enviar libre y donde no, lo mandaría matar. Dado el pregón causó muy gran lástima y a voces decían todos que soltase al preso que ellos querían dar el socorro y ayuda que pedía Nezahualcoyotzin pues era justa su demanda y con esto mandó desatarle y le envió con buen despacho de su negocio, el cual se fue derecho a donde estaba Huitzilihuitzin y le dio razón de todo lo que le había pasado, quien lo consoló y animó a que prosiguiese su camino hasta Calpolalpan donde estaba Nezahualcoyotzin, como lo dilo y atrás queda referido; y el viejo Huitzilihuitzin se animó de ir a encontrar a Nezahualcoyotzin y llegando por encima de la montaña de Tepetlaóztoc algo aterido del frío, se quiso albergar en una choza que cerca de allí estaba, entendiendo hallaría fuego y no hallándole cogió una poca de ceniza y estregándola con una poca de yerba llamada pisiete para confortarse el estómago, por ser yerba cálida, de súbito se le incendió como si fuera pólvora, lo que le fue muy alegre presagio del buen suceso que esperaba tener el príncipe su señor, el cual a esta sazón venía marchando con su gente, que aquel día había salido del pueblo de Ahuatépec y vino a salir por encima de Zoltépec, en donde le encontró con sumo gusto y se consolaron los dos y aquel día vino a parar y hacer noche en casa del viejo Huitzilihuitzin en donde le visitaron aquella noche todos los caballeros y señores que eran de su banda y vio por las sierras más altas los humos, señales de fuego, que era lo que estaba tratado entre los señores que le daban su ayuda y socorro y que ya estas gentes estaban cerca porque el día siguiente se había de dar la batalla y en especial estaba todo el poder de los contrarios. La parte de Acolman cupo a los tlaxcaltecas y huexotzincas y a los chalcas cupo el combate de Coatlichan y todo lo demás restante del ejército, así de las provincias que socorrían a Nezahualcoyotzin como de los mismos naturales del reino de Tetzcuco, tomó para sí Nezahualcoyotzin, lo uno para socorrer a una de las dos partes referidas donde fuese necesario y lo otro para entrar en la ciudad de Tetzcuco, saquear las casas de sus enemigos y matar a los tepanecas y a los demás que se le resistiesen y así al día siguiente al amanecer se comenzó la batalla por ambas partes y como fue tan súbita la venida de Nezahualcoyotzin y con tanta máquina de gente, en poco espacio de tiempo por más que se defendieron los tepanecas y todos sus consortes, fueron desbaratados y muertos y saqueadas sus casas de las ciudades y lugares de Coatlichan y Acolman y se quemaron los templos y casas por los señores Temoyahuitzin señor de la provincia de Huexotzinco (que fue al que le cupo con los de Tlaxcalan el combate y toma de la ciudad de Acolman); por su mano mató a Teyolcoatzin una de las dos cabezas del reino de los aculhuas, que había hecho el tirano Tezozómoc por ser su nieto. El mismo lance hicieron los chalcas con la otra cabeza llamado Quetzalmaquitztli señor de Coatlichan, asimismo nieto del tirano Tezozómoc, que habiéndose retirado y hecho fuerte en el templo mayor de aquella ciudad con los más principales capitanes de su reino, los mataron y a él le echaron del templo abajo haciéndose pedazos. Nezahualcoyotzin que ambos combates había socorrido, cuando se vio más desocupado, entró por la ciudad de Tetzcuco asolando las casas de los enemigos, que luego toda la ciudad se le rindió. En Huexotla salió a dar las gracias al ejército de los chalcas, haciéndoles merced de todos los despojos que habían ganado de la ciudad y cabecera de Coatlichan y rindiendo el agradecimiento a sus señores del bien que le habían hecho, los despidió y con ellos les envió a rogar se apercibiesen para recobrar lo restante del imperio, que les avisaría cuándo había de ser. Y de allí dio la vuelta otra vez tomando la vía de Acolman, que ya había tenido aviso de que el ejército de los huexotzincas y tlaxcaltecas se querían volver a sus tierras y así en el pueblo de Chicunauhtla se despidió de ellos, haciéndoles la misma merced que a los de Chalco y dándoles las gracias del bien que le habían hecho y asimismo apercibiéndolos para que cuando les avisase le enviasen el socorro necesario para acabar de recobrar el imperio. Asimismo con las mismas condiciones referidas despidió a los de Zacatlan, Tototépec, Chololan y otros de otras partes; sólo quedaron con él todos los soldados sobresalientes que trataban su vida sólo en la milicia, con los cuales y con los leales de su reino fortaleció la ciudad de Tetzcuco y puso sus fronteras por la parte que confinaban con los tepanecas y mexicanos, y con esto quedó en su ciudad triunfante y victorioso.
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Del uso de qué cosas conocidas en el antiguo continente carecían los mexicanos en el tiempo que se rindieron a nuestras armas Todavía no conocían pesas ni medidas. Carecían de moneda metálica y usaban el trueque o la semilla del cacaoatl. No conocían tampoco el uso del fierro, en cuyo lugar bastaban tan sólo la madera, la piedra y a veces el bronce; carecían también de candelas y de lámparas cuyas veces hacían las teas; además, de navíos de todo género, si exceptúas las llamadas canoas, es decir, troncos excavados a manera de esquifes largos. También de nuestro vino, aun cuando no carecieran de otros muchos diversos, muy sabrosos al gusto y que se suben a la cabeza con vehemencia. Carecían además de todos los diferentes caballos y jumentos. De escritura, excepto de las figuras de las diversas cosas que los griegos llaman jeroglíficos; con éstas significaban los sentimientos del ánimo a los ausentes. Carecían del conocimiento de casi toda disciplina, de vestidos cómodos, zapatos, calzoncillos, cáligas, gorros, túnicas y cualquiera otra materia con que se pudiera cubrir el cuerpo, excepto mantos, de los cuales ni a todos les estaba permitido usar. De las armas arrojadizas de acero, de armas defensivas, espadas, cuchillos, tipos (?), máquinas bélicas, puertas, ventanas, carne de buey, de carnero y cabras de las nuestras, de jabalí y de puerco y de casi todos nuestros frutos y legumbres. También de leyes justas y de estatutos útiles para gobernar bien y regir la república y de gran parte de las artes necesarias, y lo que era más miserable, del conocimiento y del culto del verdadero Dios y de la doctrina y observancia de la verdadera religión, y de otras no pocas cosas de este mismo orden, que a nadie puedan parecer innecesarias para pasar feliz y sin culpa la vida del alma y del cuerpo. Esas cosas tal vez faltan no por culpa de esta región feracísima (según juzgo en verdad) de todas las cosas buenas, como ya lo hemos experimentado, sino por la desidia de ellos, que después de tantos siglos de la creación del mundo, han permanecido en tanta rusticidad.
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De los pueblos y señores de indios que están subjetos a los términos desta ciudad A la parte del poniente desta ciudad, hacia la serranía, hay muchos pueblos poblados de indios subjetos a los moradores della, que han sido y son muy domésticos, gente simple, sin malicia. Entre estos pueblos está un pequeño valle que se hace entre las sierras; por una parte lo cercan unas montañas, de las cuales luego diré; por la otra, sierras altísimas de campaña, muy pobladas. El valle es muy llano, y siempre está sembrado de muchos maizales y yucales, y tiene grandes arboledas de frutales, y muchos palmares de las palmas de los pixivaes; las casas que hay en él son muchas y grandes, redondas, altas y armadas sobre derechas vigas. Caciques y señores había seis cuando yo entré en este valle; son tenidos en poco de sus indios, a los cuales tienen por grandes serviciales, así a ellos como a sus mujeres, muchas de las cuales están siempre en las casas de los españoles. Por mitad deste valle, que se nombra de Lile, pasa un río, sin otros que de las sierras abajan a dar en él; las riberas están bien pobladas de las frutas que hay de la misma tierra, entre las cuales hay una muy gustosa y olorosa, que nombran granadillas. Junto a este valle confina un pueblo, del cual era señor el más poderoso de todos sus comarcanos, y a quien todos tenían más repeto, que se llamaba Petecuy. En medio deste pueblo está una gran casa de madera muy alta y redonda, con una puerta en el medio; en lo alto della había cuatro ventanas, por donde entraba claridad; la cobertura era de paja; así como entraban dentro, estaba en alto una larga tabla, la cual la atravesaba de una parte a otra, y encima della estaban puestos por orden muchos cuerpos de hombres muertos de los que habían vencido y preso en las guerras, todos abiertos; y abríanlos con cuchillos de pedernal y los desollaban, y después de haber comido la carne henchían los cueros de ceniza y hacíanles rostros de cera con sus propias cabezas, poníanlos en la tabla de tal manera que parescían hombres vivos. En las manos a unos les ponían dardos y a otros lanzas y a otros macanas. Sin estos cuerpos, había mucha cantidad de manos y pies colgados en el bohío121 o casa grande, y en otro que estaba junto a él estaban grande número de muertos y cabezas y osamenta; tanto, que era espantoso verlo, contemplando tan triste espectáculo, pues todos habían sido muertos por sus vecinos y comidos como si fueran animales campestres de lo cual ellos se gloriaban y lo tenían por gran valentía, diciendo que de sus padres y mayores lo aprendieron. Y así, no contentándose con los mantenimientos naturales, hacían sus vientres sepulturas insaciables unos de otros, aunque a la verdad ya no comen como solían este manjar; antes, inspirado en ellos el espíritu del Cielo, han venido a conoscimiento de su ceguedad, volviéndose cristianos muchos dellos, y hay esperanza que cada día se volverán más a nuestra santa fe, mediante el ayuda y favor de Dios, nuestro Redentor y Señor. Un indio natural desta provincia, de un pueblo llamado Ucache (repartimiento que fue del capitán Jorge Robledo), preguntándole yo qué era la causa por que tenían allí tanta multitud de cuerpos de hombres muertos, me respondió que era grandeza del señor de aquel valle, y que, no solamente los indios que había muerto quería tener delante, pero aun las armas suyas las mandaba colgar de las vigas de las casas para memoria, y que muchas veces, estando la gente que dentro estaban durmiendo de noche, el demonio entraba en los cuerpos que estaban llenos de ceniza, y con figura espantable y temerosa asombraba de tal manera a los naturales que de solo espanto morían algunos. Estos indios muertos que este señor tenía como por triunfo de la manera dicha eran los más dellos naturales del grande y espacioso valle de la ciudad de Cali; porque, como atrás conté, había en él muy grandes provincias llenas de millares de indios, y ellos y los de la sierra nunca dejaban de tener guerra ni entendían en otra cosa lo más del tiempo. No tienen estos indios otras armas que las que usan sus comarcanos. Andan desnudos generalmente, aunque ya en este tiempo los más traen camisetas y mantas de algodón y sus mujeres también andan vestidas de la misma ropa. Traen ellos y ellas abiertas las narices, y puestos en ellas unos que llaman caricuris, que son a manera de clavos retorcidos, de oro, tan gruesos como un dedo, y otras más y algunos menos. A los cuellos se ponen también unas gargantillas ricas y bien hechas de oro fino y bajo, y en las orejas traen colgados unos anillos retorcidos y otras joyas. Su traje antiguo era ponerse una manta pequeña como delantal por delante, y echarse otra pequeña por las espaldas, y las mujeres, cubrirse desde la cintura abajo con mantar de algodón. En este tiempo andan ya como tengo dicho. Traen atados grandes ramales de cuentas de hueso menudas, blancas y coloradas, que llaman chaquira. Cuando los principales morían hacían grandes y hondas sepulturas dentro de las casas de sus moradas, adonde los metían bien preveídos de comida y sus armas y oro, si alguno tenían. No guardan religión alguna, a lo que entendemos, ni tampoco se les halló casa de adoración. Cuando algún indio de ellos estaba enfermo se bañaba, y para algunas enfermedades les aprovechaba el conoscimiento de algunas hierbas, con la virtud de las cuales sanaban algunos dellos. Es público y entendido dellos mismos que hablan con el demonio los que para ello estaban escogidos. El pecado nefando no he oído que estos ni ninguno de los que quedan atrás use; antes, si algún indio por consejo del diablo comete este pecado, es tenido dellos en poco y le llaman mujer. Cásanse con sus sobrinas, y algunos señores con sus hermanas, como todos los demás. Heredan los señoríos y heredamiento los hijos de la mujer principal122. Algunos dellos son agoreros, y sobre todo muy sucios. Más adelante deste pueblo, de que era señor Petecuy, hay otros muchos pueblos; los indios naturales dellos son todos confederados y amigos. Sus pueblos tienen desviados alguna distancia unos de otros. Son grandes las casas, redondas; la cobertura, de paja larga. Sus costumbres son como los que habemos pasado. Dieron al principio mucha guerra a los españoles, y hiciéronse en ellos grandes castigos, con los cuales escarmentaron de tal manera que nunca más se han rebelado; antes de todos los más, como dije atrás, se han tornado cristianos, y andan vestidos con sus camisetas, y sirven con voluntad a los que tienen por señores. Adelante destas provincias, hacia la mar del Sur, está una que llaman los Timbas123, en la cual hay tres o cuatro señores, y está metida entre unas grandes y bravas montañas, de las cuales se hacen algunos valles, donde tienen sus pueblos y casas muy tendidas y los campos muy labrados, llenos de mucha comida y de arboledas de fructales, de palmeras y de otras cosas. Las armas que tienen son lanzas y dardos. Han sido trabajosos de sojuzgar y conquistar y no están enteramente domados, por estar poblados en tan mala tierra y porque ellos son belicosos y valientes; han muerto a muchos españoles y hecho gran daño. Son de las costumbres destos, y poco diferentes en el lenguaje. Más adelante hay otros pueblos y regiones, que se extienden hasta llegar junto a la mar, todos de una lengua y de unas costumbres.
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CAPITULO XXVIII Pasa el V. Padre a mudar la Misión de S. Carlos al Río Carmelo, y lo que en ella practicó. Después de pasados quince días de establecida la Misión de San Antonio, salió de ella para la de Monterrey el V. P. Presidente Fr. Junípero, con vivos deseos de fundar la de San Luis; pero por la falta de Tropa (cuya mayor parte se hallaba detenida en San Diego por el Capitán Rivera había un año) mortificó sus deseos, al ver que hasta la subida del Comandante D. Pedro Fages, no podría efectuarse; y entretanto se ocupó en mudar la Misión de San Carlos a las orillas del Río Carmelo. Para dar principio a esta obra, que juzgaba el Siervo de Dios muy importante para la reducción de los Gentiles, y subsistencia de aquella Misión, que propiamente se fundaba de nuevo, pasó al sitio en que había dispuesto se hiciese el corte de madera, y considerando no ser bastante la que había, mandó se continuase, cortando, ínterin volvía del Presidio. Bien pudiera el V. Padre encomendar este material trabajo a su Compañero el P. Crespí, a los Religiosos destinados para la Misión de San Luis, los cuales estaban como ociosos en el Presidio, hasta que se verificase la salida para establecer su Misión. Pero no quiso perder este mérito, ni cargar a los otros el trabajo, sin duda para darles ejemplo, y que no se desdeñasen de ejercitar semejantes oficios mecánicos, que se dirigen a tan noble fin, y son muy del agrado de Dios (como dice en su citada Carta la V. M. María de Jesús). Dejó en el Presidio a los dos Ministros de la Misión de San Luis para que administrasen a la Tropa, y a su Compañero para que cuidase de los Indios Neófitos, dándoles no sólo la comida del cuerpo, sino también la del alma, rezando dos veces al día la Doctrina Cristiana; y a ambos hizo el encargo de que siempre que fuesen Gentiles, procurasen regalarlos, y dirigirlos al Río Carmelo, donde haría lo mismo S. R. Concluidas estas prevenciones, se encaminó al sitio destinado para la Misión, distante una legua del Presidio, a hacer vida eremítica, cuya habitación fue de pronto una Barraca, en la que se mantuvo sirviendo de Sobrestante, y muchas veces de Peón, hasta que hubo alguna vivienda en que acogerse para libertarse del mucho viento frío que se experimenta en aquella Cañada casi todo el año. La primera obra que mandó hacer fue una grande Cruz, que bendita, enarboló (ayudado de los Soldados y Sirvientes) y fijó en la medianía del tramo destinado para compás, que estaba inmediato a la Barraca de su habitación, y otra que servía de interina Iglesia, siendo su compañía y todas sus delicias aquella Sagrada Señal. Adorábala luego que amanecía, y cantaba la Tropa el Alabado, y delante de ella rezaba el Siervo de Dios Maytines y Prima, e inmediatamente celebraba el Santo Sacrificio de la Misa, a que asistían todos los Soldados y Mozos. Después comenzaban todos su trabajo, cada uno en su destino, siendo Ingeniero y Sobrestante de la obra el V. Padre, quien muchas veces al día adoraba la Santa Cruz, rezando delante de ella el Oficio Divino, según lo oí todo de boca del Cabo, que sirvió de Centinela en aquel sitio; y lo mismo practicaba de noche al concluir el rezo de la Corona, con cuyo ejemplo hacían lo propio los Soldados, enseñándose también los Indios. Cuando iban los Gentiles a visitar al V. Padre, que raro era el día en que dejaban de hacerlo atraídos de curiosidad, o de los regalos que les hacía, era lo primero que practicaba persignarlos por su propia mano, y después les hacía adorar la Santa Cruz, y concluídas estas santas ceremonias, les regalaba, ya con comida que les mandaba hacer de trigo, o maíz cocido, con atole hecho de dichas harinas, o ya con abalorios, y procuraba agasajarlos cuanto podía, aprendiendo con ellos el idioma. Iban también a visitarlo los nuevos Cristianos, que pedían licencia al P. Crespí, para ir (como decían) a ver al Padre viejo, y con ellos tenía sus delicias mostrándoles mayor cariño que si por naturaleza fuesen sus hijos. Enseñóles a que saludasen a todos con las devotas palabras: amar a Dios; y se extendió de tal manera, que hasta los Gentiles decían esta salutación, no solamente a los Padres, sino a cualquier Español; y queda extendida por todo este vasto terreno, enterneciendo el corazón más duro, al oir a los Gentiles que lo mismo es encontrar a sus Compañeros, o a los Españoles por los caminos, que referir aquellas palabras amar a Dios. Luego que tuvo el V. Padre concluída la Fábrica de Capilla y vivienda suficiente, que fue a fines del año de 1771, llamó a su Compañero el P. Crespí, y se mudó a la nueva Misión con todos los Cristianos Neófitos, y empezaron a trabajar ambos en aquella espiritual Conquista; siendo ésta su peculiar Misión, en donde se mantuvo (ínterin no tenía que salir a visitar las Misiones, y viajes precisos del ministerio de Presidente) hasta que murió, dejando en sola ella mil y catorce bautizados entre adultos y párvulos, la mayor parte por el V. Padre; pues era en esta materia sin comparación celoso, y sin saciarse sediento.
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Capítulo XXVIII Cómo fue alzado por Ynga Huayna Capac, hijo de Tupa Inga Yupanqui El Ynga y rey de estos reinos más conocido que anda más en boca de todos, así españoles como indios, y de quien los que se precian de venir de la sangre real de los ingas procuran a entender ser descendientes, aunque algunos con falsedades y mentiras, y el más extendió su señorío fue el que al presente tenemos entre manos, llamado Huayna Capac, hijo de Tupa Ynga Yupanqui y de su mujer legítima Mama Ocllo. Valeroso, temido y estimado, prudente, severo, de gran juicio y entendimiento belicoso y amigo de guerras, sabio en gobernarlas y en la paz de gran magnanimidad y persona valiente y animoso, y que peleaba el primero en todas ocasiones, para animar y con su ejemplo llevar los suyos a las empresas más arduas y dificultosas, y como de sus hechos y conquistas hay más noticia, así será fuerza extendernos más en su vida y historias. Muerto Tupa Ynga Yupanqui y habiendo en su testamento y última voluntad, llevado del grandísimo amor que tuvo a una de sus mujeres, llamada Chiqui Ocllo, nombrado por sucesor en el señorío y reino, como ya dijimos, a un hijo suyo y desta su mujer, Capac Huare, pervirtiendo y quebrando con esto la orden y costumbre hasta allí inviolablemente guardada de los ingas sus antecesores, que el Heredero había de ser el hijo de la mujer legítima del Ynga, que era la Coya y reina principal, que comúnmente era su hermana, porque se dijese que el Ynga y rey era hijo de rey y reina, y que por línea de padre y madre era descendiente del primer Ynga, llamado, como dijimos, Manco Ynga. Estando ya los hermanos de Tupa Ynga Yupanqui, sus deudos, capitanes y goberandores, para alzar por rey a Capac Huare y coronarle con la borla y jurarle por señor, como su padre lo había mandado en su testamento, no queriendo traspasar con esto su mandado, salieron los hermanos de Mama Ocllo, mujer legítima de Tupa Ynga Yupanqui, de través, visto el agravio y sin razón que se hacía a Huayna Capac, su sobrino, que era el que legítimamente heredaba el reino, diciendo que no había de consentir tal injusticia, y que lo que hasta allí se había con gran puntualidad guardado por todos los Yngas, en cuando a la sucesión en el reino, se había de cumplir ahora, dando el señorío y jurando por rey a su sobrino Huayna Capac, pues era el verdadero señor y sucesor de su padre, Tupa Inga Yupanqui, a quien el reino se le debía de derecho y justicia, pues Capac Huare no era hijo de Coya y reina y que así en cuanto a esto no se había de seguir la última voluntad de Tupa Inga Yupanqui. Con estas razones tan evidentes se suspendió la coronación de Capac Huare y los que le seguían entibiaron, y más cuando de nuevo los tíos de Huayna Capac levantaron, o fuese con verdad o mentira, que Chiqui Ocllo era hechicera y que con hechizos y veneno había muerto a Tupa Ynga Yupanqui, porque su hijo Capac Huare entrase en el señorío, y así mataron a la Chiqui Ocllo, y a su hijo Capac Huare le desterraron de común consentimiento a Chinchero, tres leguas del Cuzco, adonde le señalaron los alimentos y servicio de criado y mujeres y chacaras muy abundantemente, para que allí viviese apartado y no pudiese jamás entrar en el Cuzco. Hecho esto y salido Capac Huare del Cuzco, alzaron todos los capitanes y gobernadores y orejones por Ynga y rey a Huayna Capac, y le juraron y reconocieron como tal, con la orden dicha de Tupa Ynga Yupanqui cuando fue coronado por Ynga en el Templo de Curicancha, delante del sol. Luego, para celebrar la coronación, hizo suntuosísimas fiestas y regocijos en el Cuzco, juntando diversas gentes para ellas. Y por ser en este tiempo Huayna Capac muy mozo y no suficiente para poder gobernar tan gran reino, de provincias tan distantes y apartadas, entre todos, con su voluntad, acordaron fuese gobernador un tío suyo, llamado Hualpaya, hijo de Capac Yupanqui, hermano de Ynga Yupanqui, que fue el que al presente hallaron de más satisfacción para gobernar, por ser hombre de gran prudencia y valor y de quien se entendía que con mucho cuidado y fidelidad acudiría a la defensa de lo tocante al reino y a mirar por las cosas de Huayna Capac, su menor.
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Cómo volvieron los dos cristianos, y lo que contaron haber visto Estando ya la nave aderezada y a punto de navegar, volvieron los cristianos con los dos indios, el 5 de noviembre, diciendo haber caminado doce leguas por tierra, y haber llegado a un pueblo de cincuenta casas muy grandes, todas de madera, cubiertas de paja, hechas a modo de alfaneques, como las otras; habría allí unos mil hogares, porque en una casa habitaban todos los de una familia; que los principales de la tierra fueron a su encuentro a recibirlos, y los llevaron en brazos a la ciudad, donde les dieron por alojamiento una gran casa de aquéllas, y allí les hicieron sentarse en ciertos banquiellos hechos de una pieza, de extraña forma, semejantes a un animal que tuviese los brazos y las piernas cortas y la cola un poco alzada, para apoyarse, la cual era no menos ancha que la silla, para la comodidad del apoyo; tenían delante una cabeza, con los ojos y las orejas de oro. Tales asientos son llamados por los indios duhos; en ellos hicieron sentar a los nuestros; en seguida, todos los indios se sentaron en tierra, alrededor de aquéllos, y uno a uno iban después a besarles los pies y las manos, creyendo que venían del cielo; y les daban a comer algunas raíces cocidas, semejantes en el sabor a las castañas, y les rogaban con instancia que permaneciesen en aquel lugar junto a ellos, o que al menos descansasen allí cinco o seis días, porque los dos indios que habían llevado como intérpretes, hablaban muy bien de los cristianos. De allí a poco, entraron muchas mujeres a verlos, y salieron fuera los hombres; y aquéllas, con no menos asombro y reverencia, les besaban, igualmente, los pies y las manos, como cosa sagrada, ofreciéndoles lo que consigo habían llevado. Cuando después pareció tiempo de volver a los navíos, muchos indios quisieron ir en su compañía, pero ellos no consintieron que fuesen más que el rey, con un hijo suyo, y un criado, a los que el Almirante honró mucho. Y los cristianos le contaron cómo, al ir y al tornar, habían hallado muchos pueblos donde se les había hecho la misma cortesía y grato recibimiento; cuyos pueblos o aldeas no eran mayores de cuatro casas, redondas, juntas unas de otras. Luego, por el camino, habían hallado mucha gente que llevaba un tizón ardiendo, para encender el fuego y perfumarse con algunas hierbas que consigo traían, y para asar aquellas raíces de que les habían dado, como quiera que éstas eran su principal alimento. Vieron también infinitas especies de árboles y de hierbas que no se habían visto en la costa del mar, y gran variedad de pájaros, muy diferentes de los nuestros, aunque había también perdices y ruiseñores. Animales de cuatro patas no vieron alguno, excepto perros que no ladraban. Había muchas simienzas de aquellas raíces, como también de habichuelas, de cierta especie de habas, y de otro grano, como panizo, llamado por ellos maíz, que cocido es de buenísimo sabor, o tostado y molido en puchas. Había grandísima cantidad de algodón hilado en ovillos, tanto que en una sola casa vieron más de 12.500 libras de algodón hilado; las plantas del cual no siembran con las manos, sino que nacen por los campos, como las rosas, y por sí mismas se abren cuando están maduras, aunque no todas a un tiempo, porque en una misma planta se veía un capullo pequeño, y otro abierto, y otro que se caía de maduro. De cuyas plantas los indios llevaron después a los navíos gran cantidad, y por una agujeta de cuero daban una cesta llena; aunque, a decir la verdad, ninguno de ellos las aprovechaba en vestirse, sino solamente para hacer sus redes y sus lechos que llamaban hamacas, y en tejer faldillas de las mujeres, que son los paños con que se cubren las partes deshonestas. Preguntados éstos si tenían oro, o perlas, o especias, decían por señas que de todo ello había gran cantidad hacia el Este, en una tierra denominada Bohío, que es la isla Española, llamada por ellos Babeque, sin que sepamos todavía de cierto a cuál aludían.
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CAPÍTULO XXVIII Y ÚLTIMO De la disposición que la Divina Providencia ordenó en Indias para la entrada de la religión cristiana en ellas Quiero dar fin a esta historia de Indias con declarar la admirable traza con que Dios dispuso y preparó la entrada del Evangelio en ellas, que es mucho de considerar para alabar y engrandecer el saber y bondad del Creador. Por la relación y discurso que en estos libros he escrito, podrá cualquiera entender que así en el Pirú como en la Nueva España, al tiempo que entraron los cristianos, habían llegado a aquellos reinos a lo sumo, y estaban en la cumbre de su pujanza; pues los ingas poseían en el Pirú desde el reino de Chile hasta pasado el de Quito, que son mil leguas; y estaban tan servidos y ricos de oro y plata, y todas riquezas. Y en México, Motezuma imperaba desde el mar Océano del Norte, hasta el mar del Sur, siendo temido y adorado, no como hombre, sino como dios. A este tiempo juzgó el Altísimo que aquella piedra de Daniel, que quebrantó los reinos y monarquías del mundo, quebrantase también los de este otro Mundo Nuevo; y así como la ley de Cristo vino, cuando la monarquía de Roma había llegado a su cumbre, así también fue en las Indias Occidentales. Y verdaderamente fue la suma providencia del Señor; porque el haber en el orbe una cabeza y un señor temporal (como notan los sagrados doctores), hizo que el Evangelio se pudiese comunicar con facilidad a tantas gentes y naciones. Y lo mismo sucedió en las Indias, donde el haber llegado la noticia de Cristo a las cabezas de tantos reinos y gentes, hizo que con facilidad pasase por todas ellas. Y aun hay aquí un particular notable: que como iban los señores de México y del Cuzco, conquistando tierras, iban también introduciendo su lengua, porque aunque hubo y hay muy gran diversidad de lenguas particulares y proprias, pero la lengua cortesana del Cuzco corrió y corre hoy día más de mil leguas, y la de México debe correr poco menos. Lo cual, para facilitar la predicación en tiempo que los predicadores no reciben el don de lenguas, como antiguamente, no ha importado poco, sino muy mucho. De cuánta ayuda haya sido para la predicación y conversación de las gentes la grandeza de estos dos imperios que he dicho, mírelo quien quisiere en la suma dificultad que se ha experimentado en reducir a Cristo, los indios que no reconocen un señor. Véanlo en la Florida y en el Brasil, y en los Andes y en otras cien partes, donde no se ha hecho tanto efecto en cincuenta años, como en el Pirú y Nueva España en menos de cinco se hizo. Si dicen que el ser rica esa tierra fue la causa, yo no lo niego; pero esa riqueza era imposible habella ni conservalla si no hubiera monarquía. Y eso mismo es traza de Dios en tiempo que los predicadores del Evangelio somos tan fríos y faltos de espíritu, que hay mercaderes y soldados que con el calor de la cudicia y del mando, busquen y hallen nuevas gentes donde pasemos con nuestra mercadería; pues como San Agustín dice, la profecía de Esaías se cumplió en dilatarse la Iglesia de Cristo no sólo a la diestra, sino también a la siniestra, que es como él declara, crecer por medios humanos y terrenos de hombres que más se buscan a sí que a Jesucristo. Fue también gran providencia del Señor, que cuando fueron los primeros españoles, hallaron ayuda en los mismos indios, por haber parcialidades y grandes divisiones. En el Pirú, está claro que la división entre los dos hermanos Atahualpa y Guascar, recién muerto el gran rey Guaynacapa, su padre, esa dió la entrada al Marqués D. Francisco Pizarro, y a los españoles, queriéndolos por amigos cada uno de ellos, y estando ocupados en hacerse guerra el uno al otro. En la Nueva España, no es menos averiguado que el ayuda de los de la provincia de Tlascala, por la perpetua enemistad que tenían con los mexicanos, dio al Marqués D. Fernando Cortés, y a los suyos, la victoria y señorío de México, y sin ellos fuera imposible ganarla, ni aun sustentarse en la tierra. Quien estima en poco a los indios, y juzga que con la ventaja que tienen los españoles, de sus personas y caballos, y armas ofensivas y defensivas, podrán conquistar cualquier tierra y nación de indios, mucho menos se engaña. Allí está Chile, o por mejor decir, Arauco y Tucapel, que son dos valles que ha más de veinte y cinco años, que con pelear cada año y hacer todo su posible, no les han podido ganar nuestros españoles cuasi un pie de tierra, porque perdido una vez el miedo a los caballos y arcabuces, y sabiendo que el español cae también con la pedrada y con la flecha, atrévense los bárbaros y éntranse por las picas, y hacen su hecho. ¿Cuántos años ha que en la Nueva España se hace gente y va contra los chichimecos, que son unos pocos de indios desnudos, con sus arcos y flechas, y hasta el día de hoy no están vencidos; antes cada día más atrevidos y desvergonzados? Pues los chuchos y chiriguanas y pilcozones, y los demás de los Andes, ¿no fue la flor del Pirú llevando tan grande aparato de armas y gente como vimos? ¿Qué hizo? ¿Con qué ganancia volvió? Volvió no poco contenta de haber escapado con la vida, perdido el bagaje y caballos cuasi todos. No piense nadie que diciendo indios, ha de entender hombres de tronchos; y si no, llegue y pruebe. Atribúyase la gloria a quien se debe, que es principalmente a Dios y a su admirable disposición, que si Motezuma en México, y el Inga en el Pirú, se pusieran a resistir a los españoles la entrada, poca parte fuera Cortés, ni Pizarro, aunque fueron excelentes capitanes, para hacer pie en la tierra. Fue también no pequeña ayuda para recibir los indios bien la Ley de Cristo, la gran sujeción que tuvieron a sus reyes y señores. Y la misma servidumbre y sujeción al demonio y a sus tiranías, y yugo tan pesado, fue excelente disposición para la Divina Sabiduría, que de los mismos males se aprovecha para bienes, y coge el bien suyo del mal ajeno, que él no sembró. Es llano que ninguna gente de las Indias Occidentales, ha sido ni es más apta para el Evangelio, que los que han estado más sujetos a sus señores y mayor carga han llevado, así de tributos y servicios como de ritos y usos mortíferos. Todo lo que poseyeron los reyes mexicanos y del Pirú, es hoy lo más cultivado de cristiandad, y donde menos dificultad hay en gobierno político y eclesiástico. El yugo pesadísimo e insoportable de las leyes de Satanás, y sacrificios y ceremonias, ya dijimos arriba que los mismos indios estaban ya tan cansados de llevarlo, que consultaban entre sí de buscar otra ley y otros dioses a quien servir. Así les pareció y parece, la ley de Cristo, justa, suave, limpia, buena, igual, y toda llena de bienes. Y lo que tiene dificultad en nuestra ley, que es creer misterios tan altos y soberanos, facilitose mucho entre éstos con haberles platicado el diablo otras cosas mucho más difíciles, y las mismas cosas que hurtó de nuestra ley Evangélica, como su modo de comunión y confesión, y adoración de tres en uno, y otras tales, a pesar del enemigo, sirvieron para que las recibiesen bien en la verdad los que en la mentira las habían recibido. En todo es Dios sabio y maravilloso, y con sus mismas armas vence al adversario, y con su lazo le coge, y con su espada le degüella. Finalmente, quiso nuestro Dios (que había criado estas gentes, y tanto tiempo estaba al parecer olvidado de ellas cuando llegó la dichosa hora) hacer que los mismos demonios, enemigos de los hombres, tenidos falsamente por dioses, diesen a su pesar testimonio de la venida de la verdadera Ley, del poder de Cristo y del triunfo de su cruz, como por los anuncios, y profecías y señales y prodigios arriba referidos, y por otros muchos que en el Pirú y en diversas partes pasaron, certísimamente consta. Y los mismos ministros de Satanás, indios hechiceros y magos, lo han confesado y no se puede negar porque es evidente y notorio al mundo que donde se pone la cruz y hay iglesias, y se confiesa el nombre de Cristo, no osa chistar el demonio, y han cesado sus pláticas y oráculos, y respuestas y apariencias visibles, que tan ordinarias eran en toda su infidelidad. Y si algún maldito ministro suyo participa hoy algo de esto, es allá en las cuevas o cimas y lugares escondidísimos, y del todo remotos del nombre y trato de cristianos. Sea el Sumo Señor, bendito por sus grandes misericordias y por la gloria de su santo nombre. Cierto si a esta gente como Cristo les dió ley, y yugo suave y carga ligera, así los que les rigen temporal y espiritualmente, no les echasen más peso, del que pueden bien llevar, como las cédulas del buen Emperador, de gloriosa memoria, lo disponen, y mandan; y con esto hubiese siquiera la mitad del cuidado en ayudarles a su salvación, del que se pone en aprovecharnos de sus pobres sudores y trabajos, sería la cristiandad más apacible y dichosa del mundo. Nuestros pecados no dan muchas veces lugar a más bien. Pero con esto digo lo que es verdad, y para mí muy cierta, que aunque la primera entrada del Evangelio en muchas partes no fue con la sinceridad y medios cristianos que debiera ser; mas la bondad de Dios sacó bien de ese mal, e hizo que la sujeción de los indios les fuese su entero remedio, y salud. Véase todo lo que en nuestros siglos se ha de nuevo allegado a la cristiandad en Oriente y Poniente, y véase cuán poca seguridad y firmeza ha habido en la fe y religión cristiana, dondequiera que los nuevamente convertidos han tenido entera libertad para disponer de sí a su albedrío. En los indios sujetos, la cristiandad va sin duda creciendo y mejorando, y dando de cada día más fruto, y en otros de otra suerte de principios más dichosos, va descayendo y amenazando ruina. Y aunque en las Indias Occidentales fueron los principios bien trabajosos, no dejó el Señor de enviar luego muy buenos obreros y fieles ministros suyos, varones santos y apostólicos, como fueron fray Martín de Valencia, de San Francisco; fray Domingo de Betanzos, de Santo Domingo; fray Juan de Roa, de San Agustín, con otros siervos del Señor que vivieron santamente y obraron cosas sobrehumanas. Perlados también sabios y santos, y sacerdotes muy dignos de memoria, de los cuales no sólo oímos milagros notables y hechos proprios de apóstoles, pero aún en nuestro tiempo los conocimos y tratamos en este grado. Mas porque el intento mío no ha sido más que tratar lo que toca a la historia propria de los mismos indios, y llegar hasta el tiempo que el Padre de Nuestro Señor Jesucristo tuvo por bien comunicalles la luz de su palabra, no pasará adelante, dejando para otro tiempo o para mejor ingenio, el discurso del Evangelio en las Indias Occidentales, pidiendo al Sumo Señor de todos y rogando a sus siervos, supliquen ahincadamente a la Divina Majestad, que se digne por su bondad visitar a menudo, y acrecentar con dones del cielo, la nueva cristiandad que en los últimos siglos, ha plantado en los términos de la tierra. Sea al Rey de los siglos gloria y honra e imperio, por siempre jamás. Amén. Todo lo que en estos siete libros de esta Historia Natural y Moral de Indias está escrito, sujeto al sentido y corrección de la Santa Iglesia Católica Romana, en todo y por todo. En Madrid, 21 de febrero, 1589.
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De cómo se hacían grandes fiestas y sacrificios a la grande y solene fiesta llamada Hatun Raimi. Muchas fiestas tenían en el año los Incas, en las cuales hacían grandes sacrificios conforme a la costumbre dellos. Y, ponerlas todas en particular, era menester hacer de sólo ello un volumen; y también hacen poco al caso y antes conviene que no se trate de contar los desvaríos y hechicerías que en ellas se hacían, por algunas causas; y solamente porné la fiesta de Hatun Raimi, porque es muy nombrada. En muchas provincias se guardaba y era la principal de todo el año y en que más los Incas se regocijaban y más sacrificios se hacían; y esta fiesta celebraban Por fin de agosto, cuando ya habían cogido sus maíces, papas, quinua, oca y las demás semillas que siembran. Y llaman a esta fiesta, como he dicho, Hatun Raimi, que en nuestra lengua quiere decir fiesta muy solene, porque en ella se habían de rendir gracias y loores al gran Dios hacedor de los cielos y la tierra, a quien llamaban, como muchas veces he dicho, Ticiviracocha, y al Sol y a la Luna y a los otros dioses suyos, por les haber dado buen año de cosechas para su mantenimiento. Y para celebrar esta fiesta con mayor devoción y solenidad se dice que ayunaban diez o doce días, abstiniéndose de comer demasiado y no dormir con sus mugeres y beber solamente por la mañana, que es cuando ellos comen, chicha y después, en el día, tan solamente agua; y no comer ají ni traer cosa en la boca y otras cirimonias que entre ellos se guardaban en semejantes ayunos. Lo cual pasado, habían traído al Cuzco mucha suma de corderos y de ovejas y de palomas y cuis y otras aves y animales, los cuales mataban para hacer el sacrificio; y habiendo degollado la multitud del ganado untaban con la sangre dellos las estatuas y figuras de sus dioses o diablos y las puertas de los templos y oráculos a donde colgaban las asaduras; y, después de estar un rato, los agoreros y adivinos miraban en los livianos sus señales, como los gentiles, anunciando lo que se les antojaban, a lo cual daban mucho crédito. Y acabado el sacrificio el grand sacerdote con los demás sacerdotes iban al templo del sol y después de haber dicho sus salmos malditos, mandaban salir a las vírgenes mamaconas arreadas ricamente y con mucha multitud de chicha quellas tenían hecha; y entre todos los que se hallaban en la gran ciudad del Cuzco se comían los ganados y aves que para el sacrificio vano se habían muerto y bebían de aquella chicha, que tenían por sagrada, dándosela a beber en grandes vasos de oro y estando ella en tinajas de plata de las muchas que había en el templo. Y habiendo comido y muchas veces bebido, estando, así el rey como el grand sacerdote, como todos los demás, bien alegres y calientes dello, siendo poco más de mediodía se ponían en orden y comenzaban los hombres a cantar con voz alta los villancicos y romances que para semejantes días por sus mayores fue inventado, que todo era dar gracias a sus dioses, prometiendo de servir los beneficios recebidos. Y para esto tenían muchos atabales de oro engastonados algunos en pedrería, los cuales les tañían sus mujeres, que juntamente con las mamaconas sagradas les ayudaban a cantar. Y en mitad de la plaza tenían puesto, a lo que dicen, un teatro grande con sus gradas, muy adornado con paños de plumas llenos de chaquira de oro y mantas grandes riquísimas de su tan fina lana, sembrados de argentería de oro y de pedrería. En lo alto de este trono ponían la figura de su Ticiviracocha, grande y rica; al cual, como ellos tenían por Dios soberano hacedor de lo criado, lo ponían en lo más alto y le daban el lugar más eminente y todos los sacerdotes estaban junto a él; y el Inca con los principales y gente común le iban a mochar, tirándose los alpargates, descalzos, con grand humildad; y encogían los hombros y, hinchando los carrillos, soplaban hacia él haciendo la mocha, que es como decir reverencia. Abajo deste trono se tenía la figura del sol, que no oso afirmar de lo que era hecha, y también ponían la de la luna y otros bultos de dioses esculpidos en palos y en piedras; y crean los lectores que tenemos por muy cierto que ni en Jerusalem, Roma ni en Persia ni en ninguna parte del mundo, por ninguna república ni rey dél se juntaba en un lugar tanta riqueza de metales de oro y plata y pedrería como en esta plaza del Cuzco cuando estas fiestas y otras semejantes se hacían; porque eran sacados los bultos de los Incas, reyes suyos, ya muertos, cada uno con su servicio y aparato de oro y plata que tenían, digo los que habiendo sido en vida buenos y valerosos, piadosos con los indios, generosos en les hacer mercedes, perdonadores de injurias; porque a estos tales canonizaba su ceguedad por sanctos y honraban sus huesos, sin entender que las ánimas ardían en los inflemos, y creían questaban en el cielo. Y lo mesmo era de algunos otros orejones o de otra nación que, por algunas causas que en su gentilidad hallaban, los llamaban también sanctos. Y llaman ellos a esta manera de canonizar ylla, que quiere decir cuerpo del que fue bueno en la vida; y en otro entendimiento yllapa significa trueno o relámpago; y así llaman los indios a los tiros de artillería yllapa, por el estruendo que hace. Pues juntos el Inca y el grand sacerdote con los cortesanos del Cuzco y mucha gente que venía de las comarcas, teniendo sus dioses puestos en el tálamo los mochaban, que es hacerles reverencia, lo que ellos usaban ofreciéndoles muchos dones de ídolos de oro pequeños y ovejas de oro y figuras de mujeres, todo pequeño, y otras muchas joyas. Y estaban en esta fiesta de Hatun Raimi quince o veinte días, en los cuales se hacían grandes taquis y borracheras y otras fiestas a su usanza; lo cual pasado daban fin al sacrificio, metiendo los bultos de los ídolos en los templos y los de los Incas muertos en sus casas. El sacerdote mayor tenía aquella dignidad por su vida y era casado y era tan estimado que competía en razones con el Inca y tenía poder sobre todos los oráculos y templos y quitaba y ponía sacerdotes. El Inca y él jugaban muchas veces a sus juegos; y eran estos tales de grand linaje y de parientes poderosos, y no daban la tal dignidad a hombres bajos ni oscuros, aunque tuviesen mucho crecimiento. --Nobles se llaman todos los que vivían en la parte del Cuzco, que llamaban orencuzcos y anancuzcos y los hijos descendientes dellos, aunque en otras partes residiesen en otras tierras. Yo me acuerdo, estando en el Cuzco el año pasado de mill quinientos y cincuenta por el mes de agosto, después de haber cogido sus sementeras entrar los indios con sus mugeres por la ciudad con gran ruido, trayendo los arados en las manos y algunas pajas y maíz, hacer fiesta en solamente cantar y decir cuanto en o pasado solían festejar sus cosechas. E porque no consienten los apos y sacerdotes questas fiestas gentílicas se hagan en público, como solían, ni en secreto lo consintirían, si lo supiesen; pero como haya tantos millares de indios sin se haber vuelto chripstianos, de creer es que, en donde no los vean, harán lo que se les antojare. La figura de Ticiviracocha y la del sol y la luna y la maroma grande de oro y otras piezas conocidas no se han hallado, ni hay indio ni chripstiano que sepa ni atine a dónde están; pero, aunque mucho, esto es poco para lo que está enterrado en el Cuzco y en los oráculos y en otras partes deste grand reino.
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De cómo se mudó la costumbre del recebirnos Desde aquí hobo otra manera de recebirnos, en cuanto toca al saquearse, porque los que salían de los caminos a traernos alguna cosa a los que nosotros venían no los robaban; mas después de entrados en sus casas, ellos mismos nos ofrescían cuanto tenían, y las casas con ellos; nosotros las dábamos a los principales, para que entre ellos las partiesen, y siempre los que quedaban despojados nos seguían, de donde crescía mucha gente para satisfacerse de su pérdida; y decíanles que se guardasen y no escondiesen cosa alguna de cuantas tenían, porque no podía ser sin que nosotros lo supiésemos, y haríamos luego que todos muriesen, porque el sol nos lo decía. Tan grandes eran los temores que les ponían, que los primeros días que con nosotros estaban, nunca estaban sino temblando y sin osar hablar ni alzar los ojos al cielo. Estos nos guiaron por más de cincuenta leguas de despoblado de muy ásperas sierras, y por ser tan secas no había caza en ellas, y por esto pasamos mucha hambre, y al cabo un río muy grande, que el agua nos daba hasta los pechos; y desde aquí nos comenzó mucha de la gente que traíamos a adolescer de la mucha hambre y trabajo que por aquellas sierras habían pasado, que por extremo eran agras y trabajosas. Estos mismos nos llevaron a unos llanos al cabo de las sierras, donde venían a recebirnos de muy lejos de allí, y nos recebieron como los pasados, y dieron tanta hacienda a los que con nosotros venían, que por no poderla llevar dejaron la mitad; y dijimos a los indios que lo habían dado que lo tornasen a tomar y lo llevasen, porque no quedase allí perdido; y respondieron que en ninguna manera lo harían, porque no era su costumbre, después de haber una vez ofrecido, tornarlo a tomar; y así, no lo teniendo en nada, lo dejaron todo perder. A éstos dijimos que queríamos ir a la puesta del sol, y ellos respondiéronnos que por allí estaba la gente muy lejos, y nosotros les mandábamos que enviasen a hacerles saber cómo nosotros íbamos allá, y de esto se excusaron lo mejor que ellos podían, porque ellos eran sus enemigos, y no querían que fuésemos a ellos; mas no osaron hacer otra cosa; y así, enviaron dos mujeres, una suya, y otra que de ellos tenían captiva; y enviaron éstas porque las mujeres pueden contratar aunque haya guerra; y nosotros las seguimos, y paramos en un lugar donde estaba concertado que las esperásemos; más ellas tardaron cinco días; y los indios decían que no debían de hallar gente. Dijímosles que nos llevasen hacia el Norte; respondieron de la misma manera, diciendo que por allí no había gente sino muy lejos, y que no había qué comer ni se hallaba agua; y con todo esto, nosotros porfiamos y dijimos que por allí queríamos ir, y ellos todavía se excusaban de la mejor manera que podían, y por esto nos enojamos, y yo me salí una noche a dormir en el campo, apartado de ellos; mas luego fueron donde yo estaba, y toda la noche estuvieron sin dormir y con mucho miedo y hablándome y diciéndome cuán atemorizados estaban, rogándonos que no estuviésemos más enojados, y que aunque ellos supiesen morir en el camino, nos llevarían por donde nosotros quisiésemos ir; y como nosotros todavía fingíamos estar enojados y porque su miedo no se quitase, suscedió una cosa extraña, y fue que este día mesmo adolescieron muchos de ellos, y otro día siguiente murieron ocho hombres. Por toda la tierra donde esto se supo hobieron tanto miedo de nosotros, que parescía en vernos que de temor habían de morir. Rogáronnos que no estuviésemos enojados, ni quisiésemos que más de ellos murieren, y traían por muy cierto que nosotros los matábamos con solamente quererlo; y a la verdad, nosotros recebíamos tanta pena de esto, que no podía ser mayor; porque, allende de ver los que morían, temíamos que no muriesen todos o nos dejasen solos, de miedo, y todas las otras gentes de ahí adelante hiciesen lo mismo, viendo lo que a éstos había acontecido. Rogamos a Dios Nuestro Señor que lo remediase; y ansí, comenzaron a sanar todos aquellos que habían enfermado, y vimos una cosa que fue de grande admiración: que los padres y hermanos y mujeres de los que murieron, de verlos en aquel estado tenían gran pena; y después de muerto, ningún sentimiento hicieron, ni los vimos llorar, ni hablar unos con otros, ni hacer otra ninguna muestra, ni osaban llegar a ellos, hasta que nosotros los mandábamos llevar a enterrar, y más de quince días que con aquéllos estuvimos, a ninguno vimos hablar uno con otro, ni los vimos reír ni llorar a ninguna criatura; antes, porque uno lloró, la llevaron muy lejos de allí, y con unos dientes de ratón agudos la sajaron desde los hombros hasta casi todas las piernas. E yo, viendo esta crueldad y enojado de ello, les pregunté que por qué lo hacían, y respondiéronme que para castigarla porque había llorado delante de mí. Todos estos temores que ellos tenían ponían a todos los otros que nuevamente venían a conoscernos, a fin que nos diesen todo cuanto tenían, porque sabían que nosotros no tomábamos nada, y lo habíamos de dar todo a ellos. Esta fue la más obediente gente que hallamos por esta tierra, y de mejor condición; y comúnmente son muy dispuestos. Convalescidos los dolientes, y ya que había tres días que estábamos allí, llegaron las mujeres que habíamos enviado, diciendo que habían hallados muy poca gente, y que todos habían ido a las vacas, que era en tiempo de ellas; y mandamos a los que habían estado enfermos que se quedasen, y los que estuviesen buenos fuesen con nosotros, y que dos jornadas de allí, aquellas mismas dos mujeres irían con dos de nosotros a sacar gente y traerla al camino para que nos recebiesen; y con esto, otro día de mañana todos los que más rescios estaban partieron con nosotros, y a tres jornadas paramos, y el siguiente día partió Alonso del Castillo con Estebanico el negro, llevando por guía las dos mujeres; y la que de ellas era captiva los llevó a un río que corría entre unas sierras donde estaba un pueblo en que su padre vivía, y éstas fueron las primeras casas que vimos que estuviesen parescer y manera de ello. Aquí llegaron Castillo y Estebanico adonde nos había dejado, y trajo cinco o seis de aquellos indios, y dijo cómo había hallado casas de gente y de asiento, y que aquella gente comía frísoles y calabazas, y que había visto maíz. Esta fue la cosa del mundo que más nos alegró, y por ello dimos infinitas gracias a nuestro Señor; y dijo que el negro vernía con toda la gente de las casas a esperar al camino, cerca de allí; y por esta causa partimos; y andada legua y media, topamos con el negro y la gente que venían a recebirnos, y nos dieron frísoles y muchas calabazas para comer y para traer agua, y mantas de vacas, y otras cosas. Y como estas gentes y las que con nosotros venían eran enemigos y no se entendían, partimos de los primeros, dándoles lo que nos habían dado, y fuímonos con éstos; y a seis leguas de allí, ya que venía la noche, llegamos a sus casas, donde hicieron muchas fiestas con nosotros. Aquí estuvimos un día, y el siguiente nos partimos, y llevándoslos con nosotros a otras casas de asiento, donde comían lo mismo que ellos; y de ahí adelante hobo otro nuevo uso: que los que sabían de nuestra ida no salían a recebirnos a los caminos, como los otros hacían; antes los hallábamos en sus casas, y tenían hechas otras para nosotros, y estaban todos asentados, y todos tenían vueltas las caras hacia la pared y las cabezas bajas y los cabellos puestos delante de los ojos, y su hacienda puesta en montón en medio de la casa; y de aquí adelante comenzaron a darnos muchas mantas de cueros, y no tenían cosa que no nos diesen. Es la gente de mejores cuerpos que vimos, y de mayor viveza y habilidad y que mejor nos entendían y respondían en lo que preguntábamos; y llamámosles de las Vacas, porque la mayor parte que de ellas mueren es cerca de allí, y porque aquel río arriba más de cincuenta leguas, van matando muchas de ellas. Esta gente andan del todo desnudos, a la manera de los primeros que hallamos. Las mujeres andan cubiertas con unos cueros de venado, y algunos pocos de hombres, señaladamente los que son viejos, que no sirven para la guerra. Es tierra muy poblada. Preguntámosle cómo no sembraban maíz; respondiéronnos que lo hacían por no perder lo que sembrasen, porque dos años arreo les habían faltado las aguas, y había sido el tiempo tan seco, que a todos les habían perdido los maíces los topos, y que no osarían tornar a sembrar sin que primero hobiese llovido mucho; y rogábannos que dijésemos al cielo que lloviese y se lo rogásemos, y nosotros se lo prometimos de hacerlo ansí. También nosotros quesimos saber de dónde habían traído aquel maíz, y ellos nos dijeron que de donde el sol se ponía, y que lo había por toda aquella tierra; mas que lo más cerca de allí era por aquel camino. Preguntámosles por dónde iríamos bien, y que nos informasen del camino, porque no querían ir allá; dijéronnos que el camino era por aquel río arriba hacia el Norte, y que en diez y siete jornadas no hallaríamos otra cosa ninguna que comer, sino una fruta que llaman chacan, y que la machucan entre unas piedras si aun después de hecha esta diligencia no se puede comer, de áspera y seca; y así era la verdad, porque allí nos lo mostraron y no lo podimos comer, y dijéronnos también que entretanto que nosotros fuésemos por el río arriba, iríamos siempre por gente que eran sus enemigos y hablaban su misma lengua, y que no tenían que darnos cosas a comer; mas que nos recebirían de muy buena voluntad, y que nos darían muchas mantas de algodón y cueros y otras cosas de las que ellos tenían; más que todavía les parescía que en ninguna manera no debíamos tomar aquel camino. Dudando lo que haríamos, y cuál camino tomaríamos que más a nuestro propósito y provecho fuese, nosotros nos detuvimos con ellos dos días. Dábannos a comer frísoles y calabazas; la manera de cocerlas es tan nueva, que por ser tal, yo la quise aquí poner, para que se vea y se conozca cuán diversos y extraños son los ingenios y industrias de los hombres humanos. Ellos no alcanzan ollas, y para cocer lo que ellos quieren comer, hinchen media calabaza grande de agua, y en el fuego echan muchas piedras de las que más fácilmente ellos pueden encender, y toman el fuego; y cuando ven que están ardiendo tómanlas con unas tenazas de palo, y échanlas en aquella agua que está en la calabaza, hasta que la hacen hervir con el fuego que las piedras llevan; y cuando ven que el agua hierve, echan en ella lo que han de cocer, y en todo este tiempo no hacen sino sacar unas piedras y echar otras ardiendo para que el agua hierva, para cocer lo que quieren, y así lo cuecen.